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hence eet il na W Capitulo 1 Williams, el matén Capitulo 2 Mi amigo Harald Capitulo 3 Nan y Lidia Capitulo 4 Desaparicidn Capitulo 5 El golpe Capitulo 6 El bosque Capitulo 7 Litia desaparese Capitulo 8 El *sirkhawn” 81 Capitulo 9 8 La again Capitulo 10 Elrey de los silfos Capftulo 11 Noche en la nieve Capitulo 12 El enfrentamiento Epilogo El autor ly CE capitulo Williams, el maton pe esperando desde hace mucho tiempo al costado de esta «. + L-gran ruta, no lejos de mi pueblo, donde los camiones nunca pa- yun. Todavia no estoy cansado de esperar, aunque los pies se me empie- yon poner azules adentro de las medias mojadas. Ya com/ el sandwich que me dio mi madre antes de salir, diciéndome que ir a la ruta para ser grande era mas dificil de lo que pensaba y que ademas tuviera cuidado de no andar hablando por todas partes como suele ocurrirme. Comi el séndwich porque tenia hambre. Tengo hambre a menudo, por eso soy un poco més gordo que los demas. Pero para ser grande, es mejor ser un po- quito gordo también... —iEd? Estoy esperando e! micro que lleva a los grandes al valle, donde hay una ciudad Ilena de calles, calles llenas de casas, y en las casas, un mont6n de ‘antenas para mirar los dibujos animados en la tele. Hay que tomar ese mi- ro para ser grande. Apie seria mas largo. El micro toca /a bocina. Al pasar, me salpica con nieve. jQué bien! Creo que me vio un poco tarde. Sin embargo, no soy tan bajo. Por suerte, fre- nay para un poco mas lejos. Empiezo a correrlo. Tuve miedo. Hubiera sido MICHEL HONAKER in problema perdérmelo, Se abre la puerta con un ruido de globo que se desinfla y el chofer. 7 me —jEdmond Willoughby! El chofer tiene una cara muy simpétie ; n ly simpdtica, sobre todo por la gorra que tiene puesta al revés y que le cae sobre los 0/0s, Como a papa A baja en el jardin. Me dice: = —Fstoy seguro de que te vas para ser grande. Pero la cit Jos todavia. Sube, te Hlevo. eye , si parece que debe ver a menudo chicos que parten como yo a la aven- ura. le ayuda a subir. El micro es requetealto. Hace calor adentro y hay olor } a No es desagradable, pero dan ganas de toser. Esté lleno de gente igual que esté sentada, con sus bolsos sobre las rodillas, y todos me mirai —jEd! jOtra vez en la luna! —iY qué vas a hacer cuando seas grande? —me pregunta el chofer. Yyole contesto lo que siempre soné contestar a un chofer que me lleva- ra en su micro hasta el valle donde uno se vuelve grande. —Quiero ser escritor, y, i, Y para eso hace falta mucha gente mis novelas, si no.. hae Acaban de sacarme la hoja y me doy vuelta para darle un tortazo a Williams, porque Williams, con esa cara de bestia, es el Unico capaz de h: Cer algo asi. Retrocede cruzando las manos delante de Su Cara ‘ rata. if soy el mas fuerte, pero soy el mas gordo, y mis pifias duelen cuando a . rectamente a la nariz. Solo que no es Williams quien sacude mi hoja, s . la sefiorita Baldwin, mi maestra. Me mira con enojo. Tiene la nariz Hie, y la boca encogida. Es linda la sefiorita Baldwin, aun cuando esta eS Estoy en apuros. Es molesto que la maestra te mire fijo delante de i. dos. Williams aprovecha para refrse como un tonto, y para dar codazos a Sus amigos que lo son tanto como él. Williams tiene una manera rara di feitse, sobre todo cuando esta sentado. Tuerce el cuello para todos aie, F a La hechicera del mediodta ‘domo si tuviera una arafia en la espalda, y también muestra los dientes, - son muy lindos porque no se los debe lavar seguido. Nome cae muy bien. El y su banda se las arreglan siempre para caer- jh encima todos juntos. Me sacan los tiles o me manchan la ropa. Total a iillos no los retan después en sus casas. Y también sobornan a los mas chi- 08 en el recreo. Les piden monedas 0 malvaviscos. (Los malvaviscos son ‘ijhas bolas de colores que el senior Hackendown vende en el pote rojo, que ‘std cerca de la caja. Son muy ricos y muy nutritivos, a pesar de lo que di- 00 e! doctor que no entiende nada, dado que nunca los come). Digo a Williams decir entre dientes cosas poco amables sobre mi pan- {alén demasiado apretado que mamé no tuvo tiempo de agrandar porque wate afio el invierno llegé demasiado rapido. Williams merecerfa en verdad que le pegue, solo que la maestra nome gaca los ojos de encima. Esta esperando una explicacion a propdsito de mi hoja en blanco. Empiezo a ponerme colorado, y cada vez que eso sucede mi cara causa gracia. La clase entera se rie, sobre todo las chicas. Deja- rin de hacerse las vivas cuando las corra durante el recreo para tirarles de as trenzas. —£dmond —dice la maestra—, tienes que aprender a ponerte a tra- bajar al mismo tiempo que todos en lugar de distraerte. Siempre pasa lo mismo. Por lo tanto, te voy a poner una nota... —Sefiorita, es que tenia un montén de cosas para contar! —No ten‘as que contar tu vida, solo decir cémo crefas que uno se vuel- ve grande... No contesté. Las verdaderas victimas son mudas, dice mi padre, que es pastor’. Y ademas no tengo la impresi6n de que la sefiorita Baldwin ten- ga muchas ganas de escuchar mis explicaciones. Parece apurada para que salgamos y mira a menudo la hora como para pedirle que pase mas rapido. 1.£! pastors el ministro de las iglesias protestantes MICHEL HONAKER Hoy es jueves, y es el dia en que el sefior Dern viene a esperarla a la salida con un ramo de flores de dos Pesos que compra en la esquina de la calle principal en ese balde tojo y amarillo donde el agua siempre es- ta sucia. —No tiene nada para contar el gordo —lanza Williams—. Quiere ser cocinero. Los otros se rien de lo lindo. La maestra pide silencio, pero es dificil por- que pronto es la hora de la salida. No es verdad que quiero ser cocinero, aun cuando me gusta mucho comer. La maestra nunca da el tiempo sufi- ciente para explicar las cosas complicadas. Me siento muy mal. Para mi padre las notas no son broma. El boletin escolar es el mayor problema de mi existencia. Suena la campana y todo el mundo se Precipita hacia la salida a los gri- tos. La sefiorita Baldwin Tegresa a su escritorio y mete todo en su carte- fa como yo cuando estoy atrasado a la mafiana. Me levanto despacio. Los escritorios estén demasiado juntos. Ya me quejé, pero cada vez me miran y me sonrien. Es cierto que soy demasiado gordo, pero no es mi culpa. Es el Sefior que asi lo dispuso para que nunca tenga frio en la vida, como dice mamé, que sabe lo que dice porque ella tampoco es delgada. Al pasar, Williams aprovecha para darme una patada en la pantorrilla, antes de escaparse con los otros tontos como él. Se rien muy fuerte afue- 'a, porque saben que no puedo alcanzarlos. Pero la préxima vez que aga- 'ré a uno, no saldré a decir que las costuras de mi pantalén se abren por todas partes. Salgo Gltimo como de costumbre. Los otros ya estan en la calle, rodan- do por la nieve. Estamos contentos: habitualmente no hay nieve tan pron- to. Cayé anoche, sin avisar. En realidad, todavia queda alguien en el fondo de la clase. Estoy bas- tante sorprendido porque es Harold. Harold Sanghorn es uno de los La hechicera de! mediodia ‘es de la clase, aun cuando no se esfuerza mucho, yes también mi preferido, a pesar de sus habitos un poco extrafios. reco old es un tipo especial. No parece atolondrado como’ Nelly =e ue es mi compafiera de banco y no es nada genial— sino a ae pre ausente, aunque esté ahi. Sus ojos tienen forma'de alment 4 bian de color todo el tiempo. Puede llamarles la atenci6n, pero i flaco como un hueso, palido como alguien que se enferma a a ‘Williams y su banda lo llaman “el esqueleto cosa que no " — : = ‘polo nunca se animan a atacarlo, ni siquiera todos juntos. Creo qi ——— a Harold, porque a menudo me pasa unos ee ‘Wino le gustan. Creo que me los guarda simplemente — “a yo como bastantes. Y le da risa cuando me pongo tres en la boca y ‘Noaa-faaa... —jEh, Harold, no sales? Basco que no oy6. Mira por la ventana. Se sobresalta cuando le toco 6 hombro. EN —No sales? —Si. Eh... si. —il rma Nan? —pregunto. SE os a dudas la chica més linda de la clase, y po do sabe que gusta de Harold, a pesar de que nos preguntemos ae , do ver. Hay chicos mds altos, mas grandes, o que tienen ~_— Bs fopa siempre limpia. Y hasta conozco uno que es mucho u ose side dos estamos atras de Nan; — = a” _ oon a a : i iere llevar a la parte de atras de ae piers No hay nada en la parte de atras de : Sees kendown. Lo sé porque fui a hacer pis contra el tonel lleno ig) tluvia. MICHEL HONAKER Per a 0 - pee a Harold, tal vez porque es el unico que nunca le pre a nada —él también es muy buen atic c 0 en matematicas—. Y 160 i tenté no preguntarle i a nada, pero es dificil por ir — Porque en cuanto te mira, tienes que se te ablanda el corazon ci d omo un flan. Un cuando la sefiorita Baldwii etgionatl in me pone una mano sobi hi , fi re el hombro mientras oe hojas en el bosque para el herbario de la clase. { H mo puedo yo saber si Nan esta enferma? —tesponde, picado. —Bueh, es un poco tu novia, gno? ; ' Se encoge de hombros. — {Qué miras por la ventana? cary nleve —contesta—. No me gusta la nieve : ay che vez que se anima a decir que le gusta o disgusta algo. En ae i, lo que veo afuera, aparte de la nieve, es a Williams yasus mn aie os detrés del pequefio muro que bordea la escuela. Se _ ov Sus grandes orejas, como en el espectaculo de titeres ug ino antes de Navidad. No e: a : I 's buena sejial. N an ahi cazar hormigas. Estan tr: i one 3 ‘amando algo sucio. Sé . erfectamente é peran. Una vez mds voy a recibi i Pinna recibir una buena paliz dos, no me puedo defender, a on que me ablando. Toso para despejarme la garganta. it y Harold, gqué hacen ahi? iAfuera todos! S la maestra, y no esté par , ‘a nada contenta i ta con llave con nosotros dentro. eneteeane — iSefiorita, no quiero salir! —digo—. a atacar! iWilliams y los otros nos van —Mira, no tengo por eae qué meterme e i e y sal inmediatamente. tus problemas. Deja de lloriquear Agacho . mi i la cabeza. Se me rompe el corazon. Me parece que la maestra - _— al no querer escucharme y que el sefior Dern, el guardabos- , esperar un poco, con sus flores de oferta, tanto mds cuanto 2 La hechicera del mediodia que esta calentito en su auto escuchando esa misica estridente; y no es Gomo yo que solo escucho misica clasica, y hasta me hago el director de Orquesta con el cuchar6n que esta en la cocina. Pero la sefiorita Baldwin Wh intratable y nos sefiala la puerta. Los adultos son despiadados. Olvidaron cémo duelen los golpes cuando 1 caen encima a uno como el granizo en la primavera. Harold me tironea de la manga para hacerme comprender que es indtil nvistir. Carga su bolso sobre el hombro; un viejo bolso ni muy lindo ni muy flevo, porque su abuelo no tiene plata. Viven juntos en una cabafia aleja- ‘da del pueblo. —Voy contigo —decide Harold. £s realmente genial de su parte. Lo sigo sin remedio hacia la salida. No crean que tengo miedo de Williams. Ni de los otros imbéciles que #0 esconden detrds de él para no ser puestos en capilla. Psss... Ademés, 40 hacen menos los vivos cuando estén solos. "Hagamos las paces”, dicen ‘gntonces, cuando los agarro en el comedor, “era una broma” jPonen una cara cuando les unto las mejillas con los restos de puré! Pero cuando estan todos juntos para una emboscada asi, se vuelven jnucho mds fuertes, y las pifias, entonces, duelen mas. En el recreo, no se gniman mucho a atacarnos. La maestra esta ahi para vigilarnos, aun si se \o pasa charlando. Pero en la calle todo cambia. Estoy solo. Cada uno para 4), como dice el sefior de los Mutantes, que es mi dibujo animado preferido (uando tengo permiso para prender la tele. Salvo que ahora es de verdad. Me gustaria encontrar un pretexto para volver al aula, pero la sefiorita Baldwin ya la cerr6, el patio esta desierto, y somos los tltimos. No, no es- toy muy orgulloso, pero no sé si ustedes ya salieron después de todos con unas bestias que los esperan afuera para pegarles: a mf siempre me pro- voca una fea impresin. Harold, por su parte, no tiene miedo. 0 lo disimula. Camina a mi lado. fs tan liviano que casi no deja huellas en la nieve. Y cuando corre, vuela B MICHEL HONAKER como una flecha. Es una lstima que no juegue mucho con nosotros. Haria desastres en el poliladron. Pero a Harold no le gustan demasiado esos jue- gos. El prefiere leer apartado, o sofiar. Es un personaje. “El Sefior ha provisto a los débiles ya los oprimidos de cualidades invi- sibles", dice con frecuencia mi padre. No sé si ya lo dije, pero mi padre es el Pastor de este lugar. Aprieto mi bolso contra mi, Porque recibir una paliza es una cosa, pe- fo no me gustaria que atentaran contra mi reserva de malvaviscos. Cuan- do pasamos la reja hago como si no me hubiera dado cuenta de nada. Williams y los otros nos rodean haciéndose los cancheros. Son cuatro o cinco. Son siempre los mismos, los que se rien demasiado fuerte cuando Williams se contonea delante de las chicas en el recreo. Eso le vale mu- chas veces unas cachetadas; las chicas tienen menos miedo de él, saben que no puede pegarles como a nosotros. Ademés es un problema eno- Jarse con las chicas.Te dejan de hablar y eso puede durar mucho tiempo. Harold se detiene. Lo cual es un error, me parece. Harfamos mejor en huir de acd. —Ti, esqueleto, vuela. No te metas. Lo quiero al gordo, eso es todo. Son mucho més altos que Harold, pero Harold no les tiene miedo. Los mira uno a uno a los ojos, sin chistar. No me sentirfa comodo si un dia me mirara asi. Pero yo soy su amigo y espero que eso no ocurra nunca. —Soy el jefe de la clase —continia Williams, mostrando sus dientes sin lavar—. Y ti, Sanghorn, eres una basura que tu abuelo junto de la vereda. Harold no tiene reaccion. Nada mas tengo la impresién de que sus ojos ya no tienen el mismo color de antes. Se volvieron completamente dora- dos. Pareciera que Williams no sabe qué hacer y que esta preocupado por tener a Harold en el medio. Entonces busca atraparme a mf, pero Harold se interpone de nuevo. Williams quiere darle una patada. jQué cobarde! An- tes de que yo abra la boca para avisarle, Harold le agarra el tobillo al vuelo y lo arroja sobre la nieve 4 La hechicera del mediodia 1 ué cara ponen los otros! = - = e jDenles una paliza! —grita Williams, con la boca llena de nieve su i 16 i e mue- fn cuanto a los otros, da la impresion de que no oye Bt ee aa v0 Van, Harold les cierra el paso; parece un gato dispuesto a dar ul _ - : Wiliams se levanta. ;Bum! De inmediato vuelve al piso de una pi I ‘pariz. iUy. sangra! La cosa se puso fea. Harold lo mira con cara de decirle i en. si la sigue se la hace completa Sus compinches entendieron. Huyé des! —grita Williams (Son unos coba' a ms ty $in embargo se apure en seguirlos, miréndonos con una cara q) i licula. ‘wuber copiado de una mala pel _ ! rOxima vez te voy a ag ; "Elefante, tienes el trasero gordo! Lap lebe i vas a estar tan contento. ; i indo grita eso. Golo que ya esta lejos cua —No paran de pelearse, energamenos. jYa los voy 2 ony sad fs el sefior Dern, el quardabosque y novio de la maestra a agers: i de su auto estacionado en la vereda de enfrente. Ya no tiene anes flores en la mano, y se pone a correr hacia nosotros con sus largas pi : Joyantando charcos de barro. D ; yo Williams y su banda ya desaparecieron detrds de la lavanderfa. ‘jemos més que irnos, asi no pagamos el pato. 4 —me dice Harold. _ Ven por acé —me dice a Me Ee de la mano y me lleva por un pasaje entre dos casas Par ‘conocer bien todos los rincones y escondites de la sees, m my he: : ‘sofior Dern ya no sabe donde estamos. Se queda planta “ st hy palzada como un tronco. Mejor para nosotros. Tiene lam : ie Ne ‘mo conoce a la maestra, cree que tiene permitido un montén —- Jos alumnos. De todas formas, nuestros asuntos no son cosa Somos bastante grandes para arreglarnos solos. 5 capitulo2 Mi amigo Harald [nla desbandada, Harold se alejé de mi al menos diez pasos. Ya dio la vuelta en la esquina. Qué rapido corre, no se puede creer. Ni mi padre irfa alcanzarlo, me parece, y eso que mi padre también corre rapido, so- todo detras de mf si descubre que le saqué velas para construir una na- intergalactica. Mi padre es el pastor, entonces no le gusta que se toquen Cosas que estan en el templo. Dice que yo debo ser un ejemplo para ilo el mundo, pero ser un ejemplo, les aseguro, no siempre es divertido. Si, Harold corre endiabladamente rapido. Cuando llego yo a dar la vuelta Ha esquina, él ya desaparecid. —Psst... (Ed! En realidad, no. Esta justo a mi lado. Se escondié bajo el porche del al- acén. Estoy contente de que me haya esperado. Parece apenas estar sin lionto, y la corrida les devolvié un poco de color a sus mejillas, mientras a il Me quema el estémago y ya no tengo nada de hambre. Wiliams no vendré mas a molestarte asi porque si —dice—. ;Quie- i ae '$ un amigo barbaro, Harold! Abre su paftuelo. Es un pafiuelo blanco, jpio, donde guarda una pila de malvaviscos, cuando él nunca come en lidad. Me pone un mont6n en las manos, y yo estoy recontento. jYa lo od MICHEL HONAKER creo! Con una sonrisa, me mira masticar. Harold no sonrie a menudo. Es una ldstima, Parece la sonrisa de alguien que vio muchos paisajes lejanos y que los recuerda con tristeza. Tengo la impresi6n de que sabe cosas, mu- chas cosas de las que no se jacta nunca. Nos sentamos un rato en el cord6n de la vereda nevada. —Estoy podrido de Williams —grufio—. Y también de los otros idiotas. —No te preocupes. —Se me rompid el pantaldn. Es verdad: como era demasiado apretado, no resistié. Me da vergtienza. Y ni decir de lo que me espera cuando llegue a casa. Harold agacha la ca- beza. Sonrie un poco mas. —Sigues escribiendo tu libro? Estoy muy orgulloso de que me lo pregunte. Nadie se preocupa nunca por mi libro, ni siquiera en casa, y sin embargo es lo que mas me impor- taami. —Avanza. —jQué cuentas en tu libro? —Cuento todo lo que me pasa. — Yo también estoy en tu libro? —Por supuesto, ;qué pensabas? eh Es la primera vez que veo a alguien tan contento de estar en mi libro. —Seguramente serds escritor mas adelante —(Y tt, qué vas a ser? Ya no sonrie. Me mira con su aire extraviado. —De todas maneras, no estaré mas aqui. No sé qué quiere decir con eso. Y no tengo tiempo de preguntarselo por- que, en ese momento, el almacenero sale para entregarle unas verduras a la sefiora Peabody, la madre de Cyrus, un amigo que miente todo el tiempo. —jEnh, chicos! —dice al vernos sentados ahi—. jDeberfan comer man- zanas en vez de Ilenarse la panza con esa porqueria rosa! 18 La hechicera de! mediodia Nos elige dos supermanzanas que se frota en la manga y las extiende ia nosotros con una sonrisa. —jVamos, vayanse ahora! No nos lo hacemos repetir. Es cierto que las manzanas son ricas, pero no mo los malvaviscos, no hay que exagerar. Tengo ganas de ir a ver si Nan esta enferma —propone Harold—. @ acompafias? Me gustaria, pero tengo miedo de atrasarme. Harold tiene mucha suer- SU abuelo lo deja vagabundear todo lo que quiere después de clase, ya es cuando ya es de noche. Si yo me paso de la hora, mi madre se eno- Mucho y no me da més plata por bastante tiempo y ya no puedo hablar la mesa. Y es muy feo porque me gusta mucho hablar. Especialmente lamesa. er0 hoy, pienso, es jueves. Mi madre tiene visitas y mi padre recibe e nada divertida que le cuenta sus problemas, y también sus pecados. Con todo eso, nadie se dard cuenta de que estoy un poquito atrasado.Y emas visitar a Nan me tienta bastante, sobre todo porque nunca me ani- la a ir solo. Primero porque es una chica y después porque se burlarfan ini diciendo que estoy enamorado. Lo cual es cierto pero no quiero que epa todo el mundo, porque después mi nombre estaria por todo el cole- 0 con el suyo, en un corazén, sobre las paredes, los vidrios y hasta en el On de la maestra, a la que no le gusta que usemos el pizarrén para al- ‘Que no tenga que ver con la clase. No sé si ya lo dije, aero Nan es la chica mas linda del aula. Es morocha Vva trenzas, y tiene ojos muy azules. Es la que gusta de Harold. Vive al inal de la calle principal, cerca del bosque, y es verdad que no falta mucho f escuela; seguramente por eso es la mejor de la clase. —Voy con vos. Se pondra contenta al vernos, si est enferma... Sé que estard contenta sobre todo de ver a Harold, pero no importa. old, por su parte, parece contento de tenerme a mi. Nos ponemos en 19 MICHEL HONAKER marcha. Tiro la manzana para ponerme tres malvaviscos en la boca, des- pués inflo las mejillas, cosa que hace siempre refr a Harold, que no se rie amenudo... Mi pueblo tiene un nombre, pero nadie lo usa porque decimos siempre “el pueblo”. Es el Gnico de la comarca’ y es imposible equivocarse. Los de- més pueblos se quedaron en el calor del valle. Mi padre dice que es asi porque antes, hace mucho tiempo, era un refugio de tramperos que iban a las grandes montafias que se encuentran mas al norte para cazar animales de piel. Como se reunian frecuentemente aca y el paisaje les gustaba, aca- baron por construirse un templo y casas. Hay un gran bosque alrededor, y también un rio que viene de lejos y en invierno parece una corriente de sal. La maestra dice que més arriba hay un lago, pero no se puede ir alld porque no se construy6 ninguna ruta, ya que los arboles son demasiado viejos para ser talados. El rio no es ancho de es- te lado, pero en el valle se convierte en una gran serpiente plateada y lisa. Mi pueblo no es en verdad grande, y les aseguro que se recorre rapido. Cuando se llega por la pequefia ruta que viene de la nacional, la que sube to- do el tiempo y que no se ve cuando hay mucha nieve, se puede ver primero el techo del templo y, justo al lado, pegada como un osito que tiene frio, esta mi casa. Tampoco es grande, pero en fin, es mi casa, y uno se siente @ gus- to adentro porque siempre hace calor y porque de ella salen buenos olores. La mayoria de las casas estan en la calle principal, que tiene un nombre pero que todo el mundo llama calle principal. Pero hay algunas afuera, por ejemplo la del sefior Dern, el guardabosque —también es el novio de la 2. Una comarca es un territorio con una clara unidad geogréfica y limites bastante precisos, que abarca un gran nmero de pucblos 0 aldeas y, por lo general, es mas pequefio que una regién. 20 La hechicera de! mediodia tra—, 0 la del abuelo de Harold, o la de la sefiora que lleva a menudo polleras por encima de las rodillas cuando cultiva su jardin, y de la que Madre no quiere oir hablar. Amino me gustaria vivir solo tan lejos en el bosque. Hay que decir que bosque, aqui, es casi lo Unico que se ve al llegar. Puso sus drboles por to- partes como un maleducado: la sefiorita Baldwin nos explicé que esos les son muy viejos y muy majestuosos, y también que se Ilaman abe- | olmos y robles, que es poco comin admirarlos juntos en el mismo pai- . Solo que como es grande, y los grandes no prestan nunca atencién a cosas, ni siquiera observé que el bosque también es muy oscuro y muy loncioso, y que es mejor no perderse en él si queremos volver a casa pa- Ja merienda. 3 Ya vi bosques amables en la tele, donde la gente se pasea del brazo, pe- ‘Nuestro bosque no es amable y eso se ve enseguida, Y por lo demas, a ie se le ocurritfa pasear por él. Estoy seguro de que hay lobos adentro y las de cosas que ni siquiera puedo imaginar. Harold no comparte mi opinion. Pero Harold nunca esta de acuerdo con idie, mucho menos cuando se habla del bosque. Adora el bosque, al me- tanto como las montafias o los ros. ¢Cémo seré cuando conozca el 1? Le hice creer que yo ya habia ido. Pero no es cierto, porque el mar ida demasiado lejos de aqui. Mi padre solo tiene un Album donde se ven brecitos que hacen esqui sobre las olas, sacudiendo los brazos como jjaros. Harold me hace hablar a menudo del mar, y le digo lo que sé, es ir, siempre lo mismo. _ Pero creo, en definitiva, que Harold preferiria el bosque. En el mar no hay Arboles y é! adora \os arboles, Se entretiene llamandolos con nombres _ 1ar0s, y los demas dicen que esta un poco rayado, lo que probablemente a cierto. Dice que se siente en su casa en medio de los arboles. Nunca se pierde Y No sé cémo hace. Hasta a veces cruza el puente y pasea por el otro lado 2 MICHEL HONAKER del rio, alli donde en verdad ya no hay nadie, ni casas, ni lefiadores, ni na- da de nada, sino esos grandes Arboles Negros inquietantes. Los otros dicen que es un fanfarrén. A mi me sorprenderia Entre nosotros nos contamos historias terribles de ese lugar, historias que dan escalofrios. Y no sabemos si son verdad o no. Cyrus es un amigo muy tonto que conoce montones. Son historias de cosas que no les gustan a los nifios pequefios y que no voy a tepetir por nada en el mundo. E dice que no son pavadas y la prueba es que ya vio un montén de cosas raras mi- rando por la ventana de su cuarto. Es cierto que Cyrus esta bien ubicado. Su ventana da justo sobre el rio y los grandes arboles que bordean la ori- lla opuesta, —El bosque no se termina ahi —dice a menudo Harold mirando hacia el Norte—. Sigue mucho mas lejos, porque es un bosque muy grande, y Muy antiguo también. Harold mira a menudo hacia ese lado con tristeza. capitulod Nan y Lidia F Cielo cambi6 de color. Se puso amarillo y algodonoso, y eso es sefial de (jue esta noche va a seguir nevando. La nieve se adelanté mucho este #0, y la gente no parecfa estar Muy contenta con la sorpresa. Todo el mundo lita y camina mirandose los zapatos. Los autos patinan sobre la calzada. Los fomerciantes cubren sus puestos levantando los brazos al cielo, Los grandes siempre se van a hacer problema por nada. Podrfamos de- jw de estudiar, cerrar la escuela para hacer una guerra de bolas de nieve, y N08 divertirfamos mucho, creo.. iEspérame, Harold! Harold camina tan rapido que me cuesta seguirlo, sobre todo si no se fare nunca en ninguna vidriera. Yo ya estoy sin aliento. Empieza a ir mas lontamente. Inspira aire por la nariz. Vamos a tener una terrible tormenta —dice. También lo creo. Hariamos bien en apurarnos. Legamos a lo de Nan. Es una de las ultimas casas del pueblo, y una de Js mds lindas. Los primeros abetos acarician su techo. Es normal que sea ton linda su casa. Su padre es el sefior Todds, el director del aserradero. Tone mucho dinero. Es él quien compra cada ajio las velas para el arbol de Navidad de la plaza de la municipalidad. MICHEL HONAKER Como las demas casas de mi pueblo, es de madera con techo gris. Las paredes son azul palido. Yo habria preferido otro color, pero bueno... Ahora, Harold duda en abrir la puerta del jardin. — (Qué te picd? {Eras td el que queria venir, no? —Es mejor que tt entres antes. .. Creo mas que nada que tiene miedo de lo que Nan diga al verlo. Me pa- rece que se equivoca, Nan lo quiere mucho, como me gustarfa que me qui- siera a m/algtin dia. Me imagino al contrario, que va a estar muy contenta de verlo, mucho mas si esta enferma. Yo no dudo. Entro. Doy tres golpes a la puerta... La mamé de Nan viene a abrir. Es una mujer alta y rubia casi tan linda como la maestra, aunque es mas vieja. Parece triste y preocupada. Tal vez fue un error venir. Pero me tranquilizo un poco al verla sonrefr. —Hola, sefiora, pasamos para saber como esta Nan... Mientras hablo me balanceo como un pato, pero creen que es facil ir asf alo de alguien... Me recuerda la Navidad, cuando hay que ir puerta por puerta para vender esas malditas rifas de la iglesia. —jNo te quedes ahi tomando frio, Ed! —dice la sefiora Todds—. jEn- tra rapido! Y después ve que Harold también esta ahi. No sé por qué cambia de ca- ra. Es raro, hay un mont6n de personas que no quieren mucho a mi amigo. —Hola, Harold —agrega, miraéndolo—. No es Nan la que esta enfer- ma, sino Lidia. Lidia es la hermana menor de Nan. Esta en el mismo recreo que noso- tros, pero todavia es muy chica. Cyrus, el amigo mio muy tonto que siempre cuenta un montén de mentiras, dice que si uno le aprieta la nariz, todavia le sale leche. Pero Cyrus tampoco es muy grande y ademés no estoy seguro de que lo haya intentado. De repente, veo a Nan que se para detras de la sefiora Todds y nos hace sefias. Harold también la ve y de repente parece incémado. 4 La hechicera de! mediod/a Vamos, chicos, no se queden afuera. A ver si se enferman con toda nieve... Senora Todds pone una voz rara cuando dice eso. Lanza una mirada el bosque, y luego cierra la puerta detrds de nosotros. Pero sigo pen- ld que Harold no le gusta mucho y cue no Io recibiria si yo no estuvie- i, Nan también debe haberlo comprendido, pues lo agarra rapido del y lo lleva hasta la cocina. Su madre nos deja. Parece preocupada. Es jal si Lidia esta enferma. Mi madre también se preocupa cuando estoy fama, y no esta contenta, porque tiene que suspender sus compromisos las sefioras de la parroquia. I$ encontramos solos alrededor de la mesa de la cocina. No hablamos . Estamos todos un poco molestos, creo. Nan corta unas rebanadas Y vacia una caja de cereales de vainilla en unas tazas, justo lo que fiero. Esta toda colorada, lo que me parece que la hace aun mas lin- ademas su pelo huele bien. Huele a chica, si, y no conozco nada mas jue ese olor, ni siquiera el de un malvavisco. Siento que me estoy ena- indo de verdad de Nan. Pero no me mira a mf con cara de enamorada, ‘a Harold, que, por su parte, hace como si no se diera cuenta de nada. ponen nervioso los dos. (Esté muy enferma tu hermana? —pregunto, porque ya nadie habla. {Te parece? —dice Nan alzando los hombros bajo su delantal rosa, mo que lleva a clase—. Es puro teztro. No quiere ira la escuela y se una historia para quedarse hoy en la cama. {Quieres dulce, Harold? “(Quieres dulce, Harold?” ;Y a mi nadie me pregunta qué quiero? A mi me gusta el dulce |, no —dice atropelladamente Harald, que mucho no come y es se- lente por eso que esta tan flaco. ~(Y td por qué no viniste hoy? —pregunto. No podia. Tuve que quedarme con Lidia. Mamé tenta que salir para las compras de los jueves. {Qué plomo! Lloré todo el tiempo y cuando — 2 MICHEL HONAKER me enojé, siguié todavia mas fuerte. Pero el doctor Lifford no deberia tardar en llegar. Se va a dar cuenta de que esta bien y entonces cuan- do lleque papé se va a armar un Ifo. .. ;Ah, Harold, viene bien que estés aca! Hay justamente un ejercicio de geometria que no entiendo para nada... Como Nan es la mejor de la clase, hasta en geometria en la que nadie es bueno, a mi mas bien me sorprende. Harold come sin responder. Adopté un aire pensativo desde hace un instante. Me arriesgo sin vacilar: —Te puedo ayudar si quieres... Me mira frunciendo el cefio como la maestra. —jAlguien te hablé a ti, Edmond Willoughby? Estoy por responder que si dije eso fue solo para hacerle un favor y nada mas, cuando Harold parece de repente volver con nosotros. — (Desde cudndo esta enferma Lidia? —Desde anoche. Cuando vio caer la nieve. Debe haber pensado que: era un tiempo fantastico para quedarse en casa. jAh, Harold, cuando pones: esa cara pareces un doctor de verdad! Y bla... bla... Pero Harold parece seguir en su cabeza. Al menos él no presta atencién al teatro de las chicas. —Me gustaria verla. Si no esta durmiendo... —Pero si, claro. Ven. Por la manera en que Nan dijo eso, se ve que lamenta terriblemente no estar ella enferma también. El cuarto de Lidia es mintisculo y rosa, como me imaginaba los cuartos de las hermanitas, con juguetes de nena y mufiecas por todas partes. Las lamparas estan encendidas. Lidia esta acostada con dos almohadas en la espalda. No esta durmiendo. Asi parece menos tonta que en el patio y has- ta me pongo muy triste por ella, porque su cara esta palida y su pelo des- peinado. Sus ojos estan colorados e hinchados como si acabara de dejar de 26 La hechicera del mediodia Hlorar. Es graciosa Lidia, con sus mejillas de forma de manzana, como en los (ibujitos animados. Cuando entramos, la sefiora Todds le esta diciendo: Veamos, querida, te lo aseguro... \lo tengas miedo... Es solo el vien- toy las ramas que golpean el techo, eso es todo... El doctor ya no va a tar- (a, me parece. Tuvo una urgencia. Prometié pasar antes de la cena. (idia no parece convencida. Nos ve y dice: |Qué bueno! jUn montén de gente! \u sefiora Todds se da cuenta de que esta de mas y se va. Nos encontra- tos Solos en el cuarto que tiene olor a remedio y a nena. Puedes enorgullecerte —dice Nan—. Conseguiste molestar a todo el Mundo, Cuando venga el doctor, vas a pasar un mal momento. Lidia pone una cara extrafia. Empieze a temblar. Le caen lagrimas de los jos Me acerco a ella y le tomo la mano que esta calentita. No entiendo ‘wil, pero parece a pesar de todo que esta enferma de verdad y que no es Heluacion ile duele la panza? —le pregunto, como hace el doctor cuando vie- 18 A Casa. Snoude la cabeza sin responder. Tiembla como si tuviera frio. Mira hacia ‘i ventana, Es cierto que las ramas de los abetos golpean el techo. ; Jal vez comiste demasiados caramelos a escondidas? —le pregunto #80 porque sobre esa enfermedad sé un montén. Alguien se esta moviendo entre los arboles —responde Lidia—. Vi 0/08 On la nieve. jJermina con eso! —exclama Nan—. Son estupideces que inventas (fH No ira la escuela. {ilonces Lidia se pone a llorar de verdad diciendo que nadie es bueno o/ olla, y que tiene mucho miedo, y que no se quiere quedar mas en la ca- © asta ahora, Harold observé sin decir nada. Fue hasta la ventana y miré. durante un largo rato hacia afuera ar MICHEL HONAKER No hay nadie. So acerca a Lidia y le apoya una mano en la frente. Cierra los ojos, como si le hiciera bien. Parece que ni siquiera respira. Es cierto que cuando quie- re Harold parece un doctor de verdad. —Shhh... Shhh... —dice con voz dulce—. ;De qué tienes miedo, Do- llaby Lonn...? gDe qué tienes miedo? No puedo creerlo. Le habla como a los Arboles del bosque, inventando palabras en una lengua que no existe. Lidia suspira un poco, a la manera de las chicas cuando sienten una gran pena. —la nieve tiene ojos —dice con voz adormecida—. Golpea en la ventana... —Basta de miedo —responde Harold, y apenas lo oigo porque habla muy bajo—. Basta de miedo. Estoy aqui. Vigilo. La nieve anuncia el invier- No, eso es todo. No tiene ojos. —Yo vi unos ojos. Y también algo que se mueve entre los Arboles. —Solo lo imaginaste.... La nieve es buena. Brilla con mil estrellas que son sus hijas... Se llaman las hijas de la nieve. Las que quieren se convier- ten en hadas. Son las mas curiosas, en general. Adoptan entonces la apa- riencia de nenas, lindas como td, como Nan (mira a Nan, que baja los ojos, sonrosdndose. Qué tontas son las chicas después de todo!). Entonces par- ten en busca de un maravilloso principe del cual enamorarse. .. —Los principes no existen més... —S/existen, pero lejos de aqui, en sitios retirados del mundo —responde Harold—. Y cuando las hadas encuentran a ese principe, lo aman tanto que se olvidan del regreso de la primavera y se derriten en sus brazos. —FPero es muy triste. .. A mf también me lo parece. —No —continéa Harold—. Pues una vez convertidas en gotas de agua, se unen al rfo y se convierten en princesas en otra parte, en mares lejanos... 28 La hechicera del mediodia Su mano de la frente de Lidia, y ella abre los Ojos. Parece que aca- ir de un suefio. Sonrie de nuevo, Parece mas tranquila. Esta por algo, pero justo aparece la sefiora Todds con un vaso de leche. Es ima que los adultos caigan siempre en el mejor momento. sta Sola. El doctor Lifford entra detras de ella. Tiene la eh muy y nieve pegada en las cejas grises. Harold se aparta rapidamen- ‘si hubiera hecho una travesura y tuviese miedo de que lo reten. nas tardes, sirenita! {Buenas terdes a todos! —dice el ato un vozarrén muy grave—. Y bueno, me parecié oir un cuento ei al llegar. Cuentos asi reemplazan cualquier remedio, segdin mi opi- te conocfa ese talento, Harold! {Tienes otras historias como esa? ld no responde. Se queda inmévil en el rincén. no insiste. Se sienta cerca de Lidia, al borde de la cama y abre fn Sonriéndonos. Nos inclinamos para ver el lugar donde guarda clones grandes que deben doler mucho. Pero nunca las usa con } Es bueno el doctor Lifford. Sale de su casa con cualquier clima ia curarnos, hasta de noche, y ya nos sentimos mejor con solo | c un hombre alto y grandote, con aneojos como todos los doctores lueno, chicos —dice la sefiora Todds—, ahora van a salir. El doctor joultar a Lidia. No es grave, vayan. Volvera a la escuela el lunes a r Ir. Gracias Por tu visita, Ed, y a ti también Harold t ez rnira faro a mi amigo y luego nos empuja amablemente hacia la Lastima, me hubiera gustado ver cro el doctor ausculta a Lidia, le Cuchara en la boca, le aprieta la penza. : NOS acomparia hasta la puerta. Le pregunta a Harold: (Como conoces todas esas historias? $ conozco. {Son puro cuento, no? aro. MICHEL HONAKER —Me vas a contar otras, gno? ¢A mi sola? —Un dia, si... De nuevo él parece triste. Me hubiera gustado mucho que Nan me pi- diera una historia, aunque las que conozco no son tan lindas como las de Harold y cuentan a menudo las aventuras de un chico demasiado gordo al que le ocurren cosas desdichadas. En la puerta, Nan le da un beso en la mejilla a Harold, y luego nos despi- de. Nos quedamos un segundo plantados ahi, en el frio. Yo, porque la idea de volver a casa solo al atardecer no me causa mucha gracia. Harold, por el beso que no se esperaba. —Bueno, ven, vamos —le digo arrastrandolo por la manga. —No, voy a esperar que el doctor se vaya. —Harold, voy a llegar tarde y es un problema. TG no te das cuenta, tu abuelo nunca te dice nada. —Nbo te obligo a quedarte, Ed Responde con dureza, y me duele un poco porque no lo merezco. Luego agrega golpeandome en el hombro: —No tardara mucho. Siéntate acd —me sefiala el tronco donde cortan la lefia—. Cuando el doctor salga, le silbas asi... Y entonces hace un extrafio sonido que no estoy seguro de poder copiar. Luego, sin avisar, jse va! —jEh! jAdénde vas? Es un vivo. Me deja solo esperando, y desaparece detras de la casa pa- fa ira buscar no sé qué. Tengo frio hasta los huesos. Contaré hasta cien y después me iré, porque empiezo a tener tanto miedo de la oscuridad come del castigo que me espera en casa. {Qué cosa! Voy por el cuatrocientos doce cuando el doctor Lifford sale de la ca- sa. Me ve sentado en el tronco con cara de lechuga congelada. Me gus tarfa chiflar, pero mis labios estan como dos tizas. Puedo decir “Vwvy ... Mmmm’, eso es todo. 30 La hechicera del mediodia (Qué estas haciendo acé? —pregunta el doctor, nada contento—. (Huieres darme més trabajo, o qué? (Pero dénde se metié Harold? Justo cuando me hago esa pregunta, surge de atras de la casa. Va ha- O10 el doctor. (Qué estan haciendo ustedes dos? jMe estaban esperando? Querfamos saber si Lidia se va a curar —dice Harold. Bueno, es muy amable de parte de ustedes que se preocupen por fils, pero segiin mi opinién, es el tipico caso de una nena que no quiere i #0 escuela. Es la tercera en el dia de hoy. No tienen realmente de qué peocuparse. (Usted cree? —insiste Harold, que no parece convencido, y sin em- {igo el doctor conoce mas cosas que nadie. \Ah, si quieres hablar de su cuento de los ojos en la nieve, sabras 10 adelante que las chicas inventan un montén de cosas que se creen fir ‘omente! Y a veces los varones también, ademas. {on esas palabras, mira fijo a Harold. Vamos, no te hagas problema. Ahora, vuelvan los dos a casa. Se esta Naolondo tarde. Obedecemos. Harold esta extrafio. Tal vez tiene miedo de volver solo por # bamino de la colina, cosa que me sorprenderfa porque lo toma a menudo M/ouialquier momento. Y ademas Harold no tiene miedo de casi nada. Pero 1 Hobe ser divertido vivir tan lejos. No se equivocd. En el momento de separarnos, la nieve empieza a caer ‘W fuiovo y da frio en el cuello. Ya no estoy seguro de que los copos se con- ‘Wertin en hadas tan lindas como Nan y la maestra. {oro lo mas rapido posible para refugiarme en casa... 31 capitulo Desaparicion imero en la mesa y ya tengo las manos juntas para orar. Con lo del ojo, observo a mi padre que viene a sentarse en su lugar. \ cara severa del domingo cuando cuenta las aventuras de Jest ‘un pastor increible al que le pas de todo hace mucho tiempo). lo que vamos a comer y no son cosas que me gusten tanto, so- que hay pescado. Cuando termina, despliega su servilleta y se ia mi frunciendo el cefio. otros dos tenemos que hablar! eso presagia montones de problemas para mi. Me pregunto o saber que llegué tarde si no habia nadie en casa cuando vine. simula soplar la sopa. ‘vez estuviste vagabundeando después de clase —contintia mi ademas, con ese tonto de Sanghorn. No afirmes lo contrario; el el guardabosque, |os sorprendié en una pelea. .. ilmente, el sefior Dern corrié a contarselo como un vulgar chis- /iera mi edad, deberia preocuparse por el recreo de mafiana. En ‘no nos denunciamos nunca, ni siquiera si alguien nos cae mal. que nos castiguen a todos antes que entregar al que se pas6 de 6 de tiza el asiento de la maestra. MICHEL HONAKER —|No fuimos nosotros! Fueron Williams y su banda los que... — jNo hables mal de Williams! Su padre es un hombre de bien, que de- be ocuparse solo de su hijo después de la muerte de su mujer. Va todos los domingos al templo. No es como los Sanghorn. Mira a mi madre para buscar su apoyo. Como ella se obstina en mirar fijamente el plato, mi padre agacha la cabeza y me apunta con el dedo. —jCuantas veces te dije que no estuvieras mas con ese chico? Tiene una mala influencia sobre ti. Es un vagabundo que pierde el tiempo en la naturaleza. Es un maleducado que nunca va al templo. A menudo le re- proché a su abuelo que no lo cuidara mejor. Pero ese viejo cabeza dura no quiere ofr nada y cree que no esta mal que los chicos queden librados a si mismos. No quiero verte mas con él, gentendiste? Voy a contar de nuevo mi version, que es verdadera, y decir que fue la banda de Williams que se nos vino al humo. Ir al templo no vuelve a Wi- lliams menos tonto. Y Harold estd muy bien educado y no como mi padre cree. Mi madre me interrumpe con su frase habitual: —Escucha a tu padre, querido, es por tu bien. Tengo ganas de llorar y miro la sopa naranja que estd en el plato, don- de me gustaria desaparecer porque me siento muy mal. Los grandes hacen siempre lo mismo: solo escuchan a los grandes y nunca a nosotros. —jDiablos!, es muy injusto. Dije eso en voz alta y la verdad es que me equivoqué. Mi padre se pone colorado. Dice que es una vergilenza bajo el techo del Sefior y me manda a mi cuarto con su gran dedo de pastor. Mejor asi. De todas maneras, odio el pescado. Mi pueblo se parece esta mafiana a una isla desierta en un mar blanco e inmévil. Los arboles tienen barba de nieve y es cierto que no dan ganas de ir a la escuela. Basta con mirar por la ventana para tener frio. Me que- daria con gusto acostado haciéndome el enfermo solo si no tuviera tanta 4 Lahechicera del mediodia fe, Porque cuando estoy enfermo, apenas me permiten tomar caldo, lo es asqueroso. padre dio la campanada de las ocho para despertar a todos, justo Sofiaba con jugosas hamburguesas. Se pueden refr, pero es muy di- fa un chico gordo come yo saltearse una comida, aunque haya pes- nel ment. Ja cocina hay olor a galletitas y a copos de avena. Por mas que coma ), NO tengo tiempo de terminar. El reloj se traga los minutos como yo lletitas. Agarro rapido mi mochila y salgo volando. Mmajiana, la maestra nos anuncia que, para cambiar, vamos a ver de historia y de geografia. Hasta trajo unas superdiapositivas que in paisajes que no conocemos llenos de animales raros, mezcla de y camello. Se ven hipopétamos con chiquitos en la espalda, y Wi- que no deja pasar una, se inclina hacia mf e imita al chancho, lo que va mucha risa a su banda y a otros igualmente idiotas. La sefiorita in se da vuelta sin decir nada, pero yo les puedo garantizar que aca- hacerse ver y que la pr6xima, va a sonar. lentemente, que lo pesquen me gustaria, pero no tanto como si pu- darle una pifia, aunque me cueste tener que escribir frases del tipo: Jo pegarle una pifia en la nariz a un compajiero durante la clase de y geograffa". En todos los tiempos y todos los modos es mucho, les ). Pero el placer lo justificaria Id es indiferente a todas estas pavadas. Tiene la mirada fija en la ). Esta sentado excepcionalmente en un lugar libre al lado mio. Mi a habitual —Nelly Launder, una chica tonta que hace muecas to- tiempo— se replegé discretamente al fondo del aula para poder con- tranquila con su amiga Pamela. ‘fancamente, no veo qué puede reprocharle mi padre a Harold, aparte ue nunca va al templo y que tiene bastante mas libertad que yo. Se (jue no conoce a los demas. Es genial tener a Harold al lado, sobre todo 35 MICHEL HONAKER porque las diapositivas lo apasionan. Les dije ya, adora los arboles, las montafias, y todo eso. Ademas, sabe un montén de cosas, tanto como la maestra, me parece. Gracias a él, a mi también me interesan. Desgraciadamente, hay un imbécil que acaba de abrir la puerta y esta- mos todos encandilados, ya que estabamos a oscuras, cosa normal para mirar diapositivas. Voy a protestar —protesto con gusto—, pero es el director y prefiero morderme la lengua. E! director tiene anteojos grandes, mas feos que los del doctor, y bigotes... parece que reemplazan la boca. Habla por debajo de ellos y tiene una voz fuerte que da miedo. —Me disculpo por interrumpir su sesién de diapositivas, sefiorita Baldwin, pero necesito comunicarles algo urgente a los chicos. La maestra enciende las luces con prisa. No parece mds tranquila que nosotros. Y es que el director no esta solo. El sefior Dern se encuentra de- tras de él Siento de repente una bola enorme en la garganta y empiezo a transpi- rar. No debo ser el (inico en esa situaci6n porque oigo a Williams chillar co- mo un gato al que le acaban de pisar la cola. En cuanto a Harold, ya no se mueve: parece una estatua. Pensamos lo peor. Chismoso como es, el sefior Dern debe haber contado que ayer nos peleamos y todo... —Bueno —dice el director, y espero que comience a dar nombres, co- mo suele hacer cuando es algo muy grave. Pero no llama a nadie. Nos mira frunciendo el cefio. —Conocen al sefior Dern, pienso. .. Vela por que nuestro bosque esté siempre hermoso y por que todos tengamos bastante lefia para el invierno. La maestra baja un poco la cabeza, y eso es porque debe conocer al se- fior Dern un poco mejor que todos. —EI sefior Dern vino a verme esta mafiana y esté muy enojado. No solo descubrié muchos abetos pequefios arruinados, los mismos que plantaron sus compaiieros el afio pasado... La hechicera del mediodia ector se detiene un segundo para poder observar mejor nuestra y Nuestra reacci6n, si quieren saber, es tener miedo. fa colmo, me asegura que robaron reservas de lefia. Asi, al van- se suma un hecho de robo calificado. Sea por juego estipido, por Por venganza, sean cuales fueren las razones, les garantizo que remos al 0 a los autores. un gran silencio en la clase, que la maestra nunca hubiera sofiado ir, ni siquiera gritando muy fuerte. Pero no parece gustarle. Isamos que los responsables estan en esta escuela. Salvo algu- nes de malos habitos, no vemos a nadie capaz de tales sacrilegios? /alrededores. Si alguno de ustedes sabe algo, le ruego que se pre- ‘en mi escritorio. Hasta esta tarde, los culpables solo recibirdn san- disciplinarias. Pasado el plazo, caerén en manos de la ley y tendran las con el comisario Doyle. Les dejo meditar estas palabras. el mundo se mira, Harold pone una cara extrafia, No sé si tiene del director o esta consternado por la destruccién de los abetos. A in tanto los Arboles que no me sorprenderfa. Sto era lo que tenfa que decir, la sefiorita Baldwin puede continuar. @ punto de salir, pero justo en ese momento, el cretino de Wi- ‘que no volvera a hacer otra, se empieza a reir... Y me parece que ivocd. El director es muy rapido. No se le escapa una. Se da vuelta con su dedo al rey del patio, al gran amo de los idiotas, que ‘de repente haberse vuelto mintisculo. le divierte, sefior Williams, es porque ignora la importancia del bos- la naturaleza. Para comenzar con su educacién, sacara la nieve del ispués de clase. Luego, cuando termine, venga a verme. Debe tener cosas divertidas para contarme.... Nos reiremos juntos si quiere. ‘worilegio es la profanacién de una cosa, de una persona o de un lugar sagrado. MICHEL HONAKER Lahechicera del mediadfa »/ Sur con vista a la playa’. Tenemos nieve hasta las rodillas, y pue- lon que a Williams le espera un trabajo terrible, y que no llegara » su casa, Debe saberlo, me parece. Esta llorando y su banda de »)\w9 10 rodea para consolarlo. También hay chicas que lo intentan, jo hacen porque son terriblemente curiosas y siempre quieren tener {jue contar a los otros. ddomds charlamos. Cada uno quiere dar su version del robo de le- shicas acusan a Jeremy porque en la ultima excursion no paraba iostarlas a escondidas de la maestra. Hasta hubo uno que dijo que ‘sor ol director —eso me parece ya demasiado rebuscado—; es co- jy telenovelas, donde el que cometid el crimen no es el que todos | ino el otro, e! bueno. \dimos aprovechar para jugar a los detectives. No es comén una jynidad asf, En este juego, hay que decirlo, Cyrus es imbatible. Cyrus ‘el quo siempre cuenta historias imposibles de las que él es el heroe, cla- Homo la vez que quiso hacernos creer que le habfa dado una paliza a su _ y hosotros nos refmos mucho porque su padre es el sefior Peabody, {n ostacién de servicio, que es tres veces més alto que él. {yius no puede parar. El siempre vio todo, hizo todo, comprendié todo, jwor es que se lo cree. (08a es que nos burlamos de Cyrus, pero eso no nos impide escuchar jnventos. Ahora encontré la ocasion. Ya se formé un pequefio grupo al- ior de él. Habla en voz baja, con un misterioso aire de entendido. ~ Nos acercamos con Harold. Yo porque soy curioso, él porque Nan lo es- ‘uscando y no tiene ganas de hablarle delante de todo el mundo. Yo sé quién fue —dice Cyrus—. Ocurrié anoche y vi todo... No Y listo, no zafé. Pero no alegra a nadie verlo blanco con la cabeza el tre las manos. La maestra no dice nada. Pide que apaguen las luces y Proyeccién continia. Se nos fueron las ganas. Cada uno charla en su lug preguntando quién pudo haber arruinado los arboles. ’ Finalmente, la maestra concluye la sesin porque esta harta de es Bzzz... Bzzz", en su espalda, como dice. Se da cuenta de que Nelly Laut der cambié de lugar y hace muecas con Pamela. —Nelly, ve afuera a dar una vuelta, te va a calmar. La maestra también esta muy nerviosa después de la intervencién de director. Pienso que no serfa bueno para ella que encontraran al culpabl en su clase. —jOh no, sefiorita! —clama Nelly. Pero la sefiorita Baldwin insiste y Nelly sale. Podra aprovechar para et sayar nuevas muecas. Harold la sigue con los ojos por la ventana. —No la compadezcas, jse cree muy vival —le digo. —Hace frio afuera —responde Harold. Es cierto que Nelly no forma sin ii s lo una pequefia mancha roja y tri medio del patio. niall —jEd y Harold! —grita la maestra—. jTienen gi le seguir a su d d! janas d Agachamos la cabeza. Nos ordena que tomemos nuestros cuadernos para hacer un dictado y obedecemos sin decir nada, lo que no ocurre habi- tualmente pues a nadie le gustan los dictados. Al cabo de un rato, miro de nuevo hacia el patio, pero no veo mas a Nelly. Suena la campana del mediodia. , Francamente, hace tanto frio que hubiéramos preferido pasar el recreo adentro, cerca de la estufa. Pero parece que no nos podemos quedar en el aula cuando es la hora de salir. Es el reglamento. Y el que lo imaginé debfa 1 Li eccidn de esta novela transcurre en un pats del hemisferio norte, por lo Junk los protagonistas se refieren a las regiones surefias como zonas célidas, a la Wivonia do lo que sucederfa si la accién transcurriera en cl hemisferio sur MICHEL HONAKER ‘La hechicera del mediadia estaba durmiendo y tenfa mucha sed. Me levanté para tomar el agua qi estaba sobre la mesa de luz. Y también miré un poco por la ventana, mo hago a menudo. Mi ventana da al rio, No me van a creer si les digo... Joma y se va a llorar por ahi, diciendo que somos unos ingratos y que no veo hablar nunca mas. Sin lugar a dudas, esta mafiana todo el mun- Morn Y nosotros: ‘Ajiors el patio se transformé en un campo de batalla. Esta buenisimo. — Pero sf, si, cuenta! no bola grande y le acierto a una chica en pleno cuello. ;Bum! Me —Y bueno... “chancho” y se pone roja como un tomate. —iDale, dale! Jorible. Recibimos tantas como lanzamos, y Williams corre por todas para detenernos, porque después tiene que limpiar él. ; ‘Nan agarré a Harold por la manga y |o llevé aparte. Yo los sigo, aunque 0 preferido seguir tirando bolas. Pero al mismo tiempo me gustaria do qué hablan. Y no porque esté celoso, entiendan bien. Solo soy un turioso... y bueno, también estoy un poco celoso. {fh Willoughby! —grita Nan dandose vuelta hacia mi—. jAlguna ‘W dijeron que eres un pegajoso? ‘No es amable decir eso. Siento que se me rompe el corazén. Me quedo lo ahi. Tonto y ofendido. . t»pera —dice Harold—. Ed es mi mejor amigo. Vamos juntos 0 —Vi a una vieja que pasaba por el puente con un montén de lefia st bre la espalda. —No es verdad —lanza una chica. — jQué se mete! —iSi es verdad! —responde Cyrus, Muy enojado—. Era una viejiti mal vestida de largos cabellos blancos que caminaba encorvada. Hasté tuve mucho miedo porque en un momento se dio vuelta hacia mi. Le vi lo Ojos... {Eran dos ojos que brillaban en la oscuridad! — (Bah! —dijo la chica. Se equivoca. En general, en sus historias, Cyrus nunca confiesa que tu- vo miedo. Es una gran primicia. —jPero es asi! —jlba hacia el bosque? —pregunta de Tepente Harold. Ahora estoy anonadado. jTambién se mete Harold! Presumo que tiene ganas de bromear. Pero adopté su aspecto serio, su aspecto de doctor, co- mo dirfa Nan. A Nan, justamente, la veo deslizarse detrds de él sin hacer ruido. —Si—dice Cyrus, contento de encontrar a alguien que se interese en Sus pavadas—. Justamente atraves6 el puente y se escapé por el otro la- do. jTuve un miedo! Parecia una... Nunca sabremos qué quiso decir, porque justo en ese momento le ate- triz6 una bola de nieve en la nariz y nos empezamos a reir todos y a hacer lo mismo. Ya no tenemos muchas ganas de jugar a los detectives. Cyrus se Nan se encoge de hombros. Me echa una mirada de desprecio. Creo Ja perdi para siempre. Tengo ganas de morirme para que me presten ) de una buena vez. Nan dice: _ Lidia no esta bien. Esta enferma de verdad y mamé esta preocupa- | No para de Hlorar, tiembla todo el tiempo. No quiere apagar mas las lu- Wo su cuarto. El doctor volvié esta mafiana. Pero sigue diciendo que no nada Harold agacha la cabeza sin responder. ‘ _ ¥ yo pienso: “Pobre Lidia, nunca més le tiraré de las trenzas. . ___--/0ué puedo hacer? —pregunta Nan—. Estoy segura de que ahora ‘0 Won pavadas. Creo que hay algo... quiero decir, esas historias de ojos ‘#) le nieve alrededor de la casa. .. MICHEL HONAKER Pero suena la campana y nos obliga a volver a clase. Es una suerte, es- toy congelado. La maestra nos anuncia que debemos abrir el cuaderno de geometria. Pare- ce un poco mas tranquila. Empieza a escribir en el pizarron copiando de un libro. —jNelly! Para calentarte, vas a venir a indicarme la cantidad de puntas y de lados de esta nueva figura... Todo el mundo se da vuelta. Nelly no esta. No esta ni al lado mio, ni al lado de Pamela. —Dénde esta Nelly? —pregunta la maestra, intrigada. Nosotros no sabemos. No la vemos desde que salié al patio en peni- tencia. Ni siquiera la vimos durante el almuerzo. Entonces Pamela se pone a llorar diciendo que la buscé por todas partes en el recreo y que no esta- ba. La maestra se toma la cosa en serio. Interrumpe la clase haciéndonos prometer que nos vamos a portar bien, y sube a ver al director. Nosotros aprovechamos para hacer un poco de lio y Williams esta gracioso porque trata de evitarlo. Creo que tiene miedo de enganchar otra penitencia. Ya bastante con tener que limpiar el patio... y qued6 hecho un desastre. Harold aprovecha para acercarse a mi. Le pregunto: —jla viste a Nelly? Harold observa siempre todo. Pero niega con la cabeza. El nunca se ha- ce el desentendido. Pero esta vez parece nervioso. Lo encuentro bastante nervioso Ultimamente. Ahora es por Nelly, claro. Sin embargo, Nelly no era su amiga. Siempre le hacfa un mont6n de muecas y se burlaba de él. —jHabré regresado a su casa? —Sin el desastre que hicieron durante el recreo, habriamos encontrado sus huellas —dice Harold. Tiene raz6n. Pero es demasiado tarde. Hay que decir que Harold es un jefe de verdad para seguir una pista. Probablemente es por el hecho de que pasea a menudo solo por el bosque. En ese momento, la maestra vuelve con el director. 42 La hechicera del mediodia Chicos —dice el director—. Desaparecié una de sus compafieras. iblemente volvié a su casa. No se alarmen. La vamos a encontrar ré- lente. Usted, sefiorita Baldwin, puede seguir con la clase. director se va. La maestra se sienté en su escritorio. blanca. La compadezco de todo coraz6n. ‘omen un libro. El que quieran. Lectura silenciosa.... lly no estaba en otra clase. No estaba escondida en el bafio. No re- a su casa. La sejiorita Baldwin llora y el director hace lo que puede tranquilizarla. Los padres de Nelly llegan en este momento. Les avi- por teléfono. No parecen contentos. Me gustaria ver qué va a pasar, No es posible porque el director nos hace salir de! aula. Cuanto a nosotros, no nos oponemos a un recreo suplementario. poco mas tarde, el auto del sefior Doyle se detiene en la puerta de la . Baja e! sefior Doyle. Nos hace una pequefia sefia amistosa y todo lo mira la culata del revdlver que le cuelga de un lado, un revélver lad como en las peliculas de la tele. capitulo EI golpe or Sanghorn, el abuelo de Harold, es un sefior de barba gris y no ho pelo. Pero no parece tan viejo por ser abuelo. Debe haber sido te cuando era joven, se ve. Lo sigue siendo. Mejor no buscarlo. Lle- haleco rojo de muletén® como los otros muchachos del aserradero y te negro en la cabeza. Seguramente andaba vestido igual hace mu- 0, cuando era trampero. Y es verdad que era trampero. Iba al bos- ar lobos, lobos terribles de ojos rojos, y hasta tiene una cabeza en dor al lado de un enorme fusil. La vi, juro que es de verdad, y no me tenerla en mi cuarto. Conoce bien el bosque y no le tiene miedo. Lo ) todo, segiin dice Harold, hasta las grandes montafias del Norte. no se puede matar mas lobos, trabaja cortando tablones en Todds, que es el papa de Nany también es el més rico del pue- i opinién le debe divertir mucho menos. eno le gusta mucho el sefior Sanghorn, porque nunca pone un templo y todas las historias de Jess mas bien le dan risa. Y les On es una tela suave y afelpada de algodsn o lana. MICHEL HONAKER juro que no hay que refrse de Jestis delante de mi padre, pues se pone muy rojo y enojado. Yo tampoco estaria contento si hablaran mal del sefior de los Mutantes que pasan por la tele, cuando la tele no esta rota. Todos los viernes, el sefior Sanghorn viene a buscar a Harold con su vie- ja camioneta porque termina mds temprano en el aserradero. Al verme, acostumbra a decir: —jHola, Ed! Deberfas pensar en comer menos galletitas, ino? Respondo que si, que voy a hacer el esfuerzo, aunque es mentira. Pero hoy no dice nada. Viene hacia nosotros masticando su pipa. No esta como siempre. —h, chicos, jest en su clase la pequefia Launder? Respondemos que si y le contamos todo lo que sabemos: que Nelly es- taba haciendo muecas en el fondo de la clase, que la maestra la mand6 afuera y que después no la encontramos en ningun lado. —Se fue, tengo esa impresion. No es mas que una rateada, segtin veo. La encontraremos rapido. A veces pasan cosas raras en la cabeza de las chicas. —Si, es cierto. —A propésito, espero que no tengan nada que ver con el golpe.... Nos mira de arriba abajo frunciendo el cefio. — (Qué golpe? —pregunta Harold. —Toda la ciudad esté hablando de eso, hijo. Robaron lefia ano- che y también, anteanoche. Sin contar los arbolitos que arrancaron voluntariamente. Casi nos habfamos olvidado de esa historia. Parece insignificante al la- do de la desaparicion de Nelly. Harold se encoge de hombros, como si la pregunta fuera indtil. —Nadie de la escuela hizo eso. —Sin embargo, alguien lo hizo, y tiene que ser uno de ustedes... —jPor qué no unos cazadores furtivos? {0 gente que estaba de paso? Tiene razon Harold. Es irritante, después de todo, que nos acusen porque somos los mas chicos y no podemos defendernos. 46 La hechicera de! mediodia Tiene que ser por fuerza gente de aca, hijo. Las rutas que van al valle cortadas por la nieve. Los hubieran visto. Con este frio, se hubieran isionado. Pero bueno. Si no son ustedes, no son ustedes. No deja de a esta historia. gEd, te dejamos en algun lado? Digo que no, que tengo que hacer ccmpras y es verdad porque tengo por lo del sefior Hackendown para comprar malvaviscos. Enton- | sefior Sanghorn vuelve a subir a la camioneta y arranca. Harold me sefias por la ventana justo antes de la curva. No nos vamos a volver a antes del lunes y es una lastima. Ed! jEspera un poco! e doy vuelta. Es Nan. Acaba de despedirse de sus amigas y viene ha- ni. Estoy sorprendido. De costumbre, nunca me dirige la palabra des- de la salida; y menos antes. Seguro que no es gratuito. Las chicas empre asi. Te ignoran hasta el dia en que te necesitan, y entonces se lven muy dulces, y te hacen ojitos con su sonrisa mas linda. Pero la voy indar a pasear y no me importa, porque me dijo pegajoso en el recreo ‘quedarse sola con su querido Harold. Si estas esperando a tu novio, ya se fue con su abuelo. -iAh, eres tan vivo, Ed! No, a ti queria verte. Tengo que pedirte algo... cerca de mi. Casi me toca. Hasta siento el olor del pelo que le so- le del gorro colorado y me derrito. Tengo ganas de pasarle el brazo cuello y abrazarla muy fuerte. Ella seguramente va a echarse a llorar \e que la perdone, que me ama en secreto aunque nunca lo haya do delante de los demas y que... ades pedirme lo que quieras —cigo—, sabes. .. racias, Ed. Eres un buen amigo, de verdad. Tienes que convencer a e de que venga a ver a Lidia. bajo de la nubecita rosa. Se me rompe el coraz6n con ruido a vidrio en los dibujos animados. Pero los téroes verdaderos nunca muestran olacion. 41 MICHEL HONAKER — Por qué? {Se va a morir? Es verdad. A diferencia del doctor Lifford, mi padre va a ver a los enfer- mos sobre todo cuando ya no se puede hacer nada por ellos. Me explicé que era para salvar su alma antes de que se vaya al cielo. Pero nunca trae almas a casa y me pregunto si la cosa le resulta. —wNo, no se va a morir, pero esta muy enferma, y creo que seria bueno que tu padre viniera a verla para contarle una historia como en las clases de los domingos. Le gustan mucho las historias. —Ah, jes eso? No sé si va a querer. —Pero se lo puedes pedir igual? Sé bueno, hazlo por mi... —Bueh, {pero qué me vas a dar a cambio? —Ustedes los chicos son todos iguales. Es repugnante. —jMe acompaiias a lo del sefior Hackendown? —No, debo volver a casa. Tengo tarea. Cruza la calle protestando. Me arrepiento un poco de !o que le dije. —No te preocupes. Le voy a pedir. jSeguro que va a ir! Oy6. Se da vuelta y me manda un beso con la mano antes de escaparse corriendo. Me pongo tan colorado que tengo la impresién de que la nieve empieza a derretirse a mi alrededor. La verdad es que me vuelve loco. Es mala suerte. Estoy saliendo justo de lo del sefior Hackendown con los bolsillos llenos de malvaviscos, jy con quién me encuentro? Con el imbécil de Williams y con su banda. No me pregunten qué estén complotando ahi atras del muro, pero lo cierto es que con el alboroto el director se olvidé de que Williams tenia que sacar la nieve del patio. Me gustarfa dar media vuelta, pero es demasiado tarde. Me vieron. Me persiguen, y como no corro rapido, me acorralan enseguida. —Dime, gordo, jadénde vas corriendo? —dice Williams, con su sonrisa idiota—. {No estas mas con tu amigo esqueleto? Y los otros me rodean graznando, con gesto burlén. La hechicera del madiodia apuesto que tiene los bolsillos llenos de-caramelos —dice uno—. ‘tus caramelos, gordito? qué, el director no les dio? los pufios. El primero que me toque los malvaviscos liga una pi- nariz. Williams cambid de color cuando mencioné al director. Mira ledor, como si temiera ser sorprendido. Por supuesto que no quie- e ver después de haberse salvada de casualidad de la penitencia. sale de! negocio el sefior Hackendown secandose las manos en el ‘blanco que !leva siempre atado a la cintura. Somos buenos amigos Hackendown y yo, acaso porque él también es un poco gordo. Se dado cuenta de las intenciones de Williams. Lo mira enojado. estan molestando, Ed? parecen tan orgullosos ahora los payasos esos. ), sefior Hackendown, por el momento esta todo bien. Ja cosa se pone fea, no lo dudes: llamame. Sé de algunos que es- vacaciones de palizas... —y vuelve a entrar soplandose los dedos. pierdes nada por esperar, gordito —Williams murmura—. Por ‘dejamos volver amablemente a tu casa y podras empacharte con los pegajosos. Pero a cambio, nos vas a hacer un favor... Yo Ja lefia. Ni arruiné los arboles. Es culpa del cobarde ese de Dern si que cumplir un castigo. Le tenemos reservada una sorpresa... | gustaria recordarle que si no se riera como un loco se evitarfa pro- pero parece estar seriamente enojado con el guardabosque. § Vas a ayudar. Vas a venir con nosotros. .. loco, no? crees que Dern es una porquerfa y merece una leccién? fe, yo también lo pienso. Me cayé muy mal que le haya con- historia de la pelea a mi padre. ? —exclama Williams—.T también piensas que es una porque- no nos vamos a dejar pasar por encima... MICHEL HONAKER —iY qué tienes previsto? —NMaiiana es sdbado. Y el sabado la maestra lo pasa con su querido novio. jEntiendes? jLes vamos a dar un susto de aquellos! Otra vez se rie como un tonto y les guifia el ojo a los otros que se creen geniales por imitarlo.Yo no entiendo nada de sus monerias. Tengo muchas ganas de volver a casa y dejarlos discutir solos sobre su proyecto. —FPara, gordo. No te vas. Mafiana a la mafiana vamos a pasar por tu ca- sa y mas vale que estés. —jEstds un poco loco, no? {No quiero tener nada que ver con tus his- torias imbéciles! —Gordo, te vamos a pasar a buscar y vas a venir con nosotros. Sino es- tas, te garantizo que la escuela se va a volver un infierno para ti. Habla como en un western’, pero eso no quita que no es broma. De re- pente, se me seca la garganta. Estoy atrapado. Con decirles que hasta sa- crificarfa mis malvaviscos con tal de que me dejaran en paz. Pero tengo la impresién de que eso no los harfa cambiar de idea. —Majiana a la majiana, después del desayuno, jofste, gordo? Vamos, ahora corre, gusano... Me echa con una patada atras, y vuelo bajo los silbidos y las risas. Me hizo doler mucho. Tengo ganas de llorar. En casa no hay nadie porque es el dia en que mi madre visita a la sefio- ra Lifford, la mujer del doctor. Me encierro en mi cuarto para pensar. Me siento muy mal. Estoy harto de este lugar perdido. Tengo ganas de tomar el micro y de irme lejos, a la gran ciudad donde los chicos son seguramente buenos y no me dirfan “el gordo” asf nomads. Y como mis padres conocerfan menos gente, estarian més a menudo en casa cuando vuelvo y no me veria obligado a prepararme solo la merienda. 6, Palabra inglesa que designa a las peliculas cuya temética central se refiere al poblamiento del Oeste norteamericano. La hechicera del mediodia 's sabado. No hay escuela los sébados. Esta majiana la nieve llega ca- jasta el borde de mi ventana. No puedo salir a jugar al jardin. De todos dos, no tengo ganas de jugar. No tengo ganas de nada, ni siquiera de ler y es por eso que me quedo sentado ante el plato revolviendo los ce- les. A causa de la tormenta, la tele no tiene imagen y también nieva en antalla, es una mala suerte. {No tienes hambre, Ed? {No te sientes bien? —me pregunta mi ma- 's tan raro que no tenga hambre, que se preacupa enseguida. Mejor No quiera que me quede en casa. Williams no se tragaria ese bolazo. Esta incubando algo —observa mi padre, que permanece en mangas m lisa—. Esta mafiana, fue temprano a rezar al templo. tien juntos. 10! Es verdad que fui al templo. Mi padre entrd y me encontré en M1 el camino. Me pregunté sonriendo qué hacia ahi, y yo le contes- @ rogaba a Jestis para que curara a Lidia Todds que estaba enferma. Supuesto, no era la verdad verdadera. Estaba mas que nada rogan- iI que el idiota ese de Williams no viniera a esperarme después del ), que se despierte Ileno de granos 0 que se rompa una pierna... Es bueno de tu parte pensar en los que sufren —dijo mi padre sen- ami lado—. Me gustaria que te ocurriera mas seguido. La caridad del coraz6n... un montén de frases lindas como esa y pienso que es por eso que gente a escucharlo los domingos. ente estoy saliendo a hacer visitas. Pensaba ira verla, {contento? ne habfa olvidado de mi promesa a Nan. Respondi que seria real- ial y que a Lidia y a su hermana les gustaria mucho, y a mi sobre lo habia prometido sin preguntarle nada... Se fue entonces a lo yo subi a acostarme de nuevo. itante regresa. Me sonrie. Esta de buen humor esta mafiana. Mi severo, pero también cuando quiere es muy bueno. 51 MICHEL HONAKER —Nelly Launder esta en tu clase, jverdad? Contesto que si con la cabeza simulando comer un poco. El se sirve un café. —Sus padres vinieron a verme. Los Pobres estaban enloquecidos. Su hi- ja no volvid. Nadie sabe qué se hizo de ella desde ayer. ;T sabes? —La castigaron y se fue. Pero yo creo que se la llevé esa vieja... — {Qué vieja? —Mi amigo Cyrus dice que hay una vieja que ronda cerca del rio y que Se roba la lefia de las reservas, Y Lidia Todds también vio a alguien cerca de su casa. Por eso esta enferma. Mi padre alza los ojos al cielo. —Misericordia, hacfa mucho tiempo que no éramos molestados. jLa Gl- tima vez no fue un gran lobo negro? {0 un hombrecito verde, tal vez? ile acuerdas, querida? Mi madre sonrie asintiendo con la cabeza, Me enfado y me Pongo rojo: —Si, pero eso ocurrié cuando era un bebé. —Ed, sabes que es normal a tu edad imaginar un montén de cosas que no existen —prosiguié mi padre—. Cuando era chico, mis compafieros y yo haciamos correr el rumor de que habia un fantasma en los pasillos de nuestro colegio. Hablabamos entre Nosotros y teniamos mucho miedo. Uno lo habfa visto en el techo, otro detrés de una ventana. Estébamos conven- Cidos de que existia realmente. iHasta hubo una vez que lo vi! Eso sf, muy rapido. Pas6 al fondo de un pasillo, asf... ;Pffuit! Mas tarde, cuando creci, Comprendi que lo habia sofiado, que solo era una fabula, —(Si? le susurra algo a mi madre en el ofdo, —En cuanto ala desaparicién de Nelly Launder —tetoma—., el comisa- rio Doyle cree que se escapo de la casa. Piensa que ella se sintio traumati- zada por haber sido echada de la clase. {Traumatizada, Nelly Launder? Se ve que nunca asistié a su festival de muecas. Es una traviesa sin cura, capttulo6 EI bosque mi ruego. s no debe trabajar los sabados, porque noha sre ue Williams no esta Ileno de granos. Ya esta instalado en la put (asa, con dos de sus amigos. : . poe | Son compafieros tuyos los chicos que estan afuera? ries , i ina, j \do estoy saliendo. it la cocina, justo cuani iadre corriendo la cortina de ys Fee es. i la sensaci6n de que adivint . No le dije nada, pero tengo | seat ‘mo hace mi madre, pero siempre logra descubrir mis Pec eo {os sin que yo tenga necesidad de hablar, es muy extrafio. tlivertido. B f j i. Eh... sf, vamos a jugar por al sz (No quieres hacerlos pasar un rato para tomar un chocolate calier Al ver mi cara, no insiste. ‘No vuelvas tarde. »rometo. Y salgo. Con dignidad. 5 Se eit —rita Williams, y los otros me rodean dandome amables i ! E alda. palmadas en la esp. it jor la ventana. Mi madre sigue mirandolos pi mE. sa Bravo, gordo, no eres un cobarde. Ahora nos vamos a divertir mucl Ven con nosotros. MICHEL HONAKER —jSolo somos cuatro? —Alcanza para lo que queremos hacer. Me llevan fuera de la vista de la casa y me doy cuenta de golpe de que para ir a lo del sefior Dern vamos a tener que cruzar el bosque durante un buen momento. —(No tienes miedo de que nos perdamos? —pregunto. —No, ya sabemos, hay un camino. —iY si nos encontramos con la vieja? Williams me mira de arriba abajo con un profundo desprecio. —Estén todos locos con esas historias infantiles. Si alguien viene a mo- lestarme, jlo reviento! Y me muestra una tremenda navaja con la hoja que sale sola como en las peliculas. Me gustaria mucho tener una asi. Atravesamos el cruce que la calle principal forma con la de la escuela, luego bordeamos los muros traseros de las Ultimas casas, para que no nO vean. No hay mucha gente en el centro, de todas maneras. Es demasiado ‘temprano. Y ademas es sabado. i El camino del que habla Williams esta casi por completo cubierto de nieve y apenas se distingue serpenteando entre los arboles blancos. Ha- ce mucho més frio aca que en la ciudad, sobre todo porque el viento sopla fuerte. Entonces levanta nubes polvorientas que se meten en todas partes y hasta en la nariz y no es muy agradable. {Por qué me vine a meter en esta historia? Tengo el presentimiento de nua No vamos a cosechar mas que problemas. La vida de un chico la mayo- ria de las veces no es divertida, y los que dicen lo contrario es porque direc- tamente fueron adultos y se convertiran en nifios recién al final de sus dias. Tengo el pantaldn duro de nieve. Por momentos, me hundo tanto que los demas me tienen que tironear de la manga llamandome “traste gordo”, cosa poco amable, porque yo, después de todo, no les pedf venir y eon ellos los que me obligaron. Desde hace un rato estamos bordeando el rio. 5 La hechicera del mediodia jolvid completamente gris, como plomo derretido y me pareceria lindo si pudiera parar un momento para respirar. este lado, la nieve esta lisa como clara de huevo. Somos los prime- en caminar por aqu/ y las suelas hacen “chuic chuic”. Williams, que est caminando adelante porque es el jefe, nos hace sefia agacharnos. Tenemos ante nuestra vista la casa del sefior Dern. Es toda ‘madera con un cerco alrededor y pareciera que crecié ahi en medio de Arboles. Me escondo detras de un gran tronco como vi que hacen en las iculas, rodando por el suelo. —th, el gordo se cree un héroe. —No te la creas, se te va a romper el pantalén. Sin embargo, ellos también se escondieron. -—Que no nos vean —dice Williams, que me parece pésimo como jefe. ‘Abro la boca para decir que antes de que pase mucho tiempo, ya no is Veremos a nosotros mismos, porque entre los arboles avanza una es- niebla, como una avalancha en cdmara lenta. Pero todos me dicen: jh..." para impedirme hablar. Nos acercamos @ la casa como indios se preparan para dar un golpe sorpresa. El auto del sefior Dern esta dado bajo el toldo, y sale humo de la chimenea. Por un momento sent! esperanza de que tuviera la buena idea de irse, pero fallé. Nada de esto me gusta mucho. Si el senor Der atrapa a alguno de no- (0s, lo va a fajar. Y como no soy el mas gil. —jGordo, ve a ver por la ventana qué pasa! —ordena Williams _ —{Qué mas? \Ve tha ver! 4 Discutimos un momento y no estoy contento, pero son tres y yO estoy . Me prometen que si no voy, me sacaran el pantalon y me mandaran nudo a la ciudad, y serfan capaces de hacerlo, de tan malos que son. Obligado, me levanto y corro hasta el cerco, mientras los otros se que- dan escondidos. Es siempre lo mismo, a mi me toca hacer el trabajo sucio. 10 que fui demasiado lejos. Me doy vuelta hacia los otros que se estén MICHEL HONAKER riendo de lo lindo. Williams me hace grandes sefias nerviosas para que siga adelante. Entonces me deslizo por debajo de la barrera, pero no es comodo porque no hay lugar suficiente. Consigo pasar. Avanzo medio en- corvado para que no me vean. Técnica sioux?. Me acerco suavemente a la ventana. Mi cabeza alcanza justo la altura para mirar hacia el interior. Y veo. Esté el sefior Dern y también la maestra. Me dan la espalda. Es- tan mirando television en el sill6n. Me parece raro ver a la maestra fuera de la escuela. No parece para nada la misma. Apoy6 la cabeza sobre el hombro del sefior Dern y este tiene el brazo alrededor del cuello de ella, cosa que me pone celoso porque nadie tiene derecho a tocar a la maestra. Hago sefias a los demés para que vengan. Finalmente me gusta el pa- pel de explorador, y serfa buenisimo seguir haciéndolo a la vuelta. Podria entonces caminar delante de todos y avisar si viene alguien. Le digo esto a Williams que viene a acurrucarse detras de mf. —jEso es, gordo! —responde—. Tu trasero nos servird de linterna Y los demas se rien y me pellizcan. Otra vez tengo ganas de llorar por- que nada de esto es justo y porque no tienen necesidad de decirme “gordo” todo el tiempo ni de repetirme sus burradas. — {Qué estan haciendo ahi adentro, gordo? —Estén mirando la tele. —Mira de nuevo, {no estan haciendo ninguna otra cosa? Me obliga a poner nuevamente la cabeza delante de la ventana y tengo miedo de que acaben por verme. —Esté besando a la maestra. Es un asco. —jQué gordo tonto! {Se nota que nunca estuvo con una chica! Los demas se miran con cara de entendidos como si supieran un monton 710s siouxson una tribu indigena de América del Norte, famosa por su tenaz resistencia a la colonizacién. La hechicera del mediodtar de cosas que yo no sé. Se sorprenderfan mucho si les dijera lo que me en- sefié mi madre acerca de las plantas de las que nacen los bebés. Levanto los hombros. —No me interesan las chicas —digo, aunque no sea verdad, pues son més bien ellas las que no me prestan nunca atenci6n, y no es porque yo no intente ser simpatico. —jSe van a pegar un susto! —se burla Williams. Saca un paquete atado con una cuerda. Reconozco la etiqueta. Son pe- tardos que debe haber comprado en lo del sefior Hackendown. Con sus dos amigos, coloca petardos a lo largo de la pared y delante de la ventana, uni- dos por una sola mecha. Si resulta, va a hacer un ruido terrible, y ya no ten- go ganas de estar ahi. —No me habfas dicho que bamos a poner petardos —protesto—. A mi no me gusta nada este asunto. Ademas, la maestra esté muy preocupada por Nelly Launder. / —jQué viva! ,Quién la eché de la clase a Nelly Launder? Lo hubiera pensado dos veces. Se lo merece. —Si, se lo merece —agregan los otros dos gusanos. Williams se rie. La cadena de petardos esta lista. Me aparto prudentemente. 2 —jAdénde vas, gordo? Ti no te vas... Te quedas aca, vigilando. Habias dicho que eras el explorador. Antes de que pueda protestar, se me tiran encima y me acuestan en el suelo. Me hunden la cabeza en la nieve y casi no puedo respirar mas. Me dan un montén de patadas antes de largarme y de escapar a toda ve- locidad. Me tendieron una trampa. Encendieron la mecha. Chisporrotea répidamente. Me van a agarrar a mi. Cuando me levanto, los demas ya estan lejos. Corro hacia el cerco. Pero me hundo como un tonel en la nieve blan- da, Tengo la impresion de no avanzar. ;Y el chasquido de la mecha me 57 MICHEL HONAKER persigue! jVa a explotar! jVa a explotar! Trepo por el cerco. Basta de jugar al explorador. Es mi fin. Caigo rodando al otro lado. Se escuchan los primeros petardos y hacen un ruido de ametralladora que suena a lo lejos en todo el bosque. Me largo a correr lo mas rapido po- sible. Las detonaciones son en verdad terribles. Me desplomo detrds de un Arbol, sin aliento. Me tapo las orejas. En ese momento, la puerta de la casa se abre bruscamente y aparece el se- fior Dern. No parece muy contento, ademas de que solo esta en camiseta y tiradores. Aprieta los pufios como si sofiara con torcerle el cuello a al- guien. Mira hacia todas partes y yo, escondido boca abajo detras del tron- co, hundo la cabeza entre los hombros; me gustaria volverme chico como un hongo. —Si los vuelvo a encontrar en mi casa, mocosos de porqueria, les voy a llenar el trasero de plomo —grita, y yo me digo que eso del plomo en el trasero debe doler bastante. Luego veo que da la vuelta a la casa y aplasta los tltimos petardos. Re- gresa a la puerta. Mira una Ultima vez a los alrededores. Justo en ese mo- mento, un pedazo de nieve se desprende del techo. No quiero mirar. Cierra los ojos. Oigo un ruido blando y también un monton de malas palabras que mi madre me prohibe decir hasta cuando estoy enojado. Cuando los abro de vuelta, el sefior Dern ya se fue. En su lugar, solo queda un montén de nieve. No sé para qué lado se fueron los otras. No me esperaron. Se escaparon como ratas esperando que me agarraran a mi y que yo pagara el pato. Y es por eso que querian que los acompafiara. Williams me lo va a pagar caro, un dia que esté solo, sin su banda. Le voy a torcer el cuello. Por ahora tengo un problema mas urgente. No me acuerdo por qué lado llegamos. Al escapar, no debo haber tomado la direccién correcta porque no encuentro el camino que lleva a la ciudad. Ya no era muy visible antes, La hechicera del mediodia porque estaba bastante tapado de nieve, pero ahora es todavia peor por la maldita niebla. No sé muy bien para qué lado ir y tengo ganas de llorar. La solucién serfa volver a la casa del sefior Dern siguiendo mis huellas al revés. Pero prometié llenarle el trasero de plomo ai primero de nosotros que viera rondar, entonces prefiero seguir perdido... Me detengo un ins- tante para pensar, aunque tengo mas ganas de llorar que de pensar. Pare- ciera que el bosque se burla de mf, que murmura a mis espaldas: —jMiren a ese nenito tan tonto que no sabe para qué lado ir! Shhhh.. Shhhh... —s gordo y rellenito. Shhhh... Shhhh... —Lo tenemos. Shhh... Shhhh. .. Vamos a asustarlo. —Serfa un arbusto muy lindo. Shhhh... Shhhh. .. —Un arbusto; si, eso es... No, no seré un arbusto, ni siquiera una mata de hierba y vuelvo decidido casa a calentarme antes del almuerzo. Ademés, no estoy perdido. Un po- coa la izquierda me parece ofr el rio. Pero tal vez no sea més que el viento en las ramas. De todas maneras, tengo que ir a algdn lado. Si dejo de caminar, siento que voy a llorar. Me interno, pues, entre los drboles. Cada vez hay menos luz, lo que esta lejos de darme valor. Empiezo a tener mucho miedo. Al caminar, me esfuerzo por encontrarles nombre a los Arboles, como Harold, que dice que son ellos los que ayudan a los cazadores perdidos. Pero mis nombres son menos lin- dos que los de él, y no estoy para nada seguro de que les gusten tanto. Un gran paquete de nieve se estrella ante mi. Tengo la impresion de que el suelo vibra como si, en alguna parte, alguien se hubiera puesto a correr, Me sobresalto. Miro a mi alrededor. No se ve nada. Oigo las ramas que se balancean por encima de mi cabeza, y me hace pensar en las cosas que cuenta Lidia. Sigo avanzando. Respiro fuerte. Las lagrimas me suben a los ojos. 59 MICHEL HONAKER De repente, me caigo hacia delante. Lanzo un grito. No vi el barranco. Me deslizo boca abajo como un trineo sin poder detenerme, envuelto en una nube polvorienta. Me golpeo al fin con una rafz. Estoy un poco marea- do. Tengo nieve en la ropa y en la nariz, y también en las orejas. Mi ropa esta blanca. Pareciera que me cai en un tonel de azticar. Parpadeo. No conozco este lugar. Nunca vine aqui antes. El aire parece azul por acd y los arboles estan desnudos y parecen los dedos de una vieja. Un poco mas abajo, hay un arroyo congelado. Por suerte esta raiz me detu- vo, sino iba a dar de cabeza en el hielo. Tengo frio. Me tiemblan los labios. En fin, mas vale dejar las aventuras a los héroes de la tele. Ami alrededor, me doy cuenta de que todos los abetos recién plantados fueron arrancados 0 pisoteados, que los otros estan apartados como des- pués del paso de un gran animal. Y hay huellas raras que bordean el arroyo. No sé quién caus6 todos esos dafios, pero seguramente no es nadie de la escuela, como pensaba ayer el director. De repente, me acuerdo de esa vieja de la que hablé Cyrus. La que car- gaba lefia al otro lado del puente. Después de todo, tal vez a ella no le gusten los arboles. Segtin mi opinién, tampoco le gustan los nifios. Y no seria una buena idea cruzarsela en el camino en este lugar perdido. Me pongo a temblar. Da la impresién de que no es de mafiana, por lo oscuro que esta. De algin lugar a lo lejos, cigo un grito. Un pajaro, o tal vez otra cosa... Tal vez... Mi coraz6n late mas fuerte. Me parecié ofr un ruido. Siento que voy a llorar de una buena vez. Es peor todavia que cuando la maestra nos hace pasar al frente para una leccién que no estudiamos. Estoy seguro de que hay alguien escondido ahi mirandome, detras de un monte. Por un segundo, me parecié que una gran sombra se desplazaba al fondo, alla, cargando un bolso sobre la espalda... —jMama! La hechicera del mediodia No quiero quedarme més acd. No quiero. De repente, doy media vuelta, y lo siento mucho por el orgullo de explorador. Subo la cuesta en cuatro pa- tas, a toda velocidad, sin pensar, lastimandome manos y rodillas. Algo co- menzé a perseguirme. igo una respiraci6n horrible a mis espaldas. No me animo a darme vuelta. El miedo me da alas. Alcanzo la parte alta, luego co- Tro, un poco llorando, otro poco suplicando. De repente, de atras de los arboles, surge ante m/ un gran ojo amari- Ilo. Lanzo un grito y caigo hacia adelante, con los brazos sobre la cabeza... —jEd! Pareces un tonto, jlevantate! {Qué estas haciendo por acd? Una mano enérgica me agarra, me obliga a levantarme. El ojo amarillo no es otra cosa que una linterna. Con esta niebla, yo habia. . . —jHarold? —pregunto, porque ya no estoy seguro de nada. —Obvio. ,Quién si no? gEn qué lio te metieron, pobrecito? —No tenemos que quedarnos ac4, Harold, hay algo corriendo por ahi, alo que no le gustan ni los drboles ni los nifios. Es terrible, Harold, jverda- deramente terrible! Me hubiera atrapado y puesto en una bolsa si no hu- biera corrido! —Vamos, {qué estas contando? {Estas loco? Aptrate. Tus padres se van a enojar. Ya es mediodia. —jMediodia? Apunta con la linterna al fondo del barranco. Por nada del mundo me asomarfa por encima de ese agujero. Estoy seguro de que la vieja sigue ahf, escondida abajo, esperando... Y sus grandes ojos deben brillar en la niebla. Harold permanece un momento sin decir nada. Luego: —Hay que volver, Ed. Me toma de la mano y me conduce por la direcci6n opuesta a la que yo habia seguido hasta ahora. Prefiero no imaginarme lo que habria pasado si no me hubiera encontrado. No estoy muy orgulloso de mi. —Fstoy recontento de verte, Harold. Y es la verdad. MICHEL HONAKER —Yo también, pobre Ed. Te servird para no seguir mas a esos imbéciles. —{Crees que esto es lo que le ocurrid a Nelly? {Crees que se escapé y después se perdié en el bosque? —No sé, Ed. El comisario y algunos mas buscaron todo el dia. No la encontraron. —({C6mo llegaste hasta aca? —Estaba paseando. Descubr/ tus huellas. —jEs una suerte increible! —WUna suerte increible —repite Harold. Ahi ya no estoy tan seguro de que me diga la pura verdad. —{Como podias saber que eran mis huellas? Tiene una risita que suena clara entre los arboles. Es curioso cémo con 61 el bosque parece menos oscuro. En un segundo, retomamos el camino del pueblo, el que bordea el rio. Harold bromea, me pregunta si llamé a los Arboles por su nombre —porque los arboles ayudan a los chicos perdidos si estén contentos con los nombres que les dan, eso dice— y un montén de cosas asi. Esta loco Harold, pero es de verdad mi mejor amigo, sin lu- gar a dudas. 62 capitulo] Lidia desaparece G3 vuelvo a casa, es curioso, pero nadie me presta atencién, y sin embargo estoy sumamente atrasado. Mi padre esté sentado cerca de la chimenea con un gran libro sobre las rodillas. Subo a mi cuarto, en pun- tas de pie. Escondo mi ropa sucia debajo de la cama, como de costumbre, y cuando me llaman para almorzar, hago como que ya estoy ahi desde ha- ce rato. En la mesa, solo se oye el ruido de las cucharas en los platos y eso es mala sefial. Sin embargo, mis padres no parecen haberse peleado. En cuan- to.ami, me vuelvo lo mas mindsculo posible, cosa nada facil. ¢Van a retar- me? Mi padre termina la sopa, y luego dice —Doyle telegrafio al valle para que le manden refuerzos.... Pero el caso no cierra. Esa nena no pudo haberse desintegrado. Mi madre me echa una mirada con el rabillo del ojo. —No hablemos de esto delante del chico. El chico soy yo. Siempre lo mismo. Como si no fuera capaz de compren- der las conversaciones de los adultos. Para eso me mandan a la escuela, sin embargo. Siguen hablando de Nelly, y me da la impresion de que esta historia los tiene preocupados. Nelly est en mi clase, entonces el asunto deberia ser de mi interés también. Digo: MICHEL HONAKER —Estoy seguro de que Nelly Launder fue secuestrada por la vieja que rompe los arboles en el bosque. . . —jCéllate, Ed! —se enoja mi padre—. No se bromea con estas cosas. —jPero es cierto! {Por qué a mi nadie me cree? Meto la nariz en el plato. Estoy ofendido. Mis padres son siempre igual, no escuchan nada. Si supieran la aventura que me ocurrié esta mafiana, estarian bien asombrados. Lastima que no puedo contarsela. Si no, tendria que explicarles qué estaba haciendo tan lejos en el bosque y me parece que mejor, no. Mi padre va a decir algo, pero oimos golpes en la puerta. Me sobresalto, no sé por qué. —j(Quién puede ser? —pregunta mi madre, preocupada —Noticias de la nena, sin duda. .. Mi padre se levanta y va a abrir. Regresa con el sefior Williams, que es el padre del zonzo de su hijo. Miren, 6! no tiene la culpa. No se eligen los hijos. El es mds bien amable, y ademés su mujer se murié. Trabaja en el aserradero con el abuelo de Harold. —Lamento mucho molestarlo, reverendo —se disculpa tomando su go- ro lleno de nieve con las dos manos—. Pero tengo que hablarle a su hijo... Algo me dice que voy a tener problemas por lo que paso en lo del sefior Dern. Mi padre ya me esté poniendo cara rara. De golpe, se me cierra la garganta y el coraz6n me empieza a latir muy rapido. —Mi hijo y sus amigos no volvieron —explica el sefior Williams—. Sa- lieron a jugar esta mafiana, no sé adénde. Desde entonces, no tenemos no- ticias de ellos. Pero antes de salir volando me dijeron que pasaban a buscar a Ed para jugar con él. Vos estabas con ellos, no? —th... si. Si, sefior. —Salieron juntos —confirma mi madre—. Los he visto. Parecfan estar tramando algo. Otra vez la pegd. No hay caso, me pregunto siempre cémo logra saber todo sin preguntar nunca nada. Tal vez todas las mamds son asi, y por eso La hechicera del mediodia las llamamos mama. El padre de Williams retuerce el gorro peludo mirén- dome y yo no sé dénde meterme. Parece muy preocupado. —jEd! ,Qué estuvieron maquinando esta mafiana? —pregunta mi ma- dre, y veo perfectamente que no est4 contenta—. Dinos la verdad. .. Todo |o que se me ocurre hacer es esconder la cabeza en su delantal y llorar. Hace bien Ilorar, sobre todo porque tenia muchisimas ganas. —Ed, no va a pasar nada si nos dices la verdad. jEntiendes que el papa de tu amigo esta preocupado, no? —Pero Williams no es mi amigo. No sé qué hizo con los otros. Me deja- ron en pleno bosque como unos cobardes. {Sin Harold me hubiera perdido, y nunca me hubieran vuelto a ver, como a Nelly Launder! Todos me miran. Me gustaria no tener que contar nuestra escapada en detalle, pero empiezan a hacerme un montén de preguntas y me veo obliga- do a largar todo. Al terminar, parezco un tomate, como cuando la maestra me reta delante de toda la clase. No estoy muy orgulloso de mi. Fl sefior Williams se sienta. Parece cansado de repente. Mi padre le acerca un vaso de aquardiente, esa que es muy fuerte y en la que me dejan mojar un terron de azdcar en mi cumpleajios. —s mi culpa —dice el sefior Williams agachando la cabeza—. Desde la muerte de su madre, todo anda mal. Dios mio, ;dénde puede estar? ¢Y los demas? Después de lo que pasé con la pequefia Launder... Mi padre le pone una mano en el hombro. —Venga, Williams. Vamos a hablarle al comisario Doyle. Sabra qué ha- cer. No se preocupe. Todo se va a arreglar. Salen juntos. Yo no tengo mas hambre. Me siento mal, como si tuviera fiebre. Un poco mas tarde, viene mi madre a acostarse cerca de mi, como hace a la noche cuando estoy enfermo. Me abraza y es muy lindo. Lastima que ya no ocurre a menudo. 65 MICHEL HONAKER El domingo es un dia que no me gusta mucho. Sé que no hay escuela, que se puede dormir hasta mds tarde y también que mama hace esa torta toda blanca... Pero los negocios estan cerrados, incluso el del sefior Hac- kendown. No hay mucha gente en la calle, como si se la hubiera llevado una tormenta. Ademas, el domingo es el dia del culto® y en vez de ir a jugar estoy obli- gado a ir al templo, porque mama dice que soy el hijo del pastor y que nadie comprenderfa que el hijo del pastor no fuera a escuchar a su papa cuando cuenta las historias de la Biblia. Yo podria muy bien explicarles que esas historias las repite millares de veces y es raro que nadie, aparte de mi, lo haya notado. Pero mi mamé no entiende razones y estoy obligado a ir a cantar con ella en el banco don- de no estoy cémodo ni tampoco veo casi nada, dado que entre la gente yo soy més bajito, aunque Ileve puesto mi lindo saco azul que tiene un escudo dorado. Ademas, cuando canto, nadie me oye, entonces solo abro la boca. El templo esta menos lleno que de costumbre, seguramente porque ha- ce mucho frio y no todo el mundo esta loco. Eso no quita que preferiria divertirme en la nieve, afuera. Tironeo del vestido de mi mama. Le hago sefias de que quiero hacer pis, y aun cuando sabe que no tengo tantas ga- nas no me puede decir nada porque no quiere hacer ruido cuando papa es- té hablando. Estoy contento de respirar aire fresco. Corro hacia el muro del cemente- rio para hacer pis porque nunca hay gente por ese lado. Mientras riego un arbusto, miro las tumbas que casi desaparecieron bajo la nieve. Sobre una de ellas, esta sentado Harold, con el mentén apoyado en los pufios, contemplando el pueblo que se extiende hacia abajo. Me da la es- palda. Parece absorbido por una de sus ensojiaciones habituales. Esta solo y triste. En el sol de la mafiana, es tan palido como un fantasma. 8. El cultoes la celebracién religiosa que se realiza en la iglesia La hechicera del mediodia Me acerco a él.Tengo un poco de miedo de molestarlo. —jHola, Ed! —me dice sin darse vuelta—. El culto te aburre, no? —(Cémo sabes? Nunca vas.. —Porque no tengo permiso. —j{Quién te lo impide? —No tengo permiso —repite. —jEntonces qué haces acd? —Te estaba esperando. —jSabes lo de Williams y los otros? —Si. Es grave. Tampoco encontraron a Nelly Launder. —Tengo miedo, Harold. ,Qué pasé segtin tu opinién? —No sé. —iY si nosotros también desaparecemos? —Tenemos que quedarnos juntos y no correremos ningun peligro. —Te juro que senti a alguien detrs de mi en el barranco... Nadie me quiere creer. Todo el mundo dijo que habia sofiado. —Yo te creo. No les hagas caso a los adultos —continu6 sentencioso Harold—. Se olvidan rapido. Y mucho. De repente mira el campanario con cara extrafia. Dice: —Va a ser mediodia. Es verdad, la campana se pone a sonar y la gente empieza a salir del templo. Harold se pone a temblar. No parece estar cémodo. Sus ojos cam- biaron de color bruscamente. —jEstas bien, Harold? Se oye de golpe un gran barullo que proviene de la calle. Rapido, nos le- vantamos para ver qué pasa. Nos encontramos con Nan en la entrada del cementerio. —jAh, Harold, Ed! jVengan rapido! |Es muy grave! Nunca la habfamos visto asi a Nan. Esta blanca como un papel y tiene lagrimas rodando por sus mejillas. a7 MICHEL HONAKER —idia desaparecié —solloza—. jAy, Harold, no la encontramos por ningdn lado! Y luego cae entre los brazos de Harold y llora como nunca vi llorar a na- die, y yo también tengo muchas ganas de llorar. En la puerta del templo, un montén de gente se junto alrededor del se- fior Todds que vino seguramente a traer la noticia. Parecen todos conster- nados. Conversan haciendo grandes gestos. El sefior Doyle, que es nuestro comisario, hoy no trabaja y lleva puesto su traje gris sin estrella, le pide a todo el mundo que se calme. Pero los adultos no son mucho mas disciplina- dos que nosotros con la sefiorita Baldwin. —jNan! ;Qué pasé? —pregunta Harold aterrorizado, y eso que no es de tener miedo. —No sé. Estébamos en la cocina para preparar la comida y. .. y oimos a Lidia pegar un grito agudo y llorar sin parar, como si hubiera visto algo que le dio mucho miedo. Fuimos volando. Cuando Ilegamos... {Dios mio, Ha- rold! jE! cuarto estaba vacio y la ventana abierta de par en par! Harold agacha la cabeza. Abraza muy fuerte a Nan. Finalmente creo que la quiere mucho, aunque no le guste mostrarlo. Sin lugar a dudas, no es un buen domingo. En la puerta de la casa de Nan hay mucha gente, con las manos en los bolsillos, sin hacer nada, solo mirando 0 charlando, y me pregunto por qué se meten, mientras la sefiora Todds llora en la puerta y el seftor Todds corre de un lado a otro llamando a su hija: —Lidia, querida, soy pap, jdénde estas? El sefior Doyle, que es nuestro comisario, aunque hoy no tiene la estre- lla, parece muy preocupado. Con las manos a los costados, mira hacia el bosque. No deja de repetir: —No es posible, Dios, no es posible! Nosotros, con Harold y su abuelo, nos hacemos a un lado de los otros La hechicera del mediodia curiosos. Entretenemos a Nan que tiene ganas de entrar en la casa; y la verdad es que tiene derecho porque, después de todo, es su casa El sefior Doyle parece darse cuenta de que estamos abi. Viene hacia no- sotros. Dobla sus largas piernas para ponerse a nuestra altura. Le habla a Nan: —No te preocupes, chiquita. Lidia no puede estar muy lejos. Nos debe estar haciendo una broma o buscarfa algo en el bosque. A veces pasan co- sas extrafias en la cabeza de las nenas. {No te confid ningun secreto 0 al- go asi? Nan dice que no con la cabeza. —La vamos a encontrar. Vamos a poner todos manos a la obra. No pudo haberse ido muy lejos. Y mucho menos sin sus pantuflas. Tras un guifio de ojo de su abuelo, Harold aparta a Nan. Pero a mi nadie Me quifid el ojo y me quedo ahi, plantado como un idiota. —jHay huellas? —pregunta el sefior Sanghorn. Ahora que Nan se alejé, el comisario lo mira con una cara verdadera- mente siniestra. —Hay huellas, si —acab6 diciendo—, pero no huellas de pies descal- z0s. Parecen... No sé qué parecen, pero empiezan bajo la ventana de la pequeiia y... y siguen hacia el bosque... {Qué nos ocurre, mi pobre vieja? Primero la pequefia Launder, luego Williams y sus amigos, que no aparecie- fon. Y ahora Lidia... —Parece que todo vuelve a empezar... Como hace nueve afios. Se miran durante un rato largo. El sefior Doyle suspira: —jMaldicion, estoy solo, con un ayudante que trabaja medio dia y un auto! No puedo andar atras de todos. Y ademas, con esta nieve asquerosa... —;No pediste refuerzos en el valle? —F teléfono esté descompuesto. La tormenta debe haber arrancado los cables, o no sé. Por suerte, tengo voluntarios. Ahora que la niebla se disip6, MICHEL HONAKER podremos ir al bosque. Seguiremos la pista. Gracias por haber reunido a los muchachos del aserradero. —jQué golpe para el pobre Todds! Doyle, deberiamos tomar a Harold como explorador. —Estés loco, es un chico. —Conoce el bosque como la palma de su mano y es muy habil para seguir pistas. Hubiera sido un excelente cazador de lobos, en otra época. Sabes que no dirfa esto si no lo pensara. Si me dejaran meter bocado, agregaria que el sefior Sanghorn tiene ra- 26n. Harold serfa un superexplorador. Pero la idea no parece gustarle al se- fior Doyle. — Oye, prefiero no meter a los chicos en la busqueda. No sabemos qué podemos encontrar, después de todo. —Doyle, Harold no es un chico comtin, puedes creerme.. . —No. No puedo arriesgarme. Tu seras nuestro explorador. El sefior Sanghorn agacha la cabeza. Parece lamentar que el sefior Doyle no piense como él. —Vamos, retine a todos. Ya perdimos bastante tiempo... Se da vuelta hacia Harold y Nan, que se quedaron alejados. —Deberia llevarme —dice Harold mirando fijo a los ojos al comisario. (Yo creo que escuché todo). —Lo siento Harold, no es posible —Sin mi, no llegaran. La nieve va a empezar a caer de vuelta. Borraré las huellas. A propésito. —No va a nevar —dice el sefior Doyle mirando el cielo que esté mas claro—. El servicio meteoroldgico lo afirma. Nan, deberfas volver a tu ca- sa y acompajfiar a tu mama. Te va a necesitar, sabes... En cuanto a us- tedes dos, no se queden dando vueltas. Vuelvan a sus casas. Ya tengo bastantes problemas. No me gustaria tener que salir a buscarlos a uste- des también. 70 La hechicera del mediodia —Obedece, Harold —le pide su abuelo, que entretanto regreso—. \uelve a casa. Cuida a Ed, {de acuerdo? Harold agacha la cabeza. —Va a nevar —dice—. jCufdate, abue! Harold es cabeza dura. El sefior Sanghorn mira el cielo. Y luego otra vez a Harold, con mucha ternura y melancolfa. Se quieren mucho, es evidente. —Con toda seguridad tienes raz6n, hijo. Seremos prudentes. Todos los que van a partir se alinean frente al sefior Doyle. Esta mi pa- dre, el doctor Lifford, el sefior Hackendown, el sefior Dern y un montén de otras personas. Son, al menos, veinte en total. El sefior Doyle les habla ca- minando de un lado a otro. E| abuelo de Harold no esté en la hilera porque es el explorador. —No irén muy lejos —murmura Harold, mientras los otros se ponen en camino. — Por qué dices eso? —La nieve borraré las huellas. Les impedira avanzar. Es demasiado tarde. Los vemos desaparecer bajo los arboles, uno por uno, y es raro porque parece que el bosque se los traga. —Ven, Ed, sigueme. Harold da la vuelta a la casa de Nan. Ya no queda nadie, el sefior y la sefiora Todds ya entraron. Deben estar muy tristes, y yo también porque Li- dia, en el fondo, es buena. Y ademas es la hermanita de Nan, y Nan es el amor de mi vida. Nos deslizamos bajo las ramas que son muy bajas aca y casi tocan el suelo. Llegamos hasta la ventana de Lidia que esta abierta de par en par y hasta tiene un vidrio roto. Harold se arrodilla y estudia la nieve, que esta toda revuelta en este lugar. Hay un extrafio camino marcado que parte ha- cia el bosque, y es seguramente Ia pista que siguen los hombres del sefior Doyle. Pego un grito: MICHEL HONAKER —jHarold! {Son las huellas! jLas huellas que habia ayer en el barranco! —Yo también las conozco —dice Harold, siniestro—. Ella ha vuelto. Lo sabia. — (De quién hablas? —No lo puedo decir. —jDe la vieja? (Es ella? La que rompe los arboles y roba la lefia? {De- berfamos alcanzar al sefior Doyle para decirselo! —No servirfa de nada. No nos escucharia. —Tu abuelo, al menos... —Mi abuelo ya sabe... Se vuelve penoso Harold, de tanto hablar con enigmas. —Ven, Ed. Vamos a esperar su regreso en casa. Tengo que mostrarte algo. —Tengo que pedir permiso, primero. Justamente, mi madre esta adentro con la sefiora Todds y la consuela lo mejor posible. No esta muy contenta de que me vaya con Harold, pero como est muy ocupada, finalmente me autoriza. Es una suerte. Corro tras él. En cuanto nos ponemos en marcha, un copo de nieve me cae en la nariz. capitulo8 El “sirkhawn” . casa de Harold se encuentra al borde del camino torcido que trepa ha- cia las colinas. Esta casi escondida por grandes arboles que se inclinan hacia uno como para preguntarnos si tenemos permiso para estar ahi. Es- t4 rodeada por un pequefio jardin donde el sefior Sanghorn cultiva algunas verduras y un cerezo que da lindos frutos en verano. Vengo a veces, pero menos seguido de lo que me gustaria por culpa de mis padres. La mayoria de las veces solo es para charlar con él o leer libros de su abuelo. Hay que decir que su abuelo tiene libros terribles sobre los lobos y otros animales que viven en el bosque. Harold no tiene juguetes, 0 si tiene, No los saca nunca. La nieve cae cada vez mas fuerte. La niebla que crefamos que habia des- aparecido detras de las montarias vuelve a bajar a lo largo de las frias la- deras. Harold cierra la puerta con energfa y enciende una vieja lampara de aceite. Esta muy oscuro. —jQué mugre! —exclamo sacudiéndome la campera. Harold no res- ponde. Me hace sefias de seguirlo a la cocina, que es muy vieja, pero esta ~ muy limpia. Levanta una trampa de madera que esta en el suelo. —jVen! —jAni adentro? MICHEL HONAKER —jlienes miedo? jEs la despensa! Evidentemente, todo cambia. Pero no me animo a decir que tengo ham- bre. Mama me ensefié a no pedir en la casa de las demas. Baja por una escalera de madera. Su lampara tiembla en la oscuridad. Me deslizo detras de él. Es como un sétano, salvo que hay menos lugar. Las paredes tienen estantes llenos de bolsas y de frascos de vidrio. Harold aga- Tra al pasar un paquete de galletitas y chocolate. Los compartimos y, fran- camente, me siento mucho mejor después. Luego levanta la lampara, como para buscar algo. —jMira alla! Sefiala con el mentén un gran badl guardado en un rincén. Encima hay un nombre grabado en letras gastadas: Timothy Sanghorn. —jEs de tu abuelo? Harold se acerca y fuerza el candado. —jQué haces? No responde. Adopta un aire misterioso. —Sé que puedes guardar un secreto. Respondo que sf con la cabeza pero no estoy muy tranquilo, aunque me encantan los secretos. La tapa del bad esta Ilena de polvo y hace un chirrido. Harold saca un monton de papeles amarillentos que huelen a humedad. Parecen articu- los recortados de los diarios. Las extiende delante de nosotros y acerca la linterna. —Mira esto Desaparici6n de nifios: la lista crece. Cecil y Jack Thornsfield, de j once y nueve afios, respectivamente, desde que salieron de la escuela el 4 © jueves Gltimo después de clase, no regresaron a su domicilio. Los padres in + tienen noticias de ellos y las autoridades se pierden en conjeturas sobre. 4 La hechicera del mediodia Harold me saca el articulo cuando atin no terminé de leerlo. Me da otro. Extraiio enigma en un pueblito de las colinas. Caro! 0’ Dagherty? de cinco afios de edad, desaparecié mientras jugaba en el jardin de su ca- ( sa. Ninguna busqueda de las que se emprendieron hasta el momento dio , “ resultados. Esta desaparicién se suma a las que tuvieron lugar el tltimo_¢ invierno, todas sin explicacion. De todas las hip6tesis que se barajan, las » autoridades no descartan que se trate de un lobo que esta rondando el pue-< \ blo. De todos modos, no se ha encontrado ningtin cuerpo. .. a —Mira las fechas. —... Entonces hace justo nueve afios, ;no? Me acuerdo de la conversacién entre el sefior Sanghorn y el comisario Doyle. Tengo frio en la espalda, de repente —No es la primera vez, Ed. Ya se produjeron acontecimientos de es- te tipo. Hurga de nuevo en el batil y saca un largo paquete envuelto en una ma- ravillosa tela dorada, como la seda que cubre las cajas de bombones, pero més linda porque la seda no brilla tanto en la oscuridad. Lo desenrolla de- lante de mf y no puedo dejar de decir: —jAaaah! {Qué es, Harold? Sé que mi pregunta es obvia. Veo perfectamente que es un largo pufial, pero nunca vi uno igual, ni siquiera en las peliculas. El filo esta tallado en cuatro lados y es tan fino que parece un hilo de plata. —Es un “sirkhawn” y viene de... de un lejano pafs. Tengo que decirte- lo, Ed... yo no soy... —jHarold! {Guarda eso inmediatamente! Doy un grito. Harald se sobresalta. El sefior Sanghorn esta aca, detras de nosotros, no lo ofmos llegar. Todavia lleva puestos su tapado y su gorro llenos de nieve. Las cejas y la barba congeladas le dan un aspecto terrible. 1 MICHEL HONAKER Como Harold no obedece lo suficientemente rapido, 6! mismo acomoda to- do en el bail y cierra la tapa con gran ruido. Pienso que vamos a recibir un castigo y lo mereceriamos; yo ya me pongo las manos sobre la cabeza. Pero el sefior Sanghorn se sienta simplemente sobre el bau. Parece al- guien que acaba de enjaular a un animal peligroso. Nos mira detenidamen- te y su mirada me da frio en la espalda. Esté muy palido. —No hay que mirar ahi, chicos, no. Harold le toma la mano amablemente. —Es indtil, abuelo. Hace mucho tiempo ya que estoy al tanto. Sabes que llegé el momento, que no puedo echarme atras... —jNo, Harold, no! —exclama el sefior Sanghorn—. No debes hacerlo. Eres demasiado joven. El sefior Doyle, yo y los demas volveremos al bosque si es necesario, pero... —No conseguiran nada. Solo yo puedo encontrar la pista, abuelo, y lo sabes... Ni la nieve ni la noche pueden impedirme seguir una huella. —jHay que esperar, Harold! Es demasiado pronto. Demasiado pronto, mi pequefio... El sefior Sanghorn casi tiene ldgrimas en los ojos. Se levanta para abra- zar a Harold. Estoy asombrado de verlos asi. No entiendo qué pasa, nide qué hablan, salvo que hay un secreto entre ellos, un gran secreto que los pone tristes como si fueran a tener que separarse para no volverse a ver ja- més. El sefior Sanghorn se da vuelta hacia mi. —Ed, tienes que jurar que no vas a contarle a nadie lo que acabas de ver. Eres un buen chico. Te tengo confianza. Juro todo lo que quieran, aunque no veo la importancia que puede tener. —Fstd bien —dice el sefior Sanghorn—. Voy a acompafiarte a tu casa. La nieve esta cayendo fuerte afuera. Deben haber detenido la busqueda. No se veia a un metro. Sé lo que eso significa. Significa que no encontrarén a la hermanita de Nan... Nia Nelly Launder, ni a Williams, ni a los otros. Nunca. 16 La hechicera del mediodia Hoy Harold no vino a la escuela. Estoy preocupado. No me gustaria que él también haya desaparecido, porque es mi mejor amigo. El lunes, en general, nadie esta contento Pero hoy es peor que de costumbre. La clase esta medio vacia. Muchos de nues- tros compafieros no vinieron. Pienso que es por la nieve 0 que sus padres tienen miedo de mandarlos. La maestra no tiene ganas de sonreir, y nosotros no tenemos ganas de portarnos mal. Excepcionalmente, nos cambié de lugar para que estemos todos juntos delante de ella. Por primera vez, Nan esta al lado mio. Decidio volver a clase y me parece muy valiente de su parte. La maestra es ama- ble con ella y nosotros no le tiramos del pelo, y eso que tiene un pelo muy lindo. Nan también esta preocupada por Harold. No para de hacerme pregun- tas, y yo le contesto siempre lo mismo, es decir, que no sé nada. No me ol- vidé de la promesa que le hice al sefior Sanghorn. No dije nada a nadie de lo que Harold me mostré en el bad, ni siquiera a ella. En el recreo, se va sola a un rinc6n y nadie se anima a molestarla. El tonto de Cyrus, que cuenta siempre mentiras, no para de molestarnos con una nueva historia que, seguin promete, esta vez es verdadera, y hasta se pone a llorar porque dice que nadie nunca le cree, y es verdad que nunca le creemos, no somos estipidos. Si dijera que la tierra es redonda, creo que también desconfiaria. Me toma del brazo. —jEd! Eres un buen amigo. Tienes que creerme. Es cierto que a veces exagero, y es cierto que no le di una paliza a mi padre, pero... Pone esa cara de pollito mojado que conmueve hasta a la maestra. —Son bromas, pata reimos. {Pero la vi otra vez, te lo juro! Pasa por el puente todas las noches y mira hacia mi ventana. |Tiene ojos que brillan en la oscuridad! —{De quién hablas? 1 MICHEL HONAKER —jPero de ella! {De la vieja que transportaba lefia la otra noche! Siento que me hielo de pies a cabeza. Miro a Cyrus como si fuera un extraterrestre. —Si es mentira, me las vas a pagar. —Tienes que creerme —dice. — Cémo es esa vieja? —Toda amarilla, arrugada, una vieja horrible. Asi de alta, y flaca tam- bién. Es casi pelada, con cabellos plateados y dedos como garras. jTe di- go que es una hechicera! No puede ser mas que una hechicera. Si no me crees, ven esta noche a dormir a casa, y la verds. jLa esperaremos juntos! —(Buenisimo! —contesto sin pensar. —Yo también quiero ir... Nos damos vuelta. Es Nan. Seguramente escuché todo. —Serfa mejor que no, Nan —le aconseja Cyrus. — iY se puede saber por qué, por favor? Tiene las manos a los costados y no se la ve muy cémoda —0.K. —dice Cyrus—, pero te aviso que mete mucho miedo. Yo ya no duermo. La maestra nos llama golpeando las manos. Hoy no hay campana. Como si el director tuviera miedo de que Ilame la atenci6n a alguien... La madre de Cyrus no tuvo inconveniente en que Nan y yo fuéramos a dormir a su casa. Hasta le parecié una muy buena idea. Le hablé a mi ma- mé que estuvo de acuerdo, con la condicién de que haga los deberes antes. Para que haya dicho que sf sin preguntarle a mi padre, le debfa venir bien que yo no estuviera ahi, tal vez porque tenfa que ir de visita a lo del sefior y la sefiora Todds para consolarlos, segtin lo que entendi. Mi padre regres6. Se sacude los zapatos en la entrada. Esta repleto de nieve. Pareciera que caminé kilémetros y kilémetros. Tiene la nariz azul y las cejas congeladas. Esta tan cansado que se deja caer en el sillén. Como a) La hechicera del mediodia “ayer, participé de la bdsqueda general con el sefior Doyle y los padres de __ huestros compafieros desaparecidos. Pero por su cara, estoy seguro de que fo encontraron a nadie. Me asomo por la escalera para espiar. Pero habla en voz baja, con serie- dad. Mi madre lo escucha con tristeza. Me cuesta ofrlo. Por fin, sacude la cabeza suspirando y dice: —Sin huellas, no queda esperanza... Hace veinte grados bajo cero afuera. Ninguno de ellos podré sobrevivir esta noche, suponiendo que si- gan vivos. Los padres estan locos de dolor, y no sera el socorro de la reli- gi6n lo que los consuele. Parece que el valle queria mandar un helicéptero, pero no pudo despegar por el mal tiempo... —Hablé con otras madres hoy. No quieren que sus hijos vayan mas a la escuela. {Qué tengo que hacer con Ed? —Todo el mundo tiene miedo en este momento. Los chicos hicieron co- frer el rumor de que una vieja ronda en el bosque. Es otra tonterfa del joven Sanghorn, me parece. Ese chico es raro. No es como los demas. Mantén a Ed en casa, si quieres. Sera necesario develar el misterio de todo esto. —Va a dormir a lo de los Peabody esta noche. —(Si? Tal vez sea mejor. Pareciera que la historia se muerde la cola. {le acuerdas de las desapariciones hace nueve afios? Estan hablando de nuevo de ellas. Todo hace creer que padecemos el efecto de una maldicién. Se oye afuera una bocina. Es la madre de Cyrus que me viene a buscar. Me apuro en dejar mi puesto para ir a cambiarme. Tengo el est6mago cerrado de repente. Ya no deseo tanto ir a dormir a lo de Cyrus. Segdin mi opinién, estaria mucho mas seguro en mi casa. {Donde diablos se metié Harold? capitulo La aparicion yrus es un crefdo. Dice que gracias a su padre todo el mundo puede ha- ‘cer andar sus autos. Su estacion de servicio esta abierta todo el afio, incluso de noche si uno hace sonar la campana que colg6 entre los surtido- res. Cyrus dice que es la campana de un barco que pescaba ballenas, pero Cyrus dice muchas cosas que no son forzosamente ciertas, como el dia que nos hizo creer que en su casa mandaba él. Cyrus vive en el primer piso de la estacion, porque en la planta baja hay ‘un bar donde su mama cocina para la gente que pasa y tiene hambre, y eso sucede a veces en verano, cuando hay turistas que se pierden buscando la _ futa nacional. Cyrus esta recontento de vernos a Nan y a mi. Nos lleva a su cuarto; Cyrus tiene un cuarto increfble con un montén de pésters en las paredes y es genial, porque yo solo tengo una cruz encima de la cama. Por una vez, no mintié: el rio pasa de verdad detras de la casa, y desde su ventana se puede ver el agua que corre y que salpica el puente cuando no esta conge- lada. Al otro lado esta el bosque, y en ese lugar los abetos estan tan apre- tados que no se ve nada mas alla. —jApuesto a que la vieja no viene nada! —brome6. Es sobre todo para tranquilizarme. MICHEL HONAKER —Hace tres noches que esta ahi —responde Cyrus. Nan tiembla. Est4 muy linda con esa cinta azul en el pelo. Espero con impaciencia ver su camis6n. Vamos a dormir todos en el mismo cuarto, y es la primera vez que duermo con una chica. Yo no tengo hermanita. Cyrus echa una mirada por la ventana. No Parece tranquilo. Para dis- traernos, nos propone jugar con el tren eléctrico que le regalaron para su cumpleafios, pero ninguno tiene ganas de sentarse en el piso, y él tampo- Co, creo. Entonces nos quedamos sin hablar demasiado, sentados en los Catres que su mamd nos instalé —yo elegi el que esta més cerca de la puerta, nunca se sabe—, hasta el momento en que nos llaman para cenar. Y llega justo porque empiezo a tener mucha hambre. iGenial! jE! padre de Cyrus abrié el bar solo Para nosotros! Es diver- tido el padre de Cyrus. Cuenta un montén de chistes que dan risa, has- ta a Nan que no tenia demasiadas ganas de reirse. Al final de la comida —habia tarta de limén de postre, y me encanta la tarta de limon— se dirfa que volvid a ser la Nan que siempre conocimos, con las mejillas coloradas y los ojos brillantes. Me gustaria tanto que no hubiera pasado nada y que nos despertaéramos todos en nuestra cama como después de un sueiio feo. Nadie hablé de Lidia ni de nuestros Compafieros que se perdieron para siempre, segiin lo que dice mi padre. Es seguramente a propésito. La hora de irse a la cama llega mas bien rpido. Decimos "buenas noches”, aunque no tengamos muchas ganas de estar solos arriba. La madre de Cyrus nos abraza muy fuerte. Ella es mucho mas amable de lo que pensaba. —jNo tendrés miedo esta noche, no? —le dice a su hijo—. Tus amigos estan aca. Cyrus responde que no con la cabeza. Su padre se rie llenando su pipa. Nos guifia el ojo. —Cyrus suele tener pesadillas. Yo también tenfa un montén cuando era chico. Les voy a contar.... 82 La hechicera del mediodia —No les vas a contar nada —interrumpe la madre—. Se tienen que ir a dormir ahora. —jPero no teniamos pesadillas, nosotros también, a su edad? —Si, pero tal vez no las mismas —se seca la frente con el revés de su mano himeda. —jQué mala suerte! Justo esta noche no viene —constata Cyrus. —Prefiere el dia, al mediodia, cuando suena la campana de la escuela. Los dos me miran con cara extrafia, sobre todo Nan. Establecimos nues- tro cuartel general en su cama. Estamos sentados en ronda. Nan sostiene la linterna. Esta relinda con ese camis6n azul que le llega hasta los tobi- llos. Es la primera vez que veo una chica en camison, de verdad. Por cos- tumbre, solo es en la tele; y a menudo, en la tele las chicas ni siquiera tienen camis6n. Parecemos una banda de gangsters preparando un golpe. Al fin de cuentas, no me disgustarfa que Cyrus haya contado pavadas. Estoy cansa- do y me gustarfa dormir. Debe ser verdaderamente tarde. Solo se escucha afuera el murmullo del rfo. Es muy agradable y ayuda a dormir. Mas adelante, pienso comprar- me un rio solo para escucharlo en la oscuridad. Nan me sacude la rodilla —jEd! jEd! jDespiértate! —jNo estaba durmiendo! —No ofste un ruido hace un rato? {TG tampoco, Cyrus? No of nada. Esté jugando a asustarnos. Cyrus estira la oreja, y le resulta facil porque son muy grandes. —Parece algo que rasca. Lo miro con mala cara. No me sorprenderfa que este quiera gustarle a Nan, y siento que también voy a ponerme celoso de él. Se levantan y van a la ventana. MICHEL HONAKER —iVen, Ed! Los ojos se me cierran solos, pero igual me levanto. Por mas que pegue la nariz al vidrio, no veo mucho. La luna cuelga por encima de los arboles, justo enfrente de nosotros, como una bocha de helado de vainilla. Todo esta blanco, oscuro e inmévil. Bajo la ventana de Cyrus, el jardin cae en pendiente hasta el rio que pa- rece ahora una gran mancha de tinta. El puente esta desierto, y es lo bas- tante ancho como para dejar pasar al micro de la escuela. Lo sé porque una vez nos detuvimos ahi, y, al asomarse, todo el mundo tenfa la impre- sin de que el agua pasaba debajo de las ruedas. —jLo sofiaste! —Pero no, estamos seguros —responde Nan, fastidiada. Después de un rato, me canso. Ademas, tengo mucho suefio. Vuelvo a mi lugar. Me gustaria dormir. Los otros terminan también por acostarse de nuevo. Cyrus esta decepcionado. —Les juro que no son inventos. —Mi padre, cuando era chico, crefa ver un fantasma rondando por los pasillos de la escuela y... Las palabras me quedan trabadas en la garganta. Doy un salto terrible. Hay una cara espantosa pegada detrds del vidrio. Una cara toda torcida y blanca como pan crudo, con ojos enormes que nos miran, una boca flaca y foja, una boca llena de dientes arruinados. Nan también vio. Grita llevan- dose los pufios bajo el ment6n. Cyrus, por su parte, retrocede hasta un rin- con del cuarto. Parece que se va a desmayar. Pero ya se fue. Era... No sé qué era. Y quiero saber. Quiero saber a toda costa. No sé qué se me cruza por la cabeza. Corro a la ventana. La abro de par en par. Estiro el cuello hacia fuera. El frio me hace parpadear. Pero hay al- go afuera, una sombra que corre hacia el rio. Tengo un miedo terrible. Pero al mismo tiempo, nunca me senti tan va- liente. Ella al fin se desenmascaro. No hay que dejarla regresar al bosque, 84 La hechicera del mediodia ‘donde majiana la nieve borrard una vez mds sus huellas. Y ella aprovecha- 14 para atrapar a otros chicos. Tal vez a Nan. Tal vez a Harold, si no lo hizo ya. Se los Ilevard lejos, a algtin lado, a una guarida secreta donde nunca mas los encontraremos. —jEd, no! —suplica Nan. — Pero es ella, es la vieja! La que rompe los arboles y roba chicos. Sin pensar, paso la pierna a través de la ventana. Nan trata de retener- me. Pero la rechazo. — (Basta! —grito en la oscuridad—. jDevolvenos a Harold! jDevolve- Nos a Lidia y a todos los demas! Y de alld, del rio, oigo una risa como nunca of, una risa de chicharra que da frio en la espalda. Es requetealto para saltar. —jEd, te lo ruego! —llora Nan. Me da lo mismo. Cierro los ojos. Alla voy. jPuf! Me levanto como una bolsa de papas en la nieve blanda. Se me corté la respiraci6n. Me cues- ta ponerme de pie. La luna ilumina las huellas. Son las mismas que las del barranco, y también las mismas que las de la parte trasera de lo de Nan. Van hacia el rio. —jle tengo, porqueria! Me pongo a correr como nunca. Atravieso el jardin sin dejar de mirar las huellas. Es facil porque la luna esta muy redonida y muy alta. Forman un ancho surco que se hunde en la nieve. Encuentro el cerco medio arrancado. Si en verdad es una vieja, tiene una fuerza de lefiador. Estoy helado y los pulmones me queman. Lo siento. Continto. ;Y si le dieran ganas de llevarme @ mi también con ella, muy le- jos, en el bosque? La cara de mis padres... Estarfan tan tristes como los de Nan. Me da pena. Tengo ganas de regresar. Seguro que estoy cometiendo un error. Pero en ese momento, la veo, como un gran pajaro negro con la ropa hecha jirones, que se apura por 85 MICHEL HONAKER La hechicera del mediodia alcanzar la seguridad de los arboles arrastrando una pierna. Se detiene de golpe en medio del puente, como si hubiera sentido que la observaban. Gi- ra hacia mi, me mira. Tiemblo de pies a cabeza. 2 Nunca mds trataré a Cyrus de mentiroso. Es como él dijo. Muy alta y encorvada, envuelta en horribles andrajos, Con poco pelo, pero largo y gris, que le llega hasta la cintura, iPero, sobre La vieja se empieza a refr como una loca, echando la cabeza hacia atras, como si acabara de hacernos una broma. Solo por un instante, su tapado se abre y algo metélico brilla, como un hacha. Harold avanza. El “sirkhawn" le brilla en la mano, como fuego. Se escucha un trueno. En un abrir y cerrar de ojos, la vieja se dio vuelta y desaparecié detras de los arboles, en la no- che. Siento que Harold tiene ganas de seguirla, pero lo llamo. Tengo dema- todo, lleva atravesada una gran bolsa emparchada, lo bastante grande MO para que yo entre ahi! on Me hace sefas con su larga mano, una mano blanca y ganchuda como una arafia sin caparazén. Inclina la cabeza hacia el hombro con una sonrisa que muestra Sus dientes negros. Parece una abuela muy vieja y muy triste, Como si los nietos la encontraran demasiado fea como para ira su casa : comer las tortas que ella Prepard especialmente para ellos. Y yo irfa a refu- giarme en su amplio vestido para consolarla, decirle que no soy malo, y que estoy dispuesto a seguirla hasta su casa Para comer sus tortas, nals i €8 cierto que no es muy linda... : i Sin darme cuenta, me acerco paso a paso. No puedo despegar mis ojos de esa mano que me llama, que me dice que no tenga miedo, que va a ser uy buena conmigo. Es verdad que tengo menos miedo a Carino ma: rapido. {Casi tengo ganas de correr! Estoy casi en el puente Oigo el a rrente que pasa por debajo. woke, Me mira con aire desdichado. Tan desdichado.... Un relémpago blanco pasa de Fepente ante mi. Siento que me agarran del hombro, que me tiran hacia atrds. Caigo de espaldas, completamente so- nado. Es Harold. No sé de dénde viene, pero se trata de él. Est4 mu vhs y todo despeinado, pero los ojos le brillan como diamantes en la vaisien Sostiene ese largo pufial cénico que me mostré ayer en el batil de su abuelo, el “sirkhawn’, segdin me dijo. Se enfrenta ala vieja, que no se movi6. : Ten este no lo tendrds, Amatkine! —grita con voz muy fuerte: yesla primera vez que oigo a Harold hablar asi. » siado miedo como para quedarme solo. Me ayuda a levantarme. La cabeza me da vueltas. Me tiemblan los brazos y las piernas. —jEspecie de imbécil! {Casi te lleva a ti también! gEstas loco? —jPero yo crefa que te habia llevado! Nos abrazamos. Tuvimos mucho miedo y nos sentimos aliviados de es- tar juntos nuevamente. Desde algdn lugar a lo lejos, oimos como una risa malvada, pero quizés es el viento. Olas de niebla bajan hacia nosotros. La luna se escondi6. La nieve empieza a caer de nuevo. Son las cuatro de la mafiana y es la primera vez que no estoy durmiendo aesa hora. El padre de Cyrus abrié el bar y le debe parecer raro tener tan- ta gente asi de temprano. Los cuatro, quiero decir, Nan, Cyrus, Harold y yo, estamos sentados en la punta de la mesa, frente a unas tazas de chocola- te caliente. Nos cubrimos la espalda con mantas Enfrente de nosotros estan el padre de Cyrus en piyama rayado mor- diendo su pipa, el comisario Doyle y el abuelo de Harold. Mi padre tam- bién, no muy despierto. Esté tomando un café en el mostrador. La mama de Cyrus esta atareada delante de las hornallas. Hay olor a huevos con ja- m6n y empiezo a tener mucha hambre. —Escuchen, chicos, hay que aclarar esto —dice el sefior Doyle, que nos observa uno a uno desde hace un momento—. No creo demasiado en esa historia de la viejita que acecha en el bosque con una gran bolsa pa- ra poner chicos adentro. No creo que sean unos mentirosos, no... Pero a su edad, se imaginan un mont6n de cosas pensando que son verdaderas. 87 MICHEL HONAKER Ootero este seguro. Es demasiado grave. No es un juego. Sus compaiie- ros siguen sin ser encontrados. Entonces si tienen una minima duda sobre lo que vieron, 0 creen haber visto... Tienen que decirlo abiertamente, sin esconder nada. No van a ser castigados, ni retados, y todos volvaretios a acostarnos como si nada. r —Habia huellas en el jardin y en el puente —interrumpe el sefior Sanghorn—. {No pudieron haber inventado las huellas! —Vamos, Timothy, nadie podria decir qué eran en verdad esas huellas. La nieve las habia cubierto a medias cuando Ilegamos. . ; —La nieve cae siempre en mal momento... —observa el sefior Sanghorn. ==No se equivoca, es muy raro. Pero no me desdigo. Esas huellas eran parecidas a las que habiamos encontrado alrededor de la casa de Nan y que se evaporaron més tarde en el bosque. Huellas extrafias. Parecerian de un animal... 0 de un lisiado. —0 de alguien que carga una bolsa pesada —digo. Z El sefior Doyle me mira haciendo una mueca nada graciosa. Pero el se- fior Doyle pocas veces es gracioso, aunque lo intente. —jSin embargo, la vimos! —protesta Nan. Nadie aviso alos padres de Nan. Ya tienen bastantes problemas. —La vimos —repite—. Todas Ia vimos. Nos espiaba detras de la ven- tana.. : Era espantosa. Con ojos brillantes... Estoy segura de que era de esos ojos que hablaba Lidia, y nadie le creia, salvo Harold. Los ojos en la ee eso era. Ahora sé que esta muerta. No la encontraremos nunca mas. La vieja se la llevo. Llora escondida entre sus propios brazos. Mi padre se arrodilla cerca de ella para consolarla. Pobre Nan. 1 —Es una hechicera —lloriquea Cyrus, que ya conto su historia, salvo el final porque no esta muy orgulloso de haberse escondido debajo de la cama Su madre lo abraza. : La hechicera del mediodia —Célmate, estas protegido con todos nosotros —le dice amablemente. Es simpatica la madre de Cyrus. Y me hace pensar en la mfa, que se qued6 en casa y debe estar haciéndose mala sangre. —jQué cree usted, reverendo? —le pregunta el sefior Doyle a mi padre. —No creo que estén mintiendo —responde, mirandome fijamente—. Ed no me mentirfa. — {fii también la viste, Ed? jEstas seguro? —insiste el sefior Doyle. —La segui hasta el rio. Me hubiera llevado seguramente si Harold no hubiera estado ahi... —Los encontramos abrazados en el puente —dice la mama de Cyrus—. Temblaban, aobrecitos. Pero al fin, Doyle, ;por qué se ensana con estos chicos? Estén diciendo la verdad, es claro. Todos los chicos del pueblo se estan contando la historia unos a otros. {Nunca escucha a los chicos? Estdn todos convencidos desde hace mucho tiempo de que hay una hechicera en el bosque. Dicen que es ella la que arruina los arboles y bus- ca nifios para meterlos en su balsa. El sefior Doyle sacude la cabeza. —Justamente, Catla, justed la vio? Aparte de los nifios, jalguien al me- nos la entrevid? {Usted, Peabody? jUsted, reverendo? La madre de Cyrus se seca las manos en el delantal sucio que se puso en- cima del camis6n. Mi madre también lo hace cuando se siente contrariada. —No. No la vi. Pero eso no significa que. .. —LCarla, el tiempo nos juega en contra. No podemos confiar en cuen- tos de mocosos; mucho menos porque inventan uno distinto cada semana. Majiana serdn los platos voladores 0 las arafias gigantes. jNo me van a hacer tragar que una vieja puede sobrevivir con veinte grados bajo cero en el bosque en este momento, y que puede llegar hasta el pueblo en pleno mediodia sin que nadie la vea, para meter chicos en una bolsa! —A Amatkine le gusta el mediodfa. Es la hora en que acttia, despues 89 MICHEL HONAKER de las doce campanadas, aun cuando también puede mostrarse de noche por el placer de asustar. En el lugar de donde vengo yo, la llaman asi: la he- chicera del mediodia. Todo el mundo se da vuelta hacia Harold. Hasta hace un instante, habia permanecido en silencio, con la cabeza gacha, sin mover el dedo mefique. Ahora se levanté y lo miramos con asombro. Es que ya no parece para nada un chico. Sus ojos en forma de almendra cobraron su color dorado y parecen mas grandes que de costumbre. Hay sombras que juegan sobre sus mejillas delgadas. Nunca habia notado qué afiladas y puntiagudas eran sus orejas, como las de los zorros Continda, aprovechando el silencio: —Amatkine no es una hechicera comdn. Es la Ultima sobreviviente de un clan de la primera edad que vivia en estos bosques hace mucho tiempo, mucho antes de que los humanos vinieran a instalarse. —jHechicera? La primera edad? Escucha, pequefio, ti... Harold se levanta. Es curioso, pero parece estar iluminado por una luz blan- Ca que nadie sabe de dénde viene, Mira al sefior Doyle con expresi6n rara, y Por mas comisario que sea, el sefior Doyle prefiere callarse. Los demas se mi- ran. {Es magnifico, Harold! Nunca se mostré asi, como si se hubiera sacado una mascara. Nan y yo nos quedamos con la boca abierta, No podemos creer- lo. Mi padre se persigna. Sin embargo, estoy seguro de que Harold es todo lo contrario de un diablo. —Ustedes jamés supieron lo que vivia en las montafias y en el bosque —dice Harold—. Se instalaron sin ver ni comprender. Establecieron una fabrica para cortar arboles més rapido, burlandose de la suerte de los que vivian en ellos. Nos obligaron a huir hacia las montaiias del norte, y asf permitieron el regreso de Amatkine, de quien veniamos protegiéndalos, Se hizo un gran silencio. —Amatkine es la mas anciana, la mas peligrosa de las hechiceras. Solo acttia para el mal. Es cruel y astuta. Ha sobrevivido a muchas épocas. Solo La hechicera del mediodia ataca a los nifios, que usa para misteriosos filtros que le pefmitep seguir viviendo, 0 a los de mi raza. Es nuestra enemiga comin. Fui enviado entre it fos... ustedes para destruirla. Hace nueve afi 8 ! —(Quién es usted? —pregunta mi padre—. {De donde viene? Lo trata de usted como a un grande. Genial. . —No soy de los suyos —dice Harold—. No soy humano. Soy un silfo. Un sefior de los bosques. j | El viento hace temblar los vidrios. Las luces de ne6n casi se apagan. En su rinc6n, el sefior Sanghorn baja la cabeza. Creo que esté llorando en ped —Amatkine se construy6 una nueva guarida en el fondo del bosque. La descubri hoy. a —jCémo hizo, con toda esta nieve? —pregunta el senor Doyle. 0 —Puedo leer las huellas invisibles —contesta Harold—. La nieve, el viento, el frio y la noche no son obstaculos para mm. La cabafia esta a un dia de aqui. No quise entrar. Mi olor hubiera traicionado mi presencia. Amatkine huele a los mios de lejos. f : —Los chicos? {Vio a los chicos? —pregunta el doctor Lifford, que tam bién trata de usted a Harold. —No. Pero sé dénde estan. Quedan pocas esperanzas. Alanunciar esto, mira fijamente a Nan y esta se pone a lorar. A —Maiiana volveré a partir con los que quieran seguirme. Les aviso sera muy peligroso ir allé. Amatkine es temible. Ademés, puede reunite los elementos? en nuestra contra. Creo saber también que algunos arboles malos se aliaron a ella. F : Todo el mundo se mira. Yo fui al bosque y sé que los arboles malos pue den existir. ’ —Yo voy —dice el sefior Doyle—. Se trate de una hechicera de verdad ’ a 9. En la filosofia natural antigua, se denominaba elementos a los cuatro principios fund mentales: la tierra el aire, el agua y el fuego. MICHEL HONAKER de una vagabunda. Y aunque este chico sea un silfo 0 cualquier otra co- sa, soy el comisario. —Yo voy también —dice el sefior Sanghorn con voz sombria—. Lleva- ré a algunos muchachos del aserradero. Mas vale no decirles nada a los padres y mantener todo esto en secreto. Les ruego... Mi padre le pone una mano en el hombro. —Lo he juzgado mal, Timothy, que Dios me perdone. Y a usted también Harold 0 como quiera que se llame. Quisiera ir. Pero mi deber es consolar a los que pronto perderan toda esperanza. Rezaré por el regreso de ustedes. —Ed también tiene que venir —decreta Harold, y salto de alegria, por- que es genial que piense en mi en el mejor momento—. Ed es mi amigo. Lo voy a necesitar. Me da mucho gusto. Estoy recontento de ser amigo de un silfo, aunque No sé exactamente qué es. Nan agacha la cabeza. Seguro que también le hubiera gustado acompafiarnos, pero es una chica y las chicas son dema- siado fragiles para este tipo de aventuras. Los adultos no estan tan de acuerdo en llevarme. Discuten con firmeza. Mi padre suspira: —Si es la voluntad del Sefior.... Me salvé por poco. 92 capitulo 10 EI rey de los silfos ‘odavia es de noche cuando me despiertan. Lastima. Sofiaba con cosas muy lindas que nunca ocurren de verdad. Con un arbol de Navidad adornado con regalos traidos para mi por duendes de ojos brillantes como Harold, glo- bos dirigibles llenos de malvaviscos y un montén de cosas geniales. Todo el mundo me aplaudia y cantaba y bailaba; y estaba Nan, tan linda, a quien yo re- galaba un anillo de compromiso. Tenia la absoluta sensaci6n de que era cierto. Pero cuando me siento frotandome los ojos, todo desaparece y Harold esta a mi lado. Me observa. — (Qué haces acé? —pregunto. —Nada. Es la hora. Esctichame, Ed, no estas obligado a venir. ;Entiendes? —j Me estas cargando? Yo quiero ir. Quiero ir como sea. —Seré muy peligroso. También es posible que nos encontremos solos, 0 que nos separemos de los otros. .. —WMe enseiias nombres de arboles, y listo. —Seguro, Ed —sonrie. —Estaba sofando con algo buenisimo; habia un monton de duendes por todas partes y regalos, y también... No sé si tengo que decirle Io de Nan y el anillo de compromiso. Harold ~ emite una risita, como si hubiera adivinado. Para de refrse. MICHEL HONAKER —Sigo siendo el mismo, sabes, Ed. ;Cambia algo que yo no sea exac- tamente como ta? Pienso. No. La verdad es que no cambia nada. Incluso es mejor que antes. — Harold? {Qué es exactamente un silfo? Harald se echa hacia atrds. Se sigue riendo, Nunca lo vi refrse tanto, Sin embargo, no tengo la impresion de que sea el momento. Tal vez se rie por- que tiene miedo también, y no lo muestra. —Los silfos son guardianes de los bosques. Gente aparte, que antes vivian de a muchos en los rboles; un poco en todas partes, colgados, lo mds cerca posible de la Luna, que es su dios. Hoy hay menos. Viven alejados del mun- do y solo intervienen ocasionalmente en su marcha, {Qué més quieres saber? —jlienes padres? —Si. Mi padre es el rey de los silfos. Un dia lo voy a suceder en el trono y llevaré la corona de fresno. —Entonces eres un principe de verdad? —Si sobrevivo hasta entonces. —¢Pero por qué ta? Por qué no vino tu padre a cazar a esa hechicera? {0 alguien de tu raza? —Cuando cumpli cinco afios, mi madre bajé de las montafias para ver- me. Me reveld mis verdaderos origenes y también la misién que se me en- Cargaba. Esté escrito que nadie més que yo puede realizarla. Me mostro el “sirkhawn’ del bail de mi abuelo. Comprendi. Estoy deslumbrado por tantas revelaciones maravillosas, aunque hay un detalle que me entristece. ’ —+Y el sefior Sanghorn, entonces, no es tu verdadero abuelo? Harold sacude la cabeza. Siento que ya no tiene ganas de hablar, y es una pena, porque yo tendria un montén de preguntas para hacerle. Pero dice: —Vamos, Ed. Nos estan esperando abajo... Hay melancolia en el fondo de sus ojos. De repente, asi només, pare- ce totalmente un chico de su edad. Lleva una campera azul con cuello de 94 La hechicera del mediodia piel y un gorro que le esconde las orejas, las orejas de silfo. Sin embargo, sé perfectamente que no es mas que un disfraz. Como los ilusionistas, que le hacen creer al publico que son muy torpes para que sus trucos pa- rezcan mas asombrosos. No tardo en prepararme, porque dorm vestido para no atrasarme. Bajamos. Unos doce hombres abrigados con tapados estan charlando y to- mando café. Llevan gorros y anteojos negros. Parecen topos. Pero los topos no tienen mochilas ni fusiles. Ademas, san fusiles de verdad y son muy lin- dos. Sino fueran tan pesados, me gustaria que me dieran uno a mi también. Reconozco empleados del aserradero. Estan el sefior Hackendown, el doctor Lifford y muchos mds. El sefior Dern también esta. Viene hacia mi. Agacho la cabeza. Sé lo que va a decir. ; —(Estabas con ellos, eh, Willoughby? {Con los que me pusieron petar- dos en el jardin? No digas lo contrario... Ves? No trae suerte hacer pava- das. Mira lo que les pasé a tus pobres compaferos. Y sé que tiene razon. —Si, sefior. —No le dije a la maestra que estabas en el asunto. —Gracias, sefior. Harold se pone impaciente. —Ven, Ed. Nos esperan. Me lleva hacia la mesa donde su abuelo y el doctor Lifford estén reuni- dos alrededor de un mapa de la regién. Hablan en voz baja, y sin embargo hay tanto barullo que nadie podria oirlos. Cuando nos poreamns se levan- tan y miran a Harold con cara extrafia. Me pregunto si no le tienen un. poco de miedo a él. Yo, en todo caso, no tengo miedo. Harold sigue siendo mi amigo, sea un silfo o cualquier otra cosa. : —Estamos listos, hijo —dice el sefior Sanghorn—. Vamos a partir. Harold echa una mirada discreta al resto del grupo. —(Estan al tanto? MICHEL HONAKER —Tranquilizate, Harold —dice amablemente el sefior Doyle—. Fuera de Nosotros tres, los otros saben lo estrictamente necesario. Solo les pedimos que se armaran, por si encontramos lobos. Es posible que encontremos al- gunos, después de todo. —Hay que partir mientras los arboles duermen —responde Harold—. Los mapas son inttiles. Yo los guiaré. —La nieve par6, pero nos costara pasar... —Encontraré un camino. El poder de Amatkine se desvanece en algunos sitios del bosque, sobre todo aquellos donde los mios vivieron antes. Ade- mas, tendremos que confiar, Es curioso Harold. Habla de los arboles como si Se tratara de personas vivas, cuando en realidad sabemos que no pueden ni moverse ni hablar. —Te sorprenderias de la manera en que los arboles se comunican —agrega, dandose vuelta hacia mi—. Amatkine se enteraré rapido de que estamos tras ella. ilncreible! También puede leer mis Pensamientos, como mi madre? No es justo que todo el mundo pueda saber lo que pienso. —jEd! Me doy vuelta. Mis padres vinieron a saludarme y me parece genial. Me abrazan contra su corazon. Estoy triste por dejarlos, claro, pero estarfa atin mas triste si no partiera. Ademas, voy a volver pronto. Con la cabellera de la vieja enganchada al cinturén, iya lo creo! El sefior Doyle se levanta y pide silencio a todos, —jLos que parten, en marcha por favor! Harold y su abuelo ya estan afuera. Discuten en voz baja en la madrugada. Nan también acaba de llegar, y esta abrigada con un lindo tapado. Tiene ese gorro del que le sobresale el cabello, su cabello que huele tan rico. Vi- no acomparfiada de sus padres que parecen muy cansados. En cuanto ve a Harold, corre hacia él. Me acerco a la ventana helada pa- fa observarlos. Le salta al cuello y lo abraza muy fuerte. Harold se siente La hechicera del mediodia incémodo. Mira a su abuelo que sonrie. Se quedan un largo momento asi, uno junto al otro. Luego pega bruscamente sus labios contra los de él, an- tes de escaparse, como si tuviera miedo de que la reten. Me resulta rarisimo. Me quema la garganta, y la panza también. Casi me dan ganas de llorar. Pero como dice el sefior de los Mutantes, que es un dibujo animado genial que pasan por la tele: “La vida es un infierno para los que la humanidad rechaza”. —Vamos, muchacho —dice el doctor Lifford poniéndome la mano en- cima del hombro. Me sonrie y me da un pafiuelo. Los ojos me chorrean, pero solo porque estoy resfriado. Los exploradores nunca lloran, si no nadie les tendrfa con- fianza y se quedarfan siempre atras. Y yo no quiero quedarme atras. Los adultos se reunieron afuera. El cielo se volvid mas claro, entretan- to. Va a amanecer. Paso cerca de Nan, pero no me ve. En el desorden de la partida, solo tiene ojos para Harold, que encabeza la columna junto a su abuelo. Creo que ya no la voy a querer tanto y eso me da mas animo para ayanzar con los otros. Cyrus y sus padres esperan que pasemos unos me- tros mas adelante. E! pobre Cyrus esta todo blanco. No debe haber dormido mucho. Me pone algo en el bolsillo. —jQué es? — Shhh! jEs un reloj que me regalaron para el dia de mi cumpleafios! Gudrdalo, te puede servir. Nosotros en la escuela nunca habfamos creido en esa historia del re- loj de Cyrus, porque no se lo ponfa nunca. Al final, no es cierto que Cyrus cuente siempre mentiras. No tengo tiempo de agradecerle, si no, me voy a atrasar. Un reloj es ge- nial. Y mucho mas porque mi padre dice que soy demasiado distratdo co- mo para tener uno. Me apuro en colocarmelo en la mufieca. Entramos en el bosque. Hay dedos de niebla que aprietan Ins trancos como para estrangu- larlos y es en verdad inquietante. a7 MICHEL HONAKER La hechicera del mediodia A nuestro alrededor, hay un montén de rocas negras que parecen trufas, y me imagino que hay grandes Perros enterrados en la nieve, a los que solo les vemos la nariz. La nieve se volvid tan profunda que, en ciertos lugares, me llega hasta la cintura. Harold me da la mano, y @S una suerte porque sin él me quedarfa plan- tado como un poste. Desde hace un momento, se levanté viento y me entra por la nariz un polvo frio. Estamos del otro lado del valle. Nunca habia veni- do hasta acd, ni siquiera en micro con la sefiorita Baldwin cuando salimos a juntar hojas secas en otofio. La cuesta sube y no es nada facil. Para los adultos es menos dificil, por- que tienen piquetas, pero para los chicos uN poco gordos, es un infierno. Cuando llegamos arriba, no puedo mas. Tengo ganas de llamar a mi papa y a mi mamé para que me vengan a buscar, y también tengo ganas de estar calentito en la cama, y no acd, con este viento que me silba en los ofdos, Por suerte, Harold hace sefias a su abuelo para que nos detengamos. Tienes razén, hijo. jHagamos una pausa! Me viene bien. Tengo las piernas tan duras que ya no las puedo doblar y, Para sentarme, me desplomo sobre un tronco, Los adultos no estan mu- cho més frescos. Apoyan sus fusiles y Sus bolsos respirando como focas y les sale un mont6n de vapor de la boca. Se sientan en ronda frotandose las manos. Sacan termos y comparten café y galletitas. Me dan a mi también, y me siento mucho mejor después. Para el café, normalmente, no tengo Permiso, si no es para mojar adentro un terrén de azdcar. Ser adulto tiene, después de todo, muchas ventajas. Harold permanece silencioso. Ni siquiera esta sin aliento. —iEn qué estas pensando? ~—Murmuro, pues todavia esta prohibido hablar fuerte. Mira a nuestro alrededor el paisaje todo blanco, todo vacio. —Debe saber que estamos en camino. Aun si todavia ignora que estamos yendo directamente a su guarida. Seguramente va a tramar algo. Mira... MICHEL HONAKER Extiende el dedo hacia un grupo de viejos abetos desplumados que se balancean lentamente, aparte. Parecen estar complotando algo, murmuran- do cosas de rama en rama. Me produce una impresi6n rara. —\amos a tener que darles un nombre a los arboles que encontremos, ahora. Pero no todos querran recibirlo —agrega Harold. Comemos nuestra racion en silencio. Me meto un malvavisco en la boca. Es el ditimo. El sefior Doyle viene hacia nosotros. Su revdlver le hace como un chichén bajo la campera. —Entonces, Ed, jsigues en forma? —Si, sefior Doyle —respondo sonriendo, por si estuviera tentado de dejarme atras. —Por el momento, el cielo sigue claro, segiin se ve. —No va a durar —dice Harold, y no parece creer tanto lo que el servi- cio meteoroldgico anuncis—. Serfa mejor seguir lo antes posible. El sefior Doyle no responde nada. Con una mirada, busca el acuerdo del sefior Sanghorn, que entra en calor como puede, no lejos de ahi. Responde que sicon el mentén, y para dar el ejemplo, se levanta colocandose el fusil al hombro. No hay nada que hacer: Harold es el verdadero jefe! El sefior Doyle, con un suspiro, tira en la nieve lo que queda de su taza de café. Los otros ya comprendieron y obedecen grufiendo. Yo me siento mejor. Tengo menos ganas de volver a casa, a mi cama. Creo que mas tarde voy a estar contento de haber permanecido aca. Lo recordaré como se re- cuerdan los buenos cumpleafios Ilenos de regalos. .. En el reloj de Cyrus son casi las doce. La niebla nos cae encima sin avisar. Se debe haber deslizado boca aba- jo detrds de nosotros como una traidora, porque no la sentimos llegar. Nos trag6 de golpe. jGlup! Y todo se volvi6 blanco. Ya no distinguimos el cielo del suelo y nos vemos obligados a detenernos, porque si no, nos chocamos contra los Arboles. 100 La hechicera del mediodia Detras de mi, los adultos no estén contentos. Dicen insultos que enojarfan mucho a mi madre. Yo aprovecho para decir también, no hay derecho. Seguro que no pasa nada bueno. |Haber andado tanto para caer en esta sopa blan- ca! El sefior Doyle viene a informarnos. En fin, creo que se trata del sefior Doyle por su sombrero de cowboy. Ni siquiera alcanzo a verme el brazo. —Tengo la impresién de que empiezan los problemas —su voz esta to- da deformada. Parece que las palabras se le caen en los zapatos. —No podemos seguir avanzando. Nos vamos a romper la cara —agre- ga el sefior Dern—. Puede haber grietas —Hariamos mejor en parar acd, donde estamos. Lo Gnico que falta es que nos perdamos —dice uno que no veo. —No —interviene Harold—. No debemos atrasarnos. Yo sigo —Vamos, Harold, sé razonable. Nadie conoce lo suficiente el bosque como para seguir en estas condiciones —insiste el sefior Doyle. —Yo si—repite Harold, y Harold, cuando quiere, es muy cabeza dura —Digaselo usted, Timothy. .. El sefior Sanghorn no contesta nada. No es mas que una sombra a mi la- do. Harold no se echa atras. —Amatkine es astuta. Busca disuadirnos. Si se quedan en fila detras de mi, podré seguir guidndolos. No nos perderemos. El sefior Doyle regresa junto a los adultos, que se ponen uno muy cerca de otro. Discuten. Harold se inclina hacia mf. —Me equivoqué. No tendrfamos que haberlos traido. No hacen mas que atrasarnos y el tiempo apremia. A m{me encanta la manera en que habla de los adultos. El sefior Doyle fegresa. —Lo siento, Harold, pero los muchachos estén cansados. Estén sorpren- didos desde hace un buen rato ya, porque estamos avanzando sin seguir ninguna pista. Hay que comprenderlos. Tienen una familia también. Quieren salvarse el pellejo. Serfa una locura ir mas lejos. Hay grietas por aca. 101 MICHEL HONAKER Harold agacha la cabeza. —Comprendo. Pero yo debo seguir. Cuando se levante la niebla, regre- sen simplemente al pueblo. Gracias por habernos acompafiado hasta aca. El sefior Doyle quiere discutir. La situacién lo pone en un aprieto. No tie- ne ganas de ver chicos solos en este rincén perdido, y en eso no se equivoca. El sefior Sanghorn interviene. —Harold tiene raz6n. Yo también creo que la ruta se detiene aqui pa- ra una compaiifa tan numerosa. Vamos a continuar solos, Harold, Ed y yo. Parece dispuesto a seguir a su nieto, decida lo que decidiere. Yo ya no es- toy tan seguro de querer encontrar la guarida de la hechicera. El frio me atra- viesa las suelas y las medias, y sin embargo me puse muchos pares. No siento més los pies, ni la punta de la nariz. Y ademas, tengo un hambre terrible. Harold me toma de la mano. —Te puedes quedar con ellos. Ed, no me voy a enojar contigo, sabes... —jNo, claro! —exclamo—. {Qué idea! Soy un tonto. Todo esto para mostrar que soy un verdadero héroe. Que- mé todos los puentes'®, como dice el sefior de los Mutantes, pero yo no soy el sefior de los Mutantes, sino solo un chico que empieza a tener el est6- mago vacfo. En la tele nunca tienen hambre, no sé cémo hacen. Pero Harold es mi Unico amigo de verdad. No puedo dejarlo en banda. Nos despedimos del sefior Doyle, del sefior Dern y de los demas. Me pone un poco triste abandonarlos. Pero Harold, por su parte, parece mas bien aliviado. Me to- ma de la mano y me sumerge en el vientre de la niebla. Ya no se ven mas sus siluetas. Se dirfa que fueron borradas con una goma. El sefior Sanghorn camina detrds de nosotros, con su gran fusil cargado sobre el hombro. Pasando cerca de unos abetos barbudos, tengo la impresi6n de oir risas. 10. “Quemar los puentes” es una frase similar a “quemar las naves", y significa que ya no existe ninguna posibilidad de tomar el camino de regreso, 102 capitulo 1 Noche en la nieve 0 36 cémo hace Harold para ir tan rapido sin sefiales. Tiene e1 don de detectar los obstaculos que se nos interponen en el camino, y eso es muy bueno porque no se ve mucho del paisaje, salvo manchas oscuras. Por momentos, farfulla solo, como el sefior Hackendown en su negocio cuando se pone el lapiz detras de la oreja. Segdn mi opinion, el sefior Doyle y los demés se equivocaron al no haberle tenido confianza; Harold podria ubicar- se en el bosque con los ojas vendados. En serio. Desde que me lleva tomado de la mano, siento menos la fatiga y tengo menos frio. También tengo la impresin de avanzar mas rapido, pero tal vez es solo una impresion. Salimos de la niebla de un golpe, jploc!, como los ratones salen de un agujero. Es como cuando me despierto a la mafiana y, delante de mis ojos, todo esta nublado. Nos encontramos en la ladera de una colina nevada, donde hay rocas tan negras que parecen hombrecitos de ceniza sentados y que simulan dormir. Hay menos arboles, y mas pequefios. Se dirfa que fue- ron quemados por un rayo. A lo lejos, abajo, corre un torrente. El senor Sanghorn afirma que ese torrente es el mismo que pasa cerca del pueblo y de la estacin de ser- vicio del papa de Cyrus, pero me cuesta creer eso porque es mas chico y, MICHEL HONAKER ademéas, es mas espumoso. Mas lejos alin se extiende una gran placa bri- llante que se parece al escudo que un gigante de dibujo animado se haya olvidado ahi. Me pregunto si es el lago del que tanto nos hablo la maestra, el lago donde nadie jamas se pudo instalar. Paramos; Harold no tiene aspecto cansado y me pregunto si no tiene piernas de recambio, porque las mias estan tan pesadas que apenas las siento. Se frota las manos: —jLo logramos! Ya no estamos lejos ahora. Se da vuelta hacia su abuelo. Este no parece estar bien. Respira con di- ficultad. De golpe, se dirfa un sefior muy viejo y todo blanco. Esta inclinado hacia delante, con una mano en la rodilla. Hace una mueca. —Un esfuerzo mas, abuelo. Encontré un sitio en las rocas donde pode- mos prender fuego sin ser vistos. Justo después del recodo. —Voy a estar bien, voy a estar bien, hijo... —responde el sefior Sang- horn y le sale vapor muy rapido de la boca cuando habla. Encima de nosotros, el cielo se vuelve cada vez més oscuro. La noche no va a tardar. No tengo miedo ante la idea de dormir en plena naturaleza, aunque es la primera vez, porque cuando quise hacer camping en el jardin, con mi manta, no pude por las hormigas que se me metian debajo del piya- ma. Estoy tan cansado que podria dormir en cualquier lugar. Los Uiltimos metros para llegar al sitio del que hablé Harold son duros. Pe- ro al fin estamos aca. Es una hondonada protegida del viento por las rocas. Harold corta ramas en los bosquecillos de alrededor y se encarga de encen- der el fuego en un rincén. Dejamos los bolsos justo al lado. Nunca hubiera crefdo que podria tener tanto frio, ni que una fogata me gustara tanto. Nos sentamos uno junto al otro, bien juntos, y nos calentamos como po- demos. Puedo decirles que hace bien. El sefior Sanghorn tiembla. Parece estar enfermo. Harold le lanza a menudo miradas preocupadas. Calentamos agua. Compartimos las galletitas y también la sopa des- hidratada, que es la misma que en casa, aunque aca tiene mejor sabor. Y 104 La hechicera del mediodia este es un momento supergenial que no voy a olvidar nunca Después nos sentimos mejor. Nos olvidamos un poco de nuestros problemas, y también de que nos duele todo. Descansamos. Siento calor. La cabeza se me cae sola. —Veremos la guarida de Amatkine al alba —murmura Harold, que pa- rece desconfiar de la noche que cae rapido, ahora—. Se encuentra en la otra orilla del lago helado —£so queda muy lejos —digo, bostezando—. ,Cémo pudiste ir y vol- ver en el mismo dia? Sonrie. Respira profundamente el viento de la noche. Harold esta en su elemento aca. Y eso se ve —Voy mas rapido si estoy solo. No se muevan. Trepo esas rocas para vi- gilar. Duérmanse tranquilos. Estoy cerca. Y antes de que pudiéramos retenerlo, desaparecié. —iY usted lo deja? —le pregunto, sorprendido, al sefior Sanghorn. El viejo hombre sacude la cabeza. No hablé mucho desde nuestra parti- da. Me imagino que tiene una gran tristeza en el corazon. Saca su pipa y se la coloca entre los dientes —jQué puedo hacer, muchachito? —acaba por responder—. Es libre como el aire, como un pajaro. No tengo ningin poder sobre él ni quiero te- nerlo. No me pertenece, sabes. Lo tuve un dia para cuidarlo, eso es todo. él pertenece a su verdadero pueblo que vive lejos de aqui, en las montafas del Norte. Y si sale indemne de esto, regresaré con ellos. Mira fijamente el fuego. A lo lejos, se oye de repente un largo jUhhhh! Y me sobresalto bajo la manta. El sefior Sanghorn se rie. —No te preocupes. Es un lobo llamando a la hembra. —jUn lobo! —exclamo, asustado—. {Todavia hay lobos por aca? —Muchos menos que antes, pero todavia hay bastantes. En otra época, aullaban la noche entera. Y nosotros, alrededor de un fog6n, nosotros los cazadores, las escuchabamos, con el fusil en las rodillas. Qué época mag- nifica... Estbamos en guerra contra ellos. Mataban al ganado, mataban a 105 MICHEL HONAKER los viajeros perdidos, pero, a pesar de eso... Hoy estoy menos seguro de que un lobo valga menos que un hombre. Escucha... Escucha cémo ailla. jTe sientes solo, valiente! Ya nadie te responde... De otro lado, hubo como un eco. —Loado sea Dios —dice el sefior Sanghorn bajando la cabeza—. Un mundo donde los lobos no se responden més, es un mundo muerto, mucha- cho. Que se muere, puedes creérmelo. .. —j{C6mo encontré a Harold, sefior Sanghorn? Suspira. Fuma su pipa. Unas ramitas chisporrotean en el fuego. —fue justo hace nueve afios. Estaba cazando no muy lejos de aqui en mi ultima expedici6n. Ya sabia que tenfa que cambiar de vida, encontrar un trabajo en el aserradero 0 en el valle. Iban a prohibir la caza de lobos. Su cantidad habia disminuido demasiado. Desde hacia dos dias estaba tras un gran macho que habia causado desastres en un rebajio mas al sur. Lo te- nfa cercado. “En un momento, escalé una roca para intentar ubicarlo desde el visor de mi fusil. Lo vi andando en la linde del bosque, a doscientos metros, con el hocico al ras de la nieve. Era un macho enorme y negro como la brea. Un verdadero diablo. “No descubri6 mi presencia, porque estaba demasiado ocupado siguien- do una nueva pista. Se detenfa, luego seguia, con las orejas levantadas. Al acecho. Con toda seguridad seguia una presa. Son graciosos esos animales. Cuando deciden atacar, hacen como si pensaran en otra cosa. Se acercan a uno con cara de nada, simulando no habernos visto. No es sino a ultimo mo- mento que muerden... Ahi se ven sus dientes amarillos. .. Es terrible. “De repente, un ciervo aparecié en el limite del bosque, un animal como nunca antes habia visto, ni el lobo tampoco, probablemente. Era tan blanco que se confundia con la nieve. Solo se distingufan sus cuernos negros que bailaban al ritmo de sus saltos. Pas6 como una flecha. No vio al lobo. Este dio un salto. Pero yo ya habia preparado el fusil. 106 La hechicera del mediodia “El tiro sali. (Pum! El lobo rod6. El ciervo se qued6 plantado ahi, ja- deante, a algunos pasos del carnivoro, que estaba agonizando. Debié haber conocido el miedo més terrible de su vida. Miré hacia donde estaba yo. Una mirada asustada, pero tierna a la vez. Era un animal de una gran belleza. Quise verlo de mds cerca, tocarlo. “Dejé que me acercara. Cuando estaba a unos pasos, dio media vuelta y sin apurarse, trotando, fue a refugiarse a la sombra de los abetos. Lue- go alz6 de nuevo la cabeza, como para invitarme a seguirlo. Cosa que hi- ce. Pasé por encima del lobo muerto, sin siquiera sacarle la piel, de tan fascinado que estaba, y parti tras sus huellas. Tenia la sensacién de estar viviendo una experiencia Gnica. Lo vefa trotar delante de mi. A intervalos regulares, se daba vuelta para asegurarse de que todavia estaba ahi. Era como un suefio. “A la vuelta de un camino, desaparecid. Hubiera llorado de decepcién de no haber entonces escuchado una voz que me llamaba por mi nombre. Sor- prendido, me di vuelta. Dejé caer el fusil, sobrecogido. Habfa ante mf una mujer magnifica, vestida de velos blancos. Era fragil y menuda como una jovencita. Sus orejas tenfan una forma extrana, afilada. Sus cabellos eran de oro. Sus ojos en forma de almendra se estiraban hacia las sienes y bri- llaban con vivos destellos. “Nunca vi en mi vida una criatura mas encantadora, mas exquisita que esa. {Que me maldigan si no era como acabo de decirte! Llevaba en sus brazos un nifio, envuelto en una tela brillante; juna telarafia parecia! “Me quedé sin voz, incapaz de mover un dedo. Vino hacia mf sonriendo. Me dio el nifio. Lo tomé en mis brazos, sin saber por qué. Sin duda ya lo queria, sin conocerlo. Me acuerdo, si... Me habl6. Perdi el recuerdo preci- so de sus palabras, pero me queda la misica, eso sf... “Salt de ese bosque con la impresién de tener el coraz6n hecho cenizas, y tenfa a ese nifio desconocido, ese nifio magico conmigo. Lo adopté como mio. Sabiendo que un dia me dejaria. Ese era el trato..." 107 MICHEL HONAKER Debo haberme quedado dormido sin darme cuenta. Me cubrieron con Mantas. Un ligero ruido acaba de despertarme. Parpadeando, me parece ver a Harold parado ante el fuego que se apaga. Pero él esta todo brillan- te, como si hubiera rodado en el rocio. Se inclina sobre su abuelo que esta acostado cerca de ahi y lo besa suavemente en la frente. Me vuelvo a dor- mir. No estoy verdaderamente seguro de haber dejado de sofiar. A la mafiana, la nieve cae firme y cerrada. Los copos parecen flores de espino desprendidas del cielo. El horizonte esta de un color gris sucio, sal- Vo una franja naranja que intenta crecer al este, aplastada por las nubes. Nuestro fuego se ha apagado. No queda mas que una marca negra. El vien- to sopla de nuevo. Hace muchisimo frio. No tengo demasiadas ganas de salir de debajo de las mantas. Hay que partir, sin embargo. Los otros ya es- tan levantados. Harold esta apostado en una roca, encima del campamento. La nieve no parece molestarlo. Tiene suerte. Apoyé el mentén sobre las rodillas dobla- das y mira fijamente hacia adelante. Tengo la impresién de que no durmid, para velar mejor por nosotros. Me pregunto si no se volvid loco. Se sacé la campera, la ropa y se puso una curiosa tunica de tela transparente que nunca le vi. Mi madre no me hubiera dejado hacer eso, pero al sefior Sanghorn le parece totalmente na- tural. También se sac6 los zapatos, dejando los pies al aire, unos pies raros, puntiagudos como sus orejas. Lleva su “sirkhawn’, el largo pufial silfo, ata- do a la cintura con una tira de cuero. Vestido asi, es verdad que parece un principe. —jHola! —dice el sefior Sanghorn al verme. Esté guardando nuestro escaso material. — {Qué le pasa a Harold? —pregunto. El sefior Sanghorn se encoge de hombros. —Es un dia importante para él. Y para todos nosotros, creo. La hecticera del mediodia —j{Vamos a ayudarlo, no, sefior Sanghorn? —Por supuesto, vamos a ayudarlo... Por la manera en que lo dice, tengo la sensacién de que no representa- mos una gran ayuda. 1 Harold baja la mirada hacia mi. Me sonrie, con su habitual sonrisa triste que me da pena; luego da un salto y baja las rocas como un cabrito. jIncrefble, qué gil! Viene a abrazarme, preguntandome si dormf bien, y me parece muy ama- ble de su parte, pues supongo que debe tener otros problemas en la cabeza. Cuando partimos, la nieve cae de lo lindo y nos cuesta mirar adelante Harold estd a la cabeza. Nos hace salir de la hondonada y da la vuelta a la ladera de la montafia tomando un estrecho paso que se desliza entre las rocas, Al cabo de un momento, pasamos el pico mas alto. Delante de noso- tros hay una pendiente suave, inmaculada, que desemboca en el torrente. El paisaje esta silencioso. Terriblemente silencioso. No me siento como- do, como si hubiera ojos invisibles que me espian de lejos, y me da esca- lofrios en la espalda. El bosque esta de nuevo acd. Forma una gran pared oscura delante de nosotros. Los Arboles son todavia mas altos que los del pueblo. Nunca he visto iguales. Deben ser muy viejos. Harold camina rapido. Parece tener prisa en llegar al final. Tal vez él también siente algo malo a nuestro alrededor. Me cuesta seguirlo, y al se- fior Sanghorn todavia mas. Lo escucho toser a mis espaldas. Alcanzo a Harold. —jFalta mucho? Tengo que gritar para que me escuche, porque el viento se lleva las palabras. —Hay que pasar los arboles y llegamos al lago —responde Harold —Vas demasiado rapido para tu abuelo. |No puede mas! Por la cara que pone, veo que no se dio cuenta de nada. Se da vuelta Como cae mucha nieve, apenas vemos al sefior Sanghorn, que tropieza mas alld. No tiene para nada buen aspecto. MICHEL HONAKER — Crees que esté enfermo? —Ven —decide Harold—, hay que ayudarlo. Justo cuando estamos tetrocediendo, se oye un terrible crujido. En el tiempo que nos Ilev6 frotarnos los Ojos, el sefior Sanghorn desaparece y una nube polvorienta flota en su lugar. — jAbuelo! —grita Harold. Se pone a correr como un loco, y Por mas que lo intente, no puedo ir tan rapido. Cuando al fin lo alcanzo, sin aliento, esta inclinado al borde de una grieta que nadie, ni siquiera él, un rato antes, habfa visto bajo la profundi- dad de la nieve. Es como una boca negra abierta en el suelo, con dientes de toca y de hielo a los costados. Se trago al sefior Sanghorn. Nos hubiera po- dido tragar también a nosotros si fuéramos mas pesados... Siento una bola enorme en la garganta. Harold Illora. Llama a su abuelo corriendo de un borde al otro del profun- do pozo que parece una extrafia sonrisa. Grita y se agita, pero no hay nin- guna respuesta, solo el eco de su voz. Al final se detiene, livido. Nunca lo vi tan desdichado. Nos quedamos ahf los dos, tomados de la mano, mirando ese vacio completamente azul, sin fondo. No podemos hacer nada més por el sefior Sanghorn. Fue tragado por el vientre de la tierra, y la tierra lo ha digerido. Es el fin. La nieve ces6. Bruscamente. Harold se levanta y regresa hacia el bosque. Veo que sus ojos tienen el color dorado como cuando le dio una paliza a Williams, el otro dfa. — iVen, Ed! Hay que llegar antes de que se haga de dfa. Le doy la mano. Partimos nuevamente. Sin una palabra. Con el coraz6n triste. 110 capitulo 1 2 EI enfrentamiento ste bosque parece muy viejo, mas viejo que los que ya atraVESAITIOS. los asia estan desplumados y hasta casi dan lastima. Se inclinan hacia nosotros con ese aire de superioridad que me recuerda al del sefior Dem, que es el novio de la maestra y cree que por eso nos puede mandar. ag rfa que murmuran entre ellos. Deben preguntarse cémo dos pequerias rO- tes como nosotros logramos atravesar su tertitorio con este tiempo, y tengo muchas ganas de contestarles que no somos cualquiera, que ahi estan ee principe silfo y su mejor amigo. Y que pasamos un monton de SEs que vamos a pelear con una espantosa hechicera que vive por abit a4 Harold se pone a cantar en voz baja, como mi madre cuando esta eh el bafio, y a mi padre le parece que tarda mucho. Son palabras que no SRE do. Segiin mi opinién, esta tratando de inventar nombres para los Arboles, en su idioma. Tal vez también sea bueno. Tengo la impresion de que no so- mos bienvenidos por aca. Me divierto imitandolo Gn mi cabeza, pero ES més que busque, no encuentro nada genial, y los arboles deben saberlo porque tropiezo a menudo con las ralces. P ra de repente y me mira enojado: eerie de dnl las cosas con todos esos nombres tontos! {Crees que son sordos? Los drt oles oyen todo. Hasta lo que pensamos. MICHEL HONAKER —Lo siento. —Por suerte, entendieron enseguida que eras un “bambulla-dann”... —{Un “bambulla-dann”? ,Qué es? —No tiene traduccién. Puede ser. Pero més bien creo que debe significar algo como “tonto del pueblo”, o “gran imbécil” y ese tipo de cosas. Para consolarme, agrega —Cuando vine, ayer, montaban guardia para la hechicera. Pero me reco- nocieron, creo, y el encantamiento se desvanecié. Hace mucho tiempo los nios vivian en las orillas del lago. Los arboles se acuerdan y extrafian esos tiempos. Desde entonces, no les permitieron mas a los hombres venir a mo- lestarlos. Son viejos arboles muy sabios. Ahora son nuestros aliados. Nos protegen de las miradas de Amatkine. No se te ocurra burlarte de ellos. —Perdon. Lo siento de veras. Al decir esto, me dirijo a los drboles que nos rodean y parecen suspirar con desprecio. A mi me sorprenderfa que hicieran tantas cosas como dice Harold. Un drbol no es otra cosa que un arbol. Pero en caso de duda, mds vale prestar atencidn. Después de todo, si los silfos y las hechiceras existen de verdad, es posible que los arboles tengan una vida que los adultos desconozean. : Ahora las ramas parecen bajar hasta nosotros, y nos cubren como las alas de un pajaro. Estan tan juntas que forman un techo que impide el pa- so de la nieve. El viento sopla alla arriba, pero no puede alcanzarnos donde estamos. Es casi de noche abajo y el aire empieza a tener feo olor. Yo no sé Si estos arboles son nuestros aliados, pero estoy seguro de que, si quisie- ran, podrfan ahogarnos en un abrir y cerrar de ojos, y jjop!, nadie oirfa nun- ca mas hablar de nosotros. Harold se detiene de golpe. Apaya un dedo sobre sus labios para hacer- me comprender que, a partir de ahora, ya no es cuestidn de charlar. Debe- mos estar muy cerca del objetivo. Echo una mirada al reloj de Cyrus. —jHarold, es mediodia! —Ya lo sé —dice Harold que, sin embargo, no tiene reloj. 12 La hechicera del mediodia Creo que nunca més podré ofr que dan las doce sin tener un poco de miedo. Desembocamos de repente en la luz. Estamos encandilados por el sol. Delante de nosotros se extiende un gran claro. No parece un claro natural Seguramente, ahf habia érboles antes, pero pareciera que fueron arran- cados, pues se ven los troncos un poco por todas partes, troncos negros arrancados del suelo con sus horribles raices. Al fondo, veo por fin la gua- rida de la que Harold habld. Parece una costra horrible pegada a las ro- cas, con una chimenea muy alta, que vomita humo gris hediondo. Esta toda construida de costado sobre un z6calo de grandes piedras. Tengo bruscas ganas de dar media vuelta. Estoy aterrorizado con solo mirar esa horrible cueva. Cémo lamento que el sefior Sanghorn haya des- aparecido, cémo lamento que el sefior Doyle y los demas no estén detrés de nosotros con sus fusiles. Serfa mas tranquilizador. Pero Harold me toma de la mano y atravesamos el claro a escondidas, aprovechando los troncos y los agujeros para ocultarnos todo lo posible. Solo que esta vez no tengo tantas ganas de jugar al explorador. Todo esta desierto, y esta ese espantoso humo que huele mal. Nos acurrucamos muy cerca de la entrada y la verdad es que siento mucho miedo. —jHarold! —me quejo—. {No vamos a entrar ahi, no? {Si nos viera acd, te das cuenta! Y ademas, tal vez esta adentro, ;no crees? Harold hace sefias de que no. Es cierto que no se oye ningdn ruido del interior. La puerta de la cabajia no esta cerrada y, para mi, no es buena se- jial. Harold ya se levant6 y entra, con el “sirkhawn” en ta mano. Me apuro en seguirlo. No tengo nada de ganas de quedarme solo afuera. El interior es un desorden infernal por lo que se puede ver, pues la ver- dad que estd muy oscuro aca. Hay una sola ventana. No deja entrar mucha luz, nada mas un rayo amarillo y sucio. Tendria que haberlo sabido, las he- chiceras no son buenas amas de casa. Caminamos sobre la basura. Pare- ce més bien la caverna de un animal. Hay una cama de paja en un rincén, 1183 MICHEL HONAKER donde revolotean los insectos. Siento que me voy a enfermar si me quedo mucho més tiempo aca. Harold me muestra una mesa coja repleta de fras- cos de formas extrafias. Lo mas impresionante es, sobre todo, el enorme caldero. Esta coloca- do en medio de grandes piedras, encima de un fuego que acaba de ser en- cendido, y a mi no me deja muy tranquilo, porque tal vez el caldero es para nosotros. Ademés, adentro hay una sopa grasosa hirviendo, donde se ven pedazos de no sé qué flotando, y no creo para nada que sea rico. El humo que se escapa de ahf se va por la chimenea. De aca viene entonces el es- pantoso olor que se respira desde tan lejos. A mi lado, Harold también mira. Damos la vuelta al caldero. La cabafia es més grande de lo que se creeria vista desde afuera. Con el pie golpeo al- go que hace “cling” con el pie. Me agacho para agarrarlo. —jNo! —exclamo. Harold se asoma por encima de mi hombro. —£s una navaja, gy qué? Aprieto del costado para que salga el filo. —Era de Williams —murmuro—. La tenfa la vez que fuimos a lo del se- fior Dern. Esta acd entonces. Y los otros también, seguramente. . —Ed, tengo que decirte... No !o dejo terminar. Acabo de ver una hilera de mufiecas colgadas de una viga baja. No es que me gusten las mufiecas, porque soy un varén y los varones prefieren los revélveres, pero estas tienen un aspecto divertido, como las marionetas que vemos en la escuela una vez al afio. —jMira, Harold! Encuentro més bien raro que una vieja hechicera coleccione juguetes co- mo una nena. Me acerco para tocarlas, porque me encanta tocar lo que no me pertenece 0 lo que esta prohibido. —E£d —dice Harold—. No tenemos que quedarnos. No va a tardar en volver. No nos tiene que encontrar aca. —Un segundo, espera. 14 La hechicera del mediodia —Ed, deja eso tranquilo, ven. Estoy asombrado. Después de todo era él el que insistia para entrar, no yo. Y ahora que me acostumbré al olor, y que tengo menos miedo, no tengo muchas ganas de volver al frio. Y también estan las mufiecas y tengo mu- chas ganas de llevarme una. —jNo, Ed! —grita Harold. Llega tan rapido que me da miedo. Sostiene una antorcha encendida ba- jo la marmita. llumina de Hleno las mufiecas. Son feas. Tienen la piel parda y toda seca. Ademés, estan vestidas exactamente igual a Nelly Launder, a Wi- lliams y a los demés, jy se les parecen tanto! Solo que es una lastima que ha- gan esas muecas espantosas, aunque @ la de Nelly, la vuelve mas parecida.. —jAhhhh! —grito. De repente, comprendo. Largo la que estaba sosteniendo como si me hubiera quemado la mano y me muerdo el pufio. Las piernas se me ablan- dan tanto que probablemente me derrita en el suelo como un cucurucho de helado. Harald me toma del hombro. —No son mufiecas, Ed. Son ellos, nuestros compafieros. Amatkine no se come a los chicos. Los reduce para hacer esto. Mufiecas que cuelga bajo su tapado o en su cabafia. Es un rito que le permite conservar sus poderes y su longevidad. En cuanto al resto... Mira hacia el caldero que sigue haciendo “blop-blop”. Los ojos me que- man. Siento que voy a ponerme a llorar. O que me voy a desmayar. —Vamos, hay que irse ahora. Me empuja suavemente hacia la salida, pero de repente se detiene, co- mo si se le hubiera cruzado una idea por la cabeza. Regresa a mirar las mu- fiecas y las examina una por una. Yo no me muevo. No me animo a mirar una segunda vez. —jEd! {Falta la de Lidia! Todavia debe estar viva, en algdn lado, por aca. jAyidame a buscarla! iLidia! jLa hermanita de Nan, con sus lindas mejillas coloradas! Muévete, 15 MICHEL HONAKER viejo. jEd! jMuévete! Imito a Harold que se puso a buscar por todas partes. Nos atropellamos. Miramos en los rincones. {Si tan solo tuviéramos un poco de luz! Me engancho las piernas con algo y me caigo al piso. —Mmm... —se queja una vocecita cerca de mi. —Harold —grito—. jYa esta! ; Da dos pasos y ya esta a mi lado. Deshacemos el paquete de ropa vie- ja, un paquete que se mueve y grita. Con su largo pufial, Harold lo abre ra- pido, y en el rayo de sol aparece Lidia frotandose los ojos, encandilada. Ni siquiera llora. Esté completamente atontada —jLidia! la abrazamos. jLa cara que van a poner Nan y sus padres! Claro, esta sucia y tiembla como una hoja, jpero al menos esta viva, bien viva! Esta- mos ahi riéndonos y llorando cuando, de repente, una sombra pasa encima de nosotros, como si un gran pajaro acabara de tapar el sol. : —jQué encantadores, estos adorables querubines! —rie con una voz chi- miante que me pone la piel de gallina—. Si, angeles. .. jAngeles, querida! Lidia pega un grito agudo y yo me quedo con la boca abierta. Esta ahi, parada en la puerta. Sus ojos brillan como botones de vidrio. Es lo ies que se ve en la oscuridad que acaba de entrar a la cabafia. Abre su tapado apolillado para cerrarnos el paso. Lleva un hacha en la cintura, y también cantidades de otras mufecas atadas como los Ilaveros que dan en la esta- cin de servicio. Ahi siento que voy a vomitar de miedo. Harold se levanta de un salto. Ella retrocede al ver su pufial. No sonrie mas ahora, sino que hace una mueca horrible, parecida a la de las mufe- cas. Agita sus largos cabellos de plata que estan llenos de piojos y extien- de un espantoso dedo hacia mi compajiero. —jAh, td, sucia porqueria de silfo! Dejaste tu olor por todas partes en el bosque y los arboles me impidieron llegar a tiempo aca. Los pervertiste. Si, los alejaste de mf contandoles mentiras, feas mentiras, fare te falsas! Pero no me perjudicards mas. |No, no perjudicaras mas a la vieja 16 a La hechicera de! mediodia Amatkine! Soy amiga de los nifios. Si, soy amiga de los nifios! Los ninos quieren a la vieja Amatkine... La siguen cuando los llama... Al mediodia. Cuando se portan bien. Toma el hacha que le cuelga de la cintura. Harold no se mueve un centi- metro, y sin embargo parece mintsculo en comparacién. Una luz le baila al- rededor, una luz que rechaza la sombra de la hechicera. Alza su “sirkhawn" ala altura de sus ojos. Yo estoy clavado en mi lugar, y meto la cabeza de Lidia adentro de mi campera. No quiero que vea lo que va a ocurtir. La vieja se le tira encima a Harold como un buitre desplumado. Cigo sil- bar su hacha. Pero él ya dio un paso al costado. Salta encima de la mesa. Les da patadas a las mufiecas, y eso enfurece a la vieja, que pega un grl- to de rabia. Hilos de baba chorrean por su menton y no es un lindo espec- taculo. Busca clavarle el hacha a Harold con grandes gestos locos. Pero el "sirkhawn” se le cruza cada vez en el camino y la rechaza. Harold deja la percha y le aterriza en la espalda. Es vivo y rapido como un diablo, Harold. Amatkine no alcanza a tocarlo, a pesar de sus largos bra- 20s. Pasa al otro lado del caldero. Eso la vuelve loca. —jSucia porqueria de silfo! jSucia porquerfa, maldigo tu raza! {Que los lobos la devoren! Se ponen a dar vueltas, buscandose uno a otro y escondiéndose cada uno a su vez, intentando tocarse mutuamente. Es un combate terrible. Un combate de verdad. A muerte. Harold se apodera de un palo que esta colgado de la pared, lo planta en el caldero y hace palanca con todo su cuerpo. Lo voltea con un gran ruido y el horroroso caldo se vuelca en el piso. Una mano blanca, nudosa, se desli- za cerca de mi. Siento que voy a vomitar. ‘Amatkine no previo el golpe. Se resbala, se cae, se quema. Da gritos que hacen doler los oidos, gritos de laucha. jEstoy muy contento de que esa vieja horrible pruebe su sopa, mucho mas porque, de haber podido, con gusto nos hubiera arrojado adentro! Pero es muy malvada. Le tira basura WW MICHEL HONAKER en la cara a Harold y aprovecha para escaparse hacia afuera con una risa estridente. Nosotros nos lanzamos sin vacilar en su bisqueda. No hay que dejarla escapar, pues ird a otros lugares, a otros pueblos, a atrapar chicos buenos Cuando es mediodia. Se dirige hacia el bosque. Corre tan rapido por ser una vieja, tan rapido, que a Harold mismo le cuesta alcanzarla. Ambos desapa- recen entre los arboles. Yo intento seguirlos, pero no es facil con Lidia en brazos. Por suerte, ten- go la impresién de que los arboles se apartan a mi paso. El bosque esté lle- no de gritos raros que dan escalofrios. De repente, llegamos a una cornisa que domina el lago, el gran lago helado que vefamos ayer al atardecer. Aho- ra, se dirfa un diamante bajo el sol del mediodia. La hechicera no tiene sali- da. Esta obligada a enfrentarse. Harold no tiene miedo; se arroja sobre ella Estoy muerto de miedo. Es un duelo terrible. Sus dos filos chocan y lar- gan chispas. A pesar de su fuerza, la vieja retrocede poco a poco. Harold es més rapido, es un duende. La ataca por todos los costados. Palmo a palmo, ella se va acercando al borde del precipicio. Su gran silueta se destaca del Cielo blanco, terrible. Se defiende con la boca abierta, mostrando sus dien- tes negros y puntiagudos. Harold de repente tambalea ante el vacio. Ella lo atrapa por el cuello con esos dedos largos que son como patas de arafia. Lidia y yo pegamos un grito. Harold solté el pufial. La vieja levanta a mi amigo como una pluma y Io tira al piso. —jHarold! —grito. Dejo a Lidia. Me pongo a correr como un loco. Pero todavia estoy dema- siado lejos. La vieja se inclina sobre Harold. Ya esté levantando su espan- tosa hacha. Brilla al sol como una linea de fuego. Harold esta perdido. Me lanzo encima de ella con todas mis fuerzas. Se cae de costado. Soy gordo y cuando avanzo con la cabeza agachada, hay que temer. La veo abrir sus grandes ojos terribles. Se vuelve a levantar, toma el hacha, Sé que todo ter- min6, que va a hacer de mi un bocado de su menjunje. 118 La hechicera de! mediodia Pero justo en ese momento, se escucha un trueno. 4 5 Amatkine da un grito. Una piedra se desprende debajo de sus pies Pare- ce que esta buscando algo. Extiende una mano para aferrarse a mi. Me tiro hacia atras y atraigo a Harold hacia mi. La hechicera se balancea, como si bailara encima del vacio, y luego desaparece con un grito terrible. ‘ No lo puedo creer. Harold tampoco y le cuesta reponerse: Miro hacia los bosques. Veo un hombre apoyado contra un rbol. Se dirfa que apenas pue- de tenerse en pie. Todavia sostiene el fusil contra su mejilla. —jAbuelo! —jSefior Sanghorn! Lidia ya corrié hacia él. Harold me pasa por al lado como si nea oe arrojarse en sus brazos. No podemos creer lo que vemos, ui jComo puede ser que esté vivo? {Cémo hizo para salir del profundo pozo? —jAbuelo? —repite, y es la primera vez que lo veo llorar. El anciano nos abraza a todos muy fuerte, sin una palabra. Tiene sangre seca en la mejilla. Permanecemos asf durante largos minutos de felicidad, y me gustaria que no se terminaran nunca. Luego nos aparta San ee —No se preocupen, estoy bien —nos tranquiliza con una sonrisa do- lorosa—. Bien como puede estarlo quien acaba de rozar la muerte. No sé cémo me salvé. Quizds unas rafces detuvieron mi cafda, a menos que yo... Tuve un suefio curioso. Habfa alguien cerca de mi, una mujer maravillosa- mente hermosa.Tal vez. Cuando me desperté, estaba bajo los rboles del f gritos. Llegué justo a tiempo, parece... ee tein la hermanita de Nan! —digo orgulloso como si el mérito fuera mio, lo que esta lejos de ser exacto. ; —Ya veo. Es maravilloso —y la abraza—. {Pero qué se hizo de los 2 alin demasiado tarde —confiesa Harold agachando la cabeza —Pero creo que esta vieja hechicera tuvo su merecido. —Deberiamos ir a comprobarlo. 119 MICHEL HONAKER Avanzamos los cuatro hasta el borde de la cornisa. Pero, jsorpresa!, no hay ningtin cuerpo abajo. —jSin embargo, estoy seguro de haberla alcanzado! —grune el senior Sanghorn. Es cierto, porque si no Harold y yo estarfamos abajo. —jAlld, miren! —grita Harold. El, es verdad, ve mas lejos que todo el mundo. Poniéndome la mano de- lante de los ojos y frunciendo Ia nariz, yo también veo una manchita negra que se aleja arrastrando una pierna hacia el medio del lago helado. Amatki- ne tal vez esta herida, pero viva. Un instante, se da vuelta hacia nosotros y levanta el pufto. El viento nos trae su malvada voz. Habla de lobos, de mal- diciones y de otras cosas que no comprendo. —Oue la maldicién te caiga encima, Amatkine —murmura Harold en- tre dientes. Levanta lentamente el “sirkhawn” y, con todas sus fuerzas, lo arroja ha- cia ella. El cuchillo brilla como un reldmpago en el sol del mediodia. Cae lejos, muy lejos, sobre el hielo, y se hunde. Pero la vieja esta aun mas lejos y parece reirse de nuestras dificultades. Sin embargo, en el lugar donde el “sirkhawn” fue deglutido, se formé un crater humeante. Se oye un crujido, luego otro, y otro més. El hielo se rompe como un terr6n de azticar. Hay fi- suras que empiezan a correr hacia todos lados y son como relampagos en negativo sobre un cielo blanco. Parece que persiguen a la hechicera. Dejé de reirse con esa risa espantosa. Mira a su alrededor. Preocupada Comprendié. Empieza a correr. Pero es demasiado tarde. El hielo se hunde en el agua verde. Ella se resbala. Trata de agarrarse de algo. Agita los bra- zos como un pajaro atrapado en una red. Ailla, un aullido horrible que nos hace temblar a todos. Luego cae de cabeza y desaparece en un remolino. El hielo se vuelve a cerrar encima de ella. Durante un corto instante, creo ofr golpes sordos que suenan desde abajo. Luego, nada més. Es el fin. El lago esta de nuevo inmévil. —Regresemos —dice el sefior Sanghorn. 120 Enilogo ‘fue como me volvi grande. Nunca tomé ese micro que tenfa que lle- he por el camino de la adultez. Pero segui a un duende del bosque, en la bdsqueda de una espantosa hechicera que el gran Tago se trago oe siempre. Con el tiempo, me doy cuenta de que no podfa existir para mi una manera mejor. Me quedé a vivir en el pueblo y las ganas de abandonarlo seme pasa- ron después de ese dia lejano en que regresamos Harold, el senor Sang- horn y yo, Hlevando en brazos a la pequefia Lidia, sana y salva. Fuimos recibidos como triunfadores, imaginense, aunque pocos creyeron nuestra historia. Los Todds bailaron de felicidad, pero los otros, los padres de Nelly Launder, de Williams y de sus dos compajieros volvieron a sus casas con el corazén desesperado. : Hubo una gran recepcién para celebrar nuestro regreso. Nos reimos y lloramos mucho, recuerdo. En la alegria general, nadie se dio cuenta de la partida de Harold, salvo su abuelo y yo. Ni siquiera Nan, que estaba feliz por haber recuperado a su hermanita. Nos alejamos discretamente en me- dio de los brindis. Habfa llegado el momento de la despedida. Harold, mi querido Harold. Mi amigo el silfo, el principe de los bosques. Como me costé dejarte partir aquella noche, y qué sabor amargo tenia para MICHEL HONAKER mf esa fiesta. Lo comprendi més tarde, fue mi infancia entera la que dejé escapar entonces. Desaparecid en el fondo del bosque para siempre. No me olvidaré nunca, en el momento de la separacién, de como me abraz6, ni de qué triste estaba el color de sus ojos. Me dijo: —jNo te olvides de mi, Ed! Existo. Estaré lejos de ti, pero cerca con el coraz6n, siempre, como un silfo puede estarlo de un hombre. No nos vol- veremos a ver, salvo en suefios, tal vez, cuando cuentes nuestra historia en uno de tus libros. No te desvies de tu camino. Cufdate. Cuida a Nan también. —Harold —sollocé—, no debes partir. Tienes que quedarte a vivir con Nosotros. .. Ech6 una mirada al pueblo iluminado. Me parecié entrever una sombra de tristeza en sus ojos. Pero su decision ya estaba tomada. —fui enviado entre los hombres para una tarea precisa. Ahora que esta cumplida, debo regresar. Mi lugar no est aqui, Ed. Tenia la garganta tan cerrada que no pude articular ni un sonido. Sin duda también senti que era inctil. El sefior Sanghorn sonrefa. Yo estaba contento por él, contento de que siguiera a su nieto por las montafias del Norte. Creo que nada lo ataba de verdad al pueblo. Habia conocido la vida de los cazadores, un mundo diferente al nuestro. En resumen, él también pertenecia al bosque. Juntaron sus escasos bultos y se fueron. Me quedé solo en el camino, gasténdome los ojos para intentar seguir viéndolos a Io lejos. Aquella no- che, me acuerdo, el bosque se llené de luces maravillosas, como si todas las hijas de la nieve se hubieran reunido para un gigantesco baile. Era mag- nifico. Tuvimos un invierno muy suave ese afio. No volvi a ver més a Harold nia su abuelo. {Qué mas quieren saber? Cumpli con lo que se habia propuesto el chico gordito que era en esa 122 La hechicera del mediodia 6poca —ahora soy mucho menos gordo, pero también mucho mas ve Soy escritor, cuento historias a los chicos de las ciudades que nunca oye! hablar de nuestro bosque, de las montajias del Norte y de los duendes que viven en ellas. En cuanto a Nan... Saben, Nan, la chica cuyo cabello = siempre tan rico... Ahora tengo el placer de respirarlo, hasta de tocarlo, t6 ser mi esposa. ; ee on estas lineas a medida que escribo, aca, en el amplio bal- cOn, con su mano apoyada sobre mi hombro. Y como yo, a veces, mira hacia la linea azul que dibujan las montafias del Norte, mas alla de los bosques susurrantes. Una brisa fresca acaricia el pasto esta noche, una brisa He tiene perfume a lejano, a maravillosas historias olvidadas, pobladas de sil- fos que cortejan las estrellas de la nieve, en el abandono de la primavera. 123 F ay av a Michel Michel Honaker nacié en Mont de Marsan, Honaker. ‘arcia. en 1958. desde tos nueve afios se ha dedicado a la escritura, especialmente a los relatos de aventuras y temas fantasticos. Su obra, publicada originalmente en idioma francés, incluye las novelas L’Hydre de Tswamba Salu (La hidra de Tswamba Salu, 1995), La Couronne de Sang (La corona de sangre, 1995), La Citadelle de Cristal (La ciudadela de cristal, 1997) y Le Grand Maitre des Memoirs (El gran maestro de las memorias, 1997) y las series Terre Noire (Tierra negra, 2009-2010) y agence Pinkerton (La agencia Pinkerton, 2011-2012), entre otras. En 2012 recibié el premio Nouvelle Revue Pédagogique de literatura juvenil en Francia

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