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LA MOTIVACIÓN CORRECTA
EL AMOR DE DIOS: EL AMOR A DIOS Y EL AMOR A LOS DEMÁS («Porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones» Romanos 5:5): Todo en la vida tiene una razón de ser, y mucho
más si hablamos de servicio desinteresado a Dios y a los demás. ¿Por qué tomar la decisión de seguir
a Jesucristo? ¿Por qué renunciar a nuestra propia vida, a nuestros propios deseos? Aquí hacemos
bien en aclarar toda motivación interior, para no desviar nuestro camino en la vida cristiana.
Somos discípulos de Cristo no para:
- Alcanzar la salvación - Conseguir el favor de Dios.
- Ser mejores que los demás. - Cumplir una obligación religiosa.
- Obtener un cargo eclesial.
Somos discípulos de Cristo por:
- Agradecimiento a la salvación recibida - Su gracia siempre presente.
- Su paciencia para con nosotros. - Su cuidado y protección.
- Su herencia prometida, etc., etc.
El amor de Dios nos impulsa a amar a los demás: («En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros» Juan 13:35).
A. ADORACIÓN A DIOS «Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren» (Juan 4:24).
La adoración de Dios: La adoración es una actitud: de reconocimiento, gratitud, alabanza, entrega.
Es, en cualquier caso, reconocer los atributos de Dios. Reconocemos quién es Él y qué ha hecho por
nosotros. «El Padre tales adoradores busca que le adoren» (Jn. 4:23).
Todo fue creado para su gloria: La obediencia a Dios y el testimonio práctico tiene un propósito
claro: «Para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef. 1:6).
El discipulado tiene un carácter teo-céntrico: Todo ha de contribuir al reconocimiento de Dios (de
sus atributos) y de su obra. En todas las cosas Dios es el motivo y la finalidad. «Al Dios y Padre nuestro
sea gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Fil. 4:20).
La gratitud: Expresión de reconocimiento es también la gratitud: por lo que Dios es y por lo que ha
hecho, está haciendo, y hará. «Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre» (Ef. 5:20).
El objetivo del discipulado es glorificar a Dios, por medio de nuestros labios, así como de nuestra vida.
B. SERVICIO CRISTIANO «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Marcos
10:45).
El amor cristiano resulta siempre práctico, y necesariamente habrá de reflejarse en nuestro servicio
hacia los demás. No puede ser de otra manera, pues así lo enseño el Maestro: «Porque tuve hambre,
y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí» (Mt. 25:35-37). «De
cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis
(Mt. 25:40).
Servir a Dios es servir a Jesucristo, y servir a Jesucristo indudablemente es también servir a nuestro
prójimo. Todo aquel que pasa por nuestra vida, ya sea por mucho tiempo o pocos minutos, y
requiere de nuestra ayuda, tal encuentro se convertirá en una prueba (un examen). En esta prueba
-servicio a los demás- es donde demostraremos nuestro grado de seguimiento a Jesucristo.
Objetivo del discipulado: Crecer espiritualmente, siendo a la vez transformados conforme a la imagen de
Cristo, en madurez, con el objeto de buscar la edificación del cuerpo de Cristo, a través de nuestro
ministerio.