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‐ EL REGLAMENTO
1. Concepto y fundamento de la potestad reglamentaria
- Concepto
El reglamento es la norma propia de la Administración. Se llama reglamento a toda norma
escrita que dicta la Administración. Se llama potestad reglamentaria, en este sentido, al poder
en virtud del cual la Administración dicta reglamentos. Es la potestad más destacada de la
Administración ya que es la que le permite participar en la formulación del ordenamiento
jurídico.
El reglamento, a diferencia de la Ley, no representa la voluntad general. El reglamento
expresa la voluntad de la Administración, que es una organización servicial de la comunidad
en su conjunto. El reglamento es una norma secundaria, una norma subordinada a la Ley. El
sometimiento del reglamento a la Ley es absoluto. De hecho, es una condición de validez del
mismo. El reglamento sólo puede dictarse en el ámbito que le permite la Ley. El reglamento no
puede contradecir ni intentar dejar sin efecto lo establecido en las leyes. Sobre esta base se
formula el principio de jerarquía normativa, establecido en el art. 9.3 CE.
- Fundamento
El fundamento de la potestad reglamentaria lo encontramos en la Constitución. La
Constitución en su art. 97 atribuye expresamente al Gobierno el ejercicio de la potestad
reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las leyes.
La potestad reglamentaria, tal y como se establece en la Constitución (arts. 106.1 y 150.3) es
controlable por los Tribunales.
Como todo producto de la Administración, el Reglamento debe expresarse con sometimiento
pleno a la Ley y al derecho (art. 103.1 CE).
2. Clases de reglamentos. El problema de los reglamentos independientes.
Según la perspectiva que se adopte, se pueden distinguir diferentes clases de reglamentos.
‐ Por razón de su origen, los reglamentos pueden ser estatales, es decir, procedentes de la
Administración del Estado; autonómicos, es decir, procedentes de la Administración
autonómica; y locales, si proceden de una Administración Local.
‐ Por razón de sus efectos, debemos distinguir entre los reglamentos normativos y los
reglamentos de organización. Los reglamentos normativos son los que afectan a todos los
ciudadanos. Por el contrario, los reglamentos organizativos son lo que implican la organización
de una Administración. Por ejemplo, el Presidente del Gobierno tiene la competencia de crear,
modificar y suprimir, por Real Decreto, los Departamentos Ministeriales, así como las
Secretarías de Estado. Es una competencia perfectamente lógica del Presidente, dado que se
trata de un componente inherente a su función básica de dirigir la acción del Gobierno y
coordinar las funciones de los demás miembros del mismo.
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‐ Por su relación con la Ley, distinguimos entre los reglamentos ejecutivos, los reglamentos
independientes y los reglamentos de necesidad.
En el caso de los reglamentos ejecutivos, la Ley se limita a enunciar unos principios básicos
dejando a la Administración que por vía de reglamento precise el casuismo de desarrollo que
puede exigir la situación. Cuando esto sucede se habla de reglamentos ejecutivos de las Leyes.
Los reglamentos ejecutivos, por consiguiente, completan y desarrollan la Ley en la que se
apoyan.
El Consejo de Estado debe informarlos previamente y con carácter preceptivo, aunque no
vinculante. Esto quiere decir que el Consejo de Ministros no está obligado a seguir el parecer
del Consejo de Estado. Los reglamentos autonómicos serán informados por los órganos
consultivos de sus respectivas Comunidades autónomas, para el caso de aquellas
Comunidades autónomas que hayan establecido Consejos consultivos propios.
En cuanto a los reglamentos independientes de la Ley, sólo están permitidos en el caso de las
materias organizativas. El reglamento independiente está excluido, por lo tanto, en el ámbito
normativo externo a la Administración que implique definición abstracta de deberes y
obligaciones para los particulares, porque esta materia está reservada constitucionalmente a
la Ley. En este caso, el reglamento únicamente podrá desarrollar o ejecutar la Ley
En el primer caso, en el caso de los reglamentos organizativos, la Administración ejerce una
facultad de autodisposición sobre sí misma para cumplir de la mejor forma los fines públicos
que la Constitución le encomienda (art. 103.1 CE). Sin embargo, la propia Constitución
establece algunas reglas de organización administrativa (arts. 97, 103, 104, 107, etc.) y que
incluso reserva a la Ley en su art. 103.2 formular unos principios básicos sobre los órganos de
la Administración del Estado, principios de acuerdo con los cuales dichos órganos deberán
crearse, regirse y coordinarse. Pero dentro de ese marco constitucional y legal la
Administración autodispone de su propio aparato al configurar su organización. Hace uso de
una potestad organizatoria que es consustancial a su responsabilidad política.
En cuanto a los reglamentos de necesidad, estos únicamente se justifican en función de un
estado de necesidad, de una situación de emergencia. Hay una reserva de poder último en la
Administración que le obliga a actuar en la situación de circunstancias excepcionales para
salvaguardar los valores supremos.
La existencia en nuestro derecho de esta clase de Reglamentos que pueden imponerse a las
leyes en circunstancias extremas está reconocida de manera expresa. Así, el art. 21.1.m) LRL
habilita al alcalde a adoptar las medidas necesarias y adecuadas en caso de catástrofes.
El mismo tipo de medidas, en mayor o menor extensión, procederán en el caso de las
situaciones excepcionales previstas en el artículo 116 CE (estados de alarma, excepción y sitio),
reguladas por la LO de 1 de junio de 1981.
En todos estos supuestos excepcionales las autoridades gubernativas, civiles o militares, están
genéricamente habilitadas para actuar en contra de lo prescrito en las Leyes formales. De este
modo, las leyes formales se excepcionan durante el tiempo que duren las situación de
emergencia. Por consiguiente, los reglamentos de necesidad tienen el límite de la
temporalidad de su vigencia, es decir, los reglamentos de necesidad pierden sentido cuando
las circunstancias excepcionales desaparecen. Restablecida la normalidad, no es necesario
proceder a su derogación formal y expresa para que tal derogación se considere producida.
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Fuera de estas situaciones de estado de necesidad el Reglamento no sólo no puede
contradecir a la Ley, sino que está estrictamente vinculado y subordinado a ésta.
3. Requisitos de validez de los reglamentos: límites formales y sustanciales de la
potestad reglamentaria.
Límites formales
Los límites formales se refieren al aspecto externo del reglamento y son los siguientes:
- En primer lugar, la competencia para emanar reglamentos.
No todos los órganos de la Administración tienen potestad reglamentaria, sino sólo unos
órganos concretos y determinados en los cuales se ha especificado dicha potestad. Sólo serán
válidos aquellos reglamentos que sean dictados por el órgano competente.
La Constitución por una parte, como ya se ha indicado, atribuye la potestad reglamentaria al
Gobierno (art. 97 CE). Por otra parte, al consagrar la garantía institucional de la autonomía, la
Constitución también reconoce la potestad reglamentaria a los municipios, provincias y a las
Comunidades autónomas (arts. 137, 140, 141 y 143).
En el ámbito de la Administración del Estado, el órgano competente para dictar reglamentos
es el Gobierno, tal y como establece el art. 97 CE. También tendrá competencia para dictar
reglamentos el Presidente del Gobierno. En este sentido, el art. 2.2.j) LG establece como
competencia propia del presidente del Gobierno “crear, modificar y suprimir, por Real
Decreto, los Departamentos ministeriales, así como las Secretarías de Estado”. Es una
competencia lógica del Presidente, al constituir un componente inherente a su función básica
de dirigir la acción del Gobierno y coordinar las funciones de los demás miembros del mismo.
Los Ministros también tienen potestad reglamentaria. La LG en su art. 4.1.b) enuncia entre las
facultades del Ministro “ejercer la potestad reglamentaria en los términos previstos en la
legislación específica”. No hay, por consiguiente, una atribución genérica de potestad
reglamentaria a los Ministros, sino sólo la conferida por Leyes específicas, caso por caso.
Normalmente, el ámbito de actuación de la potestad reglamentaria de los Ministros se refiere
a la organización interna de los servicios de su Ministerio respectivo (Art. 61 LRJSP), si bien
también puede dictar reglamentos con efectos externos, como la concesión de subvenciones
[art. 61 p) LRJSP].
Los Directores Generales también podrán dictar reglamentos pero igualmente de carácter
meramente organizativo. El art. 66. LRJSP, así, les confiere la facultad de “impulsar y supervisar
la gestión de sus servicios.
También tienen potestad reglamentaria otros órganos constitucionales como, por ejemplo, el
Tribunal Constitucional (art. 2.2 LOTC) y el Consejo General del Poder Judicial. Tal posibilidad
se prevé en sus respectivas leyes orgánicas de creación. La razón de este tipo de potestad
reglamentaria es defender la independencia constitucional de estos órganos (la independencia
judicial en el segundo caso) y de sus respectivas funciones con respecto de las intervenciones
del Ejecutivo. Análogo es el caso de los Estatutos de las Universidades (arts. 2.2.a) y 6 de la
LOU) habida cuenta de que la autonomía de las Universidades está constitucionalmente
garantizada (art. 27.10 CE); la aprobación de los Estatutos por el Consejo de Gobierno de las
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Comunidades autónomas implica solamente un mero control de legalidad, como aclaró la
sentencia constitucional de 23 de febrero de 1989 a propósito de la Ley precedente y que hoy
precisa el art. 6.2 de la actualmente en vigor.
Otras Leyes Orgánicas habilitan a ciertas Administraciones independientes a dictar
instrucciones y circulares en las materias que están bajo su vigilancia. Así el Texto Refundido
de Ley del Mercado de Valores de 23 de octubre de 2015 (artículo 24), la Ley de Auditoría de
Cuentas de 20 de julio de 2015 (art. 58), y la Ley de Telecomunicaciones de 9 de mayo de 2014,
art. 68. Igualmente, tendrá potestad reglamentaria, el Banco de España. Estas regulaciones
tendrán un valor organizativo.
- El segundo límite formal es la jerarquía normativa.
El principio de jerarquía normativa no sólo se refiere a la relación entre la Ley y el Reglamento,
sino también a los reglamentos entre sí. El art. 23 de la LG establece expresamente esta
jerarquía normativa interna, indicando que las Disposiciones aprobadas por Real Decreto del
Presidente del Gobierno o del Consejo de Ministros prevalecerán sobre las disposiciones
aprobadas por Orden Ministerial. Ningún reglamento podrá vulnerar preceptos de otro de
jerarquía superior.
Este esquema, que se refiere al ordenamiento jurídico‐administrativo estatal, se reproduce en
el ordenamiento autonómico pero no es aplicable para explicar las normas procedentes de
ordenamientos jurídicos distintos, cuya relación básica no es de jerarquía, sino de
competencia. El principio de jerarquía es, por consiguiente, un principio intraordinamental
exclusivamente salvo en lo que respecta a la Constitución que se impone jerárquicamente,
sin excepción alguna, a todas las demás normas jurídicas, cualquiera que sea su procedencia.
- El tercer límite formal es el procedimiento para elaborar los reglamentos.
El poder reglamentario se debe ejercitar de acuerdo con unos trámites establecidos, que
constituyen un procedimiento especial, previsto por el art. 105.1 CE y el art. 26 LG. Este
precepto contempla un procedimiento único de elaboración de los anteproyectos de ley, de
los proyectos de real decreto legislativo y de normas reglamentarias.
La observancia del procedimiento al elaborar las disposiciones reglamentarias tiene un
carácter formal. La omisión o defectuoso cumplimiento del procedimiento implica la nulidad
de la disposición que se dicte. El procedimiento, por tanto, constituye un límite importante al
ejercicio de la potestad reglamentaria.
Su redacción estará precedida de cuantos estudios y consultas se estimen convenientes para
garantizar el acierto y la legalidad de la norma.
Se da especial importancia a la participación de los interesados, en base al art. 105 a) CE. Así,
se contempla una consulta pública través del portal web del departamento competente, con
carácter previo a la elaboración del texto, en la que se recabará opinión de los sujetos
potencialmente afectados por la futura norma y de las organizaciones más representativas
acerca de:
a) Los problemas que se pretenden solucionar con la nueva norma.
b) La necesidad y oportunidad de su aprobación.
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c) Los objetivos de la norma.
d) Las posibles soluciones alternativas regulatorias y no regulatorias.
Podrá prescindirse de este trámite de consulta pública previsto en el caso de la elaboración de
normas presupuestarias u organizativas de la Administración General del Estado o de las
organizaciones dependientes o vinculadas a éstas, cuando concurran razones graves de interés
público que lo justifiquen, o cuando la propuesta normativa no tenga un impacto significativo
en la actividad económica, no imponga obligaciones relevantes a los destinatarios o regule
aspectos parciales de una materia. También podrá prescindirse de este trámite de consulta en
el caso de tramitación urgente de iniciativas normativas, tal y como se establece en el
artículo 27.2. La concurrencia de alguna o varias de estas razones, debidamente motivadas, se
justificarán en la Memoria del Análisis de Impacto Normativo.
La consulta pública deberá realizarse de tal forma que todos los potenciales destinatarios de la
norma tengan la posibilidad de emitir su opinión, para lo cual deberá proporcionarse un
tiempo suficiente, que en ningún caso será inferior a quince días naturales.
El centro directivo competente elaborará con carácter preceptivo una Memoria del Análisis
de Impacto Normativo, que deberá contener los siguientes apartados:
a) Oportunidad de la propuesta y alternativas de regulación estudiadas, lo que
deberá incluir una justificación de la necesidad de la nueva norma frente a la
alternativa de no aprobar ninguna regulación.
b) Contenido y análisis jurídico, con referencia al Derecho nacional y de la Unión
Europea, que incluirá el listado pormenorizado de las normas que quedarán
derogadas como consecuencia de la entrada en vigor de la norma.
c) Análisis sobre la adecuación de la norma propuesta al orden de distribución
de competencias.
d) Impacto económico y presupuestario, que evaluará las consecuencias de su
aplicación sobre los sectores, colectivos o agentes afectados por la norma, incluido
el efecto sobre la competencia, la unidad de mercado y la competitividad y su
encaje con la legislación vigente en cada momento sobre estas materias. Este
análisis incluirá la realización del test Pyme de acuerdo con la práctica de la
Comisión Europea.
e) Asimismo, se identificarán las cargas administrativas que conlleva la
propuesta, se cuantificará el coste de su cumplimiento para la Administración y para
los obligados a soportarlas con especial referencia al impacto sobre las pequeñas y
medianas empresas.
f) Impacto por razón de género, que analizará y valorará los resultados que se
puedan seguir de la aprobación de la norma desde la perspectiva de la eliminación
de desigualdades y de su contribución a la consecución de los objetivos de igualdad
de oportunidades y de trato entre mujeres y hombres, a partir de los indicadores de
situación de partida, de previsión de resultados y de previsión de impacto. Podría
extenderse este informe al resto de los derechos fundamentales, como ocurre en
otros países, como el Reino Unido.
g) Un resumen de las principales aportaciones recibidas en el trámite de
consulta pública.
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La Memoria del Análisis de Impacto Normativo incluirá cualquier otro extremo que pudiera ser
relevante a criterio del órgano proponente.
A lo largo del procedimiento de elaboración de la norma, el centro directivo competente
recabará, además de los informes y dictámenes que resulten preceptivos, cuantos estudios y
consultas se estimen convenientes para garantizar el acierto y la legalidad del texto.
Salvo que normativamente se establezca otra cosa, los informes preceptivos se emitirán en un
plazo de diez días, o de un mes cuando el informe se solicite a otra Administración o a un
órgano u Organismo dotado de especial independencia o autonomía.
El centro directivo competente podrá solicitar motivadamente la emisión urgente de los
informes, estudios y consultas solicitados, debiendo éstos ser emitidos en un plazo no superior
a la mitad de la duración de los indicados antes.
En todo caso, los anteproyectos de ley, los proyectos de real decreto legislativo y los proyectos
de disposiciones reglamentarias, deberán ser informados por la Secretaría General Técnica del
Ministerio o Ministerios proponentes.
Asimismo, cuando la propuesta normativa afecte a la organización administrativa de la
Administración General del Estado, a su régimen de personal, a los procedimientos y a la
inspección de los servicios, será necesario recabar la aprobación previa del Ministerio de
Hacienda y Administraciones Públicas antes de ser sometidas al órgano competente para
promulgarlos. Si transcurridos 15 días desde la recepción de la solicitud de aprobación por
parte del citado Ministerio no se hubiera formulado ninguna objeción, se entenderá concedida
la aprobación.
Será además necesario informe previo del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas
cuando la norma pudiera afectar a la distribución de las competencias entre el Estado y las
Comunidades Autónomas.
Sin perjuicio de la consulta previa a la redacción del texto de la iniciativa, cuando la norma
afecte a los derechos e intereses legítimos de las personas, el centro directivo competente
publicará el texto en el portal web correspondiente, con el objeto de dar audiencia a los
ciudadanos afectados y obtener cuantas aportaciones adicionales puedan hacerse por otras
personas o entidades. Asimismo, podrá recabarse directamente la opinión de las
organizaciones o asociaciones reconocidas por ley que agrupen o representen a las personas
cuyos derechos o intereses legítimos se vieren afectados por la norma y cuyos fines guarden
relación directa con su objeto.
El plazo mínimo de esta audiencia e información públicas será de 15 días hábiles, y podrá ser
reducido hasta un mínimo de siete días hábiles cuando razones debidamente motivadas así lo
justifiquen; así como cuando se aplique la tramitación urgente de iniciativas normativas, tal y
como se establece en el artículo 27.2. De ello deberá dejarse constancia en la Memoria del
Análisis de Impacto Normativo.
El trámite de audiencia e información pública sólo podrá omitirse cuando existan graves
razones de interés público, que deberán justificarse en la Memoria del Análisis de Impacto
Normativo. Asimismo, no será de aplicación a las disposiciones presupuestarias o que regulen
los órganos, cargos y autoridades del Gobierno o de las organizaciones dependientes o
vinculadas a éstas.
Se recabará el dictamen del Consejo de Estado u órgano consultivo equivalente cuando fuera
preceptivo o se considere conveniente.
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Cumplidos los trámites anteriores, la propuesta se someterá a la Comisión General de
Secretarios de Estado y Subsecretarios y se elevará al Consejo de Ministros para su aprobación
y, en caso de proyectos de ley, su remisión al Congreso de los Diputados o, en su caso, al
Senado, acompañándolo de una Exposición de Motivos y de la documentación propia del
procedimiento de elaboración a que se refieren las letras b) y d) del artículo 7 de la
Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen
gobierno y su normativa de desarrollo.
El Ministerio de la Presidencia, con el objeto de asegurar la coordinación y la calidad de la
actividad normativa del Gobierno analizará los siguientes aspectos:
a) La calidad técnica y el rango de la propuesta normativa.
b) La congruencia de la iniciativa con el resto del ordenamiento jurídico,
nacional y de la Unión Europea, con otras que se estén elaborando en los distintos
Ministerios o que vayan a hacerlo de acuerdo con el Plan Anual Normativo, así
como con las que se estén tramitando en las Cortes Generales.
c) La necesidad de incluir la derogación expresa de otras normas, así como de
refundir en la nueva otras existentes en el mismo ámbito.
d) El contenido preceptivo de la Memoria del Análisis de Impacto Normativo y,
en particular, la inclusión de una sistemática de evaluación posterior de la aplicación
de la norma cuando fuere preceptivo.
e) El cumplimiento de los principios y reglas establecidos en la regulación del
procedimiento de elaboración de las disposiciones reglamentarias.
f) El cumplimiento o congruencia de la iniciativa con los proyectos de reducción
de cargas administrativas o buena regulación que se hayan aprobado en
disposiciones o acuerdos de carácter general para la Administración General del
Estado.
g) La posible extralimitación de la iniciativa normativa respecto del contenido de
la norma comunitaria que se trasponga al derecho interno.
Se contempla, en fin, una tramitación urgente en los siguientes supuestos (art. 27 LG):
a) Cuando fuere necesario para que la norma entre en vigor en el plazo exigido
para la transposición de directivas comunitarias o el establecido en otras leyes o
normas de Derecho de la Unión Europea.
La consecuencia es la reducción de los plazos a la mitad.
Un requisito final del procedimiento de elaboración de los reglamentos es el de la publicación.
Los reglamentos de la Administración del Estado deben publicarse en el BOE. Sólo a través de
la publicación en el BOE se perfecciona la norma jurídica y adquiere eficacia frente a terceros.
Los reglamentos autonómicos se publicarán en sus correspondientes boletines oficiales (art.
131 LPACAP).
Se contempla un seguimiento de cada disposición reglamentaria mediante un control del
grado de cumplimiento, que se traduce en el Informe anual de evaluación, que debe realizar
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el Consejo de Ministros antes del 30 de abril de cada año a propuesta del Ministerio de la
Presidencia (art. 28 LG).
En el caso de la Administración Local, el art. 49 LBRL establece un procedimiento de
elaboración de Ordenanzas, que incluye un trámite de información pública e informe de
interesados y la necesidad de pronunciarse sobre las sugerencias que de esa información
hayan podido surgir. Las ordenanzas se aprobarán en el Boletín Oficial de la Provincia, como
condición de validez (art. 70.2), incluyendo los planes urbanísticos.
Límites sustanciales
Los límites sustanciales son los que afectan al contenido de la norma reglamentaria.
- El primer límite es el respeto a los principios generales del derecho y en especial la
interdicción de la arbitrariedad.
Los principios generales del derecho constituyen un límite del poder reglamentario. Aunque un
reglamento respete los límites formales antes enunciados, incluyendo el límite esencial de
respeto de la Ley, no será válido si no respeta los principios generales del derecho. No en vano,
el art. 103.1 CE proclama explícitamente para la Administración el sometimiento pleno a la Ley
y al Derecho. Este sometimiento pleno al derecho se entiende más allá de los principios
estrictamente constitucionalizados.
Igualmente, el artículo 9.3 garantiza la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos
y, por tanto, de la Administración, que es uno de ellos. El principio de interdicción de la
arbitrariedad tiene una especial relevancia en la potestad reglamentaria. Para una concreta
valoración de la arbitrariedad habrá que acudir a criterios de justicia material que sólo pueden
encontrarse en los principios generales del derecho. No serán válidos los reglamentos que
produzcan resultados manifiestamente injustos.
- El segundo límite viene constituido por las técnicas de control de la discrecionalidad
La potestad reglamentaria es una potestad discrecional. Es decir, un poder mediante el cual la
Administración tiene cierta libertad de elección para adoptar sus determinaciones. La
discrecionalidad administrativa al ejercer la potestad reglamentaria es controlable por los
Tribunales. No obstante, este control encuentra como obstáculo que la Ley no exige
expresamente motivar las normas reglamentarias. Para solventar este problema, los tribunales
normalmente ejercen el control de la potestad reglamentaria a través del examen de la
memoria o el preámbulo de la disposición reglamentaria, que establecen una justificación de
las normas previstas en el correspondiente reglamento pudiendo comprobar si se trata o no de
una disposición arbitraria. Observando la justificación de la norma, ya sea en el preámbulo o
en la memoria, los tribunales comprueban si la Administración ha sobrepasado los límites de la
discrecionalidad, situándose por consiguiente en el terreno de lo arbitrario.
- El tercer límite viene determinado por la materia que deba ser objeto del reglamento.
Si bien la Ley puede regular prácticamente cualquier materia, el Reglamento tiene un ámbito
limitado y estricto donde producirse, a menos que el mismo le pueda ser ampliado
ocasionalmente por la Ley.
El Reglamento, en principio, como producto de la Administración, versa sobre las funciones de
la Administración en el ámbito de lo público. Por ejemplo, el Reglamento no puede tratar
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cuestiones propias del Derecho civil. Por consiguiente, la materia reglamentaria debe ser
materia administrativa. Dentro del ámbito de lo administrativo, no obstante, se deberán
realizar matizaciones fruto de la relación entre la Ley y el Reglamento.
En efecto, en el ámbito del derecho administrativo, debe distinguirse aquellas materias
administrativas que pertenecen al ámbito interno o doméstico de la Administración y las que
afectan a los derechos y deberes de los ciudadanos como tales. El primero sería el ámbito por
excelencia de la normación reglamentaria y comprende los aspectos organizativos
propiamente tales. En este caso impera en términos genéricos la potestad reglamentaria de la
Administración.
Por el contrario, cuando se trata de cuestiones que aun siendo administrativas implican a los
ciudadanos como tales la imposición de obligaciones o deberes, la limitación de su libertad
previa o de sus derechos, se entiende que el Reglamento ha de limitarse a actuar como
complementario de la Ley y que una norma con este rango es siempre necesaria. Para regular
estas materias no bastará invocar la genérica potestad reglamentaria atribuida por la
Constitución, sino que además será necesaria una habilitación específica, caso por caso, que la
Ley ha hecho al Reglamento, según las diferentes formas de delegación legislativa.
En este sentido, los reglamentos no podrán regular materias objeto de reserva de ley ni
infringir normas con dicho rango (art. 47.2 LPACAP). La infracción de esta norma se sanciona
con la nulidad de pleno derecho. Sin perjuicio de su función de desarrollo o colaboración con
respecto a la Ley, tampoco podrán tipificar delitos, faltas o infracciones, así como tributos,
cánones u otras cargas o prestaciones personales o patrimoniales de carácter público.
- El cuarto límite viene constituido por la irretroactividad.
El Reglamento no puede establecer la retroactividad de disposiciones sancionadoras no
favorables o restrictivas de derechos individuales. La LPACAP en su art. 47.2 sanciona esta
retroactividad con la nulidad de pleno derecho del reglamento correspondiente.
- El quinto límite es la inderogabilidad singular de los reglamentos. (Art. 37 LPACAP)
La autoridad que ha dictado un reglamento y que, por lo tanto, podría igualmente derogarlo,
no puede, por el contrario, mediante un acto singular, excepcionar para un caso concreto la
aplicación del reglamento, a menos que el propio reglamento autorice la excepción o dispensa.
Más que un auténtico límite a la potestad reglamentaria, se trata de una regla en orden a la
aplicación de las normas reglamentarias.
La explicación al principio de inderogabilidad singular de los reglamentos se encuentra en el
pleno sometimiento de la Administración a la Ley y al Derecho. En efecto, la Administración
está sometida a todo el ordenamiento y, por lo tanto, también a sus propios reglamentos. Al
estar sometida a sus reglamentos, la Administración no podrá excepcionar la aplicación de los
mismos para casos singulares cuando no lo prevén los propios reglamentos. Sería una
infracción del propio reglamento.
4. Los reglamentos ilegales: sanción y formas de impugnación.
Sanción
Un reglamento es ilegal cuando no respeta los límites formales y sustanciales. Se sanciona con
la nulidad de pleno derecho (art. 47 LPACAP).
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Formas de impugnación
La mera publicación de un reglamento no implica su aplicación sin más. Antes de aplicarse se
debe cuestionar por todos los destinatarios y, sobre todo, por los jueces, su adecuación a la
Ley. Si de este enjuiciamiento previo resulta que el reglamento contradice a las Leyes, habrá
que rechazar su aplicación para hacer efectiva la aplicación prioritaria de la Ley violada. El Juez
deberá inaplicar automáticamente el reglamento sin necesidad de que se lo soliciten las
partes, en virtud del principio iura novit curia.
En este sentido, el art. 117.1 CE al declarar a los jueces y Tribunales sometidos únicamente al
imperio de la ley, les obliga a buscar el acomodo legal de todo reglamento antes de cualquier
aplicación de los mimos e inaplicarlos si son contrarios a la Ley.
El deber de enjuiciamiento previo también corresponderá a los administrados y a la propia
Administración. El administrado al observar que se va a aplicar u reglamento ilegal a una
relación jurídica que le afecta, podrá declarar la ilegalidad del reglamento e interponer los
recursos que procedan. Igualmente, la Administración, al aplicar un reglamento, deberá
enjuiciar previamente su adecuación a la Ley e inaplicarlo si considera que es contrario a la
Ley.
Frente a la reacción pasiva que supone el enjuiciamiento previo e inaplicación de los
reglamentos ilegales, el ordenamiento jurídico ofrece remedios más activos.
La Administración, de oficio o a instancia del administrado, ante un reglamento ilegal, aparte
de inaplicarlo, puede declarar su nulidad de pleno derecho, previo informe del Consejo de
Estado o del órgano consultivo de la comunidad autónoma correspondiente. Los efectos de la
nulidad se retrotraen al momento en el que se dictó el reglamento.
El segundo de los remedios activos frente a un reglamento ilegal viene constituido por los
recursos contencioso‐administrativos.
Los particulares pueden interponer dos tipos de recursos contencioso‐administrativos contra
el reglamento ilegal (art. 26 LJ):
- El recurso directo contra el propio reglamento ilegal;
- El recurso indirecto, que consiste en la impugnación de un acto de aplicación del
reglamento en base a la ilegalidad de éste.
La interposición de un recurso no impide la interposición del otro. La declaración de nulidad de
un reglamento ilegal por parte de los tribunales contencioso‐administrativos tendrá efectos
erga omnes.
Por otra parte, los jueces que hayan declarado la ilegalidad de un acto de aplicación de un
Reglamento del que no tienen competencia para conocer, deberán plantear la cuestión de
legalidad ante el órgano competente para resolver el recurso directo (art. 27). Es el caso
cuando se cuestiona un Reglamento estatal, sobre el que el Tribunal Superior de Justicia no
tiene competencia para conocer de un recurso directo contra él.
Finalmente, cuando el reglamento viole alguno de los derechos fundamentales susceptibles de
amparo constitucional, puede iniciarse el proceso especial y sumario establecido en el art. 53.2
CE, regulado por los arts. 114 y ss LJ, interponiendo el correspondiente recurso contencioso‐
administrativo en el plazo de 10 días a contar desde su publicación.
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La LOTC incluye varios supuestos de impugnación de reglamentos ante el TC. La CE en su art.
161.2 prevé la impugnación por el Gobierno de las disposiciones adoptadas por los órganos de
las Comunidades autónomas. La LOTC amplía los supuestos a los conflictos de competencia
entre el Estado y las Comunidades autónomas o de éstas entre sí. Se trata de una competencia
compartida con los tribunales contencioso‐administrativos, de modo que las mismas entidades
que pueden plantear el conflicto ante el TC lo pueden hacer ante la JCA. El TC, sin embargo, no
efectuará un enjuiciamiento del Reglamento desde todas sus condiciones de legalidad (límites
formales y materiales), sino exclusivamente desde el parámetro de la Constitución y
eventualmente de los Estatutos de autonomía y leyes marco o de transferencia o de
delegación que hayan delimitado competencias entre el Estado y las Comunidades autónomas.
Sin embargo, hay que tener presente que la efectividad de la vinculación constitucional sobre
los Reglamentos no es de la jurisdicción exclusiva del TC, sino que es obligación exigirla por
parte de todos los Tribunales, tanto ordinarios como contencioso‐administrativos.
La STC que resuelva sobre estas impugnaciones ocasionales contra Reglamentos se impone a
todas las jurisdicciones, pero exclusivamente respecto al tema de conformidad o
disconformidad del Reglamento con la CE y en concreto en relación con el orden de
competencias territoriales por ésta diseñado, pero dejará intacta a los demás tribunales,
contencioso‐administrativos y ordinarios, la posibilidad de apreciar la ilegalidad de un
Reglamento cuya constitucionalidad haya declarado el TC por otros motivos diferentes.
Esta prevalencia de la decisión del TC, aunque limitada al ámbito de competencias de éste,
parece que obliga a que si está abierto otro proceso contra el mismo reglamento ante un
tribunal contencioso‐administrativo, éste deberá suspenderse por prejudicialidad hasta que se
dicte la STC.
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