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Copenhague, un ejemplo en

el combate al cambio
climático
Por 26 de marzo de 2019

The beginning of a ski run on the roof of Copenhagenʼs new trash incinerator, which will
help heat buildings in the city.

Medioambiente

Para 2025, la ciudad industrial danesa que alguna vez


estuvo repleta de esmog y polución por diésel, aspira a
tener una huella de carbono cero al generar más energía
renovable que la energía sucia que consume. Su ejemplo
podría cambiar las políticas ambientales de otras
metrópolis.
The beginning of a ski run on the roof of Copenhagenʼs new
trash incinerator, which will help heat buildings in the city.

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COPENHAGUE — ¿Es posible que una ciudad anule sus


emisiones de gases de efecto invernadero?

Copenhague pretende hacerlo, y pronto. Para 2025, esta


ciudad industrial de paisaje alguna vez grisáceo aspira a la
neutralidad en carbono, es decir, planea generar más
energía renovable que la energía sucia que consume.

Esto es importante para el resto del mundo porque la mitad


de la humanidad vive en ciudades y una amplia proporción
de los gases que contribuyen al calentamiento del planeta
proviene de las ciudades. Los ajustes y medidas para frenar
el cambio climático también deben venir de las ciudades,
que representan un problema y, a la vez, son una fuente
potencial de soluciones.

Con la experiencia de Copenhague, hogar de 624.000


personas, otros gobiernos urbanos de un planeta golpeado
por el calentamiento global pueden aprender qué es
posible y qué es difícil.

El alcalde Frank Jensen dijo que las ciudades “pueden


cambiar la manera en que nos comportamos, la forma en la
que vivimos, e impulsarnos a ser más ecológicos”.
Su ciudad tiene algunas ventajas. Es pequeña, adinerada y
a su población le interesa mucho combatir el cambio
climático.

Turbinas eólicas a lo largo del estrecho que separa a Dinamarca de Suecia, visto desde el
parque Amager de CopenhagueCharlotte de la Fuente para The New York Times
Se busca incentivar un menor uso de automóviles con la inauguración de una nueva línea
del metro, programada para este año, pues casi todos los residentes estarán a menos de
un kilómetro de alguna estación.Charlotte de la Fuente para The New York Times

Jensen dijo que los alcaldes, más que los políticos a nivel
nacional en Dinamarca, sienten la presión de tomar
medidas. “Somos directamente responsable por nuestras
ciudades y nuestros ciudadanos, y ellos esperan que
hagamos algo”, explicó.

En el caso de Copenhague, eso significa cambiar la manera


en que la gente se desplaza, cómo calientan sus hogares y
qué hacen con su basura. La ciudad ya ha reducido sus
emisiones un 42 por ciento en comparación con los niveles
de 2005, principalmente mediante la eliminación del uso de
combustibles fósiles para generar calor y electricidad.

Sin embargo, la política dificulta que haya más progreso. Un


gobierno municipal no puede hacer mucho sin el apoyo
absoluto de los dirigentes del país. Por ejemplo, Jensen, de
57 años y socialdemócrata de centroizquierda, no ha
podido persuadir al gobierno danés, dirigido por un partido
de centroderecha, de imponer restricciones en la capital a
los vehículos que consumen grandes cantidades de diésel.
El transporte representa una tercera parte de la huella de
carbono de la ciudad; es el sector individual más grande y
está creciendo.

El gobierno nacional, en una estrategia que los detractores


afirman motiva el uso de los automóviles privados, ha
disminuido los impuestos de matriculación de vehículos. El
ministro de Transporte, Ole Birk Olesen, dijo que el se
buscaba reducir lo que él llamó “un exceso de impuestos a
los autos”, aunque agregó que lo ideal sería que los
daneses compraran autos de cero emisiones en las
próximas décadas.

Por lo tanto, el objetivo de Copenhague de neutralizar su


consumo de carbono enfrenta un obstáculo que es común
en todo el mundo: una división entre los intereses de las
personas que viven en las ciudades y los de las que viven
fuera.

Contenedores para reciclaje en el vecindario Christiania. La ley de la ciudad establece que


el reciclaje debe separarse en ocho categorías.Charlotte de la Fuente para The New York
Times

De acuerdo con muchos políticos de la oposición y


analistas independientes, Copenhague no podrá cumplir
con su objetivo para 2025, y algunos críticos opinan que el
plan se enfoca demasiado en intentar equilibrar sus niveles
de carbono en lugar de cambiar la manera en que la gente
vive en realidad.

“Nos movemos de un lado a otro en vehículos que queman


combustible fósil, comemos muchísima carne, compramos
demasiada ropa”, dijo Fanny Broholm, vocera para el partido
ecologista Alternativet. “El objetivo de por sí no es lo
suficientemente ambicioso, y ni siquiera podemos
alcanzarlo”.

Jensen, por su lado, se siente optimista sobre lo que él


llama la “transformación ecológica” de la capital. Los
funcionarios de la ciudad afirman que este es solo el
comienzo.
Frank Jensen es el alcalde de Copenhague.Charlotte de la Fuente para The New York
Times
Una nueva línea del metro, cuya inauguración está
programada para este año, pondrá a la mayoría de los
residentes urbanos a unos 650 metros de alguna estación.
Las sendas exclusivas para bicicletas en rutas muy
transitadas ya son de tres carriles de ancho, para que
pueda desplazarse el 43 por ciento de los copenhaguenses
que van en dos ruedas al trabajo y a la escuela hasta en
días lluviosos con mucho viento (los cuales abundan).

Todo ese viento ayuda a generar la electricidad para la


ciudad. La calefacción de los edificios proviene en parte de
la quema de basura en un nuevo incinerador de alta
tecnología; eso es, la basura que sí se puede quemar, ya
que todos los edificios de vivienda tienen ocho
contenedores para distintas categorías de reciclaje.
Copenhague pretende vender unidades de energía
renovable por cada unidad de combustible fósil que
consume. La ciudad ha invertido considerablemente en
turbinas eólicas.
La rampa de esquí sobre el incinerador de basura Amager Resource Centre (Arc), desde
donde se emite vapor en vez de humoCharlotte de la Fuente para The New York Times

En el Arc se incinera el equivalente de 300 cargas de camiones de basura diarios, incluida


basura importada a Dinamarca.Charlotte de la Fuente para The New York Times

El camino hacia la neutralidad en carbono de Copenhague


se ha trazado con soluciones imperfectas.

Algunas de las centrales eléctricas de la ciudad han


cambiado el carbón por pellas de madera traídas de los
países bálticos. Eso es neutro en carbono, en principio, si se
pueden plantar más árboles para remplazar a los que se
han talado; el cambio ha ayudado a reducir las emisiones
de la ciudad de manera significativa. No obstante, quemar
madera produce emisiones, y una demanda presentada
ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea arguyó que
las pellas de madera no deberían considerarse una fuente
de energía renovable. Los detractores sostienen que hacer
grandes inversiones públicas en biomasa ahora obliga a la
ciudad a tener que seguir usándola en los años por venir.

Luego está la cuestión de la basura. Hace poco, la ciudad


inauguró un incinerador de 660 millones de dólares y 85
metros de alto, que parece una reluciente pirámide a medio
construir, con una chimenea aún más alta. Está a tan solo
unos pasos del restaurante más popular de la ciudad,
Noma. Diseñado por uno de los arquitectos más conocidos
del país, Bjarke Ingels, el incinerador tiene su propia pista
de esquí, abierta todo el año para atraer visitantes (y
recuperar parte de los gastos). El alcalde fue uno de los
primeros en probarla.

Todos los días, 300 camiones llevan basura para alimentar


su caldera gigantesca, incluida basura importada del Reino
Unido. Eso también genera una huella de carbono. Pero el
ingeniero jefe del incinerador, Peter Blinksbjerg, señaló que
los desechos de nuestra vida moderna, en vez de ser
enviados a un vertedero, se transforman en algo útil:
calefacción para los largos y fríos inviernos de la ciudad.

Los depuradores de gases eliminan la mayoría de los


contaminantes químicos antes de liberar el vapor al
exterior.

El puente Dronning Louises Bro, en el centro de CopenhagueCharlotte de la Fuente para


The New York Times

Es difícil imaginarse cómo era Copenhague en épocas


pasadas, cuando había fábricas en casi todas las calles y
los puertos lucían manchados por el petróleo. Las plantas
eléctricas usaban carbono, el aire estaba repleto de esmog
y una generación entera de habitantes prefirió mudarse a
los suburbios con mejor calidad de aire.

Las medidas impulsadas por el alcalde Jensen sí tienen


adeptos. Un sondeo de 2018 hecho por el grupo de
investigación Concito encontró que atender el cambio
climático era una de las principales preocupaciones de los
votantes. Poco más de la mitad de los encuestados se
dijeron dispuestos a cambiar su estilo de vida para lidiar
con el calentamiento global.

Copenhague ya busca blindarse también ante el impacto


del cambio climático. Las lluvias se han vuelto más intensas
y los niveles del mar alrededor de la ciudad van en
aumento. En algunos vecindarios más vulnerables la ciudad
ha creado parques para que se acumule ahí el agua
mientras pueden drenarla. Hay diques nuevos en los
puertos y se propone construir una isla artificial en el
noreste para bloquear las fuertes oleadas en casos de
tormenta.

Así que quizá no haya mejor momento político para


implementar cambios a nivel ciudad que sirvan como
ejemplo para otras urbes.

“Las personas claramente sí están preocupadas”, dijo Klaus


Bondam, exfuncionario y dirigente del cabildo por los
derechos de los ciclistas. “Si haces caso omiso eres un
político sordo”.
Casi la mitad de los habitantes de Copenhague se desplaza en bicicleta en por lo menos
parte de su trayecto.Charlotte de la Fuente para The New York Times

Martin Selsoe Sorensen colaboró con el reportaje.

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