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Proudhon
Proudhon, Prometeo intelectual, pensador profundo, tan respetable por la autoridad de su
carácter como por su genio vigoroso, con un gran talento crítico y un razonamiento siempre
agresivo; personalidad originalísima, que se coloca fuera de todas las corrientes del pensamiento
contemporáneo (apenas si toma a Hegel su devenir en el orden serial), constituye una de las
curiosidades de nuestro siglo y aparece cual un enigma indescifrable.
Pedro José Proudhon nació en Besançon (Julio de 1809). Fue hijo de unos cerveceros; su
padre era inteligencia algo vulgar. Parece que heredó de su madre, mujer heroica, la energía de su
carácter y de un tío suyo, abogado en Dijon, la sutileza jurídica, que con lo rudo del proletario
muestra uno de sus rasgos más salientes como escritor. Guardó vacas durante su niñez. Comenzó
sus estudios casi por caridad. Como su familia era muy pobre y no podía comprar libros, tenía que
pedírselos prestados a sus condiscípulos y copiar el texto de las lecciones. Un día, después de la
distribución de premios y de haber obtenido varios, entró en su casa, sin encontrar nada que comer.
Por su asiduidad al trabajo llamó la atención de la Academia («su madrina», como él decía) de su
ciudad natal. A los catorce años de edad leía todos los libros de la biblioteca de la Academia, y a los
diez y nueve era tipógrafo y más tarde corrector de pruebas, circunstancia que le obligó a estudios
muy variados. Corrigiendo una traducción de la Biblia, aprendió el hebreo y estableció
comparaciones entre la Vulgata y el texto judío. [386]
Tal variedad en los estudios le proporcionaba una gimnástica, que templaba su acerada
inteligencia, atraída siempre por la invectiva y la amenaza. El primer trabajo de Proudhon, versado
por este tiempo (1837) en el griego, el hebreo y la teología, fue un Ensayo de gramática general.
Aunque notable es muy incompleto, pues Proudhon desconocía los estudios lingüísticos de
Bournouf y Humboldt. En 1838 concedió a Proudhon, no sin algunas dificultades (pues su discurso
Consagración del domingo revelaba ya anhelos igualitarios), la Academia de Besançon la pensión
Suard (1.500 francos), que estuvo para perder dos veces, logrando conservarla merced a defensas,
si hábiles y enérgicas, a la vez diplomáticas. Al año siguiente rehizo Proudhon su primer trabajo con
el título Investigaciones sobre las categorías gramaticales y algunos orígenes de la lengua francesa
y lo presentó al concurso del premio Volney, obteniendo una mención.
¡Sueño pueril! que el propio Proudhon contradice, [387] burlándose más tarde, con su ingenio
escéptico y zumbón, de los anhelos religiosos de Saint-Simon, de las cosmologías de Fourier, de la
superficialidad de Cabet y de los idealismos de L. Blanc, al cual llega a apellidar escritor
hermafrodita. ¡Sueño pueril! que contradice con su crítica negativa, sin que sus esfuerzos de
síntesis lleguen más que a una total confusión, siquiera en todos ellos muestre una inteligencia
vigorosa y gran rectitud moral.
Casi es elemento determinante del juicio para Proudhon un accidente, el de su nacimiento. Los
defectos de Proudhon proceden de su origen y de su educación, las buenas cualidades de su
natural austero y de su existencia honrada. Los odios de clase perturban su severidad estoica y en
ocasiones parece, más que un grande hombre, meteoro fugaz, con más facundia que elocuencia y
con más astucia de leguleyo que convicciones. A veces le domina la malicia nociva a toda
grandeza» y llega a decir quejándose de una soñada conspiración del silencio: «Soy por naturaleza
poco modesto, pero franco en mi amor propio, no creo en la modestia de los demás». Toma parti
pris, deja de ser pensador para convertirse en atleta; el hombre reflexivo es sustituido por el
sectario.
Todo el bagaje bíblico de su cultura estimula la imaginación puritana de Proudhon, el cual llega
a buscar la democracia en interpretaciones más o menos exactas de la teogonía mosaica y a
concebir utópicamente una igualdad de condiciones sociales rayana en el comunismo, sin que las
sanas advertencias de Jouffroi y de Droz (el tutor que le señalara la Academia al concederle la
pensión) consiguiesen más que exaltar su nativo espíritu de contradicción.
Establece Proudhon en su ciudad natal una imprenta, no marcha bien con ella y va a París. Allí,
aislado, pues sus amigos se habían establecido Ackermann en Berlín y Bergmann en Estrasburgo,
con vida casta y austera, Sanson a prueba de Dalilas, revelando que en él vale tanto el
revolucionario como el Aristarco, huyendo de toda distracción y de todo placer, juzgando la vida
superficial con acentos bíblicos, propios de un jeremías, sin hallar conexión de su pensamiento, que
fermenta ávido de más saber, con el de los republicanos, ni el de los socialistas, parece fiel imagen
del que se siente solo en medio de las muchedumbres. Y si el pensamiento es como todo lo
humano un producto vivo, que requiere un medio para desenvolverse, ¿qué extraño es, con tal
aislamiento, que el de Proudhon termine en punta?...
Con una misantropía social creciente, escribe Proudhon por este tiempo a Ackermann:
«Volveré a mis tiendas el año próximo armado contra la civilización hasta los dientes, y voy a
comenzar una guerra que sólo concluirá con mi vida». No habla aquí el interés desinteresado de la
verdad, sólo se siente el quejido de un corazón amargado por las contrariedades. Se olvida que la
pasión es mala consejera, que la verdad y la filosofía no tienen bandera, que lo que el hombre pone
de sí detrás de las ideas es lo que convierte las ideas mismas a una guerra sin cuartel.
Llegamos (1840) al primer grito de guerra con la Memoria ¿Qué es la propiedad?, folleto escrito
con sangre, de una presunción y un orgullo satánicos, pues aspira a identificar la débil inteligencia
humana con el espíritu mismo de la verdad y [389] se atribuye el derecho de plegar el mundo a
determinadas concepciones subjetivas. La propiedad es un robo, exclama Proudhon, al escaparse
de la válvula de seguridad de la reflexión sus dolores comprimidos, la tristeza sombría y apasionada
de sus acentos, lo duro y acre de sus sarcasmos. El intelecto de Proudhon comienza a
desequilibrarse, efecto de su aislamiento mental. Obligado desde la adolescencia a recurrir al
trabajo manual, sólo puede satisfacer su anhelo de saber en la soledad, sin maestros que le
expliquen la parte débil de las doctrinas. Dispersos sus más íntimos amigos, sólo por
correspondencia comunica sus ideas con ellos. Almas solitarias como la de Proudhon son islas de
islas, según dice Clarín, que concluyen necesariamente en un autofagismo y en una contradicción
sin término. Escribe Proudhon a Ackermann: «No puedo entretenerme en ser hombre de letras;
pobre el último año, llego en éste a la miseria; soy como un león, si alguien tuviera la desgracia de
hacerme daño le compadecería al caer bajo mi férula. Carezco de enemigo, miro al Sena con aire
sombrío y me digo: dejemos aún pasar el día de hoy. El exceso de dolor debilita el vigor de mi
cerebro y paraliza mis facultades». Y añade: cuando el león está hambriento ruge... Con tal estado
de ánimo, con la ictericia moral de un pesimismo cuya carga se siente (aunque se sobrelleve con
dignidad), el color del cristal con que se mira empaña la visión.
No produjo todo el escándalo que Proudhon esperaba con [390] su primera Memoria. Se
defendió ante el tribunal de Besançon, que deseaba suprimirle la pensión, y se defendió digna y
valerosamente, consiguiendo la absolución y aduciendo en su defensa el carácter especulativo de
su obra y el respeto que le inspirara el Gobierno constituido, pues ni siquiera esperaba nada bueno
de los republicanos. Tan aislado se siente dentro de sí que, preocupado con su segunda Memoria
sobre la propiedad, escribe a su amigo Bergmann: «Sólo por ti me marcho un mes antes de lo que
pensaba; por ti voy a romperme las piernas». Emprende su viaje a París; lo efectúa andando en
seis días 80 leguas (por carecer de dinero) y ya no encuentra a Bergmann. Sobrelleva en París con
gran austeridad una vida de escasez y de miseria. Con cierto pudor viril se complacía Proudhon en
decir: «Sé lo que es la miseria, he vivido en ella». De su devoción a la amistad no ofreció sólo esta
prueba Proudhon. La sentía como nadie y de ella escribió con acentos ditirámbicos.
En 1841 resolvió Proudhon en parte las dificultades de la miseria, aceptando, mediante el pago
de 1.800 francos por año, el trabajo que le ofrecía un magistrado, que aspiraba a representar el
país, para que colaborase en una obra de derecho, que no se llegó a publicar. Poco tiempo duró
este modus vivendi de una inteligencia superior asalariada por otra inferior. De su servidumbre se
burlaba donosamente Proudhon y de la manera como despertaba suspicacias en el espíritu timorato
del magistrado la audacia de los pensamientos de su colaborador.
Publicó (Abril 1841) Proudhon su segunda Memoria sobre la propiedad, dedicándola a Mr.
Blanqui como testimonio de gratitud por la crítica benévola que éste hizo de la primera. Aunque en
su nuevo trabajo se había prometido a sí mismo cierta moderación (Gloria Patri y no toque de
alarma), queriendo acentuar su significación como sabio y aminorar su representación como
demagogo, no deja de escribir páginas vehementes Proudhon, dominado por su amor a la
polémica. Seguía combatiendo a la clase media, respetaba el clero y la magistratura y aun se
colocaba a cierta distancia de los intereses momentáneos de la política, y desde luego rechazaba
[391] las doctrinas comunistas. «Considero, decía, una expoliación general imposible, y por este
lado, el problema de la asociación universal me parece insoluble. La propiedad es como el dragón
que mató Hércules; para destruirla es preciso cogerla, no por la cabeza, sino por la cola, es decir,
por el beneficio y por el interés.»
Pensaba Proudhon ser un gran filósofo, luego que había conocido a Kant y comenzaba a
estudiar a Hegel. Preparaba su libro Creación del orden en la humanidad, pretendiendo explicar las
leyes universales de la organización social y exponiendo economía política trascendente. No llega,
sin embargo, a la ciencia especulativa, porque constantemente convierte las ideas en balas para
cargar sus cañones. «Considero mi empresa, escribe por este tiempo (Mayo de 1841) muy grande y
muy gloriosa; sólo me resta hacerme digno de ella. Creo que el género Memoria es el que más me
conviene: mitad ciencia, mitad folleto, noble o alegre, triste o sublime, habla a la vez a la razón, a la
imaginación y al sentimiento. La ciencia pura es demasiado árida, los periódicos excesivamente
fragmentarios y los tratados extensos muy pedantes Pseaumarchais y Pascal son mis maestros.»
Cede Proudhon en su lucha durante todo el año 1842, y aun pretende un empleo en la alcaldía
de Besançon, que le es negado, viéndose en la necesidad de vender su imprenta con un déficit de
7.000 francos. «Nada me resta que hacer, dice; en Besançon. ¿Queréis guerra? Pues la tendréis.»
Y vuelve a París el proletario con su lógica, especie de maza de Hércules, a descargar golpes sobre
el yunque algo averiado de la organización social. Donde no llega la verdad, alcanza el sofisma;
donde no basta el raciocinio, emplea la paradoja; si la sátira no es suficiente, allá va el sarcasmo.
Empleado Proudhon en Lión, casa Gauthier y hermanos, dueños de una Compañía de vapores,
tuvo que hacer varios viajes a París para atender a los negocios de sus patronos. Estuvo a su
servicio hasta que se despidió en 1847, porque decía haber estado bastante tiempo al servicio de
los demás, y deseaba ser amo, aunque fuese de una choza de salvaje. «Si he de volver a ser
asalariado, añadía, aceptaré como patrono un extranjero, un desconocido, que no sea ni mi
compañero ni mi condiscípulo, que no ponga nunca los pies en mi casa ni yo en la suya.» Durante
esta época (1844) conoció en París a su discípulo Darimon, a otros socialistas y al alemán Grün, de
la extrema izquierda hegeliana. Le proporcionó medios este último para estudiar a Hegel, cuya
dialéctica había ya en parte presentido Proudhon. De su lógica decía Grün que era especie de
«ejercicio a la prusiana»; de su representación, que era «el Feuerbach de Francia» y en su
entusiasmo por el proletario, profeta, ángel exterminador y Jehová a la vez; hace de él el siguiente
retrato: «Fisonomía franca, frente excesivamente plástica, ojos trigueños hermosísimos, poca
estatura, grueso en armonía con la viril [393] naturaleza montañesa del Jura, pronunciación
enérgica, llena, premeditadamente rústica, si se la compara con el gracioso gorjeo parisién; un
lenguaje conciso, con frases de exactitud matemática; un corazón tranquilo y alegre; en una
palabra, un hombre animoso contra todo el mundo».
Producto de sus nuevos estudios publicó Proudhon (Octubre de 1846) su célebre Sistema de
las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria, obra de demolición, de negación y de
crítica, de la cual no es posible inferir síntesis ni afirmación ninguna. Desde ella arroja Proudhon su
segunda piedra de escándalo, gritando «Dios es el mal». Han comparado algunos a Proudhon con
un hombre que se complace en disparar pistoletazos en medio de la calle para que se reúnan los
transeúntes y se ocupen de su persona. Sus discípulos han dicho que la tal imprecación va contra
el Dios de los teólogos. Lo que sí resulta evidente es que Proudhon ha refutado con elocuencia
sublime el ateísmo, que ha hablado de la trascendencia de la vida como prueba positiva de la
inmortalidad con tonos de asceta, y que ha elevado el sentimiento religioso a la cúspide de la
racionalidad, todo ello en páginas sentidísimas. Ahora que juzgue el lector... Desde luego
comprenderá que, como decía nuestro Sancho, se entra ya en los laberintos de la razón de la
sinrazón, y si le fuera posible ponerse al habla con el gran revolucionario, dirigiéndole las prudentes
advertencias de Weis, el bibliotecario de Besan con que le censuraba lo que perjudicaba a su causa
la manera de defenderla, recibiría idéntica contestación: «No estoy dispuesto a mojar mis flechas en
aceite, sino en vinagre; es preciso no cazar moscas, sino matarlas». Destruam et aedificabo, pone
como Tema a su Sistema de las contradicciones.
Después de una existencia tan agotada y de una labor tan constante, Proudhon fustiga a los
republicanos y a los demócratas, ensalzando la revolución social y menospreciando la política, y
declara que prefiere el statu quo a la impotencia de los republicanos, la economía política a las
futilezas de los socialistas y la propiedad (!!) a las torpezas del comunismo. En los últimos años de
su vida, el león viejo (aunque no achacoso) había limado algo sus uñas, siquiera hasta la hora final
siga siendo imagen del trabajo tormentoso, precipitado y de vértigo que ha tocado en lote a la
generación presente. Casado, padre de familia, habitando su casita con jardín de la rue de l'Enfer,
Proudhon vivía en la apacible vida del burgués y sus obras dejaron de ser folletos incendiarios para
convertirse en tratados científicos. Seguía, sin embargo, despertando sospechas y temores: «Salgo
poco y no veo a nadie, escribía a Bergmann: terra et agua interdictus sum.»
Poco antes de su muerte, acaecida en París, Enero de 1865, Proudhon fue juzgado con
benevolencia hasta por imperialistas como, Saint-Beuve. Francia, niño grande de la Historia, como
los pequeñuelos, se ríe del propio miedo luego que lo ha pasado, y restablecido el orden material,
comenzó a hacer justicia y aun a idealizar al Titán del socialismo{1}. [396] Paradójica, en medio de
su grandeza, la obra crítica y demoledora de Proudhon, contradictoria{2}, a pesar de lo genial, su
personalidad, no puede formularse de la una y de la otra juicio en términos cerrados y escuetos. La
conjetura, que anuncia las penumbras donde comienza la ciencia de nuestras ignorancias, habrá de
consignar que la obra de Proudhon, aparte lo negativo, no queda delineada siquiera en sus
primeros cimientos, y que su talento genial no demanda sólo admiración, sino respeto a la honradez
austera de una vida laboriosa y cumplida pagando tributo al deber, tal como lo entendía el célebre
revolucionario. De los dos fines de su obra, Destruam et aedificabo, la parte demoledora, la
revolución como palanca del movimiento social y de la reivindicación de parte de los desheredados,
es ola que apenas si contiene la repugnancia instintiva de las sociedades al suicidio, y la segunda,
el aedificabo, pende de la primera y muestra nubes preñadas de peligros, que sólo disipará la
prudente y sabia organización que acierte a garantir la seguridad de los que poseen por el bienestar
de los que trabajan. Salvo el respeto que inspira por su amor a la justicia y a la verdad, Proudhon,
terrible lógico, individualidad que se destaca luchando contra lo individual en apoteosis constante de
lo colectivo, mezcla de insolencia aristocrática con audacia plebeya, enemigo de los grandes
hombres, siéndolo él, semeja un soberbio que habla de modestia.
U. González Serrano
——
{1} La Nouvelle Revue y la Revue Enciclopedique (1895), con un patriotismo exagerado, hablan de
un ensayo dramático que dejó Proudhon, tomando por asunto el proceso de Galileo. Mr.
Lepelletier dice que el manuscrito inédito, que posee la hija de Proudhon, pudo constituir un
drama filosófico y humano, que dotara a la literatura francesa de un ¡Segundo Fausto!... quizá
en la observación de la revancha, superior a los ojos de Mr. Lepetletier al del incomparable
Goethe. No conocemos (ni el manuscrito lo esboza siquiera) el plan que hubiera concebido
Proudhon para el desarrollo de su drama Galileo; pero, sin negar el proteísmo intelectual de
Proudhon, reconociendo sus cualidades de polígrafo, filólogo, economista, filósofo, historiador,
polemista y legislador, se puede inferir que ni el asunto elegido (Galileo, víctima de la
intolerancia) condensa una acción sincrética y compleja como la del Fausto de la leyenda, ni lo
que el sin par poema alemán tiene de épico podía haber sido igualado por Proudhon, que
discurre siempre en línea recta, y menor lo que en aquél hay de dramático. La ictericia moral
que como nube densa empaña el rudo batallar de la vida de Proudhon y la gimnástica
dialéctica de su pensamiento nos parecen moldes estrechos e insuficientes para la concepción
de una obra de los altos vuelos del Fausto goethiano.
{2} V. Psic. del Amor, 2ª edic., 1897, págs. 52 y 53, y Preocupaciones sociales, 2ª edic., 1899, págs.
56 y 57.