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10. En octubre, los alcaldes ordinarios del Socorro comisionaron a don Salvador Plata
para captura a Galán en Mogotes, vivo o muerto. El día 13 de octubre de 1871, fueron
capturados a la medianoche, en Chaguanete, Galán y sus compañeros, y llevados
presos al Socorro el día 16.
SE LEE LA CONDENA
... Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y
llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente
muera; que, bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y
pasado por la llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su
cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano
derecha puesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie
derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes;
declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al
fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esa manera se dé olvido a su
infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede
otra que la del odio y espanto que inspiran la fealdad y el delito.
AMBROSIO PISCO
Nací en 1737 fui un cacique indígena recordado por participar en la Rebelión de los
Comuneros (1781-1782) que sacudió al Virreinato de la Nueva Granada.
Soy natural del pueblo de Bogotá. Chía fue el lugar de mi bautizo. Fui hijo de Antonio
Pisco y Gertrudis Pisco, sobrino e hija respectivamente de Luis Pisco, “cacique del
pueblo Bogotá”. Luis Pisco murió sin descendencia masculina, debido a lo cual
Ignacio, hermano mayor de Ambrosio, detentó el cacicazgo hasta su propia muerte.
Ignacio tuvo un hijo con la mestiza Antonia Sánchez, “mezcla de sangre” lo que lo
excluía de la sucesión. Joseph Vicente Pisco, el sobrino, cedió sus derechos
sucesorios a Ambrosio. Los caciques desempeñábamos un rol de mediación entre la
población de origen español y sus súbditos indígenas.
No asumí la función política como cacique, por restringida que esta pudiera ser, sino
hasta la coyuntura de la Rebelión de los Comuneros. De hecho, me negué a aceptar el
cargo cuando a finales de la década de 1770 se lo ofreciera el fiscal de la Real
Audiencia Francisco Moreno y Escandón (1736-1792). Hasta los acontecimientos de
1781, yo había llevado una vida dedicada a la agricultura y al comercio. Era más rico
que muchos de los criollos. En Güepsa tenía una hacienda bien vestida de ganados y
mulas; en Moniquirá una tienda de géneros, y tienda también en Santafé”. Ejercía
funciones de administrador de los monopolios de tabaco y aguardiente, y era poseedor
de la hacienda “El Cacique”, localizada en los términos del pueblo de Bogotá.
Me propuse apoyar a la fuerza expedicionaria enviada desde Santafé para detener el
avance de los sublevados, pero la derrota de esta última en Puente Real en 1781 y las
amenazas proferidas por los capitanes Comuneros me condujeron a adherirse a estos
últimos.Traté de escapar de la presión de los líderes Comuneros e intenté dirigirme a
Santafé, pero en el Boquerón de Simijaca los indígenas le aclamaron como su líder.
Asumí sin mucho entusiasmo su nuevo rol político, y me declararon “Príncipe de
Bogotá” y “Señor de Chía”, acción que junto al hecho de haber percibido tributos de los
indígenas fueron el núcleo de la acusación de traición que se entabló en su contra. El
evento más celebre en el que participé durante la rebelión se produjo poco antes de la
firma de las Capitulaciones en Zipaquirá, sucedida el 6 de junio de 1781. El 31 de
mayo, el líder comunero Francisco Berbeo (ca.1739-1795) le ordenó que con los cinco
mil indígenas que me seguían se dirigieran a las cercanías de Santafé, para evitar la
entrada a la ciudad de otros sublevados que pudieran causar desórdenes. Abogué
para que los indígenas de la Provincia de Santafé recuperaran el manejo de las minas
de sal de Nemocón, lo que implicaba que se anulara el monopolio estatal establecido
sobre dicho producto en 1777, lo que posteriormente negó rotundamente. La acción
más violenta en que participaron mis seguidores en 1781, consistió en el incendio de
la morada del administrador de las minas de sal en dicha población, acontecimiento
que condujo a la ejecución de varios de los implicados y me encarcelaron. Las
acusaciones en mi contra pudieron haberme conducido al cadalso, sin embargo, fue
indultado en 1782 por el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora que no me
consideraba sedicioso, y reconocía mi papel en la pacificación de los indígenas, por
razones políticas no podía permitir mi presencia en las cercanías de Santafé y las
provincias sublevadas. Fui exiliado a Cartagena donde morí,
Fui el candidato ideal a la jefatura de los indios. Estos me aceptaban con entusiasmo;
era un indio hispanizado sin verdadero ímpetu político, y de hecho demostrè ser un
instrumento maleable para encauzar la cólera de los indios”.
“los indios que se hallen ausentes del pueblo, cuyo resguardo no se haya vendido ni
permutado, sean devueltos a sus tierras de inmemorial posesión, y que todos los
resguardos que de presente posean les queden no sólo en el uso, sino en cabal
propiedad para poder usar de ellos como tales dueños”.
MANUELA BELTRAN