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El neoliberalismo y el uso de la teoría económica

en la legitimación de prácticas y tipos dirigenciales


Alejandro Auat 1

Con el término ‘legitimidad’ se alude a las condiciones que deben acompañar la adquisición y el
ejercicio del poder político si se pretende justificar la obediencia al mismo, mientras que
‘legitimación’ se refiere al proceso mediante el cual se generan lealtades políticas y estabilidad
social (Colom González, 1997). Si el primero fue objeto de preocupaciones de la filosofía política,
el segundo fue estudiado fundamentalmente por la sociología a partir de los años 60.
La pregunta y la hipótesis implícitas en el título de nuestro aporte se refieren entonces a los
procesos por los cuales determinadas prácticas políticas y tipos dirigenciales fueron aceptados como
válidos, incluso como lós únicos válidos posibles, para garantizar gobernabilidad y estabilidad,
mediante la imposición de conceptos y categorías provenientes de la ciencia económica y de la
ideología neoliberal, en un discurso que se convirtió en hegemónico en los medios de comunicación
y en las justificaciones de las decisiones políticas de entonces. La retórica de justificación se
instituyó como referente, incitó y propició las prácticas sustitutivas de un tipo de política por otro, o
más bien de un tipo de alianza entre lo político y lo económico por otro.
Claro que esto no fue privativo de la situación de Santiago del Estero, sino que formó parte de una
“ola” legitimadora que acompañó el establecimiento de políticas públicas definidas en líneas
generales en el “Consenso de Washington”2 y aplicadas con mayor o menor detalle en los países
latinoamericanos a partir de los condicionamientos impuestos por el FMI y otros organismos
internacionales como parte de los mecanismos de dependencia estructurados en torno a la llamada
“deuda externa” de esos países. Pretendemos mostrar, no obstante, la particular manera en la que
esta “ola” discursiva legitimadora se dio en nuestra provincia, sus caracteres más peculiares y
distintivos, las variantes o matices diferenciales que pudieron incidir en la presentación de ese
discurso legitimador. El interés está puesto, no tanto en el conocimiento del discurso neoliberal,
cuanto en su impacto en la conformación de las prácticas políticas y el mapa dirigencial de Santiago
del Estero. Para lo cual, claro, tendremos que señalar las características relevantes de ese discurso.
Las prácticas políticas a las que aludimos son fundamentalmente: la subordinación de las decisiones
políticas a las decisiones de economistas presentadas como inevitables, neutras y anónimas leyes, la
consecuente reducción de los espacios deliberativos y su reemplazo por los análisis técnicos, pero al
mismo tiempo, la utilización de los mecanismos clientelares propios de la relación caudillista para
disipar toda resistencia y toda crítica al modelo implementado. Respecto del tipo dirigencial, y en

1
Doctor en Filosofía. Docente-investigador de la UNSE en Filosofía Poítica y Filosofía Latinoamericana.
2
Hacia finales de los 80, existía en los organismos internacionales con sede en la capital estadounidense, en
el Tesoro y el Departamento de Estado, en los ministros de economía del G-7 y en las gerencias de los
grandes bancos internacionales, una especie de acuerdo sobre el diagnóstico de las crisis económicas y sobre
las reformas que debían aplicarse para superarla. Se suponía que una vez que las economías fuesen
liberalizadas y privatizadas, éstas retomarán la senda del crecimiento. Las precisiones sobre el Consenso de
Washington fueron aportadas por Cristian Jara, integrante del grupo Colaborador de este proyecto.

1
consonancia con lo dicho respecto de las prácticas, el discurso neoliberal impulsó la comparación
ventajosa en favor del “técnico” y en contra del “político”, una distinción que se volvió frecuente,
quizás hasta el presente. El técnico es el que sabe gestionar con metodologías eficaces y conexiones
con los centros financieros nuestro ingreso a la globalización, mientras que el político es el
“versero” ineficaz y corrupto que nos mantiene en el atraso. Lo novedoso de los 90 es el ingreso de
los técnicos al campo del Estado y de la política en general. En Santiago del Estero, esto justificó no
sólo la llegada de una intervención federal con esa imagen, sino también la circulación de
funcionarios entre las empresas privadas y los organismos públicos durante el período juarista que
siguió a la intervención de Schiareti, facilitando así las privatizaciones de los servicios y el
otorgamiento de privilegios al único grupo empresario que fue monopolizando paulatinamente los
negocios con el Estado3. No es casual que las cabezas del grupo económico beneficiado sea
presentado con ese perfil de moderno y eficaz gerenciador de servicios4, que vino a reemplazar al
anterior socio del período juarista previo a los 90, un empresario de la construcción de origen árabe,
muy identificado con el estilo familiarista y caudillesco de la cultura política norteña. En
consonancia con el matiz adquirido en Santiago por la ola neoliberal en las prácticas paralelas de
decisiones técnicas y relación clientelar, el discurso del nuevo socio empresario incluye
permanentes referencias a lo local contrapuesto a “lo foráneo”, uno de los principales catalizadores
de sentido del discurso juarista.

La ciencia económica y sus supuestos


De la abundante bibliografía que ha tratado el tema, sólo destacaremos los supuestos no discutidos
de la teoría económica, y que se muestren relevantes para nuestra investigación.
El profesor de Filosofía de las Ciencias Morales y Sociales en las Facultades de Ciencias
Económicas y de Derecho de la Universidad de Barcelona, Antoni Domènech, afirma que es la
‘revolución marginalista’ en la ciencia económica del último tercio del siglo XIX, la que disparó el
proceso en el que la economía pierde la vinculación con la política y la ciencia económica se separa
de las otras ciencias sociales (Domènech, 2003). Cabe recordar que la revolución marginalista fue el
inicio de un ambicioso programa de investigación que implicó el reemplazo de la visión
macroeconómica y dinámica de la teoría clásica centrada en cuestiones de desarrollo y distribución,
por una perspectiva microeconómica y estática centrada en la mejor utilización posible de los
recursos dados (Gómez Gómez, 2003). A partir de su tema inicial sobre la utilidad marginal
decreciente de los bienes de consumo, sus impulsores descubren que los principios de este dominio
particular son fácilmente generalizables: el marginalismo aplicará procedimientos de maximización
a las diferentes variables económicas razonando en el margen, es decir sobre la última unidad del
bien consumido, producido, intercambiado o retenido. La utilización óptima de un recurso dado se
obtiene cuando no hay ya ninguna ganancia neta a obtener del desplazamiento de una unidad de tal

3
Cf. denuncia de Hernán Sosa, fiscal anticorrupción de la Intervención Lanusse, s/asociación ilícita en
perjuicio del estado, a Carlos Juárez, Néstor Ick y otros, presentada en el Juzgado del Crimen de 4ª
Nominación el 21/09/2004. La denuncia fue tramitada con excesiva lentitud y abierta indolencia, lo que
motivó, entre otras causales que delataban cierta venalidad, la separación del juez por parte del Interventor.
Por supuesto, no se logró nada en materia judicial.
4
Cf. www.grupoick.com.ar : “[…] característica de las empresas del GRUPO ICK la constituye su
compromiso con la provincia que les ha dado la posibilidad de crecer y optimizar sus operatorias”.

2
recurso de un empleo a otro. El óptimo nace así de la igualación en el margen de las utilidades de
los recursos en los distintos usos posibles. Este es un principio universal, a partir del cual se
construye una teoría del comportamiento de los agentes individuales de la economía, basado en la
racionalidad de las decisiones económicas. Además, ya que se trata de maximizar funciones
objetivo, el empleo de las matemáticas es admitido y reivindicado por la mayor parte de los autores.
En resumen, las tres características esenciales del marginalismo serían: la maximización como
referencia del comportamiento, el cálculo en el margen como principio de racionalidad y las
matemáticas como técnica de análisis.
Si representamos las preferencias de los agentes mediante una función matemática llamada “función
de utilidad”, por la cual medimos cardinalmente las creencias subjetivas y los deseos entre 0 y 1, el
criterio de racionalidad de los agentes podrá expresarse de manera muy precisa: los agentes son
racionales porque eligen cursos de acción o “estrategias” de conducta que maximizan la función de
utilidad. A esta tesis nuclear de la teoría estándar de la racionalidad los economistas agregan otra
acerca del egoísmo de los agentes económicos, quienes tienden a maximizar su función de utilidad
sin ninguna consideración acerca de los demás. En principio, las distintas funciones de utilidad son
matemáticamente indiferentes entre sí, esto es, una función de utilidad de un individuo cualquiera ni
crece ni decrece con las funciones de utilidad de otros agentes económicos, por lo que ni el
altruismo ni la envidia se compadecen bien con los mercados. Las posibilidades de distribución del
producto social potencial de una economía determinada pueden desarrollarse sin afectar la suerte de
los agentes, mientras la economía no esté en su núcleo, es decir, que no sea eficiente sino
paretianamente subóptima. Cuando se alcanza la frontera paretiana se llega al núcleo de la
economía, en el que ya no puede seguir mejorándose la suerte de unos sin que empeore la de otros5.
Esto quiere decir que la eficiencia económica es perfectamente compatible con las desigualdades
más extremas. Para llegar a este punto no es necesaria la intervención de ninguna instancia política,
ni hay que suponer ningún poder o jerarquía entre los agentes: simplemente se trata de que cada uno
maximice racionalmente su función de utilidad.
De acuerdo con esta visión, la ciencia económica es concebida apolíticamente, en la medida en que
el único poder que tienen los agentes económicos es el poder de compra. No hay jerarquía entre
ellos (el mercado es anónimo) ni capacidad de coerción personal de unos sobre otros. Los mercados
serían movimientos promotores de la asignación eficiente de recursos a lo largo de una frontera de
posibilidades de producción exógenamente definida. La política desaparece de la denominación de
la teoría y es desplazada a los estudios sociológicos, mientras que la teoría económica es
simplemente economía.

La racionalidad instrumental y la libertad económica


Antoni Domènech dice que la revolución marginalista “consistió fundamentalmente en convertir la
hipótesis del comportamiento racional en el centro de la teoría económica” (2003:87). A partir de
aquí, la teoría económica trabajará sobre los supuestos de la racionalidad del comportamiento de los

5
Pareto mostró las dificultades para medir cardinalmente la utilidad (como pretendía Bentham) y la
necesidad de conformarnos con la medición ordinal. Pero entonces dejan de tener sentido las comparaciones
interpersonales de utilidad y los problemas de justicia distributiva. El único criterio que quedaría para
evaluar una situación social es el principio de unanimidad de Pareto: una situación es óptima si y sólo si, una
vez conseguida, nadie puede mejorar su suerte (su utilidad) sin perjudicar a la de otro.

3
agentes económicos, y de la vida económica entera como resultante de la interacción de las acciones
racionales de esos agentes. Para esta perspectiva, un agente es racional si y sólo si: 1) tiene
creencias o expectativas consistentes (no contradictorias) sobre cómo es el mundo, 2) tiene deseos o
preferencias consistentes sobre cómo le gustaría que fuera el mundo, y 3) elige cursos de acción que
de acuerdo con sus creencias, llevan a estados del mundo que satisfacen del mejor modo sus deseos.
Ahora bien, para esta visión, no tiene sentido interrogarse por la racionalidad de las creencias y los
deseos, que permanecen en el ámbito inconmensurable de las opciones voluntaristas. Su
coordinación social quedará encomendada a la Providencia divina o a la mano invisible. La
racionalidad práctica se reducirá a la racionalidad instrumental, y su capacidad de elegir los cursos
de acción más apropiados para lograr eficientemente las metas deseadas, sin que éstas puedan
discutirse racionalmente.
Es el premio Nobel Friedrich von Hayek quien radicaliza esta perspectiva y presenta una visión
extrema de la racionalidad instrumental. Según él, la complejidad del mercado trasciende los límites
de nuestra razón, y hace imposible y aún destructivo cualquier intento de intervenir en él. Para
Hayek la función fundamental del gobierno es garantizar el mercado mismo (propiedad privada y
contratos). El sistema está más allá de la discusión racional, pretender discutirlo es irracional. Esto
es así porque el orden de la sociedad de mercado es el resultado de una evolución de corte
darwiniano en el ámbito social, y pretender comprenderlo o modificarlo, pone en riesgo la
sobrevivencia de la especie.
Según el epistemólogo Ricardo Gómez (2003:17ss), la teoría de Hayek se estructura en torno a un
marco normativo que incluye supuestos ontológicos, epistemológicos y morales, sustraídos a toda
discusión. Así, son supuestos ontológicos no discutidos la postulación de la sociedad moderna como
un orden complejo no homogéneo, cuyos componentes básicos son los individuos; orden
espontáneo pero coordinado por dos factores cruciales: un conjunto de actos y modos morales de
proceder que son el resultado de un largo proceso histórico que debemos aceptar porque son
condición de sobrevida de la sociedad, y un sistema de coordinación de las acciones económicas
que Hayek llama mercado. Los supuestos epistemológicos son la no omnisciencia y la ya
mencionada versión extrema de la racionalidad instrumental. Por el primero, Hayek declara que es
imposible la planificación total porque es imposible el conocimiento total: los cálculos respecto del
comportamiento del mercado son inciertos y conducen a meras apuestas o conjeturas. Por la
segunda, Hayek cree que comportarse racionalmente es hacerlo de acuerdo con las pautas del
mercado, ya que éste es el locus absoluto de la racionalidad. Entre los supuestos morales, Gómez
señala una moralidad funcional al mercado legitimada por el proceso evolucionista, que incluye la
aceptación como fenómenos “naturales” de la división social del trabajo y la división de clases, la
inevitabilidad de las desigualdades, la libertad individual como fundamento de todos los valores, la
irresponsabilidad irrestricta (si el mercado es un juego, nadie es responsable: hay ganadores y
perdedores), etc. Si el mercado es el orden de la sociedad moderna que ha resultado de un proceso
evolutivo de supervivencia, lo único que queda por hacer es trabajar por la expansión de ese orden:
el mercado está más allá de toda evaluación moral y adquiere un sentido trascendente y no
comprensible. En definitiva, Hayek expresará como nadie el argumento al que nos acostumbró el
neoliberalismo de los 90: la necesidad ineluctable de aceptar y obedecer las reglas que los
economistas “descubren” en el mercado:

4
El hombre, en una sociedad compleja, no tiene otra opción que ajustarse a lo que han de parecerle
ciegas fuerzas del proceso social [el mercado], u obedecer a las órdenes de un superior (Hayek,
1948:24 citado por Domènech, 1989:338).

La libertad individual se reduce a la capacidad para elegir entre varias marcas de detergente en el
supermercado (Bruckner, 1996:73). La libertad es libertad económica. Tanto Hayek como, Milton
Friedman -el otro autor fundamental del neoliberalismo- coinciden en que puede haber gobierno sin
libertad política pero con libertad económica. Sus frecuentes viajes en carácter de asesores al Chile
de Pinochet dan testimonio de esta convicción. La tesis más fuerte de Friedman sobre la libertad
económica, sostenida en su libro Capitalismo y libertad, es que ella es un fin en sí mismo. Y "si el
fin no justifica los medios, ¿qué lo hace?": en aras de la libertad económica se justifican todos los
medios. El rol del gobierno es, además de proteger al mercado, hacer lo que el mercado no puede
hacer por sí mismo: arbitrar e implementar las reglas de juego, y funciones que al mercado no le
interesan porque no son ventajosas económicamente. Para Friedman el gobierno debería abstenerse
de: establecer un salario mínimo; involucrarse en un plan de obra pública; establecer políticas
tarifarias o de impuestos a las importaciones o establecer restricciones a las exportaciones;
intervenir en políticas regulativas de las industrias; proponer, planear o implementar programas de
seguridad social; establecer controles en la radio y la tv; establecer controles en la renta y en los
precios; proponer la existencia de parques nacionales que deben ser dados a la explotación privada;
y otras propuestas similares, enunciadas sin demasiada explicación a partir de la aceptación acrítica
de la libertad económica como valor supremo y del mercado como locus de esa libertad.
El neoliberalismo constituye una radicalización de los supuestos con los que la ciencia económica
se desarrolló en el último siglo y medio. Una radicalización sin demasiadas pretensiones de
consistencia científica ni de coherencia racional o de aceptabilidad social. Lo que ha producido su
principal teórico, Milton Friedman, en el plano metodológico es “una ensalada mal aderezada de
ingredientes que, al combinarlos, no pueden saber muy bien”, en palabras de Ricardo Gómez. Una
ensalada entre un instrumentalismo de corte positivista y una suerte de falsacionismo ingenuo, que
pretende seguir a Popper6.
A esa ensalada podríamos agregar la aplanación del aparato motivacional humano con la
consecuente reducción arbitraria de la racionalidad a la consideración de los medios y no de los
fines. Ni deseos ni creencias entran en el cálculo de racionalidad, sólo los cursos de acción elegidos
de entre las alternativas dadas. Pero, en Friedman y Hayek, las alternativas se achican hasta la
necesidad de aceptar la única opción dejada por el proceso natural evolutivo. Domènech llama
racionalidad práctica “inerte” al conformismo filosófico con los deseos y preferencias “dados”; y
racionalidad práctica “erótica” a la que aspira a criticar racionalmente los deseos y las preferencias,
reconociendo profundidad en el alma humana, una racionalidad que aspira no sólo a elegir el mejor
curso de acción, sino también el mejor deseo (Domènech, 1998:22ss). La paradoja de la cultura
occidental moderna es haber conseguido un desarrollo formidable de la ciencia y de su ethos
(basado en la no aceptación de las creencias “dadas” y en la voluntad de criticarlas), y haber
sucumbido en la filosofía moral al dogmatismo de la razón inerte. La racionalidad de los agentes

6
“Pero si somos instrumentalistas, no podemos ser popperianos”, aclara Gómez recordando que Popper fue
un crítico consecuente del instrumentalismo en los últimos 50 años (GOMEZ, 2003:46).

5
económicos se centrará así en los medios y no en los fines: éstos, al estar vinculados con las
preferencias inconmensurables de los individuos, quedarán fuera de toda discusión. Mientras que
las creencias podrán ajustarse parcialmente al estado de cosas del mundo, dada la limitación de
nuestro conocimiento, los deseos serán postulados a partir de una antropología radicalmente
privativa y pesimista.
Llegados a este punto, hay que aclarar que la teoría de la elección racional –la principal versión de
esa racionalidad fuerte y estrecha al mismo tiempo- ha reconocido sus limitaciones como teoría
estricta de la racionalidad y su principal impulsor, Jon Elster, ha propuesto una teoría amplia de la
racionalidad en la que las creencias y los deseos puedan incluirse en una evaluación sustancial de
racionalidad, no tanto por sus contenidos de verdad o bondad sino por el proceso histórico de su
conformación. La condición de racionalidad no quedaría reducida a la mera consistencia, sino que
las creencias remitirán a la noción de juicio y los deseos a la noción de autonomía (Di Castro,
2002:111ss). Pero nada de esta ampliación parece haber sido registrada por los neoliberales.

El marco teórico neoliberal y sus pretensiones pseudocientíficas


En suma, la concepción neoliberal de la economía está basada en una serie de supuestos
ontológicos, epistemológicos y éticos7, que quedan fuera de la unidad de análisis de sus teóricos.
Ricardo Gómez propone un esquema de estudio del neoliberalismo en el que la unidad de análisis
de la economía tal como aparece en autores como Hayek, Friedman o Popper, es la del marco
teórico cuyo componente fundamental es el marco normativo que constituye-determina el dominio
a estudiar por el segundo componente del marco teórico, lo que los economistas llaman el modelo
teórico o modelo formal o teoría propiamente dicha (Gómez, 2003:64). El testeo de ese marco
teórico en el mundo de la acción económico-política no sigue exactamente las pautas falsacionistas,
ya que las políticas económicas a que da lugar la aplicación del modelo sólo se consideran buenas si
son consistentes con el marco normativo. Por donde se agregan aún más debilidades
epistemológicas al planteo neoliberal.
El marco normativo (integrado por supuestos ontológicos, epistemológicos y éticos, no discutidos)
determina al modelo teórico y constituye al mundo de la economía y la acción política (fig. 1,
tomada selectivamente de Gómez, 2003). La determinación del modelo teórico se opera a través de
los momentos del método que Popper consagra como el método de las ciencias sociales: la lógica
situacional, la que a su vez, está inspirada –según dijo el mismo Popper- en la “lógica de la
elección” que Hayek propuso para la economía (Gómez, 1995). La lógica situacional consiste en
analizar y explicar la conducta de los agentes individuales a partir de la situación misma sin apelar a
aspectos subjetivos; pero se construye la situación en base al supuesto de completa racionalidad, es
decir, suponiendo que los agentes actúan tratando de maximizar la obtención de los fines objetivos
definidos por la situación, y luego se evalúa la desviación de la conducta real, de tal modelo. El
principio de racionalidad no tiene que ver con la afirmación de tipo psicológico de que la gente
siempre actúa racionalmente, sino con un supuesto metodológico de que debemos tratar de explicar
los fenómenos sociales en términos de los rasgos objetivos de la situación incluyendo los aspectos

7
Así por ejemplo, Hayek afirma que sin la ética presupuesta el mercado no podría funcionar, y Popper, por
su parte, reconoce que sin el “principio de racionalidad”, el método por el propuesto para las ciencias
sociales y para la economía, no podría operar.

6
objetivos de las expectativas y metas de los seres humanos, dejando de lado los modos en que los
mismos se generan en las mentes.
El principio de racionalidad junto con otros supuestos, como el egoísmo y la insaciabilidad, operan
así como determinantes de las variables que se considerarán relevantes para la economía, dejando
fuera de consideración otras variables.

Figura 1

Entonces, en primer lugar, el método que Popper propone para las ciencias sociales en general es
una extrapolación del método que Hayek propuso para la economía en particular, y en segundo
lugar, el método consiste en la formulación de un modelo de acción a partir del supuesto de la
racionalidad instrumental del agente individual. La lógica situacional funciona como un modelo
para explicar o predecir, no eventos singulares –aclara Popper- sino una determinada clase o tipo de
eventos, que son deducidos lógicamente y atribuidos necesariamente al mundo de la economía.
El marco normativo constituye al mundo de la economía porque nos dice de qué va a tratar la
economía. ¿Qué hay en el mundo de la economía y la acción politica? Agentes individuales
actuando racionalmente y libremente. ¿Cómo es ese mundo? Un mundo cuya característica
fundamental es la escasez. Todo ello viene determinado por los supuestos asumidos.
Determinación, constitución y deducción, son operaciones lógicas que están muy lejos de la
pretendida neutralidad valorativa que dicen sostener para la cientificidad del discurso. No sólo no es
posible la neutralidad valorativa en las ciencias sociales8 sino que cuando priman las operaciones

8
O al menos no es posible del modo en que lo entienden Hayek, Friedman y Popper. En todo caso hay que
reformular el concepto de neutralidad valorativa y el de objetividad en las ciencias sociales, pues la
explicación en ellas está supeditada a la comprensión del sentido de las acciones, para lo cual hay que
acceder a las interpretaciones y argumentaciones con las que los propios agentes esgrimen sus pretensiones

7
de tipo descendente como las mencionadas, la presencia del momento normativo desequilibra el
marco teórico aproximándolo más a una ideología que pretende justificar con discurso
pseudocientífico las decisiones políticas tomadas en función de intereses nunca explicitados del
todo.

Conclusiones  provisorias  
Hemos explorado sucintamente las principales características del discurso de la ciencia económica,
llevado a sus extremos por la ideología neoliberal. Creemos que varios elementos de ese discurso y
su carácter normativo formaron parte de la legitimación de las prácticas políticas impulsadas en la
provincia en la década del 90 del siglo pasado (década que para Santiago del Estero y para este tema
habría que situar entre 1993 y 2004).
A los efectos de establecer puntos de referencia para la continuidad de la investigación, podemos
destacar los siguientes elementos:
1. Perspectiva microeconómica, con sus acentos en el individuo y sus cálculos para la
maximización de utilidades.

2. Apoliticidad de la economía: separación neta de discursos y tipos dirigenciales.

3. Capacidades individuales reducidas a la racionalidad instrumental y a un aparato


motivacional limitado y arbitrario.

4. Naturalización del orden del mercado.

5. Ineluctabilidad de las políticas deducidas del modelo: no hay otras opciones viables.

6. Absolutización de la libertad económica.

7. Discurso fuertemente normativo, pero presentado como científico y neutro.

La investigación que llevamos adelante buscará la presencia de estos elementos en el discurso de


los actores de la época estudiada, y su función en la legitimación de las prácticas políticas
vinculadas a la reforma del estado y a la conformación de nuevos tipos dirigenciales.

Bibliografía  
BRUCKNER, P. (1996). La tentación de la inocencia. Barcelona: Anagrama.
COLOM GONZÁLEZ, F. (1997). Legitimidad política. En F. QUESADA, Filosofía Política I:
ideas políticas y movimientos sociales (págs. 171-186). Madrid: Trotta-CSIC.
DI CASTRO, E. (2002). La razón desencantada. Un acercamiento a la teoría de la elección
racional. México: UNAM.
DOMÈNECH, A. (2003). Cómo y por qué se fragmentó la ciencia social. En E. y. DI CASTRO,
Racionalidad y Ciencias sociales (págs. 81-93). México: Instituto de Investigaciones Filosóficas,
UNAM.

de validez apelando a razones, valoraciones y significaciones compartidas en el mundo de la vida.


(SCHUSTER et al., 2002).

8
DOMÈNECH, A. (1998). De la ética a la política. De la razón erótica a la razón inerte. Barcelona:
Crítica.
GÓMEZ GÓMEZ, C. M. (12 de Diciembre de 2003). Historia del Pensamiento Económico.
Apuntes. Recuperado el 21 de Abril de 2009, de http://www2.uah.es/econ/hpeweb/HPEMARGI.htm
GÓMEZ, R. (2003). Neoliberalismo globalizado. Refutación y debacle. Buenos Aires: Macchi.
GÓMEZ, R. (1995). Neoliberalismo y Seudociencia. Buenos Aires: Lugar.
HAYEK, F. v. (1948). Individualism and Economic order. Indiana: Gateway.
SCHUSTER, Federico; PECHENY, Mario; et alii. (2002). Objetividad sin neutralidad valorativa.
En F. SCHUSTER, Filosofía y Métodos de las Ciencias Sociales (págs. 238-263). Buenos Aires:
Manantial.

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