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Ciencia y Reconstrucción nacional

Homero R. Saltalamacchia

Para situar esta opinión en el contexto de un artículo breve me serviré de la lectura de un artículo
publicado en esta misma revista, denominado “Ciencia / Tecnología / Producción / Sustentabili-
dad”, elaborado por el Instituto Patria. Hacerlo me permite abreviar, pues situaré lo dicho en el
contexto de la propuesta general sobre la recuperación de la patria a partir del próximo gobierno
y, en particular, lo relativo a la colaboración de la ciencia y la tecnología en la actual coyuntura.
Aspecto importante en la lucha por el modo en que nos iremos integrando en un mundo cre-
cientemente transnacionalizado.

En este aporte me referiré a la necesidad de integrar el Circuito Formativo en la fórmula I+D+i;


(incluyendo un replanteo de las formas en que particularmente las universidades se integran
con la vida social), con lo que la fórmula sería I+D+i+F. Esto implica la necesidad de romper con
un pensamiento elitista, y demasiado ligado a los valores propugnados por los países más pode-
rosos, implícito en la reducción de la Investigación científico tecnológica a ciertas instituciones,
dejando de lado el aporte global de las universidades (desde la docencia y no solamente desde
sus investigadores), tanto en la generación de ideas como en la indispensable divulgación y cap-
tación de conocimientos sobre lo económico y lo social (si es que la separación sirve de algo).
Argumentación en la que traeré explicaciones ya expuestas, en general, en otro artículo (Salta-
lamacchia y Mundt, 2018), agregando lo que los investigadores sobre el tema ya saben: que
nuestras fórmulas y metáforas son esquemas cognitivos que guían nuestro pensamiento y con-
ductas (Lakoff y Johnson, 1995); en este caso en modo equivocado.

Indispensables sinergias
Tanto en el artículo citado en el comienzo de mi introducción (así como en toda nuestra produc-
ción discursiva de estos años) se ha postulado la necesidad de reconstruir nuestro mercado in-
terno, incluyendo el del empleo formal. Para eso, dadas las condiciones en que dejan el gobierno
los CEOs, debemos reindustrializarnos, evitando propuestas que impliquen gasto de divisas y en
lo posible exportar. Propósito incumplible si solamente contáramos con los recursos de las em-
presas transnacionales o transnacionalizadas, que pugnan en sentido contrario. Por lo que será
necesaria una fuerte y bien cultivada estructura gubernamental (en la nación y las provincias) y
un plan de gobierno que evite que los recursos de esas empresas absorban casi todos los esfuer-
zos de la reactivación. Pues eso nos llevará a la debilidad y la frustración.

¿Cuáles son entonces las empresas relacionadas con el mercado interno (tanto el laboral como
el de mercancías)? ¿cuáles son los emprendimientos cuyos propietarios o gerentes no estén
tentados a fugar capitales, en cambio de invertirlos en la generación de empleo y productos?
Nuestros discursos confluyeron en una respuesta: las PyMEs. Todos conocemos las razones de
esa respuesta. También sabemos que otro de nuestros argumentos fue que ese desarrollo debe
incluir una intensa participación del conocimiento y la innovación, indispensables en la nueva
época. Solo con ambos condimentos podemos preparar un resultado que permita el afianza-
miento de empresas PyMEs capaces de competir nacional e internacionalmente sin excesivos
subsidios. Y en la confluencia de esas dos razones (entendidas como argumento y como causa
de, y adecuación a, ciertos objetivos) es que se plantea mi objeción a ciertos modos de entender
el Sistema Nacional de CyT que usualmente se lo piensa restringido al MINCYT, al CONICET y
extendida, en ocasiones, a organismos como el INTA, INTI y semejantes. Instituciones que, tal
como lo expondré, pienso demasiado ligadas a una cultura científico-tecnológica incapaz de

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aproximar masivamente sus producciones a las reconocidas necesidades de nuestras PyMEs en
la actualidad.

Discutir sobre esa restricción es importante ya que tal como lo afirma Daniel Filmus, sin duda
con fundamentos:

Es necesario que el Congreso Nacional convoque acuerdos que permitan que


la gran mayoría parlamentaria apruebe leyes que planteen ambiciosos obje-
tivos en esta área. Una Ley Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Pro-
ductiva, una Ley de Financiamiento de la Ciencia, que incluya grandes incen-
tivos para la inversión del sector privado, y una nueva Ley de Educación Su-
perior, que promueva el aporte de las universidades al desarrollo científico-
tecnológico autónomo y a los proyectos productivos nacionales y regionales,
son algunas de las asignaturas pendientes que deberá asumir el futuro go-
biernoi.
Si, como es previsible, esas leyes semejantes fuesen efectivamente discutidas, es importante
comprender cómo se vinculan las universidades (y las leyes que le conciernen) con los otros
organismos aludidos en las dicciones “Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva” y “Financia-
miento de la Ciencia” y de todos ellos con nuestra sociedad: sus producciones y productores.

Nuestra ciencia y el soft power norteamericano


Joseph S. Nye Jr.(2004) afirma que el poder asume muchas apariencias y que entre ellas, el poder
blando es una forma de poder y no una debilidad, por eso, insiste, es necesario que los Estados
Unidos lo incorporen como estrategia.

Cómo se sabe, ese poder débil es presentado como la capacidad para obtener lo que un país
desea por medio de la convicción o la atracción y no necesariamente por medio de la fuerza
explícita o la corrupción de los liderazgos. Lo que no creo que esté claro son las razones de su
exigencia o de sus preocupaciones al respecto, pues el país del norte ha recurrido a ese tipo de
poder desde sus primeras incursiones coloniales. Primero les vendemos nuestro cine y luego
nuestros productos, decía alguien desde los Estados Unidos. Lo que no implicaba solo el poder
de esa ilusión óptica sino las becas para estudiar allá (maestrías y doctorados), la invitación a
dar conferencias o clases, el ya aludido financiamiento y otras formas de tentación menos dignas
de ser divulgadas. Lo que no ocurre únicamente con estudiosos de las ciencias físicas o naturales
sino también con politólogos y economistas, por citar solo algunas de las disciplinas de las cien-
cias sociales que son premiadas con “el apoyo” de las instituciones académicas o gubernamen-
tales de aquel país. El resultado a nivel mundial es la producción de una amplísima red de caba-
llos de Troya que, con la mejor buena voluntad, creen que piensan según saberes y gustos o
preferencias individualmente forjadas, y que luego nos transmiten esos pensamientos por los
diferentes medios de creación de opinión en aulas, periódicos, etcétera.

Las culturas en nuestras comunidades académicas


Hay sin duda organismos como el INTA y el INTI que, según me consta, poseen una organización
que los liga a los productores y ello puede facilitar un mayor grado de comprensión de las nece-
sidades de estos. Lo que implica la posibilidad de generar investigaciones dirigidas a esas nece-
sidades y la eventual capacidad de recoger conocimientos originados por dichos productores;
para generalizarlos y protegerlos de la apropiación de las transnacionales; que tienen la perma-
nente disposición a captar conocimientos aborígenes y patentarlos en su beneficio, así como
medios para pagar la gestión y defensa de dichas patentes.

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Pero ¿cuál es la capacidad de los investigadores del CONICET y los financiados por el MINCYT
para lograr esa captación, esa divulgación protegida y esa defensa? No hablo por supuesto de
las capacidades y disposiciones de algunos investigadores. Hablo de comunidades académicas
sometidas a una serie de restricciones que incluso producen las normativas de sus institutos de
pertenencia y de sus carreras de investigación.

Comunidades que, para constituirse como tales (como toda relación institucionalizada) poseen
normas, explícitas e implícitas, que regulan el prestigio e incluso las posibilidades de pertenencia
o no a ellas. Comunidades que se valen de revistas que sirven como vínculo; pero también como
el medio principal para la construcción del perfil de sus investigadores; habilitando las acreen-
cias curriculares que permiten los currículos con un mayor o menor prestigio. Revistas que son
editadas en los Estados Unidos o en los más poderosos países europeos. Y que, incluso en estos
últimos, tienen como idioma privilegiado al inglés. Revistas que, para todo ello, instituyen refe-
ratos que representan los valores predominantes de dichas comunidades y que juzgan desde
dichos valores cuáles son los artículos buenos e interesantes; asunto en el que compiten con las
fuentes de financiamiento en la línea de fijar las agendas de investigación. Fenómeno que es
común a casi todas las ciencias. Y en el que colaboran nuestras instituciones científico-tecnoló-
gicas mediante demandas curriculares en las que se pregunta sobre el idioma de la publicación
y sobre el país, aceptando el criterio hegemónico sobre los prestigios relativos.

Ese es el ámbito en el que se socializan las/os investigadores argentinos. De ese modo, salvo
como curiosidad etnográfica (como insumo electoral por las emulas de Cambridge Analytical,
para consumo de las trasnacionales y sus representantes políticos o sus lobistas) poco es lo que
importan las PyMEs Argentinas, como podría ser los saberes tácitos que organizan las activida-
des emprendedoras.

La economía con corbata que se enseña en Ciencias Económicas o las teorías de la transición
democrática que se enseñan en Ciencias políticas son los ejemplos que conozco directamente
en la Argentina. Pero, para las otras ciencias, además de varios testimonios que escuché al res-
pecto a lo largo de mi vida, me basta con citar el testimonio de Darío Codner (Secretario de
Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universidad Nacional de Quilmes) quien, en un
reportaje narró los resultados de una investigación propia. Una de las proposiciones de dicho
trabajo, tal como lo cita el reportero ante él, es la siguiente: “Identificamos un flujo de inversión
pública en forma de investigación científica que es tomado por empresas extranjeras. Ese meca-
nismo se retroalimenta porque muchas de esas empresas después nos venden un producto tec-
nológico” ii. Luego, en otra parte del reportaje el entrevistador que lo provoca diciendo: “Un
científico puede decir, bueno, lo que yo hago es ampliar la frontera del conocimiento y eso es un
aporte a la ciencia, que es universal”. A lo que el Dr. Codner responde:

¿Y eso qué significa? […] La pregunta sobre la qué estoy contribuyendo como
científico debería ser más amplia. La libertad por ampliar la frontera del co-
nocimiento tiene bordes éticos y acá tenemos un dato objetivo, que hay pa-
tentes que están capturando conocimiento. Al principio, cuando se los mos-
trábamos a los investigadores, no lo podían creer”.
La entrevista y el texto de dicho autor merecen ser leídos. Pero, por razones de espacio, me
privo de hacerlo. Recordando únicamente que en dicha investigación su autor encontró que
muchas de las publicaciones de investigadores argentinos formaron parte de los fundamentos
de patentamientos hechos por parte de grandes transnacionales. A lo que únicamente vale agre-
gar el recuerdo de que, una vez patentado, el uso de esos productos debe pagar royalties por

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quienes en la Argentina quieran utilizarlos; o que los consumidores argentinos deberán pagar
por esos productos un precio que incluye el valor que las empresas cargan por esas patentes.
Ignorando el gambito que los científicos citados estudiaron y trabajan gracias al esfuerzo de toda
nuestra comunidad.

¿Qué estoy diciendo? ¿Ocurrió acaso que los autores de los artículos fueron escritos y publica-
dos con el objetivo de beneficiar a esas empresas trasnacionales? ¿Es cierto que nuestros poli-
tólogos propugnan una imagen de lo que es una democracia, o lo que es el populismo, con el
propósito de auxiliar a la hegemonía norteamericana, promoviendo la idea de que “los Estados
Unidos son espejo y guardián de todas las democracias que se consideren aceptables”? Por
cierto que no. Incluso ocurre que muchos de esos científicos son compañeros.

Lo que sí ocurre es que, dada la institucionalidad existente, no podrán progresar en sus comuni-
dades aquellos científicos que respondan a otras formas de promoción.

De eso tenemos que tomar conciencia cuando discutamos temas relativos en torno a la institu-
cionalización de las ciencias. Pero eso no cambiará inmediatamente.

Mientras tanto, en lo que podemos ir avanzando es en la creación de cambios en las estructuras


que estén bajo nuestro relativo control. Y una de ellas son las universidades.

Un gran mérito peronista ha sido el crear una red de universidades, sobre todo en el conurbano
bonaerense, lugar en el que se radican una parte importante de las PyMEs, eso da a las univer-
sidades un rol preponderante a la hora de establecer lazos de reconocimiento y co--aprendizaje
con dicho tipo de empresas.

Frente a lo que muchos empresarios parecen creer, la conversión de dichas PyMEs en empresas
competitivas no solo supone una política impositiva o de créditos blandos. Hoy, gracias a Cam-
biemos, ambas políticas son indispensables. Pero no deben ni necesitan ser el eje de la promo-
ción de las PyMEs. Por el contrario, dados los cambios globales (propios del capitalismo cognitivo
o sociedad del conocimiento) lo que se requiere es potenciar la capacidad de gestionar crisis
generando intercambios de experiencias entre empresarios. Pero también potenciar los conoci-
mientos de sus respectivas producciones y proveerles la oportunidad para apropiarse de nuevos
conocimientos. A las universidades, su cercanía geográfica con dichos sectores les facilita pro-
ducir una serie de iniciativas que vayan en esa dirección. Lo que a su vez les permitirá a éstas
potenciar sus cambios para abandonar obsoletas estructuras y planes de estudios, dándoles la
oportunidad que se entiendan como lugares de formación continuada de los diferentes sectores
de nuestra sociedad.

Dado lo vertiginoso de los cambios, las universidades no pueden mantener su antigua estruc-
tura, en la que las relaciones con la sociedad responden a visiones envejecidas de lo que las
profesiones necesitan; y una relación con lo social dada por la muy poco valorada “extensión”.
Tampoco sirven bien los organismos de “vinculación tecnológica”. Pues no forman parte, no son
controladas, ni enriquecen a la comunidad de cada universidad como un todo.

Pueden mantenerse dichas instituciones. Pero lo imprescindible es generar relaciones de cada


una de las carreras con sus respectivos sectores socioeconómico de referencia. Generar peque-
ñas y múltiples investigaciones sobre tales sectores en sus respectivos territorios y promover e
inventar formas de incentivar los emprendimientos de todo tipo creando en ese proceso vincu-
laciones entre los representantes de diferentes carreras y sectores del conocimiento global. Eso
permitirá que se formen empresarios y trabajadores, en una sociedad en la que nadie debería

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dejar de estar incluido; así como consumidores, en todas las facetas de la vida de nuestros con-
ciudadanos. En ese proceso, es posible que se cree una nueva reforma universitaria y una re-
forma de los criterios de cientificidad que generen académicos e investigaciones de interés na-
cional.

i
http://www.danielfilmus.com.ar/la-situacion-de-la-ciencia-y-tecnologia-en-argentina-realidad-y-desa-
fios/
ii
Ver http://www.unsam.edu.ar/tss/dario-codner-la-argentina-es-un-pais-consumidor-de-tecnologia/

Bibliografía citada
Lakoff, G., & Johnson, M. (2017). Metáforas de la vida cotidiana (Cátedra; Colección Teorema).
Madrid.
Nye, J. S. (2004). Soft power: The means to success in world politics (1st ed). New York: Public
Affairs.
Saltalamacchia, H. R., & Mundt, C. (2018). La formación, una deuda en la fórmula I+D+i. RAES,
10(16), 175-198.

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