Freud y su Tiempo.
Estamos en 1909, Freud ha publicado “La Interpretación de los Sueños” (1900), “La
Psicopatología de la Vida Cotidiana” (1901), Tres Ensayos de Teoría Sexual” (1905), y
se preocupa ya por el Psicoanálisis aplicado: un texto sobre “La Indagatoria Forense y el
Psicoanálisis” (1906); otro, en 1908, sobre “El Creador Literario y el Fantaseo”.
En ese año, uno de sus primeros discípulos, Sandor Ferenczi, imparte una conferencia en
Salzburgo sobre el tema “Psicoanálisis y Pedagogía”, en la cual cuestiona, en nombre del
Psicoanálisis el carácter represivo de la educación de entonces y ve en la pedagogía un
“caldo de cultivo de las más diversas neurosis”, que “descuida la verdadera psicología del
hombre”, cultiva la represión de las emociones y lleva a una “ceguera introspectiva” (1.
Al año siguiente, un pastor pedagogo apasionado del Psicoanálisis, Oscar Pfister, envía a
Freud dos textos que evocan el proyecto de una pedagogía que toma en cuenta los
descubrimientos del psicoanálisis): uno intitulado “Alucinación y Suicidio en los
Escolares”, y el otro “Cura Psicoanalítica de Almas y Pedagogía Moral”. Freud le
responde en 1909, que se adhiere a un proyecto que se inscribe en la posibilidad de
extender el psicoanálisis a otras disciplinas, como la pedagogía. Se sabe que este es el
comienzo de toda una correspondencia entre los dos hombres (2).
Cuando en 1913, Pfister escribe un libro sobre “La Méthode Psychanalytique”, que
pretende introducir el psicoanálisis en su programa de enseñanza para los educadores y
pastores, Freud escribe una “Introducción” en la que encontramos estas palabras:
De igual manera, hay otros en este período que participan en esta “inauguración”.
Siegfrid Bernfeld publica en 1925 un panfleto (actual en muchos aspectos) intitulado
“Sísifo o los Límites de la Educación”, que cuenta notablemente con páginas muy fuertes
sobre “El Amor Paradójico” exigido a los pedagogos. También August Aichhorn, quien
escribe un libro el mismo año: “Juventud Descarriada”, con un prefacio de Freud, en el
cual dice: “de todas las utilizaciones del psicoanálisis ninguna ha encontrado tanto
interés, despertado tantas esperanzas... que su aplicación a la teoría y a la práctica de la
educación de niños”.
Entre tanto, surge la Revue de Pedagogie Psychanalitique. Esta durará de 1926 a 1937.
Freud felicita a los responsables de su aparición, Hans Meng y Ernst Schneider, en un
ejemplar de promoción, en estos términos: “Ustedes se han ganado con esta creación el
reconocimiento de un gran número de personas”. Se puede decir que durante toda esta
época la idea de la aplicación del Psicoanálisis a la educación (o a la pedagogía) se va
abriendo paso, aún cuando términos como “pedanalysis” utilizado por Pfister son
rápidamente abandonados.
Asimismo, Freud redacta en 1933 el texto más completo (y el más conocido) sobre las
relaciones entre psicoanálisis y educación en la famosa “6e. Conference” de las Nuevas
Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (4), donde podemos leer: “La aplicación
del psicoanálisis a la pedagogía, a la educación de la generación siguiente” es un tema
“particularmente importante entre todo aquello de lo que se ocupa el psicoanálisis”.
Así, Freud parece haber asumido esta importancia a partir de 1909. Pero ¿cómo
visualizaba él, el proceso mismo de esta “aplicación”? Entre 1909 y 1912, la educación
es vista como un factor de vocación, virtual o realmente patógeno, en la medida en que la
represión social de las pulsiones es un factor de neurosis. Pero esta puede ser incitadora:
una ayuda en el dominio del principio del placer por medio de la adaptación y la
sublimación.
Al mismo tiempo, Freud señala el aspecto educativo del proceso terapéutico, siendo una
especie de educación tardía, de post-educación. En 1913, educación y terapia son
consideradas como complementarias; es testimonio de esto la “Introducción” al libro de
Pfister. La educación debe ser profiláctica y tener como objetivo evitar la formación de
neurosis; la psicoterapia corrige una evolución patológica por medio de su acción
reeducadora. Una orientación psicoanalítica de la educación debería evitar en gran
medida la formación de neurosis.
En un texto de 1913, publicado en la revista italiana 2Scientia” sobre el tema del interés
del psicoanálisis, se lee (5):
“Una vez que los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis,
encontrarán más sencillo reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil, y no
correrán el riesgo, entre otros, de exagerar las mociones pulsionales socialmente inútiles
o perversas en el niño .... Nuestras mejores virtudes nacen como formaciones reactivas y
sublimaciones de nuestras peores disposiciones. La educación debería preocuparse
cuidadosamente por satisfacer estas fuentes de fuerzas fecundas y limitarse a favorecer
los procesos por los cuales estas energías son conducidas por el buen camino. Es en una
educación psicoanalíticamente orientada donde reposa aquello que podemos esperar de
una profilaxis individual en las neurosis”.
¿Sería posible el advenimiento de una nueva generación de hombres?. Optimismo de
entonces, se ha dicho. En todo caso este optimismo no lo encontramos en el “Prólogo” de
1925 al libro de Aichhorn (6). Por un lado, Freud entretanto ha complicado su esquema
de la formación de neurosis, y por el otro, la educación , y más precisamente la pedagogía
no pueden ser concebidas solamente bajo el aspecto de una profilaxis. El trabajo
educativo es un trabajo sui generis que no debería ser confundido con la intervención
psicoanalítica, ni reemplazado por esta.
Difíciles problemas le son planteados al educador que debe recorrer “entre el escollo del
dejar hacer y el escollo de la prohibición”, para “reconocer la naturaleza particular de la
constitución del niño, adivinar, guiándose por signos apenas perceptibles, lo que se
desarrolla en su vida psíquica inacabada, otorgarle la justa medida de cariño y conservar,
sin embargo, una autoridad eficaz”. Antes estas difíciles condiciones, ¿no sería la
formación psicoanalítica la única preparación adecuada para la profesión de educador?.
“El análisis de los maestros y educadores parece una medida profiláctica más eficaz aún
que el de los niños”.
Este texto queda, sin embargo, lo suficientemente ambiguo como para dar lugar a
numerosas exégesis (7). Queda claro, ciertamente que Freud, al proponerla aplicación del
psicoanálisis al campo de la educación, se refiere a una educación psicoanalítica, es decir,
una educación actualizada en el marco escolar o familiar que se inspire en los trabajos del
psicoanálisis. Sin embargo, el cómo de esta actualización no está en absoluto explicitado,
más allá de la sugerencia del análisis de los maestros.
De igual manera, Freud es prudente frente a las posibilidades reales de tal proyecto
(retomado en aquella época por algunos autores de la Revue de Pédagogie
Psychanalytique, pero considerado como imposible por otros, y en suma, por Freud
mismo). Por otro lado, una cuestión de fondo se trasluce en este texto, en lo que
concierne al mismo estatus del concepto (o de la operación misma) de aplicación.
¿Será que entre el psicoanálisis, que tiene sus propios objetivos y su propia verdad, y la
educación, cuya función es la adaptación a un orden, hay disparidad en algún lugar?. Aún
más, ¿la aplicación estaría impregnada con la marca de la irreductibilidad y conduciría a
un callejón sin salida?. En todo caso, aquellos que escribe entre 1926 y 1932 en la Revue
de Pédagogie Psychanalytique no plantean este tipo de preguntas y, si aportan respuestas,
prueban de alguna manera el movimiento en marcha.
Tres textos de la Revue .... que estudian en la relación maestro-alumno bajo el ángulo de
la transferencia pueden ser considerados como un verdadero prólogo a la concepción de
los conocimientos analíticos como elementos útiles para la elucidación de la relación
educativa. En 1929, Edmund Fisher plantea en Le sexe et le transfert, que la transferencia
juega un papel decisivo en la relación maestro-alumno, y advierte contra el
establecimiento o la aceptación en la escuela de una transferencia positiva del estudiante
sobre el maestro, particularmente cuando se trata de maestros hombres en salones de
niñas.
Es interesante anotar que estos textos fueron publicados con anterioridad a la 6ª.
Conferencia de Freud y son, en cierta manera, más avanzados respecto a los desarrollos
posteriores de un psicoanálisis aplicado a la educación, el cual no se puede leer sino muy
finamente en Freud (9). Son a la vez representativos de una tendencia que distingue,
como no lo hizo Freud, la problemática de la educación (que incluye la educación
familiar y la educación escolar), de la problemática pedagógica, en el marco especifico de
la escuela, de las relaciones maestro-alumno que se instituyen y de la personalidad del
pedagogo.
Después de Freud.
Psicoanálisis y Educación.
Hoy en Día.
Si dejamos de lado los problemas planteados por el análisis de niños y adolescentes, en
cierta manera problemas de orden estrictamente analítico, la problemática de la
aplicación o del uso del psicoanálisis en el campo de la escuela puede ser esquematizada
como sigue:
En las dos últimas décadas, estas dos formas de aplicación (inspiración inmediata de una
práctica, lectura en referencia a un saber), comparten investigaciones y publicaciones a
pesar de que la segunda, más reciente, sea notablemente la más heurística.
Mauco centra más su análisis sobre esta comprensión, aportación del psicoanálisis, que
sobre la cura. Desarrolla el problema de la identificación con el maestro y el de la
transferencia, en una perspectiva cercana a lo que hemos denominado segunda forma de
aplicación. La pedagogía psicoanalítica es evocada por la misma época en Alemania
(1969), en una obra de Walter Schraml, “Initiation á la pédagogie psychanalytique (11),
quien retoma estos textos anteriores de Meng y de Zulliger sobre la sublimación y
elabora una tipología psicoanalítica del educador, introducción a preceptos relativos a su
higiene mental. Pero es sobre todo en la pedagogía institucional en la que se desarrolla lo
que se puede llamar la infiltración del psicoanálisis en la teoría pedagógica.
La cuestión es la del sentido mismo de esta inspiración y de aquello que se deja implícito
bajo el concepto de Saber psicoanalítico. La mayúscula que hemos puesto
intencionalmente al término no debería implicar la concepción monolítica de un corpus
teórico, especie de paradigma cerrado, sobre el cual habría un consenso inamovible. Por
otra parte, lo que interesa a la educación es también un saber que, por ser analítico, no es
menos logrado por la experiencia de psicoanálisis de niños o de reeducación (por
ejemplo), que por la referencia a dicho corpus analítico.
Si existe saber o “Saber”, se puede indicar con este término aquello que, del corpus
general, interesa más particularmente a la educación: teoría de la sexualidad infantil, el
Edipo, las identificaciones, etc.; o aquello susceptible de ser producido por la
investigación en el saber especifico del campo educativo.
Tal uso puede tomar la forma de análisis del discurso: el discurso escrito de los teóricos
de la pedagogía, el discurso obtenido de entrevistas con maestros, alumnos y otros
actores del juego educativo; pero también lo que se denomina el discurso institucional
que muestra al colectivo. Puede también adoptar la forma de análisis de observaciones –
observaciones de clase, de prácticas pedagógicas. Material que hay que descifrar para
leer aquello, de lo pedagógico, que proviene del inconsciente.
Mencionaremos sólo algunos temas que han dado lugar estos últimos quince años. Se
refieren a la situación del alumno en su relación con el maestro, con el saber, la relación
maestro-alumno, el grupo. Siendo la escuela lugar –institucional—de transmisión de
saberes, y basándose en la actividad intelectual del alumno, no podemos menos que
preguntar como analistas, sobre aquello que funda en el alumno el deseo de saber, el
funcionamiento y el destino de las pulsiones libidinales ligadas a este deseo, la forma
como se da la sublimación.
En la misma perspectiva, Claude Rabant, a partir de una lectura analítica del Emilio y de
numerosos textos de teóricos de métodos activos, tales como Claparéde, Ferriéres,
analiza aquello que, de toda pedagogía, es del orden de la astucia y tiene por objeto
sustituir el deseo de saber del alumno por el deseo de otro de saber (16).
Esta última obra, a partir de entrevistas no-directivas con maestros y con alumnos, tiene
por objetivo el análisis de la dinámica inconsciente de la relación pedagógica y de los
fantasmas subyacentes. Janine Filloux plantea la hipótesis de un “contrato de posición”
de naturaleza pedagógica e imaginaria entre los actores, donde, bajo la apariencia de un
contrato racional, juegan los elementos efectivos del amor y del odio. Así, se abre una
interrogación sobre la racionalidad del orden escolar. ¿orden consumador u orden
sublimador? (20).
Utilizando una metodología análoga a aquella de Janine Filloux y Marie Claude Baietto,
Claude Puyade Renaud se ha encargado por su lado, de profundizar el discurso sobre el
cuerpo en los maestros y en los alumnos: buscando la sexualización de la relación
pedagógica, y de la teatralización del cuerpo, con el doble surgimiento de un “cuerpo
imaginario” y de un “cuerpo simbólico”, el juego de la homosexualidad y de la
heterosexualidad fantaseadas (21).
De manera más general, se puede plantear la cuestión del interés de la aplicación del
psicoanálisis para el maestro, incluso a nivel de una teoría de la enseñanza. Si se trata de
la aplicación inmediata de un savoir-faire psicoanalítico en el marco de una “pedagogía
psicoanalítica”, es por supuesto, la relación pedagógica en el sentido de una metodología
de la relación lo que está en juego. Pero, ¿qué hay con este interés en el plano de esta
lectura del campo pedagógico que acabamos de mencionar, ya sea que se trate de la
utilización intelectual del saber psicoanalítico, o de la asunción de una posición de
analista?
Se ha visto que Jean pierre Bigeault y Gilbert Terrier hablan de una “ilusión
psicoanalítica” en educación. Al contrario, otros como Daniel Hameline ven en el
psicoanálisis la vía que más nos aclara sobre la pasión de instruir, la relación con el saber
y los fracasos de la educación. Nosotros no haremos sino retomar in fine, estas líneas del
resumen de la Comisión “Psicoanálisis y Educación” del Congreso de 1973, refiriéndose
a la posición del educador con relación a las investigaciones de tipo psicoanalítico:
“Hay una posibilidad para que la lectura del campo pedagógico y educativo, y la lectura
de sí mismo en ese campo, pueda cuestionarlo sobre su práctica y ponerlo en situación de
crear” (24)
Notas.-