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Camila

Sé que no pasamos nuestra infancia juntas, no crecimos en la misma casa, no nos despertábamos
para ir al mismo colegio, pero apareces entre mis primeros recuerdos de la infancia. Y es que como
olvidar nuestras ocurrencias a lo largo de un fin de semana o de las largas semanas libres que
teníamos en vacaciones. Para nosotras no había mejor plan que  salir a jugar al parque durante
horas, almorzar, seguir en el mismo parque, tal vez regresarnos por una chaqueta, seguir en el
mismo parque, ir por algo de comida, seguir en el mismo parque y seguir en el mismo parque; un
bucle de momentos remontados en el mismo escenario. Meditándolo no sé qué tanto interés le
veíamos al sitio que por mucho se expandía hasta donde las rejas del conjunto llegaban. Pero
deduzco que la magia del momento cambia al analizarla exteriormente y ya pasados más de 6
años.

 Podrían ser innumerables nuestros momentos pero es una tortura saber cuántas cosas habremos
hecho que ninguna de las dos recuerda (en especial yo porque soy pésima para tantos detalles)  
por mucho recuerdo nuestras salidas, los juegos, las historias inventadas, los bailes, nuestras
frecuentes ideas extremistas de subirnos al techo de los juegos o nuestras amigas en el conjunto a
quienes les gritábamos en la ventana para saber si querían salir a jugar;  independiente a eso sé
que en nuestras cabezas la concepción de felicidad y simpleza no estarían presentes pero nos
enfocábamos inconscientemente en lo de mayor valor: vivir el momento juntas.

Pero entre esas idas y venidas, de una casa a otra, nunca pensé que una seria nuestra última
oportunidad de crear recuerdos como esos, porque entre las mudanzas repentinas, los cambios,
las adaptaciones a nuevas vidas, la costumbre nos invadió el ya no volver a hacerlo.

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