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Antología de cuentos

Había una vez un


cuento

(Cuentos para soñar y aprender)


Español 3
Maestra
Laura Ramos Aguirre
Alumno
Emmanuel Gatica Sánchez
Tercer grado
Secundaria General Plan de Ayutla T. M.
Ayutla de los Libres. Gro.
Prólogo

1
Algunas veces podemos recordar los cuentos infantiles como parte del

pasado, cada quien recuerda su niñez como le place, para mí es muy importante esta

etapa, estoy en un proceso en el cual mi infancia está llegando a su último momento;

dejaré atrás los cuentos de noche y con los que me entretenían en el jardín de

niños. Con los que conocí el valor de la amistad, la perseverancia, el amor hacia mí y

el amor hacia los demás, la obediencia, entre otros.

El significado de esta antología es muy sentimental, mientras hago la

recopilación de cuentos, recordé el momento en que mi madre me los leía. Debo

decir que los cuentos tienen una secuencia.

La antología se divide en dos partes marcando el final de mi niñez con el

cuento El soldadito de plomo y el inicio de la adolescencia con el cuento La isla de

las dos caras, seguido de otros cuentos.

Terminé esta antología “El principito”, ya que me gusta que dice que “en la

vida hay sueños por los que debemos luchar”.

Lo importante es disfrutar de esta compilación de los cuentos y dejar volar la

imaginación.

Compilador

Emmanuel Gatica Sánchez

Dedicatoria
2
Dedico ésta antología de cuentos a mis padres porque ellos son mi vida y desde

pequeño mi madre me leía cuentos y por eso aprendí a leer rápidamente y mi padre

me alienta a ser mejor cada día. Mi familia Gatica Sánchez.

INDICE

3
PRÓLOGO……………………………………………………………………………………………. 2

Había una vez un cuento: Cuentos para niños

Hansel y Grettel……………………………………………………………………………………….. 6
Los tres cerditos………………………………………………………………………………………. 8
El conejito 10

soñador…………………………………………………………………………………….
El patito feo 12

…………………………………………………………………………………………….
El soldadito de 15

plomo………………………………………………………………………………….

Había una vez un cuento: Cuentos para adolescentes

La isla de las dos caras………………………………………………………………………………. 19


La isla de los 22

inventos…………………………………………………………………………………
El libro de la selva…………………………………………………………………………………….. 24
Pedro y el hilo 27

mágico…………………………………………………………………………………
El principito…………………………………………………………………………………………….. 30

CONCLUSIONES…………………………………………………….……………………............... 45

Fuentes electrónicas………………………………………………………………………. 46
………..

4
Había una vez un
cuento

(Cuentos para soñar y aprender)

Hänsel y Gretel
Hermanos Grimm

5
Había una vez un leñador y su esposa que vivían en el bosque en una humilde
cabaña con sus dos hijos, Hänsel y Gretel. Trabajaban mucho para darles de
comer pero nunca ganaban lo suficiente. Un día viendo que ya no eran capaces
de alimentarlos y que los niños pasaban mucha hambre, el matrimonio se sentó
a la mesa y amargamente tuvo que tomar una decisión.

- No podemos hacer otra cosa. Los dejaremos en el bosque con la esperanza de


que alguien de buen corazón y mejor situación que nosotros puedan hacerse
cargo de ellos, dijo la madre.

Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la
conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les
esperaba. Hänsel, el niño, dijo a su hermana:

- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.

Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron junto
a una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron no
había rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.

- No llores Hänsel. He ido dejando trocitos de pan a lo largo de todo el camino.


Sólo tenemos que esperar a que la Luna salga y podremos ver el camino que
nos llevará a casa.

Pero la Luna salió y no había rastro de los trozos de pan: se los habían comido
las palomas.
Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron
exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo
entonces, se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de
bizcocho y cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre, que enseguida
se lanzaron a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la casa y salió
de ella una vieja que parecía amable.

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- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? ¿Acaso tenéis hambre?

Los pobres niños asintieron con la cabeza.

- Anda, entrad dentro y os prepararé algo muy rico.

La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a
su bondad, había algo raro en ella. Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo
encerró en el establo mientras el pobre no dejaba de gritar.

- ¡Aquí te quedarás hasta que engordes!, le dijo

Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua
para preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto antes
para poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era
una vieja, sino una malvada bruja. Pasaban los días y la bruja se impacientaba
porque no veía engordar a Hänsel, ya que este cuando le decía que le mostrara
un dedo para ver si había engordado, siempre la engañaba con un huesecillo
aprovechándose de su ceguera. De modo un día la bruja se cansó y decidió no
esperar más. - ¡Gretel, prepara el horno que vas a amasar pan! ordenó a la
niña.

La niña se imaginó algo terrible, y supo que en cuanto se despistara la bruja la


arrojaría dentro del horno.

- No sé cómo se hace - dijo la niña


- ¡Niña tonta! ¡Quita del medio!

Pero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un
buen empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió hasta el establo para
liberar a su hermano. Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al
ver que habían salido vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de
marcharse cuando se les ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué
sorpresa! Encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se
llenaron los bolsillos y se dispusieron a volver a casa. Pero cuando llegaron al
río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita para cruzarlos creyeron
que no lo lograrían. Menos mal que por allí pasó un gentil pato y les ayudó
amablemente a cruzar el río.

Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la casa
de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron aparecer, y
más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En ese instante
supieron que vivirían el resto de sus días felices los cuatro y sin pasar penuria
alguna.
Los tres cerditos
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Anónimo

Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el
malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día el
mayor:

- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así podremos
escondernos dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí.

A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo
respecto a qué material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron que cada
uno la hiciera de lo que quisiese.

El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a
jugar después.

El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y
tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que aunque
tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte
con ladrillos.

- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno,
pensó el cerdito.

Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces
apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

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Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo.
Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano,
que estaba hecha de madera.

- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más
esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos
salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano mayor.

El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus
fuerzas, pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni
siquiera un poco. Dentro los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su
hermano y cantaban alegres por haberse librado del lobo:

- ¿Quién teme al lobo feroz? ¡No, no, no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que
decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una
chimenea.

- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los


comeré a los tres! Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron
la chimenea de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua.

Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal
quemazo que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en una larga
temporada. FIN.
 
Este popular cuento sirve como magnífico ejemplo para que los niños entiendan
el valor del esfuerzo y del trabajo. El hecho de que las casas de los dos cerditos
holgazanes acaben por los suelos, mientras que la del cerdito más trabajador
sea la que aguante y les sirva de cobijo, no es pura casualidad. Pone de
manifiesto la importancia de esforzarse y trabajar si de verdad queremos
vencer todo tipo de dificultades.

El cuento también habla de otro valor como es la inteligencia. Lo hace a través


del personaje del cerdito mayor, quien reflexiona a la hora de elegir el material
con el que fabricará su casa y se decanta finalmente por los ladrillos una vez
que ha valorado sus ventajas. Por otro lado el cuento también refleja el valor
del ingenio, que les sirve a los cerditos para librarse definitivamente del lobo
cuando creen que no tienen nada que hacer. Una vez más el ingenio vence a la
fuerza.
9
El conejito soñador
Eva María Rodríguez

Había una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del bosque,
rodeado de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le habían dado de
lado porque se pasaba el día contando historias imaginarias sobre hazañas
caballerescas, aventuras submarinas y expediciones extraterrestres. Siempre
estaba inventando aventuras como si las hubiera vivido de verdad, hasta que
sus amigos se cansaron de escucharle y acabó quedándose solo.

Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus historias
eran muy aburridas y por eso nadie las quería escuchar. Pero pese a eso
continuó escribiendo.

Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de
aventuras. Se imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes princesas o
sintiendo el frío del mar sobre su traje de buzo mientras exploraba las
profundidades del océano.

Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que imaginaba.


De vez en cuando, salía al bosque a leer en voz alta, por si alguien estaba
interesado en compartir sus relatos.

Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato,


apareció por allí una hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro amigo
estaba tan entregado a la interpretación de sus propios cuentos que ni se
enteró de que alguien lo escuchaba. Cuando acabó, la conejita le aplaudió con
entusiasmo.

-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el conejito soñador a la recién llegada -.
¿Te ha gustado mi historia?
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-Ha sido muy emocionante -respondió ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -. Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo el mundo dice que son aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha gustado mucho. Ojalá yo supiera saber
escribir historias como la tuya pero no se...

El conejito se dio cuenta de que la conejita se había puesto de repente muy


triste así que se acercó y, pasándole la patita por encima del hombro, le dijo
con dulzura:
- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy rápido
- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y
conocer a todos esos villanos y malandrines -dijo la conejita-

Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y escribieron


cientos de libros que leyeron a niños de todo el mundo.

Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el conejito


no volvió jamás a sentirse solo ni tampoco a dudar de sus historias. FIN.
 

Este cuento nos habla de la amistad. De lo importantes que son los amigos en
la vida de cualquiera porque te ofrecen su afecto, comparten contigo tus
aficiones…
y en definitiva, te hacen ser más feliz.

También nos habla el cuento de otra cuestión importante: la autoconfianza. No


debemos dejarnos llevar por las opiniones de los demás acerca de nosotros o
nuestro trabajo, ya que pueden estar equivocados. Debemos confiar en
nosotros mismos y en lo que hagamos esforzándonos por mejorar día a día.

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El Patito Feo
Hans Christian Andersen

Bañada de sol se alzaba una vieja mansión solariega, y era allí donde cierta pata
había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero
se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi
nadie venía a visitarla.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos
conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.
–¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos.
–Bueno, espero que ya estén todos -agregó la mamá pata, levantándose del
nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? 

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del


cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:
–¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas
gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó
al agua.

-¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y


presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que

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los pisoteen. -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras
ella. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con
desprecio y exclamaron en alta voz:

-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que


rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos
soportarlo.
-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta
roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me
gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.
-Eso ni pensarlo -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene
muy buen carácter y nada tan bien como los otros. Estuvo dentro del
cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.

Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les
parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de
los patos que de las gallinas.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor.
El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo
maltrataban de vez en cuando y le decían:

-¡Ojalá te agarre el gato, grandullón!


Entonces el patito huyó del corral. “¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito,
cerrando los ojos.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente
quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso


crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas
aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una
blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la
vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas
alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y
las tierras cálidas.
13
¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar
incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito
tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los
juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo:
llegaba la hermosa primavera.

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más
fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto.

Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos.

-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron,
se le acercaron con las plumas encrespadas.

-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza


hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida
corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y
gris, no, sino el reflejo de un cisne!

Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de
un huevo de cisne. En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua
pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

-¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues
este no cabe en los corazones bondadosos. -Jamás soñé que podría haber
tanta felicidad, allá en los tiempos en que era solo un patito feo. FIN.

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El soldadito de plomo
Hans Christian Andersen

Había una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Pero, un día, su abuelo le
regaló uno muy especial que aún no tenía y que se convirtió en el mejor de todos. Se
trataba de una caja de madera muy hermosa, que contenía en su interior todo un
conjunto de soldaditos de plomo realizados a mano y, con mucho tiento, a base de
fuego y metal.
– ¡Soldaditos de plomo! ¡Muchas gracias, abuelo!- Dijo con alegría el niño tras recibir
su regalo.
Tras esto el pequeño fue sacando cuidadosamente, uno a uno, a todos y cada uno de
aquellos soldados de la caja, y los depositó sobre su mesita de escribir uno detrás
de otro en formación. ¡Qué elegantes se veían! Parecían un ejército, espléndido y
completo, uniformados en tonos rojos y azules. Sin embargo, al sacar de la caja al
último de los soldaditos, el pequeño pudo observar que le faltaba una pierna, de la
cual carecía desde nacimiento, ya cuando se encontraban los artesanos fundiendo al
último de aquellos soldados el plomo se les agotó.
Lejos de importarle al pequeño que aquel soldado estuviese incompleto, decidió
otorgarle un sitio en su habitación más especial que al resto: lo situó frente a uno
de sus mejores juguetes, un hermoso castillo realizado en papel, custodiado por una
bella princesa vestida con delicado vestido de tul rosa y los brazos muy altos, pues
era bailarina. Aquella bella figura tenía una de sus piernas en posición de ballet, tan
alzada, que el soldadito no alcanzaba a verla creyendo así que le faltaba igual que a
él.
Permaneció desde entonces embelesado frente a la bailarina el soldadito, ajeno a la
vida que cobraban el resto de juguetes de la habitación cuando el pequeño se iba a
dormir. Aquellos juguetes saltaban, brincaban, y se comunicaban entre ellos
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divirtiéndose alegremente. Todos menos el soldadito, que tan solo miraba a la
bailarina firme y sin cesar:
– ¡Es tan bella e igual a mí!- Pensaba el soldadito mientras veía a la bailarina
enamorado.
Pero entre el resto de los juguetes se encontraba uno muy singular que apenas se
divertía con los demás durante la noche, vigilando siempre al soldadito de plomo. Se
trataba de un duende encerrado en una caja sorpresa, desde la que solía saltar para
asustar a cualquiera que se atreviese a tocarle con un solo dedo. Un día, el mal
encarado duende, le dijo al soldadito:
– ¿Se puede saber qué miras, ahí plantado?
Pero el soldadito no contestó al duende y permaneció con la mirada fija frente a la
bailarina:
– ¡Ah! Pues como no me quieres contestar…atente a las consecuencias- Exclamó el
duende amenazando al soldadito.
Una tarde, el pequeño decidió cambiar de lugar al soldadito de plomo situándole con
el resto de sus compañeros, para que fuesen al fin un verdadero grupo de soldados
completo. Mientras los iba organizando a todos, el pequeño depositó sin mucho
pensar al soldadito de plomo en el alfeizar de su ventana. Y, misteriosamente,
cuando el muchacho levantó la mirada, el soldadito ya no estaba. El pequeño buscó y
buscó por todos los rincones de su habitación pero no daba con el soldado, y pensó
que tal vez podría haberse caído a la calle con una ráfaga de viento.  Sin embargo, el
pequeño no pudo continuar su búsqueda debido al mal tiempo y la lluvia que azotaba
con fuerza la fachada de su casa, y mamá le obligó a esperar:
– Cuando cese la lluvia lo buscarás- Dijo su madre preocupada.
Pero unos niños, que sí se encontraban en la calle jugando bajo la lluvia, se
adelantaron al pequeño y encontraron al soldadito bajo la ventana. Entusiasmados,
decidieron jugar con él:
– ¡Le haremos navegar en un barco de papel!- Exclamó uno de los niños.
De este modo, cogieron un periódico viejo, hicieron un barquito y, aprovechando que
la lluvia había formado pequeños riachuelos en las aceras, pusieron al soldadito a
navegar por ellos sobre el barco de papel, y los pequeños riachuelos condujeron al
soldadito hasta una alcantarilla:
– ¡Dios mío! ¿A dónde iré a parar? ¿Qué será de mí? ¿Habrá cumplido el duende su
amenaza y por ello estoy aquí? Ah…Nada de esto me importaría si estuviera conmigo
ella, la hermosa bailarina.
Y el barquito, al ser de papel, poco a poco se fue hundiendo y deshaciendo cada vez
más, mientras el soldadito era arrastrado con fuerza por el agua. Así continuó
navegando sin poder parar, hasta que el riachuelo le condujo hasta el mismísimo

16
mar. Pero, de pronto, el barquito ya no podía sostener al soldadito de tan mojado
como estaba, hundiéndose finalmente.
Poco antes de llegar al fondo un pez muy grande se lo tragó. Todo era silencio:
– Qué oscuro está. Pero, ¿dónde estoy?- Dijo aturdido el soldadito de plomo.
Y, cansado de cuestionarse su destino, el soldadito se durmió en la boca oscura del
gran pez. Poco duró, sin embargo, la tranquilidad del pobre soldadito de plomo, que
despertó de su siesta asustado por unos repentinos temblores y tambaleos que le
sacudían en el interior de aquella garganta. Pero, ¿qué estaba ocurriendo?
El pez había sido pescado y caminaba rumbo al mercado de la ciudad, con tan buena
suerte que, la madre del pequeño que había recibido a los soldaditos de plomo como
regalo, había acudido también en busca de pescado fresco para poder cocinar. Y así
fue como finalmente el soldadito fue liberado y devuelto a su lugar.
Muy contento el pequeño por tener de nuevo al soldadito de plomo, tras colocarlos
en la mesa de trabajo de su cuarto, justo frente a la ventana, acudió a la llamada de
su madre y bajó a cenar. Y en un momento, una fuerte ráfaga de viento casi
inexplicable, abrió con fuerza la misma que se encontraba esta vez cerrada,
despidiendo al soldadito de plomo directo a la chimenea encendida del cuarto.
El pobre soldadito, que se derretía lentamente bajo las llamas, imaginaba sin cesar
a la bailarina, y aquellos pensamientos cariñosos y alegres le mitigaban el dolor. De
pronto, una nueva ráfaga de viento empujó a la bailarina de papel hacia el fuego, en
un singular revoloteo que parecía una magnífica función de ballet.
A la mañana siguiente, apagado el fuego, el pequeño encontró bajo las ascuas un
pedazo de corazón de plomo fundido, que parecía lanzar destellos de purpurina y
telas de tul y seda…

17
Había una vez un
cuento

(Cuentos para soñar y aprender)


adolescentes

18
La isla de las dos caras
Pedro Pablo Sacristán

La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos

lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno

estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y

abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban

las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin

que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y

bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente

devoraban a alguno de los miembros de la tribu.

La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la

única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol

lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos

creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada

vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia

hambrienta.

Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que

separaba las dos caras de la isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el

19
que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al

elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.

Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que

no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no

sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto... y dieron tanta

vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron

así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar

viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al

otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no

supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto.

Y allí se quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero

abandonadas por todos, pues tomar una de aquellas pértigas se había convertido, a

fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una traición a los valores

de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.

Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que

deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor,

decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de

desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.

- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? - se preguntaba el joven Naru.

- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también

tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre

decidida.

- Pero, si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.

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- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en

este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto

devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque

parezca que aún nos queda lejos.

- Tienes razón, Ariki. Y, si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas

para dar este salto... Lo haremos mañana mismo.

Y al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras

recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el

miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin

apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura.

Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y

alborotados, pensaron que no había sido para tanto.

Y, mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas,

como en un coro de voces apagadas:

- Ha sido suerte.

- Yo pensaba hacerlo mañana.

- ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga...

Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla

sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de

miedo y desesperanza, que no saltarían nunca...

21
La Isla de los Inventos

Pedro Pablo Sacristán

La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy

pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron

marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó

de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar.

Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso

música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de

la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios

del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente

restringido. Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber

realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una

invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.

Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea

la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a

comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los

que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos

soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del
22
tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía

mayor, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles

máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó

por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones

empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los

ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.

No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir

más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada

vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca,

ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar

de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de

cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven

inventor le interrumpió sorprendido:

- ¿cómo? ¿Pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿No es su carta la

auténtica invitación?

Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su

sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni

mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y

se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que

su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.

23
El libro de la selva
Rudyard Kipling

Como cada tarde la pantera Bagheera fue al río a saciar su sed, pero ese día estaba

destinado a que pasase algo distinto, que cambiaría su rutina.

A la orilla del río había una pequeña embarcación en ruinas, de cuyo interior

provenía el lamento de un pequeño humano. Bagheera no quiso dejarlo allí solo,

donde podría morir de inanición o ante el apetito voraz de cualquier otro

depredador de la jungla, por lo que lo tomó y lo llevó a la manada de lobos que

habitaba por allí, para dejarlo a su cuidado.

En la manada el niño fue recibido como un hijo de la jungla más y fue nombrado

Mowgli.

El criarse en la selva con lobos convirtió a Mowgli en una criatura salvaje, pero con

cuerpo y sentimientos humanos, que gozaba de las simpatías de todos los animales

excepto uno: el tigre Shere Khan, quien advirtió que iría a por el muchacho para

devorarlo.

Shere Khan odiaba a los hombres y no permitiría que uno en la jungla le disputase su

reinado.

24
Ante el inminente peligro que el sanguinario tigre representaba para Mowgli, los

lobos le dijeran a su protectora, la pantera Bagheera, que lo llevase a la aldea de

hombres más cercana que hubiese, pues allí es donde más seguro estaría.

Bagheera aceptó, contra la voluntad de Mowgli que no temía al tigre, y lo hizo

emprender un viaje junto a ella en busca de la aldea.

El viaje del singular binomio tuvo muchas peripecias. Una noche treparon a un árbol

para dormir y una enorme serpiente, conocida como Kaa, hipnotizó al niño para

engullirlo.

Gracias al rápido accionar de Bagheera esto no sucedió y pudieron seguir su camino,

en el que tropezaron con una banda de elefantes, que funcionaban como la patrulla

de la jungla, encargada de velar por el orden en la misma.

A Mowgli le encantó el estilo de estos elefantes y quiso desfilar con ellos, lo cual

molestó mucho al jefe de la patrulla, quien no quiso dañar al muchacho pero pidió a

la pantera que se lo llevase urgentemente de allí.

Molesto por tener que seguir viaje hacia un sitio en el que no quería estar, el chico

escapó del control de su protectora hacia las profundidades de la selva, donde

conoció a un perezoso y simpático oso llamado Baloo.

Este hizo de inmediato buenas migas con el muchacho y le dijo que lo enseñaría a

ser un buen oso despreocupado como él.

A Mowgli le encantó la idea y comenzó a aprender de Baloo todo lo que necesitaba

para ser un gran oso como él.

Pero sucede que al percatarse de la presencia del niño por esos alrededores, los

monos Bandar Long lo raptaron para llevarlo ante su líder King Louie, un orangután

cuyo estado mental emulaba con la locura.


25
King Louie no quería dejar ir a Mowgli hasta que no le revelase el secreto del fuego,

algo que el chico no sabía porque no había estado nunca entre humanos.

Por suerte Bagheera y Baloo, que se habían juntado ante la desaparición de Mowgli,

dieron con su paradero y lo rescataron de los locos monos Bandar Long, no sin antes

protagonizar una curiosa lucha cuya consecuencia fue la destrucción del templo de

King Louie.

Tras mucho discutir como buenos amigos que eran, la pantera convenció al oso y al

niño de que lo mejor era que este último estuviese con sus semejantes. Allí tendría

más seguridad y ello no implicaba que dejasen de verse de vez en cuando.

Cuando faltaba poco para llegar a la aldea el tigre Shere Khan fue al encuentro de

Mowgli para matarlo, pero Baloo intercedió en su defensa y se batió fieramente con

el depredador.

A pesar de su habilidad, Baloo tenía las de perder, razón por la que Mowgli acudió a

la pelea con una rama prendida con fuego, que se había incendiado ante el impacto

de un rayo en un árbol cercano, y causó temor en el fiero felino, que huyó

despavorido.

Así, el trío de amigos reemprendió viaje hasta que por fin llegaron a las

inmediaciones de la aldea.

No hizo falta que ninguno de los dos animales convenciese a Mowgli de que allí debía

estar, pues este quedó prendado de una bella niña que merodeaba por allí, buscando

agua, y sin dudarlo y apenas despedirse de sus amigos, la siguió.

Baloo quedó entristecido pero al igual que Bagheera comprendía que el hijo de la

jungla estaba donde le correspondía, entre hombres, aunque en la selva siempre

tendría fieles y adorables amigos.


26
Pedro y el hilo mágico

Paola Graziano

Pedro era un niño muy vivaracho. Todos le querían: su familia, sus amigos y sus

maestros. Pero tenía una debilidad. - ¿Cual?

Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el proceso de la

vida. Cuando estaba en el colegio, soñaba con estar jugando fuera. Cuando estaba

jugando soñaba con las vacaciones de verano. Pedro estaba todo el día soñando, sin

tomarse el tiempo de saborear los momentos especiales de su vida cotidiana.

 Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al rato,

decidió sentarse a descansar en un trecho de hierba y al final se quedó dormido.

Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su nombre con voz aguda.

Al abrir los ojos, se sorprendió de ver una mujer de pie a su lado. Debía de tener

unos cien años y sus cabellos blancos como la nieve caían sobre su espalda como una

apelmazada manta de lana. En la arrugada mano de la mujer había una pequeña

pelota mágica con un agujero en su centro, y del agujero colgaba un largo hilo de

oro.

27
La anciana le dijo: "Pedro, este es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de él, una

hora pasará en cuestión de segundos. Y si tiras con todas tus fuerzas, pasarán

meses o incluso años en cuestión de días" Pedro estaba muy excitado por este

descubrimiento. "¿Podría quedarme la pelota?", preguntó. La anciana se la entregó.

Al día siguiente, en clase, Pedro se sentía inquieto y aburrido. De pronto recordó su

nuevo juguete. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su casa jugando en el

jardín. Consciente del poder del hilo mágico, se cansó enseguida de ser un colegial y

quiso ser adolescente, pensando en la excitación que esa fase de su vida podía traer

consigo. Así que tiró una vez más del hilo dorado.

De pronto, ya era un adolescente y tenía una bonita amiga llamada Elisa. Pero Pedro

no estaba contento. No había aprendido a disfrutar el presente y a explorar las

maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y volvió a tirar del hilo, y

muchos años pasaron en un solo instante. Ahora se vio transformado en un hombre

adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en

otra cosa. Su pelo, antes negro como el carbón, había empezado a encanecer. Y su

madre, a la que tanto quería, se había vuelto vieja y frágil. Pero el seguía sin poder

vivir el momento. De modo que una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se

produjeran cambios.

Pedro comprobó que ahora tenía 90 años. Su mata de pelo negro se había vuelto

blanca y su bella esposa, vieja también, había muerto unos años atrás. Sus hijos se

habían hecho mayores y habían iniciado sus propias vidas lejos de casa. Por primera

vez en su vida, Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de las maravillas de

la vida. Había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que

había en el camino.

28
Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de muchacho

para aclarar sus ideas y templar su espíritu. Al adentrarse en el bosque, advirtió

que los arbolitos de su niñez se habían convertido en robles imponentes. El bosque

mismo era ahora un paraíso natural. Se tumbó en un trecho de hierba y se durmió

profundamente.

Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se trataba

nada menos que de la anciana qu muchos años atrás le había regalado el hilo

mágico. "¿Has disfrutado de mi regalo?", preguntó ella. Pedro no vaciló al

responder: "Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota. La vida me ha

pasado sin que me enterase, sin poder disfrutarla.Claro que habría habido

momentos tristes y momentos estupendos, pero no he tenido oportunidad de

experimentar ninguno de los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el

don de la vida. "Eres un desagradecido, pero igualmente te concederé un último

deseo", dijo la anciana. Pedro pensó unos instantes y luego respondió: "Quisiera

volver a ser un niño y vivir otra vez la vida". Dicho esto se quedó otra vez

dormido.

Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. ¿Quien podrá ser ahora?,

se preguntó. Cual no sería su sorpresa cuando vio a su madre de pie a su lado. Tenía

un aspecto juvenil, saludable y radiante. Pedro comprendió que la extraña mujer del

bosque le había concedido el deseo de volver a su niñez.

Ni que decir tiene que Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal

como había esperado. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías y triunfos,

pero todo empezó cuando tomó la decisión de no sacrificar el presente por el

futuro y empezar a vivir en el ahora.

29
El principito

Antoine De Saint - Exupéry

El principito es una historia muy bonita que habla de la inocencia de un niño y su

inquietud por conocer el exterior. Esta historia nos enseña que existen cosas

buenas en este planeta y que casi nunca sabemos apreciarlas.

La historia es narrada por el Aviador, un adulto a quien le es difícil entenderse con

sus contemporáneos. En un vuelo solitario, su avión sufre un desperfecto y aterriza

de emergencia en el desierto del Sahara. Ahí tiene lugar su encuentro con el

Principito, un niño que viene de otro planeta tan pequeño, que sólo tiene tres

volcanes, baobabs enanos y una flor.

Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba

"Historias vividas", una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se

tragaba a una fiera. En el libro se afirmaba: "La serpiente boa se traga su presa

entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses

30
que dura su digestión". Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la

jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo

número 1 era de esta manera: Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les

pregunté si mi dibujo les daba miedo. —¿por qué habría de asustar un sombrero?—

me respondieron. Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una

serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente

boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas

personas tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo número 2 era así: Las

personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya

fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el

cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una

magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis

dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo

por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez

explicaciones. Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He

volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho;

al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy

útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche. 3 A lo largo de mi vida he tenido

multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas

mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi

opinión sobre ellas. Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco

lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado

siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E

invariablemente me contestaban siempre: "Es un sombrero". Me abstenía de

hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su

altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor

31
se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable. II Viví así, solo,

nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una

avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no

llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una

reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua

de beber para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil

millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un

náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al

amanecer me despertó una extraña vocecita que decía: — ¡Por favor... píntame un

cordero! —¿Eh? —¡Píntame un cordero! Me puse en pie de un salto como herido por

el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito

que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer

de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es

mía la culpa. Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la

edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y

boas abiertas. Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No

hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado

más próximo. Y ahora bien, el muchachito no me parecía ni perdido, ni muerto de

cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un

niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.

Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni

ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho

más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: "¡Yo soy un hombre

serio, yo soy un hombre serio!"… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es

un hombre, ¡es un hongo! —¿Un qué? —Un hongo. El principito estaba pálido de

cólera. —Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones

32
de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es

cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas

que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y

las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y

colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte

más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin

darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?

De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado

a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía

desgraciado. "Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito— nunca hay

que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el

planeta, pero yo no sabía gozar con eso… Aquella historia de garra y tigres que

tanto me molestó, hubiera debido enternecerme". Y me contó todavía: “¡No supe

comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La

flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la

ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero

yo era demasiado joven para saber amarla". IX Creo que el principito aprovechó la

migración de una bandada de pájaros silvestres para su evasión. La mañana de la

partida, puso en orden el planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en

actividad, de los cuales poseía dos, que le eran muy útiles para calentar el desayuno

todas las mañanas. Tenía, además, un volcán extinguido. Deshollinó también el volcán

extinguido, pues, como él decía, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Si los volcanes

están bien deshollinados, arden sus erupciones, lenta y regularmente. Las

erupciones volcánicas son como el fuego de nuestras chimeneas.—dijo el principito

enrojeciendo. —¡Hum, hum! —respondió el rey—. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto que

bosteces y que no bosteces... Tartamudeaba un poco y parecía vejado, pues el rey


33
daba gran importancia a que su autoridad fuese respetada. Era un monarca

absoluto, pero como era muy bueno, daba siempre órdenes razonables. Si yo

ordenara —decía frecuentemente—, si yo ordenara a un general que se

transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del

general, sino mía". —¿Puedo sentarme? —preguntó tímidamente el principito. —Te

ordeno sentarte —le respondió el rey—, recogiendo majestuosamente un faldón de

su manto de armiño. El principito estaba sorprendido. Aquel planeta era tan pequeño

que no se explicaba sobre quién podría reinar aquel rey. —Señor —le dijo—,

perdóneme si le pregunto... —Te ordeno que me preguntes —se apresuró a decir el

rey. —Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder? —Sobre todo —contestó el rey con

gran ingenuidad. 13 —¿Sobre todo? El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta,

los otros planetas y las estrellas. —¿Sobre todo eso? —volvió a preguntar el

principito. —Sobre todo eso. . . —respondió el rey. No era sólo un monarca absoluto,

era, además, un monarca universal. —¿Y las estrellas le obedecen? —¡Naturalmente!

—le dijo el rey—. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina. Un poder

semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal

naturaleza, hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a

setenta y dos, a cien, o incluso a doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de

arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta

abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey: —Me gustaría ver una puesta de

sol... Deme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga... —Si yo le diera a un general la

orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de

transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién

sería la culpa, mía o de él? —La culpa sería de usted —le dijo el principito con

firmeza. Tu podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en

cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para

34
conservarla, ya que no hay más que una. —A mí no me gusta condenar a muerte a

nadie —dijo el principito—. Creo que me voy a marchar. —No —dijo el rey. Pero el

principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo

monarca, dijo: —Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría

dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto.

Me parece que las condiciones son favorables... Como el rey no respondiera nada, el

principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha. —¡Te nombro mi

embajador! —se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad. "Las

personas mayores son muy extrañas", se decía el principito para sí mismo durante el

viaje. XI El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso: —¡Ah! ¡Ah! ¡Un

admirador viene a visitarme! —Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.

Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores. —¡Buenos días! —dijo

el principito—. ¡Qué sombrero tan raro tiene! —Es para saludar a los que me

aclaman —respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí. —

¿Ah, sí? —preguntó sin comprender el principito. —Golpea tus manos una contra

otra —le aconsejó el vanidoso. El principito aplaudió y el vanidoso le saludó

modestamente levantando el sombrero. "Esto parece más divertido que la visita al

rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso

volvía a saludarle quitándose el sombrero. A los cinco minutos el principito se cansó

con la monotonía de aquel juego. —¿Qué hay que hacer para que el sombrero se

caiga? —preguntó el principito. Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen

las alabanzas. —¿Tú me admiras mucho, verdad? —preguntó el vanidoso al

principito. —¿Qué significa admirar? —Admirar significa reconocer que yo soy el

hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta. —

¡Si tú estás solo en tu planeta!

35
Eso es verdad —dijo el principito— ¿y qué haces con ellas? —Las administro. Las

cuento y las recuento una y otra vez —contestó el hombre de negocios—. Es algo

difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio! El principito no quedó del todo satisfecho. —Si

yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una

flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas!

—Pero puedo colocarlas en un banco. —¿Qué quiere decir eso? 17 —Quiere decir

que escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un

cajón ese papel. —¿Y eso es todo? —¡Es suficiente! "Es divertido", pensó el

principito. "Es incluso bastante poético. Pero no es muy serio". El principito tenía

sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores. —

Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los

que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido;

nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor

que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas... El hombre de

negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.

Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo

de reposo. Enciendo y apago una vez por minuto. —¡Eso es raro! ¡Los días sólo duran

en tu tierra un minuto! —Esto no tiene nada de divertido —dijo el farolero—. Hace

ya un mes que tú y yo estamos hablando. —¿Un mes? —Sí, treinta minutos. ¡Treinta

días! ¡Buenas noches! Y volvió a encender su farol. El principito lo miró y le gustó

este farolero que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó las puestas de sol que

en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo. —

¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras... —Yo quiero

descansar siempre —dijo el farolero. Se puede ser a la vez fiel y perezoso. El

principito prosiguió: —Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres

zancadas. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para quedar
36
siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el día durará tanto tiempo

cuanto quieras. —Con eso no adelanto gran cosa —dijo el farolero—, lo que a mí me

gusta en la vida es dormir. —No es una suerte —dijo el principito. —No, no es una

suerte —replicó el farolero... —No, nunca se sabe —dijo el geógrafo. —Tengo

también una flor. —De las flores no tomamos nota. —¿Por qué? ¡Son lo más bonito!

—Porque las flores son efímeras. —¿Qué significa "efímera"? El Principito A. de

Saint - Exupéry 20 —Las geografías —dijo el geógrafo— son los libros más

preciados e interesantes; nunca pasan de moda. Es muy raro que una montaña

cambie de sitio o que un océano quede sin agua. Los geógrafos escribimos sobre

cosas eternas. —Pero los volcanes extinguidos pueden despertarse —interrumpió el

principito—. ¿Qué significa "efímera"? —Que los volcanes estén o no en actividad

es igual para nosotros. Lo interesante es la montaña que nunca cambia. —Pero, ¿qué

significa "efímera"? —repitió el principito que en su vida había renunciado a una

pregunta una vez formulada. —Significa que está amenazado de próxima

desaparición. —¿Mi flor está amenazada de desaparecer próximamente? —

Indudablemente. "Mi flor es efímera —se dijo el principito— y no tiene más que

cuatro espinas para defenderse contra el mundo. ¡Y la he dejado allá sola en mi

casa!". Por primera vez se arrepintió de haber dejado su planeta, pero bien pronto

recobró su valor. —¿Qué me aconseja usted que visite ahora? —preguntó. —La

Tierra —le contestó el geógrafo—. Tiene muy buena reputación... Y el principito

partió pensando en su flor. XVI El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.

¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin

olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil

hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once

millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores.

Para darles una idea de las dimensiones de la Tierra yo les diría que antes de la

37
invención de la electricidad había que mantener sobre el conjunto de los seis

continentes un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos

once faroleros. Vistos desde lejos, hacían un espléndido efecto. Los movimientos de

este ejército estaban regulados como los de un ballet de ópera. Primero venía el

turno de los faroleros de Nueva Zelandia y de Australia. Encendían sus faroles y se

iban a dormir. Después tocaba el turno en la danza a los faroleros de China y

Siberia, que a su vez se perdían entre bastidores. Luego seguían los faroleros de

Rusia y la India, después los de África y Europa y finalmente, los de América del

Sur y América del Norte. Nunca se equivocaban en su orden de entrada en escena.

Era grandioso. Solamente el farolero del único farol del polo norte y su colega del

único farol del polo sur, llevaban una vida de ociosidad y descanso. No trabajaban

más que dos veces al año. XVII Cuando se quiere ser ingenioso, sucede que se

miente un poco. No he sido muy honesto al hablar de los faroleros y corro el riesgo

de dar una falsa idea de nuestro planeta a los que no lo conocen. Los hombres

ocupan muy poco lugar sobre la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que la

pueblan se pusieran de pie y un poco apretados, como en un mitin, cabrían

fácilmente en una plaza de veinte millas de largo por veinte de ancho. La humanidad

podría amontonarse sobre el más pequeño islote del Pacífico. 21 Las personas

mayores no les creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que ocupan mucho

sitio. Se creen importantes como los baobabs. Les dirán, pues, que hagan el cálculo;

eso les gustará ya que adoran las cifras. Pero no es necesario que pierdan el tiempo

inútilmente, puesto que tienen confianza en mí. El principito, una vez que llegó a la

Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Tenía miedo de haberse equivocado de

planeta, cuando un anillo de color de luna se revolvió en la arena. —¡Buenas noches!

—dijo el principito. —¡Buenas noches! —dijo la serpiente. —¿Sobre qué planeta he

caído? —preguntó el principito. —Sobre la Tierra, en África —respondió la

38
serpiente. —¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la Tierra? —Esto es el desierto. En los

desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande —dijo la serpiente. El principito se

sentó en una piedra y elevó los ojos al cielo. —Yo me pregunto —dijo— si las

estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya. Mira

mi planeta; está precisamente encima de nosotros... Pero... ¡qué lejos está! —Es muy

bella —dijo la serpiente—. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí? —Tengo problemas con

una flor —dijo el principito. —¡Ah! Y se callaron. —¿Dónde están los hombres? —

prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto... —También se

está solo donde los hombres —afirmó la serpiente. El principito la miró largo rato y

le dijo: —Eres un bicho raro, delgado como un dedo... —Pero soy más poderoso que

el dedo de un rey —le interrumpió la serpiente. El principito sonrió: —No me

pareces muy poderoso... ni siquiera tienes patas... ni tan siquiera puedes viajar... —

Puedo llevarte más lejos que un navío —dijo la serpiente. Se enroscó alrededor del

tobillo del principito como un brazalete de oro. —Al que yo toco, le hago volver a la

tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella... El principito no

respondió. —Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito. Si algún día

echas mucho de menos tu planeta, puedo ayudarte. Puedo... —¡Oh! —dijo el

principito—. Y cuando se fue acercando el día de la partida: —¡Ah! —dijo el zorro—,

lloraré. —Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero

tú has querido que te domestique... —Ciertamente —dijo el zorro. —¡Y vas a llorar!,

—dijo él principito. —¡Seguro! —No ganas nada. —Gano —dijo el zorro— he ganado a

causa del color del trigo. Y luego añadió: 25 —Vete a ver las rosas; comprenderás

que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un

secreto. El principito se fue a ver las rosas a las que dijo: —No son nada, ni en nada

se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie.

Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.

39
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas

oyendo al principito, que continuó diciéndoles: —Son muy bellas, pero están vacías y

nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente

que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que

todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal,

porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a

ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es

mi rosa, en fin. Y volvió con el zorro. —Adiós —le dijo. —Adiós —dijo el zorro—. He

aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver

bien; lo esencial es invisible para los ojos. —Lo esencial es invisible para los ojos —

repitió el principito para acordarse. —Lo que hace más importante a tu rosa, es el

tiempo que tú has perdido con ella. —Es el tiempo que yo he perdido con ella... —

repitió el principito para recordarlo.—El agua puede ser buena también para el

corazón... No comprendí sus palabras, pero me callé; sabía muy bien que no había

que interrogarlo. El principito estaba cansado y se sentó; yo me senté a su lado y

después de un silencio me dijo: —Las estrellas son hermosas, por una flor que no se

ve... Respondí "seguramente" y miré sin hablar los pliegues que la arena formaba

bajo la luna. —El desierto es bello —añadió el principito. Era verdad; siempre me ha

gustado el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve, nada se oye y sin

embargo, algo resplandece en el silencio... —Lo que más embellece al desierto —dijo

el principito— es el pozo que oculta en algún sitio... Me quedé sorprendido al

comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño

vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin

duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda

encantada por ese tesoro. Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...

—Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo

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que les embellece es invisible. —Me gusta —dijo el principito— que estés de

acuerdo con mi zorro. Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse

nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me

parecía que nada más frágil había sobre la Tierra. Miraba a la luz de la luna aquella

frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía:

"lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible... " Como sus labios

entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona de este

principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que

resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme... " Y lo sentí

más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento

puede apagarlas... Continué caminando y al rayar el alba descubrí el pozo. XXV —Los

hombres —dijo el principito— se meten en los rápidos pero no saben dónde van ni lo

que quieren. . . Entonces se agitan y dan vueltas... Y añadió: —¡No vale la pena!... El

pozo que habíamos encontrado no se parecía en nada a los pozos saharianos. Estos

pozos son simples agujeros que se abren en la arena. El que teníamos ante nosotros

parecía el pozo de un pueblo; pero por allí no había ningún pueblo y me parecía estar

soñando. —¡Es extraño! —le dije al principito—. Todo está a punto: la roldana, el

balde y la cuerda... Se rió y tocó la cuerda; hizo mover la roldana. Y la roldana gimió

como una vieja veleta cuando el viento ha dormido mucho. —¿Oyes? —dijo el

principito—. Hemos despertado al pozo y canta. No quería que el principito hiciera

el menor esfuerzo y le dije:

¿Pero qué historia es ésta? ¿De charla también con las serpientes? Le quité su

eterna bufanda de oro, le humedecí las sienes y le di de beber, sin atreverme a

hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome el cuello con sus brazos.

Sentí latir su corazón, como el de un pajarillo que muere a tiros de carabina. —Me

alegra —dijo el principito— que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Así
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podrás volver a tu tierra... —¿Cómo lo sabes? Precisamente venía a comunicarle que,

a pesar de que no lo esperaba, había logrado terminar mi trabajo. El Principito A. de

Saint - Exupéry 30 No respondió a mi pregunta, sino que añadió: —También yo

vuelvo hoy a mi planeta... Luego, con melancolía: —Es mucho más lejos... y más

difícil... Me daba cuenta de que algo extraordinario pasaba en aquellos momentos.

Estreché al principito entre mis brazos como sí fuera un niño pequeño, y no

obstante, me pareció que descendía en picada hacia un abismo sin que fuera posible

hacer nada para retenerlo. Su mirada, seria, estaba perdida en la lejanía. —Tengo

tu cordero y la caja para el cordero. Y tengo también el bozal. Y sonreía

melancólicamente. Esperé un buen rato. Sentía que volvía a entrar en calor poco a

poco: —Has tenido miedo, muchachito... Lo había tenido, sin duda, pero sonrió con

dulzura: —Esta noche voy a tener más miedo... Me quedé de nuevo helado por un

sentimiento de algo irreparable. Comprendí que no podía soportar la idea de no

volver a oír nunca más su risa. Era para mí como una fuente en el desierto. —

Muchachito, quiero oír otra vez tu risa... Pero él me dijo: —Esta noche hará un año.

Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado...

—¿No es cierto —le interrumpí— que toda esta historia de serpientes, de citas y de

estrellas es tan sólo una pesadilla? Pero el principito no respondió a mi pregunta y

dijo: —Lo más importante nunca se ve... —Indudablemente... —Es lo mismo que la

flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por

la noche. Todas las estrellas han florecido. —Es indudable... —Es como el agua. La

que me diste a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una música ¿te

acuerdas? ¡Qué buena era! —Sí, cierto... —Por la noche mirarás las estrellas; mi

casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es

mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar

todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo... Y

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rió una vez más. —¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa! —Mi

regalo será ése precisamente, será como el agua... —¿Qué quieres decir? La gente

tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías;

para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas.

Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú

tendrás estrellas como nadie ha tenido... 31 —¿Qué quieres decir? —Cuando por las

noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo,

será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben

reír! Y rió nuevamente. —Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno)

estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír

conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán

asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me

hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada... Y

se rió otra vez. —Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de

cascabelitos que saben reír... Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio. —

Esta noche ¿sabes? no vengas... —No te dejaré. —Pareceré enfermo... Parecerá un

poco que me muero... es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso...! —No te dejaré.

Pero estaba preocupado. —Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las

serpientes son malas. A veces muerden por gusto... —He dicho que no te dejaré.

Pero algo lo tranquilizó. —Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda

mordedura... Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba

con paso rápido y decidido y me dijo solamente: —¡Ah, estás ahí! Me cogió de la

mano y todavía se atormentó: —Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy

muerto, pero no es verdad. Yo me callaba. —¿Comprendes? Es demasiado lejos y no

puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado. Seguí callado. —Será como una

corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas... Yo me

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callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo: —Será

agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana

herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber. Yo me callaba. —¡Será tan

divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de

fuentes... El principito se calló también; estaba llorando. —Es allí; déjame ir solo. Se

sentó porque tenía miedo. Dijo aún: El Principito A. de Saint - Exupéry 32 —

¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene

cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo... Me senté, ya no podía

mantenerme en pie. —Ahí está... eso es todo... Vaciló todavía un instante, luego se

levantó y dio un paso. Yo no pude moverme. Un relámpago amarillo centelleó en su

tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito. Luego cayó lentamente como

cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena. XXVII Ahora hace ya

seis años de esto. Jamás he contado esta historia y los compañeros que me vuelven

a ver se alegran de encontrarme vivo. Estaba triste, pero yo les decía: "Es el

cansancio". Al correr del tiempo me he consolado un poco, pero no completamente.

Sé que ha vuelto a su planeta, pues al amanecer no encontré su cuerpo, que no era

en realidad tan pesado... Y me gusta por la noche escuchar a las estrellas, que

suenan como quinientos millones de cascabeles... Entonces me pregunto: "¿Qué

habrá sucedido en su planeta? Quizás el cordero se ha comido la flor..." A veces me

digo: "¡Seguro que no! El principito cubre la flor con su fanal todas las noches y

vigila a su cordero". Entonces me siento dichoso y todas las estrellas ríen

dulcemente. Pero otras veces pienso: "Alguna que otra vez se distrae uno y eso

basta. Si una noche ha olvidado poner el fanal o el cordero ha salido sin hacer ruido,

durante la noche...". Y entonces los cascabeles se convierten en lágrimas... Y ahí

está el gran misterio. Para ustedes que quieren al principito, lo mismo que para mí,

nada en el universo habrá cambiado si en cualquier parte, quien sabe dónde, un

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cordero desconocido se ha comido o no se ha comido una rosa... Pero miren al cielo y

pregúntense: el cordero ¿se ha comido la flor? Y veréis cómo todo cambia...

¡Ninguna persona mayor comprenderá jamás que esto sea verdaderamente

importante! Este es para mí el paisaje más hermoso y el más triste del mundo. Es el

mismo paisaje de la página anterior que he dibujado una vez más para que lo vean

bien. Fue aquí donde el principito apareció sobre la Tierra, desapareciendo luego.

Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por

África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los

ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta

ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas,

adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente

que ha regresado. ¡No me dejen tan triste! FIN.

Conclusiones

Estos cuentos entregan entretenimiento, algunas enseñanzas y además tienen

finales felices.

La infancia es una etapa importante, los cuentos les entregan fantasía, los hacen

soñar, pues la niñez es para vivirla feliz, sin preocupaciones.

¿Quién no conoce estos cuentos? ¿Quién no disfrutó de ellos?

¿Quién no sintió felicidad al final de ellos? ¿Quién no fantaseó con ser un héroe?

En la adolescencia los cuentos sirven para comprender la etapa que se vive, para

fomentar valores y ser mejores jóvenes.

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Los cuentos contribuyen a desarrollar la imaginación y la fantasía y a crear propios

mundos interiores. Un cuento puede ayudar a superar posibles conflictos y a

establecer valores. Además, favorecen la relación del niño o joven con su familia y

con los demás.

Fuentes electrónicas

http://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Antoine%20De%20Saint-Exup%C3%A9ry
%20-%20El%20principito.pdf

https://www.encuentos.com/infantiles/cuentos-para-adolescentes/

https://www.cuentosinfantiles.net/

https://www.grimmstories.com/es/grimm_cuentos/hansel_y_gretel

http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa
%C3%B1ol/Rudyard%20Kipling/El%20libro%20de%20la%20selva.pdf

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