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H E T E R O PAT R I A R C A D O ?
Dijo un chino que, si conoces
al enemigo y te conoces a ti
mismo, no debes temer el
resultado de mil batallas.
¿Queremos acabar con el
heteropatriarcado? Comencemos
por comprender sus orígenes.
¿Cómo llegamos a este absurdo?
Si hoy vas al Museo de
Antropología, te encontrarás con
unas maquetas de cavernícolas
donde las mujeres cuidan bebés
y se hacen trencitas mientras los
hombres salen a cazar mamuts.
Hasta en Los Picapiedra se
reproduce esta idea de que los hombres primitivos salían a trabajar y jugar boliche mientras
las mujeres se quedaban en casa a limpiar, cocinar y hablar con sus electrodomésticos. Esta
tendencia del hombre moderno de imprimir sus costumbres sobre las civilizaciones del pasado
parece sustentada por la historia: Incluso en el Génesis de la Biblia aparece la figura del
patriarca, este señor de largas barbas que mantiene control absoluto sobre su esposa e hijas.
Desde esta historia escrita por hombres, parece que siempre ha sido así, que es el orden
natural de las cosas, pero la antropología dice lo contrario: Las excavaciones más recientes
prueban que las mujeres cazaban en igual proporción que los hombres y los bebés eran
responsabilidad de la tribu entera. La supervivencia era muy precaria como para andar
jugando a los roles de género.
El problema es que no acabaron con ella, más bien la exportaron. Los hijos de los pobres
fueron hechos soldados y enviados a fundar colonias que llegaron desde Marsella hasta
Crimea. Desde todas esas costas extranjeras, llegaron a Grecia multitudes de esclavos que
generaron una abundancia tal que hasta la plebe podía participar de la vida política y cultural
de la ciudad. Esto ocasionó que las viejas clases aristocráticas desarrollaran formas de
separarse de lo que ellos consideraban “la corrupción moral” de la sociedad. De los nuevos
ricos, pues. Se crearon códigos de honor que desdeñaban el uso del dinero y las prácticas de
los ciudadanos comunes: un hombre respetable debía ser capaz de generar en su propiedad
todo lo que necesitaba para vivir; se valoraba más el atletismo que los juegos de azar de la
plebe y los metales preciosos se reservaban para ser usados como regalos para sus otros
amigos aristócratas. El efecto en las mujeres fue mucho más severo, ya que su sentido del
honor se definía casi completamente en términos sexuales: Las aristócratas atenienses debían
ser vírgenes, modestas y castas. Las mujeres respetables debían permanecer encerradas en
casa y, si salían o participaban de la vida pública, eran consideradas poco más que prostitutas.
En Atenas, el uso del velo no era ley, era algo peor: costumbre. Si una mujer se veía en la
necesidad de salir en público, ella misma se aseguraba de cubrirse el pelo para no ser
confundida con la plebe.