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ámbitos y
técnicas
de intervención
TEXTOS UNIVERSITARIOS
UAH
Motricidad, José Luis Pastor Pradillo
ámbitos y
técnicas
de intervención
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© Universidad de Alcalá
© José Luis Pastor Pradillo
I.S.B.N.: 978-84-8138-739-1
Depósito Legal: M-29490-2007
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................... 13
Las últimas aportaciones de las modernas ciencias del hombre dejaron obsoletos aque-
llos viejos paradigmas cartesianos que entendían la naturaleza humana desde un modelo
dualista en el que, de múltiples formas, se intentaba descubrir las relaciones que inevitable-
mente parecían establecerse entre el soma y la psique, la materia y el espíritu o entre la res
cogitans y la extensa.
El corte epistemológico, como lo define Manuel Sergio 1, que impone la nueva
fundamentación paradigmática, se ha concretado en una revisión conceptual y metodológica
de cuantas áreas tienen por objeto principal al hombre y por tanto, también la comprensión
de las «actividades físicas» o de su conducta motriz ha necesitado, de manera ineludible,
completar un proceso de revisión crítica para poder adaptarse a la nueva perspectiva.
Aunque con cierto retraso y distinto rigor en según que casos, hoy podemos afirmar que
este proceso se ha iniciado de forma general en cada una de las áreas o de los campos de
actuación en que la motricidad es susceptible de estar presente. Esta circunstancia no debe
entenderse como el resultado de un acontecimiento puntual o identificable cronológicamente.
El proceso de revisión al que nos referimos se ha venido produciendo de manera paula-
tina, a menudo contradictoria y, en gran medida, condicionado o determinado por factores
diversos, de carácter político, académico, científico, social, económico, etc. Desde la pers-
pectiva que nos permiten algunas de nuestras investigaciones relacionadas con la evolu-
ción del espacio profesional, estamos convencidos de que esta revisión se ha producido,
casi siempre, como consecuencia de demandas o condicionantes de origen exógeno, razón
por la cual no admite una calificación genérica para evaluar todos sus resultados2.
En nuestro criterio, un ejemplo de este proceso podría ser la evolución que a experimen-
tado la corriente denominada «psicomotricidad». Con toda seguridad, su génesis, a caballo
entre el s. XIX y el XX, la justificaba como una nueva forma de entender el cuerpo y la
actividad física, adaptando esta concepción a las aportaciones que los descubrimientos de
1
Sergio, Manuel: Um corte epistemológico. da educaçao física à motricidade humana, Lisboa, Insti-
tuto Piaget, 2003.
2
Vid., Pastor Pradillo, José Luis: El espacio profesional de la Educación Física en España: génesis y
formación (1883-1961), Madrid, Universidad de Alcalá, 1997; Definición y desarrollo del espacio profe-
sional de la Educación Física en España (1961-1990), Madrid, Universidad de Alcalá, 2000.
14 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
las ciencias modernas empezaban a ofertar. Quizá por eso resulta fácil comprobar como sus
perfiles van variando a medida que sus rasgos definitorios provienen de distintas áreas del
conocimiento.
Las primeras formulaciones poseyeron el carácter casi exclusivamente fisiológico que
proporcionaban la neurología o los avances en el conocimiento del sistema nervioso. Más
tarde, el prefijo «psi» haría una alusión más nítida a los planteamientos de la Psicología y,
finalmente, su interés situaría el mayor énfasis en la dimensión sociológica de la naturaleza
humana. Esta evolución obligó a definir un nuevo corpus doctrinal y a diseñar recursos
metodológicos inéditos hasta entonces que aparecieron claramente diferenciados de lo que
ahora podríamos identificar con la educación física tradicional.
Coherentes con los diferentes paradigmas en que fundamentaban sus respectivas pro-
puestas, el unitario y global la psicomotricidad y el dualista la educación física tradicional,
cada una de las versiones propondrían distintos objetos de estudio. Mientras que la educa-
ción física tradicional identificaba su objeto de interés con un rendimiento o una eficacia
motriz que concebía, casi exclusivamente, desde una perspectiva biomecánica y orgánica, la
psicomotricidad se decantaba por una conducta que entendía desde el nuevo paradigma
unitario y, como consecuencia, integradora de todas aquellas posibles relaciones que se
establecen entre el cuerpo y la psique en un constructo holístico al que aluden con la no-
ción de «lo corporal».
Sin embargo, una vez que los nuevos planteamientos científicos han privado de sentido
al viejo paradigma dualista y que ambas versiones, la educación física tradicional y la
psicomotricidad, coinciden en el mismo modelo unitario no parece que esta distinción con-
serve utilidad alguna.
Actualmente, como formula integradora que permita la conciliación de las dos alternati-
vas y que complete un nuevo corpus conceptual, desde diversos sectores y de manera ge-
nérica, se está proponiendo el término categorial de Motricidad. No obstante, nosotros cree-
mos que esta solución será positiva sólo a condición de que sirva para anular las viejas
tendencias que, paradójicamente, al mismo tiempo proponían un método homogéneo y uni-
versalmente aceptado o una enfermiza necesidad de diferenciación a menudo argumentada
desde eufemismos, generalizaciones o descalificaciones.
Si aceptamos el concepto de Motricidad como el resultado de la superación del paradig-
ma cartesiano, como una nueva comprensión de la conducta humana entendida ahora desde
el paradigma globalista, parece inevitable que, a continuación, también definamos qué debe
identificar los procesos de intervención que en él se inspiren, a qué campos puede ser apli-
cado, qué objetivos han de perseguirse en cada caso y cuales pueden ser las técnicas más
apropiadas y eficaces para conseguirlos.
Por tanto, admitiendo previamente la posible diversidad que permite la fundamentación
conceptual y epistemológica de la noción de Motricidad y, también, cómo el sistema psico-
lógico o el modelo de motricidad elegido condicionan el diseño que de la intervención se
realice o la identificación de los factores constitutivos de la metodología, sus campos de
actuación o sus objetivos, sólo nos restaría exponer el modelo de intervención que nosotros
proponemos.
I. CONCEPTO DE INTERVENCIÓN MOTRIZ
Cualquier ensayo que pretenda aproximarse a una definición de Motricidad, aunque par-
ta o termine en esta noción, también admite distintos contenidos que, dependiendo de cua-
les sean o como se utilicen, la describirán desde perspectivas claramente diferenciadas.
Dependerá de cual sea el modelo en que se apoye la construcción conceptual de Motricidad,
del sistema psicológico con el que se intente desentrañar la conducta del hombre o de las
teorías que se esgriman para describir su estructura psicomotriz, para que también sean dis-
tintas las soluciones metodológicas con las que se intente alcanzar unos determinados ob-
jetivos en cada uno de los campos de actuación en los que la Motricidad tenga posibilidad
de estar presente.
Cualquiera que sea la elección que se realice para elaborar el cuerpo doctrinal en que se
sustente, una definición coherente del concepto de Motricidad exigirá la aceptación de una
creencia previa, de un paradigma inicial que, como afirma J.A. Cecchini, evidencie la imposi-
bilidad de una «actividad motora desligada de elementos psicológicos»1.
Sin embargo, este postulado no siempre fue hegemónico en la orientación y el entendi-
miento de la motricidad humana. A lo largo de la última centuria su descripción ha experimen-
tado un desarrollo conceptual por efecto de las aportaciones efectuadas, sobre todo, por las
ciencias del hombre y, especialmente, por la Neurología y la Psicología. El resultado de esta
revisión crítica se concretó finalmente en la sustitución del paradigma que inspiraba el mo-
delo utilizado para explicar una naturaleza humana que, paulatinamente, sería descrita desde
una perspectiva cada vez más global y unitaria cuya expresión, en adelante, ya no se iden-
tificará con el movimiento sino con la conducta.
A nivel epistemológico, este nuevo enfoque trasladaría el interés de lo motor a lo corpo-
ral y del cuerpo a un Yo descrito como un cuerpo en movimiento. La motricidad será el re-
1
Cecchini Estrada, José Antonio: Antropología y Epistemología de la Educación Física, Oviedo,
Ferrería, 1993, p. 128.
16 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
2
Berruezo, Pedro Pablo: «Hacia un marco conceptual de la Psicomotricidad a partir del desarrollo de
su práctica en Europa y en España», Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, nº 37,
(abril, 2000), p. 29
3
Boscaini, F.: «La educación psicomotriz en la relación pedagógica», Psicomotricidad. Revista de
estudios y experiencias, nº 47, (2), (1994), pp. 7-21.
4
Boscaini, F.: «Hacia una especificidad de la Psicomotricidad», Psicomotricidad. Revista de estudios y
experiencias, nº 40, (1992), pp. 5-49.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 17
de las técnicas y recursos necesarios para favorecer el desarrollo global de aptitudes o ca-
pacidades y para estructurar cuantas potencialidades son necesarias para dotar al sujeto de
su máxima eficacia adaptativa o para reestructurar sus funciones conductuales.
Pero con independencia de cual sea el resultado de este compromiso, siempre deberán
distinguirse dos aspectos fundamentales de cuya definición dependerá tanto el diseño como
el desarrollo de la intervención: la intención con la que se aborda el proceso de intervención
y la acción que se concreta su desarrollo. Discriminar ambos aspectos, respetando el inevi-
table compromiso conceptual previo, en nuestro criterio y de manera esquemática, requerirá
que la estrategia utilizada tenga en cuenta los siguientes postulados5:
– Considerar el desarrollo psicológico como consecuencia de la intervención activa del
individuo en el mundo mediante el conocimiento y control de su propio cuerpo y la
acción consciente.
– El desarrollo implica una identidad, como un proceso único, de las funciones
neuromotrices y psíquicas.
– Las capacidades mentales complejas (análisis, síntesis, abstracción, simbolización, etc.)
se fundamentan en el grado de elaboración del esquema corporal.
– Lo corporal es la dimensión básica, el medio indispensable para establecer la relación
con el mundo.
– El movimiento es el recurso relacional necesario del comportamiento.
Desde estos postulados básicos nosotros intentaremos concretar los dos aspectos a los
que hacíamos referencia con anterioridad: la intención, que concretaremos mediante el esta-
blecimiento de objetivos, y la acción. Propondremos, en cada caso, la utilización de determi-
nadas técnicas ajustándolas a un esquema de intervención concreto que también nos parece
necesario definir desde la descripción que de la noción de conducta hemos elegido.
5
Fundación ICSE (Instituto de Ciencias Sanitarias y de la Educación): Especialista en técnicas de
Expresión y Psicomotricidad, Madrid, 1993-94.
6
Justo Martínez propone los siguientes: tónico-emocional, sensorio-motor, perceptivo-motor y
perceptivo simbólico y conceptual. (Cfr., Justo Martínez, Eduardo: Desarrollo psicomotor en educación
infantil. Bases para la intervención en psicomotricidad, Almería, Universidad de Almería. Servicio de
Publicaciones, 2000, p. 121).
18 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Desde nuestro compromiso con el modelo unitario entendemos que la totalidad de estas
dimensiones del ser humano han de ser tenidas en cuenta tanto para elegir el sustento con-
ceptual como para decidir el diseño metodológico, lo cual no sería óbice para que, después,
con distinto énfasis, hagamos referencia a un determinado aspecto o a un ámbito de actua-
ción más concreto.
Tanto el sustento doctrinal de la Motricidad como el proceso de intervención de ella
derivado, pueden describirse desde planteamientos diversos: conductista, psicoanalistas, de
acuerdo con la doctrina de la Gestalt o con los axiomas cognitivistas. Igualmente, el diseño
de la intervención podrá orientarse en mayor medida a la conducta individual analizada des-
de distintos puntos de vista: desde el clínico o desde un contexto social. También podrán
ser distintas sus estrategias según hacia donde se oriente su intencionalidad: hacia la
estimulación psicofuncional, la reeducación, la terapia o, simplemente, hacia otros campos
de actuación más cercanos a las necesidades de las poblaciones especiales.
Recapitulando, podríamos afirmar que el primer compromiso básico que hemos asumido
para fundamentar nuestro modelo de intervención se refiere a la aceptación, como principio
inspirador irrenunciable, del paradigma unitario y, como consecuencia, adquirimos el doble
convencimiento de que los efectos de este procedimiento metodológico han de repercutir en
la totalidad de la estructura psicomotriz y que, desde el movimiento, se puede acceder a todas
sus dimensiones.
Por otra parte, hemos advertido como para algunos la «totalidad corporal» significa una
cierta manera de relación dialéctica entre dos polos que entienden como función, como ins-
trumento, como esquema corporal o como imágenes7. Por nuestra parte lo entenderemos como
algo más complejo que la mera manifestación hacia el exterior de esta dialéctica expresada a
través de la expresividad motriz de las relaciones que el sujeto establece con su entorno.
Vitor da Fonseca, cuando define su noción de Psicomotricidad, en gran parte coincidente
con el concepto que nosotros intentamos exponer aquí, afirma que tiene como finalidad «actuar
por mediación del cuerpo sobre las funciones mentales, comportamentales y psicológicas
perturbadas del niño, del adolescente y del adulto, teniendo constantemente en cuenta la
dimensión relacional»8. Este autor se interesa por el nexo relacional, entre una situación y
una acción o entre el estímulo y la respuesta, que considera «inteligible» cuando el cuerpo
funciona como un catalizador para la «promoción y el equilibrio de las funciones integrativas,
emocionales, elaborativas, simbólicas o cognitivas»9. En consecuencia, concibe la
Psicomotricidad como una «perspectiva más global que utiliza todas las posibilidades del
movimiento, del cuerpo, de expresión, de relación, con vistas a reestructurar la personalidad
y a maximizar las potencialidades adaptativas».
Nosotros también aceptamos una visión holística equivalente que matizamos de manera
semejante a como lo efectuaba el movimiento de la Gestalt cuando consideraba que el todo
es mayor o diferente que la suma de las partes. Como J.I. Kepner, creemos que considerar
al hombre como un todo mayor que las partes es ver su «cuerpo, mente, pensamiento, sen-
7
Rota Iglesias, Josep: «Marco específico de la práctica psicomotriz», Entre líneas. Revista de
Psicomotricidad, nº 0, (julio, 1996), p. 6.
8
Fonseca, Vitor da: «¿Qué es a Psicomotricidad?», Entre líneas. Revista de Psicomotricidad, nº 0,
(julio, 1996), p. 15.
9
Ibid.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 25
Estímulo Estímulo
Relación
Esquema de intervención
18
Sobre este particular, véanse las propuestas de P. Vayer calificada de Psicomotricidad relacional o
psicopedagógica y la de A. Lapierre y B. Aucouturier denominada Psicomotricidad vivenciada o relacional.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 19
ADAPTACIÓN
Movimiento- acción- conducta
Organismo Mundo
Relación Medio
YO
La intervención entendida desde la Motricidad, aunque solo sea de manera general, pre-
tenderá resolver este problema adaptativo o contribuir a su solución mediante el desarrollo
de capacidades, la organización de estructuras, el aprendizaje de habilidades o, en definitiva,
mediante la emisión de conductas. Por tanto, será determinante y fundamental otorgar un
valor, un significado concreto, a cada uno de los elementos de una ecuación (O-M) ya que
su solución solo es posible lograrla mediante la emisión de una conducta capaz de equilibrar
a los dos miembros: el organismo y el medio.
10
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, El Manual Moderno, 1987, p. 36.
20 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Esta conducta, como ocurre en álgebra, no solo será resultado de los valores con el que
se sustituyan las dos incógnitas sino, también, del carácter o significado que, en este caso,
ostentaría el guión (-). Como ocurre en las operaciones algebraicas, cualquiera que sea el
valor de las dos incógnitas (O y M), el resultado, la respuesta o conducta, variará depen-
diendo del signo que la relacione o, en este caso, del carácter que se atribuya al guión.
En el ámbito que aquí analizamos, el de la Motricidad, (O) representaría al organismo cuyo
significado, según los campos y ámbitos de actuación de referencia, puede identificarse con
un carácter absolutamente orgánico o funcional, como es el esquema corporal, cognitivo,
vivencial o simbólico aunque nosotros preferimos hacerlo coincidir con el concepto de Yo.
El mundo (M) o medio donde se ubica el individuo es un complejo integrado por nume-
rosos elementos que algunos autores, como P. Vayer, simplifican clasificándoles en dos ca-
tegorías11: el mundo de los objetos y el mundo de los demás. Ambos ámbitos exigen del Yo
(O) unas dinámicas comportamentales cuya ejecución estará condicionada por la disponibi-
lidad que proporciona al individuo contar con unas habilidades y con unas capacidades
psicomotoras.
Sin embargo, como hemos dicho ya, aun existiría otro factor capaz de condicionar y orien-
tar la solución del problema adaptativo. La relación que sirve de nexo interactivo entre el
sujeto y el mundo, y que nosotros lo representamos en el esquema con un guión (-), puede
ostentar un carácter heterogéneo que diversificará la estrategia comportamental y la solu-
ción adaptativa. A este respecto, Vayer, establece al menos tres tipos de relación: la que
establece el individuo consigo mismo, la que establece con el mundo de los demás y la que
establece con el mundo de los objetos.
En cuarto lugar todavía podríamos destacar otro elemento del esquema que identifica-
mos con la respuesta (R), la reacción del sujeto ante la estimulación que le informa del equi-
librio producido entre los dos miembros de la ecuación, el organismo y el medio. La respues-
ta comportamental que emite el sujeto para resolver el problema homeostático se aprovecha
para sustentar sobre él la estrategia de la intervención utilizándola como medio o recurso
metodológico para alcanzar los objetivos fijados.
Por tanto, parece conveniente que, antes de proseguir con la exposición de los funda-
mentos metodológicos de la intervención, describamos de manera más exhaustiva cual es el
significado que, en nuestro caso, otorgamos a cada uno de los elementos de la ecuación
expuesta.
A. EL YO (O)
La historia de la Educación Física resalta como a lo largo de los últimos ciento cincuenta
años ha evolucionado la comprensión conceptual que se ha otorgado al organismo (O) como
protagonista del esquema conductual. Estas distintas significaciones han variado desde una
comprensión exclusivamente organicista, el «cuerpo», hasta otra que podría calificarse de
carácter psicológico, el Yo.
11
Vayer, Pierre: El diálogo corporal, Barcelona, ED. Científico Médica, 1977.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 21
Nosotros, a este respecto, identificamos este elemento con una noción del Yo que enten-
demos como integrante de la estructura de la personalidad. De forma genérica utilizaremos el
término de autopercepción para incluir en un complejo conceptual los diversos constructos
que, de distinta manera, pretenden hacer referencia a algún tipo concreto de conocimiento
del individuo. Por tanto, la determinación de una significación exacta dependerá de otras
circunstancias como pueden ser la perspectiva científica adoptada, las exigencias del campo
de actuación, los objetivos relacionados con el ámbito de intervención elegido, etc.
Como resultado inmediato de esa autopercepción se determinará el grado de disponibili-
dad conductual que percibe cada individuo y que le sugiere los límites de su propio compor-
tamiento.
B. EL MEDIO (M)
La percepción del mundo de los objetos requiere del desarrollo de ciertas capacidades
que posibiliten al sujeto el acceso a un grado de conocimiento y de relación necesario para
otorgarle un determinado valor o significación. Esto implica que su percepción, dependien-
do de diversas causas o circunstancias, tendrá diversos resultados: objetiva, subjetiva y,
como algunos autores proponen distinguir, también fruto de una interpretación simbólica.
De idéntica manera, la relación que establece el individuo con el resto de las personas
situadas en su entorno adaptativo, ya sea de tipo social, afectivo o de cualquier otra natu-
raleza, requiere, al menos, de dos ingredientes fundamentales: de una parte la base empática
sobre la que se sustenta el carácter emocional o afectivo que orienta y da sentido al nexo
relacional y, de otra, las habilidades necesarias para conseguir una capacidad expresiva y
una eficacia comunicativa.
La capacidad para diseñar, ejecutar o modular la conducta es un proceso complejo y re-
quiere de un conjunto de aptitudes indispensables que condicionan en el individuo el modo
de resolver su relación dialéctica con el medio donde se ubica. Cada sistema psicológico
explica esta relación, la naturaleza de sus elementos o el mecanismos de respuesta de manera
distinta, resaltando, en cada caso, aspectos diferentes.
Dependiendo de cual sea la percepción que el sujeto realice del contexto en que se ubi-
ca, probablemente, así será el carácter de su respuesta adaptativa. Debemos recordar que la
conducta solo responde, directamente, a la información sensorial en el caso de los movi-
mientos reflejos. El resto del comportamiento ya son reacciones ante el estímulo en que se
constituye la percepción. Por tanto, en una primera instancias, el acierto y el éxito adaptativo
de la respuesta que se emita dependerá de la eficacia con que se desarrolle la operación
perceptiva y de cual sea el tratamiento concreto que se proporcione a la información senso-
rial al analizarla, filtrarla y organizarla en una imagen coherente. En esta información inicial,
cuyo material puede ser tanto de procedencia endógena como exógena, resulta imprescindi-
ble aquella otra que informa del contexto o medio. Solo en función de cual sea el significado
que se atribuye a cada miembro de la ecuación (O-M) será posible determinar el valor del
factor, la acción, con el que se pretende conservar la relación homeostática necesaria entre
ambos para lograr la adaptación.
El conocimiento que del mundo ostente el sujeto admite múltiples interpretaciones, nive-
les y grados según con que contenidos se realice la percepción o dependiendo de cual sea
22 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
el carácter de los nexos que se establezcan entre los componentes de la ecuación (O-M).
Como ya hemos expuesto con anterioridad, si clasificamos estos elementos de manera inicial
y genérica, de acuerdo con P. Vayer, distinguiríamos dos grandes categorías12: el mundo de
los objetos y el mundo de los demás.
13
Cit. por Gardner, Howard: Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Barcelona, Ed. Paidós,
1998.
14
Eisenberg, Nancy y Stroyer, Janet: La empatía y su desarrollo, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer,
1.992.
15
Beavin, J. y otros: «La mímica motora como empatía primitiva», en ... Eisenberg, Nancy y Stroyer,
Janet: La empatía y su desarrollo, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1.992, p. 349.
16
Ibid.
24 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
C. LA RESPUESTA (R)
D. LA RELACIÓN (-)
17
Lapierre, André: Psicoanálisis y Análisis Corporal de la Relación, Bilbao, Ed. Desclée De Brouwer,
1997.
26 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Jean Le Boulch, en una de sus últimas obras, analizaba como a lo largo de treinta años
evolucionó su método psicomotricista, la Psicocinética, desde una fundamentación nítida-
19
Lapierre, André: Psicoanálisis y análisis corporal de la Relación, Bilbao, Descleé De Brouwer, 1997,
p. 59.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 27
mente biologicista hasta un planteamiento global en el que integraría, incluso, los aspectos
sociales del actuar. Subrayaba así la importancia que ha representado, en este proceso, la
armonización de distintos aspectos20:
– Entre dos vertientes distintas como son la relacionada con la capacidad motriz y la
relacionada con los recursos de adaptabilidad.
– Entre la Psicomotricidad y su prolongación instrumental, el movimiento, y la capacidad
cognitiva que se expresa a través del lenguaje.
– Entre la Psicomotricidad entendida como método de aprendizaje motor y las exigencias
del saber hacer que impone la vida social.
No obstante, cualquiera que sea la interpretación que se proponga de los resultados de
esta evolución, para diseñar una estrategia metodológica de intervención, siempre deberán
considerarse las posibilidades de tratamiento que permiten sus elementos, la elección de los
contenidos del esquema, los medios pertinentes o los ámbitos donde se pretende intervenir.
3.1. Elementos
Estas matizaciones, que tan bien ilustran muchas de las decisiones que requiere el desa-
rrollo de una intervención, exigen que, previamente, el diseño clarifique convenientemente
determinados aspectos o elementos como son:
– El campo de aplicación o de actuación donde se pretende actuar. Cada uno de los
posibles campos de aplicación del procedimiento de intervención plantea unos fines y
unos objetivos concretos y diferenciados que, finalmente, condicionarán o limitarán
las técnicas con que se lleve a efecto la praxis metodológica: el ámbito educativo, la
recreación, la rehabilitación, la tercera edad, la reeducación, la terapia o la clínica plan-
tearán unas condiciones ineludibles en la programación.
– El ámbito de intervención para el que se diseña el procedimiento. Es necesario dis-
tinguir claramente cuando los fines que se proponen están vinculados al proceso de
elaboración y actualización de la autopercepción o a la construcción de un repertorio
conductual y considerar, previamente, el tipo de relación que se pretende utilizar o en
la que se desea actuar.
– Las dimensiones psicomotrices intervinientes en la construcción, modularización o
ejecución de la conducta que ha de constituir la experiencia cuyos efectos se trata de
aprovechar como recurso metodológico del proceso de intervención: tónica-motriz,
cognitiva, psicofuncional, afectivo-emocional, simbólica, etc.
– Los niveles de conciencia en que se pretende intervenir, en los que ha de situarse la
acción o en los que ha de repercutir la experiencia conductual. Dependerá de cual sea
la concreción que de estos niveles se realice para determinar la conveniencia o la po-
sibilidad de discriminar determinados objetivos o para decidir la elección de las técni-
cas más adecuadas.
– Los aparatos, mecanismos, capacidades o aptitudes que condicionan la calidad del
comportamiento según cual sea su eficacia o sus resultados. Estos elementos pueden
constituirse, por sí mismos, en objetivos específicos del proceso de intervención.
20
Le Boulch, Jean: El movimiento en el desarrollo de la persona, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1997, p. 22.
28 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
21
Para un análisis más detallado de los planteamientos en que fundamentamos nuestra propuesta de
intervención puede consultarse: Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una inter-
vención psicomotriz en Educación Física, Barcelona, INDE, 2002.
22
Gebsatel, Víctor E. von: Monatschrift fur Psychiatrie und Neurologie, 1932, band, 82, p. 113.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 29
23
Luria, A.R.: «The functional organization of the brain», Scientific American, (1970). (Citado por
Vayer, P. y Toulouse, P.: op. cit., p. 86).
24
Vayer, P. y Toulousse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, Ed. Científico-Médica, 1987, p. 13.
30 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Cualquiera que sea la concepción de una estructura compleja integrada por varias dimen-
siones (motriz, cognitiva y emocional o afectiva) su significación quedará condicionada por
los planteamientos que, con respecto a cada una de ellas, mantengan los distintos autores
para definirlas o para integrarlas en un modelo de intervención25.
25
Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en
Educación Física, Barcelona, INDE, 2002, pp. 130 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 31
ción que puede elaborarse en Motricidad, de alguna manera, pretende influir en aspectos
relacionados con un movimiento o integrantes de un cuerpo que necesitan de una interpre-
tación que les dote de un significado concreto que, al tiempo que identifique los posibles
objetivos, determine también los límites y posibilidades de utilización de sus medios de in-
tervención.
La motricidad no recurre a la prescripción de medicamentos, a operaciones quirúrgicas o
a procesos catárticos proyectivos, como ocurre por ejemplo en los procesos de intervención
practicados por otras ciencias, sino que todas las técnicas que componen su metodología o
sus recursos procedimentales, de alguna manera, utilizan las capacidades corporales y las
posibilidades motrices. Ambos medios, como hemos visto, se constituyen en elementos pro-
tagonistas del esquema de intervención.
Por tanto, antes de seguir exponiendo nuestra alternativa metodológica parece obligada la
exposición de nuestro criterio al respecto de cómo entenderemos ambos medios. Prosiguiendo
la tendencia que ha caracterizado la evolución conceptual de las ciencias relacionadas con la
actividad física, como ya hemos expuesto anteriormente, aceptamos plenamente la modifica-
ción del paradigma que da sentido a la comprensión de la naturaleza humana y cimentamos
nuestra alternativa en un compromiso conceptual con el modelo paradigmático unitario que
expresa la globalidad del ser humano y, en consecuencia, el carácter holístico de su conducta.
Coherentes con este planteamiento inicial concebimos el cuerpo como el Yo corporal26 o
base psicosomática de la estructura de la personalidad y el movimiento le consideramos como
una conducta donde el componente tónico-motriz siempre está presente como integrante de
su organización y de su expresión27.
A. EL CUERPO
Distintos autores como Dienelt, Lain Entralgo o A. Maigre y J. Destrooper han formulado
propuestas diferentes en las que se incluirían múltiples modelos o maneras de entender las
posibles significaciones del cuerpo28. Todas estas propuestas han evidenciado como, a lo
largo de la historia, al cuerpo y al movimiento se les han atribuido múltiples significados, se
les ha otorgado calificaciones diversas y, a menudo, se les ha intentado condicionar, contro-
lar, alienar o limitar con el único fin de contextualizarlos culturalmente.
La Motricidad no puede simplificar su significación reduciendo sus posibles contenidos
a elementos puramente orgánicos o su entendimiento a una perspectiva mecanicista. Por el
contrario, la reciente historia de las ciencias que han estudiado estas dos realidades se ha
caracterizado por un permanente intento de superar de estos planteamientos tan reduccionistas
y propios del paradigma dualista para así ensayar la reconstrucción de su significación des-
de la nueva orientación que sugiere el paradigma unitario, ampliando sus contenidos e inte-
grando todas sus posibles dimensiones en un todo cohesionado y coherente. La historia del
último siglo narra como en esta evolución conceptual se ha completado el inicial modelo de
26
Coincidiríamos con Sigmund Freud cuando afirmaba que el Yo antes que nada es un «yo corporal».
27
Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en
Educación Física, Barcelona, INDE, 2002.
28
Maigre, A. y Destrooper, J.: La educación psicomotora, Madrid, Ed. Morata, 1976.
32 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
cuerpo acrobático, considerado como un simple objeto o máquina, con otro concepto de
cuerpo pensante que sirve de soporte a las funciones cognitivas e intelectuales y un cuerpo
capaz de expresar cuantos mensajes integran los procesos de comunicación.
Pese a que la propuesta de A. Maigre y J. Destrooper se realiza en 1976, creemos que su
acertado planteamiento ha permitido que su formulación resista el paso del tiempo. Estos
psicomotricistas franceses distinguen distintos modelos de cuerpo que, por su eficacia des-
criptiva, nosotros utilizaremos para ilustrar las principales posibilidades epistemológicas que
encierra el cuerpo en su definición:
– El cuerpo objeto. Estaría definido por característica morfológicas semejantes al resto
de los objetos materiales como son la forma, el volumen, el peso, etc. y por aquellas
otras capacidades físicas básicas de base fisiológica como son la fuerza, la resistencia
o la velocidad.
– El cuerpo instrumento. Destaca cuantos aprendizajes o rendimientos funcionales per-
miten una mayor eficacia conductual o en el ejercicio de habilidades o destrezas motrices.
Este modelo de cuerpo que Fidelus calificaba de «cuerpo maquinae» se interesaría más
por la ejecución que por los procesos que determinan el formato motor.
– El cuerpo condición de acción. Su significación sitúa el énfasis en el desarrollo o in-
tervención de aquellas capacidades mecanismos o estructuras necesarias para elaborar
el formato de conducta, como pueden ser la atención, la percepción espacial, la orga-
nización especio-temporal, etc.
– El cuerpo expresión. Considera la capacidad de expresión corporal, como medio de comu-
nicación y se interesa por el lenguaje corporal que se estructura desde la empatía hasta el
gesto convencional facilitando la relación interpersonal, la integración social y en el gru-
po o la solución de las relaciones que establece el individuo con el mundo de los demás.
No creemos que sea acertado identificar específicamente alguno de estos modelos con la
Motricidad sino que, por el contrario, cada uno de ellos resalta aspectos concretos del con-
cepto global que proponemos. No obstante, sí nos parece útil y pertinente considerar como
cada uno de estos modelos adquiere una mayor relevancia o trascendencia según cual sea
el ámbito en el que se desarrolle la intervención. Cada uno de ellos sugiere una serie de
objetivos que, en nuestra propuesta metodológica, no deben ser perseguidos de manera
aislada sino que, aunque su tratamiento se aborde de manera intencional y premeditada, han
de ser considerados en el contexto interactivo que les relaciona entre sí. Limitar la interven-
ción exclusivamente a uno de estos modelos solo es posible cuando el ámbito de actuación
está acotado previamente por disciplinas, técnicas, actuaciones profesionales o fines tam-
bién parciales como pueden ser, por ejemplo, el culturismo, la rehabilitación funcional, el
acondicionamiento físico, la instrucción deportiva, la danza, etc.
B. EL MOVIMIENTO
Jean Le Boulch, finalizando la década de los años sesenta del pasado siglo, formuló su
propuesta de «educación por el movimiento»29. El éxito de su alternativa metodológica con-
29
Le Boulch, Jean: La educación por el movimiento en edad escolar, Buenos Aires, ed. Paidos, 1972.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 33
virtió la Psicocinética en el estandarte adoptado por muchos educadores físicos que consi-
deraban que los métodos analíticos de la Gimnasia educativa o que la educación deportiva
constituían modelos obsoletos, escasamente eficaces y, sobre todo, que se cimentaban en
paradigmas científicos ampliamente superados. Sin embargo, la propuesta de Le Boulch, si
se interpreta literalmente, aportaba muy pocas novedades. ¿Acaso no era también mediante
el movimiento como la educación física tradicional ejecutaba su acción metodológica?
Quienes solo argumentaban la jaculatoria sin conocer el sermón completo no se percata-
ron de que la novedad no radicaba en la afirmación sino en la forma de entender los dos
elementos del axioma: «educación» y «movimiento». El concepto de movimiento, que ahora
se proclamaba como el principal medio de educación, ya no se adecuaba, exclusivamente, al
modelo de cuerpo objeto o de cuerpo instrumento sino que situaba el mayor énfasis a las
características propias del cuerpo condición de acción.
De cual sea la comprensión que del movimiento se realice dependerá la formulación de
objetivos y de intenciones diversas en la intervención. Desde la concepción puramente
mecanicista, que reducía su entendimiento a un complejo sistema anatómico músculo-esque-
lético, hasta su definición como expresión de la conducta se delimitan amplios márgenes en
los que caben múltiples interpretaciones. Cada una de ellas, por una parte, demandarán ob-
jetivos concretos y, por otra, permitirá su empleo diverso como medio de actuación.
Para nosotros, el movimiento debe definirse en función de distintas significaciones que,
de manera genérica, le conforman como una respuesta adaptativa cuya dinamización siempre
estará orientada por esa cierta intencionalidad homeostática que pretende mantener un equi-
librio inestable entre el organismo y su medio a través de la adaptación. Las acciones y re-
acciones que se requieren para conseguir este propósito no son sino fórmulas conductuales
en las que muchos autores pretenden identificar la noción de relación.
Del movimiento, o de la conducta, nos interesan aquellos mecanismos, cualidades o ap-
titudes que, por una parte facilitan la percepción y la comprensión de la situación o circuns-
tancia a la que se ha de responder y, por otra, condicionan la ejecución de la misma respues-
ta otorgándola un determinado grado de eficacia30.
Definir cuales son los ámbitos de intervención o los aspectos en los que la metodología
pretende influir de manera premeditada y sistemática para obtener unos efectos concretos o
interferir en determinados procesos nos parece una tarea fundamental para decidir la pro-
puesta de diseño metodológico. A nuestro parecer, la elaboración de una propuesta de pro-
cedimiento ha de ser coherente, en primer lugar, con el paradigma unitario y, después, con el
esquema que, para describir la conducta, hemos desarrollado anteriormente.
Si establecemos que, la ecuación (O-M), aunque de manera genérica, explica la presencia
existencial y antropológica del hombre, debemos partir de ella para establecer dos cuestio-
nes capitales.
30
Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla,
Ed. Wanceulen, 2007.
34 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
– Por una parte, la ubicación en los ámbitos donde es posible intervenir con los recursos
que permite una alternativa de características similares a la nuestra.
– En segundo lugar, cómo entender la conducta habida cuenta que nuestra propuesta de
intervención como medio para conseguir sus objetivos, fundamentalmente, utiliza el
movimiento o la conducta motriz.
El análisis del esquema de intervención que proponíamos al principio del capítulo permi-
te incidir en él, desde la motricidad, en tres aspectos concretos: la autopercepción que otor-
ga al sujeto un conocimiento de su propia realidad y, como consecuencia, de su disponibi-
lidad comportamental y, en segundo lugar, la respuesta conductual mediante el desarrollo de
una organización dinámica o conductual que permita una respuesta adaptada al resto de las
circunstancias que componen su contexto existencial.
En nuestra propuesta metodológica tanto el conocimiento que ha de poseer el sujeto de
sí mismo como la elaboración del repertorio conductual de que disponga nos parecen obje-
tivos ineludibles. El conocimiento del medio, sin negar su importancia, requiere de la inter-
vención de otras propuestas educativas o sociales para lo que otras alternativas parecen
más adecuadas.
De esta formulación se desprende la importancia y la inevitable necesidad de completar
el análisis de ambos ámbitos de intervención con otros aspectos fundamentales como son la
relación y la comunicación. Ambos conceptos surgen, inevitablemente, de la misma dinámica
conductual ya sea como propósito o como consecuencia. El tipo de relación que se establez-
ca determinará cual ha de ser la conducta más adecuada para resolver la ecuación existencial
que planteábamos o, desde otra perspectiva, del comportamiento ejecutado dependerá el
carácter que defina la relación que se establezca entre el individuo y el medio.
A. LA AUTOPERCEPCIÓN
Incluye, al menos, dos aspectos tan concretos como son la aferencia de información y la
organización de estructuras. Muchos autores han concretado ambos procesos como facto-
res propios de la estructuración del Yo31.
Parece evidente que si el objeto de la Motricidad se basa en la conducta, la formación del
Yo aparecerá como un aspecto inevitable. Si consideramos al Yo como aquel aspecto de la
personalidad que, ejerciendo el principio de realidad, se encarga de la decisión conductual y
que, a través de ella, se autoorganiza la estructura psicomotriz y la misma personalidad, tam-
bién sería necesario identificar cuales son los mecanismos y elementos que permiten este
proceso.
Nosotros, utilizando la noción genérica de autopercepción, incluimos en el constructo
numerosos contenidos y diversos objetivos. Desde la noción de esquema corporal hasta la
de disponibilidad existen una serie de factores y elementos que por su trascendencia y fun-
ción, cualquiera que sea el tratamiento que impongan los diferentes campos de actuación
desde los que se reclame la intervención motriz, requieren ser incluidos como objetivos in-
31
Ibid.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 35
Nosotros, aquí, haremos una somera exposición de aquellas nociones que, con relación
a la autopercepción, son más usadas en las distintas alternativas metodológicas como pue-
den ser: la vivencia del cuerpo, el concepto de esquema corporal, la imagen corporal, la ima-
gen del cuerpo, la autoaceptación, la autoestima y la personalidad.
Superado el viejo concepto anatómico-fisiológico tan recurrente en Medicina o en la
Educación Física tradicional, como afirma M. Merleau-Ponty, el cuerpo no será ya solamente
un objeto33 y, por la misma razón, «la conciencia que del mismo tengo no es un pensamien-
to». Sostiene este autor que «ya se trate del cuerpo del otro o del mío propio, no dispongo
de ningún otro medio de conocer el cuerpo humano que vivirlo (...), soy mi cuerpo, por lo
menos en toda la medida en que tengo un capital de experiencia y, recíprocamente, mi cuerpo
es como un sujeto natural, como un bosquejo provisional de mi ser total»34. Algunos
psicomotricistas identifican la conciencia con la experiencia de uno mismo y la definen como
«el conjunto de retroacciones procedentes de las interacciones sujeto-mundo y, más concre-
tamente, la interpretación y memorización de las mismas en forma de conjuntos estructurados
de información y programas por parte del sistema nervioso»35.
En el ámbito de la Psicología se ha utilizado con relativa frecuencia la noción de
«autoconcepto» para indicar el resultado de integrar diversas etiquetas verbales aprendidas
respecto a uno mismo36. Y situando el énfasis en el componente del aprendizaje, Bandura
justifica la importancia y las posibilidades de la intervención desde la motricidad cuando
afirma que buena parte del conocimiento de las personas sobre sí mismas deriva de la expe-
riencia directa de los efectos producidos por sus acciones completados con los juicios ex-
presados por otros37. Boscaini, actualizando la intuitiva propuesta de Maigre y Destrooper38,
cuando intenta describir lo corporal desde la perspectiva de una globalidad que abarque la
totalidad de las dimensiones que lo componen, lo concibe como un poliedro compuesto de,
al menos, tres planos que posibilitan la descripción de otros tantos modelos de cuerpo39:
32
Basquin, M.: Psicomotricidad, pensamiento y lo afectivo, en ... Richard, J. y Rubio, L.: Terapia
psicomotriz, Barcelona, Ed. Masson, 1995, p. 29.
33
Merleau-Ponty, M.: Fenomenología de la percepción, Barcelona, Ed. Península, 1975, p. 215.
34
Ibid.
35
Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, Ed. Científico-Médica, 1987, p. 97.
36
Staats, Arthur W.: Conducta y personalidad. Conductismo psicológico, Bilbao, Desclée De Brouwer,
1997, p. 216.
37
Bandura, A.: «The self-system in reciprocical determinism», American Psychologist, nº 33, (1978),
pp. 347-348.
38
Maigre, A y Destrooper, J: La educación psicomotora, Madrid, Ed. Morata, 1976.
39
Boscaini, F.: ¿Educación o reeducación psicomotora?, Psicomotricidad, nº 49, vol. 1, pp. 15-26.
36 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
40
Wapner, S.; Werner, H. y otros: El percepto del cuerpo, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1969.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 37
Si, como hemos afirmado, la actuación del individuo está condicionada por la autoimagen
que de sí mismo ha ido construyendo a lo largo de los años, para diseñar una metodología
de intervención será muy importante conocer cual es este proceso puesto que ineludiblemente
la intervención deberá perseguir objetivos relacionados con él.
El «Yo corporal» y el propio esquema corporal, serán las primeras referencias de que
disponga el individuo para organizar su relaciones con el entorno, con los objetos, con los
demás, con el «no yo» en general e, incluso, consigo mismo. Desde el conocimiento y acep-
tación de nosotros mismos y de nuestras posibilidades de actuación nos ubicamos en el
contexto espacio-temporal y diseñamos los patrones de conducta que creemos más eficaces
para resolver el permanente problema adaptativo. Este conocimiento de nosotros mismos se
va estructurando como consecuencia de dos procesos fundamentales: el desarrollo de aque-
llas aptitudes o capacidades necesarias para su elaboración como son, por ejemplo, el desa-
rrollo y la maduración tónica o el desarrollo intelectual y, por otro lado, el resultado de la
experiencia obtenida y de los efectos producidos por las acciones o conductas realizadas.
En definitiva, este conocimiento siempre será consecuencia de la experiencia, el resulta-
do de las acciones en la interacción con el entorno, de la interiorización de la información de
retorno que, de nosotros mismos nos remite la realidad como una suerte de espejo, al actuar
ante y sobre ella o ante el otro y, por tanto, la conclusión obtenida de la vivenciación total
de nosotros mismos y de nuestro actuar. De acuerdo con Wallon, el esquema corporal no ha
de considerarse ni como un dato terminal ni como una aptitud biológica sino como el resul-
tado de una relación ajustada entre el individuo y su medio lo que le convierte en el elemen-
to indispensable para la construcción de la personalidad.
De como se entienda esta vivenciación del cuerpo y de su actuar dependerá el modelo
de intervención que en cada caso se diseñe o el ámbito en que se concrete: educativo, clí-
nico, terapéutico, etc. De este concepto, posiblemente, sea conveniente destacar dos aspec-
tos fundamentales:
– Su carácter instrumental que condiciona la disponibilidad del organismo y su capaci-
dad funcional.
– Su carácter de condición en el proceso de identificación y de formación del yo corporal.
Estas dos cualidades son interdependientes de tal manera que en la misma medida en
que la estructuración del esquema corporal está más elaborada también es más completa la
definición del Yo corporal e, igualmente, un Yo corporal más organizado permitirá diseños
conductuales más variados y más enriquecedores para el proceso de estructuración del mis-
mo esquema corporal. Podríamos afirmar que en cada individuo la noción de esquema corpo-
ral se estructura progresivamente y en función del conocimiento que alcanza de su propio
cuerpo, de sus posibilidades funcionales o de acción así como de las experiencias que estas
le proporcionan. La multiplicidad de significados que encierra o la diversidad de aspectos y
circunstancias que sobre él inciden favorecen la posibilidad de adoptar numerosas perspec-
tivas en su definición.
38 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Cuando Wallon lo define como «el resultado y la condición de relaciones precisas entre
individuo y medio», está destacando su capacidad para ser, a la vez, resultado y condición.
Retomando la metáfora de comparar el esquema corporal con la imagen reflejada en el espejo
de la realidad, habría que completar la descripción de esta relación aclarando que la informa-
ción de retorno que proporciona ese «espejo» al propio sujeto sobre él mismo y sobre su
actuar está condicionada, simultáneamente, en primer lugar, por la capacidad potencial del
esquema corporal para «mirarse» en el espejo, para actuar en la realidad, es decir, por su
disponibilidad conductual y por su capacidad de acción y, en segundo lugar, por la experien-
cia que permite la actuación que sobre el medio ejerce el propio esquema corporal. Así, el
individuo conoce su propia imagen reflejada en el medio con distintas formas según cual sea
su capacidad y modo de relacionarse con el «no yo». Al tiempo, esa relación se decide y
diseña en función del concepto de disponibilidad o de las capacidades que potencialmente
le permite el estado de estructuración de su esquema corporal.
En resumen, como describiría F. Bartlett, el esquema corporal «es una organización activa
de las reacciones o experiencias paralelas que intervienen en toda respuesta adaptada»41.
Jean Le Boulch define el esquema corporal como la «intuición global o conocimiento
inmediato de nuestro cuerpo, sea en estado de reposo o en movimiento, en función de la
interrelación de sus partes y, sobre todo, de su relación con el espacio y los objetos que nos
rodean». Apoyándose también en Wallon, sostiene que esta noción es el núcleo de la sen-
sación de certeza, de «disponibilidad» de nuestro cuerpo a la vez que el centro de nuestra
vivencia de la relación con el medio, de la relación universo-sujeto, yo-no yo, organismo-
medio. Por esta razón, para Le Boulch, un esquema corporal mal estructurado representara
un déficit en la relación sujeto-mundo que puede manifestarse en diversos planos: en el pla-
no de la percepción, como dificultad de estructuración espacio-temporal; en el plano de la
motricidad, a través de torpeza o incoordinación, mal ajuste postural, etc.; y en el plano de
la relación con los demás, generando inseguridad que puede perturbar afectivamente al su-
jeto y, como consecuencia, dificultar estas relaciones.
En cualquier caso, debemos hacer hincapié en la naturaleza del constructo cognitivo que
caracteriza el concepto de esquema corporal y, como tal, debemos resaltar la importancia que
posee, como requisito imprescindible para conseguir una imagen coherente y operativa y
para posibilitar su elaboración, la información que se aporta y el modo de organizarla o per-
cibirla. Así entendido, es inevitable fundamentar su comprensión y describir su desarrollo
desde la consideración de cual es el instrumento intelectual necesario para este proceso.
Dependerá, por tanto, de las características que en cada momento evolutivo definan la inte-
ligencia o sus funciones para que podamos prever distintas maneras de concluir la
autopercepción del cuerpo.
Hasta ahora nos hemos referido al conocimiento de uno mismo de manera excesivamente
simplista, puesto que obviábamos aspectos tan decisivos como la valoración que inmediata-
mente suele adquirir cualquier conclusión cognitiva. La percepción que un individuo realiza
de su propio valor o de su valía personal es tan importante para él mismo que una autoimagen
pobre condiciona, finalmente, el funcionamiento normal de su comportamiento42.
41
Bartlett, F.C.R.: A study in experimental and social psychology, Londres, Cambridge, 1932. Citado
por Ajuriaguerra, J. de: op. cit, p. 91.
42
Un estudio más pormenorizado sobre el concepto de «autopercepción» puede encontrarse en Pastor
Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla, Ed. Wanceulen, 2007.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 39
B. LA ORGANIZACIÓN CONDUCTUAL
Completando el esquema básico que nos servía de punto de partida, el tercer elemento
que destacábamos como manifestación de la interacción dialéctica establecida entre el Yo el
Mundo (O-M), es el comportamiento (igual daría utilizar ahora el termino movimiento, con-
ducta, o cualquier otro). Lo importante, en este caso, es preservar su significación como
recurso adaptativo que desarrolla el sujeto para recuperar o mantener una situación de equi-
librio con respecto al medio donde se ubica.
Este elemento del esquema, para su concreción funcional, requiere de un conjunto de
condiciones, de capacidades, de aptitudes o de aprendizajes que nosotros, en su conjunto,
denominamos organización conductual. Tanto este proceso organizativo como el desarrollo
de las capacidades y aprendizajes necesarios para su funcionamiento son también objetivos
de la intervención motriz y constituyen, por tanto, referentes relevantes para diseñar cual-
quier metodología.
La conducta, dependiendo de cual sea la significación concreta que se le atribuya, im-
pondrá a la metodología principios teóricos y técnicos diferentes, objetivos distintos y acti-
vidades diferenciadas. De igual modo, variará el diseño procedimental o los fines y objetivos
de la intervención dependiendo de cual sea la naturaleza de la relación o los elementos que
interactúan en ella. Esta circunstancia, en cualquier caso, no solo condicionará los tipos de
contenidos del mensaje sino que, de manera especial, la forma de trasladarlos.
Por otra parte, cualquiera que sea su denominación o el significado que se le atribuya, la
acción motriz es el único recurso que, desde la esfera de la Motricidad, podemos utilizar
como elemento de intervención. Por tanto, nosotros le daremos una doble valoración: como
recurso de intervención en tanto que proponemos o inducimos su ejecución y, en segundo
lugar, como proceso que aporta determinados efectos a través de los cuales se alcanzan los
objetivos propuestos mediante la modificación, desarrollo o estructuración de funciones muy
concretas, de capacidades psicomotrices o de estructuras específicas.
Por tanto, para ordenar más adecuadamente el análisis de la conducta, nos parece que
han de considerarse ciertos elementos fundamentales sin cuya presencia es imposible la
construcción de la respuesta. Como consecuencia de ellos ésta se manifiesta de manera
concreta y su modularización u ordenación consigue mejores resultados adaptativos. Entre
todos estos elementos nosotros destacamos algunos que no son objeto de la intervención
psicomotriz junto a otros que, sin duda, cualquiera que sea la orientación o fundamentación
conceptual desde la que se defina la conducta, han de constituir objetivos básicos de la
estrategia metodológica. La ejecución de una respuesta o conducta contiene los siguientes
elementos:
– Según su naturaleza, podemos distinguir dos grandes bloques de elementos integran-
tes o calificadores de la expresión conductual aunque nosotros, aquí, sólo nos ocupa-
remos de aquellos que por su naturaleza psicomotriz interesan al objeto de estudio que
nos hemos propuesto: las capacidades físicas básicas de naturaleza orgánica y las
capacidades psicomotrices, en las que los mecanismos psíquicos intervienen decisiva-
mente en su ejecución.
– La emisión de la respuesta no puede considerarse siempre como una manifestación
refleja que, en todos los casos, revista idéntico resultado funcional o que, simplemen-
40 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
te, se ajuste a réplicas formales equivalentes. Por el contrario, con independencia del
grado de espontaneidad que la caracterice, del nivel de atención que requiera y de los
elementos o aptitudes intervinientes, siempre será el resultado de un proceso complejo
en el que, al menos desde una perspectiva psicomotricista, no pueden obviarse tres
aspectos principales: el diseño de la conducta, el esquema que se pretende ejecutar y
las capacidades, habilidades o destrezas con las que se identifica o por medio de las
cuales se manifiesta.
El esquema sensoriomotor y las posibilidades que evidencia nos demuestra, cuando menos,
dos aspectos principales de la conducta humana a los que ya habíamos hecho referencia: su
carácter plástico, que expresa la capacidad de autoorganización que proponía Luria; y, en
segundo lugar, la existencia de unos mecanismos de control que organicen el diseño y eje-
cución de la acción que habrá de constituirse posteriormente en la experiencia necesaria para
que estos procesos se desencadenen de nuevo.
Por todo esto, sería un error abordar el estudio del movimiento sólo desde un plano ex-
clusivamente motor. Esta decisión nos obligaría a considerar la motricidad como una simple
función instrumental puramente ejecutora que únicamente se moviliza por efecto de fuerzas
exógenas a ella misma. Ajuriaguerra, lejos de admitir esta despersonalización del movimiento,
afirma que las modificaciones tónicas y la misma actividad motriz son, al mismo tiempo, ex-
presión y reacción de tal manera que nos recuerda, como señala Kanders, que «no existe un
límite entre la serie de fenómenos motores y psíquicos»43.
43
Ibid., p. 213.
II. PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES
METODOLÓGICAS DE LA INTERVENCIÓN
1
Pastor Pradillo, José Luis: «El esquema de intervención. Aproximación a una definición conceptual
de la metodología psicomotriz», Tándem. Didáctica de la Educación Física, nº 19, (2005), pp. 58-72.
2
Justo Martínez propone los siguientes: tónico-emocional, sensorio-motor, perceptivo-motor,
perceptivo-simbólico y conceptual. (Cfr., Justo Martínez, Eduardo: Desarrollo psicomotor en educación
infantil. Bases para la intervención en psicomotricidad, Almería, Universidad de Almería. Servicio de
Publicaciones, 2000, p. 121).
42 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
1. FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA
Como hemos expresado otras veces de manera más detallada y explícita, para diseñar nues-
tra alternativa metodológica, adoptaremos una postura sincrética que nos permita una adecua-
ción específica a la concreción de los distintos objetivos susceptibles de ser abordados desde
la experiencia motriz en función de cual sea el campo de aplicación donde desarrollemos el pro-
ceso de intervención3. Por esa razón, como elemento orientador de esta adecuación, hemos
elegido el referente que representa la dimensión en la que pretendemos que repercutan los efec-
tos de la experiencia motriz: el tónico-motor, cognitivo, simbólico, emocional-afectivo, etc.
Este planteamientos exige, en primer lugar, una cierta capacidad de consensuar o flexibilizar
el sustento conceptual en función del objetivo, o si se quiere, la capacidad necesaria para
contemplar el objeto de estudio desde distintas perspectivas y, en segundo lugar, adoptar
unos principios didácticos conciliables entre sí y con la fundamentación que, en cada caso,
se elija. En otras palabras, lo que proponemos como orientación para elaborar la
fundamentación teórica imprescindible es la adecuación de la perspectiva doctrinal a la di-
mensión en la que nos interese intervenir o a los objetivos seleccionados.
Si renunciamos a un posicionamiento concreto y militante deberíamos admitir que la verdad
no reside, en exclusiva, en ninguna de las propuestas o sistemas psicológicos. Por el contrario,
a menudo, cada uno de ellos parece más interesado en un aspecto concreto, aquel con el que
se suele identificar en mayor medida, y que acostumbra a convertir en su objeto de estudio
principal. Aspectos tan básicos como pueden ser para nosotros la comprensión del movimiento
o de la conducta motriz se explican de manera diferente en cada uno de estos sistemas: el Psi-
coanálisis destaca una dimensión afectiva que fundamenta, orienta y describe el comporta-
miento introduciendo una dinámica a nivel inconsciente y simbólico; el Conductismo analiza la
conducta como el resultado de un condicionamiento atribuyendo al aprendizaje la función de
elaborar el repertorio conductual; y el Cognitivismo, por ejemplo, sugiere que es el tratamiento de
la información el principal mecanismo en que se sustenta la explicación de la conducta motriz.
Por nuestra parte no tenemos inconveniente en aceptar alternativamente la fundamentación
de cada uno de estos sistemas según que objetivos nos propongamos para intervenir, en
según que dimensiones lo hagamos o dependiendo de cual sea la forma de actuación elegi-
da en el desarrollo práctico del procedimiento de intervención. De alguna manera, en el ca-
pítulo precedente y en otras ocasiones4, hemos expuesto la conceptualización referida a al-
gunos otros aspectos tan importantes como son el cuerpo y el movimiento. Ahora creemos
necesario exponer aquellos principios teóricos que hemos tenido en cuenta para diseñar o
caracterizar la alternativa metodológica que ofertamos.
Manteniendo nuestro convencimiento de que cualquier propuesta que se realice en el
ámbito de la Motricidad ha de ser analizada desde dos referente fundamentales, cuerpo y
movimiento, parece aconsejable que, una vez expuesta la consideración que realicemos de
cada uno de ellos, el valor que les reconozcamos o el significado que les atribuyamos, cla-
sifiquemos los principios teóricos que, como consecuencia, sugerimos para el desarrollo de
una intervención que utilice, como medio, ambos referentes5.
3
Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla,
Ed. Wanceulen, 2007.
4
Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación Conceptual para una intervención psicomotriz en
Educación Física, Barcelona, INDE, 2002.
5
Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Ed.
Wanceulen, Sevilla, 2007.
44 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
6
Alexander, Gerda: La eutonía, Barcelona, Ed. Paidós, 1998, p. 33.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 45
mo, que consigue mediante diversos procesos autoperceptivos, como una información so-
bre el medio con el que se relaciona. Solo en función de la valoración que de ambos elemen-
tos realiza, sea acertada o no, emitirá una respuesta o conducta motriz.
En nuestra propuesta metodológica potenciamos el valor y la trascendencia que posee el
ejercicio encaminado a la resolución del problema existencial para facilitar los procesos de
autopercepción y autoorganización del individuo.
Coincidimos con Henry Wallon al considerar que entre el acto motor, el movimiento, y la
representación mental se sitúan todas las relaciones posibles entre el individuo (O) y el medio
(M) en que se ubica. Por tanto, así entendido el problema existencial, podríamos considerar que
la conducta es una reacción del organismo ante el mundo, que se transforma en acciones con
una expresión de carácter diverso dependiendo cual sea su orientación, su finalidad o en que
medida participen cada una de las dimensiones que las integran: físicas, perceptivas o mentales.
Por lo que se refiere a un diseño metodológico, un procedimiento de intervención que
tenga en cuenta esta relación homeostática y que se proponga utilizarla ya sea como condi-
ción de acción o como objetivo del proceso, ha de plantearse las siguientes metas:
– Identificación de planes y expectativas, de las motivaciones iniciales, que constituyen
o cualifican la información sensorial tanto de origen exógeno como endógeno.
– Percepción de estímulos propioceptivos que proporcionan al individuo el conocimien-
to o la intuición inmediata de sí mismo y de su disponibilidad conductual: autoaceptación
y autoconcepto.
– Autoorganización: construcción del esquema corporal y organización de la estructura
psicomotriz.
– Desarrollo de las capacidades y aptitudes motrices necesarias para la conducta: capa-
cidades físicas básicas y aptitudes psicomotrices.
– Adquisición de un repertorio dinámico que incluya el desarrollo de la espontaneidad
como base de la disponibilidad, el almacenamiento de formatos de conducta y la adqui-
sición de habilidades y destrezas motrices.
– Establecimiento de la interacción con el medio a través de un eficaz análisis de las pro-
piedades de los objetos y de las relaciones establecidas entre ellos mediante procesos
de comprensión adecuadamente elaborados.
B. CONCEPTO DE ADAPTACIÓN
tas eficaces, sino que también ha de asumir como objetivo proporcionar al individuo aque-
llas habilidades que le permitan un análisis de la situación más acertado y, como consecuen-
cia, diseñar estrategias conductuales que, en cualquiera de las dos direcciones, resulten efi-
caces para resolver el problema adaptativo.
C. LA NOCIÓN DE DISPONIBILIDAD
7
J.P. Guillford la describe como «una producción divergente en oposición a la conclusión convergen-
te o deductiva (resultado contenido en las premisas». (Cfr., Guilford, J.P.: The nature of human intelligence,
New York, Mc Graw-Hill Book Company, 1967. Cit. por Maigre, A. y Destrooper, J.: La educación
psicomotora, Madrid, Ed. Morata, 1976, p. 182).
48 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
D. LA MODULARIZACIÓN DE LA CONDUCTA
Sin embargo, estas tres acciones por sí mismas son insuficientes para asegurar el éxito
adaptativo de la conducta. Todavía será necesario ajustar el formato elegido a las variables
imprevisibles que singularizan la situación o que alteran y actualizan tanto el valor del indi-
viduo como el del medio. En gran medida, se elige el formato en función del carácter del nexo
que relaciona a los elementos que interactúan mientras que son las circunstancias que, en
cada momento, definen a ambos elementos de la ecuación (O-M) las que sirven de referentes
para desarrollar el proceso de modularización.
Los formatos motores están compuestos de una serie de elementos invariantes que, para
ser ejecutados de manera eficaz, requieren de una adaptación o ajuste a la circunstancia
concreta que les complete con determinados elementos variantes entre los cuales, inevita-
blemente, siempre están presentes el tiempo y el espacio. Modularizar una conducta requiere
adecuar un formato motor añadiéndole nuevos elementos variantes, en función de las carac-
terísticas definitorias actualizadas tanto del individuo como del medio donde ha de adaptarse.
A este respecto, Le Boulch denomina «función de ajuste» a una noción muy cercana a la
de modularización cuando la describe como el «aspecto que toma la acomodación en lo que
concierne a la respuesta motriz ante las exigencias del mundo». Sería la capacidad de variar
algunos aspectos de lo que él mismo identifica como «plasticidad».
En nuestra opinión, la metodología de la intervención debe considerar que esta capaci-
dad de modularización de la conducta se produce en función de tres factores principales: el
grado de autopercepción que el sujeto posee, su nivel de conocimiento del medio y la natu-
raleza de la relación que suele orientar la intencionalidad de la conducta8.
E. EL MODELO DE CONDUCTA
Si consideramos el movimiento como una expresión conductual y, como consecuencia, si
basamos la intervención en los efectos que pueda producir su experiencia, tanto en la
Cfr. Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Ed.
8
Modularización
Formato
Además de los principios teóricos señalados ya, y que de alguna manera sugieren una
orientación metodológica inspirada por un concepto muy concreto de cuerpo y de movi-
miento, también es necesario advertir de la conveniencia y de la importancia que concede-
mos a otros aspectos relacionados con cuestiones de distinta naturaleza o que requieren de
una consideración especial en tanto que su trascendencia puede condicionar de manera
50 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
fundamental aspectos tan básicos como son, por ejemplo, la identificación de los objetivos,
la creación de los recursos y de las actividades o los mismos procesos y dinámicas que se
pretenden activar.
En nuestro criterio, son dos los principios necesarios para completar la orientación teó-
rica del procedimiento de intervención:
A. LA FUNCIÓN DE INTERIORIZACIÓN
La operación que J. Piaget define como interiorización, Le Boulch, con una interpretación
muy semejante, la incluye en la metodología psicocinética con la denominación de
«internalización». Creemos que, en ambos casos, se alude a un aspecto de la representación
mental por el que la acción o la información propioceptiva se sustituye por algún tipo de
imagen o esquema. El concepto de «representación enactiva» que propone J.S. Bruner tam-
poco difiere demasiado de esta definición9.
Su aplicación metodológica no solo caracteriza algunas versiones psicomotricistas sino
que también expresa un planteamiento doctrinal que pretende que el objeto de la educación
física supere el viejo reduccionismo que, simplemente, la adscribía al desarrollo de la «diná-
mica». Le atribuye así otros fines que, en opinión de Le Boulch, aluden a una conciencia
adquirida mediante unas «técnicas del cuerpo» que utilizan como referente principal el es-
quema corporal o la autopercepción10.
La noción de internalización que propone Le Boulch permite establecer un nexo entre lo
psicomotriz y lo cognitivo distinguiendo dos vertientes básicas11:
– La vertiente sensoriomotriz de la respuesta cinética que correspondería al esquema
corporal inconsciente.
– La vertiente cognitiva que corresponde a una imagen del cuerpo operativo formado por
diversas informaciones de carácter exteroceptivo y cinestésico hechas conscientes.
La representación mental permite asociar la imagen visual del cuerpo a las informaciones
cinéticas que proporciona la conducta motriz y, por tanto, la experiencia proporcionará la
organización de los esquemas sensoriales y de los programas motores sobre los que, más
tarde, se organizarán los nuevos recursos adaptativos o la adquisición de aprendizajes que
Le Boulch adjudica al «cuerpo operativo»12.
En nuestro criterio, la función de interiorización se describiría mejor como el resultado de
distintos procesos estructurados como consecuencia de su intervención en la ejecución de
fenómenos conductuales diversos; como el resultado de los efectos de una experiencia
conductual que integra en su ejecución la intervención de diversos dominios y de la que,
como consecuencia, el individuo obtiene datos heterogéneos sobre la realidad de sí mismo
y de su actuar que organizará en esquemas sensoriales, cognitivos y motores.
9
Bruner, Jerome (compilación de José Luis Linaza): Acción, pensamiento y lenguaje, Madrid, Alianza
Psicología, 1ª reimpresión, 1989.
10
Le Boulch, Jean: El cuerpo en la escuela en el siglo XXI, Barcelona, INDE, 2001, p. 116.
11
Le Boulch, Jean: El movimiento en el desarrollo de la persona, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1997, p. 77.
12
Ibid.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 51
Por tanto, para diseñar un procedimiento de intervención, nos parece relevante conside-
rar la relación que en la ejecución de la conducta motriz se establece entre la conciencia y la
atención. Igualmente, del análisis del concepto de interiorización se desprende que solo la
adquisición del esquema corporal y la posesión de un esquema de acción permite al sujeto
la anticipación de la conducta lo que, consecuentemente, condiciona su capacidad creativa
y la eficacia de su conducta espontánea.
La importancia y repercusión de los procesos de interiorización en el diseño metodológico
se evidencia especialmente si se consideran dos aspectos:
– Como condición de actuación, en tanto que delimita o determina la capacidad de ana-
lizar, organizar y percibir la respuesta que permite al individuo resolver una determina-
da situación, ser más eficaz en su proceso adaptativo y, en consecuencia, generar ex-
periencias más complejas y enriquecedoras.
– Como objetivo que ha de procurarse para que los efectos de la intervención favorezcan
aquellas estructuras necesarias para la mejora de la capacidad conductual del indivi-
duo. El proceso de intervención ha de elaborar recursos que favorezcan el eficaz desa-
rrollo de esta función.
Todos los principios teóricos enunciados hasta ahora carecerían de sentido si no estu-
vieran contextualizados desde una perspectiva psicogenética y evolutiva. Cada uno de los
mecanismos y fenómenos que hemos seleccionado para explicar la conducta o la dinámica
conductual están sujetos a una cualificación evolutiva y su presencia responde a un deter-
minado grado de desarrollo y a un nivel de maduración concreto. Por tanto, dependiendo de
este contexto evolutivo, se delimitan las posibilidades de actuación, los objetivos se selec-
cionan o los ámbitos de intervención se definen para, desde ellos, diseñar una metodología
específica y especializada. Un mismo objetivo, dependiendo de cual sea el momento evolu-
tivo que caracterice al sujeto, requiere distintos tratamientos y consideración, la motivación
conductual responde a pulsiones diferentes y los efectos que se persiguen se relacionan
con procesos originados por factores, capacidades o limitaciones también heterogéneas.
Este marco contextual de carácter evolutivo ha de completarse con otras referencias, como
es, por ejemplo, el campo de aplicación del procedimiento, lo cual, de alguna manera, le pro-
porciona una significación aun más específica. La mayoría de las corrientes psicomotricista
diferencian claramente entre campos de actuación distintos que, como consecuencia de poseer
cada uno de ellos objetivos específicos y fines peculiares, a su vez, requieren formas de
intervención también nítidamente diferenciadas.
Los diversos campos de actuación (educativo, clínico, terapéutico o reeducativo) que
hasta ahora han constituido las principales áreas de aplicación de la metodología
psicomotricista, actualmente se ven ampliados con otros nuevos que emergen dentro del
espacio que caracteriza la práctica de la actividad física en la tercera edad, el mantenimiento,
la actividad extraescolar o la recreación, por ejemplo. Será obligada, por tanto, la diversifica-
ción en cuanto se refiere o constituye la especificidad en la selección de objetivos. Cada
52 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
campo requiere una normalización metodológica que adapte los principios técnicos, los re-
cursos, las actividades o la dinamización del grupo a las posibilidades, capacidades, intere-
ses y necesidades del momento evolutivo de que se trate o del campo de actuación donde
se desarrolle la praxis de la intervención.
Jean Le Boulch, en una de sus últimas obras publicadas afirmaba que «hacer del cuerpo
un fiel instrumento de adaptación al entorno biológico y social a través del desarrollo de sus
cualidades motrices y psicomotrices que permiten alcanzar el dinamismo corporal, elemento
del dominio del comportamiento, es condición indispensable para la libertad»13.
Coinciden sus postreros posicionamientos doctrinales con aquellas primeras
formulaciones, en las que identificaba los fines de la Psicocinética con los de una «educa-
ción general» o común, para todos los ciudadanos. También es verdad que, pese al acierto
de este punto de vista, una definición tan genérica no solo desvela escasos sustentos en la
aplicación del procedimiento de intervención sino que, también, replantea la vieja disyuntiva
metodológica que obligaba a decidir entre el análisis y la síntesis. Ante el dilema que repre-
senta elegir llegar al todo desde las partes o a las partes desde el todo, nosotros creemos
que deben superarse las posturas excluyentes que únicamente permiten una alternativa acep-
tando, de acuerdo con las propuestas de la Gestalt, que la suma de las partes no constituyen
el todo o que, al menos, son diferentes del todo porque siempre existe un elemento añadido
que completa el conjunto, que determina la forma, que da coherencia a la estructura y que
organiza el fondo proporcionando sentido a la realidad. Este elemento, nosotros lo identifi-
camos con la noción de estructura.
Desde una posición ecléctica admitimos cualquiera de las dos posibles alternativas
metodológicas siempre que su empleo sea pertinente como consecuencia de la valoración
que de los objetivos propuestos se realice. Creemos que a un diseño metodológico no solo
se le debe exigir que de respuesta procedimentales eficaces sino también que se sustente
sobre unos principios teóricos que le proporcionen la coherencia necesaria para ajustarse a
unos aspectos normativos de los que, en nuestro caso, nos parecen fundamentales los si-
guientes14:
Como recuerda Le Boulch, ya a principios del siglo XX, John Dewey afirmaba que todo
aprendizaje debería concebirse como una experiencia»15. Esta experiencia, como aseveraba
13
Le Boulch, Jean: El movimiento en el desarrollo de la persona, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1997, p. 30.
14
Pastor Pradillo, José Luis: «Principios teóricos para una fundamentación conceptual de la interven-
ción psicomotriz», Tabanque. Revista de Pedagogía, nº 19, (2005), pp. 2029-242.
15
Le Boulch, Jean: El cuerpo en la escuela en el siglo XXI, Barcelona, INDE, 2001, p. 25.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 53
Munchielli, para que sea eficaz, ha de facilitar el establecimiento de un nexo interactivo entre
cuantos elementos intervienen en el esquema de conducta. Algunos autores y tratadistas,
como Feuerstein y la llamada «Pedagogía de la Mediación», afirman que, para que este efec-
to se produzca, es necesario que la experiencia posea aquellas características que definen lo
que ellos denominan «ejercicio problema»16.
Se debe aspirar a que los efectos de la experiencia repercutan en todas las posibles di-
mensiones de la estructura psicomotriz. La primera y principal consecuencia de este plantea-
miento afectará al modo en que han de concebirse los recursos metodológicos. Los ejerci-
cios construidos basados en estereotipos motores o las conductas motrices reproductoras
de modelos, carecen de interés y utilidad. Solo puede aspirarse a conseguir este propósito
mediante el empleo de actividades libres de condicionantes que limiten su duración, su for-
ma, su intencionalidad o su dinámica y desarrollo. No serán útiles aquellas que, tradicional-
mente, se ha denominado «ejercicios» siendo, por el contrario, más eficaz el uso de activida-
des que permitan, lo largo de su desarrollo, la inclusión coherente, simultánea o sucesiva, de
distintas conductas que exijan la resolución de problemas de carácter diverso y el estableci-
miento de relaciones de naturaleza heterogénea.
D. EL FOMENTO DE LA RELACIÓN
16
Cfr. Feuerstein, P.: Pedagogía de la médistión, Lyon, Ed. Chronique Sociale, 1992.
54 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Estos nexos pueden admitir interpretaciones distintas como ocurre en las diferentes co-
rrientes psicomotricistas que reivindican un carácter relacional. Mientras que P. Vayer funda-
menta su oferta metodológica sobre un esquema integrado por una triple relación, la que se
establece el individuo consigo mismo y las que establece con el mundo de los objetos y con
el mundo de los demás, la corriente vivencial de Lapierre y Aucouturier traslada su interés a
los aspectos afectivos y simbólicos de la relación.
Desde nuestro planteamiento global y holístico entendemos que los vínculos relacionales
establecidos entre los distintos elementos del esquema conductual pueden ser de naturaleza
heterogénea por lo que la metodología deberá prever procedimientos adecuados a la conse-
cución de los distintos fines y aspectos que cada uno de ellos reclame. Esta diversidad
relacional es la que, precisamente, ha de ser contemplada a lo largo del desarrollo de la acti-
vidad ya sea para aprovechar las posibilidades que proporciona o para que, una vez conside-
rada como objetivo, se aborde su estructuración o adecuación como base de la conducta.
Como una forma de superar el empleo del llamado «ejercicio construido» y de dar res-
puesta a las exigencias que el nuevo planteamiento unitario reclama se propuso la «viven-
cia» como recurso metodológico más apropiado.
Si nos proponemos, como hemos afirmado en epígrafes anteriores, que la experiencia
motriz genere repercusiones en la totalidad de las dimensiones de la estructura psicomotriz,
que incluya el mayor número y variedad de relaciones y que afecte a objetivos diversos
pertenecientes a todos los dominios, entonces, las actividades que se empleen en la praxis
de la intervención han de reunir aquellas características que faciliten este propósito. Para
conseguirlo, algunos tratadistas, proponen el uso de la vivencia aunque, de ella, cada uno
formula una descripción distinta. En nuestra opinión, la vivencia, cualquiera que sea el cam-
po de aplicación donde se desarrolle, el procedimiento de intervención o el proceso con-
ductual con que se pretenda suscitar, ha de integrar, al menos, tres aspectos relevantes17:
– La naturaleza de la experiencia que genera y, por tanto, que esta sea «satisfactoria» y
eficaz en la consecución de los objetivos pretendidos.
– El control de la repercusión o dinamización que activa su presencia en diversos me-
canismos y, en consecuencia, el control de los planos afectados o de los aparatos
intervinientes. La vivencia, en la descripción que de ella realizan autores como André
Lapierre y Bernard Aucouturier, será más completa cuanto más amplia sea su repercu-
17
Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Motricidad. Perspectiva psicomotricista de la intervención, Sevilla,
Ed. Wanceulen, 2007.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 55
Por otra parte, con relación a otros recursos metodológicos, la vivencia también eviden-
cia otras peculiaridades18:
– La vivencia no se desarrolla como resultado de un reflejo o como una conducta simple
en que se responde a un estímulo concreto, ni se concibe sólo como un comportamien-
to capaz de resolver una situación claramente definida. Por el contrario, su desarrollo y
desenlace se deberá, en mayor medida, a los efectos de una dinámica en la que se
asocian coyunturas de distinto significado.
– Su estructura tampoco responde a una sucesión de fases típicas, reproducida de mane-
ra cíclica, circular y cerrada, sino que su desarrollo puede corresponder a organizacio-
nes diversas y sucesivas compuestas de elementos de distinto signo.
– La vivencia no se ajusta a parámetros temporales concretos sino que su permanencia
quedará determinada por la duración de la misma dinámica que constituye su desarro-
llo, y éste, por el ritmo con que se sucedan los acontecimientos que lo componen.
– La vivencia, por lo que se refiere a su significación anímico-afectiva, no se define por
un carácter neutro. Sin embargo, cualquiera que sea su valor, éste carácter nunca será
permanente, inmutable o poseerá el mismo signo para todos los participantes en la misma
práctica de la intervención.
– La vivencia, precisamente por las características anteriores, es de muy difícil previsión
lo que, a menudo, dificulta su programación o impide que sea el resultado de la preme-
ditación. Por tanto, en el desarrollo práctico de la intervención resulta muy difícil pre-
ver el como, el cuando y el con qué significación va a producirse la vivencia, por lo
que, en la metodología vivencial, parece conveniente el uso de un estilo de carácter no
directivo.
– Como advierten Lapierre y Aucouturier, la vivencia responde muy mal a la programa-
ción previa y exhaustiva de la sesión que tan frecuentemente fue utilizada en la didác-
tica analítica. La previsión de que se produzca una vivencia determinada ha de estable-
cerse con un carácter muy flexible y, siempre, su desarrollo deberá estar sujeto a los
condicionantes, a menudo imprevisibles, que pueden imponer cuantas circunstancias
intervengan en su duración ya que el gobierno y la previsión de las variables que median
18
Ibid.
56 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
19
Guillford, J.P.: «Creatividad: retrospectiva y prospectiva», Innovación creadora, nº 1, (1976), pp.
9-12.
20
Landau, E.: El vivir creativo. Teoría y práctica de la creatividad, Barcelona, Herder, 1987.
21
Mechén, F.: Descubrir la creatividad: Desaparecer para volver a aprender, Madrid, Pirámide, 1998.
22
Desde la perspectiva específica de la Motricidad, López Tejada la describe como «la capacidad huma-
na que permite al individuo realizar innovaciones valiosas y resolver innovadoramente problemas de carác-
ter motor». (Cfr., López Tejada, A.: «La creatividad en las actividades motrices», Apunts. Educación Fí-
sica y deportes, nº 20-28, (2005), p. 23. Citado por Cárdenas Vélez, David y Torre Ramos, Elisa: El
desarrollo de la creatividad en el deporte, en ... Fcº. Javier Giénes Fuentes-Guerra y otros (eds.): Educar a
través del deporte, Huelva, Universidad de Huelva, 2005, p. 61).
23
Guillford, J.P.: La creatividad, en Beaudot, A.: La creatividad, Madrid, Narcea, 1980, pp. 19-34.
58 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
cuar el diseño metodológico a los preceptos evolutivos teniendo en cuenta los siguientes
aspectos 24:
– La selección de objetivos adecuados a las necesidades de cada etapa, de manera que
la motivación y los mecanismos del individuo respondan a una demanda endógena.
– El tratamiento específico de estos objetivos que, dependiendo de la etapa evolutiva en
que se encuentre el sujeto, requerirán una consideración singular. En cada campo co-
bra una diferente importancia identificar los ámbitos de intervención desde donde se
pretende abordar al individuo.
– Desde un punto de vista metodológico, el momento evolutivo también condiciona, en
gran medida, la elección de los elementos que caracterizan cada una de las distintas
propuestas de intervención:
– El estilo que adopte el psicomotricista y los elementos temáticos, simbólicos o forma-
les que cualifican las actividades.
– Los elementos inductores de la acción que se empleen.
– El diseño de la actividad o vivencia ha de estar de acuerdo con al momento evolutivo
que caracterice al sujeto de la intervención.
Al igual que puede ser flexible la elección de los principios metodológicos en función de
ciertas circunstancias o en la selección de los objetivos que se pretendan en función del
campo de actuación donde se desarrolle la intervención, también las orientaciones técnicas
pueden variar dependiendo de las circunstancias o de los factores que singularicen la inter-
vención.
Los fines que se propongan, los ámbitos donde se actué o la fundamentación teórica
desde la que se expliquen o diseñe la estrategia de la intervención, en muchas ocasiones,
determinarán las posibilidades de uso de los materiales, el empleo de los recursos, la elec-
ción de las actividades o las técnicas que se utilicen por ser previsiblemente más eficaces.
No vamos a analizar aquí estos aspectos de manera exhaustiva aunque sí nos detendre-
mos lo suficiente como para poder identificar los aspectos más importantes que un diseño
metodológico o su posterior aplicación han de tener en cuenta26.
Siendo coherentes con los planteamientos que hasta ahora hemos sostenido, creemos
que las técnicas de trabajo que se utilicen han de ser, en primer lugar, compatibles con la
fundamentación teórica en que se sustenta el diseño de la intervención y, también, con la
descripción concreta que de la conducta se realice.
La elección de recursos técnicos con los que desarrollar el procedimiento de interven-
ción no puede ser el resultado de una decisión aleatoria, ni puede concretarse en función de
sus efectos lúdicos o de otros objetivos ajenos a los fines concretos del procedimiento
metodológico. La elección de los recursos técnicos ha de responder a una intencionalidad
premeditada, a unos fines, a las circunstancias de aplicación, a un diagnóstico previo y a un
pronóstico final.
26
Pastor Pradillo, José Luis: «Importancia de los aspectos técnicos en el diseño de la intervención
psicomotriz», Habilidad Motriz. Revista de CC. de la Actividad Física y del Deporte, nº 26, (2006), pp.
38-48.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 61
d. Otros factores
En este breve resumen de aspectos técnicos también creemos relevante incluir otras
consideraciones de índole diversa:
– Las características que describen al grupo: la edad de los participantes, el sexo de sus
componentes, su procedencia, la proporción de los integrantes en función de su sexo,
el nivel psicomotriz que le define o el estatus afectivo que disfrutan sus miembros; la
razón de acceso al grupo y su carácter voluntario, obligatorio, etc.; y la gratuidad de la
actividad o la institución donde se desarrolle o que la patrocine.
– Los recursos materiales. No solo han de tenerse en cuenta las posibilidades que cada
material propicia sino que, en ocasiones, su misma elección, suscita la aparición de
determinadas dinámicas que, según los casos, convendrá fomentar o inhibir. En nues-
tra propuesta admitimos todo tipo de materiales aunque preferimos aquellos que, por
sus características, admiten una utilización más diversa y una mayor capacidad de
adaptación a usos múltiples o a cualquier circunstancia.
En Motricidad, esta preferencia no tiene por qué orientarse hacia materiales de carácter
deportivo que, por otra parte, paradójicamente, suelen condicionar excesivamente la
respuesta del sujeto o la dinámica del grupo demostrando una menor ductilidad en su
uso. Para nosotros son útiles cuantos objetos o materiales, siendo susceptibles de
manipulación individual o compartida, facilitan una mayor creatividad transitiva y una
más versátil comunicación entre los participantes.
– Instalaciones e infraestructura. Para la eficacia de la metodología tienen una importan-
cia decisiva las características del local donde se vaya a desarrollar la actividad: la ilu-
minación, los elementos de construcción como, por ejemplo, el material empleado en la
superficie del suelo, la estructura del local y la disposición de sus elementos arquitec-
tónicos (ventanas, columnas, puertas, etc.), la temperatura y la capacidad de ventila-
ción, refrigeración o calefacción, el aislamiento del local y la posibilidad de irrupción de
estímulos exteriores, etc.
De estas características depende en gran parte la posibilidad de que prosperen ciertas
dinámicas grupales o que sean investidas de significaciones particulares. Nadie puede
desconocer la significación simbólica que el espacio reviste y, por esa misma razón,
tampoco se puede pretender convertir el espacio de trabajo en una superficie
emocionalmente neutra.
III. LA ESTRUCTURA PSICOMOTRIZ
1. CONCEPTOS FUNDAMENTALES
1
Kepner, J.: Proceso corporal, México D.F., El Manual Moderno, 1992, p. 7.
2
Pichon-Rivére, E. y Borel Maisonny, S.: La tartamudez, Barcelona, Ed. Toray-Masson, 1973.
3
Chocler, Myrtha Hebe: Los organizadores del desarrollo psicomotor, Buenos Aires, Ed. Cinco, 1988,
pp. 75 y ss.
4
Franc Batlle, Nuria: «la organización tónica en el desarrollo de la persona», Revista Iberoamericana
de Psicomotricidad y Terapias Corporales, nº 3, (agosto, 2001), pp. 21 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 65
Como ya expusimos en el Cap. I, el individuo, para poder interactuar con el mundo donde
se ubica, requiere asignar algún tipo de valor a los elementos integrantes de la ecuación (O-
M). Necesita adquirir un conocimiento de sí, la autopercepción, y de sus posibilidades de
actuación, la disponibilidad, para poder diseñar la conducta más eficaz frente al mundo que,
como él mismo, se encuentra en permanente cambio. En función de una estrategia de inter-
vención, esta necesidad de autopercepción plantea, al menos, dos necesidades: en primer
lugar, construir el constructo que defina ese autoconocimiento y, en segundo lugar, actuali-
5
Luria, A.R.: «The functional organization of the brain», Scientific American, (1970). (Citado por
Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción. El motivo y la acción, Barcelona, Ed. Científico-
Médica, 1987, p. 13.
6
Vayer, P. y Toulousse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, Ed. Científico-Médica, 1987, p. 13.
7
Lowen, A.: El lenguaje del cuerpo, Barcelona, Ed. Herder, 1995, p. 11.
66 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
zar esa valoración en función de los cambios evolutivos o circunstanciales que le afecten.
Pero, en cualquier caso, este grado de conocimiento, el resultado de la autopercepción, que
puede ser acertado o erróneo, será el primer condicionante que determine la orientación, la
elección y la ejecución de la conducta.
Y así, inicialmente, es posible distinguir dos tipos de valoraciones que pueden concretar-
se en dos imágenes de sí claramente diferenciadas:
– La que es fruto de una información de carácter científico, que utiliza datos de carácter
simbólico, valores y referentes perceptivos o cognitivos.
– La que hace referencia a los aspectos funcionales.
No sería acertado pretender que no existe ninguna relación entre ambas formas de cono-
cimiento. Por el contrario, desde nuestra perspectiva unitaria estamos convencidos de que
ambas valoraciones constituyen un único resultado autoperceptivo. En consecuencia, sirva
esta distinción solo para sistematizar los contenidos de un proceso tan complejo como es el
de la autopercepción.
Dentro de este concepto genérico de autopercepción, dependiendo de cual sea la pers-
pectiva o la información que se utilice, caben muchas y variadas nociones que empleará cada
autor para destacar su particular punto de vista o para singularizar su definición atendiendo
a su peculiar objeto de interés. Y así podemos comprobar como el viejo concepto de esque-
ma corporal, acuñado por los neurólogos de principio del s. XX, ha ido acogiendo nuevas
descripciones, con contenidos inéditos, o nuevas orientaciones que se han pretendido iden-
tificar con nuevos términos y apelativos. La noción que Schilder denomina esquema corpo-
ral no es absolutamente coincidente con el «esquema postural» de Head o a la de «imagen
del cuerpo» que propone Wapner. Otros autores utilizarán términos como «imagen de sí»,
«Yo corporal», «imagen corporal», «precepto de cuerpo» e, incluso, otros construidos con
informaciones producto de valoraciones subjetivas, como son las nociones de «autoestima»,
«autoconcepto», con las que se pretende resaltar determinados matices o identificar alguna
de las aristas de la concepción poliédrica de un constructo complejo que nosotros preferi-
mos denominar genéricamente como autopercepción.
Para expresar mejor la naturaleza orgánica de una realidad tan compleja como es el hom-
bre, dando cabida a la totalidad de los aspectos que singularizan muchos de los términos
antes citados, también utilizamos la noción de estructura psicomotriz. Con esta noción no
solo pretendemos ordenar en un modelo o esquema de organización cuantos elementos
conforman esa realidad psicomotriz sino que, también, se intenta describir el establecimiento
de relaciones que entre ellos se concretan para, así, disponer de un constructo desde el cual
analizar la conducta del sujeto.
La organización de «lo corporal» se manifiesta funcionalmente y se dinamiza a través de
la actividad, del movimiento, de la acción y, consecuentemente, nosotros creemos que los
efectos y la experiencia de su conducta proporcionan al individuo, por una parte, informa-
ción sobre sí mismo y sobre el exterior, del medio donde se ubica, y por otra, desarrolla y
potencia aquellas capacidades necesarias para la emisión de la conducta induciendo, al mis-
mo tiempo, una reorganización de la misma estructura psicomotriz. Son en estos efectos o
consecuencias en lo que se fundamentan las posibilidades metodológicas del procedimiento
de intervención.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 67
Actividad de Actividad
relación tónica
Actividad
psicofuncional
8
La personalidad se entiende como la propensión que un individuo muestra para reaccionar con idén-
tica respuesta ante un mismo estímulo.
68 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Para describir la estructura expresada en el esquema nos parece necesario analizar algu-
nos de sus elementos: el esquema corporal, la noción de acción o actividad psicomotriz y la
dimensión de la estructura psicomotriz
Cuando Henry Wallon describe su concepto de esquema corporal como «el resultado y
la condición de relaciones precisas entre el individuo y el medio», está destacado dos as-
pectos cuya consideración creemos fundamental para el diseño de una metodología de inter-
vención. Con este planteamiento, Wallon desvela dos formas de entender la presencia del
esquema corporal en la praxis metodológica: como resultado y como condición de la acción.
9
Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en Edu-
cación Física, Barcelona, INDE, 2002.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 69
Describe una especie de paradoja que nosotros hemos intentado reflejar en el esquema de la
estructura psicomotriz expuesto anteriormente mediante el uso de unos nexos que represen-
tamos por flechas de doble punta que indican los dos sentidos de la dirección.
Al mismo tiempo que el esquema corporal se va organizando como consecuencia de la
experiencia motriz y de la información de retorno que genera la conducta en función de los
resultados obtenidos, su concreto estado de estructuración condiciona la conducta y, por
tanto, su riqueza experiencial ya que, como consideran muchos autores, el esquema corporal
ostentaría el nivel básico tanto de la autopercepción como de la personalidad constituyendo
un núcleo inicial y fundamental. Conociendo, respetando o aprovechando la dinámica de
esta especie de «circulo virtuoso» es como la metodología de la intervención organiza sus
procedimientos.
En consecuencia, como afirma F. Bartlett, el esquema corporal «es una organización activa
de las reacciones o experiencias paralelas que intervienen en toda respuesta adaptada»10. En el
seno de esta organización J. Coste incluye todos los mecanismos y procesos de los niveles
motores, tónicos, perceptivos, sensoriales y expresivos (verbales y no verbales), procesos en
los cuales y por los cuales, el nivel afectivo esta constantemente investido, proporcionándole
un carácter global fácilmente conciliable con nuestra perspectiva y distinguiéndole al mismo
tiempo como un elemento fundamental y cimentador de entidad estructural superior.
Muchos autores procedentes de los círculos psicomotricistas, y especialmente de los
inspirados por el Psicoanálisis, necesitando superar la simplificación conceptual que del
esquema corporal ofertaba la perspectiva neurológica, propusieron otra noción con la que,
como en el caso de la «imagen corporal», se pretendía completar el viejo concepto incluyen-
do, junto a los de carácter funcional, nuevos aspectos y contenidos inéditos hasta enton-
ces. En definitiva, se ofertaba una nueva perspectiva que permitiera la descripción de proce-
sos diferentes.
Como advertía F. Dolto, a cada concepto, esquema o imagen, le distinguirían diferencias
y peculiaridades fundamentales11. Mientras que el esquema corporal sería resultado de la
experiencia conductual, del actuar en contacto con el mundo, estructurado en niveles cons-
cientes o preconscientes, la imagen corporal lo sería de la experiencia afectiva elaborada a
nivel incosciente.
Por tanto, por lo que se refiere a la metodología de la intervención, ambos conceptos,
complementarios entre sí, apelan a distintas dimensiones, utilizan informaciones diferentes y
requieren tratamientos metodológicos específicos para unos objetivos que, en cada caso, se
plantean con un carácter heterogéneo. Aun estando de acuerdo en como construye Thompson
su concepto de imagen corporal con tres tipos de materiales (perceptual, subjetivo cognitivo-
afectivo y conductual)12, en nuestra opinión, la metodología ha de procurar su integración
subjetiva en un constructo unitario. Desde la Motricidad, la atención al proceso de
autopercepción exige que la metodología de la intervención atienda, al menos, a tres conte-
nidos fundamentales o modos distintos de conocimiento:
10
Bartlett, F.C.R.: A study in experimental and social psychology, Londres, Cambridge, 1932. Citado
por Ajuriaguerra, J. de: op. cit, p. 91.
11
Dolto, Francis: La imagen consciente del cuerpo, Barcelona, Ed. Paidós, 1990, p. 21.
12
Citado por Raich, R.M.: Imagen corporal: conocer y valorar el propio cuerpo, Madrid, Ed. Pirámi-
de, 2000, p. 25.
70 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
A. LA ACTIVIDAD TÓNICA
B. LA ACTIVIDAD PSICOFUNCIONAL
Este área afecta a los factores de la inteligencia y a las capacidades psíquicas que se
manifiestan en la acción, por lo que será ineludible considerar los niveles de maduración de
la inteligencia y el grado de desarrollo del pensamiento del niño para intervenir y para dise-
ñar el empleo de actividades que pretendan la estimulación psicofuncional.
No obstante, como hemos visto, su presencia es inevitable en cualquier tipo de respues-
ta; el pensamiento y la afectividad están presentes en cualquier manifestación conductual.
La intensidad con que se ejerza o el tiempo que se pueda mantener la atención en una con-
ducta determinada, por ejemplo, que representa una actividad psicofuncional, que depende-
rá de distintas variables que estarían integradas, por completo, dentro del área de actividad
tónica: regulación tónica, control tónico (grado de contracción) o mecanismos de inhibición
contráctil (relajación).
Su propia naturaleza las sitúa en la base de cualquier tipo de aprendizaje y, por tanto,
afecta a otras áreas más amplias. Dalila Molina y M. de Costallat, por ejemplo, enumera las
siguientes14: organización del espacio, la atención, la percepción visual y auditiva, la memo-
ria visual y las coordinaciones motrices correspondientes, la memoria motora, la adaptación
al tiempo, la conducta adaptativa y, en los últimos niveles, el razonamiento progresivo.
C. LA ACTIVIDAD DE RELACIÓN
Las relaciones establecidas entre el yo y su entorno, generalmente se organizan me-
diante movimientos o acciones transitivas de estructura compleja. Estas praxias, a su vez,
14
Cfr., Molina M. de Costallat, D.: La entidad psicomotriz, Buenos Aires, Ed Losada, 1984.
72 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
han de organizarse en patrones que dependiendo de los segmentos corporales que intervie-
nen suelen identificarse con: la movilidad corporal o general y la dinámica manual o coordi-
nación fina.
Dentro del primer tipo de actividad se incluyen aquellas destrezas que requieren la co-
laboración, más o menos generalizada, de todo el cuerpo (correr, saltar, coordinaciones, rit-
mos motores, etc.); la segunda categoría se refiere a la educación de movimientos y coor-
dinaciones más localizadas a nivel de algunos segmentos distales sobre todo en las extre-
midades superiores (los dedos, coordinación óculo-manual o tareas como el escribir, grafo-
motrices, etc).
La coordinación general servirá de nexo a dos manifestaciones de la actividad: la activi-
dad tónica y la actividad relacional. Por tanto, considerando el movimiento como instru-
mento de relación entre el organismo y su medio, con independencia de cuál sea su posible
utilización, justificación o motivación mediante el uso del movimiento, de la conducta diná-
mica o transitiva o de nuevas soluciones de coordinación general, cuanto contribuya a la
mejora de esta relación será materia de obligado tratamiento en cualquier estrategia de in-
tervención que aspire al desarrollo de la totalidad del individuo. En el ámbito escolar, sin
embargo, desde criterios eminentemente metodológicos, se exige distinguir dos manifesta-
ciones de la coordinación dinámica corporal: la coordinación dinámica general y la coordi-
nación manual.
En función de los estímulos a los que, de forma prioritaria, ha de ajustarse la respuesta o
coordinación motriz, debemos incluir otras manifestaciones. Las más importantes, en un in-
dividuo sin carencias o disminuciones sensoriales, motrices o intelectuales, son aquellas que
determinan el nexo más genuino entre lo sensorial y lo motriz, (por ejemplo, la coordinación
viso-motriz) y entre el movimiento y la dimensión organizativa de la conducta en función del
tiempo (coordinación ritmo-motora).
A. EL DOMINIO TÓNICO-MOTOR
Desde nuestra perspectiva, no nos interesamos tanto por la función clónica y sus posi-
bilidades transitivas como por otras implicaciones que, en definitiva, expresan o sirven de
instrumento para el establecimiento de relaciones con el medio15.
En el contexto genérico que inicialmente pretendemos describir para ubicar en él nuestro
concepto de Motricidad, consideramos la tonicidad como el elemento fundamental que cons-
tituye la trama del movimiento y, por tanto, un factor imprescindible para la construcción de
la conducta. Evidenciamos así una relación entre tono y personalidad que Wallon se ocupó
de analizar con mucho acierto y que, más tarde, inspiraría a P. Vayer para diseñar su alterna-
tiva metodológica.
El dominio tónico-motor, de alguna manera, integra cualquier manifestación conductual
con independencia de cual sea su carácter (motor, afectivo, cognitivo o emotivo) sirviendo
de nexo entre todos los dominios de la estructura de la personalidad de tal forma que, en
opinión de Wallon, no solo constituye la función más compleja del ser humano sino que,
además, es responsable de la interrelación entre el psiquismo y la motricidad.
Así pues, corresponde a la función tónica la labor de establecer la conexión entre los
músculos estriados, los lisos, el sistema hormonal y, como subraya Wallon, ejercer como
principal recurso en la construcción de la actividad de relación a partir de lo que él denominó
«diálogo tónico» y también mediante la función de vigilancia. Así, este autor sitúa el tono en
la base de las emociones de manera que «sirve de tejido a la vida afectiva»16.
C. EL ÁMBITO AFECTIVO-EMOCIONAL
Las cualidades específicas de la afectividad implican el reconocimiento de un doble as-
pecto, el psíquico y el orgánico. Este planteamiento admite la intervención de ambas dimensio-
15
Citado por Velasco Herrero, M. y Burger Velasco, R.: Maduración afectiva, motórica e intelectual
del movimiento, Zaragoza, ICE de Zaragoza, 1982.
16
Wallon, Henry: Los orígenes del carácter del niño, Argentina, Ed. Lautaro, 1965.
17
Luria, A.R.: El cerebro en acción, Barcelona, Ed. Fontanella, 1974, p. 9.
74 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
nes de la naturaleza humana en este tipo de conducta otorgando a este ámbito un carácter
psicoorgánico, psicosomático, absolutamente identificable con el paradigma unitario. En su
interacción, ambos aspectos definen tres estados afectivos básicos18: los sentimientos diri-
gidos, como el resultado de la relación entre el yo y el medio (O-M); los estados de concien-
cia, que surgen de manera espontánea; y los sentimientos vitales, portadores de una signi-
ficación inmediata y subjetiva.
Podrían ensayarse diversas definiciones de afectividad como la que propone Bleuler al
describirla como una reacción emotiva generalizada que produce efectos definidos en el cuerpo
y en la psique, o la que aporta Vayer cuando afirma que la afectividad es la esfera de los
sentimientos relacionados con las modificaciones de la vivencia corporal con el medio.
Desde perspectivas distintas, Jasper, Max Sheler, Schneider o López Ibor concebían la afec-
tividad como una realidad psíquica, al igual que pueda ser la inteligencia o la percepción, carac-
terizada por dos cualidades: por su carácter subjetivo, habida cuenta que los procesos afec-
tivos, en ningún caso, son neutrales o indiferentes; y por su estructura bipolar, en la que siem-
pre existe un enfrentamiento entre sentimientos de signo contrario: positivos-negativos, pla-
cer-displacer, excitación-reposo, relajación-tensión, etc.19. Así, en la misma naturaleza afectiva
radicaría la posibilidad de convertir toda relación en experiencia interna o en lo que, en muchos
casos, se ha convenido en denominar como «vivencia», siendo su finalidad más importante la
de dotar de significado, personal y subjetivo, a los propios contenidos de la experiencia.
En la actualidad se tiende a distinguir, como formas fenomenológicas específicas, a los fe-
nómenos de naturaleza afectiva de las operaciones de tipo intelectual. En la frontera entre
ambos se situaría la «empatía» la cual cobra una importancia capital en todo cuanto se refiere
a la relación interpersonal, a la comunicación no verbal o en la formación de las actitudes. En
nuestro caso, sea cual fuere la orientación elegida para describir la afectividad, siempre deberá
tenerse en cuenta, cuando menos, tres aspectos principales: sus formas de manifestación o
fenómenos afectivos, su desarrollo evolutivo y el concepto que «de lo corporal» se elabora y,
como consecuencia, el lugar y el modelo de inteligencia que en él se reserva al dominio afecti-
vo.
Actualmente, las distintas perspectivas que facilitan las diferentes corrientes de pensa-
miento nos proporcionan descripciones heterogéneas, contenidos diversos y significacio-
nes inéditas y, como consecuencia, maneras peculiares de entender este fenómeno: como
una forma de inteligencia, como una estructura cognitiva y con el tratamiento libidinal e in-
consciente recibido desde la perspectiva psicoanalítica en tanto que esta corriente ha sido
decisiva en el desarrollo de la psicomotricidad.
Cuando en 1937, Bertalanffy enunciaba su Teoría General de los Sistemas intentaba su-
perar el debate establecido entonces entre mecanicistas y vitalistas20. Actualmente, con dis-
Pastor Pradillo, José Luis: Psicomotricidad escolar, Guadalajara, Universidad de Alcalá, 1994, p. 91.
18
Contrástese este planteamiento con el que formula la corriente psicomotriz relacional de André
19
tintos protagonistas, con teorías renovadas y con un mayor número de sistemas psicológi-
cos, sigue reproduciéndose una pugna semejante. La gran aportación de Bertalanffy fue
recordar que la multidimensionalidad que caracteriza al hombre es inabarcable desde pers-
pectivas únicas, excluyentes o singulares. Entendiéndola como un «complejo de componen-
tes interactuantes», la Teoría General de los Sistemas identifica distintas nociones caracte-
rísticas de la estructura organizativa del complejo que representa la realidad humana:
interacción, mecanización, centralización y diversificación. Este planteamiento, que por una
parte parecería un refuerzo a la perspectiva multidimensional de que hace gala, al menos en
teoría, la praxis psicomotricista, como señala Ana Gimeno-Bayón, al mismo tiempo, parece
suscitar una cierta inseguridad ante la pluralidad de modelos que aparecen21.
La Teoría General de los Sistemas propone la posibilidad de establecer principios y leyes
científicas que permitan una intervención en distintos niveles o dimensiones de una realidad
o su aplicación a todos los sistemas en general. Si hemos aludido a Bertalanffy ha sido,
básicamente, con el ánimo de aclarar que pese a nuestra declaración de principios teóricos,
técnicos y metodológicos formulada con anterioridad, creemos conveniente aligerar esta
propuesta de cualquier carga de dogmatismo. Creemos que la realidad es más compleja y,
por eso, en ocasiones, puede manifestarse de manera singular o ser modificada como conse-
cuencia de nuevas variables y así, en ambos casos, contradecir los argumentos que hemos
utilizado de manera general para reivindicar su validez.
Este autor, comparando la carestía producida durante la Segunda Guerra Mundial con la
situación que caracterizó la forma de vida en la década de los años sesenta, intuyó que la
modificación de ciertos factores, en este caso sociales, podría implicar la invalidación de
ciertos conceptos centrales, y hasta entonces indiscutibles, en el universo de la Psicología
americana, como eran, por ejemplo, la interpretación generalizada de la conducta a través del
esquema Estímulo-Respuesta, la interpretación ambientalista, el principio del equilibrio o el
principio de economía.
Aplicando esta posibilidad al objeto de nuestro estudio, la Teoría General de los Siste-
mas propondría varios conceptos fundamentales que, de alguna forma, abalan nuestros axio-
mas pero, también, justifican nuestras cautelas y la apertura de nuestro posicionamiento
teórico22:
– La superación de la concepción molar del órgano psicofísico y de la personalidad que
la defensa del modelo mecanicista concibe como un agregado molecular. Ahora, la
conducta debería entenderse como una manifestación funcional del sistema.
– Concepción del individuo como un sistema activo que rebasa el esquema Estímulo-
Respuesta y la explicación de la conducta como un condicionamiento.
– El principio homeostático no explica la totalidad de las regulaciones psicofisiológicas
como serían muchas actividades no utilitarias o creativas.
– El concepto de «diferenciación» permite una transformación a partir de una condición
homogénea y genérica.
– La centralización de las funciones del Sistema Nervioso pone de manifiesto un orden
jerárquico que ordena los distintos niveles funcionales del cerebro.
21
Gimeno-Bayón, Ana y Rosal, Ramón: Psicoterapia integradora humanista, Bilbao, Desclée De
Brouwer, 2004, p. 27.
22
Ibid., pp. 29-31.
76 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
23
Piaget, Jean: Seis estudios de Psicología, Barcelona, Seix Barral, 1970, p. 46.
24
Sarkissoff, Jean: Cuerpo y psicoanálisis, Bilbao, Descleé De Brouwer, 1996, p. 11.
25
Keleman, Stanley: Anatomía emocional, Bilbao, Descleé De Brouwer, 1997, p. 17.
78 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
haciendo depender incluso su configuración de las primeras experiencias que han modela-
do su historia emocional. Los sentimientos, los estados emocionales en general, servirán
también como preparación para la acción que se pretende desarrollar. Por eso entiende que
la anatomía humana, más que un proceso bioquímico, es una morfología emocional.
Por tanto, aunque con ciertas reservas, especialmente por el término que lo define,
estaríamos situándonos en lo que algunos han calificado de perspectiva psicosomática
o somatopsíquica para poder explicar la formación de patrones de respuesta en los que
participaran ambas dimensiones, el soma y la psique. Sin embargo, esta relación implí-
cita en cualquier tipo de respuesta, ante una estimulación originada en el medio, puede
entenderse de manera diversa. Según sea el interés que guíe el análisis se destacarán
aspectos diferentes, se otorgarán valores distintos a cada uno de los factores inter-
vinientes o se pretenderá explicar desde un determinado ámbito. Por esa razón nos ha
parecido conveniente tratar cada uno de ellos por separado. Todos los ámbitos, en defi-
nitiva, no son sino distintas perspectivas, diferentes formas de entender las posibilida-
des adaptativas del ser humano o aptitudes específicas agrupadas en función de crite-
rios funcionales pero, en ningún caso, instrumentos específicos que actúen de forma
esporádica e inconexa.
Así pues, aun admitiendo la inexactitud de esta generalización, que en cada caso inten-
taremos paliar destacando su relevancia, su relación con el resto de los ámbitos o su eficacia
para la consecución de otros objetivos, como hemos visto ya, podríamos destacar tres di-
mensiones fundamentales en la estructura psicomotriz: el dominio tónico-motor, el cognitivo
o psicofuncional y el afectivo.
4. LA AUTOPERCEPCIÓN
Cash y Pruzinsky añaden a esta descripción otros contenidos de carácter emocional, para
ellos relevantes, como son las experiencias de placer/displacer, satisfacción/insatisfacción y
otros correlatos emocionales ligados a la apariencia externa.
26
Rosen, J.C.: Body image distrubance in eating disorders, en ... Body image: devolopment, deviance
and change, New York, The Guilford Press, 1990.
27
Tompson, J.K.: Body image distrubance: Assesment and treatment, New York, Pergamon Press, 1990.
80 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Por su parte, Marilou Bruchon-Schweitzer considera que la imagen del cuerpo aparecería
suponiendo que las percepciones, actitudes y afectos centrados en el propio cuerpo se in-
tegrasen en una gestalt unitaria y global, como un conjunto de representaciones del indivi-
duo, complejas, específicas, independientes entre sí y, además, estables y coherentes28.
En un intento de resumir todos estos aspectos, podríamos afirmar que la imagen corpo-
ral es un constructo complejo que incluye la percepción de cada una de las partes del cuer-
po y de su totalidad, en estado de reposo y en movimiento, la experiencia subjetiva de las
actitudes, cogniciones, sentimientos y valoraciones que realizamos de él y de la disponibi-
lidad conductual que nos proporciona en su relación con el mundo29. Éste resultado, en
ningún caso es estable o permanente, sino que, como resultado de la experiencia vital, es
constantemente actualizado y reconstruido30. Otra cosa será, dependiendo de la imagen
corporal que en cada caso se considere, cuantos contenidos deberán ser tenidos en cuen-
ta, especialmente en lo que al ámbito de la intervención psicomotriz se refiere. Una
autoimagen pobre, distorsionada o errónea, perjudica no sólo la percepción que un sujeto
realiza de su propio valor personal, la autoestima, sino que también deteriora el funciona-
miento normal de su comportamiento. Por tanto conviene distinguir varias nociones bási-
cas que, de acuerdo con Ellis y Greiger, serían31: autoestima, autoaceptación, autoconcepto
y autoevaluación.
– Autoestima. Valoración que de sí mismo realiza el individuo como consecuencia de su
comportamiento. W. James, K. Horney y E. From coinciden en definirla como la atribu-
ción aprendida de la valía propia. Boyd y Greiger la definen como la valoración que
realiza el individuo de sí mismo porque ha actuado inteligente, correcta o
competentemente32. Coopermith, por su parte, afirma que, en su desarrollo, influyen
factores como son el tratamiento y la valoración de que es objeto el sujeto por aque-
llos otros que le son significativos, la historia de los éxitos del individuo y el recono-
cimiento social que de ellos se realiza, los valores y las aspiraciones que detenta y,
finalmente, su estilo de defensa de su autoestima.
La Terapia Racional Emotiva (RET)33, sin embargo, desde la premisa de que los seres
humanos son demasiado complejos para ser clasificados o evaluados como una enti-
dad total, afirma que fomentar la autoestima es un esfuerzo destructor y, como conse-
cuencia, no sólo advierte de la conveniencia de renunciar a ella sino que, además, pro-
pone la autoaceptación como concepto alternativo34.
– Autoaceptación. Es la aceptación que realiza el sujeto de sí mismo, total e incondicio-
nalmente, con independencia de su comportamiento o de la valoración de los demás.
28
Bruchon-Schweitzer, Marilou: Psicología del cuerpo, Barcelona, Ed. Herder, 1992.
29
Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en Edu-
cación Física, Madrid, INDE, 2002, pp. 66 y ss.
30
Raich, Rosa M.: Imagen corporal, Madrid, Ed. Pirámide, 2000.
31
Ellis, A. y Greiger, R.: Manual de Terapia Racional-Emotiva, t. I, Bilbao, Ed. Desclée De Brouwer,
1994, p. 107.
32
Boyd, J. y Greiger, R.: Problemas de autoaceptación, en ... Ellis, A. y Greiger, R.: Manual de Terapia
Racional Emotiva, t. 2, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1990, pp. 117 y ss.
33
En adelante (RET).
34
Ellis, A. y Greiger, R.: Manual de Terapia Racional Emotiva, t. 2, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1990,
p. 166.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 81
La RET, cuando propone reemplazar cualquier forma de autoevaluación con esta no-
ción, lo argumenta con las siguientes proposiciones:
– A pesar de las infinitas manifestaciones individuales siempre permanecen dos metas
en la vida: continuar vivos y vivir con la mayor felicidad y el mínimo sufrimiento.
– Temporalmente se disfruta de una plenitud que desemboca en un final.
– Las personas poseen innumerables rasgos que las convierten en únicas e irrepetibles.
– Las personas tienen conocimiento de sí mismas.
– Autoaceptación. Conjunto de etiquetas variables, aprendidas, respecto a uno mismo35.
– Autoevaluación. Generalmente el individuo se valora así mismo utilizando distintas
fórmulas y criterios: por la apariencia física, desde la referencia que supone la creación
de un yo perfecto por el que esforzarse, el «yo ideal» del que habla K. Horney, o como
resultado de compararse con determinados estándares morales y religiosos. Es por eso
por lo que la RET afirma que la autoevaluación es un proceso cognitivo irracional ba-
sado en cuestiones de autoestima improbable, razonamiento ilógico y trastornos de
pensamiento.
Llegados a este punto, no debemos olvidar que todo el itinerario que hasta ahora hemos
recorrido para analizar diversos conceptos nos ha hecho desembocar en un modelo unitario
que inspira un tipo de metodología o de abordaje del individuo que, por fuerza, ha de basar-
se en la experiencia de unas vivencias cuyos efectos o resultados deben resonar en todas
las dimensiones del ser humano. Planteado así, desde la perspectiva metodológica de la in-
tervención psicomotriz, deberíamos considerar la conveniencia, o no, y en qué casos, en qué
circunstancias o en qué niveles es aconsejable que la adquisición de estas nociones incluya
un proceso de autoevaluación. Ellis y Greiger, estudiando detenidamente esta cuestión, con-
cluyen un resultado ambiguo según el cual, en todo caso, no se mostrarían partidarios de
extender este autojuicio a la totalidad de los rasgos y de las acciones del individuo y, para
justificarlo, esgrimen todo un catálogo de razones.
Nosotros, de acuerdo con Ellis, creemos que en Educación Física, y también en
Psicomotricidad o en Motricidad, la autoaceptación ha de ser el objetivo prioritario e ineludible
que con mayor efectividad y adecuación puede abordarse desde la intervención motriz36.
4.3. Objetivos
35
Staats, A.W.: Conducta y personalidad. Conductismo psicológico, Bilbao, Ed. Desclée De Brouwer,
1997, p. 215.
36
Ellis, A. y Greiger, R.: Manual de Terapia Racional-Emotiva, t. II, Bilbao, Ed. Desclée De Brouwer,
1994, p. 165.
37
Doltó, Francois: La imagen inconsciente del cuerpo, Barcelona, Ed. Paidós, 1997.
82 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
38
Wallon, H.: El propio cuerpo y el acceso a la conciencia corporal, en ... Leif, J. Y Leif, P.: Textos
psicológicos del niño y del adolescente, Madrid, Ed. Narcea, 1979, (2ª edic.), pp. 171-173.
39
Coste, J.C.: Las 50 palabras clave de psicomotricidad, Barcelona, Ed. Médica y Técnica, 1978.
40
Cit. por Raich, Rosa M.: Imagen corporal, Madrid, Ed. Pirámide, 2000, pp. 24-25.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 83
Por otra parte, en ningún caso puede concebirse que la estructuración de estos compo-
nentes se realice de forma sucesiva sino que, al contrario, su organización se desarrollará de
manera simultánea, sincrónica, interdependiente e interactiva. Del mismo modo, su perma-
nente actualización podrá activarse como consecuencia de una desestructuración general o
de que cada uno de los componentes impongan una crisis en cualquiera de los restantes.
Reduciendo el concepto de imagen corporal al complejo que proponen Ellis y Greiger
cuando describen la noción de «autoaceptación», aunque en cualquier caso sería impres-
cindible para concluir cualquier proceso de autopercepción, nos parece que deberían ser
planteados los siguientes objetivos:
– Con relación al componente perceptual:
– Identificación del cuerpo como un objeto distinto de otros objetos. Diferenciación
entre el yo y el no yo.
– Identificación, análisis y organización de la información referente al cuerpo:
cenestésica, propioceptiva, visual, táctil, etc.
– Identificación global del cuerpo y de sus características morfológicas.
– Identificación segmentaria del cuerpo y de sus características morfológicas.
– Control tónico.
– Identificación global y segmentaria del cuerpo en reposo y en movimiento.
– Experimentación y control de las posibilidades motrices articulares.
– Orientación del esquema corporal e identificación de los dos hemicuerpos.
– Coordinación e independencia de los segmentos corporales ligados a los distintos
cinturones, escapular y pélvico, y de aquellos entre sí.
– Orientación en el espacio.
– Control postural.
– Con relación al componente conductual:
– Procesamiento de la información sensorial referente al cuerpo con relación a los pro-
cesos de atención y memorización.
– Activación del control tónico tanto para la acción como para la no acción (tono de
acción, reposo y tono postural).
– Definición del predominio lateral.
– Concienciación del grado de disponibilidad de cada sujeto alcanzado.
– Percepción espacio-temporal de la ejecución de la acción
– Intencionalidad y, como consecuencia, resolución de la postura y modularización de
la ejecución
– Discriminación del gesto y sus funciones como recurso de comunicación y medio de
expresión.
84 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Posiblemente, la polémica sobre el uso adecuado de los términos esquema corporal e ima-
gen del cuerpo no sea excesivamente trascendente habida cuenta de la discrecionalidad con
que habitualmente se utilizan los elementos taxonómicos en el ámbito de la Motricidad. Sin
embargo, sí creemos de suma importancia que estos inadecuados usos no desvirtúen o empo-
brezcan la compleja significación de un concepto en el que, según a que campo de aplicación
lo refiramos, destacan por su importancia contenidos diferentes. Por tanto, para una conve-
niente comprensión de los factores que, en cada caso, componen la intervención psicomotriz,
deberá discriminarse, en la versión más pertinente, los aspectos sobre los que elabora cada
sujeto su grado de autoconocimiento. En nuestra opinión, la intervención debería respetar
unos mínimos criterios que orientaran el diseño de las actividades y de los recursos
metodológicos:
. Adecuación del objetivo y de la actividad al momento evolutivo del individuo, al me-
nos, en cuanto se refiere a su desarrollo motor, su maduración intelectual, el estado de cons-
trucción de su edificio afectivo-emocional y del grado de socialización alcanzado.
– Uso de actividades holísticas que algunos autores califican de vivencias y que, por
tanto, son capaces de lograr resonancias en todos los ámbitos de la estructura
psicomotriz.
– Que las actividades sean de carácter autotélico motivando y recompensando por sí
mismas.
– Uso de «espejos» que propicien al sujeto información visual inmediata sobre su ima-
gen corporal41.
41
Por «espejos» entendemos cualquier feed-back que devuelva la imagen, visual o de otro tipo, del
individuo, sean estos de cristal o, por ejemplo, mediante otro sujeto que intente reproducir esa imagen.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 85
– Uso de métodos de «no acción» o de inhibición de conducta como son, por ejemplo,
algunos métodos de relajación.
– Las actividades deben permitir una progresión que pase, progresivamente, del trabajo
individual al grupal.
– Las actividades deben permitir el trabajo con la mayor riqueza y variedad de informa-
ción sensorial adecuadamente programada: visual, táctil, cenestésica, propioceptiva, etc.
– La progresión de las actividades deben permitir el paso del estereotipo a respuestas
espontáneas y creativas.
– La evaluación no debe referirse a los resultados de las actividades sino al desarrollo de
la imagen corporal.
– La percepción del cuerpo debe orientarse desde lo simple a lo complejo.
– El diseño de las actividades deben incluir el trabajo con las sensaciones, la percepción,
la creación de respuestas y el uso del ejercicio-problema.
– Deben excluirse aquellos juicios del adulto que sugieran una determinada valoración
de los aspectos de la imagen corporal que el sujeto vaya integrando.
cas. Si comparamos el diverso papel otorgado al tono en las distintas metodologías relacio-
nadas con la Motricidad se evidenciará esta circunstancia de manera rotunda.
Rademaquer, desde una perspectiva neurológica, por ejemplo, definía el tono como la
tensión que mantiene las posiciones relativas del cuerpo de manera constante oponiéndose
a las modificaciones pasivas. Sin embargo, este planteamiento tan simplista ya superaba los
estrechos límites de la fisiología para introducir nuevos elementos más propios de la
biomecánica.
El tono, en sí mismo, es un mecanismo de carácter fisiológico integrado por distintos
procesos electro-químicos que, en la estructura neurológica, abarcan desde el nivel corres-
pondiente a la fibra muscular hasta el funcionamiento del cortex. En nuestro caso observa-
mos el análisis de su base neurofisiológica para describir las distintas funciones de que es
susceptible y, en especial, aquellas que, desde una perspectiva global, intervienen en el pro-
ceso comportamental.
En un intento de análisis que evidenciará un carácter psico-orgánico, Stanley Keleman afir-
ma que el tono sirve para la integración y expresión de los diversos ámbitos de la estructura
psicomotriz de manera que, como ocurre con el dominio emocional o el psicofuncional, son
consecuencia de la relación que con el medio facilita el tono a través del movimiento. Así lo
expresa también André Lapierre cuando afirma que «parece incluso que el movimiento sea la
primera forma de pensamiento, lo que condiciona la aparición del pensamiento abstracto»1.
Sin embargo, cualquiera que sea la perspectiva desde la que se inicie su análisis, por lo
que se refiere al proceso de intervención, inevitablemente ha de ser tenido en cuenta su carác-
ter evolutivo y su naturaleza como factor limitador y condicionador del comportamiento, de la
disponibilidad del individuo y, en definitiva, de su capacidad de relación con el medio.
Desde un punto de vista funcional el desarrollo evolutivo sigue un itinerario que, por
una parte, contempla una ampliación de las posibilidades motrices y, por otra, una diversifi-
cación de sus funciones. En un estado inicial, ante el exclusivo contraste placer-displacer,
satisfacción-carencia, el neonato únicamente ofrece respuestas de naturaleza hipotónica o
hipertónica. Paulatinamente, como consecuencia del desarrollo y madurez del resto de los
ámbitos, no solo diversificará la percepción del mundo y de sí mismo, a la que reacciona,
sino que matiza su conducta motriz adecuándola a las nuevas percepciones haciendo así
más eficaz el comportamiento y más rica la experiencia.
El proceso evolutivo relaciona y armoniza dos aspectos fundamentales de la organiza-
ción comportamental: la percepción o elaboración que de la información relativa a la ecua-
ción existencial se obtiene y el formato de respuesta que genera en función de las posibili-
dades funcionales que el desarrollo y maduración del tono proporciona. El proceso madurativo
actualizará, de forma constante, esta relación de tal forma que una percepción cada vez más
sutil exigirá formatos de respuesta también más específicos. A menudo, especialmente cuan-
Citado por Velasco Herrero, M. y Burger Velasco, R.: Maduración afectiva, motórica e intelectual del
1
Situaciones – S – Estímulos
YO MUNDO
+ PLACER - - DISPLACER +
SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
0 años
Educación Y Aprendizaje
Maduración y desarrollo
+ HIPOTÓNICAS - - HIPERTÓNICAS +
n años
RESPUESTAS – R– CONDUCTAS
Quizá por todo esto, Victor da Fonseca, y antes W. Reich, Lowen, Levin, Keleman o
Feldenkrais, por ejemplo, sostienen que, como resultado de estas relaciones, entre el indivi-
90 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
duo y su medio, la tonicidad y la misma musculatura adquieren unas características que re-
flejan la biografía del sujeto, especialmente la historia motriz y emocional, mediante la defini-
ción de una complexión peculiar2.
2
Cfr., Reich, Wilhem: La función del orgasmo, Buenos Aires, Paidós, 1972; Levin, Esteban: La clínica
psicomotriz, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991; Lowen, Alexander: El lenguaje del cuerpo, Barcelona,
Herder, 1995; Feldenkrais, Moshe: La dificultad de ver lo obvio, Buenos Aires, Paidós, 1996; Keleman,
Stanley: La experiencia somática, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1997; Keleman, Stanley: Anatomía emo-
cional, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1997
3
Reich, Wilhem: La función del orgasmo, Buenos Aires, Paidós, 1972.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 91
constituye en el principal recurso para elaborar la actividad que permite al individuo mante-
ner o resolver su dialéctica relacional con el medio. Desde un «diálogo tónico» inicial se
estructurarán, paulatinamente, las relaciones objetales imprescindibles para otros desarro-
llos y formas de comunicación posteriores de tal manera que este autor llegará a afirmar que
el tono se sitúa en la base de las emociones sirviendo de «tejido a la vida afectiva»4.
Para explicar esta complejidad funcional del tono, Ajuriaguerra analiza el nexo existente
entre psiquismo y tono muscular y elabora una clasificación biotipológica en función de las
distintas posibilidades de reacción tónica. En su opinión, dependiendo de cuales fueran las
funciones que en cada caso se atribuyeran al tono, este se manifestaría de manera distinta:
– Tono de reposo, permanente en el organismo vivo.
– Tono de actividad o de acción que sirve, sobre todo, para ejecutar los movimientos y
las acciones transitivas.
– Otros autores amplían esta clasificación añadiendo el tono de actitud que define la
postura o actitud.
Resumiendo todo lo expuesto hasta ahora, nos parece conveniente destacar las siguien-
tes funciones del tono que, de alguna manera, proporcionan distintas posibilidades técnicas
y diferentes objetivos a un proceso de intervención. Todas ellas permiten la elaboración del
repertorio conductual necesario para ejecutar acciones eficaces para la resolución del con-
flicto adaptativo:
– Función motriz, como consecuencia de las posibilidades que permiten los mecanismos
de contracción y decontración del músculo.
– Función postural, a través de la cual se manifiesta la dimensión emocional y propor-
ciona un punto de partida que oriente la ejecución de cualquier conducta motriz.
– Función informativa, de carácter propioceptivo que obtiene el individuo de la activi-
dad kinestésica o muscular de manera constante. Esta información no solo es funda-
mental para la ejecución de la conducta sino que, además, aporta los datos más impor-
tantes para la elaboración de la autopercepción a través del mecanismo sensorial que,
sin duda, mayor cantidad de información proporciona al individuo sobre sí mismo.
– Función expresiva. Desde la capacidad inicial que constituye el «diálogo tónico», el
proceso evolutivo va proponiendo la elaboración de nuevas formas de comunicación
entre las que destaca un lenguaje corporal. En esta forma de comunicación debería
diferenciarse entre lenguaje del cuerpo y lenguaje con el cuerpo según lo integraran
reacciones de carácter orgánico ante determinados estímulos o gestemas culturalmente
convenidos.
En el primer caso, la relación con el dominio emocional y afectivo, que resulta evidente,
la aprovecharían los procesos de intervención mediante diversas técnicas como son el
biofeed-back o la relajación y, en el segundo caso, la kinesia o capacidad de comunicarse
mediante el gesto, utilizará su relación con el ámbito cognitivo5.
4
Wallon, Henry: Los orígenes del carácter del niño, Argentina, Ed. Lautaro, 1965.
5
Pierre Guiraud distingue entre «lenguaje y el cuerpo» (las locuciones que expresan la realidad corpo-
ral) y el «lenguaje del cuerpo» (los gestos y los comportamientos). (Cfr., Guiraud, Pierre: El lenguaje del
cuerpo, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 10).
92 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Suela denominarse como tonicidad a aquella función que permite la distribución o con-
creción del tono muscular de forma diversa en cada uno de los músculos de manera sincró-
nica, armónica, económica, simultánea y sinérgica. Esta regulación constituye la base de
cuantas manifestaciones realiza la tonicidad fijando actitudes, ejerciendo el control postural,
ejecutando el gesto o sosteniendo y equilibrando la estructura esquelética.
Cuanta información kinestésica proporcionan estas manifestaciones de la función tónica se
convertirán en material imprescindible para la elaboración del esquema corporal como base
fundamental del proceso de autopercepción. Igualmente, la función tónica condicionará diver-
sos procesos psicofuncionales como son, por ejemplo, la atención y la vida emocional hasta tal
punto que J. de Ajuriaguerra no dudaría en afirmar que todas las reacciones afectivas poseen
un fondo tónico. Los aspectos comportamentales más condicionados por la tonicidad son:
– La estimulación de los procesos de atención a través del desarrollo del freno inhibi-
torio.
– El equilibrio del tono muscular por medio de la relajación y de la contracción.
– La educación del equilibrio estático a fin de lograr la simetría corporal que permita la
adquisición posterior del equilibrio dinámico.
– La educación de la expresividad corporal, que tan fundamentalmente condiciona el
establecimiento de las relaciones interpersonales.
2. TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
En la creencia de que aun restan por incorporar muchas posibilidades y por explorar nuevas
vías que, de acuerdo con las últimas aportaciones, den respuesta a la totalidad de las facetas
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 93
que la componen, hemos querido destacar algunas que, en todos los casos, utilizan las ex-
periencias producidas en el área de la actividad tónica y motriz como instrumento con el que
aportar la información necesaria para elaborar estas nociones que considerábamos incluidas
dentro del concepto genérico que hemos denominado autopercepción.
Por último, hemos de advertir que, en algunos casos, también a este nivel, la contigüidad
de las distintas técnicas que exponemos puede generar ciertas contradicciones, al menos
aparentemente. Si no se utilizan tras una previa adaptación, la heterogénea fundamentación
teórica de cada una de ellas podría propiciar este tipo de distonías. Sin embargo, en estos
casos, creemos que los efectos son fácilmente asumibles y subsanables sus consecuencias
siempre que utilicemos estas técnicas como tales o, de manera parcial y específica, como
instrumentos eficaces para alcanzar determinados objetivos.
El compromiso conceptual a que nos venimos refiriendo, de manera general, debe afectar
a la fundamentación básica de la propuesta que ha de servir de referente para determinar en
que medida, cada una de estas técnicas o las posibilidades que brinda su utilización, son
compatibles con el diseño concreto de la estrategia de intervención. Por tanto, debe quedar
claro que ahora no proponemos distintas «psicomotricidades» cuya existencia, por otra parte,
no sólo sería posible sino también deseable, sino que distinguimos ámbitos de aplicación
diferente, mecanismos y objetivos diferenciados en los que intervenir y, como consecuencia,
la utilización de técnicas adecuadas para cada una de estas variantes.
Una vez descrito nuestro modelo de intervención interesa exponer estas técnicas hacien-
do más hincapié en las circunstancias que permitan su integración metodológica y su utili-
zación como recurso de acción en el proceso de intervención. Muchas de las técnicas o
métodos de actuación que aquí expondremos son utilizadas en distintos campos y, con mucha
frecuencia, provienen de experiencias terapéuticas que, genéricamente, han sido calificadas
como «técnicas corporales» y que, a menudo, están inspiradas por teorías psicoanalíticas,
por la terapia Gestalt o por distintos métodos de concienciación.
Desde una perspectiva psicomotricista, de este ámbito tónico-motor interesan, sobre todo,
aquellos objetivos y aquellas adquisiciones que, de forma diferente, contribuyen o se rela-
cionan con la construcción de la autopercepción. Todas ellas, en distinta medida, se
estructuran, básicamente, desde el uso de dos conceptos nucleares como son la contracción
y la relajación del tono muscular y, como consecuencia, de las distintas relaciones sinérgicas
que la tonicidad de todo el cuerpo permite. Sin embargo, no son estos procesos de carácter
fisiológico los que nos interesan en nuestro planteamiento psicomotricista o, al menos, no
en lo que a sus implicaciones biomecánicas se refiere.
Si hemos propuesto la conducta como objeto de estudio principal de la Motricidad, se-
rán otras manifestaciones o consecuencias de estos procesos las que atraigan el interés de
nuestro análisis y, especialmente, las que se constituyan en objetivo de la intervención. Desde
esta perspectiva dos serán los mecanismos que inicialmente concitarán el interés de la meto-
dología: los mecanismos de acción y los de inhibición de la conducta. Ambos permitirán
componer la melodía cinética o práxica que inicialmente se identificaba con la «acción», el
«movimiento» o la «vivencia» de cuya experiencia se extrae la información necesaria para
construir las distintas nociones que componen la autopercepción y cuyos efectos posibili-
tan la alteración de los distintos mecanismos, capacidades o formatos que condicionan la
conducta y que, por esa razón, se constituyen en objeto inmediato de la intervención.
94 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Con independencia de cual fuera el fin específico con que se diseñaron estas propuestas,
las técnicas y los métodos que aquí hemos seleccionado siempre apelan a la dinamización de la
actividad tónica y, por tanto, nos permiten adecuar su aplicación, de manera especial, a ciertos
objetivos o fines muy concretos cuyas consecuencias y efectos casi siempre se relacionan con
dos nociones: la conciencia del propio cuerpo y la elaboración de la imagen corporal.
Sin embargo, conviene reiterar que es, precisamente, el componente tónico que caracte-
riza a estas técnicas el que impone su relación con otras dimensiones o, si se prefiere, el que
permite su aplicación alternativa en otras dimensiones y para otros objetivos como son, por
ejemplo, la afectividad o el trabajo en los niveles emocionales. Es, en definitiva el carácter
globalista, holístico y unitario de nuestro planteamiento el que nos impondrá y exigirá que
tengamos en cuenta los espacios compartidos donde van a repercutir los efectos de la inter-
vención y los usos alternativos que de estas técnicas podemos realizar. No olvidemos que el
componente tónico-motor es el elemento incluido de manera permanente en cualquier acción
o experiencia realizada como consecuencia de aplicar las técnicas que integremos en la me-
todología con el carácter de recursos de intervención.
La metodología tradicional, como ya hemos expuesto, se preocupó en mayor medida por
el desarrollo de las capacidades contráctiles del músculo siendo así coherente con los fines
y objetivos, exclusivamente mecánicos, que la justificaban desde un paradigma de la natura-
leza humana de carácter dualista o desde un modelo de educación integral que participaba
de idéntica concepción.
El corte epistemológico que impone el nuevo paradigma unitario ampliaría el objeto de la
Motricidad hasta incluir el resto de los ámbitos de la estructura psicomotriz: el cognitivo y el
emocional. A partir de ese momento, se hace imprescindible una actualización metodológica
que, por una parte, utilizará funciones y tipos de tono hasta entonces ignorados y, por otra,
que incorporará las técnicas necesarias para conseguir eficazmente los nuevos objetivos. A
este respecto ha de reconocerse que fuera del universo psicomotricista, este proceso, no llega-
ría a contar ni con el rigor exigible ni con la mínima fundamentación conceptual necesaria.
Nosotros no vamos a reiterar aquí la metodología tradicional y tampoco, en términos
generales, las técnicas habituales que utilizan las posibilidades de la función tónica por va-
rias razones: en primer lugar, porque al estar interesados por la respuesta motriz entendida
como conducta, no analizaremos aquellos fenómenos contráctiles que cualifican las llama-
das cualidades físicas básicas como son la fuerza, la resistencia o la velocidad. Desde nues-
tro objeto de estudio, la conducta entendida desde la perspectiva unitaria y global, nos in-
teresamos en mayor medida por aquellas otras capacidades tónicas que sustentan el diseño
del formato motor, el ámbito cognitivo o el emocional.
Otorgaremos también un tratamiento especial a cuantas técnicas son susceptibles de
favorecer los procesos de autopercepción que, en el hombre, son imprescindibles para el
conocimiento de sí mismo. De entre todas las técnicas también hemos seleccionado aquellas
que de manera más eficaz son capaces de proporcionar los datos necesarios para la conse-
cución de objetivos básicos como es el conocimiento que ha de realizar el sujeto de sí mismo
para adquirir una noción de disponibilidad objetiva mediante la construcción de un reperto-
rio comportamental u organización dinámica.
Para alcanzar cualquiera de estos objetivos son necesarias múltiples informaciones a las
que la mayoría de los autores han hecho referencia agrupándolas en la noción genérica de
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 95
conciencia. Esta conciencia de sí, o de determinados aspectos de sí, admite distintas formas
de conocimiento que se estructuran desde datos diversos y, de la misma manera, cada una
de las dimensiones de la estructura psicomotriz integra nociones distintas como resultado
del tipo de actividad o de experiencia que los proporcione.
Desde la actividad de carácter tónico-motriz se han diseñado distintas técnicas cuyo factor
común suele estar relacionado con la información propioceptiva que, de distinta naturaleza
y procedencia, suele resultar de la experiencia kinestésica cualquiera que sea su modo de
manifestarse. Intentaremos describir técnicas de trabajo que, desde el movimiento o desde la
relajación, aporten datos sobre el propio cuerpo, sobre sus cualidades funcionales, su ubi-
cación o su organización.
Dejaremos para el análisis de otros ámbitos otras informaciones. No obstante, no debe-
mos olvidar que ya no es admisible una única perspectiva kinesiológica basada solo en datos
proporcionados por el fenómeno neurofisiológico de la contracción muscular aunque, sin
duda, serán imprescindibles en muchos casos. En la medida de lo posible ha de mantenerse
la perspectiva relacional que ubica al cuerpo en una coyuntura dialéctica con el mundo pues,
a menudo, de ella se concluyen los datos más relevantes para nuestro objeto de estudio.
Nos ha parecido conveniente proponer distintas técnicas de posible adecuación a la
metodología desarrollada desde la Motricidad pues, cada una de ellas, es susceptible de aportar
una información específica o propiciar experiencias distintas. Por tanto, cuando las describa-
mos más adelante, nuestra intención no será proponer una elección entre ellas sino ofertar
diversas posibilidades, complementarias entre sí, que faciliten la aferencia de la distinta in-
formación necesaria. Estas técnicas seleccionadas son:
– El método Focusing, que centra su propuesta en la adquisición de la conciencia corporal.
– El método de M. Feldenkrais para alcanzar la autoconciencia.
– El método eutónico de G. Alexander.
– El ciclo experiencial que propone I. Kepner.
– Las técnicas de relajación como recurso para construir la autopercepción.
Finalmente, también hemos hecho referencia a diversos recursos que, como es la música,
por ejemplo, pueden contribuir a un enriquecimiento de las técnicas y a aportar nuevas po-
sibilidades diversificando los procedimientos de intervención.
Numerosas teorías han intentado aportar explicaciones y técnicas diversas que permitan
abordar el conocimiento, el control y el dominio corporal. Desde el ámbito de la filosofía exis-
tencialista se destacó una nueva perspectiva fundamentada en la experiencia. Utilizando este
particular concepto de experiencia, algunos autores han considerado que podría accederse a
distintas dimensiones de la naturaleza humana y al control de su conducta mediante la utiliza-
ción metódica de lo que denominaron «conciencia corporal» o «sensación sentida».
El Focusing en particular, es una técnica que diseña E. Gedlin basándose en estas posi-
bilidades. Este psicólogo concibe su método como un proceso de enfoque corporal útil para
96 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
descubrir los significados implícitos en la experiencia de los que a nosotros nos interesan,
especialmente, aquellos que pueden contribuir a la construcción de alguna de las nociones
propias de la autopercepción o que se relacionan con el ámbito emocional donde tan deter-
minante resulta el papel desempeñado por la tonicidad.
Considerando la conducta humana como un mecanismo adaptativo que pretende garan-
tizar un equilibrio estable entre el organismo y su medio, podríamos describir el comporta-
miento o la acción como la solución, como la respuesta adaptativa al problema que significa
esta relación interactiva y permanente que mantiene el individuo con su medio.
El individuo tiene conciencia de cualquier apariencia o de cualquier situación que con-
crete esta interacción a través de un complejo de información sensorial que, tras un proceso
de análisis y filtro, ordena en una determinada imagen o percepción, ante la que reacciona y
a la que da respuesta con su conducta. De esta respuesta, de su ejecución y de sus conse-
cuencias, el organismo obtiene nueva información que, merced a un mecanismo de retorno
(feed-back), completa la percepción inicial para, como consecuencia, extinguir o perseverar
en la acción respondiente. De este proceso, el sujeto obtiene una experiencia en cuyo aná-
lisis no todos los sistemas psicológicos o todas las corrientes psicomotrices destacan idén-
ticos elementos o las mismas consecuencias.
A. LA EXPERIENCIA CORPORAL
Hasta que la influencia del existencialismo se dejó sentir, la mayoría de las teorías psico-
lógicas consideraban la relación interpersonal como algo subsidiario, de manera tal que,
generalmente, otorgaban a lo individual el papel primordial y nuclear de la conducta humana.
Cuando un individuo interacciona con otro la dinámica que generaba solía explicarse, bási-
camente, en función de entidades individuales y, la conducta, como consecuencia de la
motivación, como el resultado de impulsos o de pautas también personales.
Carlos Alemany afirma que «no sentimos sentimientos, sentimos situaciones. Se siente
aquello frente a lo que se está. Enfocando en tu sentimiento puedes apreciar que estas reac-
cionando a muchas facetas de la situación»6. Según este planteamiento podríamos concluir
que la percepción de cualquier problema, y también el existencial, se realiza en función del
modo como la situación se estructura y se describe en un momento dado. Una inadecuada
definición de la situación produciría, por consiguiente, reacciones ineficaces, adaptativamente
consideradas, a las que se asociarían otros factores como la ansiedad o la angustia.
Cabría considerar que, cuando la incapacidad de enjuiciamiento experiencial es perma-
nente, ésta carencia es debida a una insuficiente destreza en el proceso de enfoque corporal.
Es a esta habilidad, precisamente, a la que apela E. Gendlin cuando diseña un método, el
Focusing, que pretende proporcionar al individuo mayor eficacia en el análisis y reconstruc-
ción de las situaciones y, por tanto, mayores efectos a la experiencia.
Si aceptamos estos planteamientos, se abre un amplio margen de posibilidades para su
aplicación en el ámbito de la intervención en motricidad. Cualquiera que fuere su campo de
6
Alemany, C.: Psicoterapia Experiencial y Focusing. La aportación de E. Gendlin, Bilbao, Ed. Desclée
De Brouwer, 1997, p. 65.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 97
E. Gedlin define esta técnica de enfoque corporal como «un proceso activo, dinámico, de
enfocar, focalizar o poner bajo el foco determinadas sensaciones y sentimientos, al mismo
tiempo, es la técnica que permite descubrir paso a paso los significados implícitos de nues-
tra experiencia y cambiar al unísono con ella»7.
Como consecuencia de este proceso de enfoque corporal se establecería un contacto con
una clase especial de conocimiento consciente, interno y corporal o lo que este autor denomi-
na, sensación-sentida. Con este término se pretendería distinguir dos aspectos principales8:
– Un sentimiento o sensación corporalmente vivenciada.
– Consciencia de que lo está experimentando en ese momento, de lo que se está forman-
do y que no estaba ahí antes.
Por tanto, el proceso del enfoque corporal no sería un nuevo sentimiento sin el corres-
pondiente registro fisiológico sino una forma compleja de integración de componentes fisio-
lógicos (sensación real localizada en alguna parte del cuerpo), afectivos (tonicidad, senti-
mientos) y filosóficos (conteniendo el significado implícito de nuestras acciones pero sin
desplegarse todavía). Es una sensación difusa, global y corporal que se irá percibiendo con
gradual nitidez aunque se carezca de elementos verbales con los que designarla. Para conse-
guir este propósito, E. Gendlin diseña un procedimiento que, esquemáticamente, podría
resumirse en los siguientes pasos9:
7
Gendlin. E.: Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal, Burgos, Ed. Mensajero, 1991, p. 28.
8
Ibid., p. 28.
9
Alemany, C.: op. cit., p. 111.
98 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
– Esperar 30 segundos en silencio, ignorando las palabras hasta sentir las sensaciones
corporales que el problema elicita.
– Las palabras pueden surgir desde una sensación y poseer un poder especial, un efecto
sentido.
– Cuando se tiene la sensación de globalidad del problema no se decide que es lo más
importante sino que es lo más esencial. Debe permitirse que la respuesta surja del sen-
timiento global que se realiza del problema.
Tanto por sus planteamientos como por su metodología, el Focusing puede considerarse
una técnica corporal que, inicialmente, podría tener una clara aplicación en ciertas estrate-
gias propias de la intervención psicomotriz. La técnica del Focusing intenta conocer la ver-
dadera significación de una situación considerada como el resultado de valorar cierta infor-
mación de origen endógeno lo cual no es otra cosa que el correlato somático que constituye
una de las dimensiones imprescindibles de la mayoría de los estados emocionales o afectivos.
c.1. Objetivos
La dimensión cognitiva de la emoción, sea cual fuere la terminología utilizada para aludirla,
se introduce en el ámbito de la motricidad junto con las primeras influencias psicomotricistas
de los años 70. Solo por citar algunas de las propuestas más clásicas y recurrentes del ám-
bito de la Educación Física, basta con recordar lo que Jacques Salzer considera como obje-
tivos declarados de la llamada «expresión corporal»10. Para este autor, sería objeto de inte-
rés ciertos aspectos relacionados con «uno mismo» entre los que resaltaría la liberación de
10
Salzer, J.: La Expresión Corporal, Barcelona, Ed. Herder, 1984.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 99
tensiones, oponerse a un condicionamiento para modificarlo y elegir otro que el sujeto pre-
fiere, abrirse a las sensaciones, estar bien, experimentar placer o comprender el sentido que
la conducta propia posee para sí mismo. Con relación «a los demás» propone, por ejemplo,
recordar la defensa entre el sentido para mí y el sentido para los demás de una situación,
aprender a significar con el cuerpo, evolucionar en las dificultades y posibilidades de rela-
ción, hacer surgir aquí lo que no puede decirse en otra parte o de otra manera.
Desde una posición claramente psicomotricista, Eduardo Justo propone como objetivo
«adquirir la coordinación y el control dinámico general del propio cuerpo para (...) la expre-
sión de sentimientos y emociones, identificar los propios sentimientos, emociones y necesi-
dades y comunicarlos a los demás, así como identificar y respetar los de los otros»11.
La influencia de las últimas aportaciones provenientes del ámbito de la Psicología no
hace sino confirmar esta tendencia. Las nuevas formas de entender la inteligencia como ins-
trumento cognitivo no solo apoya la capacidad de la afectividad para aportar un determina-
do modo de conocer la realidad y de experimentar cualquier situación sino que, además, matiza
más sutilmente los objetivos que sería deseable contemplar en la programación de educa-
ción física. Entre estos están de actualidad descripciones como la que divulga Daniel Goleman
con su modelo de «inteligencia emocional»12 o la que propone H. Gardner en su Teoría de
las inteligencias múltiples13.
El contenido de este tipo de inteligencia emocional estaría encaminado hacia el conoci-
miento de los estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de ellos. Este
concepto, que ya lo había identificado con anterioridad Salovey con la denominación de
«inteligencia personal o emocional», abarcaría cinco competencias:
– Conocimiento de las propias emociones.
– Capacidad de controlar emociones.
– Capacidad de motivarse uno mismo.
– Reconocimiento de las emociones ajenas.
– Control de las relaciones.
Igualmente, Gardner, para desarrollar lo que califica de inteligencias corporal, cinética y,
especialmente, cuando se refiere a la interpersonal y a la intrapersonal, aconseja la consecu-
ción de objetivos como:
– El acceso a la propia vida emocional.
– El acceso a la propia gama de sentimientos.
– Capacidad de efectuar discriminaciones entre las emociones.
– Capacidad para poner nombre a las emociones y recurrir a ella como medio de interpre-
tar y orientar la conducta.
c.2. El procedimiento
Como puede apreciarse, aun empleando distintos términos, lo que en todos los casos se
propone es la necesidad de cimentar la intervención en la experiencia vivenciada. Así pues,
11
Justo Martínez, E.: Desarrollo psicomotor en educación infantil. Bases para la intervención en
psicomotricidad, Almería, Universidad de Almería, 2000, pp. 133-134.
12
Goleman, D.: Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós, 1998.
13
Gadner, H.: Inteligencias múltiples, Barcelona, Ed. Paidós, 1998.
100 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
parece imprescindible que, de manera coherente si se acepta todo lo anterior, deba intentarse
una adecuación metodológica de la intervención en el ámbito de la Motricidad que integre to-
dos estos planteamientos funcionales14. Por tanto, la técnica del enfoque corporal no deberá
reducirse a «hablarse a uno mismo», a un proceso analítico, a una mera sensación corporal o
sólo a ponerse en contacto con «las sensaciones de tus entrañas»15. No se tratará únicamente
de que el sujeto se entienda a sí mismo como una entidad interna, ni de conocer al otro solo a
través de las propias entidades internas análogas sino de colocar todos los conceptos y pen-
samientos en interacción directa con el Ello, con la dimensión biológica.
La aplicación metodológica que se realice mediante el empleo de la técnica del Focusing
debe incorporar aquellos aspectos adecuados a los principios didácticos que presiden el ám-
bito de la Motricidad y de la Educación Física y, al mismo tiempo, prescindir de aquellos otros
que son específicamente indicados para la terapia. Con relación al proceso de intervención
podemos advertir sobre la conveniencia de respetar los siguientes principios teóricos:
– La intervención ha de fundamentarse en la práctica de actividades de tipo experiencial.
Este concepto de experiencia estaría muy cercano al que tradicionalmente, en
Psicomotricidad, se denomina vivencia o experiencia vivida.
– El experienciar siempre es diferenciable internamente. Es un proceso en movimiento
que es directamente sentido y que, como consecuencia, se escapa de cualquier otra
calificación propia de algunas corrientes psicomotricistas tales como ocurre con los
términos «percibido» o «representado». En todo caso, inicialmente, estaría relacionado
con la inteligencia sensorio-motriz.
– Las modificaciones que se pretenden introducir en este proceso, en tanto que así se
alcanzan los objetivos propuestos, deben ser conseguidas mediante pasos experienciales
directamente sentidos.
14
La técnica que propone el Focusing como vía para percibir la sensación-sentida se desarrolla a lo
largo de seis pasos: despejar un espacio, formar la sensación-sentida, lograr un asidero, resonar, preguntar,
recibir. (Cfr., Gendlin, E.: op. cit., p. 70).
15
Ibid., p. 91.
16
Alemany, C.: Op. cit., p. 170.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 101
Cada uno de estos planos modifica al anterior de tal manera que, finalmente, la conducta
y su entorno afectarían a la constitución y a la vida del cuerpo. En el listado anteriormente
expuesto todos los planos son corporales, los tres últimos son conductuales y los dos pos-
treros simbólicos e interpersonales.
Teniendo en cuenta estas consideraciones podemos formular las siguientes prescripcio-
nes para orientar las posibles aplicaciones del Focusing en procesos de intervención desa-
rrollados desde actividades de preponderante componente motor o desde una perspectiva
propia de la Motricidad.
a. La intervención deberá trabajar con la experiencia corporalmente sentida y con todo
aquello que está implícito en el propio proceso experiencial. Estos contenidos, a menu-
do, no estarán implícitos en forma de palabras o movimientos corporales sino bajo la
forma de un sentimiento global, ambiguo y difuso.
b. Las actividades que se diseñen han de permitir la escucha, prestar atención sobre la
sensación que sustenta la situación. Más tarde, de esta escucha, surgirán las palabras
relevantes que sirvan para expresarla o definirla. El Focusing propone que esta escu-
cha se realice a través de los siguientes pasos17:
– Sentir la globalidad del problema de forma inmediata y global.
– Sin decidir lo que es más importante, preguntarse cual es el principal problema y
esperar, en «silencio interior» (30 segundos más o menos), a que aparezca un sen-
timiento concreto y quizás unas palabras o un gesto.
– Aceptarlo cuando aparezca incluso si el sentimiento no parece adecuado o si las
palabras o gestos carecen de sentido.
– Perseguir el sentimiento más problemático con atención esperando a que se clarifi-
que y defina manifestando aquello de lo que realmente trata.
– No distraerse y esperar una fase que informará de cual es la verdad del asunto. Esa
fase, si aparece, facilitará que se sienta un cambio.
– Se genera un movimiento en zig-zag desde la sensación hacia las palabras o los ges-
tos y viceversa. Se debe sentir lo que produce la frase o el gesto y permitir que se
genere una nueva fase para sentir, de nuevo, lo que ella produzca.
– Esporádicamente debe detenerse el proceso para sentir de nuevo la globalidad de
todo el problema y esperar que surja una nueva fase.
– Cuando se ha conseguido una notable relajación o se ha encontrado una nueva
verdad puede ser el momento para cortar pero con la seguridad de que se tiene una
fase que describe muy bien el problema sentido.
c. En definitiva, como asegura E. Gendlin, la sensación-sentida o conciencia corporal18:
– Cambiará si el sujeto se aproxima a ella en la forma debida. Para esto ha de tenerse
presente que la conciencia corporal de una situación, persona o suceso no es una
experiencia mental sino física.
17
Ibid., p. 140.
18
Gendlin, E.: op cit., 57.
102 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Podemos concluir afirmando que la aplicación de los principios técnicos del Focusing o
el desarrollo de la conciencia corporal, considerados como objetivos específicos, aconsejan
que la adecuación metodológica se realice a través de procesos de intervención que, en gran
parte, coinciden con los postulados psicomotrices. El mismo carácter experiencial,
preconceptual y preverbal que caracteriza la percepción de la sensación sentida la identifica,
con más claridad, con las corrientes vivenciales. Al tiempo, la resonancia que en sus
formulaciones imponen los postulados existencialistas la relacionan también, en mayor medi-
da si cabe, con las versiones relacionales. Sin embargo, como hemos visto, la aportación de
E. Gendlin se instala en los niveles más primarios. En ella es más importante la percepción de
las sensaciones que su verbalización. La significación de la experiencia corporal vendrá des-
pués y siempre como consecuencia de la más completa identificación de la sensación y de
su concreción emocional.
Este proceso, obligatoriamente, ha de desarrollarse en el marco situacional de la relación
interactiva que se establece de forma permanente con el mundo, en el cual, como diría P.
Vayer, han de distinguirse, como mínimo, dos aspectos: el mundo de los objetos y el de los
19
Alemany, C.: op. cit., p. 241.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 103
A. EL CONCEPTO DE AUTOIMAGEN
Este autor concede una importancia fundamental al concepto de autoimagen en tanto
que la considera el principal elemento para el gobierno de nuestros actos20. Aunque apenas
realiza observaciones sobre su carácter evolutivo, concluye que es el resultado de un proce-
so de construcción condicionado por tres factores: la herencia, la educación y la
autoeducación.
De estos tres factores advierte que sólo la autoeducación estaría, en cierta medida, en
manos del sujeto21. La educación o la influencia que ejerce la sociedad, en su criterio, actua-
20
Vid., Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Barcelona, Paidós, (4ª edición), 1997,
p. 11.
21
Ibid., p. 12.
104 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
ría en dos posibles direcciones: por una parte eliminando toda tendencia del sujeto hacia la
disidencia mediante la imposición de penas y, por otra, inculcándole determinados valores
que le obliga a desechar los deseos espontáneos. Como consecuencia, el individuo llegará
al convencimiento de que el reconocimiento social o el control de los impulsos orgánicos le
han de proporcionar una satisfacción de naturaleza orgánica que, de alguna forma, calificará
su autoimagen.
La importancia de la autoimagen radica en el hecho, incontestable para este autor, de que
nuestra conducta suele estar de acuerdo con ella, que «actuamos y nos movemos de acuer-
do con nuestra imagen»22. Semejante aseveración implicaría, por una parte, la existencia de
una serie de pautas de movimiento que cada sujeto, por peculiaridades de su propia idiosin-
crasia, está destinado a ejecutar y, por otra, que sólo como consecuencia de esta ejecución
es capaz de concebirse a sí mismo23. Quizá por esa razón, en ocasiones, actúan determinados
mecanismos de defensa que, desde los niveles de control inferiores al consciente, impiden
ejecutar acciones que difieren del conjunto típico.
Por tanto, su propuesta de intervención, cuyo fin último se concretará en que la conducta
del sujeto sea adecuada, como objetivo inmediato la sustenta en la construcción o modifica-
ción de la autoimagen mediante la movilización de cuantos componentes o mecanismos corpo-
rales intervienen en la acción: el movimiento, la sensación, el sentimiento y el pensamiento.
Para que este planteamiento básico de su propuesta de intervención pueda ser eficaz, la
autoimagen no puede ser un concepto cristalizado o estático sino que, por el contrario, ha
de poseer una cualidad plástica suficiente como para que pueda modificarse como conse-
cuencia de los efectos que la acción genera. Por tanto, el concepto de autoimagen irá actua-
lizándose de una acción a otra de tal manera que estos cambios transformarían la conducta
en hábitos o acciones fijas e invariables24.
A partir de las posibilidades que permite este acceso a la autoconciencia por el movi-
miento, Feldenkrais propone un proceso o método que diseña mediante la aplicación de di-
versas técnicas y que, al calificarle de «integración funcional», relaciona con un concepto
psicosomático de salud: «técnicas para mejorar la salud, el humor y la capacidad para supe-
rar las dificultades, el dolor y la ansiedad de las personas»25.
La metodología que, para conseguir estos objetivos, diseña este autor la fundamenta,
esencialmente, en la capacidad de determinadas técnicas para modificar el tono. Por tanto,
serán útiles aquellas que faciliten la labor de explorar el cuerpo para descubrir el estado
latente de su tonicidad muscular. Las técnicas utilizadas en este método suelen tener diver-
sos puntos de partida pero, en todos los casos, requieren una labor de inquisición sobre el
propio cuerpo: coordinar respiración y movimiento, realizar movimientos lentos y gradua-
22
Feldenkrais, M.: Awareness through movement, New York, Harper & Row, 1972.
23
Vid., Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1980.
24
Ibid., p. 20.
25
Feldenkrais, Moshe: La dificultad de ver lo obvio, Argentina, Ed. Paidós, (2ª reimpresión), 1996, p. 17.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 105
les, eliminar el esfuerzo superfluo, usar los músculos de la espalada o realizar acciones si-
multáneas.
Feldenkrais fundamenta su propuesta metodológica en un planteamiento psicofisiológico
en el que destaca varias circunstancias:
– Afirma que los estímulos sensoriales nos acercan más a las funciones inconscientes,
subconscientes o autónomas que a la comprensión consciente. Y así, considerando
que la comunicación con el inconsciente es más directa, efectiva y fiel en el nivel sen-
sorial que en el verbal, aconseja la utilización de estas informaciones provenientes del
movimiento como materia prima para la construcción, en primer lugar, de la autoimagen
y, después, de la autoconciencia en general.
– En opinión de Feldenkrais, el organismo y la conducta se rigen por una serie de «con-
troles» que aseguran el desarrollo ordenado de las estructuras, de la forma y de su
eficiencia funcional. Estos controles, proporcionados en su mayoría por una estructura
tan especializada como es el tejido nervioso, se organizan jerárquicamente permitiendo
así una mayor eficacia en la conducta. La cooperación ordenada entre todos ellos tien-
de a asegurar, en primer lugar, la seguridad existencial, ¿la salud?, del individuo. Cuan-
do el movimiento voluntario es demasiado lento para conseguir este propósito,
automáticamente, la preponderancia recae sobre controles de niveles inferiores. Serán,
por tanto, estos controles, «el idiota» en palabras del autor26, el nivel sobre el que se
centre la acción de abordaje que se pretenderá con el método de intervención.
– El uso premeditado de los efectos del movimiento sobre la función de la autoimagen en
la ejecución de la conducta, implícitamente, reclama la presencia de algún tipo de pro-
ceso de aprendizaje. Estos aprendizajes permitirían el crecimiento de las estructuras y
una mayor eficacia funcional que proporcionaría nuevos recursos conductuales y, como
consecuencia, un «aumento de libertad»27. Sin embargo el movimiento que proporcio-
ne estos beneficios no puede ser cualquiera o, ni siquiera, el «correcto»28. En opinión
de Feldenkrais, en tanto que el movimiento correcto no es perfectible, para el desarro-
llo de las actividades propias de su método deberá apelarse al uso del «mejor».
C. APLICACIÓN METODOLÓGICA
30
Rywerant, Yochanan: El método Feldenkrais. El aprendizaje de la técnica, Barcelona, Ed. Paidós,
(1ª reimpresión), 1994, p. 11.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 107
El «idiota que hay en nosotros», como calificó Feldenkrais al nivel inferior o límbico,
controla o inicia la actividad cuando se trata de reflejos, reacciones primarias relacionadas
con el peligro, el equilibrio, situaciones con carga emocional, procesos de regresión o ante
la presencia de dolor.
El nivel superior se manifiesta en funciones como: selección consciente de estímulos,
conductas de exploración, hacer preguntas, labores de comparación, movimientos coordina-
dos y voluntarios, programación de praxias, seleccionar «metas-actitudes» en la conducta y
observar actividades en curso.
No obstante, cualquier actividad gobernada por el nivel superior puede desplazar su
control al nivel inferior cuando las circunstancias exigen una respuesta inmediata y
estereotipada. En algunos casos, «el idiota» demuestra ser más rápido, eficaz y, como con-
secuencia, se manifiesta como el nivel dominante. Por estas razones el aprendizaje cobra una
nueva dimensión que le dota de mayor trascendencia e importancia y justifica su presencia
en el proceso de intervención.
Esta forma de explicar la dinámica motriz presenta muchas coincidencias con otras alter-
nativas como es la Psicocinética de Le Boulch o las propuestas de aquellos otros que, de
alguna manera, se inspiran en las teorías conductistas y constructivistas de Piaget. En la
Psicocinética, mediante la función de interiorización, Le Boulch propone que el movimiento
espontáneo se nutra de «formatos» o praxias interiorizadas, controladas en los niveles infe-
riores, que se ejecutarían, en cada caso, de manera «ajustada» a las circunstancias especí-
ficas que definieran tanto al organismo como al medio interaccionando en un contexto
adaptativo mediante la realización de procesos genéricos de asimilación o de acomodación.
En coincidencia con Thomas Hanna, tanto Rywerant como Feldenkrais afirman que «el
movimiento puede emplearse para modificar la conciencia y la conciencia puede emplearse
para transformar el movimiento»31. Para conseguirlo, la técnica que se propone consistirá en
el desarrollo de un proceso basado en los siguientes principios32:
– El aprendizaje no debe ser el resultado de hacer lo correcto.
– No tratar de actuar «bien».
31
Ibid., p. 14.
32
Ibid.
108 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
33
Feldenkrais muestra aquí claras influencias de la teoría Gestalt en lo que se refiere a la interpretación
del papel de la percepción sensorial.
34
Rywerant, Yochanan: El método Feldenkrais. El aprendizaje de la técnica, Barcelona, Ed. Paidós,
(1ª reimpresión), 1994, p. 21.
35
Vid., Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1980.
36
Rywerant, Yochanan: El método Feldenkrais. El aprendizaje de la técnica, Barcelona, Ed. Paidós,
(1ª reimpresión), 1994, p. 12.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 109
dos con la estructura del grupo o las condiciones materiales de la intervención sino que,
también, lo estarían con la elección de los mismos objetivos o el carácter que defina el cam-
po de aplicación donde ha de desarrollar la intervención. Sin embargo, también hemos de
recordar como el contacto, la exploración del cuerpo del otro o la comunicación no verbal
por medio de la información táctil se emplea como recurso eficaz y habitual en ciertos méto-
dos psicomotricistas como es el caso, por ejemplo, de la Psicomotricidad relacional propues-
ta por André Lapierre y Bernard Aucouturier.
37
Rosenberg, A. en ... Alexander, Gerda: La eutonía. Un camino hacia la experiencia, Barcelona,
Paidós, (3ª edic.), 1998, p. 10.
110 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
óptimas, un mismo grado de tensión, la tonicidad, por todo el cuerpo. En este tono influyen
decisivamente los estados y cambios emocionales (psicotono) como son, por ejemplo, el mie-
do, la alegría, las distintas formas de excitación, el agotamiento físico y la depresión.
La eutonía, aunque se basa en el contacto permanente con el medio, permite al individuo
reencontrarse consigo mismo y romper las barreras de su soledad. Nosotros, a pesar de este
carácter holístico que con tanto énfasis destaca su autora, aquí, hemos incluido la eutonía
en función de las distintas técnicas tónico-motrices que utiliza en su búsqueda de la unidad
psicofísica del hombre.
El método eutónico plantea la intervención como una especie de vía de doble sentido que,
integrada por los sistemas que acabamos de enumerar, permitiría el acceso tanto a la parte in-
consciente como a la consciente de nuestra personalidad. Del mismo modo que el estado físico,
mental y emocional puede verse influido por el movimiento, la respiración o la voz, a su vez,
cada cambio de conciencia actúa también sobre estas manifestaciones vitales. En la eutonía, el
desarrollo de la sensibilidad superficial y profunda haría posible conseguir, de manera cons-
ciente, el equilibrio involuntario del tono general y el del neurovegetativo en particular.
Por tanto, cualquiera de las técnicas empleadas por la eutonía pretenderá acceder a la
conciencia. Este factor se constituye en el objeto de la observación y, simultáneamente, su
40
Ibid., p.29.
112 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
vivencia posibilita que los cambios producidos en todo el organismo sean sentidos cons-
cientemente, también durante el movimiento, y de manera especial mediante las variaciones
producidas en el tono, la circulación y la respiración o en sus repercusiones emocionales. Es
a este estado de conciencia a lo que Alexander denomina «presencia». Algunos seguidores
de Alexander han identificado esta presencia con nociones como la de «sí-mismo»41.
En opinión de B. Vishnivetz, numerosos estudios revelan las diversas personalidades que
conviven en el ser humano. Esta circunstancia y su tratamiento a través de las técnicas pro-
pias del método eutónico, proporcionarían más posibilidades de autocomprensión, acrecen-
taría nuestras capacidades cognitivas y emocionales y aumentaría la armonía y la posibilidad
de estar atentos, aceptar y controlar los diferentes «sí-mismos» que viven en nosotros evi-
tando, de esta manera, caer en el «ego inflado» que, desde Oriente, tan insistentemente se
reprocha a la sociedad occidental. La observación interior calmada de quien sabe de sus
distintos egos, de los diferentes aspectos de su sí-mismo total, representa esa parte de nuestra
vida psíquica que es «pura presencia».
Para que la observación no se vea adulterada, esta presencia requiere una neutralidad
consciente. Por esa razón, el primer objetivo ha de consistir en el descubrimiento de la sen-
sibilidad de la piel que ha de aportar la información necesaria para recuperar la imagen cor-
poral. Sólo entonces podremos desarrollar uno de los objetivos más importantes para la
eutonía: adquirir la conciencia del espacio corporal que abarcan los músculos, los órganos y
la estructura ósea por medio de distintos procedimientos que, de manera general, requieren
de una regulación tónica.
C. PRINCIPIOS TÉCNICOS
41
Vishnivetz, Berta: Eutonía. Educación del cuerpo hacia el ser, Argentina, Paidós, 1994, p. 213.
42
Brieghel-Muller, G.: Eutonía de G. Alexander, en ... Richard, I. y Rubio, L.: Terapia psicomotriz,
Barcelona, Ed. Masson, 1996, pp. 113 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 113
es el campo magnético que nos rodea y que medimos eléctricamente. El contacto cons-
ciente influye más en la tonicidad, la circulación o el metabolismo que el tacto. El con-
tacto consciente puede comunicar, mediante la capacidad de observación, la tensión
muscular, o del sistema vegetativo, de un cuerpo a otros favoreciendo la empatía entre
ellos. Esta circunstancia determina que el contacto consciente sea un elemento esen-
cial en la terapia de la eutonía. Esta forma de contacto no pretende comprender de madera
vaga e intuitiva a los demás, sino expandir la conciencia de ser: «la trascendencia»43.
43
Ibid., 37.
44
Gerda Alexander, para diferenciarlo del reflejo propioceptivo inconsciente lo denomina «de trans-
porte». Cfr., Ibid., p. 38.
45
Vishnivetz, Berta: Eutonía. Educación del cuerpo hacia el ser, Argentina, Paidós, 1994
114 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Sólo a través del juego dinámico del movimiento podemos experimentar la conciencia del
espacio corporal y sus lazos con el espacio exterior circundante o con el espacio corporal de
los demás. Se desarrolla así una nueva conciencia que integra, al mismo tiempo, rasgos inter-
nos y externos del individuo.
De un planteamiento tan sutil y tan novedoso cuando se formuló, parece que al ámbito
de la Motricidad sólo han trascendido algunas de las propuestas técnicas más directamente
relacionadas con la relajación hasta tal punto de que, en muchos casos, se ha terminado por
identificar a la Eutonía, exclusivamente, con un método de decontración. En nuestro criterio,
aunque así fuera realmente, cuando se utilicen las posibilidades que ofrece este método, no
se debería olvidar que su fin principal ha de estar referido a la construcción y desarrollo de
una conciencia corporal en la que se incluye adecuadamente la dimensión tónica y la emo-
cional. Esta integración pretende conseguir que las personas, de manera consciente, puedan
equilibrar su tono, regular los efectos que proceden del exterior y desarrollar su capacidad
de contacto como consecuencia de tres recursos principales47:
– Normalización de la imagen corporal mediante la toma de conciencia de las sensibilida-
des superficial y profunda.
– Regulación de la figuración y respiración inconsciente por medio de la armonización de
las funciones simpática y parasimpática.
– Toma de conciencia del reflejo de transporte, es decir, de la aplicación consciente del
reflejo de enderezamiento propioceptivo como fundamento pedagógico eutónico de la
postura y el movimiento.
ponente cognitivo sino a los aspectos holísticos y, sobre todo, recurre a la información
propioceptiva que siempre posee un carácter tónico fundamental.
La lógica en que la Motricidad basa toda su estrategia de intervención supone que la
reiteración de determinadas conductas propicia ciertos efectos o la adquisición de determi-
nados aprendizajes. Cuando los objetivos propuestos no están referidos exclusivamente a
cualidades físicas sino que pretenden incidir en la estructuración de la personalidad, el mis-
mo carácter complejo de este concepto invalida un planteamiento tan simple. Si se entiende
por personalidad la frecuencia con que, ante un estímulo determinado, se emite la misma
conducta, las actividades que se diseñen para intervenir en su estructuración deberán fun-
damentarse en la reiteración de comportamientos que incluyan en su estructura los elemen-
tos que componen la unidad básica de conducta, cualquiera que sea el modelo que para
describirla se elija. Uno de esos modelos o guías para diseñar aquellas actividades que ha-
gan factible la intervención puede ser la unidad básica de comportamiento que propone la
teoría de la Gestalt y, especialmente, la adaptación que del ciclo de la experiencia realiza J.
Kepner con lo que él denomina «proceso corporal».
La propuesta de I. Kepner, dentro de un movimiento cada vez más difundido en EE.UU.,
se plantea condicionada, por una parte, a su aplicación con fines terapéuticos y, por otra,
vinculada conceptualmente a ciertos planteamientos de la teoría de la terapia Gestalt y de la
psicología dinámica.
Si analizamos el tratamiento que en este método se concede a las dos variables funda-
mentales en cualquier formulación teórico-práctica relacionada con la motricidad, el cuerpo y
el movimiento, podremos constatar la presencia de muchos de aquellos rasgos que caracte-
rizaron tanto a las propuestas psicomotricistas como a la mayoría de las que se han identi-
ficado con las «técnicas corporales». La llamada intervención psicomotriz plantea, como uno
de sus axiomas fundamentales y diferenciadores, el carácter global desde el que construyen
todos sus planteamientos. Esta perspectiva holística, aunque pocos lo recuerden, proviene
de las aportaciones efectuadas por la Gestalt al campo doctrinal de la Psicología moderna.
Desdeñando las posibilidades que proporcionaba el análisis conductista, esta corriente invi-
taba a abordar la comprensión de la conducta humana desde la perspectiva que afirma que
«no todo lo percibido es, ni todo lo que es, es percibido»48. En la Gestalt, donde la totalidad
no es una suma de elementos, la estrecha vinculación que mantiene con el movimiento
existencial orienta el interés preferentemente hacia la vivencia total del individuo antes que
a ocuparse sólo de los sistemas o de las estructuras del carácter.
El concepto que de cuerpo se propone queda muy cercano al significado de «lo corpo-
ral» con el que se pretende incluir la totalidad de las dimensiones de una naturaleza humana
que ahora se completa añadiendo, a esta suma de elementos, un carácter holístico que le dé
sentido como una estructura compleja que, en este caso, estaría concebida como el resulta-
do de un proceso de organización del cuerpo y del sí-mismo que Kepner describe aludiendo
a dos subestructuras claramente diferenciadas49:
– Estructura corporal biológica, que incluye al equipo biológico básico, las leyes
biomecánicas que gobiernan la postura y el movimiento y la mecánica del funciona-
miento corporal.
48
Castanedo Secadas, C.: Terapia Gestalt. Enfoque centrado en el aquí y ahora, Barcelona, Herder,
2002, p. 7.
49
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, Manual Moderno, 1992, p. 45.
116 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
– Estructura corporal adaptativa, que se caracteriza por las posturas, posiciones, ten-
siones y movimientos conscientemente utilizados; y las posturas, tensiones y movi-
mientos automáticos e involuntarios.
A. CONCEPTOS FUNDAMENTALES
La Terapia Gestalt, que desarrolla Fritz Perls, explicita su naturaleza ahistórica centrando
sus estrategias de intervención en el «aquí» y el «ahora», de tal manera que los efectos o
50
Ibid. 47.
51
Ibid., p. 38.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 117
los cambios que propicia la intervención son el resultado de un proceso vivencial en el que
los significados implícitos emergen hasta la conciencia: «el darse cuenta», el estar atento en
la toma de conciencia (awareness). En consecuencia, los efectos de la intervención, incluso
del aprendizaje, se producirán sólo cuando la relación apropiada, los elementos del problema
o la organización de tensiones y fuerzas donde la conducta tiene lugar sea percibida en una
gestalt o forma.
Este «insight» o «darse cuenta» se opone al principio de ensayo-error o ley del efecto
que formula Thordinke desde el conductismo clásico. Para que el insight se produzca desde
la percepción, la Gestalt propone la necesidad de destacar una figura o centro de interés del
resto de la configuración o campo. Para explicar este resultado utiliza la noción de «conciente»
que sitúa entre dos parámetros: el aquí y el ahora. En este nivel se integra la inteligencia y
la conciencia psicofísica.
Para entender el planteamiento básico de la terapia Gestalt debe destacarse la diferencia
que establece entre conciencia y experiencia. La intervención que propone no admite la con-
ciencia sino que utiliza la vivencia ya que, como afirma, de la experiencia surge la conciencia.
Será en la identificación de los contenidos de ésta donde las propuestas de la Gestalt coin-
cidan con muchos de los objetivos que la educación física pretende conseguir a través de
las posibilidades metodológicas que permiten las técnicas, por ejemplo, de expresión corpo-
ral y que, a menudo, están referidos al desarrollo de la personalidad52.
Si atendemos a la clasificación que elabora Claudio Naranjo53, los objetivos que se esta-
blecen para la terapia Gestalt serían, en gran medida, coincidentes con los que habitualmente
se incluyen en muchas clasificaciones típicas y tópicas propias de la educación física: vivir
en el ahora, vivir en el aquí, dejar de imaginar, dejar de pensar innecesariamente, expresarse
y comunicarse, sentir el placer y el dolor, no aceptar ningún deber que no sea impuesto por
uno mismo, responsabilizarse de las acciones, sentimientos, emociones y pensamientos pro-
pios. «Sea lo que usted es, no importa lo que sea», concluye este autor resumiendo la última
finalidad terapéutica.
Por consiguiente, para describir la técnica que propone la terapia Gestalt es necesario
considerar previamente algunas nociones fundamentales como son las de «darse cuenta», el
proceso que determina el llamado «ciclo de experiencia», el «proceso corporal», etc.
52
La Gestalt, define la evolución de la personalidad como un continuum en el que destaca tres fases o
potenciales dimensiones de la conciencia: Estadio social: conciencia de los otros y atención a los mismos;
Estadio psicofísico: toma de conciencia de la existencia de uno mismo (self, imagen del self y ser); Estadio
espiritual: experimentación de la existencia más allá del sí mismo.
53
Naranjo, C.: The techniques of Gestalt Therapy, New York, The Gestalt Journal, 1980.
118 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Para estar alerta de sí mismo dejando ir al organismo sin empujarlo ni frenarlo, es necesa-
ria adoptar una postura mental que se denomina «centración». El darse cuenta, por tanto,
será el resultado de un proceso continuo que mantiene a la persona en contacto consigo
misma en cualquier momento de tal manera que pueda emerger la figura o gestalt y que, como
consecuencia, permita darse cuenta de sensaciones, acciones, sentimientos, de lo que se
quiere o se desea y de los valores.
Ya sea en cualquier momento o en determinadas condiciones (insight), como es, por ejem-
plo, la situación docente, el darse cuenta requiere de un proceso experiencial que evidencie la
organización de los elementos de una situación mediante la identificación de la figura contra el
fondo. Algo parecido al viejo juego que consiste en observar una lámina integrada únicamente
por un fondo caótico repleto de manchas de color sin focalizar la atención en ninguna de esas
formas o colores sin sentido que la componen. Esta mirada sin focalizar, finalmente, conseguirá
que del fondo, por sí misma, se destaque una figura, un significado, reconocible y coherente.
Desde un planteamiento homeostático, la teoría de la Gestalt se fundamenta en el proceso
similar que surge de la interacción o contacto con el mundo a través de la formación de «figuras
de interés» que nos exigen su inclusión en el entorno mediante la conducta. La identificación
de una determinada forma de entre las incluidas en un fondo no se debe a razones aleatorias
sino a necesidades. Dentro del fondo que representa la interacción organismo-medio (O-M),
estas necesidades representan un desequilibrio concreto que es necesario resolver mediante la
elaboración y ejecución de una conducta. Al desequilibrio que ha de resolverse mediante la
interacción entre el sujeto y el mundo le denominamos «necesidad».
La conducta, considerada como un proceso orgánico, se desarrolla en el ciclo o secuen-
cia de conducta y experiencia que resulta de la autorregulación. Este ciclo, por tanto, será el
mapa genérico de cualquier episodio de contacto o secuencia de percepción y conducta
dirigida a completar la interacción organismo-entorno. Zinker describe el ciclo de «darse
cuenta-excitación» mediante un modelo compuesto por las distintas etapas54.
Este proceso se inicia como consecuencia de una «necesidad urgente» o figura de inte-
rés que resalta contra el fondo y organiza la conducta mediante diversos mecanismos como
son: el contacto con el entorno para completar la necesidad, el retroceso de la figura en el
fondo como consecuencia de la conclusión o de la consecución del equilibrio y el surgi-
miento de otra figura de interés.
B. EL PROCESO CORPORAL
En este proceso organísmico se han distinguido distintos aspectos que le han calificado,
en cada caso, de ciclo de contacto, ciclo de la experiencia y ciclo de la autorregulación. Así
entendido, este ciclo se concreta como una secuencia de conducta y experiencia que resulta
54
Zinker, J.: «The future of Gestalt Therapy: A Symposium», The Gestalt Journal, vol. IV, nº 1, (1981),
p. 17.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 119
Movilización Acción
Movilización Acción
Formación Contacto
Formación Contacto de la figura
de la figura
Retroceso
Sensación
Sensación Retroceso
b.1. Sensación
55
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, Manual Moderno, 1992, p. 93.
120 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Lo que de la terapia Gestalt puede ser aprovechado para la intervención desde la motricidad
se relaciona, precisamente, con este planteamiento. Al igual que ocurre en esta modalidad
terapéutica, se propondría dinamizar el proceso corporal desde una situación de «proyec-
ción» capaz de superar un posible desfase entre la experiencia corporal y el sí-mismo, la
separación entre lo que se experimenta y el yo corporal. Mediante la proyección, el objetivo
de la intervención se orientará, fundamentalmente, a convertir al cuerpo en sujeto de la expe-
riencia solucionando así la errónea escisión establecida entre el cuerpo y la mente.
b.3. Movilización
La formación de la figura en la conciencia orienta hacia el contacto con el entorno lo cual
exige la movilización de la acción que lo posibilite. Esta movilización o adaptación del entor-
no implica unos mínimos requisitos: estar alerta (atención, cognición, habilidades, capacida-
des y técnicas particulares); apoyos físicos (postura, tono muscular alineación); carga de
energía o ímpetu (excitación).
Se denomina movilización a la secuencia del ciclo de la experiencia con la que se inicia la
conducta que ha de resolver el contacto interactivo establecido entre el sujeto y su entorno.
Cuando se forma una figura en la conciencia y se orienta hacia el contacto con el entorno,
para que se produzca, el individuo debe movilizarse mediante un movimiento o conducta.
sed ———— desear agua –——buscar una fuente ——— beber ——– satisfacer la sed
(sensación) - (figura consciente) —— (acción) ——— (contacto final) — (postcontacto)
Planteada así la movilización, cualquiera que sea el sentido que oriente su intencionalidad
o los resultados previstos, poseerá un inevitable carácter adaptativo.
b.4. Acción
La función del movimiento es poner al sujeto en contacto con los aspectos del entorno
que son necesarios para el crecimiento o con aquellos otros de él mismo que se pretenden
completar. Ha de estar, por tanto, al servicio del contacto (conclusión) o movimiento hacia el
contacto final y ha de estar relacionado con las necesidades, con el sentimiento de uno mismo
y con el entorno presente, con el contexto aquí y ahora. Esta acción posibilita dos funciones
principales: la manipulación del entorno (contacto con el medio) y la experiencia de sí mismo
(sentido del sí mismo).
La terapia Gestalt considera la acción como el sí-mismo en movimiento. Para esta corrien-
te, un movimiento no ocurre como un proceso mecánico aislado sino como parte de un ciclo
más amplio de organización organísmica que tiende hacia un contacto final que coloca al
individuo en relación con su entorno56.
56
Ibid., p. 139.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 121
El movimiento es, por tanto, una función del sí-mismo que sirve para acercarnos hacia la
conclusión y la totalidad. El sí-mismo de la terapia Gestalt supera el concepto de estructura
psíquica para convertirse en un sí-mismo muscular, móvil y expresivo.
La acción, que se entiende como un movimiento al servicio del contacto (conclusión) o
movimiento orientado hacia el contacto final, para ser saludable y para que su aplicación
metodológica sea eficazmente constructiva, ha de relacionarse siempre con las necesidades
del individuo, con los sentimientos de uno mismo o con el entorno presente, con el contex-
to, con el aquí y ahora.
b.5. Contacto
Es aquello que ocurre en el encuentro interactivo del sí mismo y el entorno con el otro.
Polster afirma que «en el punto en el cual se experimenta al yo en relación con aquello que
no es Yo, ambos perciben, con mayor claridad, no sólo el sentido del sí mismo sino también
la sensación de cualquier cosa que afecta esta frontera, que surge en el límite de contacto y
aun se desvanezca lentamente en él»57.
El contacto es aquello que acontece «en el límite entre el organismo y el entorno», en el
encuentro del sí-mismo con el otro y, como consecuencia, de esta coincidencia58. Es el pun-
to, la etapa de contacto donde se experimenta el yo en relación con el no-yo59.
Se identifica así el concepto de cuerpo como límite, al que Perls atribuye las funciones
básicas de conservar la diferencia, rechazar el peligro, enfrentarse a los obstáculos y la de
selección y apropiación de la novedad asimilable60.
b.6. Retroceso
El contacto llega al final cuando lo que se ha conseguido por medio de la acción puede
ser asimilado y, como consecuencia, completa la experiencia, se modifica la focalización de la
atención y se restablece el límite del sí-mismo.
La fase de contacto se agota en la experiencia del «contacto final» o de encuentro, cuando
la frontera del sí-mismo y del otro desaparece. Esta fase, para que sea aprovechable, ha de
concluir con la asimilación de aquello que se ha obtenido mediante el contacto, mediante lo
que Kepner denomina «fase de retroceso del contacto», en la que se ha de conseguir la
desvinculación o modificación del foco de la atención, el restablecimiento del límite del sí-
mismo y el cierre o asimilación de los resultados del episodio de contacto ajustando la nue-
va experiencia en un marco de referencia concreto61.
Cuando Kepner propone la organización del proceso corporal, para hacer consciente al
individuo de la raíz del conflicto, para destacar el proceso activo que siempre existe detrás
57
Polster, E. y Polster, M.: Gestalt therapy integrated, New York, Vintage, 1973.
58
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, Manual Moderno, 1992, p. 163.
59
Polster, E. y Polster, M.: Gestalt therapy integrated, New York, Vintage, 1973, pp. 102-103.
60
Perls y otros: Gestalt therapy, New York, Julian, 1951.
61
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, Manual Moderno, 1992, p. 185.
122 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Ahora no nos importa tanto la descripción de algún o algunos de los numerosos y varia-
dos procedimientos de relajación que, como se sabe, han constituido un recurso permanente
y eficaz en la metodología tradicional de la intervención psicomotriz. Ni siquiera intentare-
mos el análisis de alguno de ellos que, como ocurre con las propuestas del método
psicopedagógico de Vayer, fueron diseñadas de manera específica para ser utilizadas en estos
tipos de intervención.
64
Ibid., p. 53.
124 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Nuestra intención, ante todo, persigue la revisión de los argumentos que justifican el
empleo de estas técnicas, la identificación de nuevas posibilidades de empleo que estos
inauguran y, de manera genérica, estudiar las razones de su pertinencia, sus efectos y sus
posibles formas de adecuación a los distintos campos de aplicación donde tiene cabida la
metodología de la intervención.
Como advierten Olivares y Méndez, en la actualidad, la oferta de técnicas de conducta,
que pueden sobrepasar los dos centenares, se agrupan en cinco modelos básicos de inter-
vención: un modelo basado en el condicionamiento clásico; un modelo fundamentado en el
condicionamiento operante o instrumental; un modelo derivado del aprendizaje social; un
modelo cognitivo-conductual; y un modelo denominado, de modo más específico, como
modelo cognitivo65. Quizá por eso no sea difícil suponer la multiplicidad de aplicaciones de
que son susceptibles las técnicas de relajación o de los numerosos objetivos que en la es-
trategia de la intervención psicomotriz se les puede asignar.
Sin embargo, en nuestro caso, para calificar su utilidad o para decidir su empleo, no es el
procedimiento específico y formal de las técnicas de relajación el criterio que más nos inte-
resa valorar ahora. Lo verdaderamente importante para el propósito de este trabajo es el
enfoque que se adopte para describir la relajación y, como consecuencia, los mecanismos
que deben ocupar el análisis explicativo de estos procesos. Sobre ellos realizaremos un mayor
énfasis y, con relación a ellos, destacaremos algunos de sus efectos. Estas condiciones di-
ferenciales, generalmente, vendrán determinadas por la singularidad que caracterice el cam-
po de aplicación en que se ubique la intervención y por los fines específicos y diferenciales
que en él se planteen.
Nosotros, en este caso, al incluirlas en el ámbito tónico-motor, pretendemos destacar
algunos de estos efectos al tiempo que vincularlos a determinadas intenciones y a objetivos
muy concretos. No obstante, es conveniente reiterar que esta decisión no agota todas sus
posibilidades y, en consecuencia, asumimos la aparente contradicción que supone que, en el
análisis de estas técnicas, puedan emerger aplicaciones propias de otros ámbitos y aspectos
característicos de otras formas de entender, de utilizar o de aplicar la relajación.
Posiblemente sea de exclusivo carácter histórico la razón principal por la que hemos de-
cidido ubicar este análisis en el ámbito tónico-motor. La inercia generada por el uso de las
técnicas de relajación o por los objetivos que con ellas habitualmente se han pretendido
conseguir solían mostrar la relajación como un conjunto de procedimientos que apelaban, en
todos los casos, a una determinada forma de influir sobre el tono y el control del movimiento.
Uno de los autores que antes utilizó las posibilidades de la relajación como recurso tera-
péutico fue J. de Ajuriaguerra y, aunque en su amplia bibliografía nunca llegara a realizar una
descripción sistematizada de su propuesta, parece que sí consiguió definir un procedimiento
eficaz de «relajación psicoterapéutica» que, fundamentalmente, consistía en fomentar el
establecimiento de asociaciones y de la escucha activa, en el cuerpo del paciente, de dos
cualidades66: una, procedente del cuerpo físico, que se refería a la percepción de informacio-
nes sensoriales como, por ejemplo, variaciones térmicas, tónicas, etc.; y otra, que considera-
65
Olivares Rodríguez, José y Méndez Carrillo, Francisco Xavier: Técnicas de modificación de conduc-
ta, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p.19.
66
Fortini, K.; Agolini, O.; Genoud, M. y Sacheto, S.: Relajación psicoterapéutica de J. de Ajuriaguerra,
en ... Richard, I. y Rubio, L.: Terapia psicomotriz, Barcelona, Ed. Masson, 1996, pp. 105-113.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 125
ba el cuerpo como un soporte o recuerdo de lo sentido que, mediante la imagen del cuerpo,
explicitaba la problemática conflictiva intrapsíquica.
A. LA RESPUESTA DE ALARMA
67
Vid., Labrador, F. J.: El estrés, Madrid, Temas de hoy, 1992.
126 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
res a la situación que la originó, hablamos de estrés68. Por idénticas razones, la respuesta
será más importante y persistente cuanto mayor sea la amenaza percibida por el sujeto. De
acuerdo con Everly esta dinámica reactiva se concretará, principalmente, sobre tres ejes de
activación psicofisiológica69: el eje neural, el eje neuroendocrino y el eje endocrino.
Pero la presencia del estrés posee para nosotros otras significaciones cuyas resonancias
hemos de localizar en la totalidad de las dimensiones de la estructura psicomotriz como son
el aparato cognitivo y el emocional. El síndrome del estrés genera distintos estados emocio-
nales entre los que destaca la ansiedad, la cólera y la depresión70. Si además de los aspectos
hasta ahora destacados consideramos la ansiedad como un «estado de aprehensión
anticipatoria sobre posibles acontecimientos perjudiciales»71, resaltarán tres niveles de res-
puesta: cognitivo, fisiológico y motor.
Algunos autores sostienen que existen suficientes razones como para afirmar que algún
tipo de procesamiento cognitivo precede siempre a la experiencia ansiosa72 o, como advertía
Eysenck, que el ansioso presenta un sesgo perceptual que favorece un mayor énfasis en el
procesamiento de aquellos estímulos que van en detrimento de su propio yo o self, lo que,
en definitiva, afectará negativamente a su autoestima y esto, a su vez, determinará un nivel
más bajo en su rendimiento conductual73.
Por tanto, no es de extrañar que J.C. Smith, entre otros, propusiera un enfoque cognitivo
del estrés y, como consecuencia, un enfoque cognitivo-conductual de la relajación74. Esta
nueva perspectiva exige una revisión crítica de la mayoría de las técnicas de relajación y, en
especial, de las empleadas en el ámbito de la actividad físico-deportiva donde habitualmente
se concretan desde exclusivos niveles de activación fisiológica.
B. CONCEPTO DE RELAJACIÓN
Las prácticas de relajación conscientes superan la idea del simple descanso y se definen
como algo más complejo que el abandono de la actividad física. Para Blay Foncuberta, es
una puerta de entrada que permite al individuo el descubrimiento de sí mismo durante un
periodo en que se abandona la actividad automática y mecánica75. En cualquier caso, el in-
tento se refiere al control de ciertas sensaciones subjetivas, las cuales, tradicionalmente, se
han centrado, sobre todo, en los siguientes aspectos76:
68
Vid., Martínez, J.M.: Psicofisiología, Madrid, Síntesis, 1995.
69
Everly, G.S.: A clinical guide to the treatment of the human stress response, New York, Plenum,
1989.
70
Davis, M.; McKay, M. y Eshelman, E.R.: Técnicas de autocontrol emocional, Barcelona, Martínez
Roca, 1985, p. 91.
71
Bandura, A.: «Self-efficacy conception of anxiety», Anxiety Research. An International Journal, nº
1, (1988), pp. 77-98.
72
Goleman, David: Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós, 1997.
73
Eysenck, M.W.: Personality, stress, arousal and cognitive processes in stres reactions, en … Neufeld,
R.W. (eds.): Advances in the investigation of Psychological stress, New York, John Wiley & Sons Inc., 1989.
74
Smith, J.C.: Entrenamiento cognitivo-conductual para la Relajación, Bilbao, Desclée De Brouwer,
1992.
75
Citado por Amador, I.: Guía práctica de la relajación, Madrid, Edaf, 1989, p. 31.
76
Durand de Bousingen, R.: La relajación, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1986.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 127
C. TIPOS DE RELAJACIÓN
La dificultad y la dudosa conveniencia de provocar situaciones de estrés o alarma dise-
ñando actividades que puedan ser interpretadas por el individuo como amenaza parece evi-
dente y, en consecuencia, las técnicas de relajación, aunque apelen al uso de los mismos
mecanismos, deben plantearse de manera distinta.
Si, como afirma Labrador, la relajación se puede considerar como un estado de
hipoactivación que puede ser facilitado por diversos procedimientos o técnicas también
deberemos suponer que las técnicas de relajación producen sus efectos como resultado de
una disminución del tono hipotalámico que conllevaría una disminución de la actividad sim-
pática78. Las alteraciones producidas en las respuestas psicofisiológicas, generalmente, van
acompañadas de modificaciones en las respuestas motoras (estado de reposo) y en las res-
puestas cognitivas (percepción de tranquilidad). Por esa razón, en un modelo de interven-
ción basado en paradigmas globalistas y holísticos, es difícil actuar teniendo en cuenta una
única dimensión ya que si entendemos la respuesta del sujeto de manera unitaria, en función
de distintos niveles, cognitivo, tónico-motor y psicofisiológico o emocional, también tendre-
mos que tener en cuenta estos sistemas para planificar estrategias metodológicas capaces
de alterar o equilibrar estados adaptativos.
Las diferentes técnicas de relajación han desarrollado procedimientos distintos en fun-
ción de la vía que, preponderantemente, se elija para conseguir los efectos previstos y ade-
cuados. Cuando se priman los factores cognitivos, la intervención iría dirigida fundamental-
mente a controlar estos; y si el principal componente es la activación psicofisiológica, la
intervención se basará, fundamentalmente, en el aprendizaje de técnicas dirigidas a controlar
sus componentes psicofisiológicos. No obstante, dado que existe una permanente interacción
entre las distintas dimensiones y sus respectivos mecanismos, cualquiera que sea el compo-
nente al que se dirija la intervención, de manera particular, se verán afectados todos los demás.
Vera y Vila señalan tres marcos conceptuales para abordar el estudio psicofisiológicos de la
relajación79: el emocional, el relacionado con el estrés y el del aprendizaje.
78
Labrador, F.J.; Puente, M.L. de la y Crespo, M.: Técnicas de control de la activación: relajación y
respiración, en ... Labrador, F.J.; Cruzado, J.A. y Muñoz, M. (eds.): Manual de técnicas de modificación
y terapia de conducta, Madrid, Pirámide, 1995, pp. 367-395.
79
Vera, M.N. y Vila, J.: Técnicas de relajación, en ... Caballo, V.E. (ed.): Manual de técnicas de terapia
y modificación de conducta, Madrid, Siglo XXI, 1991, pp. 161-182.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 129
Como hemos visto, el estrés puede considerarse como un patrón de respuestas ante la
percepción de situaciones que plantean demandas excesivas y para cuya resolución se cree
carecer de los recursos conductuales necesarios80. En esta definición del estrés destacan
dos elementos principales: la respuesta fisiológica del organismo y el componente cognitivo
de la respuesta de adaptación. En este planteamiento conceptual se considera que la relaja-
ción es una respuesta biológicamente antagónica a la respuesta de estrés, que puede ser
aprendida.
D. RELAJACIÓN Y APRENDIZAJE
E. PROCEDIMIENTOS DE RELAJACIÓN
Se pueden distinguir dos estadios dentro de la situación de relajación: uno ligero, para
sujetos normales, que supone la educación de la atención, y otro profundo, cuyo empleo
generalmente se destina a técnicas terapéuticas y permite abordar los niveles inconscientes.
Según Winter y Debreuil, todos los métodos de relajación poseen ciertas características
comunes como son82:
– Que su fin es obtener la relajación total, incluyendo la abolición completa de las acti-
vidades musculares y la calma psicológica.
– Que requieren un cierto aprendizaje a través de la repetición.
– Que exigen un esfuerzo personal a través de ejercicios activos.
– Que conviene establecer una cierta gradación en la progresión.
– Que necesitan un ambiente de calma que permita controlar los estímulos sensoriales
que inciden en el sujeto.
Por otra parte, si consideramos la dinámica a la que se ajustan las distintas técnicas de
relajación en su aplicación podemos distinguir varios tipos: la relajación progresiva o
segmentaria y la relajación global83.
81
Ibid.
82
Geissmann, P. y Durand, R.: Los métodos de relajación, Madrid, Ed. Guadarrama. 1972.
83
Zemach-Bersin, David y Kaethe y Reese, Mark: Ejercicios de relajación, Barcelona, Ed. Paidós,
1996
84
Davis, M.; McKay, M. y Eshelman, E.R.: Técnicas de autocontrol emocional, Barcelona, Martínez
Roca, 1985.
85
Olivares Rodríguez, José y Méndez Carrillo, Francisco Xavier: Técnicas de modificación de conduc-
ta, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 48 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 131
cunstancias: en primer lugar por las condiciones ambientales en donde deba desarro-
llarse la relajación; en segundo lugar, por los objetivos que se pretendan aplicando
estas técnicas (conocimiento topográfico del esquema corporal o recurso ante la fati-
ga, por ejemplo); y en tercer lugar, por la capacidad de realizar estas tareas del sujeto
(grado de construcción del esquema corporal, capacidad de representación, etc.). En la
propuesta técnica incluida en el programa de relajación diferencial ofertado por Bernstein
y Borkovec se combina tres variables dicotómicas86: posición (sentado/de pie), activi-
dad (nota activo/activo), y lugar (tranquilo/no tranquilo).
– Relajación condicionada. Consiste en centrar la atención sobre la respiración mien-
tras que el individuo, mentalmente, se repite una palabra a sí mismo a cada espiración87.
– La relajación pasiva. Sólo se utilizan ejercicios de relajación de los grupos musculares
sin necesidad de tensarlos antes, combinándose ejercicios de relajación pasivos, de
inducción de sensaciones de peso y calor, tomadas del entrenamiento autógeno, y ejer-
cicios de respiración
86
Bernstein, D.A. y Borkovec, T.D.: Entrenamiento en relajación progresiva: Un manual para tera-
peutas, Bilbao, DDB, (2ª ed.), 1983.
87
Paul, G.L.: Insight vs. desensitization in psychoterapy: An experiment in anxiety reduction, Stanford,
Stanford University Press, 1966.
88
Schultz, J.J.: El entrenamiento autógeno: Autorrelajación concentrativa, Barcelona, Científico Médica,
1987.
89
Schultz, J.H.: El entrenamiento autógeno. Autorrelajación concentrativa, Barcelona, Ed. Científico-
Médica, 1969.
132 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
minados ejercicios fisiológicos y racionales y que, en analogía con las más antiguas
prácticas hipnóticas exógenas, permite obtener resultados idénticos a los que se lo-
gran con los estados sugestivos auténticos»90.
– Pierre Vayer. Este autor, en su obra «El niño frente al mundo»91, procede a aplicar sus
métodos a distintas etapas evolutivas y, especialmente a la edad escolar y preescolar.
Para ello utiliza dos planteamientos opuestos: la relajación global y la segmentaria92.
90
Citado por Olivares Rodríguez, José y Méndez Carrillo, Francisco Xavier: Técnicas de modificación
de conducta, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 52.
91
Cfr. Vayer, P.: El niño frente al mundo, Barcelona, Ed. Científico-Médica, 1984.
92
Vayer, P.: El niño frente al mundo, Barcelona, Ed. Científico-Médica, 1984.
93
Lazarus, R.S. y Folkman, S.: Estrés y procesos cognitivos, Barcelona, Ed. Martínez Roca, 1986, p. 164.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 133
Esta última acepción será la que, a nuestro juicio, ha de ser incluida en la nueva consideración
que de la relajación se realice en los procesos de intervención. Alberto Amutio, considerando
diversos aspectos, describe algunas de estas técnicas entre las que destacan las siguientes94:
– Modelo de reducción del nivel de activación de Herbert Beuson, que se basa en la re-
ducción del nivel de activación fisiológica o generación de un estado hipometabólico no
específico que se concretaría en un síndrome que denomina «respuesta de relajación».
La práctica, en concreto se inspira en ejercicios zen y la meditación respiratoria95.
– Modelo de la especificidad somático-cognitiva de Davidson y Schwartz. Estos auto-
res consideran que la ansiedad es elicitada por factores cognitivos, conductuales y
ambientales96.
– Modelo cognitivo-conductual de la relajación de J.C. Smith que considera conve-
niente complementar las técnicas de relajación con las necesidades individuales de cada
persona. Destacan, como objetivos de la relajación, cómo aprender a pensar y la
autopercepción a través de la cognición97. Para conseguir estas propuestas, Smith ar-
ticula un procedimiento que incluye tres estructuras: las creencias o pensamientos
permanentes acerca de lo que es real, los valores o aquello que se considera importan-
te y los compromisos o cursos de acción a los que se elige ajustar la conducta.
Todas ellas se surten de distintas actividades que, de alguna manera, resuelven el proce-
dimiento de su práctica y de su entrenamiento utilizando diversos recursos como son98: los
ejercicios de relajación progresiva99, los ejercicios prácticos de relajación isométrica100, los
estiramientos provenientes del Hatta-Yoga, las técnicas respiratorias, ciertas prácticas pro-
pias del masaje terapéutico, algunos ejercicios basados en la autosugestión como es el caso
de Schultz, el uso de la imaginación o las técnicas de meditación.
94
Vid., Amutio Kareaga, Alberto: Nuevas perspectivas sobre la relajación, Bilbao, Desclée De Brouwer,
1998, p. 36 y ss.
95
Beuson, Hebert: The relaxation response, New York, Morrow, 1975.
96
Davidson, R.J. y Schwartz, G.E.: The Psychobiology of relaxation and related states: A multi-process
theory, en … Mostofsky, D.J. (ed.): Behavior control and modification of pshycological activity, New
Jersey, Prentice Hall Inc., 1976.
97
Smith, J.C.: Entrenamiento cognitivo-conductual para la relajación, Bilbao, Desclée De Brouwer,
1992.
98
Amutio Kareaga, Alberto: Nuevas perspectivas sobre la relajación, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998,
p. 73 y ss.
99
Jacobson, Edmund: Progresive relaxation, Chicago, Universites of Chicago Press, 1938; Wolpe, J:
Práctica de la terapia de conducta, México, Ed. Trillas, 1985.
100
Smith, J.C. Relaxation dynamics: A cognitive-Behavioral approach to relaxation, Illinois, Research
Press, 1989.
134 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
convenientes como consecuencia, entre otros factores, de las posibilidades que el trabajo
tónico permite y del papel que desempeña el tono en la relajación. En esta intervención pueden
destacarse, al menos, dos tipos de aspectos: los que se refieren al aparato fisiológico y los
que afectan al dominio psicológico.
Como ya hemos dicho, al menos tradicionalmente y de manera genérica, los métodos de
relajación tenían como objetivo el plano fisiológico mediante una atención casi exclusiva al
músculo estriado. Pretendían conseguir sus objetivos a través de técnicas de educación del
sentido muscular o kinestésico y mediante la toma de conciencia del funcionamiento de pro-
cesos tales como, tensión-relajación o contracción-decontracción. Teniendo en cuenta las
posibilidades que ofrecen las técnicas de relajación y, al mismo tiempo, considerando los
nuevos referentes psicobiológicos que actualmente explican los mecanismos intervinientes,
podemos identificar los posibles objetivos para cuya consecución resultaría eficaz el empleo
de estos procedimientos. Con independencia de que en este momento parezcamos más inte-
resados en aquellos aspectos que concretamente se refieren al ámbito tónico-motor no de-
bemos olvidar que esta renovación conceptual ha ampliado sus posibilidades de aplicación
a otros distintos101. Por tanto, los objetivos cuya consecución sería factible mediante el uso
de las técnicas de relajación podríamos clasificarlos en:
– Niveles fisiológicos:
– Inervación y tono muscular. El tono y su manifestación como tono de reposo o postural,
esta íntimamente ligado a su control. La relajación pretende que el individuo sea capaz
de dosificar su tono en resoluciones sinérgicas eficaces pasando, según la conve-
niencia, de la máxima contracción, a la máxima decontracción.
– Sistema cardiovascular. La relación entre «stress» y el sistema cardiovascular no se
agota con los aspectos de la nutrición muscular. El comportamiento psicológico es
tan importante como para producir los mismos efectos en este sistema.
– Descenso de las pulsaciones del ritmo cardíaco.
– Descenso del grado de tensión del tono muscular.
– Eliminación de toxinas.
– Aumento de la fuerza nerviosa. Se han realizado experimentos y mediciones con el
neurómetro y se ha podido comprobar que la fuerza nerviosa, con la práctica de las
técnicas de relajación, puede aumentar hasta un 35%-40%.
– Niveles tónicos:
– Control del tono muscular tanto en aquellas funciones relativas a la contracción como
a la distensión.
– Adquisición de un conocimiento objetivo de la funcionalidad articular y segmentaria
corporal.
– Economía del esfuerzo. Toda acción esta regida por este principio omnipresente en
todos los ámbitos de la naturaleza.
– Organización y asimilación de informaciones sensoriales y propioceptivas necesarias
para la estructuración del esquema corporal, de la imagen corporal y del autoconcepto.
– Estructuración y dominio del esquema corporal.
– Control de la coordinación motriz por lo que el desarrollo y la capacidad para mante-
ner y dirigir la atención fundamenta y condiciona todas las técnicas de relajación.
101
Harvey, John R.: Relajación total, Barcelona, Ed. Oniro, 1999.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 135
– Niveles emocionales:
El psicoanálisis ha enfocado las relaciones entre el tono y la vida emocional, desde el
ángulo de la relación existente entre la tonicidad y la fenomenología psíquica, en la que
el tono y el movimiento sirven como medio de expresión. Los estudios de Freud sobre
la histeria demuestran claramente como las neurosis de reconversión manifiestan
somáticamente lo que, en realidad, es un conflicto emocional y afectivo.
La inhibición motriz es lo que el «Yo» tiende a mantener, incluso, contra las derivacio-
nes de las pulsiones reprimidas. La representación emocional produce una modifica-
ción postural; la situación conflictiva se manifiesta en el comportamiento. Habrá que
recordar a W. Reich y su noción de «carácter acorazado», que podríamos definir como
una hipertonía muscular y una inhibición de todas las reacciones de excitación102.
Algunas corrientes psicomotricistas, como la que inauguran André Lapierre y Bernard
Aucouturier, y muchas de las llamadas «técnicas corporales» de inspiración gestáltica
o psicoanalítica, como la bioenergética o la vegetoterapia, incluyen la relajación entre
los recursos propios de sus procedimientos de intervención para así acceder eficaz-
mente hasta objetivos pertenecientes a la dimensión emocional como pueden ser:
– Control de las pulsiones básicas y, en especial, de aquellas que se manifiestan me-
diante la alteración tónica y respiratoria.
– Control y modificación de la estructuración somato-psíquica que caracteriza los pro-
cesos emocionales
– Conocimiento e identificación de las distintas emociones.
– Niveles cognitivos:
– Conocimiento y aceptación del propio cuerpo que se inicia en la adquisición del es-
quema corporal que permite aumentar su experimentación con relación a su contexto
ambiental.
– Propiciar la aceptación del propio cuerpo que, como consecuencia de la experimenta-
ción del esquema corporal, mediante un lento proceso de maduración, permite pro-
porcionar al individuo la referencia o imagen corporal que deberá asumir.
– Niveles simbólicos:
Las conductas propias de la práctica de la relajación, como cualquier otra manifesta-
ción motriz, poseen una gran carga simbólica que a menudo se nutre de significación
en los niveles inconscientes. Esta dimensión y las posibilidades que oferta esta pers-
pectiva han sido estudiadas y empleadas, sobre todo, por aquellas corrientes
psicomotricistas que, desde la vivencia, relacionan sus objetivos con este nivel de
conciencia. Es fácil adivinar la orientación preponderantemente psicoanalítica de estos
planteamientos y, como consecuencia, la naturaleza de los objetivos terapéuticos,
reeducativos o relacionales a que aspiran.
Con las técnicas expuestas hasta ahora no se agota la oferta de posibilidades suscepti-
bles de ser aplicadas para intervenir en los límites de la dimensión tónico-motriz. Existen otras
102
Cfr., Reich, W.: La función del orgasmo, Buenos Aires, Ed Paidós, 1972.
136 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
técnicas que no habiendo sido diseñadas de manera específica para desarrollar este tipo de
intervención, sin embargo, también permiten un aprovechamiento total o parcial como recur-
so de la intervención.
Ya sea por la coincidencia de sus objetivos, porque en todos los casos se dinamizan los
mismos mecanismos comunes, porque existe una cierta coincidencia en el uso de determina-
dos materiales o por la facilidad para adaptar los elementos inductores o de compartir las
mismas actividades y ejercicios, podemos señalar la posibilidad, que en ciertos casos puede
existir, de que sean aprovechadas estas técnicas para completar o enriquecer el repertorio de
instrumentos de intervención a disposición de la intervención psicomotriz. Aquí, a modo de
ejemplo, sólo señalaremos algunas que por su carácter y semejanza quedan muy cercanas a
la metodología psicomotriz ya sea porque su principal característica es el movimiento, la mú-
sica o la conjunción de ambas en la danza.
a.1. La cinesiterapia
También llamada masocinesiterapia, kinesiterapia o cinesiología, es un método basado en
la movilización motriz activa o pasiva que, inicialmente, fue diseñado como instrumento de
reeducación motriz o funcional. Con el concurso del masaje y la mecanoterapia se pretende,
fundamentalmente, la recuperación funcional de determinadas minusvalías de la movilidad103.
Los ejercicios que utiliza caracterizan, básicamente, dos tipos de procedimientos: la
cinesiterapia activa, cuando el trabajo utilizado, de tipo isométrico o isotónico, se realiza con
carácter voluntario; y la cinesiterapia pasiva, cuando el trabajo se realiza de manera
involuntaria.
Fundamentada su perspectiva en paradigmas holísticos, se declara globalista y, en con-
secuencia, afirma que el control corporal o somatopsíquico constituye el método más idóneo
para controlar a la totalidad de la persona y a toda la estructura unitaria que componen sus
distintas dimensiones. Coherente con este planteamiento, advierte de la necesidad de esta-
blecer unos parámetros con los que organizar más eficazmente la información que del estado
psicofuncional se obtenga mediante esta técnica. Destacan tres fundamentales104:
– La actitud corporal.
– El tono muscular.
– El tiempo y el espacio desde cuya percepción ha de ajustarse el ritmo motor.
103
Sanz Oleo, E. y Rosauro Herrero, F.: Cinesiterapia relacional, en ... Richard, I. y Rubio L.: Terapia
psicomotriz, Barcelona, Masson, 1996, pp. 121 y ss.
104
Ibid., p. 125.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 137
Desde otra perspectiva R. Laban propone su «Teoría del esfuerzo, forma y espacio» o
análisis del movimiento en cuanto a la relación esfuerzo/forma105. Laban realiza este análisis
utilizando tres referentes principales: dinámicas, forma y espacio.
– Dinámicas: Para construir o ejecutar un movimiento se requiere consensuar un com-
plejo que, al menos, estará compuesto por cuatro factores: el espacio sobre el que se
produce el desplazamiento, la fuerza con que se ejecuta, el tiempo empleado para su
ejecución y el flujo de tensiones musculares o sinergias que se activan. A nosotros
nos importa, tanto el constructo que estos factores definen como cada uno de ellos. El
sujeto, al ejecutar un movimiento, obtiene como experiencia una serie de informaciones
que, después, podrá emplear para otros menesteres, todos ellos relacionados con los
objetivos propios de la intervención y que aquí ya hemos destacado. Para su diseño,
el movimiento o las dinámicas requieren de una información concreta sobre estos refe-
rentes que, más tarde, aportarán una serie de informaciones y, a través de la experien-
cia, enriquecerán y posibilitarán el desarrollo de la motricidad proporcionando el reper-
torio de formatos con el que se constituirá, posteriormente, la base necesaria para el
ajuste de la conducta.
– Forma: Describe el itinerario del desplazamiento del cuerpo, o de alguno de sus seg-
mentos, en el espacio. A este respecto, Laban afirmaba que la forma puede establecer
tres tipos de relaciones106:
105
Cfr., Laban, R.: Mastery of movement, London, MacDonald and Evans Press, (3ª edición), 1997.
106
Richard, I. y Rubio L.: Terapia psicomotriz, Barcelona, Masson, 1996, p. 160.
138 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Pueden comprobarse las coincidencias casi totales entre las propuestas de Laban con
relación a la forma y el esquema básico de la corriente psicopedagógica de Pierre Vayer. De
igual manera es fácil encontrar claras influencias en las técnicas de la expresión corporal
que, desde la adaptación de la danza, realizó Patricia Stokoe107.
En una línea muy semejante a la ostentada por Laban, el psicoanalista J. Kestenberg,
ideó un procedimiento para analizar la comunicación entre las madres y sus hijos. Este sis-
tema, el«Perfil del movimiento» (KMP), de registro de la expresión del diálogo tónico sobre
el que se sustentarían las relaciones objetales, pretendía captar la evolución motora y psí-
quica del ego desde el nacimiento a la edad adulta108.
C. EL USO DE LA DANZA
La ejecución de una danza, cualquiera que sea su género o el estilo artístico que la defi-
na, además de unos criterios estéticos convencionales, posee dos aspectos cualitativos fun-
damentales: la destreza motriz que su ejecución requiere y la capacidad simbólica que la
convierte en instrumento de comunicación. Por tanto, en ambos casos, no pueden ignorarse
los elementos compartidos que, a todos los niveles, posee con la Motricidad.
Entendida la danza como un lenguaje simbólico, parece que sus contenidos no tienen
porqué limitarse, exclusivamente y en todos los casos, a mensajes conscientes o a símbolos
convencionales. Como afirma Pinget-Muller, la danza también puede servir de cauce y expre-
sión de las pulsiones primarias y de conductas de conveniente control social en su manifes-
tación, como es la agresividad, o que puedan constituir ritos de socialización como es la
seducción, la jerarquización o la cohesión grupal109.
En terapia, o como recurso de intervención en Motricidad, el uso de la danza no preten-
derá alcanzar metas relacionadas con la estética o con destrezas de carácter exclusivamente
ritmo-motriz. Considerando lo anteriormente expuesto, parecen más interesantes otros obje-
tivos que, en nuestro caso estarán directamente referidos a:
107
Stokoe, Patricia y Harf, Routh: La expresión corporal en el jardín de infantes, Barcelona, Paidós
Ibérica, (4ª reimpresión), 1996.
108
Cfr., Kestenberg, J.: The role of movement patterns in development 1&2, New York, Dance Notation
Bureau Press, 1977; Parents and children: psychoanalistic studies in development, New York, Jason
Aaronson, 1975.
109
Pinget-Muller, S.: La terapia mediante la danza (danzaterapia), en ... Richard, I. y Rubio L.: Terapia
psicomotriz, Barcelona, Masson, 1996, p. 153.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 139
Compartiendo terrenos comunes, desde la década de los años veinte del pasado siglo, la
metodología de Jacques-Dalcroze ha sido frecuentemente adaptada a distintas propuestas
didácticas propias de la educación física. El calificativo de «rítmica» se atribuyo muy a
menudo a determinadas prácticas de educación física que, de manera especial, se sentían
interesadas en el empleo de las posibilidades didácticas que el ritmo ofertaba.
El ritmo, que en ningún caso debe considerarse como una exclusiva noción musical, es
inseparable de la misma organización de la conducta corporal, de la motricidad. Esta circuns-
tancia inspiraría a Jacques-Dalcroze un método que le permitiera progresar desde «el movi-
miento musical a la música del movimiento»110. Utilizando las posibilidades que brinda el
empleo del ritmo y los atributos de la música, la finalidad que se propone este autor se con-
creta, fundamentalmente, en «la armonización de todas las facultades del ser». Para diseñar
sus actividades, de forma específica, apela a diferentes aspectos o cualidades de la expre-
sión musical111: estructuración y evasión, continuidad y referencias en el tiempo, incitación
al movimiento, a la calma y al silencio, graduación de la fuerza, del peso y de la velocidad,
evocación de sentimientos y de emociones contrastados, estimulación del espíritu, asocia-
ciones, superposiciones, anticipación y rememoraciones y, finalmente, el ritmo.
El método Dalcroze, utilizando la música como elemento inductor y organizador de la
conducta motriz, se propone desarrollar cualidades propias del temperamento. Sin embargo,
para conseguirlo no recurre a los estereotipos estéticos de la danza sino que propone acti-
vidades espontáneas estructuradas mediante la consolidación del sentido métrico y de la
percepción temporal. Como puede advertirse, a estas alturas, desde el conocimiento que
poseemos de las funciones cerebrales, podemos afirmar que Dalcroze, sin realizar un mínimo
matiz, proponía actividades de naturaleza heterogénea y, como consecuencia, la activación
indiferenciada de funciones ubicadas en ambos hemisferios cerebrales.
No obstante, lo que en este método parecía solidamente incorporado, era el propósito de
inducir a la acción a través del poder inmediato que la música ejerce en las sensaciones
nerviosas y motoras. Una acción motriz que, al mismo tiempo, la propia música podría orga-
nizar, modular y adecuar a otros condicionantes como, por ejemplo, el tiempo y el espacio.
D. EL USO DE LA MÚSICA
El uso de la música como recurso técnico útil para diferentes diseños terapéuticos ha
sido muy frecuente. Con ella se trata de dinamizar distintos mecanismos o capacidades comu-
110
Bachamann, M.L.: La rítmica de E. Jacques-Dalcroze, en ... Richard, I. y Rubio L.: Terapia psicomotriz,
Barcelona, Masson, 1996, p. 141 y ss.
111
Ibid., p. 141.
140 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
nes para, aprovechando sus efectos, lograr determinados objetivos, modificaciones funcio-
nales concretas o desarrollos específicos. En la práctica de la intervención psicomotricista
también, habitualmente y desde hace mucho tiempo, se ha recurrido a la música como ele-
mento inductor, unas veces, por su capacidad evocadora de sentimientos o estados emocio-
nales y, otras veces, por su utilidad como elemento organizador de actividades ritmo-motrices,
de coordinación o de análisis perceptivo temporal y, muy a menudo, como elemento apropia-
do para sugerir dinámicas lúdicas y de grupo.
El modelo de la «inteligencia múltiple», por ejemplo, descubre otras posibilidades apro-
piadas para el nivel cognitivo que más adelante analizaremos. Por tanto, la inteligencia mu-
sical, por sí misma, como tal estructura intelectual diferenciada, sería de suficiente importan-
cia como para constituirse en objeto de atención de cualquier tipo de intervención, sea cual
fuere el ámbito del abordaje que utilice. La intervención psicomotriz cuyo desarrollo se plan-
tea desde la actividad física, y especialmente en el campo educativo, ha de asumir el desarro-
llo de la inteligencia, también concebida desde este modelo, como objetivo fundamental e
irrenunciable de su actuación.
De las propuestas que utilizando la música se han formulado desde distintos ámbitos, ya
estén relacionados con la psicoterapia o, simplemente, con la educación musical, por ejem-
plo, pueden ser útiles para nuestros propósitos todas aquellas técnicas que pretenden apro-
vechar las posibilidades que oferta la traducción corporal de la expresión musical o la expe-
riencia corporal inducida por propuestas y estímulos rítmicos y musicales112.
Desde la perspectiva que describen los paradigmas holísticos, el empleo de la música
cobra especial relevancia cuando su utilización se relaciona con la consecución de objetivos
relacionados con el ámbito emocional. Quienes proponen aprovechar estas posibilidades
aseguran que los mecanismos emocionales que puede desencadenar la vivencia musical se
traducen en respuestas motoras más o menos conscientes, cinestésicas y neurovegetativas.
Los últimos datos aportados por la investigación neurológica, advierten que, en contra
de lo que se creía hasta hace relativamente poco tiempo, el predominio del hemisferio dere-
cho del cerebro no siempre es total cuando se trata de problemas musicales113. Estos datos
sugieren que no todas las habilidades musicales residen exclusivamente en este hemisferio.
Los aspectos relacionados con el procesamiento musical que requieren evaluar nociones
como la duración, el orden temporal, la secuencia o el ritmo competen al hemisferio izquierdo
mientras que el derecho se implica, en distinta medida, cuando se requieren apreciaciones
sobre memoria tonal, timbre, reconocimiento de melodías o intensidad. Estos nuevos plan-
teamientos desvelan una perspectiva inédita que sugiere nuevas posibilidades de aplicación,
de uso o de relación entre la música y los aspectos relacionados con la experiencia corporal.
En gran parte, las distintas versiones que describen el ambiguo concepto de «expresión
corporal», dependiendo de cual sea su orientación, en sus propuestas de actividad activan
en distinta medida cada uno de los dos hemisferios y, como consecuencia, funciones o ca-
pacidades también diferentes. En definitiva, considerando esta nueva fundamentación
112
Verdeau-Pailles, J.: Musicoterapia, en ... Richard, I. y Rubio, L.: Terapia psicomotriz, Barcelona, Ed.
Masson, 1994, p. 131 y ss.
113
Springer, Sally P. y Deutsch, Georg: Cerebro derecho. Cerebro izquierdo, Barcelona, Ariel
Neurociencia, 2001, p. 190.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 141
neurológica, debería advertirse que el uso de la música, utilizada como elemento inductor,
organizador o evocador en los procedimientos de intervención, ni siquiera en el ámbito
cognitivo, que estudiaremos a continuación, desencadena los mismos efectos o puede ser
empleada sin una premeditación intencionalmente específica.
V. EL ÁMBITO COGNITIVO
modelos utilizados para describir la actividad cognitiva aconseja que iniciemos esta exposi-
ción analizando un modelo que explique la estructura funcional de la inteligencia.
También hemos de advertir que, en algunos casos, pueden incluirse técnicas ya expues-
tas para la dimensión tónico-motriz, lo cual, teniendo en cuenta la perspectiva global acep-
tada inicialmente, nos parece lógico. En esos casos procuraremos, por una parte, evitar la
reiteración de los contenidos y, por otra, adoptar aquella perspectiva más pertinente, la que
mejor evidencie la intervención de los mecanismos, o la más eficaz para la consecución de los
objetivos propios de este ámbito. Con esta selección pretendemos identificar, fundamental-
mente, aquellos recursos técnicos que permiten la consecución de tres objetivos generales:
– El desarrollo de aquellas capacidades necesarias para la dinámica de los procesos inte-
lectuales.
– La autopercepción o conocimiento realizado como consecuencia de experiencias cuyos
efectos o informaciones generadas requieren para su tratamiento el desarrollo de pro-
cesos cognitivos.
– Desarrollo, potenciación y ajuste de los mecanismos de elaboración de conductas
adaptativas mediante la resolución de problemas.
1
Piaget, Jean: «La motricité de l’enfant», Documentos ENSEPS, p. 9. Citado por Denis, Daniel: El
cuerpo enseñado, Barcelona, Ed. Paidós, 2000, p. 58.
2
Martínez, Miguel: Inteligencia y educación, Barcelona, Biblioteca Universitaria de Pedagogía, 1986.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 145
El estudio del ámbito cognitivo requiere, al menos, considerar tres aspectos fundamenta-
les:
– El modelo de inteligencia que adoptaremos como base conceptual de partida que, en
nuestra propuesta, genéricamente, consideramos como la capacidad de resolver pro-
blemas.
– La importancia del medio y de la experiencia del actuar en el medio para la maduración
y el desarrollo de la inteligencia.
– El modelo que utilizaremos para describir la estructura intelectual, su dinámica funcio-
nal y los procesos y mecanismos que la componen.
Sin embargo, esta estructura no se ajusta a un modelo idéntico en todos aquellos siste-
mas psicológicos que han fundamentado hasta ahora el campo doctrinal de la Motricidad o
sus procedimientos metodológicos. Ni todos estos sistemas se han interesado de igual ma-
nera por el ámbito cognitivo ni las distintas alternativas de la metodología propia de la
Motricidad han recurrido a ellas en idéntica proporción.
Nosotros, aquí, solo haremos referencia a aquellos sistemas que pueden utilizarse de
manera coherente con nuestra perspectiva epistemológica. Por esa razón, no nos detendre-
mos en las aportaciones provenientes o inspiradas en la corriente conductista, lo que no
significa que neguemos la eficacia del aprendizaje para determinados objetivos o para funda-
mentar la metodología motriz en campos de aplicación muy concretos sino que sus plantea-
mientos no coinciden con los objetivos que nos interesan. Por todo esto, y por la evidente
escasez de espacio de que disponemos, nos limitaremos a la descripción de algunos mode-
los muy concretos que, de alguna manera, escapan de la disyuntiva que imponía la vieja
pugna entre el Conductismo y el Psicoanálisis.
Las limitaciones que contiene el conductismo en su desarrollo conceptual propiciarán
que surja una nueva corriente que, integrada por distintas versiones, propone entender el
pensamiento y la conducta como el resultado del tratamiento aplicado a la información sen-
146 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
a. El enfoque cognitivo-conductual
Popper afirma que la acción del individuo es característica fundamental del proceso de
interacción con su mundo y que es este proceso el principal responsable del modelado de
las estructuras cognitivas3.
Para el Constructivismo, la acción se expresa a nivel motor (exploración del ambiente), a
nivel sensorial (percepción) y a nivel cognitivo (formulación de hipótesis). Por tanto, el fun-
cionamiento de la mente debería concebirse como una estructura constructiva de la expe-
riencia a través de expectativas, hipótesis y teorías activas.
Por otra parte, como afirma Mahoney, consideramos que el constructivismo, adopta como
axioma fundamental la creencia de que el conocimiento humano es activo, anticipatorio y
literalmente constructivo, que da forma4.
La teoría del constructo personal y la aplicación metodológica que nosotros propone-
mos en este capítulo desarrollarán estos principios aceptando, como guía del procedimiento,
que los humanos se comportan como «científicos» creando plantillas (constructos) en las
que integran y ordenan sus experiencias. Uno de estos constructos, en opinión de K. Sewell,
sería la noción de autoconcepto o la constitución del self5.
3
Para Popper, esta afirmación implica que la actividad del sujeto es la característica clave de su interacción
con el mundo por lo que, efectivamente, «cualquier perspectiva sobre la mente propone implícitamente
un modelo de interacción entre el sujeto y el ambiente, dentro del cual se definen los procesos que me-
dian la interacción». (Cfr., Guidano, Vittorio F.: Un enfoque constructivista de los procesos de conoci-
miento humano, en ... Mahoney, M.: Psicoterapias cognitivas y constructivistas, Bilbao, Descleé De Brouwer,
1997, p. 116).
4
Mahoney, M. y otros: Metateoría constructivista y la naturaleza de la representación mental, en ...
Mahoney, M.: Psicoterapias cognitivas y constructivistas, Bilbao, Descleé De Brouwer, 1997, p. 132.
5
Sewell, Kenneth W.: Terapia del constructo personal y la relación entre cognición y afecto, en ...
Mahoney, M.: Psicoterapias cognitivas y constructivistas, Bilbao, Descleé De Brouwer, 1997, p. 155.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 147
d. La Teoría Triárquica
Como más adelante ampliaremos con un mayor detenimiento8, esta teoría explica el pro-
ceso intelectual y, como consecuencia, la conducta, mediante tres teorías que destacan, res-
6
Flavell, John H.: El desarrollo cognitivo, Madrid, Aprendizaje Visor, 1984, p. 24 y ss.
7
El «pensamiento motor», tal y como lo formula la «escuela de Charleston», estaría compuesto los
siguientes elementos: control reflejo, la imagen mental del cuerpo (esquema corporal), coordinación de los
ejes del cuerpo, equilibrio corporal y acción coordinada. (Pastor Pradillo, José Luis: Bases teóricas y
metodológicas para la Educación Física primaria, Guadalajara, Universidad de Alcalá, 1993, p. 106).
8
Pastor Pradillo, José Luis: Bases teóricas y metodológicas para la Educación Física primaria,
Guadalajara, Universidad de Alcalá, 1993, p. 106.
148 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
pectivamente, la importancia del contexto sociocultural, la pertinencia que en cada caso de-
termina el contexto en que se produce y, finalmente, las características de los mecanismos
que rigen los comportamientos inteligentes. Este planteamiento insinúa tres grandes bloques
de objetivos o ámbitos de intervención.
9
Desde que Gardner inicia su revisión crítica al tradicional concepto de pensamiento que cuantificaba en
el cociente intelectual (C.I.) un único tipo de inteligencia abrió el paso a nuevas formulaciones conceptuales
sobre la inteligencia y, entre ellas, la suya misma conocida como «Teoría de las inteligencias múltiples». (Cfr.,
Gardner, H.: Inteligencias múltiples, Barcelona, Ed. Paidós, 1998). Más tarde, apoyado en este concepto de
multiplicidad y retomando los planteamientos que desde la década de los años 20 venían formulando otros
autores, Daniel Goleman divulgará su conocida teoría de la «Inteligencia emocional» con la que se pretendía
una actualización de la «inteligencia social» de Thorndike o de las «inteligencias personales» de Sternberg y
Salovey. (Cfr., Goleman, Daniel: Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós, 1998).
10
Mayer, J.D. y Stevens, A.: An emerging un derstanding of the reflective (meta)experience of mood,
1993 (inédito). Citado por Goleman, D.: op. cit., p. 87.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 149
cada uno de ellos, como fundamento epistemológico del procedimiento de intervención des-
de la motricidad, para identificar principios didácticos, discriminar objetivos o para diseñar
de procedimientos de actuación que hagan posible la intervención desde la experiencia motriz:
la estructura que propone la Teoría Triárquica, las teorías experienciales, la aplicación de la
experiencia óptima para finalizar con un breve análisis de la emoción como proceso cognitivo.
Conviene, en primer lugar, analizar como se estructuran y organizan los mecanismos in-
telectuales en este modelo. La Teoría Triárquica se interesa por una serie de aspectos que
contempla ordenadamente en tres subteorías:
– La subteoría Contextual: define el comportamiento inteligente según el contexto
sociocultural en el que la conducta se desarrolla.
– La subteoría Experiencial: afirma que para una tarea o situación determinada, un com-
portamiento contextual concreto no es igualmente «inteligente» en todas y cada una
de las situaciones o momentos que componen la continuidad de la experiencia.
– La subteoría Componencial: se interesa por los mecanismos que rigen el comporta-
miento inteligente los cuales, asegura, podrían ser considerados de carácter universal
para todas las poblaciones.
Por tanto, el modelo triárquico concreta tres referentes desde los que la inteligencia y su
fundamento puede evaluarse y comprenderse y desde los que pueden diseñarse las estrate-
gias de intervención relacionadas con esta capacidad. Las actividades o ejercicios han ajus-
tarse a la estructura general que propone esta teoría psicológica de tal manera que deberán
ser tenidos en cuenta los tres niveles o, dicho de otra manera, la presencia de la inteligencia
en todos los momentos de la ejecución de la praxis utilizada por el método de intervención.
Desde los criterios de la teoría Triárquica, para que la intervención se muestre eficaz en el
dominio intelectual, han de dinamizarse, de manera conjunta y organizada, cuantos mecanis-
mos, elementos y componentes se integran en el análisis de las tres subteorías. La actividad,
igualmente, deberá integrar funcionalmente los tres subsistemas que se distinguen.
En el trabajo relacionado con la inteligencia y los procesos cognitivos, en nuestro crite-
rio, ha de emplearse el tipo de actividad que hemos definido como situación-problema. Esta
actividad, considerada como recurso de la intervención, en su estructura o en los procesos
de comprensión y resolución, requiere la presencia, el uso o la dinamización de diversos
elementos que, fundamentalmente, describan el contexto que define la situación, califican la
experiencia que requiere o que proporciona e identifica los componentes que la integran.
11
Sternberg, Robert J.: Más allá del cociente intelectual, Bilbao, Desclèe De Brouver, 1990, p. 67.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 151
Esta subteoría se caracteriza porque especifica los atributos de las tareas o situaciones
que conducen a la medición de la inteligencia.
Relaciona la inteligencia con el mundo interno y externo del sujeto. Responde a la
pregunta «cuando» el comportamiento es inteligente y especifica la relación entre inteli-
gencia, tal y como se manifiesta en una tarea o situación, y «cantidad de experiencia»
en la tarea o situación. Es relativista con respecto a los puntos en que la novedad y la
automatización son relevantes para un individuo determinado. Lo que importa no son tanto
las tareas empleadas como lo que estas miden. Este planteamiento postula que una tarea,
en parte, evalúa la inteligencia como una función en la medida en que su realización re-
quiere utilizar, a la vez, una o dos de estas habilidades: la de enfrentarse a nuevos tipos
de tareas o capacidad para responder a exigencias situacionales y la de automatizar la
elaboración de la información.
Un comportamiento es inteligente cuando implica uno o dos grupos de las siguientes
habilidades: la adaptación a la novedad y la automatización de la realización.
Por lo que respecta a la habilidad para enfrentarse a nuevos tipos de tareas y exigencias
situacionales, Stenberg afirma que la mejor manera de medir la inteligencia es mediante ejer-
cicios «no atrincherados»; que requieran unas formas de elaboración de la información aje-
nas a la experiencia normal de las personas, tanto si se refieren a las operaciones que son
necesarias como a los conceptos en que se fundamenta el proceso. Desde este punto de
vista, la inteligencia no sólo implicaría «la habilidad de aprender y razonar con nuevos con-
ceptos sino la habilidad de aprender y razonar con nuevos tipos de conceptos». Para
Sternberg, la inteligencia no será tanto la «habilidad de una persona para aprender o pensar
dentro de sistemas conceptuales que le son ya familiares» como su habilidad para aprender
y pensar dentro de nuevos sistemas conceptuales» que, después, puedan servir para soste-
ner estructuras de conocimientos ya existentes12. Para este psicólogo, estas habilidades se
caracterizarían como: nuevas tareas o cometidos, situaciones nuevas, interacción entre ta-
reas, situaciones y personas.
Como hemos visto, la primera parte de la tarea experiencial se ocupa de las maneras en
las que el individuo reacciona ante la novedad la cual puede influir: en la realización del
ejercicio o en la comprensión del ejercicio.
12
Sternberg, Robert J.: «Intelligence and nonentrenchment», Jounal of Educational Psychology, (1981),
nº 73, pp. 1-16.
152 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
La subteoría componencial especifica cuales son los mecanismos mentales que rigen el
funcionamiento inteligente: la unidad de análisis, el componente y las interrelaciones entre
componentes y otras unidades de análisis.
Establece una conexión entre la inteligencia y el mundo interior del individuo y responde
a la pregunta de «como» se genera el comportamiento inteligente.
La unidad de análisis
Las diferencias en las necesidades básicas han definido los paradigmas de la teoría e
investigación de la inteligencia. Es conveniente que el diseño de la intervención analice la
actividad conductual como una unidad coherente utilizando como patrón alguno de los
modelos que definen unos determinados factores.
Las unidades más utilizadas en Psicología son: el factor, el vínculo, TOTE y la unidad de
análisis básica que en la subteoría componencial se concreta en el «componente de elabora-
ción de la información».
El componente
13
Nevell, A. y Simon, H.: Human problem solving, Englewood Cliffs, N.J, Prentice-Hall, 1972.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 153
No vamos a describir las diferentes unidades de análisis con que relacionan los compo-
nentes las propuestas de otros investigadores inspirados en paradigmas diferentes. Limitán-
donos a aquellas que parecen relevantes a Sternberg, podemos citar:
– El enfoque diferencial identifica como unidad básica al «factor» o facultades, causas,
parámetros, habilidades, unidades funcionales, rasgos de origen, etc., que son más
básicos que los otros.
– Los enfoques de la elaboración de la información consideran la existencia de un proce-
so de información elemental del cual podrían distinguirse diferentes tipos: la unidad de
comportamiento (TOTE), la producción, el esquema y la regla o principio. De todos
ellos, el más representativo es el TOTE. En él, cada unidad de comportamiento se de-
sarrolla siguiendo un proceso en el cual se distinguen las siguientes fases: Test (T) –
Operación (O) – Test (T) – Éxito o salida (E). Stenrberg lo considera como una
14
Sternberg, Robert J.: Más allá del cociente intelectual, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1990, p. 129.
154 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Como puede comprobarse, cada una de estas tres operaciones no son sino formulaciones
coincidentes con los procesos adaptativos piagetianos, de acomodación y asimilación, con
los que se resuelve la relación interactiva entre O y M recuperando la relación homeostática
entre ellos.
Por tanto, la actividad motriz que resuelva el problema que plantea la intervención ha de
servir para integrar en su dinámica alguno, o todos, los procesos siguientes: adaptación,
15
Miller, Galanter y Pribram: Plans And the structure of behavior, New York, Holt, 1960.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 155
selección y configuración del medio. Estas operaciones, tal y como especificamos ante-
riormente16, no se desarrollan en un contexto de posibilidades ilimitadas sino que, por el con-
trario, habrán de superar una serie de limitaciones que Sternberg enumera y analiza de forma
específica17. Al construirse la situación o al diseñar la tarea en que se base la intervención
motriz habrá de incluirse en ella, como condicionante, alguna o algunas de estas limitaciones.
La tarea que se sugiera ha de realizarse mediante una conducta motriz que exija, sobre
todo, el hallazgo y la utilización de sistemas conceptuales nuevos que permitan al alumno
ubicar aquellas estructuras de conocimientos ya existentes. Así pues, la experiencia motriz, y
por tanto la conducta en que se sustenta, ha de requerir la elaboración de la información en
formas inéditas ya sea para decidir las operaciones que requiere o por los conceptos que
exige utilizar. Esta tarea o conducta motriz será inteligente cuando implique uno o los dos
grupos de habilidades siguientes:
– La adaptación a la novedad.
– La automatización de la realización.
16
Cfr. el apartado 3.1. de este capítulo.
17
Sternberg, Robert J.: Más allá del cociente intelectual, Bilbao, Desclèe De Brouwer, 1990, pp. 68 y ss.
156 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
gradación y niveles de novedad previstos, por los nuevos tipos de tareas o por las nuevas
formas de automatizar la elaboración que se empleen.
En esta progresión, el tratamiento de la novedad de la tarea deberá estar orientado, de
forma genérica, por los principios del aprendizaje, las características del desarrollo motor y la
evolución intelectual y, de manera específica, se modulará en función de las características,
aptitudes y habilidades peculiares de cada sujeto.
Por lo que se refiere a la automatización de la información, ésta puede ser referida princi-
palmente a la comprensión de la tarea, a la ejecución de la tarea o a ambas. En función de
estos tres aspectos ha de administrarse la gradación de la dificultad que esta operación im-
pone o puede imponer.
Y finalmente, con relación a la subteoría componencial habrá que asegurar que la ejecu-
ción del ejercicio requiere la intervención de determinados mecanismos o factores que, como
consecuencia de su dinamización, son susceptibles de desarrollo. La situación-problema
deberá resolverse contestando, fundamentalmente, a la pregunta «como».
De acuerdo con los postulados que recoge la Subteoría Componencial, la unidad básica
de análisis que ha de regir la comprensión de la conducta y, por tanto, el modelo sobre el
que ha de estructurarse la ejecución de la respuesta y la adquisición experiencial, se concre-
ta en lo que Sternberg denomina «componente de elaboración de la información»18.
El desarrollo de los componentes de la inteligencia, también desde la tarea motriz, exige
constituir, como objetivos, aquellos componentes que se definen por su función. En conse-
cuencia, como factor principal, las tareas necesitarán utilizar: los procesos ejecutivos, los
componentes de realización de una tarea y los componentes de adquisición de conocimiento.
En este caso, no estarán referidos a las aptitudes físicas básicas o a las psicomotrices
sino a aquellas otras que habitualmente cualifiquen el tratamiento de la información a la que
se responde: los procesos de codificación, combinación, comparación de la información.
En el orden que aquí analizamos, para la realización de una determinada tarea, los compo-
nentes de respuesta o de ejecución siempre estarán seleccionados en función de los cam-
bios producidos en el funcionamiento del resto de los componentes.
18
Sternberg, Robert J.: Más allá del cociente intelectual, Bilbao, Desclèe De Brouwer, 1990, p. 120.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 157
Necesarios para adquirir nueva información o nuevos conocimientos que Sternberg iden-
tifica con las siguientes operaciones: codificación selectiva, combinación selectiva y compa-
ración selectiva19.
Además de la función que realizan, el otro aspecto que califica a los componentes es su
nivel de generalización. Este aspecto será fundamental para tomar decisiones con relación al
diseño de la tarea o de la actividad. Para elaborar aquellas actividades y recursos sobre los
que desarrollar la intervención motriz es necesario, en todos los casos y para cualquier tipo
de objetivos, identificar previamente cuales son los mecanismos, aptitudes o habilidades
necesarias. También para aquellos objetivos relacionados con el desarrollo de los compo-
nentes cognitivos es necesario respetar este principio. Lo que la subteoría componencial
propone es que esta relación no ha de hacerse sólo de manera funcional sino que también
ha de ser tenido en cuenta el nivel de generalidad en que son susceptibles de utilización:
– Generales, si su nivel de generalización les permiten intervenir en todo tipo de ejecu-
ción o tarea.
– De clase, necesarios para realizar un subgrupo particular de ejercicios o tareas.
– Dependiendo del número y tipo de componentes que cada tarea requiera para su rea-
lización
Siguiendo los principios didácticos que acabamos de expresar, para posibilitar su aplica-
ción metodológica, es necesario concretar diversos aspectos y circunstancias.
La primera consideración, que por obvia no debe ignorarse, es que la tarea, en cualquier
caso, ha de solucionarse mediante una ejecución motriz. Por tanto, la actividad o situación-
problema que se plantea como recurso de la intervención, aunque para ser resuelto requiera
una respuesta motriz, ha de exigir también la intervención de aquellos que han de potenciar
los mecanismos intelectuales.
Como hemos visto, lo sustantivo no es el tipo de tarea o actividad que se realiza sino los
cometidos necesarios para concretar la conducta, los factores, los mecanismos o los compo-
nentes que son activados, que se utilizan o que se seleccionan. Por ejemplo, la modificación
19
Ibid., p. 129.
158 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
La naturaleza de las tareas que se proponen como recursos didácticos también debería
ajustarse a determinadas orientaciones:
– Han de integrar tanto componentes provenientes del dominio cognitivo como del do-
minio tónico-motriz.
20
Pastor Pradillo, José Luis.: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en Edu-
cación Física, Barcelona, INDE, 2002, pp. 160 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 159
– En todos los casos el problema que implica su resolución debe representar algún as-
pecto de la interacción establecida entre el sujeto y su medio.
– Las situaciones han de caracterizarse por mínimo grado de novedad.
– La comprensión de los cometidos y de la situación debe requerir operaciones de pro-
cesamiento de información tanto de carácter propioceptivo como exteroceptivo.
– La percepción de la situación de la conducta y la ejecución de la tarea deben requerir,
necesariamente, la intervención de factores o componentes propios del ámbito
cognitivo.
– Utilización de los ejercicios de «insight» que exigen encontrar una solución al proble-
ma que sea nueva y no evidente.
– La novedad del ejercicio ha de necesitar de una comprensión que puede ser el resulta-
do de un proceso que implique los siguientes pasos21:
– Codificar la expectativa de un cambio en un sistema conceptual
– Llegar a un sistema conceptual nuevo.
– Encontrar un concepto apropiado en un sistema conceptual nuevo.
– Elaborar un concepto en el sistema nuevo que sea de diferente clase a los tipos de
conceptos que le son familiares en el sistema convencional.
– Responder a una violación de una expectativa de cambio en el sistema conceptual.
Resumiendo, podríamos concluir que los objetivos que concretamente se han de perse-
guir mediante experiencias inspiradas en la aplicación de la Teoría Triárquica, han de favore-
cer la construcción del aparato cognitivo y, por tanto, deberían estar orientados a:
– Aumentar la capacidad de adaptación mediante el desarrollo de procesos de asimila-
ción y acomodación entre el sujeto y su medio.
– Aumentar la capacidad perceptiva como consecuencia de una mayor eficacia de los
procesos de identificación de la información y de su procesamiento posterior.
– Favorecer la creatividad como resultado del desarrollo de la capacidad para enfrentarse
a la novedad tanto en lo que se refiere a la comprensión de la tarea como a la ejecución
de la misma.
– Aumentar la frecuencia de utilización de las transferencias de los aprendizajes.
– Potenciar la capacidad de automatización de las praxias que componen una conducta y
en la comprensión de tareas
– Y, finalmente, desarrollar los componentes de la inteligencia: los metacomponentes, los
componentes de realización y los componentes de adquisición de conocimiento.
21
Cfr. el epígrafe 1.2 de este trabajo.
160 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
J. Kepner adapta el ciclo de experiencia a los límites de lo que denomina «proceso corpo-
ral» y que ya expusimos con anterioridad al analizar el «ciclo de la experiencia»25.
Esta técnica de enfoque corporal, como la define E. Gedlin, «permite descubrir paso a
paso los significados implícitos de nuestra experiencia y cambiar al unísono con ella»27. Como
23
De una manera más detallada y extensa, aunque para otro ámbito, exponemos esta técnica tal y
como la propone Kepner, en epígrafe 4 del capítulo anterior: 4. El ciclo de la experiencia de I. Kepner.
24
Zinker, J.: «The future of Gestalt Therapy: A Symposium», The Gestalt Journal, vol. IV, nº 1, (1981),
p. 17.
25
Kepner, J.I.: Proceso corporal, México, Manual Moderno, 1992, p. 93.
26
De una manera más detallada y extensa, aunque para otro ámbito, exponemos esta técnica en el
epígrafe del capítulo anterior: El Focusig: la conciencia corporal como objetivo y recurso de la interven-
ción psicomotriz.
27
Gendlin. E.: Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal, Burgos, Ed. Mensajero, 1991, p. 28.
162 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
consecuencia de este proceso de enfoque corporal se establecería contacto con una clase
especial de conocimiento consciente, interno y corporal o, lo que este autor denomina, sen-
sación-sentida28.
Si bien inicialmente este proceso mantiene un carácter más propioceptivo que formal, fi-
nalmente, también requeriría de unas operaciones que le permitieran codificar el conocimien-
to resultante de una forma compleja de integración de componentes fisiológicos (sensación
real localizada en alguna parte del cuerpo), afectivas (tonicidad, sentimientos) y filosóficos
(conteniendo el significado implícito de nuestras acciones pero sin desplegarse todavía).
Este significado es una sensación global compuesta de cuantas sensaciones corporales
puede generar la complejidad del problema, de la situación o de las interacciones que en ella
puedan establecerse. Y aunque la sensación corporal es preverbal y preconceptual, su efec-
to, la acción y el feed-back, permiten que el propio actuar se perciba al mismo tiempo que se
actúa, que se experimente la acción y que esta experiencia propicie una nueva forma de ac-
tuar, la automatización de la respuesta o la extinción de la acción.
28
Ibid., p. 28.
29
De una manera más detallada y extensa, aunque para otro ámbito, exponemos esta técnica en el
capítulo siguiente dedicado al ámbito emocional y afectivo.
30
Ellis. A. y Nernard, M.E.: ¿Que es la Terapia Racional Emotiva (RET)?, en ... Ellis, A. y Greiger, R:
Manual de Terapia Racional Emotiva, t. 2º, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1990, p. 21.
31
Ibid., p. 22.
32
Ellis, A. y Greiger, R: Manual de terapia racional emotiva, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1994,
pp. 19 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 163
B. RECURSOS METODOLÓGICOS
T. Nardi propone las técnicas inspiradas en el psicodrama como recurso eficaz para la
formación de las estructuras cognitivas33. Quienes emplean estas técnicas sostienen que los
modelos irracionales y compulsivos se observan y se abordan más fácilmente en situaciones
que contienen la acción que durante el transcurso de una conversación. Por idénticas razo-
nes, también afirman su eficacia para promover y facilitar la interacción entre los miembros
del grupo.
Se trataría, por tanto, de sustituir el uso de la comunicación verbal por otra de carácter
eminentemente no verbal o corporal. Entre las numerosas técnicas psicodramáticas suscep-
tibles de esta adaptación nosotros destacamos las siguientes:
– Demostración de «insight»: Ellis propone que el proceso se ajuste a tres insght a cuya
activación y expresión estarían orientadas las actividades corporales con el ánimo de
evocar experiencias pasadas y vivenciarlas otra vez:
– Nuestros problemas tienen ciertas causas antecedentes en nuestro pasado cercano
y distante.
– Nuestros problemas se mantienen en el presente debido a nuestro pensamiento actual.
– El cambio vendrá solamente si asumimos la responsabilidad de cambiar y después
trabajamos en ello.
– El doble: esta técnica puede usarse para descubrir ideas irracionales y hacer a los suje-
tos más conscientes de su propia conversación. El doble gestualiza o expresa mediante
la expresión corporal las creencias irracionales del sujeto. Puede ser cualquier miembro
del grupo.
– La técnica de la silla caliente: en esta técnica, que proviene de la terapia Gestalt y
que fue muy empleada por J.L. Moreno, el participante se coloca entre dos sillas o
lugares del espacio y, en ellos que deberá situarse sucesivamente mientras debate
consigo mismo. En el lugar de la derecha argumentará mediante la expresión corporal
aspectos racionales mientras que en la posición izquierda expresará sus creencias
irracionales sobre el aspecto que se esté tratando.
– Cambios de roles: asunción de los posicionamientos y de la expresión corporal de la
otra persona para lograr una mejor perspectiva de la interacción.
– Intención paradójica: pretende percibir gestualmente el síntoma mediante la práctica y
la exageración del problema o de la creencia que se pretende tratar.
– Proyección futura: representar una situación como preparación para afrontarla más
eficazmente en el futuro.
33
Nardi, Thomas J.: en ... Rational Living, (1979), 14 (1), pp. 35-38.
164 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
manera característica, proporcionará una información peculiar que ha de servir para integrar
un concepto o imagen singular34.
En definitiva, la función cognitiva, tanto la que se refiere al propio sujeto como aquella
otra que alude al conocimiento del mundo y de las relaciones que entre ambos se estable-
cen, estará determinada por la información de retorno procedente de una vivenciación re-
suelta mediante el tipo de conducta que define la llamada experiencia óptima. No obstante,
conviene advertir que si bien es verdad que el flujo elimina la autoconciencia durante la acción,
la experiencia que aporta al individuo una información, probablemente singular, cuyos efec-
tos parecen demostrados, por ejemplo, en la aplicación que se ha realizado para aumentar la
eficacia de determinadas conductas deportivas35.
A. CONCEPTOS FUNDAMENTALES
Para poder analizar esta cuestión quizá convenga detenernos previamente en algunos
conceptos que resultan fundamentales para su comprensión.
a.1. La conciencia
Mihaly e Isabella Selega Csikszentmihalyi estudiaron, desde 1975, lo que ellos denomina-
ron «experiencia de flujo»36. Desde entonces el flujo se ha convertido un «término técnico
en el campo de la motivación intrínseca»37.
Con este término se pretendía definir un tipo de motivación intrínseca de manera que
definiría una «experiencia autotélica o recompensa en sí misma»38. No extrañará, por tanto,
que pronto se intentara aplicar este concepto al ámbito de la educación39. Así lo demostró
Mayers cuando averigua que el grado en que los estudiantes de secundaria disfrutaban de
un curso determinado predecía los resultados con mayor fiabilidad que las medidas previas
de logro escolar o aptitud40.
Se constituye así una alternativa al conductismo, al constructivismo y a cuantas teorías
se empeñaban en explicar la conducta del hombre con la metáfora de la «bola de billar»,
según la cual se describía, únicamente, como el resultado de la interacción de diversas fuer-
34
Vid., Feldenkrais, Moshe: La dificultad de ver lo obvio, Argentina, Ed. Paidós, (2ª reimpresión),
1996.
35
Vid., Jackson, Susan A. y Csiksentmihalyi, Mihaly: Fluir en el deporte, Barcelona, Paidotribo, 2002.
36
Csikszentmihalyi, Mihalyi: «Play and intrinsic rewards», Journal of Humanistic Psychology, 15 (3),
(1975), pp. 41-63; Beyond Bondom an Ansiety, San Francisco, Jossey-Bass, 1975.
37
Csikszentmihalyi, Mihalyi y Csikszentmihalyi, Isabella Selega: Experiencia óptima. Estudios psico-
lógicos del flujo en la conciencia, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998, p. 19.
38
Ibid., p. 23.
39
Mayers, J.: Flow in adolescence and its relation to the school experience, Unpublished doctoral
dissertation, University of Chicago, 1978.
40
Mayers, P.: Flow in adolescence and its relation to the school experience, Unpublished doctoral
dissertation, University of Chicago, 1975, (Citado por Csikszentmihaly, M. y Csikszentmihaly, I.: Experiencia
óptima. Estudios psicológicos del flujo en la conciencia, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998, p. 27).
166 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
zas externas al self individual, ignorando así comportamientos que, a manudo, tienen poco
que ver con el aprendizaje o el refuerzo.
Todos los planteamientos que el Conductismo o el Constructivismo han formulado sobre
la motivación siguen sin conseguir explicar porqué, a menudo, el hombre ejecuta conductas
que no solamente no han sido aprendidas sino que, frecuentemente, son ineficaces e, inclu-
so, contrarias a los propósitos adaptativos.
Entre quienes intentan otras explicaciones, algunos recurren a ciertos argumentos que
describen un sistema que, fundamentalmente, estaría encargado de aportar esta autonomía.
El «self», como suele denominarse esta estructura, tendría como función mediar «entre las
instrucciones genéticas que se manifiestan como impulsos instintivos y las instrucciones
culturales que aparecen como normas y reglas. El self debe priorizar entre estas diversas
instrucciones conductuales y seleccionar aquellos que quiere endosar»41.
Pero para conseguir la mediación del self entre todas estas instrucciones, a menudo con-
tradictorias y generadoras de conflictos, el individuo necesitó desarrollar un sistema infor-
mativo capaz de discriminar entre numerosos estímulos, de analizarlos, organizarlos y
memorizarlos en un archivo de donde pudieran ser recuperados para volver a ser utilizados
en caso de necesidad. Este cúmulo de funciones representa la noción que algunos han de-
nominado conciencia.
Para W. James, el contenido de la conciencia es la experiencia, o dicho de otra manera, la
información que somos capaces de aprehender más su interpretación. Para Csikszentmihalyi,
esta función se realizaría merced a tres sistemas funcionales:
– La atención que recibe la información de una determinada situación.
– El conocimiento que interpreta la información.
– La memoria que almacena la información.
En esta estructura, la atención sería el medio a través del cual la información aparecen en
la conciencia. Desde esta perspectiva, la conciencia estaría representada por cuantos proce-
sos se desarrollan en la mente después de prestar atención a un «bit» de información.
a.2. El self
Cuando se plantea un conflicto con estas metas individuales, los estados de entropía
psíquica que se producen se concretan como una condición en la que se generan unos «rui-
dos» en el sistema de procesamiento de información que se experimentarán, de distinta ma-
nera, según con qué tipos de información, metas o recuerdos se establezca el conflicto.
Cuando todos los contenidos de la conciencia se encuentran ubicados armónicamente
entre sí y con las metas que define el self, el estado psíquico adquiere un carácter de
«negentropía psíquica» o experiencia óptima. Este estado es el que M. Csikszentmihalyi e
I.S. Csikszentmihalyi denominaron «flujo»43.
Obtenida esta experiencia de flujo, el self mostrará una cierta tendencia a su reproduc-
ción, a seguir experimentando este flujo, planteando la consecución de este estado como
una meta. Por consiguiente, la acción humana se verá influida por una teleonomía del self o
tendencia al logro de la meta, que condiciona todas las elecciones que hacemos entre todas
las alternativas existentes y, como consecuencia, determina la toma de decisiones. Desde un
punto de vista evolutivo las ventajas que proporciona la teleonomía son obvias44:
– El self actúa como amortiguador entre las instrucciones programadas y las conductas
adaptativas aumentando el equilibrio entre ambas.
– Ya no hay necesidad de elaborar vínculos genéticos entre ciertos estímulos y ciertas
respuestas deseables.
– No son necesarios cientos de sistemas de alarma especializados para cada uno de los
peligros ambientales.
– Un «instructo» generalizado para la autoprotección del self puede ejercer la función de
mecanismo de alarma.
– El control de la experiencia conlleva el control sobre el pensamiento, la emoción y la
voluntad.
Una vez estructurado el self en la conciencia, su meta principal se orientará hacia su propia
supervivencia mediante la reproducción de aquellos estados de conciencia que sean coinci-
dentes con esta meta y la eliminación de aquellos otros que estén en contradicción con ella
o amenacen la existencia del propio self. Estas metas no serán sino los intereses específicos
de cada self que, de forma jerarquizada, constituirán su propia estructura.
Además de la teleonomía del self también intervendrá la teleonomía genética. Si una de las
tendencias principales del self es la de reproducirse, la de perdurar, su meta lógica será la de
seguir experimentando el flujo. Por tanto la teleonomía del self será la tendencia al logro de esta
meta o a manipular las elecciones que hace el individuo entre todas las alternativas existentes.
Así, las reglas que afectan al curso de la acción humana tendrían una triple naturaleza45:
Teleonomía del self, Teleonomía genética (o tendencia de los patrones biológicos a replicar su
tipo a lo largo del tiempo) y Teleonomía cultural (que tiende a imponer las normas y valores
sociales sobre la conducta humana con el fin de reproducirse a lo largo de generaciones).
La teleonomía genética quizá sea el procedimiento más natural para construir el self alre-
dedor de una jerarquía de metas. Sin duda, la teleonomía genética es la fórmula más primitiva
puesto que el sujeto identifica sus metas con las instrucciones inscritas en el código genético.
43
Ibid., p. 38.
44
Ibid., p. 36.
45
Ibid., p. 39.
168 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Sin embargo, en ocasiones, estos instintos, impulsos o pulsiones, según las distintas
denominaciones al uso, que generalmente están ligados a las funciones biológicas (comer,
reproducirse, etc.), se convierten en metas que no pueden satisfacerse con el simple resta-
blecimiento del estado homeostático. En estos casos, en los que la conducta se relaciona
con el placer, el sujeto seguirá comiendo, por ejemplo, a pesar de haber superado el fin
nutricional porque también le es necesario para mantener un self ordenado.
La teleonomía cultural también puede construir la teleonomía del self alrededor de otras
metas que, fundamentalmente, implican conductas de participación. Por ejemplo, el «senti-
miento oceánico de la infancia»46, del que habla Freud, es un estado de placer que persiste
durante la fase adulta como ocurre en el caso de la «efervescencia colectiva»47 que Durkheim
describe relacionándola con las situaciones sociales ritualizadas o en el de la sensación de
«comunitas»48 que tan agradable resulta cuando los roles sociales se suspenden temporal-
mente como es el caso de ciertos rituales y festejos.
a.3. El flujo
Para Daniel Goleman, la capacidad de entrar en el estado de flujo es «el mayor ejemplo de
inteligencia emocional, un estado que tal vez represente el grado superior de control de las
emociones al servicio del rendimiento y del aprendizaje»49. En opinión de este divulgador, en
éste estado, las emociones no se ven reprimidas ni canalizadas sino que, por el contrario, se
ven activadas, positivadas y alineadas con la tarea que estemos llevando a cabo. Para ilustrar
este fenómeno cita el caso del oro olímpico de 1994, cuando la esquiadora Diane Roffe-
Steinrotter, tras vencer en su prueba, afirmó que, de ella, solo recordaba haberse sentido inmersa
en un estado de relajación que percibió como si su actuación «formara parte de una catarata»50.
Teniendo en cuenta las metas que representa la teleonomía del self, este se va constitu-
yendo a través de tres modelos básicos: el placer, el poder y la participación. Quizá por eso,
la evolución de la conciencia, de la cultura y de la especie gira en torno a nuestra capacidad
de invertir energía psíquica en metas que no han sido modeladas exclusivamente sobre
teleonomía de los genes o de la cultura. Cuando el estado de la conciencia se encuentra
organizado armónicamente, la experiencia que produce es tan agradable que se intentará
reproducir con tanta frecuencia como sea posible. Esta dinámica, esta experiencia óptima, es
lo que constituye lo que se denomina «flujo».
El flujo se acomoda a una estructura que M. Csikszentmihalyi esquematiza en las siguien-
tes circunstancias las cuales pueden considerarse como principios orientadores para su
aplicación al ámbito de la intervención desde la motricidad51:
46
Vid., Freud, S.: Civilization and its discontents, New York, Norton, 1961 y Winnicott, D.W.: Collected
papers, New York, Basic Books, 1951.
47
Durkheim, E.: The elementary forms of religions life, New York, The Free Press, 1967.
48
Turner, V.: The ritual process, New York, Aldine, 1969.
49
Goleman, D.: Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós, 1998, p. 154.
50
Ibid., p. 154.
51
Csikszentmihalyi, Mihalyi y Csikszentmihalyi, Isabella Selega: Experiencia óptima. Estudios psico-
lógicos del flujo en la conciencia, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998, pp. 43-44.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 169
B. ORIENTACIONES METODOLÓGICAS
– Para que una situación o un recurso didáctico genere una experiencia de flujo debe ser
percibido por los sujetos como satisfactorio o gratificante.
– En las experiencias de flujo se elimina la autoconciencia.
– La racionalización, las actividades con mayor implicación cultural, como es el deporte,
las reglas complicadas desvían a los participantes del campo del flujo.
– Los procesos de racionalización, las reglas, la rutina, el estereotipo motor dificultan la
impulsividad sustituyendo el logro de un disfrute inmediato por la adquisición de un
éxito último, los medios por los fines. En estos casos, la autoconciencia es mucho mayor
y se escinden la acción y la conciencia.
– Las personas tienden a producir «memes»52 que superan el nivel de los desafíos exis-
tentes siempre que, al mismo tiempo, puedan elevar el nivel de sus propias habilidades.
– El proceso mediante el cual los estados de conciencia buscan cada vez más y mayores
oportunidades de acción es esencialmente un proceso de «complejización»53.
– La relación entre complejización y disfrute no significa que los individuos estén cons-
tantemente motivados para buscar mayores desafíos. De hecho se produce lo contra-
rio y se prefiere buscar el placer en interacciones de baja intensidad.
– Aunque el placer es generalmente un principio conservador implicado en la selección
y transmisión de «artefactos»54 ya existentes, el disfrute conducente a la complejización
es, a menudo, el responsable de la generación de nuevas formas culturales.
– Las instrucciones culturales transportadas mediante la memoria biológica o cultural son
inoperantes si no son codificadas y actúan sobre la conciencia. La representación sim-
bólica de las instrucciones biológicas en la conciencia es la responsable de la enorme
flexibilidad de la conducta humana.
– La limitada capacidad de la atención del ser humano, 7 bits aproximadamente, impone
la necesidad de seleccionar para proceder a realizar las operaciones de codificar,
decodificar y seguir las instrucciones. La selección se produce en la conciencia cuan-
do se activa la información mediante la atención.
– La distribución de la atención obedece a sus propias metas. La conciencia tiende a
mantener el orden en la experiencia.
– Se induce el estado de flujo cuando se produce una buena integración entre dos lista-
dos de instrucciones: las instrucciones contenidas en las reglas de un juego cultural
(un deporte, un ritual o un estereotipo) y las instrucciones de carácter intrasomático
basadas en predisposiciones biológicas que constituyen las habilidades del individuo
– Desde una perspectiva evolutiva, el flujo es la función que se deduce de una relación
específica establecida entre la memoria extrasomática y la introsomática. Cuando las
52
R. Dawkin define el «meme» como la unidad de réplica de información cultural. (Cfr., Dawkin, R.:
The selfish gene, New York, Oxford University Press, 1976)
53
Csikszentmihalyi, Mihalyi y Csikszentmihalyi, Isabella Selega: Experiencia óptima. Estudios psico-
lógicos del flujo en la conciencia, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998, p. 74.
54
La evolución cultural hace referencia a la transmisión de información contenida en artefactos, es decir,
objetos, sistemas de símbolos, actividades y otros patrones de conducta que deben su existencia a la
intencionalidad humana. Estos artefactos contienen instrucciones conductuales porque definen la realidad en
la que opera el organismo físico. (Cfr., Csikszentmihalyi, Mihalyi y Csikszentmihalyi, Isabella Selega: Expe-
riencia óptima. Estudios psicológicos del flujo en la conciencia, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1998, p. 74).
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 171
C. APLICACIÓN PRÁCTICA
La experiencia óptima o estado de flujo es una situación que conviene alcanzar en cual-
quier tipo de conducta motriz y, especialmente, en circunstancias como las que conforman la
dinámica docente ya que, por sí misma, es un eficaz procedimiento de motivación intrínseca.
Así, se puede resolver, no solo el problema de la atención sino también el de la intencionalidad
necesaria para potenciar el proceso de aprendizaje.
La actividad física y deportiva, por sí misma, a menudo supone un esfuerzo que, en princi-
pio, no tiene por que ser necesariamente placentero. Como consecuencia, requiere de una
motivación, a veces tan intensa, que como advierte Singer, frecuentemente puede desembocar
en procesos neurotizantes. Intentar un proceso conductual para alcanzar una meta cuyo resul-
tado se pospone en el tiempo y, sobre todo, insistir en él, requiere una persistente y terca emi-
sión de respuestas que solo son posibles cuando el estímulo es capaz de generar respuestas
desproporcionadas a su misma naturaleza. Por tanto, es preferible que se produzca una con-
ducta continuada, a menudo basada en el esfuerzo, como consecuencia de una recompensa
inmediata, positiva y placentera, el flujo, y no como resultado de un proceso neurotizante.
Sin embargo, como contrapartida, esta misma cualidad o ventaja conllevaría otras limita-
ciones, sobre todo si no es aplicada en tareas, actividades o situaciones adecuadas. Como
hemos visto, su eficacia se vería disminuida en la misma medida en que la actividad implicara
estados profundos de autoconciencia, estuviera regida por reglas excesivamente complejas
que den prioridad al fin sobre el medio o la recompensa, con relación a la respuesta, estuvie-
ra excesivamente distanciada en el tiempo.
Por tanto, inicialmente, nos parece que el uso de la experiencia óptima es más eficaz cuando
se aplica a situaciones motrices cuya experiencia permita que su evaluación se ajuste a
parámetros más espontáneos:
– Será mejor cuanto más inmediata sea la recompensa.
– Cuando la resolución del problema conductual sea más espontánea.
– Cuantas menos reglas compliquen la conducta.
– Cuanto más vivencial sea su planteamiento y su experiencia.
– Por tanto, es más eficaz en el juego que en el deporte.
– Es adecuada su aplicación en actividades motrices que proporcionan al sujeto la per-
cepción de sí mismo como son aquellas que se ajustan a la satisfacción de la necesi-
dad de movimiento.
– Permiten simbolizaciones emotivas.
– Esta aplicación es eficaz en actividades motrices sin otro fin que el placer del movi-
miento donde la información en feed-back, como es la cadencia rítmica en la respuesta,
es muy clara y constante.
172 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
A. LA EMOCIÓN
La perspectiva cognitiva de las emociones asegura que estas surgen como resultado de
la elaboración concreta que, en cada caso, se realiza de las distintas situaciones que las
originan. Por tanto, la estructura psicológica de la emoción será la consecuencia de un pro-
ceso cognitivo que se concreta según la descripción o interpretación personal e interpersonal
que se efectúa de una situación. El proceso que diferencia una emoción de otra será equiva-
lente a lo que A. Ortony denomina «distinción personal»55. Cada emoción será el resultado
de determinadas clases de cogniciones cuya elaboración no tiene por qué ser necesariamen-
te consciente, de manera que puede establecerse un reflejo de doble dirección en el que la
cognición desata la emoción o en el que ésta condicione el proceso cognitivo.
La formulación cognitivista entiende la emoción como una reacción con valencia ante
acontecimientos, agentes u objetos cuya naturaleza estará determinada por la forma como se
interpreta la situación desencadenante. Como resultado de este proceso cognitivo se produ-
cirá una respuesta conductual que, distintos autores, describen de formas diferentes apelan-
do a la intervención de mecanismos heterogéneos. Desde nuestro punto de vista, podríamos
resumir las distintas formas de plantear esta nueva cuestión desde dos grupos principales:
una que intenta una explicación apoyándose, fundamentalmente, en niveles conscientes del
pensamiento conceptual y, otras, que prefieren organizar el análisis de los fenómenos emo-
cionales como resultado de procesos experienciales.
55
Ortony, A.; Clore, G.L. y Collins, A.: La estructura cognitiva de las emociones, Madrid, Siglo XXI
de España editores, 1996, p. 102).
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 173
Dentro de este grupo de teorías podríamos destacar, según cuales fueren sus objetivos
o que argumentos apoyen sus propuestas, las siguientes:
56
Kelly, G.A.: The Psychology of Personal Constructs, New York, Norton, 1955.
57
Kelly, G.A.: A brief introduction to personal construct theory, en ... Bannister, D. (ed.): Perspectives
in personal construct theory, London, Academic Press, 1970, p. 1. (Cit. por Landfield, A.W. y Leinter,
L.M.: Psicología de los Constructos Personales, en ... Landfield, A.W. y Leinter, L.M.: Psicología de los
Constructos Personales, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1987, p. 17 y ss.).
58
Ibid., p. 73.
174 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Un ejemplo de los primeros planteamientos podría ser la propuesta que formulan Ellis y
Greiger quienes proponen el «Esquema ABC de RET (Terapia Racional Emotiva) según el
cual la emoción se organizaría en las tres fases características de su propuesta59:
– A) Experiencia o acontecimiento activador: lo que ocurre.
– B) Interpretación emocional de A. Según el sistema de creencias que posea el indivi-
duo se determina C.
– C) Consecuencia emocional y/o conductual. Como se reacciona a A.
Su estrategia de intervención ampliaría el esquema con dos nuevas fases: una cuarta fase,
la D, que consistiría en discutir el esquema ABC y, como consecuencia deducir un nuevo
resultado, y la E, o efecto de la intervención educativa o terapéutica.
Por tanto, si el contenido de la conciencia es la experiencia podríamos definir esta capa-
cidad no solo como el resultado de la información sino, también, de su interpretación60. En
esta formulación, la atención sería el recurso mediante el cual la información aparece en la
consciencia. Una consciencia que se podría describir como el resultado de los procesos que
tienen lugar en la mente después de prestar atención a un bit de información. En este esque-
ma, el self sería un epifenómeno de los procesos conscientes, el resultado del conocimiento
59
Ellis, A. y Greiger, R.: Manual de Terapia Racional Emotiva, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1994, pp.
19 y ss.
60
James, W.: Principles of psychology, Vol. 1, New York, Henry Holt, 1890.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 175
a.2. La experiencia
Desde la experiencia se han planteado otras alternativas como, por ejemplo, las que pro-
ponen Gedlin, M. Csikszentmihalyi o Greenber y Paivio. Será sobre éste planteamiento sobre
el que nos centraremos.
La influencia del existencialismo también generó, en el ámbito de la Psicología, una pers-
pectiva hasta entonces desconocida. Sin embargo su imbricación en la teoría de la Motricidad
solo se efectuó de manera ocasional e inédita a través de su influencia en ciertos psicomo-
tricistas franceses como fueron André Lapierre y Bernard Aucouturier y, en general, cuantos
frecuentaron la corriente que habitualmente se califica de relacional.
Afirma Carlos Alemany que, en psicoterapia, actualmente, «el proceso directamente sen-
tido por el paciente es básico»61. La relación personal se considera, por tanto, como algo
más que dos estructuras individuales o que las unidades de significado comunicadas de
uno a otro.
La aportación más original y trascendente del existencialismo fue la superación de las
tradicionales formulaciones psicológicas que consideraban la relación interpersonal como
algo subsidiario donde lo básico era lo individual de tal manera que la conducta se explica-
ba, exclusivamente, en función de los impulsos, la motivación o las pautas y tendencias
personales. En ningún caso concibe el existencialismo un «sujeto interno separado de los
objetos externos»62.
Por tanto, el existencialismo, que define al hombre como ser en el mundo, describirá la
experiencia individual o subjetiva no como algo interno sino como algo «en el mundo»63.
Trasladando estos postulados a la experiencia corporal habría que afirmar que no percibimos
sentimientos sino situaciones. Como afirma Alemany, sentimos aquello frente a lo que esta-
mos situados, aquello que define nuestra ubicación espacio-temporal. El proceso experiencial,
como consecuencia, se orientará hacia adelante, hacia significados posteriores. Nunca lo hará
hacia atrás, hacia la negación de sentimientos ya integrados ya que estos solo se resuelven
cuando nuestros actos posteriores los tienen en cuenta.
61
Alemany, C.: Psicoterapia Experiencial y Focusing. La aportación de E.T. Gendlin, Bilbao, Desclée
De Brouwer, 1997, p. 34.
62
Ibid., p. 42.
63
Ibid., p. 43.
176 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
El Focusing
Como hemos visto en el capítulo anterior, Eugenet Gendlin, basándose en estos postula-
dos, diseña la técnica del Focusing que entiende como un proceso activo y dinámico de
enfoque corporal que permite focalizar, orientar y centrar la atención en determinadas sensa-
ciones y sentimientos, descubriendo así los significados implícitos en la experiencia y des-
cifrando los registros corporales que esta genera, lo que él denomina «sensación sentida»64.
Gendlin, con este término pretende designar dos aspectos principales: un sentimiento o sen-
sación corporalmente vivenciada y la conciencia de lo que está experimentando en ese mo-
mento, de lo que no estaba ahí antes.
Se refiere, en definitiva, a la integración de diversos componentes fisiológicos (sensa-
ción real localizada en alguna parte del cuerpo), afectivos (tonalidad, sentimientos) y fisioló-
gicos que contienen el significado implícito de nuestras acciones. La sensación-sentida no
es una emoción sino una sensación vaga, difusa y global, ambigua y corporal, que se per-
cibiría gradualmente aunque se carezca de identificación verbal con que aludirla y que es
fuente de significaciones de carácter corporal65.
La sensación-sentida («fett-sense») es la base necesaria para la construcción de la con-
ciencia corporal. No es una experiencia mental sino física; es la conciencia corporal de una
situación, de una persona o de un suceso. No aparece en forma de pensamiento simbolizado
en palabras sino como una sola, aunque compleja, sensación corporal. Para Gendlin, un sig-
nificado corporal no es una emoción. Aunque esta contenga elementos emocionales su es-
tructura es más compleja puesto que también integra datos de la realidad.
L.S. Greenberg y S.C. Paivio afirman que esta relación se caracteriza porque66:
– La emoción está íntimamente relacionada con el significado.
– No se produce ningún cambio emocional sin que se produzca un cambio cognitivo.
– La expresión de las emociones puede deberse a vivencias más básicas.
– Cada tipo de emoción posee sus propias características y, por tanto, requiere una for-
ma diferente de trabajarlas.
Desde estos postulados, estas autoras sugieren un modelo de intervención que se fun-
damenta en el establecimiento de un diálogo empático, focalizado en las emociones, entre
dos personas, una de las cuales, el terapeuta, el psicomotricista o el docente, estimula y se
focaliza en aquello que interesa emocionalmente a la otra.
A la unidad psicológica básica, al mecanismo capaz de generar la experiencia emocional
y el significado lo denominan «esquema emocional»67. En él se incluiría el conjunto de prin-
cipios de organización que se constituyen a partir del repertorio de respuestas innatas del
64
Gendlin, E.: Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal, Burgos, Ed. Mensajero, 1991, p. 28.
65
Ibid. p. 35.
66
Greenberg, L.S. y Paivio, S.C.: Trabajar las emociones en psicoterapia, Barcelona, Paidós, 1999, p. 13.
67
Ibid., p. 15.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 177
individuo y de su experiencia pasada, las cuales interactúan con la situación de ese momen-
to dando lugar a la experiencia presente. Son, por tanto, altamente personales y están cons-
tituidas por recuerdos emocionales, expectativas en general y experiencias vividas. No se
basan únicamente en la emoción sino que se constituyen como una síntesis compleja de
afecto, cognición, motivación y acción que proporciona, a cada individuo, un sentido inte-
grado de él en el mundo y un significado subjetivamente sentido.
La experiencia personal se caracteriza por su carga emocional y, como consecuencia,
porque no es una representación exacta y objetiva de los hechos y objetos que constituyen
la realidad externa. Una parte significativa de esta codificación experiencial se produce a nivel
no verbal y tiene que ver más con el ser y el hacer que con el momento conceptual conscien-
te. De esta manera los recuerdos emocionales estarán cargados de aspectos preconceptuales,
sensoriales y cinéticos. Trasciende esta conceptualización aquella realizada por J. Bruner en
su definición de «representación enactiva» que solo elabora con experiencias motrices.
El esquema personal o emocional que proponen Greenberg y Paivio constituirá una graba-
ción de la experiencia subjetivamente vivida que sirve tanto de formato para el recuerdo de la
vivencia afectiva como para integrar toda la experiencia dentro de una unidad significativa.
La aplicación de estos principios teóricos la concretan estas autoras en una técnica de
intervención específica que denominan «Terapia focalizada de las emociones» (TFE).
La TFE, de la que nos ocuparemos detenidamente más adelante68 sitúa el foco del trabajo
de intervención en «la evocación de las reacciones emocionales automáticas, tanto adaptativas
como desadaptativas»69.
68
Vid., Cap. VI.
69
Ibid., p. 120.
178 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
psicomotricistas de los años 70. Después, con distinto acierto, aparecieron otras propuestas
que pretendían resaltar estos aspectos e identificar los objetivos pertinentes. Solo por citar
algunas de las propuestas más clásicas y recurrentes de este ámbito, basta con recordar lo
que Jacques Salzer considera como objetivos declarados de la expresión corporal70 o la reco-
mendación de Ana Pelegrín para potenciar la formación integral de la persona desarrollando
facetas como la ampliación de la percepción, el encauzamiento y proyección de sensaciones
internas y afectivas o situar la «ejecución vivenciada» en una experiencia real, en un espa-
cio-tiempo compartido por el diálogo corporal71. También, desde una posición claramente
psicomotricista, Eduardo Justo propone, como objetivo, el tratamiento de los fenómenos
emocionales sin ignorar sus aspectos cognitivos72.
Igualmente, las últimas aportaciones de la Psicología confirman este tratamiento renova-
do. Las nuevas formas de entender la inteligencia como instrumento cognitivo apoyan la
capacidad de la afectividad para aportar un determinado modo de conocer la realidad y de
experimentarla, como ocurre en descripciones como las que realiza Daniel Goleman con su
modelo de «inteligencia emocional»73 o la que propone H. Gardner en su «Teoría de las
inteligencias múltiples»74.
El contenido de este tipo de inteligencia emocional estará encaminado hacia el conoci-
miento de los estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de ellos. Este
concepto, que ya lo había identificado con anterioridad Salovey con la denominación de
«inteligencia personal o emocional», abarcaría cinco competencias: conocimiento de las
propias emociones, capacidad de controlar emociones, capacidad de motivarse uno mismo,
reconocimiento de las emociones ajenas y control de las relaciones.
Igualmente, Gardner, para desarrollar lo que califica de inteligencias corporal, cinética y,
especialmente, la interpersonal y la intrapersonal, aconseja la consecución de objetivos como:
el acceso a la propia vida emocional, el acceso a la propia gama de sentimientos, capacidad
de efectuar discriminaciones entre las emociones y capacidad para poner nombre a las emo-
ciones y recurrir a ella como medio de interpretar y orientar la conducta.
Modificada la secuencia emocional-cognitiva desde la experiencia motriz, y como conse-
cuencia el esquema emocional, se podrá esperar posteriormente la modificación de la res-
puesta conductual mediante un nuevo procesamiento conceptual a través del pensamiento
consciente. En definitiva propondríamos una metodología psicomotriz vivencial en la que se
permitieran cuantas dinámicas grupales son capaces de una repercusión emocional. Para
lograrlo deberían respetarse cuantos principios teóricos, técnicos, didácticos se apoyen en
estos planteamientos así como el empleo de recursos que sirvan para dinamizar los procesos
descritos anteriormente.
70
Salzer, J.: La Expresión Corporal, Barcelona, Ed. Herder, 1984.
71
Pelegrín, A.: Expresión Corporal, en ... García Hoz, V.: Personalización en la Educación Física,
Madrid, Ed. Rialp, 1996, p. 353.
72
Justo Martínez, E.: Desarrollo psicomotor en educación infantil. Bases para la intervención en
psicomotricidad, Almería, Universidad de Almería, 2000, pp. 133-134.
73
Goleman, D.: Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós, 1998.
74
Gadner, H.: Inteligencias múltiples, Barcelona, Ed. Paidós, 1998.
VI. EL ÁMBITO EMOCIONAL Y AFECTIVO
El planteamiento cognitivo de las emociones asegura que éstas surgen según la manera
como las situaciones que las originan son elaboradas por el que las experimenta. Por lo que
la estructura psicológica de las emociones emana según descripciones personales e
interpersonales de estas situaciones. A. Ortony destaca dos tipos de variables que afectan
a la intensidad de las emociones2: unas que son globales y afectan a todas las emociones y
otras, locales, como son la deseabilidad, las emociones de vicisitudes, las emociones de atri-
bución y las emociones de atracción.
El planteamiento cognitivista entendería la emoción como reacciones con valencia ante
acontecimientos, agentes u objetos, cuya naturaleza viene determinada por la manera como
es interpretada la situación desencadenante. Las clases principales de evidencia en relación
con las emociones serían: el lenguaje, los informes personales o la subjetividad, la concien-
cia de la emoción, la conducta y la fisiología.
Mayer, Richard E.: El futuro de la psicología cognitiva, Madrid, Alianza Ed., 1.991.
1
Ortony, A.; Clore, G.L. y Collins, A.: La estructura cognitiva de las emociones, Madrid, Siglo XXI de
2
Como resultado del proceso cognitivo se produce una respuesta conductual que puede
entenderse de forma distinta dependiendo cuál sea el planteamiento inicial. La Motricidad,
en cualquier caso, basa su intervención, sea cual fuere su fin, en la propuesta de conductas
o de situaciones cuya solución requiere de una respuesta motriz.
A. LA EMOCIÓN
La emoción, en sentido estricto, no incluye la totalidad de las manifestaciones afectivas.
No obstante utilizaremos este término de manera tan genérica como suele ser habitual. En
cualquier caso, para este trabajo, interesa el análisis de aquellas conductas que se definen
por integrar en un todo los componentes somáticos, los psíquicos y la interacción que entre
ellos se establece
Para concretar mejor su realidad conviene recordar que este fenómeno se caracteriza por
la intervención fundamental de dos elementos: la influencia de un estímulo sensorial exógeno
y la presencia de un correlato psicológico. La coincidencia de ambos desencadena una brus-
ca perturbación tanto en el ámbito de la vida psíquica como en el ámbito fisiológico.
El estudio de estos fenómenos se ha abordado desde diferentes perspectivas en las que,
unas veces, se resaltaba la importancia de los componentes biológicos y, en otras, la in-
fluencia de la cultura.
La propuesta biologicista recurre a la descripción general de la estructura cerebral para
argumentar la influencia de los mecanismos más arcaicos en el gobierno de la dinámica emo-
cional y de su expresión conductual. La perspectiva culturalista destaca la intervención de la
cultura sobre la estructuración de las emociones mediante procesos de significación de la
noción de bienestar y el condicionamiento de la expresión emocional. Para R. Lazarus, sin
embargo, una visión globalista debería conciliar ambos puntos de vista en una descripción
unitaria y holística3.
Jean Piaget afirma que la vía afectiva, como la intelectual, son el resultado de un proceso
de adaptación permanente en el que los dos ámbitos son paralelos e interdependientes entre
sí toda vez que los sentimientos expresan los intereses y valores de las acciones que la in-
teligencia construye. Para este autor, el pensamiento simbólico inconsciente, como el que se
expresa a través del cuerpo y del movimiento, «obedece a las leyes del pensamiento todo,
del cual constituye una simple forma extrema que prolonga la del juego simbólico en la direc-
ción de la asimilación pura»4.
Otros, como Moiso, se interesan más por el proceso de las emociones básicas que des-
criben como un proceso compuesto de los siguientes elementos: sensación o percepción del
estímulo afectivo, emoción propiamente dicha y respuesta instintual5.
Generalmente se admite que la emoción concreta que experimenta un individuo en una
ocasión específica sólo está determinada por la manera en que ella interpreta esa circunstan-
cia, el mundo o los cambios producidos en él. En este sentido, A. Ortony define las emocio-
nes como «reacciones con valencia ante acontecimientos, agentes u objetos, cuya naturale-
za particular viene determinada por la manera como es interpretada la situación
desencadenante»6.
Desde otra perspectiva Greenberg y Paivio la definen como una experiencia consciente
que se produce «cuando las tendencias de acción y los estados emocionales coinciden con
las situaciones que los evocan y el sí-mismo son el resultado de un proceso de construcción
complejo que sintetiza muchos niveles de procesamiento de la información»7. Por tanto, de
acuerdo con estas autoras, podríamos afirmar que una emoción esta relacionada con diver-
sas circunstancias8:
– Con el significado, pues, no se produce un cambio emocional sino como consecuencia
de un cambio cognitivo.
– Una misma experiencia emocional, y su expresión, pueden encontrarse enraizados en
estados mentales diferentes.
– La expresión de las emociones puede deberse a vivencias más básicas.
– Cada tipo de emoción posee sus propias características.
4
Piaget, Jean: La formación del símbolo en el niño, México, Fondo de Cultura Económica, 1961, p. 292.
5
Ortony, A.; Clore, G.L. y Collins, A.: La estructura cognitiva de las emociones, Madrid, Siglo XXI de
España eds., 1966, p. 1.
6
Ibid., p. 16.
7
Greenberg, Laslie y Paivio, Sandra C.: Trabajar la emoción en Psicoterapia, Barcelona, Ed. Paidós,
1999, p. 23.
8
Ibid, p. 13.
182 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
pertorio de respuestas pasadas y de su expresión que interactúa con la situación actual pro-
duciendo una experiencia9.
En consecuencia, la emoción se concibe como una síntesis compleja de afectos, cogni-
ción, motivación y acción que proporciona, a cada persona, una experiencia o sentimiento
integrado de sí misma y del mundo (O-M) con un significado sentido subjetivamente.
Toda experiencia personal del actuar está cargada de un significado emocional subjetivo
y, por tanto, no representa exactamente la realidad. Es esta «errónea» representación la que
se archiva como experiencia en la memoria y la que, con posterioridad, servirá como referen-
te para juzgar nuevas situaciones. Para Greenberg, un esquema emocional «constituye una
grabación de la experiencia subjetivamente vivida», que sirve tanto como formato básico
para el recuerdo como para la integración de toda la experiencia dentro de una unidad signi-
ficativa10. Este procesamiento se constituiría en guía tanto para el pensamiento consciente
como por la acción y la toma de decisiones11. Será este complejo emocional-motivacional-
cognitivo el que gobierne la conciencia de manera que las emociones constituyan su base
de funcionamiento12.
El proceso adaptativo utiliza dos sistemas de información para resolver el problema
existencial: uno de tipo vivencial, basado en las emociones y otro, de tipo conductual, pro-
ducto de procesos racionales. La emoción, además de instrumento informador, interviene en
la conducta organizando la predisposición a la acción mediante el establecimiento de metas
íntimamente ligadas a la motivación.
En conclusión, la experiencia emocional, que se organizaría mediante los esquemas emo-
cionales, es una organización interna y compleja de diferentes grados de sensaciones, ele-
mentos fisiológicos, recuerdos emocionales y claves situacionales. Son síntesis organizadas
de nuestra biología, de nuestra psicología y de nuestra cultura, capturan patrones o regula-
ridades en la experiencia y nos surten de una estructura compleja, generadora de significa-
dos holísticos, que evalúa la significación que las situaciones poseen para el bienestar del
individuo13.
B. LA EMPATÍA
9
Greenberg utiliza el término scheme y no schema para subrayar la orientación hacia la acción en
lugar de la naturaleza representacional del esquema. (Nota del traductor).
10
Ibid., p. 16.
11
Planteamientos semejantes sustentan muchas de las técnicas orientales de meditación y ciertos pro-
cedimientos místicos.
12
Ibid., p. 24.
13
Ibid., p. 47.
14
Eisenberg, Nancy y Stroyer, Janet: La empatía y su desarrollo, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1.992.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 183
– Proceso que cumple una función comunicativa y/o informativa dentro de la terapia.
– Sentir con otro. Reacción afectiva vicaria como respuesta a claves perceptibles exter-
nas indicadoras del estado afectivo del otro.
– Respuesta emocional que brota del estado emocional de otro y que es congruente con
ese estado emocional del otro.
Por otra parte, Hoffman simplifica estos contenidos basando la «respuesta empática»
en la asociación simbólica, esto es, la asociación entre claves que simbólicamente indican
los sentimientos del otro y las experiencias pasadas del observador. Freshbach distingue
en la empatía dos tipos de procesos cognitivos: la capacidad de discriminar y denominar
estados afectivos en otras personas; y la capacidad de adoptar la perspectiva y el rol de
otra persona.
Y, finalmente, J. Breavin explica la mímica motora que, en ocasiones se manifiesta en la
relación interpersonal, como un reflejo, como una imitación y como adopción del rol del otro,
como indicador de empatía y de simpatía15. Actualmente, la teoría comunicativa afirma que la
mímica motora, por sí misma, no es excesivamente expresiva de ningún estado interno aun-
que sí lo es para la otra persona presente en la situación. Las conductas no verbales, en
opinión de Watzlawick, transmiten información analógica a otros sobre nuestras relaciones
con ellos.
C. LA COMUNICACIÓN
Emerge así la comunicación como claro nexo de unión entre la empatía y lo afectivo. La
mímica motora se constituye, en cualquiera de sus concepciones, en recurso de comunica-
ción. Así es concebida por Eisenberg cuando la analiza como conducta visible para otros y
como función interpersonal que produce, separadamente, y por su propio proceso, una fun-
ción comunicativa con «el otro», sea este quien fuere, real o virtual. En este contexto la
expresión corporal, no verbal, más que ser una extensión o un indicador de un estado emo-
cional representaría tales estados para otras personas.
Sin duda, esa intención representativa, de comunicación con «el otro», exige un proceso
de significación por lo que Laín Entralgo considera que la somatoterapia requiere de un pro-
ceso de simbolización16. Para este ilustre médico, siguiendo el esquema de Zubiri, el hombre
capta la realidad del mundo exterior, en la que se encontrarían los objetos, las situaciones y,
también, «el otro», mediante tres modos complementarios entre sí: Percepto o impresión
inmediata, directa de la realidad individual; Concepto o elementos tocantes a como me afec-
ta esa percepción a mí; Ficto o entes de ficción que nos afectan en lo íntimo; Simulacros, o
lo que puede ser.
15
Beavin, J. y otros: «La mímica motora como empatía primitiva», en ... Eisenberg, Nancy y Stroyer,
Janet: La empatía y su desarrollo, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1.992, p. 349.
16
Laín Entralgo, Pedro: «La psicoterapia como somatoterapia: el proceso de simbolización», en ...
Alemany, C. y García, J. (eds.): El cuerpo vivenciado y analizado, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1.996,
p. 48.
184 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
En líneas generales, esta propuesta coincide con las capacidades que caracterizaban, en
opinión de Salovey, al modelo de «inteligencia emocional»: conocer nuestras emociones,
controlar nuestros impulsos, motivarnos nosotros mismos, aplazar nuestras respuestas emo-
cionales y reconocer las emociones de los demás19.
17
Gardner, Howard: Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Barcelona, Ed. Paidós, 1.998.
18
Ibid., p. 41.
19
Salovey y otros: Emotional intelligence and the self-regulation of affect, en ... Wagner, D.M. y
otros (comps.): Handbook of mental control, Englewood Cliffs, Nueva York, Prentice-Hall, 1993.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 185
por qué ser de naturaleza consciente20. Le Doux justifica esta naturaleza desde una argumen-
tación anatómica cuando explica como el sistema emocional puede actuar independientemente
del neocortex21.
mentarios: uno, funcional, que será el único y habitualmente utilizado por la educación física
tradicional, la gimnasia o ciertos deportes, por ejemplo; y otro, que concreta en el desarrollo
del Yo y de la organización progresiva del conocimiento a través de la educación del Yo
corporal.
Para Vayer, estos dos aspectos son inseparables, sobre todo en las primeras etapas de la
infancia, en tanto que la conducta del niño es eminentemente unitaria y global. Esta
globalización conductual incluiría, en sí misma, tres nociones fundamentales:
– Noción del propio cuerpo, extensiva al concepto de esquema corporal.
– Noción de objeto.
– Noción de «los demás», «del otro».
Los objetivos que plantea en su oferta metodológica estarán relacionados con estas tres
nociones y, especialmente, con los nexos relacionales que concretan la interacción dialéctica
que las vinculan con el sujeto. Para este autor toda la trama relacional siempre posee un
carácter emocional que se fundamenta en el tono y el diálogo tónico.
Quizás convenga iniciar el análisis de alguna de las posibilidades que oferta el conductismo
identificando y definiendo algunos de los conceptos imprescindibles para su descripción.
Las teorías del aprendizaje, inicialmente, fundamentan su sistema de comprensión de la con-
ducta humana sobre la vieja fórmula pauloviana que relaciona el estímulo, considerado como
una parte o el cambio de una parte del ambiente, y la respuesta entendida como una parte o
cambio de una parte de la conducta, mediante el establecimiento de un reflejo.
Posiblemente sea pertinente iniciar este análisis aclarando también el concepto de «im-
pulso» ya que la aplicación de esta noción puede determinar nuevas bases metodológicas.
El conductismo entiende por impulso «un estado interno inferido» que se caracteriza por la
aparición de cambios concurrentes en la fuerza de muchos reflejos26. Es el nombre de un
hecho que tiene un efecto sobre la conducta que es diferente del que tienen otras operacio-
nes27. Se utiliza esta denominación para mostrar que las funciones conductuales que pueden
depender del refuerzo son modificadas por otra influencia ejercida por hechos que no impli-
can refuerzo.
Otro concepto fundamental en la teoría behaviorista es el de «motivación». Con respec-
to a esta noción la teoría clásica del aprendizaje establecía, como referente fundamental, la
existencia de dos clases de impulsos: los apetitos y las aversiones. Los primeros podían
reducirse o saciarse mientras que las segundas no.
Un análisis más exhaustivo del impulso evidencia otras características que son funda-
mentales, no tanto para su definición como para evitar una identificación errónea. El impulso
no será un estímulo, ni una respuesta, ni un concepto fisiológico, ni estaría orientado hacia
la consecución de placer, como ocurre con aquellos más primarios y por tanto más represen-
tativos: el hambre o el impulso sexual, por ejemplo.
Fruto de los impulsos serían ciertos estados afectivos básicos que, como la ansiedad,
está inducido por un estímulo que, en el pasado, ha precedido a un reforzamiento negativo.
La observancia de la ley o la práctica deportiva, por ejemplo, son campos en los que es
difícil conseguir resultados sin recurrir al empleo de este tipo de motivación de tal manera
que, como consecuencia, se construye todo un repertorio de «mecanismos de evitación»
que puede desembocar en una situación donde se produzcan «conflictos de impulsos».
Esta circunstancia, el «conflicto», obliga a que el individuo se enfrente a una situación
compleja a cuyos diferentes aspectos o elementos constitutivos básicos se ha aprendido a
dar respuestas antagónicas que, por esa misma razón, no pueden producirse al mismo tiem-
po. Tal sería el caso en la estimulación directa y simultánea de músculos antagónicos o el
uso simultáneo de respuestas incompatibles28. La emoción, su traducción gestual o sus alte-
raciones psico-fisiológicas, el aprendizaje de los gestos (como, por ejemplo, la risa y el llan-
to) o la repercusión de la interacción social en la persona, no son otra cosa que la clave con
la que, en muchos casos, se fundamenta íntimamente la intervención.
26
Eysenck, H.J.: Experimentos en terapia de la conducta. Inhibición recíproca, Madrid, Ed. Funda-
mentos, 1979.
27
Keller, F. y Schoenfeld, W.N.: Fundamentos de la Psicología, Barcelona, Ed. Fontanella, 1976, p. 237.
28
Delgado, José M.R.: Control físico de la mente, Madrid, Espasa Calpe, 1973.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 189
29
Eysenck, H.J.: Experimentos en terapia de la conducta. Inhibición recíproca, Madrid, Fundamentos,
1979, p. 11.
30
Eysenck, H.J.: La naturaleza de la terapia conductista, en ... op. cit., p. 14.
31
Yates, A.J.: «The application of learning theory to the treatment of tics», J. Abnormal Soc Psychol,
56, (1975-1982).
190 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
vención, serán necesarias unas técnicas eficaces, una metodología coherente con los funda-
mentos teóricos que los explican y una estrategia didáctica adecuada a los fines que se
persiguen.
Nosotros, aquí, analizaremos las posibilidades que, para conseguir todo esto, oferta la
metodología desarrollada por la terapia conductista que se conoce como «inhibición recí-
proca».
Fue J. Wolpe quien, por primera vez, utilizó este término para designar una notación sin-
tetizada de diversas terapias como eran, por ejemplo, las conocidas con la denominación de
«Terapias de aversión». En un artículo publicado en 1961, define su método de intervención
arguyendo que los estudios realizados en animales sobre la provocación y la eliminación de
neurosis experimentales demostraban que estas, en realidad, eran hábitos persistentes de
comportamiento inadaptado, adquirido por aprendizaje (condicionamiento); y que, por tanto,
su terapia debería ser otra forma de aprendizaje32.
En consecuencia, diseña su metodología de intervención terapéutica como una forma de
aprendizaje y considera que el núcleo central, o el componente principal, del comportamien-
to neurótico está constituido por la ansiedad. Así, el camino más efectivo para conseguir el
desaprendizaje sería, por ejemplo, dar de comer al animal de forma reiterada mientras estuvie-
ra respondiendo con un leve grado de ansiedad a un estímulo «débilmente» condicionado.
El efecto de esta estrategia, afirma Wolpe, era la disminución progresiva de la fuerza en la
respuesta ansiosa al estímulo particular hasta que finalmente se extinguía. Las situaciones
donde el estímulo era fuerte también eran tratadas de idéntica manera hasta que, finalmente,
el animal no mostraba ansiedad ante ninguna de las situaciones por las que había sido con-
dicionado. La fase de la eliminación gradual del hábito de respuesta ansiosa se presentaba
como un ejemplo, aunque a nivel más complejo, del fenómeno de inhibición recíproca que ya
había descrito inicialmente Sherrington.
Surgiría, por tanto, como proposición general, la certeza de que es posible provocar una
respuesta inhibitoria de la ansiedad en presencia de los estímulos evocadores de ansiedad y
que si esta situación es acompañada por una supresión completa o parcial de la respuesta
de ansiedad, el vínculo entre estos estímulos y la respuesta de ansiedad quedará debilitado.
Por otra parte, como se sabe, las neurosis humanas presentan un paralelismo en sus di-
námicas muy semejante a las neurosis experimentales. Sobre esta premisa Wolpe aplicó el
principio de la «inhibición recíproca» al tratamiento de numerosos casos clínicos de neuro-
sis empleando un variado número de respuestas para inhibir la ansiedad en otras respuestas
neuróticas, sobre todo, en fobias. En la aplicación del tratamiento de la neurosis inhibitoria
recíproca, en teoría, puede ser usada cualquier respuesta de ansiedad. Un ejemplo muy an-
tiguo, casi olvidado, de esta clase de terapia implicaba la inhibición de la ansiedad en niños
fóbicos mediante la alimentación aunque la respuesta conductual que ha tenido una aplica-
32
Wolpe, J.: «El tratamiento de la desensibilización sistemática de la neurosis», Journal of Nervous
and Mental Disease, (1961).
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 191
ción más amplia es la relajación muscular profunda. Sus efectos inhibidores de la ansiedad
fueron destacados, por primera vez, por Jacobson y, después, ha servido como base para
describir la técnica conocida como «desensibilización sistemática» que de tan amplia difu-
sión ha sido objeto33.
Como terapia, es una aplicación particular del principio de inhibición recíproca utilizado
para la eliminación de hábitos motores.
Descrito con brevedad, el método de desensibilización consiste en presentar a la imagi-
nación de un sujeto, profundamente relajado, el ítem más débil de una lista de estímulos
evocadores de ansiedad. Esta estimulación se realizará de forma repetida, hasta que la situa-
ción no evoque ansiedad. Después, se presenta el siguiente ítem de la lista hasta obtener el
mismo resultado y, así, hasta que, finalmente, el estímulo más fuerte, el que más ansiedad
provoca, no logra evocar ninguna sensación de ansiedad en el sujeto.
En las experiencias derivadas de la aplicación de este método se ha podido comprobar
que, en todas las etapas, un estímulo que no evoca ansiedad cuando es presentado en un
estado de relajación y de forma imaginaria, tampoco evocará ansiedad cuando se presente
en la realidad. El método comprende tres grupos de operaciones distintas:
– Preparación en relajación muscular profunda: Wolpe, preferentemente, utiliza el mé-
todo de relajación de Jacobson y para su aplicación solo destina la mitad del tiempo de
la sesión. El uso de esta metodología impone que el objeto de la relajación este desti-
nado a que el sujeto tome conciencia de los grupos musculares más importantes y, en
especial, de las sensaciones propioceptivas relacionadas con el tono postural y el gra-
do de tensión muscular34.
– Elaboración de jerarquías de ansiedad: La elaboración de las jerarquías de ansiedad es
el procedimiento más difícil y laborioso de la técnica de la desensibilización. La investiga-
ción de cualquier caso de neurosis de ansiedad revela que los estímulos de ansiedad
nacen dentro de grupos o temas definidos. Los temas pueden ser obvios, como ocurre en
el caso del miedo a las alturas, o menos operantes, como es el miedo al rechazo. La elabo-
ración de la jerarquía suele empezar, aproximadamente, al mismo tiempo que la relajación
aunque se pueden introducir alteraciones o adiciones en cualquier momento.
– Relajación de contrapeso y estímulos evocadores de ansiedad procedentes de las
jerarquías: Cuando las jerarquías han sido construidas y la relajación ha alcanzado un
grado suficiente, entonces puede comenzar la desensibilización. A partir de entonces,
podrán presentarse a la imaginación del sujeto, ya profundamente relajado, situaciones
con estímulos provocadores de ansiedad, débiles primero y, más tarde, progresivamen-
te fuertes. En esta fase, en ocasiones, se acude en ayuda de la hipnosis a fin de garan-
tizar una relajación más profunda completa y duradera.
33
Jacobson, E.: Progressive relaxation, Chicago, Univ. of Chicago, 1938.; «Variation of blood pressure
with skeletal muscle tension and relaxation», Ann. Int. Med, 13, 1619-1925.
34
Greissman, P. y Durand, R.: Los métodos de relajación, Madrid, Ed. Guadarrama, 1972.
192 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
El desaprendizaje de una conducta fóbica o ansiosa, por ejemplo, parece ser análogo a la
eliminación de otras respuestas del repertorio del comportamiento de un sujeto. Se refiere,
en definitiva, a las situaciones en que la obtención de una respuesta causa la reducción en
la fuerza de evocación de otra respuesta simultánea. Cuando se presentan estímulos que
producen, al mismo tiempo, varias respuestas incompatibles la más fuerte causará la inhibi-
ción recíproca de otra. El objeto de la técnica es producir una respuesta antagónica a la
ansiedad en el mismo momento en que se presentan los estímulos, evocadores de ansiedad.
Esto es una sobreimpresión de las respuestas de no-ansiedad a estos estímulos los cuales
tienden a debilitar los vínculos existentes entre ellos y las respuestas ansiosas por medio de
la ausencia de refuerzo.
Si, como considera Eysenck, los síntomas neuróticos son pautas de conducta aprendi-
das y socialmente inadaptadas, cuyo fin es mitigar la ansiedad del individuo, un síntoma
fóbico representará un excedente de respuesta condicionada la cual, en su marco original,
pudo haber sido adecuada pero que, ahora, es inadaptada.
En general, la fuerza del hábito depende de la magnitud y del número de refuerzos de la
respuesta. No obstante, el aprendizaje de proceso simple traumático es un caso de condicio-
nes super-reforzantes y hay una considerable evidencia experimental que apoya la noción
que propone Hudson de «aprendizaje de proceso único». Por otra parte, el sufrimiento y las
respuestas de temor también pueden establecer reacciones condicionadas más lentamente.
Puesto que los síntomas neuróticos se consideran pautas de conducta mal adaptadas,
en el conductismo, el objeto de la intervención terapéutica es reeducar estos hábitos para
que, de nuevo, sean pautas de conducta adaptadas. Como es lógico, en este tipo de inter-
vención, no se presta atención al tratamiento de las posibles causas inconscientes puesto
que requeriría apoyarse en bases doctrinales diferentes, más cercanas al psicoanálisis y a las
teorías psicodinámicas.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 193
A. Ellis y R. Greiger aportan una nueva perspectiva para entender el dominio emocional
y, especialmente, la elaboración de las emociones que ellos entienden como resultado de un
proceso cognitivo.
La Terapia Racional Emotiva (RTE) permite un tratamiento eficaz de lo que D. Goleman
popularizaría bajo el término de «inteligencia emocional» y, especialmente, para abordar la
elaboración de ciertos aspectos de la autopercepción como son la «autoestima» y la
«autoaceptación». De manera específica, parecería interesante averiguar la eficacia de las
propuestas que realiza la Terapia Racional Emotiva cuando se abordan aquellos aspectos de
la autopercepción que se elaboran como consecuencia de la experiencia emocional y que se
describen, especialmente, desde la dimensión corporal.
35
Wolpe, J.: El tratamiento de la desensibilización sistemática de la neurosis, en ... Eysenck, H.J.: op.
cit., p. 69.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 195
Estas metas, que ha de conseguir cada sujeto, las especifica en distintas submetas:
– Interés en sí mismo.
– Interés social, por la propia integración social y los procesos de socialización.
– Dirección propia y, por tanto, la aceptación de la responsabilidad de la propia conducta
y de sus consecuencias.
– Tolerancia. Reconocimiento del derecho a equivocarse que poseemos nosotros mis-
mos y los demás.
– Flexibilidad en los pensamientos. Discernir si estar limitados por reglas demasiado rígidas.
– Aceptación de la incertidumbre y de la frustración.
– Aceptar el compromiso que representa asumir un proyecto y mantener el interés creativo.
– Utilizar un pensamiento científico y objetivo.
– Autoaceptación.
– Asumir riesgos y posibles fallos.
– Hedonismo a largo plazo.
– No adoptar un posicionamiento utópico.
– Desarrollar una amplia tolerancia a la frustración.
– Auto-responsabilidad en la perturbación.
36
Ellis. A. y Nernard, M.E.: ¿Que es la Terapia Racional Emotiva (RET)?, en ... Ellis, A. y Greiger, R:
Manual de Terapia Racional Emotiva, t. 2º, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1990, p. 21.
37
Ibid., p. 22.
196 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Los pensamientos, las ideas o las creencias racionales serán aquellas que ayudan a las
personas a vivir más tiempo y más felices por dos razones fundamentales: en primer lugar
porque, por sí mismas, presentan al individuo ciertos valores, metas o ideales que,
presumiblemente, pueden proporcionarle la felicidad; y, en segundo lugar, porque le permi-
ten utilizar formas eficaces, flexibles, científicas y lógico-empíricas susceptibles,
presumiblemente, de alcanzar estos valores o metas al tiempo que evitan resultados contra-
dictorios o contraproducentes.
Con respecto a los sentimientos, Ellis distingue diferentes tipos: los sentimientos conve-
nientes o aquellas emociones que ocurren cuando las preferencias y deseos humanos se blo-
quean y frustran. Esto ayuda a las personas a minimizar o eliminar tales bloqueos y frustracio-
nes; los sentimientos inconvenientes, que tienden a convertir las circunstancias y las frus-
traciones molestas en situaciones aun peores en vez de ayudar a vencerlas o a resolverlas.
La conducta, en consecuencia, podrá ser calificada de actos o conducta inconveniente,
cuando las acciones interfieren seria e inútilmente con la vida y con la felicidad. Por el con-
trario, se identificarán como actos o conductas convenientes, si tienden a intensificar la
supervivencia y la felicidad.
Dependiendo de como interpretemos los acontecimientos que ocurren en nuestra vida
en función de nuestros valores y creencias y según que acciones decidamos efectuar para
que así suceda, ponemos en marcha un mecanismo que, mediante lo que Ellis y Greiger de-
nominan «Esquema ABC de RET», podría servir para estructurar una metodología de inter-
vención cuyos fines y fundamentos sean coincidentes con los de esta terapia38. Según este
esquema, los acontecimientos activadores (A) nunca existen implícitamente de tal manera
que, casi siempre, interactúan y, en cierto modo, incluyen creencias (B) y consecuencias (C).
– A: Experiencia o acontecimiento activador: lo que ocurre.
– B: Interpretación emocional de A. Según cual sea el sistema de creencias del sujeto se
determina C.
– C: Consecuencia emocional y/o conductual, como se reacciona a A.
La RET afirma que, en general, los individuos traen sus creencias (A) y así experimentan
o perciben los acontecimientos a la luz de aquellas expectativas y evaluaciones predispues-
tas y, también, a la luz de sus consecuencias emocionales (C) (deseos, preferencias, anhelos
o motivaciones). Por tanto, implícitamente, nunca experimentarán las (A) sin las (B) y las (C)
y, en general, tampoco las (B) y las (C) sin las (A).
Su estrategia de intervención ampliaría el esquema con (D), discutir el esquema ABC, y
como consecuencia un nuevo resultado (E) ó efecto de la intervención.
Ellis y Greiger apoyan su hipótesis RET en los siguientes axiomas:
01º. El pensamiento crea la emoción.
02º. Los procesos semánticos y las autoafirmaciones afectan a la conducta.
03º. Los estados de ánimo dependen de la cognición.
04º. La conciencia y la auto-indicación afectan a la conducta.
05º. La imaginación y la fantasía son intermediarias de las emociones y de los comporta-
mientos.
38
Ellis, A. y Greiger, R: Manual de terapia racional emotiva, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer, 1994,
pp. 19 y ss.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 197
Para Boyd y Greiger, de esta dinámica surgirán dos conceptos que coinciden con algu-
nos de los que son habituales en Motricidad y de Educación Física39:
– La autoestima, que se entiende como la valoración que realiza el individuo de sí mismo
porque ha actuado inteligentemente, correcta o competentemente.
– La auto-aceptación, cuando el individuo se acepta incondicionalmente sin depender
del comportamiento ni de la valoración y respuesta de los demás.
Frente a estas proposiciones, habitualmente muy extendidas y aceptadas, Ellis oferta una
alternativa que apoya en la convicción de que las personas son demasiados polifacéticas
como para poder ser clasificadas o evaluadas como entidades totales.
Ambos términos son empleados frecuentemente para formular algunos de los objetivos
propios de la Motricidad, por tanto, sería conveniente identificar cuales son los contenidos
que, en estas ocasiones, justifican su elección, cuales son los valores y creencias que los
califican, que otros perturban la auto-estima del alumno desde este ámbito y que criterios,
valores o actitudes es conveniente transmitir para que el resultado del proceso de interven-
ción proporcione una alta auto-estima.
En nuestra opinión, el ámbito de la Motricidad, las dinámicas de relación social y de
confrontación con uno mismo que se propician son ocasiones muy adecuadas para que se
planteen procesos de auto-aceptación y de elaboración de la auto-estima. Estos procesos
pueden estar basados en tan numerosos y heterogéneos criterios como complejas y plásti-
cas pueden ser las situaciones que se planteen o que, en la estrategia de intervención, se
diseñen.
Parece, por tanto, imprescindible preguntarse en que medida interviene la experiencia
corporal en la construcción de la auto-estima y si los valores relacionados con el cuerpo
integran el cúmulo de criterios que proporcionan los datos para obtener, como resultado,
una valoración concreta o un determinado grado de auto-aceptación.
Si como hipótesis de trabajo concluimos que así ocurre, que los valores relacionados
con la experiencia somática y con la imagen corporal constituyen algunos de los criterios
que habitualmente se utilizan para determinar el grado de estima y aceptación que poseen
las personas de sí mismas, la metodología que se emplee, previamente, ha de conocer con
exactitud cuales son esos valores y que creencias han de ser transmitidas por medio de la
experiencia motriz. Dicho de otra manera, se ha de conocer con certeza cuales son los valo-
res que, implícita o explícitamente, dan significado a las vivencias motrices que se planteen
en el proceso metodológico.
Esta premeditación de la intencionalidad educativa, a través del control de los factores
intervinientes en la intervención, ha de fundamentarse en el exacto conocimiento del esque-
ma sobre el que se desarrollan estas dinámicas afectivo-cognitivas y de como la experiencia
motriz interviene para propiciarlas, favorecerlas o desencadenarlas en unas determinadas
condiciones.
Si examinamos las submetas que Ellis proponía anteriormente podemos comprobar como
muchas de ellas coinciden con aspectos que, frecuentemente son incluidos como objetivos,
valores o actitudes propios de la Motricidad, de la Educación Física o de cualquiera de sus
manifestaciones como pueden ser: la didáctica, la expresión corporal, la perspectiva
psicomotriz, la educación física de base, etc. Podríamos señalar como objetivos coinciden-
tes, y por tanto asequibles mediante la adecuación de los principios técnicos de la RET, los
siguientes: interés en sí mismo, interés por la propia integración social y por los procesos de
socialización, aceptación de la incertidumbre y de la frustración, auto-aceptación, hedonis-
mo a largo plazo, desarrollo de una amplia tolerancia a la frustración y, finalmente, auto-res-
ponsabilidad en la perturbación.
Pero, al margen de cuales puedan ser estos criterios o de que creencias determinan la
construcción de la auto-estima, A. Ellis propone una serie de treinta y dos hipótesis como
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 199
referentes en los que fundamentar su teoría y las técnicas de intervención necesarias para
su aplicación en terapia40. De ellas, hemos destacado aquellas que, de manera más evidente,
coinciden con la perspectiva propia de la intervención psicomotriz o hacen alusión a alguno
de los valores habituales en el ámbito de la Motricidad:
– La cognición, la emoción y la conducta se hallan interrelacionadas.
– La cognición puede afectar al biofeed-back y al control de los procesos fisiológicos.
– El lugar percibido de control influye en la conducta.
– Es deseable el trabajo personal.
– El modelado y la imitación producen un cambio de conducta.
– El aumento de las destrezas para solucionar problemas es terapéutico.
– El desempeñar un papel y el ensayo conductual tienen componentes cognitivos y puede
ser terapéutico.
– El entrenamiento en una destreza o habilidad puede tener eficacia terapéutica.
Como ya afirmara el griego Epicteto hace más de dos mil años, no son los acontecimien-
tos (A) los que perturban al individuo, sino la opinión (B) que de ellos se tiene.
Causan
Creencias acerca de A: B
Desde este planteamiento básico, cualquier estrategia de intervención que se diseñe ins-
pirada en la RET debería ajustarse al siguiente esquema inicial:
Ci
ABC D D1
D2 D3 E
Cr
40
Ellis, A. y Greiger, R: Manual de terapia racional emotiva, t. 1, Bilbao, Ed. Descleé de Brouwer,
1994, p. 49 y ss.
200 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Como hemos visto, la relación existente entre la emoción y la cognición parece que actual-
mente está asumida por la mayoría de las corrientes psicológicas. Se acepta, de forma genérica,
que la emoción está íntimamente ligada con el significado y, por tanto, que no acontece ningún
cambio emocional sin que, previa o posteriormente, se produzca un cambio cognitivo.
Leslie. S. Greenberg y Sandra C. Paivio proponen una explicación de esta relación desde
la referencia conceptual que llaman «esquema emocional»43. Este mecanismo abarcaría un
conjunto de principios de organización que se constituyen tanto a partir del repertorio inicial
de respuestas innatas como de cualquier otro tipo de experiencia pasada. Todos estos ele-
mentos interactuarían con la situación actual generando así una experiencia.
42
Cfr., Pastor Pradillo, José Luis: Fundamentación conceptual para una intervención psicomotriz en
Educación Física, Barcelona, INDE, 2002.
43
Greenberg, L.S. y Paivio, S.C.: Trabajar las emociones en psicoterapia, Barcelona, Ed. Paidós, 1999,
p. 15.
202 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Por tanto, su resultado, el esquema que se constituye, poseerá un carácter tan subjetivo
y personal como heterogénea puede ser la idiosincrasia que caracteriza a cada sujeto. En
cada caso, estará integrado por los recuerdos emocionales, las expectativas, los temores, los
conocimientos acumulados o, en definitiva, por cuantas aportaciones ha obtenido el sujeto
a lo largo de su biografía a través de las experiencias vividas. Y así, se va estructurando, no
solo desde la experiencia emocional, sino como una síntesis compleja donde se integraría el
afecto, la cognición, la motivación y la acción o respuesta. Esta estructura es la que propor-
ciona al sujeto un sentido, una forma de conocimiento de él mismo y del mundo, y un signi-
ficado subjetivamente sentido.
Esta experiencia, por consiguiente, se caracterizará por su carga emocional y por la sub-
jetividad con que representa la relación entre el yo y el medio que constituye cualquier si-
tuación que, en cualquier caso, siempre estará representada por materiales sensoriales,
perceptivos y cinestésicos. El esquema emocional constituye una experiencia subjetivamente
vivida que sirve tanto de formato básico para el recuerdo de la vivencia afectiva como para
la integración de toda experiencia dentro de una unidad significativa.
44
El «sí mismo» es denominado de distintas formas, relativamente equivalentes, según cual sea el
contenido, la estructura, la función o el origen que se le atribuye: Yo, self, consciencia, etc.
45
Ibid., p. 23.
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 203
Como es natural, cada una de estas causas está enraizada en una fuente patológica dis-
tinta que, en todo caso, requerirá un tratamiento diferenciado y un abordaje que deberá efec-
tuarse en campos de aplicación específicos. Cada uno de estos campos de intervención limi-
ta las posibilidades de considerar determinadas causas del trastorno, la forma de interven-
ción que se elija, el grado de la patología que se puede atender o los objetivos que se pre-
tendan conseguir. No obstante, cualquiera que sea este ámbito, para Greenberg y Paivio, la
intervención debería perseguir los siguientes objetivos47:
– Manejo del estrés.
– Hacer frente a las evitaciones.
– Desarrollar las habilidades de afrontamiento para mejorar la regulación.
– Reprocesamiento afectivo para asimilar el trauma.
– Reestructuración de los esquemas emocionales que generan el significado.
Desde esta situación, o desde este propósito, Greenberg y Paivio destacan una serie de
aspectos fundamentales que pueden, a su vez, determinar las distintas etapas del proceso
metodológico que constituye la TFE:
– Reconocer y expresar los sentimientos.
– Proporcionar seguridad y apoyo.
– Acceder a los sentimientos primarios.
– Superar los sentimientos de evitación e interrupción.
– Simbolizar conscientemente y con claridad los sentimientos primarios una vez capta-
dos con anterioridad.
– Acceder a las necesidades/metas/intereses emocionales alternativos y otros recursos
internos que ayuden al afrontamiento.
INTERVENCIÓN
(T.F.E.)
Situación
E
Estímulo
49
Ibid., p. 123.
50
Ibid., p. 51 y ss.
206 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
A. ORIENTACIONES METODOLÓGICAS
Un diseño de intervención que aplique la TEF debería tener, como principal objetivo, la
modificación de las secuencias emocionales-cognitivas conductuales mediante la modifica-
ción de la respuesta emocional que se desencadena ante determinado estímulo.
51
Monsen, J.: Personality disordrs and intensive psychotherapy focusing ou effect-consciousness:
Aprospective follow-up study, Monografía, University of Oslo, Blindern, Noruega, 1994. (Citado por
Greenberg, L.S. y Paivio, S.C.: Trabajar las emociones en psicoterapia, Barcelona, Ed. Paidós, 1999, p. 54).
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 207
Para conseguir este objetivo se pretende la modificación del esquema emocional median-
te la vivencia de determinadas experiencias de contenido fundamentalmente emocional. Por
tanto, el diseño de las actividades ha de prever, con anterioridad, como debe construirse el
esquema emocional, y como resultado de esta organización, como ha de realizarse el proce-
samiento conceptual que, en el nivel consciente, determina la posterior respuesta
comportamental.
Este proceso exige que la intervención se adecue al carácter subjetivo del individuo y
que tenga en cuenta la idiosincrasia que condiciona la organización del esquema-emocional.
B. OBJETIVOS EDUCATIVOS
C. RECURSOS
Emerger
Darse cuenta
Apropiarse
Expresar la acción
Terminar
52
Greenberg, L.S.; Rice, L.N. y Elliot, R.: Facilitando el cambio emocional: el proceso terapéutico
punto por punto, Barcelona, Paidós, 1996.
208 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
1
Harrow, A.: Taxonomía del ámbito psicomotror, Alcoy, Ed. Marfil, 1978, pp. 7-8.
210 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
tomatizados. Para conseguir estos objetivos señala seis niveles fundamentales en los que
diversifica y analiza los componentes de su taxonomía: movimientos reflejos, movimientos
fundamentales, aptitudes perceptivas, aptitudes físicas, movimientos adquiridos e
intercontactos expresivos.
Desde nuestra perspectiva esta clasificación simplifica excesivamente el concepto que
de conducta hemos adoptado. Nosotros creemos que la intervención ha de abordar sus
objetivos desde un conocimiento más exhaustivo del complejo que supone la conducta y, en
consecuencia, han de aspirar a lograr una repercusión en la totalidad de sus elementos, de
sus ámbitos, de sus dimensiones y de su estructura.
Si como hemos dicho, los ámbitos de intervención se han de referir a los elementos fun-
damentales que componen la ecuación (O-M) y que nosotros hemos identificado con la
autopercepción y la organización conductual. En nuestra propuesta, además de atender es-
tos ámbitos como referentes fundamentales y prioritarios, también tenemos en cuenta otros
aspectos complementarios:
A. CONSTRUCCIÓN DE LA AUTOPERCEPCIÓN:
1. Conocimiento de sí mismo:
1.1. Percepción de información:
1.1.1. Propioceptiva
1.1.2. Cinestésica
1.1.3. Interoceptiva
2. Esquema corporal:
2.1. Conocimiento topológico y morfológico:
2.1.1. Segmentario
2.1.2. Global
2.1.3. Cualitativo: dimensiones, peso, etc.
2.2. Conocimiento funcional:
2.2.1. Localización articular
2.2.2. Flexibilidad articular
2.2.3. Amplitud de desplazamiento
2.2.4. Cualidades físicas básicas: fuerza, flexibilidad, potencia, velocidad
2.3. Orientación lateral:
2.3.1. Identificación de hemicuerpos
2.3.2. Definición lateral
2.4. Identificación de cinturas y ejes
2.5. Coordinación de los distintos segmentos corporales y de sus ejes principales.
2.6. Control de las pulsiones, de las emociones y de los mecanismos de inhibición de la
conducta y especialmente aquellos relacionados con la respiración
2.7. Control de la función sinérgica: contracción y relajación muscular
3. Imagen del cuerpo:
3.1. Imagen operatoria
3.2. Imagen anticipatoria
3.3. Autoestima: Valores
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 211
3.4. Autoconcepto
4. Autoaceptación: Disponibilidad
C. LA RELACIÓN:
1. Con el mundo de los objetos:
1.1. Búsqueda del objeto
1.2. Apropiación del objeto
1.3. Utilización del objeto:
1.3.1. Conductas transitivas
212 MOTRICIDAD, ÁMBITOS Y TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
1. Organización funcional
2. Dimensiones o dominios:
2.1. Dimensión tónico-motriz:
2.1.1. Control de la función contráctil y de relajación
2.1.2. Control de las pulsiones primarias
2.1.3. Control de la respiración
2.2. Dimensión cognitiva:
2.2.1. Percepción:
2.2.1.1. Organización del engrama sensorial: Información interoceptiva
2.2.1.2. Organización del engrama sensorial: Información exteroceptiva
2.2.2. Atención
2.2.3. Memoria motriz: Formato motor
2.2.4. Representación enactiva: Engrama motor
2.2.5. Pensamiento motor
2.3. Dimensión afectiva-emocional:
2.3.1. Elaboración del esquema emocional
2.3.2. Identificación de reacciones emocionales
2.3.3. Control afectivo
JOSÉ LUIS PASTOR PRADILLO 213
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