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Sobre Mil Mesetas de Deleuze y Guattari
Sobre Mil Mesetas de Deleuze y Guattari
ANTONIO NEGRI
I.
Si, por otro lado, una vez separada de lo óntico, “la cuestión de la historicidad se
muestra a sí misma como cuestión ontológica que investiga acerca de la constitución
del ser del ser histórico”, es entonces cuando debemos volvernos una vez más hacia
Dilthey, pese a su confuso vitalismo. Heidegger efectúa dos operaciones
simultáneamente. Por un lado, expulsa al Geisteswissenschaften de la posición que
ocupaba en el centro de la metafísica, como heredero del Iluminismo y consecuencia
del Hegelianismo. Por otro lado, completa el trabajo crítico que mostró su valor
precisamente en el historicismo de Dilthey (a pesar de las limitaciones que ha
señalado Yorck)- trabajo acrítico que despliega la búsqueda del sentido de la
historicidad y nos permite desplazarnos desde la teoría de la objetividad hacia la de la
expresión, desde el reconocimiento de la historiografía en el contexto de la crítica de la
cognición hacia su definición en el centro del esquematismo trascendental. La
historicidad es entonces posicionada como una dimensión ontológica, y sólo deja su
residuo óntico para la historiografía.
Es interesante observar que aquí Heidegger rompe (y este fenómeno vuelve a suceder
con frecuencia en él) “con ambigüedad” el ritmo “de destino” de su crítica de lo
moderno, mientras paradójicamente traza “otro” significado de él – el que retorna a
aquella otra visión de la modernidad que, desde Maquiavelo hasta Spinoza y
Nietzsche, ha entendido a la historicidad como virtualidad absoluta, y al ser como el
poder de Ser-allí. Es precisamente en esa dimensión donde habita la virtud de
Maquiavelo. Pero es fundamentalmente en el Tractatus Theologico-Politicus de
Spinoza donde el sentido de la historia es visto como la realización de una facultad: la
imaginación. Nacida de la confusión del primer tipo de conocimiento, es disuelta
creativamente en el segundo tipo, y presenta a la absoluta potencialidad de la
construcción ética del ser. Es ese impulso del ser como la apertura de la historia, esa
definición absolutamente inmanente de un significado de la historia, la que Heidegger
adopta y acomoda “con ambigüedad”. Nietzsche comprendió sin ninguna ambigüedad
este punto crítico fundamental que, al mismo tiempo, cavó la tumba de los
historicismos y demando la apertura de la historicidad, haciéndolo el corazón de una
teoría del ser intemporal, virtual y creativo. El auto-advenimiento del mismo tiempo
está en acción aquí: es una relación con la historia que consiste en una redención, no
como culto del pasado sino como conciencia de que sólo la tensión entre presente y
futuro es la trama de lo posible, un poder de decisión ontológica. Así habló
Zarathustra:
“Redimir la muerte y recrear cada “era” en un “lo quiero así”, sólo eso podría ser, para
mí, llamado redención. Voluntad, ese es el nombre del liberador y de lo que nos trae
alegría; eso es lo que les he enseñado, amigos míos. Pero aprendan también esto:
que la misma voluntad es prisionera. Querer es libertar: ¿pero cual es el nombre de
aquello que coloca al mismo liberador en grilletes? “Era”, ese es el nombre que hace
rechinar los dientes a la voluntad, y es su más solitaria aflicción. Impotente en
referencia a todo lo que ya ha tenido lugar, contempla al pasado con ira. La voluntad
no puede valerse hacia atrás: no puede interrumpir al tiempo y su avidez, allí está la
más secreta aflicción de la voluntad […]. Que el tiempo no retroceda, eso es lo que lo
irrita, “era”, tal el nombre de la piedra que no puede mover”.
¿Por qué es tan importante este procedimiento Diltheyano? Porque mientras anticipa
las conclusiones de Heidegger, también explora pot completo otros caminos, y es sólo
refinando y permitiendo al polvo depositarse en estas operaciones como la decisión
ontológica Heideggeriana, el significado de la historicidad como virtualidad, adquiere
todo su sentido.
Este grandioso proyecto aún no ha tenido todo el éxito en la historia del pensamiento
contemporáneo. Somos testigos de un extraño fenómeno: este
Geisteswissenschaften, que ciertamente no puede haber sobrevivido al prolongado
proceso crítico que va de Nietzsche a Heidegger y de Dilthey a Foucault, no ha dejado
atrás ningún cadáver. De hecho, la renovación crítica de la investigación sobre la
historicidad desde un punto de vista constitutivo y el descubrimiento del poder del ser
han sido, por así decirlo, neutralizados dentro de nuevas disciplinas, nuevas
distribuciones del conocimiento, nuevos conceptos de experiencia y un nuevo clima
filosófico que se ha tornado crecientemente relativista y escéptico. Un tenue y
superficial vitalismo bloquea a aquel otro vitalismo, turgente pero siempre trágico, que
iba de la historiografía al ser, para abrirse nuevamente en la historicidad. Una vez que
el objetivamente “castrado” punto de vista historiográfico fue derribado, una vez que el
Hegelianismo fue abandonado con todas sus entusiastas resurgencias de brutal
eficacia y sus dialécticas en todos sus subterfugios, una vez que esta visión “desde
abajo” fue adquirida, permitiendo al sujeto histórico determinar disposiciones
ontológicas, pues bien, esta perspectiva fue devuelta hacia atrás, a las dimensiones y
el horizonte del relativismo y el escepticismo. Las diferentes escuelas hermenéuticas
que se han sucedido, reclamando precisamente ser las herederas del pensamiento
Diltheyano y Foucaltiano, nos han llevado a las delicias del “pensamiento débil”. El
significado de la complejidad de los procesos que emanan de los sujetos históricos se
ha vuelto un pretexto para repudiar el carácter ontológicamente fuerte de su
emergencia. El movimiento de constitución, negado totalmente fue, por esa misma
razón, reducido a la precariedad, y las singularidades, reducidas al encanto de la mera
particularidad. Desde el fin del historicismo, pasamos así, imperceptible pero
seguramente, al “fin de la historia”. Es la misma objetividad “castrada”, contra la cual
se alzaron las críticas del Geisteswissenschaften, la que ahora reaparece: el
historicismo es otra vez el ganador, pero con la apariencia de una enciclopedia del
conocimiento para uso de los medios. Históricamente el ser abierto se ha vuelto el ser
charlante. El fin del Geisteswissenschaften se ha transformado a sí mismo en el triunfo
del discurso ocioso.
En esta nueva síntesis de experiencia y comprensión sobre la que rigen las reglas
“postmodernas”, los canales de perversión de la enseñanza crítica, desde Dilthey a
Heidegger, son perfectamente perceptibles. En el gran Gadamer, como en los
pequeños Rorty y Vattimo, el movimiento circular de la experiencia y el entendimiento
ya no se abre a la historicidad, excepto en el sentido de un condicionamiento histórico,
sustancialmente, de una finitud que, lejos de abrir el punto de vista subjetivo a la
constitutividad, se cierra en una dispersión de tipo-evento, en una necesidad de
sentido que corre alrededor de sí misma, en una concepción pesimista y totalizante del
ser, la que busca justificarse a sí misma en lo religioso pero sólo halla apoyo en la falta
de misticismo o de democracia. Uno exalta en Dilyhey el movimiento circular de la
experiencia y el entendimiento sin tomar la ruptura en la expresión de esa circularidad;
uno toma de Heidegger la crítica de lo empírico, de lo óntico, mientras
cuidadosamente evita su percepción de la potencial base del ser que, solo, ya en la
reasunción de Yorck y la polémica contra su teologismo, puede permitir la restauración
del punto de vista Diltheyano de expresión y la creatividad de la historicidad. Esto,
mientras que es precisamente con la critica de lo óntico, con las armas de la
apercepción ontológica como base de la crítica histórica, como al abrirse a la
fecundidad de su experiencia, como experiencia de la historicidad, en donde
Heidegger se muestra en su mejor nivel. Es el Heidegger que concientemente retoma
al olvidado Nietzsche, y quien inconscientemente reproduce el Spinozismo de la
imaginación, que es luego arrojado en la pila de polvo. La Historia ha terminado, los
hermenéuticos y los postmodernos susurran, y la historicidad del ser, separada de la
constitutividad del ser, cambia a una piedad melosa y melancólica. El descubrimiento
de la historicidad se aflige con el desastroso sentimiento del fin de la historia, y nos
deja desarmados, frente al límite de una época.
II.
En radical contraste con la actual deriva, los Thous y Plateaus reinventan las ciencias
del espíritu (se entiende que, en la tradición en la que se colocan Deleuze y Guattari,
“Geist” es el cerebro), al renovar el punto de vista de la historicidad, en su dimensión
ontológica y constitutiva. Las Mil Mesetas se apropian de lo postmoderno y de las
teorías de la débil hermenéutica: anticipan una nueva teoría de expresión, un nuevo
punto de vista ontológico – un instrumento que les permite encargarse de la
postmodernidad, revelar y dinamitar sus estructuras. Encontramos aquí un
pensamiento fuerte, aún cuando sea aplicado a la “debilidad” de lo cotidiano. Para su
proyecto, la cuestión es tomar lo creado desde el punto de vista de la creación. Este
proyecto no tiene nada de idealista: la fuerza creativa es un rizoma material, al mismo
tiempo máquina y espíritu, naturaleza e individuo, singularidad y multiplicidad – y el
escenario es la historia, desde el año 10.000 A. C. hasta hoy. Lo moderno y lo
postmoderno son rumiados y digeridos, y reaparecen para ayudar a fertilizar una
hermenéutica del futuro. Al releer Mil Mesetas diez años después, lo más
impresionante es la increíble capacidad de anticipación expresada allí. El desarrollo de
la ciencia de las computadoras y la automatización, el nuevo fenómeno de la sociedad
de los medios y la interacción comunicativa, los nuevos caminos seguidos por las
ciencias naturales y por la tecnología científica en electrónica, en biología, en ecología,
etc., no solamente son considerados sino tomados en cuenta como un horizonte
epistemológico, y no ya como un mero tejido fenomenológico en extraordinaria
aceleración. Pero la superficialidad del contexto en que la dramaturgia del futuro tiene
lugar es de hecho ontológica – una dura e irreducible superficialidad que es
precisamente ontológica y no trascendental, constitutiva y no sistémica, creativa y no
liberal.
Hay por lo menos cuatro temas fundamentales que deseo tomar en Mil Mesetas. El
primero es la teoría de la expresión y la disposición. El segundo es la teoría de las
“redes”. El tercero es “nomadología”. El cuarto es la teoría ontológica de la superficie.
Cuatro puntos, cuatro dimensiones que integran el trabajo de constitución de las
nuevas ciencias del espíritu, al definir el plano en el que pueden desarrollarse, como
productos de una apertura de posibilidad, o, mejor aún, de la potencialidad del ser:
D- Desde este conjunto de consideraciones que originan una visión constitutiva del
mundo, en la que cualquier subjetividad y evento tienen a la genealogía como su
trama, podemos ahora retroceder y volver a examinar el marco ontológico general que
nos ofrece Mil Mesetas. Mil planos de una misma superficie. Una superficie plena de
hendiduras, rupturas, complicaciones y reconstrucciones: un territorio
permanentemente limitado y plegado. Sólo una dirección, sólo una teleología: la
creciente abstracción de las relaciones, que es propia de la complejidad de las
arborescencias, el desarrollo de rizomas y la expansión de los conflictos. Una
abstracción que es ella misma un territorio, un nuevo territorio, nuevamente cubierto
de pliegues, sombras variadas y posibles alternativas. El poder del deseo se construye
en la superficie de un territorio, y la transformación se repite indefinidamente. Este
nuevo territorio es siempre productivo, infinitamente productivo. Es por esta razón que
el mundo es un territorio que debe ser siempre territorializado, ocupado, reconstruido,
habitado; una tensión que sólo puede satisfacer la intensidad de una acción creativa
múltiple. En esta visión, la relación entre máquina y enunciación, entre ciencia y
ontología, es global. La ciencia es constitutiva en tanto, para construirse, se proyecte
siendo vivida. La ciencia construye planos de consistencia ontológica cada vez que el
juego de funciones de enunciación se vuelve el objeto del pragmatismo, o se realice
nuevamente en el evento; en una determinación. También la subjetividad se presenta
en la superficie, como pliegue de la superficie. Pero conocemos qué presupone la
luminosidad de ese fuerte evento, la producción de subjetividad: la disposición
maquínica atravesando el conflicto, la enunciación del proyecto, la expresión del
deseo, la realización del infinito en el evento. Aquí se está describiendo un nuevo
mundo. Si cada filosofía asume y determina su propia fenomenología, una nueva
fenomenología es enérgicamente afirmada aquí. Está caracterizada por el proceso que
devuelve al mundo a la producción, producción de subjetividad, subjetividad al poder
de deseo, el poder del deseo al sistema de enunciación, la enunciación a la expresión.
Y viceversa. Es por dentro de la línea dibujada por el “viceversa”, es decir, yendo de la
expresión subjetiva hacia la superficie del mundo, hacia la historicidad en acto, donde
el sentido del proceso es revelado (o, de nuevo, la única teleología que la inmanencia
absoluta puede permitirse): el significado del proceso es el de la abstracción. El sujeto
que produce el mundo, en la prolongada horizontalidad de sus proyecciones,
crecientemente cumple su obra. A primera vista, el horizonte del mundo construido por
Deleuze-Guattari parece ser animista, pero pronto se evidencia que este animismo
traduce la más alta abstracción. El incesante proceso de las disposiciones maquínicas
y subjetividades elevándose a una abstracción aún mayor. En este mundo de
cavernas, de pliegues, de rupturas y reconstrucciones, el cerebro humano intenta por
sobre todo comprender su propia transformación, su propio desplazamiento, más allá
de la conflictividad, donde reina la más elevada abstracción. Pero esta abstracción es,
nuevamente, deseo.
III
Mil Mesetas asienta el terreno en el que el materialismo del siglo veintiuno es
redefinido. ¿Qué es la filosofía? , el ensayo pedagógico publicado por Deleuze-
Guattari en 1991, como apéndice a Mil Mesetas nos ilustra sobre este tema. Esta
sinergia de análisis sobre la ciencia, la filosofía y el arte, incansablemente desplegada
en Mil Mesetas, con una merecida exhuberancia en el tema ontológico tratado, se
vuelve aquí una ilustración pedagógica, una popularización de los mecanismos
conceptuales que están en la base del proceso expositivo de Mil Mesetas. En este
ensayo popular, las funciones metodológicas, teóricas y prácticas son circunscriptas
con la máxima claridad. Creemos que es posible identificar aquí (En Mil Mesetas se ve
mediante el ensayo pedagógico) los elementos fundamentales de la renovación del
materialismo histórico, en función de las nuevas dimensiones del desarrollo capitalista,
específicamente este plano de máxima abstracción (la “subsunción real” de la
sociedad en el capital) al cual se dirige, y en el cual se reformulan hoy las luchas
sociales. Esto sin olvidar que en la filosofía de las ciencias del espíritu de Deleuze y
Guattari, así como en el materialismo histórico, uno halla la misma demanda ética y
política por la liberación del poder humano. ¿Cuál es, entonces, el contexto productivo
en el que nos estamos moviendo, y desde donde el materialismo histórico puede y
debe ser renovado, como base de las ciencias del espíritu?
Diez años después, podemos aún leer Mil Mesetas como una perfecta fenomenología
operacional del presente; pero debe verse como la primera filosofía de lo
postmoderno. Una filosofía que, hundiendo sus raíces en la opción materialista,
alternativa, inmanentista de la modernidad, sugiere las bases que pueden permitir a
las ciencias del espíritu ser reconstruidas. Y porque “Geist” es el cerebro, y el
“cerebro” se ha vuelto (como previó Marx, al ritmo de las crisis de la modernidad
capitalista, trascendentalista e idealista) General Intellect. Mil Mesetas anuncia el
renacimiento de un materialismo histórico digno de nuestra época. Ésta aguarda los
eventos revolucionarios que lo verificarán.
Traducido por Charles T. Wolfe. Una versión previa de este ensayo apareció en
Chimeres 17 (París, otoño de 1992). Publicada en Graduate Faculty Philosophy
Journal, Volume 18, Number 2, 1995, en homenaje al difunto Feliz Guattari. Hacheada
de esta impresión y publicada por Korotonomedya en mayo del 2002.