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Los miedos del Fed

Manuel Sánchez González

El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía


Mexicana para Desencantados (FCE 2006) .

El domingo pasado, el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) del Banco de


la Reserva Federal de Estados Unidos volvió a sorprender a los mercados
financieros con el anuncio de medidas para contrarrestar los efectos
económicos del coronavirus.

El carácter urgente de la decisión quedó de manifiesto en el hecho de que


ocurrió en una segunda reunión extraordinaria durante marzo, en sustitución de
la sesión programada para el mes, que se llevaría a cabo más tarde en la
semana.

En comparación con la anterior junta no prevista, la determinación incorporó


acciones más amplias, dirigidas a incrementar el relajamiento monetario y la
provisión de liquidez.

Específicamente, el FOMC recortó el intervalo objetivo de su tasa de interés de


política monetaria en un punto porcentual, para situarlo en 0.00 – 0.25 por
ciento. El Comité aclaró que sostendrá esta meta hasta asegurarse que “la
economía haya resistido los eventos recientes y se encuentre en camino de
alcanzar el máximo empleo y la estabilidad de los precios”. Tal comentario
confirma, entre otros aspectos, la intención tradicional del Fed de excluir la
posibilidad de niveles negativos para este instrumento.

El actual rango de la tasa de interés de referencia coincide con el que el Fed


estableció a finales de 2008, para paliar el impacto de la crisis financiera global,
el cual mantuvo inalterado durante los siguientes siete años. Esta coincidencia
sugiere que las actuales preocupaciones del FOMC son semejantes a las que
manifestó en torno a la debacle más grave desde la Gran Depresión.

Adicionalmente, el Fed decidió incrementar de forma significativa su tenencia de


valores del Tesoro y activos de agencias respaldados por hipotecas, así como
reinvertir los pagos de principal de deudas de agencias y de estos últimos
activos que mantiene en su balance. También mencionó la expansión de las
operaciones de crédito a los intermediarios financieros iniciada recientemente.

Finalmente, anunció otras medidas para aumentar la disponibilidad de liquidez,


que incluyen facilidades de redescuento, crédito intradía, amortiguadores de
capital y liquidez, requerimientos de reservas, así como líneas de intercambio de
dólares estadounidenses con otros bancos centrales.

Como con la tasa de interés, las acciones complementarias también evocan la


respuesta implantada hace más de una década a raíz de la turbulencia financiera
mundial. Sin embargo, a diferencia de aquella coyuntura, la problemática actual
no se derivó de la implosión de una burbuja de crédito y activos hipotecarios,
sino del brote de una epidemia.

Por la misma razón, las medidas del Fed no se orientan primordialmente a


subsanar la debilidad de los mercados financieros, sino a atenuar la posible caída
de la producción, efecto central de las gestiones para evitar la diseminación de la
enfermedad.

Empero, es poco probable que las maniobras monetarias mejoren mucho el


desempeño de la economía. Como en la decisión extraordinaria anterior, los
inversionistas validaron esa percepción al recibir con escepticismo el anuncio, lo
cual se manifestó en el estrepitoso desplome de los mercados bursátiles.

Sin desconocer las buenas intenciones, los temores del FOMC, que
aparentemente motivaron la decisión sorpresiva del domingo, podrían haber
exacerbado el pánico del público.

En última instancia, el control del daño económico del coronavirus dependerá de


la erradicación de esa enfermedad, lo cual tomará tiempo. En ese período, la
política fiscal, diseñada para brindar alivio transitorio a los sectores más
afectados económicamente, de preferencia en una forma que minimice el riesgo
moral, aparece como una opción más promisoria que la monetaria.

A juzgar por las precauciones para combatir la epidemia, es muy probable que el
mundo y Estados Unidos caigan en recesión. A pesar de que, sin claro
fundamento, la administración de México ha promovido menos restricciones que
las de naciones desarrolladas, la caída del PIB en nuestro país podría ser
significativa.

El riesgo de debilitamiento económico de México provendría del menor impulso


externo, así como de la profundización del letargo del consumo y la inversión
privados, que se ha observado desde mediados de 2018 ante las dudas sobre el
rumbo de las disposiciones gubernamentales.

A la luz de lo anterior, es conveniente que México no finque su esperanza en la


política monetaria como medio para enfrentar la crisis. Además de un uso
prudente de la política fiscal dirigida especialmente a combatir la epidemia, la
mejor estrategia de reanimación consistiría en medidas que fortalezcan la
confianza económica de los particulares.

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