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introducción
Didiana Sedano
Proyecto Refugio Barragán de Toscano
Introducción
sus constantes erupciones y retumbidos amenaza de bandidos; abrigo de pasiones bastardas, y depó-
devorarlo todo y reducir a cenizas al atrevido que sito impenetrable de tesoros incalculables; tesoros
se acerque: el otro esbelto y elevado con su verdor buscados hasta en épocas muy recientes, como lo
eterno, sus pájaros, sus flores, sus aromas, sus ver- atestiguan algunas fechas grabadas en la corteza de
algunos árboles, por la mano de osos expediciona-
tientes de agua cristalina, remedando cintas azuladas,
rios, a muchos de los cuales conozco, y que a fuerza
espejos claros, cuyo tenue rumor atrae a las palomas de lucha y de trabajo constante, aunque infructuo-
que gustan de mirarse en ellas, y mojar sus plumas so, pueden proporcionarnos datos verídicos sobre la
durante el calor; su cráter coronada de blanca nieve, construcción de esos subterráneos.
remedando, a los rayos del sol, la toca de una virgen; En ella se enseñorearon los bandidos por
o la luz de la luna, el pálido sudario de un muerto largo tiempo, bajo el mando de diversos capitanes,
esa azul montaña, repito ha tenido siempre para mi célebres por su rapiña, ferocidad y valor.
alma un encanto desconocido, sublime y grandioso, Uno de ellos, y quizá de los más célebres,
que atrae y conmueve sus mas secretas fibras. por sus crímenes, fue sin duda, Vicente Colombo,
Por espacio de largos años cuando la juven- del que me ocuparé en el presente libro; se hace
tud me sonreía, y las ilusiones rebullían en mi ce- mas que trasladar al papel, aunque ligeramente ata-
rebro como bandadas de alegres mariposas, la han viada con el lenguaje de la ficción y de la novela, la
contemplado mis ojos con alegría, con admiración, relación que de sus hechos me hizo una tarde la tía
con entusiasmos. Y en esas horas de arrobamiento, Mariana.
ha vibrado mi lira, bajo la presión del sentimiento, y La tía Mariana era una viejecita simpática,
he cantado su belleza agreste y poética. divertida, y que solía contarme mil cosas que yo es-
Hoy la miro aún con la misma alegría; pero cuchaba siempre con gusto.
no con la misma idealidad de entonces. Era una de esas mujeres que todo lo inquie-
Ella, es cierto, no ha cambiado de verdor ni ren, lo profundizan, lo cuentan y lo abultan, con
de forma, su belleza es la misma; pero mi corazón… frases exageradas y agradables al mismo tiempo.
¡cuánto ha cambiado! Cuando refería algún acontecimiento, re-
A su vista, mil recuerdos tristes se agolpan a velaba en su acento, en sus palabras y hasta en sus
mi memoria, mil fantasmas errantes asaltan la ima- ademanes, tal animación, que parecía que sus esce-
ginación; y mis ojos creen mirar las terribles escenas nas se desarrollaban realmente a los ojos del que la
que se agitaren en su seno durante más de 40 años, escuchaba.
uy que hacen de ella, la montaña temible de las tra- En una palabra; la tía Mariana interesaba la
diciones, el testigo inquebrantable del bandalismo, imaginación, sin cansarla, divertía y amenizaba la
que enseñoreado allí, formó una época de recuerdos monotonía de las horas, con tal que se la pudiese
desagradables y terribles. escuchar.
Porque esa montaña, huequeada en la mi- Básteme esto. Para que se me perdone que
tad de su base por intricados subterráneos, desco- bajo la impresión de sus palabras, haya trazado mi
nocidos hasta hoy en su mayor parte, fue guarida de
mano los cuadros que forman la presente novela;
Libro I
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garita, o simplemente se ocupaban de dar un paseo, el ambiente de la noche, formaban ese poético rumor
corceles, y guardando silencio. encargado con todo mi gusto y sin gran trabajo, por
Al llegar al Pedregal, y ya en un punto en que aquello de…
los huizaches, formaban una sombra oscura y compac- —“Quien roba o mata ladrón tiene…”
ta, torcieron hacia la derecha, tomando una estrecha Teodoro se interrumpió con malicia,
vereda, difícil y pedregosa, por la cual comenzaron a —¡Cien años de perdón exclamó el Capitán
subir hacia la falda del Volcán. completando la frase y riendo socarronamente. Has
Aquel estrecho camino, les era sin duda, muy acertado. Pero volviendo al mal percance que pudiera
conocido, porque caminaban sin prisa, y sin cuidarse habernos sucedido, ya ves que la suerte nos fue favora-
mayor cosa de las grietas, rocas, y aberturas, que tienen ble como siempre. Me envanezco de tener 17 años rei-
generalmente todas las montañas. nando en esta montaña. Sin que todo este tiempo haya
Habían andado así cosa de dos horas, y co- fracasado ninguna de mis empresas. Tú eres un testigo
menzaban a bordear una bellísima barranca, sombreada de ello.
por altos y flexibles ocotillos, cuyas ramas movidas por —Si, mi Capitán; pero lo que no me cabe en
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la mollera, es que háigamos a ido a Zapotlán en pleno naba en punta, desde allá siguieron culebrillando un
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que aún se veían nacidos de él, algunos mechones de estas, sobresalía, de la misma roca, una especie de nariz
una alta roca, saliente hacia adentro; y tornó a salir, ase- dos aquellos hombres con acento vinoso y cara repug-
gurando bien por medio de un resorte, aquel gran ta- nante.
blón adherido a la roca. El Pinacate, como sus compañeros le llama-
Ya fuera otra vez, retrocedió doce pasos; le- ban, no se hizo del rogar; y doblando las piernas fue a
vantó una piedra, y desapareció por una hendidura que sentarse en un claro, que los otros replegándose, habían
esta guardaba, dejando caer la piedra tras sí. Encendió dejado.
una linterna, y casi arrastrándose, porque no podía ser —Mucho has estado fuera ¿qué traes de nue-
de otra manera, atravesó un subterráneo, a cuyo tér- vo? Preguntó uno.
mino. La oquedad ensanchándose tenía la figura de un —Lo de siempre, dijo el Pinacate con énfasis,
cuadrado perfecto. que el señor gobierno pela el ojo y nos sigue la pista.
Aquella cueva, labrada a pico por la mano del —¡Bah! Ese señor no dará con nosotros por
hombre, era digna de estudio, por lo bien pulido de más que se desnarice, dijo otro con desprecio.
sus paredes altas e iguales. En el centro de cada una de —No hay que fiar, valecito, exclamó el más
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viejo: tarde o temprano se pagan las deudas; y nosotros una espesa ceja, que dilatando sus extremos sobre la
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termino al dialogo de sus camaradas, dejad a un lado Entretanto el Capitán, siguiendo por su es-
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un bandido miserable, sino como la hija de un Coronel sonrisa de soberano desprecio se dibujó en sus labios.
subterráneos, tan conocidos de él; penetremos a su Una risa burlona siguió a estas palabras.
lado, a otra cueva pequeña, y cuyas paredes parecían El prisionero se mordió los labios hasta ha-
desmoronarse sobre su cabeza. cerse sangre. No era necesario que su antagonista le
¡Nada más lóbrego ni triste que aquel oscuro burlarse de aquella manera. Demasiado comprendida,
rincón, donde Colombo acababa de penetrar! Podría de aquel profundo sepulcro, solo la Providencia podía
decirse con propiedad, que era una tumba, donde el salvarle; y como buen cristiano, esperaba en ella. ¡Es tan
sepulturero aun arrojaba la tierra que debía cubrirla. dulce esperar!
Una escasa luz iluminaba sus ángulos, como un reflejo Hay un adagio que dice: “La esperanza es la
tan débil, como el que despide el moribundo de su última muerte”.
apagada pupila; y nada allí denunciara la existencia de Este adagio se confirman diariamente en cada
algún ser viviente, sí al oído no llegara el eco débil y uno de los descendientes de Adán, que son innumera-
vago de una respiración cortada y afanosa. bles como las estrellas, si desde el Paraíso, los contamos,
Colombo giró la vista en torno suyo, y una sujetándolos a la aritmética.
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La esperanza, ese fanal bellísimo de blanca luz, El prisionero sonrió amargamente; murmu-
medios necesarios para vuestra seguridad. La menor —Está bien, os haré matar como a un perro.
tentativa de evasión por vuestra parte, será una senten- —Os he dicho que no me arredra la muerte,
cia de muerte. ¡dádmela! El frío puñal del asesino herirá mi pecho sin
—¡La muerte! No le temo: ella me librará de hacerle temblar.
veros, interrumpió el preso con acento resuelto. El bandido apretó los puños lívido de cólera.
—Y sin embargo, prosiguió el Capitán, con —Sea, ya que lo queréis, añadió, el bandido
un tono de voz, en que se revelaba la convicción del reponiéndose, el asesino como me llamáis no os mata-
sentimiento; cuando se tiene una buena esposa y una rá, porque fuera poco a su sed de venganza. Tenéis una
hija tan bella como la que usted tiene, debe ser muy hija… ¿sabéis lo que será de ella?
doloroso bajar al sepulcro, dejándolas en la miseria; y El prisionero como si presintiese lo horrible
más cuando, como usted posee los medios, no solo de de esta amenaza apenas indicada, exclamó con angus-
aliviar esa miseria, sino de volver a verlas para vivir tia:
siempre a su lado. —¡Oh, callad, callad!
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El bandido aparentando no escucharle, prosi- —No tengo necesidad de perder tiempo: ¡un
grande infamia? ¿Qué os ha hecho mi hija para que así y lo colocó sobre una piedra lisa que sobresalía de una
la aborrezcáis? ¡Oh! de aquellas negras paredes.
—¿Os a dicho alguien que la aborrezco? No, —Podéis escribir, voy a dictar:
pero está sentenciada a pagar los caprichos de su padre, El pobre hombre arrimó una silla que se le ha-
quien fácilmente la salvaría, si la amase como yo amo a bía destinado como gracia especial, en aquella horrible
mi hija. prisión; y sentándose, se dispuso a escribir.
—Pues bien, exclamó el preso con desespe- Un terror convulsivo agitaba todo su cuerpo;
ración; ¡matadme! ¡hacedme pedazos, ya que estoy en y gruesas gotas de sudor inundaban su frente.
vuestro poder; pero respetad la familia de un infor- —Podéis comenzar, dijo el bandido con ale-
tunado, que no tiene más delito que parecerse a vos gría salvaje; y comenzó a dictar de esta manera:
físicamente. —”Yo Vicente Colombo, hallándome cercano
El Capitán le contempló largo rato con los al sepulcro declaro: que hace 17 años tengo secuestra-
brazos cruzados, y dijo enseguida, con calma estudiada. do al coronel Pedro Miranda; cuyo nombre, apellido y
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título, llevo desde entonces, aprovechando el parecido