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La ira de los dioses

Por Jorge Gómez Arismendi


En la Ilíada de Homero, Aquiles pide a un hombre explicar la cólera de
Apolo, el dios que hiere de lejos. El hombre, amedrentado ante la
solicitud de hablar en el ágora, le pide al héroe ser defendido en el libre
ejercicio de la palabra, pues aquello podría significar el irritar a un
varón que goza de gran poder. La lección que entrega dicha historia
indica que el expresar opiniones incluye incluso el poner en duda la
cólera de un dios, sus justificaciones, sus magnitudes.
Irónicamente, hoy en tiempos donde se presumen a cada instante y
momento razones científicas, parece estar vetado cuestionar aquellas
cosas que se estiman como cuestiones sacrosantas fuera del marco del
debate racional y razonable. Parecen existir cosas que solo son posibles
de abordar desde las emociones. Así, los cinco minutos de odio
orwelliano se han vuelto permanentes en las redes sociales y esconden
una beatería extraña que parece considerar que ciertos asuntos
simplemente no pueden ser discutidos ni puestos en duda más allá de
tomar posiciones a favor o en contra. Ahí está la verborrea purulenta,
tan manifiesta en ciertas redes sociales, contra el rector Carlos Peña
por osar cuestionar los modos detrás de Greta Thunberg y decir que su
discurso, en el forma, llevaba la semilla del fanatismo.
En contextos que se perciben como tiempos de crisis surgen, casi de
forma simultánea, los profetas que anuncian vaticinios terribles e
inevitables y los redentores que anuncian la forma en que aquello se
puede zanjar definitivamente. Muchos, quizás conscientes de nuestra
propia pequeñez humana, fácilmente se petrifican ante los anuncios
fatídicos de los vaticinadores, que prácticamente se arrogan el
conocimiento total del mundo. No es raro que bajo el temor a la idea de
un apocalipsis inminente, muchos también se dejen obnubilar por
quienes prometen la salvación definitiva de sus pequeñas almas ante un
desenlace de ese tipo. Esto que parece más bien propio de tiempos
pasados donde el oscurantismo reinaba, es visible actualmente a través
de claros productos del desarrollo tecnológico y científico como las
redes sociales.
Como una extraña paradoja, no es extraño que hoy nos enfrentemos a
hordas de ramplones fanáticos y de cabeza rutinaria, que están
embriagados con nuevas quimeras basadas en la conjunción entre un
venidero apocalipsis y la redención definitiva a través de simples
decisiones voluntaristas, que presuntamente nos liberarán del mal total,
de la codicia, la ambición, el egoísmo. Son los típicos nostálgicos del
rebaño pero con acceso a internet y cuyo narcicismo se ha visto
exacerbado hasta convertirlos en los nuevos sacristanes de la fe de
moda, que no dudan en arrasar con cualquier matiz y atisbo de duda
que cuestione el credo del momento al cual adhieren. Sus escarnios
saturan las redes sociales, donde presumen su altura ética y moral
respecto a diversos temas. Lo irónico es que lo hacen expeliendo odio a
diestra y siniestra. El problema es que eso no se restringe al ámbito
virtual, sino que también se extiende a las universidades, el Congreso y
la prensa.
Es esa moral, que no es otra que la de las pandillas como nos advertía
Camus, la que aniquila todo lo individual, todo lo distinto y con ello toda
pluralidad genuina que una democracia necesita para sobrevivir. Un
ejemplo claro de la moral de la pandilla es el linchamiento virtual del
diputado Pepe Auth, propiciado por honorables legisladores que
consideraron como una herejía su voto respecto a una interpelación, es
decir, a un tema estrictamente político. De esa cepa, es decir, de los
beatos fanáticos que ven deslealtades a cada momento, provienen los
poseedores del peor mal banal que, como diría Octavio Paz, pueden
saltar fácilmente desde la Santa Inquisición al Comité de Salud Pública.
Y podemos agregar, que pueden pasar de la persecución de los herejes
o los antirrevolucionarios, al saneamiento de la sociedad, o ahora del
planeta mejor dicho, mediante lógicas eugenésicas. ¿No hay acaso
algunos orates que incluso dicen odiar a la humanidad?
Las masas de beatos fanáticos e irracionales son el soporte de los
vanidosos y narcisos que buscan alzarse sobre el rebaño como sus
nuevos pastores. Así degeneran las democracias y se aniquilan las
libertades. Quienes se obnubilan con estos personajes olvidan que
detrás de la imagen del mártir, del héroe o del altruista, también se
pueden esconder las peores extravagancias o el más perverso de los
despotismos. Quienes se obnubilan con nuevos redentores olvidan que,
tal como advertía Ortega y Gasset: “Si una sociedad va hacia la muerte
no la detendrá en su derrotero un gobierno de arcángeles”.

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