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de cuidados intensivos tuviesen grandes dificultades para lidiar con la situación.

Siguiendo un proto-
colo denominado ‘los tres Reyes Magos’, tres especialistas cualificados en cada hospital se verán forza-
dos a elegir cómo organizar el racionamiento de cuidados, como los ventiladores médicos o las camas,
en caso de saturación de pacientes”.
¿En qué criterios se basarán “los tres Reyes Magos”? ¿Sacrificar a los débiles y a los ancianos? ¿Y
acaso no abrirá esta situación un espacio para una incalculable corrupción? ¿No indican tales procedi-
mientos que nos estamos preparando para promulgar la lógica brutal de la supervivencia del más apto?
Así que, de nuevo, la decisión definitiva es: esto, o alguna clase de comunismo reinventado.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en RT. Traducción de Marco Silvano.

La nueva economía postcoronavirus, Alfredo


Serrano Mancilla
Una vez más, un nuevo suceso, esta vez la llegada del coronavirus, pone en jaque a toda la economía
mundial y muy especialmente a la economía latinoamericana. El impacto de este hecho fatídico será
mayor debido a que tenemos una economía mundial débil y en permanente crisis (contracción de la
economía real, actividad comercial disminuida, baja productividad, endeudamiento masivo y excesiva
volatilidad especulativa).
A este orden económico global, complejo y plagado de desequilibrios, es al que le toca resistir otra
prueba de fuego: el coronavirus. Hoy nadie podría predecir con exactitud cuáles serán las consecuen-
cias en la economía mundial, y particularmente en la latinoamericana. Todavía es muy pronto para ello,
pero sí podemos ya aportar algunos datos para tener una primera aproximación a esta situación tan difí-
cil.
1. El Instituto de Finanzas Internacionales calcula que el valor de la salida de capital registrada de
las economías emergentes en los primeros 45 días de coronavirus en el mundo (mucho antes de que se
propagara por la Unión Europea) es de 30.000 millones de dólares. Este valor es récord a nivel global,
superando incluso lo sucedido después del crash financiero 2007-2008. Esto significa que cuando exis-
tan datos actualizados, con toda seguridad habrá una salida de capital sin precedentes de las economías
emergentes que afectará -y mucho- a la economía latinoamericana.
2. En el lado opuesto se encuentran los que se benefician de dicha fuga. ¡Sorpresa! El principal refu-
gio es el bono estadounidense. Así se reordenan los flujos financieros a favor del país hegemónico.
3. Siempre que existe un shock externo, sea cual fuere, se busca una respuesta monetaria expansiva,
contracíclica. Incluso la ortodoxia neoclásica cede en esos casos. La Reserva Federal de Estados Uni-
dos puso a disposición del sistema financiero 1,5 billones de dólares; el Banco Central Europeo anun-
ció que inyectará a la economía 120.000 millones de euros; el FMI también está dispuesto a movilizar

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un billón de dólares. Sin embargo, una vez que se hace una fuerte emisión, luego nos olvidamos de
identificar la ruta de ese dinero. ¿Llegará a la economía real o se optará por destinarlo al mundo finan-
ciarizado?
4. La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo prevé una pérdida de
ingresos globales de 2 billones de dólares como consecuencia de esta crisis. Sólo en febrero, por el
efecto de la crisis en China, las pérdidas en producción manufacturera fueron de 50.000 millones de
dólares. Definitivamente, estamos también ante una próxima crisis de oferta que aún no dimensiona-
mos: se están paralizando muchas cadenas globales de producción y también de suministros.
Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres. Con el coronavirus todo es más incierto, si cabe. La
economía no se entiende sin expectativas. Y cuanto más enferma está, peor es su capacidad para gestio-
nar factores de alto riesgo. Hasta el momento se ha precipitado un deterioro de todos los indicadores
que dependen, justamente, de las expectativas: precio de petróleo, índices bursátiles, tipos de cambio,
riesgo país, etc. La diezmada economía global sigue en caída.
Veremos qué pasa después de este gran tsunami. Luego de cada gran crisis, siempre se reacomoda el
orden económico global. Después de 2008, la economía global aprendió poco y siguió denostando a la
economía real. A partir de ahora, lo interesante es saber si el consenso surgido en la contingencia perdu-
rará en el tiempo: más y mejor sanidad pública, más Estado, más política fiscal expansiva cuando ace-
chan las dificultades, más economía real y, sobre todo, dar mucha más importancia a los asuntos
verdaderamente imprescindibles para la vida humana. ¿Tiene sentido que el capitalismo global haya
producido más de 1.500 millones de smartphones en un año y tan pocos respiradores asistidos en caso
de una pandemia? No. ¿Tiene sentido que estemos tan poco preparados económicamente para una pan-
demia que, hasta el momento, ha sido letal para el 0,000092% de la población mundial (y que ha infec-
tado al 0,00235%)? Tampoco.
Esperemos que, al menos, el coronavirus nos sirva para algo. Y ojalá aparezca una suerte de nuevo
New Deal, nuevo contraso social y económico, en el que la salud y otros derechos básicos estén en el
centro de la economía, y que la economía financiera esté al servicio de la economía real, y no sea al
revés.
Tres reglas para la pandemia de Trump, Paul Krugman
Hay que centrarse en las adversidades, no en el PIB; dejar de preocuparse por los incentivos para
trabajar y no confiar en el presidente
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20 mar 2020 - 18:30 COT
El presidente de Estados Unidos atiende por teleconferencia a los gobernadores federales.
El presidente de Estados Unidos atiende por teleconferencia a los gobernadores federales.Contacto /
Contacto (Europa Press)

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De modo que ahora Donald Trump llama “virus chino” a la Covid-19. Cómo no iba a hacerlo: el
racismo y culpar a otros de sus propios fracasos son los rasgos que definen su presidencia. Pero si tene-
mos que darle un apodo a la enfermedad, mucho mejor que nos refiramos a ella como la “pandemia de
Trump”.
Es cierto que el virus no se originó en Estados Unidos. Pero la respuesta estadounidense ha sido
catastróficamente lenta e inadecuada, y el responsable es Trump, que restó importancia a la amenaza y
se resistió a tomar medidas hasta hace solo unos días.
Comparemos la gestión estadounidense del coronavirus con la de, por ejemplo, Corea del Sur.
Ambos países detectaron su primer caso el 20 de enero. Pero Corea se movió con rapidez para aplicar
pruebas generalizadas y ha utilizado los datos de esas pruebas para orientar el distanciamiento social y
otras medidas de contención. Y parece que allí la enfermedad está en retroceso.
En cambio, en Estados Unidos, la realización de pruebas apenas acaba de empezar; solo se les han
practicado a 60.000 personas, frente a las 290.000 efectuadas por Corea, a pesar de que la población es
seis veces mayor y de que el número de casos parece estar disparándose.
Los detalles de nuestro descalabro son complejos, pero todos se derivan en última instancia del
hecho de que Trump minimizara la amenaza: hasta la semana pasada seguía afirmando que la Covid-19
no era peor que una gripe (aunque fiel a su estilo, ahora afirma que siempre ha sabido que se avecinaba
la pandemia).
¿Por qué decidieron Trump y su equipo negarlo y retrasarlo? Todo da a entender que el presidente
no quería hacer ni decir nada que pudiera provocar una caída de los precios de las acciones, algo que él
parece considerar la principal medida de su éxito. Esa es presumiblemente la razón de que todavía el 25
de febrero Larry Kudlow, jefe de economistas del Gobierno, declarase que Estados Unidos había “con-
tenido” el coronavirus, y que la economía estaba “aguantando estupendamente”.
Pues bien, fue una mala apuesta. Desde entonces, la Bolsa prácticamente ha perdido todo lo avan-
zado durante la presidencia de Trump. Y lo que es más importante, la economía está claramente en
caída libre. Entonces, ¿qué deberíamos hacer ahora?
Dejaré la política sanitaria a los expertos. En cuanto a la política económica, yo sugeriría tres princi-
pios. Primero, centrarse en las adversidades, no en el PIB. Segundo, dejar de preocuparse por los incen-
tivos para trabajar. Tercero, no confiar en Trump.
En lo referente al primer punto: muchas de las pérdidas de empleo que experimentaremos en los
próximos meses no solo serán inevitables, sino deseables de hecho. Queremos que los trabajadores que
están o podrían estar enfermos se queden en casa, para “aplanar la curva” de propagación del virus.
Queremos cerrar en parte o en su totalidad los grandes espacios empresariales, como las fábricas de
automoción, que pudieran actuar como placas de Petri humanas. Queremos cerrar restaurantes, bares y
establecimientos comerciales no esenciales.

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Ahora bien, seguramente habrá pérdidas de empleo adicionales e innecesarias causadas por un des-
plome del gasto empresarial y de consumo, y por eso se debería aplicar un estímulo general considera-
ble. Pero la política no puede y no debe impedir una pérdida temporal de empleo generalizada.
Lo que la política sí puede hacer es mitigar las adversidades que afrontan quienes dejan temporal-
mente de trabajar. Eso significa que tenemos que gastar mucho más en programas como la baja médica
remunerada, las prestaciones por desempleo, los cupones para alimentos y la atención sanitaria gratuita
para ayudar a los estadounidenses en apuros, que necesitan mucha más ayuda de la que obtendrían con
un reparto de efectivo global. Este gasto proporcionaría también estímulo, pero esa es una preocupa-
ción secundaria.
Y eso me lleva al segundo punto. Los sospechosos de rigor están objetando ya que ayudar a los esta-
dounidenses necesitados reduce el incentivo que estos tienen para trabajar. Se trata de un argumento
horrible incluso en los buenos tiempos, pero resulta absurdo ante una pandemia. Y los Gobiernos esta-
tales que, animados por la Administración de Trump, han estado intentando reducir las ayudas públicas
imponiendo requisitos laborales deberían suspender de inmediato esos requisitos.
Por último, respecto a Trump: en los últimos días, la televisión estatal, me refiero a Fox News, y los
expertos de derechas, han pasado repentinamente de tachar la Covid-19 de farsa liberal a exigir que se
paren todas las críticas al presidente en tiempos de emergencia nacional. Es algo que no debería sor-
prendernos.
Pero aquí es donde la historia de la pandemia de Trump –todas esas semanas desperdiciadas en las
que no hicimos nada porque Trump no quería oír hablar de nada que pudiera perjudicarlo política-
mente– adquiere importancia. Demuestra que incluso cuando hay vidas de estadounidenses en peligro,
la política de este Gobierno se centra exclusivamente en Trump, en lo que a él le parece que le hará
quedar mejor, sin importar el interés nacional.
Lo que esto quiere decir es que cuando el Congreso asigne dinero para reducir el daño económico
causado por la Covid-19, no debería dar a Trump discrecionalidad para gastarlo. Por ejemplo, aunque
tal vez sea necesario proporcionar fondos para avalar a algunas empresas, el Congreso debe especificar
normas sobre quién recibe esos fondos y con qué condiciones. De lo contrario, ya sabemos lo que va a
ocurrir: Trump abusará de cualquier discrecionalidad que se le otorgue para compensar a sus amigos y
castigar a sus enemigos. Él es así.
Responder al coronavirus sería difícil en la mejor de las circunstancias. Será especialmente difícil
cuando sabemos que no podemos confiar ni en el juicio ni en los motivos del hombre que debería estar
liderando la respuesta. Pero uno entra en una pandemia con el presidente que tiene, no con el presidente
que desearía tener.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News
Clips
El coronavirus y la doctrina del shock, Naomi Klein

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Miguel Urbán, Amelia Martínez Lobo
«El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confu-
sión y minimiza la protección». Naomi Klein analiza cómo el gobierno de EE.UU. y de los países alia-
dos en acuerdo con las elites globales explotarán la pandemia.
La periodista Naomi Klein, autora de libros como No Logo y La doctrina del shock, analiza en esta
entrevista con Vice las especulaciones en torno a la pandemia, el rol de Estados Unidos y cómo salir de
la emergencia diaria para pensar más acá de la vida:
Foto: The Capitolist.
VICE: Empecemos con lo básico. ¿Qué es el capitalismo del desastre? ¿Cuál es su relación con la
«doctrina del shock»?
La forma en que defino el «capitalismo de desastre» es muy sencilla: describe la forma en que las
industrias privadas surgen para beneficiarse directamente de las crisis a gran escala. La especulación de
los desastres y de la guerra no es un concepto nuevo, pero realmente se profundizó bajo la administra-
ción Bush después del 11 de septiembre, cuando la administración declaró este tipo de crisis de seguri-
dad interminable, y simultáneamente la privatizó y la externalizó – esto incluyó el estado de seguridad
nacional y privatizado, así como la invasión y ocupación [privatizada] de Irak y Afganistán.
La «doctrina del shock» es la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar polí-
ticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los
demás. En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa
crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado en los que están en el poder. Quitamos un poco los
ojos de la pelota en momentos de crisis.
VICE: ¿De dónde viene esa estrategia política? ¿Cómo rastrea su historia en la política estadouni-
dense?
La estrategia de la doctrina del shock fue una respuesta al programa del New Deal por parte de Mil-
ton Friedman. Este economista neoliberal pensaba que todo había salido mal en USA bajo el New Deal:
como respuesta a la Gran Depresión y al Dust Bowl, un gobierno mucho más activo surgió en el país,
que hizo su misión resolver directamente la crisis económica de la época creando empleo en el
gobierno y ofreciendo ayuda directa.
Si usted es un economista de libre mercado, entiende que cuando los mercados fallan se presta a un
cambio progresivo mucho más orgánico que el tipo de políticas desreguladoras que favorecen a las
grandes corporaciones. Así que la doctrina del shock fue desarrollada como una forma de prevenir que
las crisis den paso a momentos orgánicos en los que las políticas progresistas emergen. Las elites políti-
cas y económicas entienden que los momentos de crisis son su oportunidad para impulsar su lista de
deseos de políticas impopulares que polarizan aún más la riqueza en este país y en todo el mundo.

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VICE: En este momento tenemos múltiples crisis en curso: una pandemia, la falta de infraestructura
para manejarla y el colapso del mercado de valores. ¿Puede esbozar cómo encaja cada uno de estos
componentes en el esquema que esboza en La Doctrina del Shock?
El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confusión
y minimiza la protección. No creo que eso sea una conspiración, es sólo la forma en que el gobierno de
los EE.UU. y Trump han manejado -completamente mal- esta crisis. Trump hasta ahora ha tratado esto
no como una crisis de salud pública sino como una crisis de percepción, y un problema potencial para
su reelección.
Es el peor de los casos, especialmente combinado con el hecho de que los EE.UU. no tienen un pro -
grama nacional de salud y sus protecciones para los trabajadores son muy malas (N.T: por ej. la ley no
instituye el pago por enfermedad). Esta combinación de fuerzas ha provocado un shock máximo. Va a
ser explotado para rescatar a las industrias que están en el corazón de las crisis más extremas que
enfrentamos, como la crisis climática: la industria de las aerolíneas, la industria del gas y el petróleo, la
industria de los cruceros, quieren apuntalar todo esto.
VICE: ¿Cómo hemos visto esto antes?
En La Doctrina del Shock hablo de cómo sucedió esto después del huracán Katrina. Grupos de
expertos de Washington como la Fundación Heritage se reunieron y crearon una lista de soluciones
«pro mercado libre» para el Katrina. Podemos estar seguros de que exactamente el mismo tipo de reu-
niones ocurrirán ahora, de hecho, la persona que presidió el grupo de Katrina fue Mike Pence (N.T: el
que ahora preside el tema del Coronavirus). En 2008, se vio esta jugada en el rescate de los bancos,
donde los países les dieron cheques en blanco, que finalmente sumaron muchos billones de dólares.
Pero el costo real de eso vino finalmente en la forma de programas extensivos de austeridad económica
[más tarde recortes a los servicios sociales]. Así que no se trata sólo de lo que está sucediendo ahora,
sino de cómo lo van a pagar en el futuro cuando se venza la factura de todo esto.
VICE: ¿Hay algo que la gente pueda hacer para mitigar el daño del capitalismo de desastre que ya
estamos viendo en la respuesta al coronavirus? ¿Estamos en mejor o peor posición que durante el hura-
cán Katrina o la última recesión mundial?
Cuando somos probados por la crisis, o retrocedemos y nos desmoronamos, o crecemos, y encontra-
mos reservas de fuerzas y compasión que no sabíamos que éramos capaces de tener. Esta será una de
esas pruebas. La razón por la que tengo cierta esperanza de que podamos elegir evolucionar es que -a
diferencia de lo que ocurría en 2008- tenemos una alternativa política tan real que propone un tipo de
respuesta diferente a la crisis que llega a las causas fundamentales de nuestra vulnerabilidad, y un
movimiento político más amplio que la apoya (N.T: Naomi Klein apoya a Bernie Sanders en las inter-
nas estadounidenses).

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De esto se ha tratado todo el trabajo en torno al Green New Deal: prepararse para un momento como
este. No podemos perder el coraje; tenemos que luchar más que nunca por la atención sanitaria univer-
sal, la atención infantil universal, la baja por enfermedad remunerada, todo está íntimamente relacio-
nado.
VICE: Si nuestros gobiernos y la élite mundial van a explotar esta crisis para sus propios fines, ¿qué
puede hacer la gente para cuidarse unos a otros?
«Yo me ocuparé de mí y de los míos, podemos conseguir el mejor seguro privado de salud que haya,
y si no lo tienes es probablemente tu culpa, no es mi problema»: Esto es lo que este tipo de economía
de ganadores pone en nuestros cerebros. Lo que un momento de crisis como este revela es nuestra inte-
rrelación entre nosotros. Estamos viendo en tiempo real que estamos mucho más interconectados unos
con otros de lo que nuestro brutal sistema económico nos hace creer.
Podríamos pensar que estaremos seguros si tenemos una buena atención médica, pero si la persona
que hace nuestra comida, o entrega nuestra comida, o empaca nuestras cajas no tiene atención médica y
no puede permitirse el lujo de ser examinada, y mucho menos quedarse en casa porque no tiene licencia
por enfermedad pagada, no estaremos seguros. Si no nos cuidamos los unos a los otros, ninguno de
nosotros estará seguro. Estamos atrapados.
Diferentes formas de organizar la sociedad promueven o refuerzan diferentes partes de nosotros mis-
mos. Si estás en un sistema que sabes que no cuida de la gente y no distribuye los recursos de forma
equitativa, entonces la parte que acapara de ti se reforzará. Así que ten en cuenta eso y piensa en cómo,
en lugar de acaparar y pensar en cómo puedes cuidarte a ti mismo y a tu familia, puedes hacer un cam -
bio y pensar en cómo compartir con tus vecinos y ayudar a las personas que son más vulnerables.
Fuente de la entrevista en inglés: Vice
Versión en castellano: Cubadebate. Editada por Rebelión.
Un cataclismo para los planes de Trump, Paul Krugman
Lo que vimos en su discurso fue una absoluta incapacidad para ponerse a la altura de la crisis del
coronavirus
Donald Trump, el pasado miércoles, anuncia medidas para combatir la crisis económica provocada
por el coronavirus
Donald Trump, el pasado miércoles, anuncia medidas para combatir la crisis económica provocada
por el coronavirusContacto / Contacto
Durante tres años Donald Trump ha tenido suerte en todo. Solo ha afrontado una crisis no provocada
por él —el huracán María— y aunque su chapucera respuesta favoreció una tragedia que mató a miles
de ciudadanos estadounidenses, las muertes se produjeron fuera de cámara, lo que le permitió negar
que hubiera ocurrido algo malo.

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Ahora, sin embargo, nos enfrentamos a una crisis mucho mayor con el coronavirus. Y la respuesta
de Trump ha sido incluso peor de lo que sus detractores más duros podrían haber imaginado. Ha tratado
una amenaza urgente como si fuese un problema de relaciones públicas, combinando la negación con
frenéticas acusaciones a los demás. Su Gobierno no ha proporcionado el requisito más básico para cual-
quier respuesta a la pandemia: pruebas generalizadas para hacer un seguimiento de la difusión de la
enfermedad. No ha aplicado las recomendaciones de los expertos en sanidad y se ha dedicado a impo-
ner absurdas prohibiciones de viajar a los extranjeros, cuando todo indica que la enfermedad ya está
muy instalada en Estados Unidos. Y su respuesta a las repercusiones económicas ha oscilado entre la
complacencia y la histeria, con una fuerte mezcla de amiguismo.
Es un misterio por qué el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, normalmente un
organismo muy competente, no ha proporcionado en absoluto recursos para efectuar pruebas generali-
zadas de coronavirus durante las primeras fases de la pandemia, tan cruciales. Pero es difícil evitar la
sospecha de que la incompetencia está relacionada con la política, quizá con el deseo por parte de
Trump de restar importancia a la amenaza. Según Reuters, el Gobierno ha ordenado a los organismos
sanitarios que traten todas las deliberaciones sobre el coronavirus como información reservada. No
tiene sentido, y es de hecho destructivo desde el punto de vista de la política pública; pero tiene per-
fecto sentido si el Gobierno no quiere que la ciudadanía sepa de qué modo sus acciones están poniendo
en peligro la vida de los estadounidenses.
En todo caso, está claro lo que deberíamos hacer ahora que ya debe de haber miles de casos en todo
Estados Unidos. Necesitamos ralentizar la difusión de la enfermedad creando “distancia social” —
prohibiendo las reuniones grandes, animando a quienes puedan hacerlo a trabajar desde casa— y
poniendo en cuarentena los puntos con más casos de contagio. Tal vez esto no baste para impedir que
enfermen decenas de millones de personas, pero extender la pandemia en el tiempo ayudaría a prevenir
la sobrecarga del sistema sanitario, reduciendo enormemente el número de fallecidos. Pero en su dis-
curso, Trump casi no ha hablado de eso; sigue actuando como si fuera una amenaza que los extranjeros
están trayendo a Estados Unidos.
Y en lo que respecta a la economía, Trump parece fluctuar de día en día —incluso de hora en hora—
entre las afirmaciones de que todo va bien y las exigencias de estímulos enormes y mal concebidos
Su grandiosa idea para la economía es una completa moratoria del impuesto sobre la renta. Según
Bloomberg News, les dijo a los senadores republicanos que quería que la moratoria se extendiera
“hasta las elecciones de noviembre para que los impuestos no volvieran a cobrarse antes de que los
votantes decidan si él mantiene o no su cargo”. Sería una medida enorme. Los impuestos sobre la renta
suponen el 5,9% del PIB. En comparación, el estímulo de Obama en 2009-2010 llegó a un máximo del
2,5% del PIB. Pero estaría muy mal enfocado: grandes exenciones para los trabajadores con buenos
salarios, y nada para los desempleados o aquellos sin baja médica remunerada. ¿Por qué hacerlo de este
modo? Después de todo, si el objetivo es poner dinero en manos de los ciudadanos, ¿por qué no enviar-
les cheques? Al parecer, los republicanos no pueden concebir una política económica que no adopte la
forma de una rebaja de impuestos.

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Trump también quiere supuestamente proporcionar ayuda a sectores específicos, entre ellos el petró-
leo y el esquisto, una continuación de los esfuerzos de su Gobierno por subvencionar los combustibles
fósiles.
En cambio, los demócratas han propuesto un paquete de medidas que abordaría de hecho las necesi-
dades del momento: pruebas gratuitas para detectar el coronavirus, bajas por enfermedad remuneradas,
ampliación de las prestaciones por desempleo y un aumento de los fondos de contrapartida federales
destinados a programas de sanidad pública, lo cual, al aliviar la presión sobre los presupuestos estata-
les, ayudaría a los estados a cubrir las demandas de la crisis y a sostener su gasto total.
Por cierto, fíjense en que estas medidas ayudarían a la economía en un año de elecciones, y por lo
tanto podría decirse que favorecerían políticamente a Trump. Pero los demócratas están dispuestos a
hacer lo correcto de todas formas, en drástico contraste con el comportamiento de los republicanos tras
la crisis financiera de 2008, cuando presentaron una oposición de tierra quemada a todo aquello que
pudiera mitigar el daño. Sin embargo, la Casa Blanca no quiere saber nada de esto y uno de sus funcio-
narios llegó incluso a acusar a los demócratas de impulsar “un programa de izquierda radical”.
Supongo que las bajas médicas remuneradas equivalen a socialismo, incluso en una pandemia. Enton-
ces, ¿qué está ocurriendo? Lo que estamos viendo es un cataclismo, no solo de los mercados, sino tam -
bién de la mente de Trump. Cuando ocurren cosas malas, solo sabe hacer tres cosas: insistir en que las
cosas van estupendamente y que sus políticas son perfectas, bajar los impuestos y darles dinero a sus
amigotes.
Ahora se enfrenta a una crisis en la que ninguna de estas respuestas habituales va a funcionar y en la
que, de hecho, necesita cooperar con Nancy Pelosi para evitar una catástrofe. Lo que vimos en su dis-
curso del miércoles fue su absoluta incapacidad para ponerse a la altura de la situación. Necesitábamos
ver a un líder; lo que vimos fue a un fanfarrón incompetente y delirante.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times, 2020
Traducción de News Clips
Para derrotar al coronavirus y la recesión hacen falta políticas republicanas de izquierda, Daniel
Raventós G. Buster Miguel Salas
“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven for-
zados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. (Karl Marx,
El Manifiesto Comunista)
«Han dich que pestilencia, segons verdadera enterpretació, vol dir aytant com temps de tempesta que
ve de clardat, co és a saber, de les esteles. Per la primera síl.laba sua, que és .pes., entench 'tempesta'. E
per la segona sil.laba sua, que és .te. entench 'temps'. E per la terca sil.laba sua, que és .lincia. entench
'clardat' car lencos en grech vol aytal dir com 'clardat' ho 'lum' en lati». (Jacme d’Agramont, Regiment
de preseruació de pestilincia, 1348)

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Ciento dos años después de la epidemia de H1N1, la llamada “gripe española”, el capitalismo tardío
se enfrenta a la epidemia del COVID-19, que amenaza consecuencias desastrosas.
Las lecciones de la “gripe española”
La epidemia de “gripe española” surgió en el campamento militar de Fort Riley, Kansas y rápida-
mente se propagó entre las tropas movilizadas en la I Guerra Mundial y llegó a afectar a un tercio de la
población mundial, con un índice de mortalidad entre el 10 y el 20%, con efectos devastadores, entre
otros lugares, en China, entonces un estado fallido. En el Reino de España, país neutral que no censuró
las informaciones sobre la epidemia y razón por la cual se llamó “española”, 8 millones de personas se
vieron afectadas, 300.000 de las cuales fallecieron.
A pesar de las diferencias —cepas de gripe y de coronavirus; principales afectados los jóvenes
entonces, los mayores ahora; la mayor rapidez de la propagación por la globalización, la transparencia
informativa, etc— sigue siendo la mejor analogía y experiencia histórica de la que disponemos para
prepararnos a lo que nos espera. Pero la diferencia más importante es el papel del estado, del gasto
público y del gasto social desde la I Guerra Mundial hasta hoy y la implantación y evolución de los sis-
temas de salud tanto privados, como muy especialmente públicos.
A pesar del esfuerzo militar imperialista, la mayoría de los estados más avanzados de comienzos del
siglo XX situaban su gasto público entre el 8 y el 18% del PIB. Hoy esas cifras son las de Haití o
Sudán. La media de la eurozona se sitúa por encima del 40% (44,7%) y economías donde el neolibera -
lismo se ha impuesto con mayor dureza, como el Reino de España (41,3%), los EEUU (35,15%) o
Japón (37%), tienen cifras más bajas. Aunque estas son apreciaciones generales sin entrar en las muy
diferentes composiciones de ese gasto público, a la eficacia redistributiva del mismo y a la tendencia
también general tras la Gran Recesión a un incremento de la desigualdad. La batalla contra el coronavi-
rus se jugará en buena parte en la orientación política del gasto público.
En cuanto a los modelos de sanidad, la evolución ha sido paralela a la del gasto público. De la medi-
cina privada con algunas instituciones caritativas o filantrópicas a la organización de los servicios
médicos militares y de ahí a la extensión paulatina del acceso universal. La lucha por la sanidad pública
frente a los “determinantes sociales de la salud” ha sido uno de los componentes más importantes de las
reivindicaciones del movimiento obrero y socialista. La capacidad de articular políticas sanitarias a tra-
vés de sistemas de salud públicos y su acceso por el conjunto de la población van a ser determinantes
en la mortalidad del coronavirus y en su sesgo social, como todo el mundo está comprendiendo rápida-
mente estos días.
La contención es la clave
A pesar de los tres meses de movilización nacional sin precedentes en China, que ya ha conseguido
hacer retroceder el número diario de personas infectadas, las lecciones de la importancia de contener la
enfermedad en el resto del mundo se han comenzado a aplicar tarde. Detrás no hay ninguna de las
explicaciones conspirativas absurdas que se han escuchado estos días, pero sí los efectos ideológicos de
la política de contención de EEUU contra China. Cuando ha llegado el momento de concentrar todos

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los esfuerzos se han aplicado criterios muy similares a los que se han criticado por “autoritarios” o
“falta de transparencia” de las autoridades chinas. La pertinaz tozudez anticientífica ha destacado en
dirigentes como Boris Johnson, Jair Bolsonaro, pero hasta Trump comienza a corregir sus desvaríos
políticos iniciales ante la pandemia.
No es necesario hacer muchos números para comprender que la posibilidad de evitar el desborda-
miento de los sistemas sanitarios —más fuertes cuanto más públicos— reside en alargar el periodo de
contagio del 70 u 80% de la población que se prevé, teniendo en cuenta que el 15% sufrirá neumonía y
el 5% tendrá que ser tratado en una UCI con respiración asistida. Para los grupos de mayor riesgo, en
especial las personas mas mayores, el poder ser atendidos es una cuestión de supervivencia. Las estra-
tegias de no-contención radical de la pandemia, como la anunciada por Johnson en el Reino Unido,
implica condenar a los grupos de mayor riesgo a una mayor tasa de mortalidad en nombre de un funcio-
namiento del mercado dejado a la mano invisible (que lo es todo menos invisible) y las esporas micros-
cópicas del coronavirus. Una evidencia más, si cabe, de que no hay mercado libre, todo mercado se
regula de una u otra forma. No se trata de “¿cuánta regulación?”, sino “¿en beneficio de quién?”: ricos
o pobres, privilegiados o vulnerables, grandes burgueses o población trabajadora. La respuesta de John-
son ha optado por la que beneficiará a los más privilegiados y con capacidad de protección y en detri-
mento de la población más vulnerable.
Una crisis civilizatoria
Llegamos a esta crisis civilizatoria después de más de una década de la Gran Recesión de 2007-2008
y sin que la débil recuperación posterior haya permitido volver a situarnos en muchos casos en el punto
de partida. Y como todos sabemos, las políticas de austeridad neoliberales han tenido efectos demole-
dores en el gasto público, muy especialmente en el gasto social. Las políticas neoliberales del PP y de
CiU en Cataluña recortaron todo lo que pudieron en la sanidad pública. En Madrid, hace doce años dis-
ponía de 2.100 camas más que hoy y se perdieron 2.200 trabajadores. El colapso hospitalario para
afrontar la crisis se explica por esos recortes. Ahora proclaman que quieren contratar a 1.700 trabajado-
res con urgencia, pero ese número ni siquiera llega a las plantillas de hace doce años. Los profesionales
critican, además, que no se contraten no sanitarios, sin los cuales es imposible que funcionen los hospi-
tales, como celadores, servicio de limpieza, etc. En Cataluña, la situación no es mejor. La sanidad cata-
lana es la que menos inversión por habitante realiza, 1.192 euros. El presupuesto destinado a sanidad
bajó del 40% al 32%. Ambas comunidades se han distinguido por desplazar hacia la sanidad privada
una parte del dinero público, que ha servido para sostener económicamente los hospitales privados
mientras se desprestigiaba a la pública.
Por otra parte, los efectos sociales de la pandemia y de las necesarias medidas de contención se
harán sentir a muy corto plazo en una economía en desaceleración progresiva ya por debajo del 2% del
PIB. Grandes fábricas, como Seat y Nissan, han anunciado expedientes de empleo, en las pequeñas
industrias y negocios la repercusión puede ser brutal; en el turismo y restauración la perspectiva es
terrible. No será lo mismo para el gran capitalista que tiene reservas o capacidad de crédito bancario,
que para el autónomo o el pequeño empresario.

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Para comprobar cómo es un terreno de lucha de clases solo hay que conocer las declaraciones de
Fomento del Trabajo en Cataluña pidiendo que se recorten impuestos y se facilite el despido. CCOO de
Cataluña, así como otros sindicatos y entidades sociales, han mostrado la canallada extrema de la patro-
nal. CCOO declaró: “Fomento actúa como los buitres que sobrevuelan los animales heridos esperando
que caigan para que les sirvan de alimento, con la diferencia de que los buitres lo hacen para sobrevivir
y el empresariado para conseguir más beneficios escarbando en la desgracia de los más débiles”.
Estado de Alarma: cuarentena del Régimen del 78
Después de una semana de indecisión, el gobierno de coalición progresista ha decretado el sábado
día 14 de marzo el Estado de Alarma, de acuerdo con el artículo 116.2 de la Constitución de 1978. Con
él se pone al país en cuarentena, limitando la libre circulación de las personas, por un período de 15
días, deberá ser refrendado por el Congreso de los Diputados, y podrá ser ampliable si, como todo
apunta, será necesario un período más prolongado para contener en esta fase inicial la pandemia.
El Estado de Alarma sale al paso de las declaraciones de cuarentena iniciadas por los presidentes de
las Comunidades Autonómicas, en especial de Euskadi y de Cataluña, y subordina el ejercicio de sus
competencias a la autoridad del Presidente del Gobierno y a las “autoridades competentes delegadas”
por el Gobierno: los ministros de Defensa, Interior, Transportes y Sanidad. No deja de ser relevante que
en este ejercicio ultracentralista de funciones quedan fuera las cuatro vicepresidencias, todos los minis-
tros de Unidas Podemos y el responsable directo es el Presidente Pedro Sánchez. Semejante concentra-
ción de poder, que pone en cuarentena política también al Régimen del 78, no tiene precedentes y es
justificado por la urgencia y la gravedad de la situación.
El complicado proceso de constitución del gobierno de coalición progresista entre el PSOE y Unidas
Podemos ha estado sostenido por la posición mayoritaria en las izquierdas institucionales de que frente
a la gestión reaccionaria de la salida de la crisis económica y política de las tres fuerzas de derecha
extrema que la componen era necesaria y posible una alternativa reformista que rebañase los márgenes
del Régimen del 78, frenase la crisis constitucional en Cataluña y permitiese la recuperación parcial de
derechos sociales perdidos por las políticas de austeridad neoliberales, sin cuestionar ni el Pacto Fiscal
europeo ni la estructura monárquica —una monarquía cada vez más desprestigiada si ello fuera posible
por el nuevo caso de corrupción del Borbón Juan Carlos I— del estado de las autonomías.
Otros sectores, entre los que Sin Permiso se encuentra, han argumentado que la crisis estructural del
Régimen del 78 limitaría rápidamente ese margen reformista a rebañar y situaría al gobierno de coali-
ción progresista y a las izquierdas en general en una encrucijada política.
Lo que no podíamos sospechar es que esa encrucijada se plantease a poco más de dos meses de
constituido el gobierno PSOE-Unidas Podemos y ante un choque externo como la pandemia de corona-
virus que va a agravar todos los elementos de la crisis estructural del Régimen del 78.
Como ya es público y notorio, las contradicciones han comenzado a manifestarse en el mismo
debate sobre las medidas económicas y sociales a adoptar junto al Estado de Alarma. Ni la reunión de
la Comisión Delegada para Asuntos Económicos del viernes, ni las siete horas del Consejo de Ministros

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del sábado 14 de marzo han permitido otra conclusión que posponer al martes siguiente y tras una
nueva reunión del Consejo de Ministros el anuncio de las medidas. El debate es transversal y divide al
PSOE. Pero esas medidas de ayuda directa y real son imprescindibles para proteger a los sectores más
débiles y desprotegidos.
Resulta sorprendente que en la decisión del Consejo de Ministros no haya ninguna referencia a
medidas urgentes para afrontar el problema de las miles de personas que van a engrosar las filas del
paro. Con razón, los sindicatos exigen medidas sociolaborales y han declarado que “Es el momento de
actuar para que la caída de la actividad, producto de la situación de emergencia sanitaria que vivimos,
se canalice por fórmulas distintas a la extinción de contratos. No caben más demoras. Hay que actuar
protegiendo a las personas. Y hay que hacerlo ya. Sabemos que hay que tomar medidas que faciliten el
mantenimiento de las empresas, de liquidez, de contención temporal de gastos, pero las trabajadoras y
trabajadores no pueden quedarse a la cola de las medidas a tomar. No es justo socialmente, no es con-
veniente económicamente y no es entendible políticamente”.
Hacen falta políticas republicanas de izquierdas
La cuestión esencial es como gestionar el Pacto Fiscal europeo, con el peso de la deuda pública acu-
mulada del 100%. A las tasas actuales no es tanto un problema de su servicio como de la aceptación de
las políticas del gobierno por parte del Banco Central Europeo (que ya ha anunciado la ampliación de
su programa de flexibilización cuantitativa para 2020-21 TLTRO III), de la Comisión europea y de los
llamados “mercados” (es decir, especuladores, empresarios y banqueros). Lo que está en cuestión es el
equilibrio de los intereses de clase de como gestionar la pandemia y la recesión económica que se
anuncia inevitable.
Porque la concentración de poder extraordinario del Estado de Alarma plantea cuestiones de fondo
sobre los límites del Régimen del 78. Por ejemplo, los jueces de Barcelona han decidido que no ejecu-
tarán desahucios mientras dure esta crisis. Es una buena decisión, que demuestra también que podría
acordarse para el futuro mientras las familias no tengan otra alternativa habitacional. La Plataforma de
Afectados por las Hipotecas (PAH) ha solicitado al gobierno que la moratoria se extienda a todo el
Reino. En Barcelona, 1.087 propietarios tienen 75.767 viviendas. El 0,2% de los contribuyentes dispo-
nen del 9,8% de las viviendas. Y la tendencia a la concentración es cada vez mayor con la presencia de
las grandes empresas y fondos buitre.
Por ejemplo, parece urgente tomar medidas para controlar los precios. La población se ha lanzado a
la compra compulsiva temiendo el desabastecimiento, pero, más allá de la exageración que hoy pueda
representar, puede ser utilizado por las empresas para subir los precios de productos de primera necesi-
dad. Un decreto urgente debería ser aprobado para poner medidas de control y vigilancia y sanciones
contra quien aproveche la situación para sacar beneficios extras.

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Por ejemplo, la especulación en la Bolsa es otra de las muestras de esta crisis. Deberían prohibirse
las apuestas a la baja, que tantos beneficios representan para los grandes inversores y tantas pérdidas
para los pequeños accionistas; deberían controlarse las inversiones especulativas y establecer controles
respecto a las oscilaciones bursátiles.
Por ejemplo, nuestro sistema de salud público necesitará situar bajo su control a la sanidad privada
para utilizar todas las capacidades existentes sin que ello suponga una sangría inimaginable en las
actuales circunstancias de transferencias del presupuesto público para satisfacer no los costes sino los
beneficios de sus inversores privados. Y la contradicción largamente arrastrada de poseer un sistema
sanitario público que no está acompañado de una industria pública farmacéutica y de insumos sanita-
rios, en su totalidad en manos privadas, cuando faltan cosas tan elementales para proteger a los trabaja-
dores de la sanidad como mascarillas y trajes protectores.
Por ejemplo, es la ocasión para que los sindicatos exijan el máximo de control y establezcan el
máximo de vigilancia sobre todos los procesos de expedientes, para que no se apruebe ninguno sin
acuerdo sindical. Si estamos en una situación de alarma social, no deben ser solo los trabajadores quie-
nes la soporten. En una situación como esta en que se pide la colaboración de todos, a quien primero se
le debe exigir es a los que más tienen.
Por ejemplo, que durante un tiempo se paguen los salarios, aunque no haya producción. Si el
gobierno ya ha establecido que una persona afectada por contagio se considera accidente de trabajo, es
decir cobra su salario desde el primer día, deberían establecerse medidas de ese tipo para las plantillas
afectadas por cierres o despidos durante el tiempo que dure el estado de alarma por el virus. No puede
ser que la única medida que se tome sea la inyección de dinero público para que los capitalistas sigan
manteniendo sus beneficios. Porque ese dinero luego se transformará en deuda y se pretenderá volver a
las políticas de austeridad y de recortes, que ya sabemos lo que representan. Es el momento de recupe-
rar el proyecto de una banca pública a partir de Bankia que pueda mantener el acceso a los créditos de
las pequeñas y medianas empresas con dificultades.
Se trata de simples medidas para evitar que la población no rica sufra las consecuencias o, si se
quiere llamarlo propiamente, medidas de libertad republicana que no empeoren aún más sus condicio-
nes materiales de existencia. Porque, por decirlo con el viejo pero no desactualizado lenguaje, se trata
de lucha de clases.
En la medida en que el principal instrumento de la respuesta a la pandemia y a la recesión econó-
mica que va a desencadenar es el gasto público, la presión por ejercer los poderes extraordinarios pre-
vistos en el art 116.2 de la Constitución y el Estado de Alarma van a situar al gobierno en la encrucijada
que ha intentado rehuir desde su formación.
La presión de los grandes propietarios y gestores económicos es que las políticas fiscales del
gobierno prioricen las transferencias a su favor para mantener sus ganancias no a través de la “mano
invisible del mercado” sino de la flexibilización cuantitativa del BCE y el presupuesto de 2020. Lo que
piden son ERE´s y flexibilidad del despido en el diálogo social. ¿Cómo garantizar sino es mediante la

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intervención pública el acceso a los créditos de las medianas y pequeñas empresas, que es uno de los
objetivos teórico de la política monetaria del BCE, cuando la mayoría son empresas zombies cargadas
de deudas y al borde de la quiebra con los despidos de plantilla que implica?
Como conocen los lectores de Sin Permiso, la defensa de la Renta Básica universal e incondicional
es una de nuestras señas de identidad. Cuando la lógica de la crisis económica intrínseca en el sistema
capitalista opera como el principal mecanismo de recuperación de la tasa de ganancias, abandonando al
paro a una parte significativa de las clases trabajadoras, es esencial asegurar su dignidad ciudadana por
encima de la miseria, orientando las políticas fiscales a este fin. No perjudicar los niveles de existencia
material implican una lógica económica que incentiva sectores económicos básicos y que permite abrir
el debate de como satisfacer la demanda de consumo básico sin que la única opción sea la sobre-explo-
tación.
Cuando el éxito de la contención de la pandemia depende de la cuarentena solidaria, de la asistencia
sacrificada de los sanitarios, de mantener la producción de los bienes esenciales, la disciplina social
puede y debe ser consciente. Consciente de los intereses sociales de la mayoría que están en juego, de
lo que nos jugamos, de las obligaciones de un gobierno progresista que, para serlo, también tendrá que
ser de izquierdas.
Derechos de libertad republicana
Días antes del estado de emergencia, el PSOE se negó a constituir una comisión parlamentaria para
investigar la corrupción de Juan Carlos I, junto a Vox y el PP. Mal presagio para las medidas de libertad
republicana. Pocos días también del estado de emergencia, el constitucionalista sevillano Pérez Royo
escribía a propósito de la lucha pública contra el coronavirus: “Es la ocasión para que resulte visible
por qué el constituyente español del 78 acertó al considerar que el Estado unitario y centralista no podía
ser la forma de Estado de la Democracia española. La complejidad de la sociedad española y su diversi-
dad territorial no puede ser dirigida desde un Estado unitario ante la crisis por la que estamos atrave-
sando”. El gobierno de Sánchez ha optado por la dirección contraria.
La declaración del Estado de Alarma es sin duda necesaria. Pero la forma que ha adoptado, la expli-
cación que se ha ofrecido en nombre de una unidad nacional que parece obviar los interesas sociales en
liza y las distintas competencias de las comunidades, en especial en Euskadi y Cataluña, donde tam-
poco se puede obviar la crisis constitucional por decreto, aparecerá para importantes sectores de la
población como la recentralización que viene exigiendo la derecha mas reaccionaria, aunque sea por
vía indirecta y en nombre de la emergencia sanitaria. Había otra vía y era la de profundizar en el diá -
logo y la coordinación anunciadas, especialmente en Cataluña.
Efectivamente, el gobierno español puede aplicar las competencias que solamente él tiene. Así que
podría establecer que toda la ciudadanía tuviera la republicana existencia material garantizada hasta
que durase la situación de emergencia: una renta básica de 1.000 euros para toda la población hasta fin
de año, por ejemplo. Eso es menos dinero que el que sirvió para rescatar a la banca española. Para los
que les preocupa que reciban una renta básica los más ricos, en la declaración anual del IRPF, todas

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aquellas personas que tuvieran unos ingresos brutos superiores a 25, 35, 40.000 euros brutos, se les vol-
vería a descontar. ¿Cuál es el problema? ¿No estamos en una situación de emergencia? “El virus no
entiende de colores, de partidos, de ideologías, ni de territorios”, dijo Sánchez. Nadie en su sano juicio
podía pensar lo contrario, el virus no entiende de estas cosas, pero los humanos sí. Y de eso hablamos.
Plagados de trumpismo, Joseph E. Stiglitz
Nueva York – Como educador, siempre estoy buscando “momentos enseñables” –episodios actuales
que ilustren y reafirmen los principios sobre los que he venido enseñando–. Y no hay nada como una
pandemia para centrar la atención en lo que realmente importa.
La crisis del COVID-19 es rica en lecciones, especialmente para Estados Unidos. Una moraleja es
que los virus no andan con pasaportes; de hecho, no respetan en absoluto las fronteras nacionales –o la
retórica nacionalista–. En nuestro mundo estrechamente integrado, una enfermedad contagiosa que se
origina en un país puede volverse global, y lo hará.
La propagación de las enfermedades es un efecto colateral negativo de la globalización. Cuando sur-
gen crisis transfronterizas como ésta, exigen una respuesta global y cooperativa, como en el caso del
cambio climático. Al igual que los virus, las emisiones de gases de efecto invernadero están causando
estragos e imponiendo enormes costos a los países en todo el mundo a través del daño causado por el
calentamiento global y los episodios de clima extremo asociados.
Ninguna administración presidencial estadounidense ha hecho más para minar la cooperación global
y el papel del gobierno que la de Donald Trump. Sin embargo, cuando enfrentamos una crisis como una
epidemia o un huracán, recurrimos al gobierno, porque sabemos que esos acontecimientos exigen una
acción colectiva. No podemos hacerles frente por cuenta propia; tampoco podemos depender del sector
privado. Muy a menudo, las empresas que maximizan las ganancias verán en las crisis oportunidades
para hacer subir los precios, como ya se evidencia en el alza de los precios de las mascarillas faciales.
Desafortunadamente, desde la administración del presidente estadounidense Ronald Reagan, el man-
tra en Estados Unidos ha sido que “el gobierno no es la solución a nuestros problemas, el gobierno es el
problema”. Tomarse ese mantra en serio es un callejón sin salida, pero Trump ha avanzado por ese
camino más que cualquier otro líder político estadounidense que se recuerde.
En el centro de la respuesta estadounidense a la crisis del COVID-19 está una de las instituciones
científicas más venerables del país, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC),
donde tradicionalmente han trabajado profesionales comprometidos, experimentados y altamente entre-
nados. Para Trump, el político más ignorante de todos, estos expertos plantean un serio problema por-
que lo contradirán cada vez que intente inventar hechos para satisfacer sus propios intereses.
La fe puede ayudarnos a lidiar con las muertes causadas por una epidemia, pero no es un sustituto
del conocimiento médico y científico. La fuerza de voluntad y las oraciones no sirvieron de nada para
contener la Peste Negra en la Edad Media. Afortunadamente, la humanidad ha hecho enormes progre-
sos científicos desde entonces. Cuando apareció la cepa del COVID-19, los científicos rápidamente

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pudieron analizarla, someterla a pruebas, rastrear sus mutaciones y empezar a trabajar en una vacuna.
Si bien todavía hay mucho que aprender sobre el nuevo coronavirus y sus efectos en los seres humanos,
sin la ciencia estaríamos completamente a su merced y ya habría cundido el pánico.
La investigación científica exige recursos. Pero la mayoría de los mayores progresos científicos en
los últimos años han costado centavos en comparación con la generosidad impartida por Trump a nues-
tras corporaciones más ricas y con los recortes impositivos de 2017 de los congresistas republicanos.
Por cierto, nuestras inversiones en ciencia también languidecen en comparación con los posibles costos
de la última epidemia para la economía, para no mencionar las pérdidas de las bolsas.
De todos modos, como señala Linda Bilmes de la Escuela Kennedy de Harvard, la administración
Trump ha propuesto recortes al financiamiento de los CDC año tras año (10 % en 2018, 19 % en 2019).
A comienzos de este año, Trump, dando muestras del peor sentido de la oportunidad imaginable, exigió
un recorte del 20 % del gasto en programas para combatir enfermedades infecciosas y zoonóticas (es
decir, patógenos como los coronavirus, que se originan en animales y saltan a los seres humanos). Y en
2018, eliminó la junta directiva de seguridad sanitaria y biodefensa global del Consejo Nacional de
Seguridad.
No sorprende que la administración haya demostrado estar mal preparada para lidiar con el brote. Si
bien el COVID-19 alcanzó proporciones epidémicas hace unas semanas, Estados Unidos ha dado
muestras de una capacidad de diagnóstico insuficiente (inclusive comparado con un país mucho más
pobre como Corea del Sur) y de procedimientos y protocolos inadecuados para tratar a los viajeros
potencialmente expuestos que regresaban del exterior.
Esta respuesta mediocre debería servir como otro recordatorio de que más vale prevenir que curar.
Pero la panacea universal de Trump para cualquier amenaza económica consiste simplemente en exigir
más flexibilización de la política monetaria y recortes impositivos (normalmente para los ricos), como
si recortar las tasas de interés fuera todo lo que se necesita para generar otro auge del mercado bursátil.
Hoy es mucho menos probable que este tratamiento de curandero funcione como lo hizo en 2017,
cuando los recortes impositivos crearon un estímulo económico de corto plazo que ya se había desva-
necido cuando entramos en 2020. Con tantas empresas norteamericanas que enfrentan alteraciones de
las cadenas de suministro, es difícil imaginar que de pronto decidieran hacer inversiones importantes
sólo porque las tasas de interés fueron recortadas 50 puntos básicos (suponiendo, por empezar, que los
bancos comerciales trasladaran los recortes).
Peor aún, los costos totales de la epidemia para Estados Unidos todavía se desconocen, particular-
mente si no se contiene el virus. A falta de una licencia paga por enfermedad, muchos trabajadores
infectados a los que ya les cuesta llegar a fin de mes van a presentarse a trabajar de cualquier manera. Y
a falta de un seguro de salud adecuado, se mostrarán reacios a realizarse estudios y solicitar trata-
miento, para que no les lleguen facturas médicas gigantescas. No debería subestimarse la cantidad de
estadounidenses vulnerables. En la administración Trump, las tasas de morbilidad y de mortalidad están
en aumento, y unos 37 millones de personas regularmente padecen hambre.

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Todos estos riesgos aumentarán si cunde el pánico. Para impedir que esto suceda hace falta con-
fianza, particularmente en quienes tienen la tarea de informar a la población y responder a la crisis.
Pero Trump y el Partido Republicano han venido sembrando desconfianza hacia el gobierno, la ciencia
y los medios durante años, mientras que les dieron rienda suelta a gigantes de las redes sociales ávidos
de ganancias, como Facebook, que a sabiendas permite que su plataforma sea utilizada para propagar
desinformación. La ironía perversa es que la respuesta torpe de la administración Trump minará la con-
fianza en el gobierno aún más.
Estados Unidos debería haber empezado a prepararse para los riesgos de la pandemia y del cambio
climático hace años. Solo una gobernanza basada en ciencia sólida puede protegernos de estas crisis.
Ahora que ambas amenazas penden sobre nosotros, es de esperar que en el gobierno todavía queden
suficientes burócratas y científicos dedicados que nos protejan de Trump y de sus secuaces incompeten-
tes.
* Premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia y economista
jefe en el Instituto Roosevelt. Es el autor, más recientemente, de People, Power, and Profits: Progres-
sive Capitalism for an Age of Discontent. Project Syndicate 1995–2020

¿El coronavirus nos hará más desiguales en Colom-


bia? Fernando Rojas
Hoy nos enfrentamos a una pandemia: el covid-19. Los esfuerzos para evitar su propagación necesi-
tan de la colaboración de todos, pero también de un liderazgo que esté a la altura de las circunstancias.
Ahí tenemos un gran desafío en Colombia porque debemos tomar la decisión de qué camino vamos a
seguir. En ese sentido, el caso de Corea del Sur ha llamado mucho la atención porque es un gobierno
que se centró en resolver la crisis, que convocó a la sociedad y estableció, sin dilaciones, una amplia
red de diagnóstico. Así, mientras en Estados Unidos entre enero y marzo fueron examinadas 4.300 per-
sonas, en Corea del Sur hicieron la prueba a 196.000. Esto redujo sustancialmente los efectos más
negativos de la pandemia en su población.
Por ahora, la apuesta del Gobierno de Colombia no es clara. Con un coeficiente de Ginni de 0,517,
parece apostarle a un paquete de medidas de las que no se tiene claro su verdadero impacto en el tejido
social de un país profundamente desigual. El teletrabajo, la suspensión de las clases en jardines, cole-
gios y universidades fueron presentadas como acciones para frenar el riesgo de contagio del coronavi-
rus. Sin embargo, teniendo en cuenta que la informalidad laboral en Colombia llegó al 61% en 2018,
según la OIT, un amplio sector de la población no podrá darse el lujo de guardarse y tendrá que hacer
milagros porque viven al diario. Si no trabajan, no comen.

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