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Proyecto Refugio Barragán de Toscano

Proyecto Refugio Barragán de Toscano

introducción

Estimado lector, este capítulo que tienes en tus “ma-


nos” es la primera entrega de varias que se harán cada
lunes, a partir de la primera semana de marzo, hasta
culminar con la emblemática novela de Refugio Ba-
rragán de Toscano, La hija del bandido o Los subte-
rráneos del Nevado.
Sin más interés que el de contribuir a la di-
fusión de la obra de la escritora decimonónica Refu-
gio Barragán de Toscano (1843-1916), este proyecto
denominado RBT, suma una edición más de La hija
del bandido a las ya existentes que han sido, todas y
cada una de ellas, importantísimas para mantener viva
la obra de la primera mujer en publicar novela en
México. (1884).
Desde 1887 a la fecha La hija ha sido un fe-
nómeno de ventas, si bien no es la primera novela de
doña Refugio Barragán, si es la que más lectores le ha
dado. Las aventuras o los supuestos tesoros del bandi-
do Vicente Colombo cautivan a propios y extraños.
Esta primera entrega va dedicada al trabajo
2020 Proyecto Refugio Barragán de Toscano Zapotlán el de investigación del Dr. Ignacio Moreno Nava, espe-
Grande, Jalisco; México. proyecto.refugiobarragan@gmail. cialista en Martín Toscano, el personaje en que está
com facebook.com/refugiobarragancarrillo inspirada la historia del bandido de los subterráneos
del Nevado y del Camino Real de Colima. Martín
Toscano, héroe preinsurgente y tío abuelo de Esteban,
esposo de Refugio Barragán, es el verdadero Vicente
Colombo.

Didiana Sedano
Proyecto Refugio Barragán de Toscano

Introducción

Al poniente de Ciudad Guzmán, (antiguamente


Zapotlán,) eleva su gallarda cumbre una bellísima
montaña, conocida con el nombre de “Nevado de
Colima”, por hallarse dentro de los límites del Es-
tado de su nombre; y colocada allí por mano de
Dios, para acabarle de hermosear, haciendo aparecer
su cúspide a la altura de 3,600 varas sobre el nivel
del mar, y rodeada en su falda de una vegetación
rica y exuberante, como lo demuestran esos grandes
bosques de palmeras, y tanta multitud de árboles y
plantas, que hacen de Colima un pedazo aquel pa-
imagen: Aldo Santoyo Cabezas raíso encantado, que arruyó la inocencia de nuestros
primeros padres.
Esa azul montaña, divida en dos altos pica-
chos; el uno árido, consumido por la erupción de
sus fuegos internos, ostentando su pavorosa mele-
na de humo y fuego, bajo la cual se desgajan rocas
calcinadas, lavas ardientes, que vienen por decir así,
formando una muralla en torno del coloso, que con
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sus constantes erupciones y retumbidos amenaza de bandidos; abrigo de pasiones bastardas, y depó-
devorarlo todo y reducir a cenizas al atrevido que sito impenetrable de tesoros incalculables; tesoros
se acerque: el otro esbelto y elevado con su verdor buscados hasta en épocas muy recientes, como lo
eterno, sus pájaros, sus flores, sus aromas, sus ver- atestiguan algunas fechas grabadas en la corteza de
algunos árboles, por la mano de osos expediciona-
tientes de agua cristalina, remedando cintas azuladas,
rios, a muchos de los cuales conozco, y que a fuerza
espejos claros, cuyo tenue rumor atrae a las palomas de lucha y de trabajo constante, aunque infructuo-
que gustan de mirarse en ellas, y mojar sus plumas so, pueden proporcionarnos datos verídicos sobre la
durante el calor; su cráter coronada de blanca nieve, construcción de esos subterráneos.
remedando, a los rayos del sol, la toca de una virgen; En ella se enseñorearon los bandidos por
o la luz de la luna, el pálido sudario de un muerto largo tiempo, bajo el mando de diversos capitanes,
esa azul montaña, repito ha tenido siempre para mi célebres por su rapiña, ferocidad y valor.
alma un encanto desconocido, sublime y grandioso, Uno de ellos, y quizá de los más célebres,
que atrae y conmueve sus mas secretas fibras. por sus crímenes, fue sin duda, Vicente Colombo,
Por espacio de largos años cuando la juven- del que me ocuparé en el presente libro; se hace
tud me sonreía, y las ilusiones rebullían en mi ce- mas que trasladar al papel, aunque ligeramente ata-
rebro como bandadas de alegres mariposas, la han viada con el lenguaje de la ficción y de la novela, la
contemplado mis ojos con alegría, con admiración, relación que de sus hechos me hizo una tarde la tía
con entusiasmos. Y en esas horas de arrobamiento, Mariana.
ha vibrado mi lira, bajo la presión del sentimiento, y La tía Mariana era una viejecita simpática,
he cantado su belleza agreste y poética. divertida, y que solía contarme mil cosas que yo es-
Hoy la miro aún con la misma alegría; pero cuchaba siempre con gusto.
no con la misma idealidad de entonces. Era una de esas mujeres que todo lo inquie-
Ella, es cierto, no ha cambiado de verdor ni ren, lo profundizan, lo cuentan y lo abultan, con
de forma, su belleza es la misma; pero mi corazón… frases exageradas y agradables al mismo tiempo.
¡cuánto ha cambiado! Cuando refería algún acontecimiento, re-
A su vista, mil recuerdos tristes se agolpan a velaba en su acento, en sus palabras y hasta en sus
mi memoria, mil fantasmas errantes asaltan la ima- ademanes, tal animación, que parecía que sus esce-
ginación; y mis ojos creen mirar las terribles escenas nas se desarrollaban realmente a los ojos del que la
que se agitaren en su seno durante más de 40 años, escuchaba.
uy que hacen de ella, la montaña temible de las tra- En una palabra; la tía Mariana interesaba la
diciones, el testigo inquebrantable del bandalismo, imaginación, sin cansarla, divertía y amenizaba la
que enseñoreado allí, formó una época de recuerdos monotonía de las horas, con tal que se la pudiese
desagradables y terribles. escuchar.
Porque esa montaña, huequeada en la mi- Básteme esto. Para que se me perdone que
tad de su base por intricados subterráneos, desco- bajo la impresión de sus palabras, haya trazado mi
nocidos hasta hoy en su mayor parte, fue guarida de
mano los cuadros que forman la presente novela;
Libro I

La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado


cuyo argumento se adapta a las tradiciones vulgares,
o no, que se cuenta de esa montaña deliciosa; que la
tía Mariana supo presentar a mis ojos como morada
de vivientes y envuelta en el misterio del crimen; de
Los bandidos de camino real
esa montaña donde se cree existen inmensos tesoros;
y donde, no puede negarse, se encuentran grandes y
extensas cuevas subterráneas labradas a pico y mano
del hombre.
Termino esta introducción, suplicando a mis
Capítulo I
lectores, me juzguen como simple novelista y no
Como narradora de hecho verídicos.
Lo que escribo no es más que una nove- La víspera de un cumpleaños
la desarrollada como dije antes, al influjo de tradi-
ciones puramente vulgares, que si tienen un origen
verdadero, sólo las habré pasado al papel, embelleci-
das con el lenguaje de la ficción y de la poesía.

El toque de oración resonaba en las vecinas rocas, re-


percutiéndose pausadamente en cada uno de sus altos
La autora vericuetos, y comunicando al último miraje del día,
esa melancolía, mezclada con tristeza y de cansancio,
en que tanta parte toman las fatigas y rumores que se
alejan, como el reposo que se vislumbra ya cercano.
La ronca voz de la campana que despide al
día, vibraba aun, ronca y clamorosa, cuando dos hom-
bres, recatándose cuanto podían a las miradas curiosas
de los transeúntes; montados en briosos caballos, que
hacían saltar chispas de lumbre, bajo la presión de sus
herraduras chocadas con las piedras; perfectamente
embozados con grandes sarapes del Saltillo, y los som-
breros de anchas alas, calados hasta los ojos, salían de
C. Guzmán, por la calle recta de San Pedro.
A juzgar por las apariencias, aquellos hombres
parecían ser dos buenos amigos, que se dirigían a la

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garita, o simplemente se ocupaban de dar un paseo, el ambiente de la noche, formaban ese poético rumor

La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado


gozando la frescura de una noche tibia, embalsamada y que puede llamarse, la armonía de la sierra, por la me-
envuelta en los efluvios transparentes de la luna llena; lancólica dulzura que infunde al corazón.
de esa viajera incansable de los espacios, cuya redonda Uno de los nocturnos viajeros, y que era el
cara, parece sonreír a la naturaleza; de esa lámpara de mismo que había contestado al guarda, dirigió enton-
oro que surge entre las estrellas, con la misma altanería, ces una mirada recelosa en torno suyo, y cerciorado sin
que una reina entre sus damas. duda, de que nadie podría escucharle, dijo a su compa-
Al llegar frente de la garita, se vieron detenidos ñero.
por un guarda, que marcándoles el alto, les preguntó: —Nos hallamos en la barranca del Arroyo
—¿Quiénes sois, y a dónde vais? Seco: los peligros disminuyen, podemos hablar algo,
—Pertenecemos a la policía secreta, y vamos a porque ya la boca nos apesta a cobre.
Zapotiltic, donde sabemos que merodean unos pilletes, —Es verdad, mi Capitán, contestó el que mar-
hijos de caco, contestó uno de ellos en voz baja. chaba a su lado; rato hace que la sin hueso no hace
—La contraseña, insistió el guarda. su oficio… después de un momento, añadió como re-
—“Seguridad por la Corona de Castilla”, con- flexionado:
testó el interpelado al oído del guarda, como si temiese —¡Qué diablos! Si los guardas no fueran tan
que sus palabras fueran escuchadas por algún extraño. caballos como todos los gobierneros, está noche nos
—¡Adelante y buen éxito! —Exclamó el guar- hubieran atrapado: porque la luna no deja de ser mala
da, volviéndose a ocupar su puesto, muy satisfecho de compañera para los de nuestra calaña.
sus deberes. —Tú ves, Teodoro, el lado malo, pero no el
Los jinetes desaparecieron entre una nube de bueno. También pudimos nosotros volarle al maldito
polvo, oprimiendo con las espuelas, los ijares de sus guarda la tapa de los sesos; maniobra de que me hubiera
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corceles, y guardando silencio. encargado con todo mi gusto y sin gran trabajo, por
Al llegar al Pedregal, y ya en un punto en que aquello de…
los huizaches, formaban una sombra oscura y compac- —“Quien roba o mata ladrón tiene…”
ta, torcieron hacia la derecha, tomando una estrecha Teodoro se interrumpió con malicia,
vereda, difícil y pedregosa, por la cual comenzaron a —¡Cien años de perdón exclamó el Capitán
subir hacia la falda del Volcán. completando la frase y riendo socarronamente. Has
Aquel estrecho camino, les era sin duda, muy acertado. Pero volviendo al mal percance que pudiera
conocido, porque caminaban sin prisa, y sin cuidarse habernos sucedido, ya ves que la suerte nos fue favora-
mayor cosa de las grietas, rocas, y aberturas, que tienen ble como siempre. Me envanezco de tener 17 años rei-
generalmente todas las montañas. nando en esta montaña. Sin que todo este tiempo haya
Habían andado así cosa de dos horas, y co- fracasado ninguna de mis empresas. Tú eres un testigo
menzaban a bordear una bellísima barranca, sombreada de ello.
por altos y flexibles ocotillos, cuyas ramas movidas por —Si, mi Capitán; pero lo que no me cabe en

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la mollera, es que háigamos a ido a Zapotlán en pleno naba en punta, desde allá siguieron culebrillando un

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día, hoy que la policía nos sigue la pista con tanto ardor, sendero angosto, en el cual muy apenas podían dar el
deseosa de echarnos garra. Por más que me devano los paso los caballos. A los lados de este sendero, se eleva-
sesos no hallo. ban inmensas rocas, que hacían imposible, la sagacidad
—No hallas el motivo; pero yo te explicaré, de una mirada, que desde fuera, quisiese penetrarle.
dijo el Capitán encendiendo un cigarro. Mañana cum- De cuando en cuando, saltaban sobre aquellos
ple mi María 15 años: es ya una señorita. Y deseando atletas de la ruda naturaleza, esbeltos venados y ligeras
hacerle un regalo que no se debiera a la rapiña, sino a ardillas, que hacían volver la cabeza a nuestros hombres,
mi dinero, he ido allá, tomándote a ti por compañero, y que huían, perseguidas por algún lobo hambriento.
que eres de mi cuadrilla el más adicto, intrépido y va- Al final de aquella barranquilla profunda y ló-
liente. brega, los caballos se detuvieron por costumbre; y tam-
Teodoro se irguió sobre la silla diciendo: bién porque de allí no habrían podido pasar.
—Esa confianza, me honra mucho, mi Capi- El Capitán aplicó a sus labios un cuerno de
tán, ¿Y habéis comprado… caza, despidiendo un sonido hueco y prolongado; y
—Un regalo, del que forman parte, un libro acto continuo, aquel sonido fue contestado por otro,
místico y un Santo Cristo de marfil. que más bien parecía graznido de lechuza, que sonido
—¡Si pensareis monja, mi Capitán! humano.Y casi al mismo tiempo apareció por entre las
—Casi, casi lo es ya, contestó este melancóli- malezas y rocas otro hombre de mala catadura, vestido
camente. La pobre niña vive siempre guardada, si no sucio y harapiento, y con una ancha cicatriz en la me-
por espesas rejas de hierro; si, por rocas impenetrables, jilla izquierda.
donde solo el águila anida, y donde habrán de estrellar- —¿Qué hay de nuevo? Preguntó el Capitán al
se siempre, todas las pesquisas de la policía. aparecido.
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—¡Valla un regalo! Tornó a exclamar Teodoro. —Nada, mi Capitán, respondió serenamente


—Que ella estimará mucho porque es buena el hombre.
como un ángel dijo el Capitán suspirando. —Pues mete los caballos y échales rastrojo,
Al terminar estas palabras, llegaban a una ex- porque lo que hoy han andado no es muy poco, que
planada angosta, cubierta de árboles y breñales; tupida digamos.
de guías de challotillo, sandía cimarrona y yedras silves- El Capitán y su compañero echaron pie a
tres, impedían a cada paso, que las cabalgaduras de los tierra. Y nuestro hombre tomando los caballos por la
jinetes continuasen a su camino sin desvio, por lo que brida, se adelantó por una barranquilla montuosa que
a, cada momento, torcían la vereda que llevaban; pero partía del sitio donde estaban, hacía la derecha
esto sin fatiga ni inquietud, pues parecían familiariza- Acercóse a un alto paredón, examinando antes
dos de mucho tiempo, con aquellos parajes ocultos. el sitio; y colocando la mano en un borde saliente que
Continuando su camino, llegaron al fin de la la maleza cubría, y que apartó con cuidado; separó un
explanada, que semejante a un cono dibujado, termi- grueso tablón tan perfectamente cubierto por el barro,

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que aún se veían nacidos de él, algunos mechones de estas, sobresalía, de la misma roca, una especie de nariz

La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado


zacate. como de unas nueva pulgadas de espesor, y atravesada
Entonces pudo verse una oquedad bastante de lado a lado horizontalmente por un taladro.
amplia en dimensiones, tan profunda, que no se habría Por cada uno de estos taladros, pasaba una soga,
podido determinar su grandor a simple mirada. Báste- cuyos extremos, unidos unos y otros, formaban hacia
me añadir, que su entrada era bastante amplia para dar el centro de la cueva, un grueso calabrote, que iba a
paso a cualquier caballo o mula cargada. perderse en un agujero abierto en el centro de aquella,
Aún existe al pie de este volcán, y en distintas y que tenía las dimensiones de una boca de noria.
direcciones, algunas bocas de estas cuevas subterráneas, Asido nuestro hombre de aquel macizo cala-
que son frecuentemente visitadas, aunque nadie se brote, descendió tan rápidamente como un cubo de
atreve a penetrar en ellas. Dícese que estaban destinadas noria, encontrándose luego en una cueva cuadrilonga,
a hacer desaparecer las mulas cargadas, secuestradas por en cuyo centro, otros hombres mal vestidos y sentados
los ladrones en aquellos contornos. en el suelo formando rueda, jugaban albures, sobre un
El hombre alargó la rienda de un caballo, hasta sarape sucio y raído, que extendido en el suelo, servía
colocarlos uno tras otro, y estirándolos, comenzó a an- de carpeta a aquellos discípulos de Birjan.
dar por aquel extraño pasillo; cuyo declive casi tendido Al ver al viajero del calabrote, uno de aquellos
le condujo bien pronto, a un pequeño patio, perdido en hombres, y que parecía ser el más joven, porque a lo
aquel laberinto de rocas, y que apenas daba entrada por sumo contaría 25 años, exclamó:
ignoradas grietas, a una luz débil y opaca. En aquella —¡El Pinacate en tierra! Ea, muchachos bien
extraña pesebrera había una pileta de piedra llena de podemos pelarle algunas cuartillas. Campo, y que entre
agua, y dos o tres montones de paja y restrojo. a la rueda.
Desensilló los caballos; y colocó las sillas en —¡Sí, sí al Pinacate! Gritaron a un tiempo to-
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una alta roca, saliente hacia adentro; y tornó a salir, ase- dos aquellos hombres con acento vinoso y cara repug-
gurando bien por medio de un resorte, aquel gran ta- nante.
blón adherido a la roca. El Pinacate, como sus compañeros le llama-
Ya fuera otra vez, retrocedió doce pasos; le- ban, no se hizo del rogar; y doblando las piernas fue a
vantó una piedra, y desapareció por una hendidura que sentarse en un claro, que los otros replegándose, habían
esta guardaba, dejando caer la piedra tras sí. Encendió dejado.
una linterna, y casi arrastrándose, porque no podía ser —Mucho has estado fuera ¿qué traes de nue-
de otra manera, atravesó un subterráneo, a cuyo tér- vo? Preguntó uno.
mino. La oquedad ensanchándose tenía la figura de un —Lo de siempre, dijo el Pinacate con énfasis,
cuadrado perfecto. que el señor gobierno pela el ojo y nos sigue la pista.
Aquella cueva, labrada a pico por la mano del —¡Bah! Ese señor no dará con nosotros por
hombre, era digna de estudio, por lo bien pulido de más que se desnarice, dijo otro con desprecio.
sus paredes altas e iguales. En el centro de cada una de —No hay que fiar, valecito, exclamó el más

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viejo: tarde o temprano se pagan las deudas; y nosotros una espesa ceja, que dilatando sus extremos sobre la

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tenemos algunas. abultada nariz, parecía formar un solo hilo levemen-
—Mientras tengamos un capitán tan valiente, te arqueado. Una patilla negra, abundante y larga caía
como el que tenemos, creo que no pagaremos tales sobre su pecho, y sus labios que eran gruesos rara vez
deudas, contestó el que se hallaba a la derecha del viejo. dejaban asomar una sonrisa.
Y codeando el que estaba a su lado añadió: Hombre de valor y resolución, no se arredraba
Y tú, Patiño, qué diablos tienes que no hablas ante al peligro: y jamás sus compañeros le habían visto
hoy. ¿En qué piensas? volver la espalda al enemigo.
El interpelado lo miró; y con acento socarrón En el campo de honor, defendiendo los sa-
le contestó: grados derechos del ciudadano; sosteniendo una causa
—Pensaba, en si el Capitán es muy valiente su justa o peleando por su patria, Colombo habría sido un
hija es muy hermosa. héroe: en el campo del crimen y del vandalismo, a cuya
—¡Cuidado que está muy alta para ti! Mur- carrera se había dedicado desde muy joven, dirigiendo
muró otro de la rueda. el asalto del despojo; atropellando todo derecho, solo
—No tanto como crees, dijo Patiño con alta- era un bandido terrible, cuyo nombre se recitaba con
nería. pavor, cuya crueldad y dureza eran comentadas en gra-
—Es que… insistió otro. do superlativo.
—Lo bello no puede dejar de admirarse con Adelantándose con aire de rey a hacia la rueda
los ojos y de amarse con el corazón, contestó Patiño. de jugadores, y alisando con una mano la barba, un
—Chist. El Capitán llega, murmuró el Pina- tanto crespa, exclamó:
cate colocando un dedo sobre la boca y aguzando el —¡Hola muchachos! Veo que estáis muy des-
oído. cansados, ganándoos las pesetas como si ningún trabajo
os diese adquirirlas.
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Efectivamente, como si las anteriores palabras


fueran una contraseña, vióse aparecer tras ellos el Ca- —¡Ay mi Capitán! Exclamó el Pinacate, y
pitán, llevando a la cintura un ancho puñal y un par de mucho que nos da. Nos cuesta más trabajo que a sus
pistolas bien montadas y finas. dueños legítimos, porque ellos ni exponen la pelleja, ni
Pero echemos una mirada rápida sobre su per- corren el peligro de balancearse en lo alto de un palo,
sona, para tener una idea del famoso bandido, que por sirviendo de banquete a los zopilotes como nosotros.
entonces aterrorizaba todos aquellos contornos. —¡Bah! ¿Con que no tienen ese peligro?
Su estatura era más que mediana, y de regular ¿Pues a qué están expuestos cuando caen en nuestras
complexión. Su rostro demasiado tostado por el sol, manos? Preguntó otro mirando con sorna al Pinacate.
su rostro demasiado tostado por el sol, era ligeramente Hasta ahí, valecito, ni mosca que se te pare
redondeado, pudiendo notarse en él la dureza del alma en frente, porque has dicho la mera verdá, dijo el más
que le animaba. Sus ojos poseían una mirada sagaz y viejo.
penetrante, chispa del alma depositada a la sombra de ¡Bien, bien! Exclamó el Capitán, poniendo

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termino al dialogo de sus camaradas, dejad a un lado Entretanto el Capitán, siguiendo por su es-

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las balacas, ¿sabéis borricos que mañana tendremos un trecho subterráneo. Se encontró bien pronto en otra
gran día? cueva que, aunque más pequeña en dimensiones que la
—Alguna conducta como la que quitamos anterior, revelaba ser su habitación, por los objetos que
hace dos años, custodiada por el coronel Miranda? en ella se veían.
Dijo Patiño Consistían estos, en un catre de lona, a cuya
—Mejor que eso todavía, murmuró el Ca- cabecera había colgadas, sin orden ninguno, armas
pitán riéndose; para la conducta necesitaríamos plo- blancas, y de fuego, de todas clases; una gran mesa de
mazos y puñaladas; pero para lo que habrá mañana, nogal, dos cajas, y media docena de sillas de tule.
ni arremeteremos soldados, ni emprenderemos asalto, El Capitán se sentó en una silla cerca de la
ni nos arrastraremos por entre las rocas y matorrales mesa, sobre la cual se veían, cercanas a la pared algunas
como los lagartijos; solo tendremos que vaciar algu- botellas de vino a medio destapar; y al centro una gran
nas botellas de buen vino, comer bien y hablar mucho, caja de cartón, atada con un listón de raso encarnado.
brindando a la salud de María que ajusta los 15 abriles, Apoyó la frente en el borde de la mesa, y cerró
como dicen, los poetas. los ojos como si durmiese; aunque en realidad no dor-
—¡Viva nuestro Capitán y su hermosa hija! mía.
Gritaron en coro los bandidos. Era indudable que aquel hombre, agobiado
—Con que a dormir, muchachos añadió el con el peso de una conciencia criminal, no había po-
Capitán, con eso os levantaréis más temprano. dido conciliar el sueño tan fácilmente; y sólo podía dar
—A dormir, a dormir, repitieron en coro. a su espíritu fatigado un descanso efímero, apoyaba la
El Capitán se alejó de allí, y los bandidos obe- dura frente, preñada de pensamientos oscuros como su
decieron a su jefe, disolvieron la rueda; y envolvién- conciencia, y cerraba los ojos acostumbrados a ver casi
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dose cada cual en su frazada, se tiraron en el suelo, siempre imágenes sombrías.


hablando de la fiesta de otro día. De pronto un reloj, que colgaba de una de
Solo uno de ellos, Andrés Patiño, quedó largo aquellas frías paredes, dejó escuchar once campanadas,
rato en pie fumándose un puro, y viendo distraída- tan tristes como aquellos subterráneos en que el vicio
mente hacía la puerta de comunicación por donde el se enseñoreaba protegido por rocas inaccesibles.
Capitán había desaparecido. Colombo levantó lentamente la cabeza, como
Era probable que aquel hombre meditaba algo, si volviese de un vértigo terrible, y murmuró con
porque al ir a tenderse en su jergón, murmuró entre acento ronco:
dientes: ¡Oh! si yo pudiese mañana, dar a mi hija un
—Mi plan está trazado: los engañaré a to- nombre limpio que la protegiera contra toda sospecha.
dos para que no desconfíen, y después… ¡oh! Yo veré ¡Si pudiera presentarla, ante esa sociedad que me abo-
cómo pero ella será mía. rrece y pone precio a mi cabeza, no como la hija de

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un bandido miserable, sino como la hija de un Coronel sonrisa de soberano desprecio se dibujó en sus labios.

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honrado! ¡Pero imposible, imposible; mi deseo se estre- Al frente de él, sobre una sucia manta, un
lla contra la voluntad de ese hombre de hierro, que no hombre pálido y demacrado, acababa de incorporarse,
vence ni la oscuridad de su calabozo, ni el hambre, ni dejando brillar en sus ojos esa chispa terrible y abru-
la miseria que le hago sentir hace dos años! madora de un odio reconcentrado. Mirada que no
El Capitán guardó silencio un breve rato, dan- pasó desapercibida por el Capitán, quien adelantándo-
do vueltas a lo largo de la cueva, con las manos enlaza- se algunos pasos, al que parecía provocarle, exclamó:
das por la espalda, hacia la cintura , y luego prosiguió: —El oso tiene garras; pero de nada le sirven
¡Ah! ¿Por qué amó tanto a María? Sin ella, no cuando se le tiene sujeto.
ambicionaría salir de este sepulcro: sin ella la muerte —¡Ay! Del que le sujeta, si el oso llega a rom-
me sería indiferente, e indiferente también la vida que per la mordaza, y el opresor está a su alcance, contestó
llevo; ¡pero ella! ¡Ella! Es el lazo precioso que me une el aludido; que no era más que un prisionero, una víc-
a la vida; la idea fija y constante en mi cerebro para tima del terrible Colombo.
intranquilizar mi corazón… Porque todo, todo lo qui- El Capitán lanzó una carcajada burlesca, cuyo
siera para ella; riqueza, honores, felicidad… eco reprodujeron aquellas huecas paredes, y preguntó
Pero ¡bah! ¿No puede lograrse hoy, lo que ayer en seguida con sarcástico acento y refinada ironía:
parecía imposible? Probemos, el Coronel tiene una —Es decir ¿Qué tiene usted esperanza de tras-
hija, una esposa y… cederá al fin, como cede la gruesa pasar estas impenetrables rocas, que más fuertes que
encina a la tenacidad del hacha que la derrumba. una muralla de hierro, se levantan en derredor, y de
Colombo tomó una linterna, y salió con paso burlar una vigilancia que no fio a nadie, fugándose por
precipitado. una de esas salidas que le harían devanar inútilmente
Sigámosle por uno de aquello impenetrables los sesos, sin conseguir el objeto?
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subterráneos, tan conocidos de él; penetremos a su Una risa burlona siguió a estas palabras.
lado, a otra cueva pequeña, y cuyas paredes parecían El prisionero se mordió los labios hasta ha-
desmoronarse sobre su cabeza. cerse sangre. No era necesario que su antagonista le
¡Nada más lóbrego ni triste que aquel oscuro burlarse de aquella manera. Demasiado comprendida,
rincón, donde Colombo acababa de penetrar! Podría de aquel profundo sepulcro, solo la Providencia podía
decirse con propiedad, que era una tumba, donde el salvarle; y como buen cristiano, esperaba en ella. ¡Es tan
sepulturero aun arrojaba la tierra que debía cubrirla. dulce esperar!
Una escasa luz iluminaba sus ángulos, como un reflejo Hay un adagio que dice: “La esperanza es la
tan débil, como el que despide el moribundo de su última muerte”.
apagada pupila; y nada allí denunciara la existencia de Este adagio se confirman diariamente en cada
algún ser viviente, sí al oído no llegara el eco débil y uno de los descendientes de Adán, que son innumera-
vago de una respiración cortada y afanosa. bles como las estrellas, si desde el Paraíso, los contamos,
Colombo giró la vista en torno suyo, y una sujetándolos a la aritmética.

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La esperanza, ese fanal bellísimo de blanca luz, El prisionero sonrió amargamente; murmu-

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está en todas partes, iluminando con sus benéficos ra- rando:
yos, los más negros calabozos y las tumbas más desier- —Vamos, ¿habéis discurrido otros, o son los
tas. mismos medios que me proponéis todos los días?
Donde hay lágrimas que enjugar; allí está ella, —Los mismos; Observó el Capitán, mordién-
para recogerlas con su orlado manto. Si hay suspiros, los dose los labios con ira.
alivia; si dolores, los suaviza; si infortunios, los endulza El prisionero guardó silencio, y el Capitán
con mano pródiga, dejando escuchar esta consoladora continuó, como alentando una esperanza.
frase “Frase”. —Ese silencio augura en mi favor; y como
Cuando el Señor mandó a la tierra el bello creo estaréis aburrido de esta soledad que sólo yo inte-
séquito de sus virtudes; viendo a las tres primeras ex- rrumpo de vez en cuando…
clamó: —¡Estáis engañado! No es la soledad, la que
—La Fe, será la luz que guie al hombre en las me cansa, sino el tener que veros; esa soledad que me
tinieblas de la vida: la Caridad le abrigará en su seno y acusáis, es preferible, por mí, a la compañía de un ban-
la Esperanza le detendrá al borde del abismo, abierto dido miserable, exclamó el prisionero con odio.
por las amargas decepciones de la vida. —¡Imponed silencio a vuestra lengua si no
¡Dulce y consoladora misión de la esperanza! queréis…! Dijo el Capitán temblando de cólera; y
Pero volvamos a nuestros personajes. dando en seguida un fuerte golpe con el pie, en el
El Capitán contempló al preso por unos bre- suelo, añadió:
ves momentos, y luego prosiguió: —Por última vez, ¿aceptáis?
—Desengañaos; estáis en poder de un hombre —¡No! Contestó el desconocido con acento
que os necesita, y que ha puesto de sobra todos los firme.
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medios necesarios para vuestra seguridad. La menor —Está bien, os haré matar como a un perro.
tentativa de evasión por vuestra parte, será una senten- —Os he dicho que no me arredra la muerte,
cia de muerte. ¡dádmela! El frío puñal del asesino herirá mi pecho sin
—¡La muerte! No le temo: ella me librará de hacerle temblar.
veros, interrumpió el preso con acento resuelto. El bandido apretó los puños lívido de cólera.
—Y sin embargo, prosiguió el Capitán, con —Sea, ya que lo queréis, añadió, el bandido
un tono de voz, en que se revelaba la convicción del reponiéndose, el asesino como me llamáis no os mata-
sentimiento; cuando se tiene una buena esposa y una rá, porque fuera poco a su sed de venganza. Tenéis una
hija tan bella como la que usted tiene, debe ser muy hija… ¿sabéis lo que será de ella?
doloroso bajar al sepulcro, dejándolas en la miseria; y El prisionero como si presintiese lo horrible
más cuando, como usted posee los medios, no solo de de esta amenaza apenas indicada, exclamó con angus-
aliviar esa miseria, sino de volver a verlas para vivir tia:
siempre a su lado. —¡Oh, callad, callad!

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El bandido aparentando no escucharle, prosi- —No tengo necesidad de perder tiempo: ¡un

La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado


guió: papel firmado por esa mano; o Cecilia. Escoged.
—El milano, cayendo sobre esa inocente palo- ¡Dios mío! Exclamó entonces el prisionero,
ma, afilará sus garras; y se cebará con ella, destrozando con extraviados ojos.
su inocencia, su virtud, su honra. —Veo que estáis por lo último; buenas noches,
—¡Miserable, miserable! Exclamó el prisione- dijo el Capitán, haciendo ademán de irse.
ro con exaltación y cerrando los puños con fuerza. Un vértigo horrible se apoderó del infeliz
El Capitán continuó con estoica calma, sin fi- preso; en un momento creyó ver a su hija en poder de
jarse en aquel ademán amenazador. los bandidos; desgreñada, delirante, y hecha un juguete
—Su nombre resonará en estos oscuros subte- vil de sus desenfrenadas pasiones. Saló de la manta e
rráneos, entre las risadas insolentes y burlescas, de esos interceptando el paso del bandido; tomó una de esas
hombres que me acompañan acaudillados por el cri- resoluciones extremas, que cuando tienen paso por
men… en una palabra, ¡Cecilia Miranda está senten- nuestros labios, es porque han hecho trizas el corazón,
ciada, por el temible Capitán de los subterráneos del causando el extravió del cerebro, si puede explicarse
Nevado, que llevará su venganza aún más allá de lo que así, puesto que entonces, no tenemos ya conciencia de
podáis imaginaros! lo que hacemos, ofuscados por el terrible vértigo del
Al terminar amenaza tan horrible, volvió la sufrimiento.
espalda al preso, en ademan de irse. —¡Ah! Exclamó: ¡el papel, el papel!... La
Pero este, dando un paso hacia adelante, con la muerte de mi honra , por la vida y la honra de mi hija.
vista extraviada, convulso y agitado, exclamó en tono —Al fin sois razonable; dijo el Capitán abrien-
suplicante. do su cartera; y entregando al preso un pliego de papel
—¡Esperad, esperad!... ¿seréis capaz de tan limpio. Sacó enseguida un pequeño tintero de la bolsa,
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grande infamia? ¿Qué os ha hecho mi hija para que así y lo colocó sobre una piedra lisa que sobresalía de una
la aborrezcáis? ¡Oh! de aquellas negras paredes.
—¿Os a dicho alguien que la aborrezco? No, —Podéis escribir, voy a dictar:
pero está sentenciada a pagar los caprichos de su padre, El pobre hombre arrimó una silla que se le ha-
quien fácilmente la salvaría, si la amase como yo amo a bía destinado como gracia especial, en aquella horrible
mi hija. prisión; y sentándose, se dispuso a escribir.
—Pues bien, exclamó el preso con desespe- Un terror convulsivo agitaba todo su cuerpo;
ración; ¡matadme! ¡hacedme pedazos, ya que estoy en y gruesas gotas de sudor inundaban su frente.
vuestro poder; pero respetad la familia de un infor- —Podéis comenzar, dijo el bandido con ale-
tunado, que no tiene más delito que parecerse a vos gría salvaje; y comenzó a dictar de esta manera:
físicamente. —”Yo Vicente Colombo, hallándome cercano
El Capitán le contempló largo rato con los al sepulcro declaro: que hace 17 años tengo secuestra-
brazos cruzados, y dijo enseguida, con calma estudiada. do al coronel Pedro Miranda; cuyo nombre, apellido y

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título, llevo desde entonces, aprovechando el parecido

La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado


recostarse en la sucia manta que le servía de lecho. 1
que tenemos. Declaro así mismo, que hace dos años, ¿Cuál era el fin que se proponía Colombo al
durante la refriega que procedió al robo de la última arrancar del coronel, escrita de su puño y letra, aquella
conducta, confiada a mi custodia y asaltada por empre- falsa y horrible confesión?
sa mía… ” Por una de esas casualidades tan frecuentes en
—¡Imposible, imposible! Exclamó el preso la naturaleza, el coronel Miranda y Colombo tenían
parándose con la exaltación de un demente, que se la misma estatura, el mismo color y una, casi idéntica
ve asediado. ¡Imposible!... Yo traidor… yo bandido… fisonomía.
y mi hija, mi hija… la hija de un bandido… no mil Tal parecido hizo que concibiese éste, tal satá-
veces no… El Coronel Miranda nunca se ha vendido. nica idea de apoderarse de aquel; y atormentarle, hasta
Al decir estas palabras y antes que Colombo conseguir que firmara el fatal documento, que sellado
pudiera evitarlo, rompió con mano crispada el pliego con su muerte, cosa que entraba en su plan, le abriera
que tenía delante. a él, las puertas de la sociedad, como el verdadero co-
Colombo dio un fuerte golpe con el pie sobre ronel Miranda, secuestrado haría 17 años, y libre por la
la roca, después de intentar en vano impedírselo; y en- muerte y arrepentimiento del supuesto Colombo.
seguida gritó, con estentórea voz: Todo estaba perfectamente combinado por
—¡Desgraciado! ¿Con que elige usted la des- Colombo, que obrando así, no veía más que el bienes-
honra de su hija? Sea como lo queréis. tar de su hija; cuyo amor grande, parecía encendido en
—Por ventura, ¿no arrojo la deshonra sobre su alma por la mano de Satán, para atormentarle con él
su frente firmando ese miserable papel? ¿Quién podría y castigar sus crímenes.
verla sin murmurar, señalándola con el dedo “Esa la
hija de un bandido?”
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—¿La abandonáis entonces?


—Sí, la Providencia velará por ella, exclamó el
coronel Miranda con resignación.
—¿Es vuestra última resolución? Preguntó
Colombo con ira.
—Sí, contestó secamente el coronel.
El Capitán apretó con rabia los puños, dirigió
al preso una mirada de hiena; y salió de allí, murmu-
rando palabras de venganza.
El preso, a quien en adelante llamaremos el
coronel Pedro Miranda, permaneció largo rato dando
vueltas en su prisión, hasta que fatigado sin duda, fue a

1. N de A Se cuenta la desaparición de un coronel, durante el vandalismo


enseñoreado en el Volcán, y aunque la opinión general sobre ella, fue varia-
da, se consideró siempre al coronel como victima de un crimen oculto.
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