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Adam Smith
En casi todas las otras especies zoológicas el individuo, cuando ha alcanzado la madurez,
conquista la independencia y no necesita el concurso de otro ser viviente. Pero el hombre
reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede
esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el
egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien
propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y
tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta. y así obtenemos de los demás la
mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero
o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No
invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras
necesidades, sino de sus ventajas.
ADAM SMITH, La riqueza de las naciones, Libro I, capítulo 2.
David Hume
No hubiéramos tenido que recurrir a las ficciones de los poetas para aprender esto, sino
que, aparte de lo razonable del asunto, podríamos descubrir la misma verdad por la experiencia y
observación común. Es fácil de notar que una afección cordial hace todas las cosas comunes
entre amigos y que las gentes casadas, especialmente, pierden su propiedad y no conocen el mío
y tuyo, que son tan necesarios y causan tanta perturbación en la sociedad humana. El mismo
efecto surge de una alteración en las circunstancias del género humano; cuando existe una
cantidad tal de alguna cosa que satisfaga todos los deseos del hombre se pierde la distinción de
propiedad enteramente y todo queda siendo común. Es esto lo que podemos observar con
respecto al aire y al agua...
Es, pues, una proposición que me parece puede ser considerada como cierta que sólo por
el egoísmo y limitada generosidad de los hombres, justamente con los escasos medios que la
naturaleza nos proporciona para nuestras necesidades, se produce la justicia (...).
Tan sólo la avidez por adquirir bienes y posesiones para nosotros y nuestros amigos es
insaciable, perpetua, universal y totalmente destructora de la sociedad (...) ninguna afección del
espíritu humano posee a la vez la suficiente fuerza y dirección propia para equilibrar el amor de
las ganancias y hacer a los hombres aptos para la sociedad llevándolos a que se abstengan de las
posesiones de los otros.(...) No existe, por consiguiente, otra pasión capaz de guiar la afección
del interés más que la misma afección mediante un cambio de su dirección (...) pues es evidente
(...) que manteniendo firme la sociedad avanzamos mucho más en la adquisición de las
posesiones que en la condición solitaria y desamparada, que debe ser la consecuencia de la
violencia y la licencia universal.
Podemos concluir de ello que una consideración del interés público o una benevolencia
muy extensa no es nuestro motivo primero y original para la observancia de las reglas de la
justicia, ya que se admite que si los hombres se hallasen dotados de una benevolencia tal estas
reglas jamás se hubiesen imaginado.
DAVID HUME, Tratado de la naturaleza humana, Libro III, sección segunda, 1977, México,
Porrúa.