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Jacques Attali

LOS JUDÍOS, EL MUNDO Y EL DINERO


HISTORIA ECONÓMICA DEL PUEBLO JUDÍO

Introducción
Ésta es la historia de las relaciones del pueblo judío con el mundo y el
dinero. No se me escapa la condena que pesa sobre este tema.
Desencadenó tantas polémicas, acarreó tantas matanzas que se
convirtió en una suerte de tabú: no se lo puede evocar bajo pretexto
alguno, por miedo a despertar una catástrofe inmemorial. Hoy en día ya
nadie se atreve a escribir sobre este tema; parecería que siglos de
estudios sólo hubieran servido para echar más leña al fuego de los
autos de fe. Por ello, por su sola existencia, este libro corre el riesgo de
ser fuente de mil malentendidos.
Cuando uno aborda un tema, siempre se ve tentado a agrandar su
importancia. En este caso se corre el gran riesgo de sobreestimar la
injerencia del dinero en la historia del pueblo judío, y la del pueblo judío
en la historia del mundo. Al decidir el modo de narrar esta historia, uno
podría hacer creer que existe un pueblo judío unido, rico y poderoso,
ubicado bajo un gobierno centralizado, encargado de hacer que
funcione una estrategia de poder mundial por medio del dinero. Nos
cruzaríamos de ese modo con fantasías que atravesaron todos los
siglos, de Trajano a Constantino, de Mateo a Lutero, de Marlowe a
Voltaire, de los Protocolos de los sabios de Sión a Mein Kampf, hasta el
acervo anónimo presente en Internet.
Por añadidura, un libro no es como una conversación: uno no puede
concluirlo; tampoco dominar su curso; ni siquiera es como esas
historias graciosas –¡hay tantas sobre este tema!– que autorizan a
reírse de todo a condición de que no sea con cualquiera. Una vez
publicado, un manuscrito escapa a su autor, y ayuda a algunos lectores
a reflexionar y a otros a alimentar sus fantasmagorías. Por lo tanto, al
escribirlo, hay que prepararlo para todos sus avatares, inclusive los más
fraudulentos.
Con todo, a los hombres de hoy les interesa comprender cómo el
descubridor del monoteísmo se vio en la situación de fundar la ética del
capitalismo antes de convertirse, a través de algunos de sus hijos, en

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su principal agente, su primer banquero, y, a través de otros, en su más
implacable enemigo. Para el propio pueblo judío es igualmente esencial
enfrentar esta parte de su historia que no le gusta y de la cual, de
hecho, tendría todas las razones para estar orgulloso.
Para ello hay que dar respuesta a preguntas difíciles: ¿fueron los
judíos los usureros cuya memoria conservó la Historia? ¿Mantuvieron
con el dinero un vínculo especial? ¿Son actores específicos del
capitalismo? ¿Aprovecharon guerras y crisis para hacer fortuna? O, por
el contrario, ¿sólo fueron banqueros, orfebres, agentes cuando se les
prohibía el acceso a los otros oficios? ¿Son hoy los amos de la
globalización o bien sus peores adversarios?
Para responder a tales interrogantes y muchos otros –al tiempo que
asumimos los riesgos inevitables de la síntesis–, tendremos que revivir
los mayores acontecimientos de la historia política, religiosa, económica
y cultural de los tres últimos milenios; describir el destino que las
naciones reservaron a las minorías; seguir la suerte de príncipes y
mendigos, intelectuales y campesinos, filósofos y financistas,
mercaderes y capitanes de industria; y reseñar sus trayectorias a
menudo increíbles y fulgurantes, casi siempre trágicas, gloriosas o
miserables, de poder y de dinero.
Nos sorprenderemos entonces al descubrir el sentido inesperado que
adoptan algunos de los más conocidos acontecimientos cuando se
revele el papel que tuvo en ellos el pueblo del Libro.
Para realizar semejante travesía, no puede hablarse de adoptar de
antemano sólo una brújula: en la extraordinaria profusión de aventuras
colectivas y destinos individuales en que se mezcló el pueblo judío sería
absurdo seguir una sola pista. Mi tesis se develará a medida que
avance el relato, para imponerse a su término. Por eso, el mejor hilo
conductor para emprender este viaje cronológico, y la primera de las
guías, a mi juicio, debería ser la propia Biblia.
En efecto, todo se presenta como si la división del Pentateuco en
cinco libros de temas perfectamente circunscriptos fuera la más exacta
metáfora de las principales etapas de la historia del pueblo judío. Más
precisamente, todo transcurre como si cada uno de esos cinco libros
describiera de antemano el espíritu de cada una de las cinco etapas de
la historia real del pueblo que lo escribió. Naturalmente, sólo se trata de
una manera de esclarecer ciertas tendencias gravosas, no de leer la
Biblia como el relato secreto de predicciones históricas. Su destino es
más elocuente que cualquier otra cosa: los hombres son libres de hacer
el bien o el mal. Sólo se trata de colocar cada período histórico bajo los
auspicios de una de las cinco partes del Pentateuco, porque el tema de
cada una de ellas remite de manera perturbadora a los desafíos
esenciales de una época.
Ante todo, el Génesis (que, según la Biblia, va del origen del mundo
a la muerte de José en Egipto) puede echar luz sobre el período que,

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en la historia empírica, se extiende desde el nacimiento del pueblo judío
alrededor de Abraham hasta la destrucción del segundo Templo. En
ambos casos, se trata de la génesis de un pueblo y de sus leyes, de
sus relaciones con el mundo y el dinero. En ambos casos, todo culmina
con la llegada de los judíos a un lugar de exilio: Egipto en uno, el
Imperio Romano en el otro.
Después viene el Éxodo, que, en la Biblia, narra la permanencia en
Egipto hasta la salida, cargada de esperanza, hacia el Sinaí. Este
período puede ser puesto en correspondencia con el milenio que va
desde el exilio en el Imperio romano hasta la partida prometedora hacia
la Europa cristiana.
Como eco del Levítico (libro que relata las leyes del Exilio y la
esperanza en la Tierra prometida), después del año 1000 comienzan
las tribulaciones del pueblo judío entre las garras de los dueños de
Europa, en España, los Países Bajos, Brasil, India, Polonia, hasta la
revolución estadounidense. Las leyes explican su supervivencia.
Llega entonces la época de los Números (que, en la Biblia, conduce
a los judíos del Becerro de Oro dentro del Sinaí hasta las batallas ante
las puertas de Canaán), período de abundancia económica y
crecimiento demográfico, seguido por matanzas masivas y por la
llegada a la Tierra prometida. Exactamente como en la historia real: en
ella las maravillosas promesas del Iluminismo indirectamente
engendraron la Shoá y luego la creación de Israel.
Algunos de los sobrevivientes llegan entonces al nuevo Estado, que
entre tanto pasaba por las manos de los hititas, los filisteos, los apirus,
los cananeos, los hiksos, los egipcios, los babilonios, los persas, los
griegos, los romanos, nuevamente los persas, los bizantinos, los
omeyas, los abasidas, los cruzados, los fatimíes, los mamelucos, los
otomanos y los ingleses, sin que los judíos renunciaran jamás a él.
Se abre entonces el período en que todavía estamos. Éste responde
al Deuteronomio, que describe las leyes de una sociedad moral que
permite a los pueblos defender su identidad con el dinero y contra él.
En estos tiempos de incertidumbre, en que el reconocimiento
recíproco de las naciones del Cercano Oriente condiciona la paz y la
guerra en el mundo, las lecciones de esos milenios nómadas merecen
ser tomadas. Hasta eludir –es la esperanza que deja el quinto libro– la
nueva barbarie del dinero, al inventar la más prometedora de las
civilizaciones, la de la hospitalidad.
Que empiece la travesía.

))((

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1. Génesis
(–2000/+70)
(fragmento)

El judaísmo comienza con un viaje. Y, como el sentido de todas las


cosas suele estar oculto en el de las palabras, la identidad del pueblo
hebreo se disimula en su nombre, que justamente remite al viaje. Su
antepasado más lejano, uno de los nietos de Noé, uno de los ancestros
de Abraham, se llama Éber, que puede traducirse con “nómada”,
“hombre de paso” o incluso “cambista”. Algo más tarde, este Éber se
convertirá en ibrí, “hebreo”. Como si, desde el comienzo, el destino de
este pueblo estuviera inscripto en las letras de su nombre, código
genético de su historia: deberá viajar, trocar, comunicar, transmitir. Y
por tanto, también comerciar.
Este tema del viaje se encuentra en todos los mitos originarios de los
pueblos itinerantes: su fundador viene de otro sitio; el primero de sus
dioses protege a los viajeros, impera sobre la comunicación y el
intercambio, condiciones para la paz y la confianza; y, en procura de
complicar un poco más las cosas, ese dios también es, en general, el
de los ladrones…
Así, el relato bíblico comienza con un viaje. Y el primer libro del
Pentateuco el que se da el nombre de Génesis, cuyas primeras
palabras son “En el comienzo” o “En el principio”1 justamente narra ese
periplo que va de la creación del mundo hasta la partida de José hacia
Egipto, es decir, del nacimiento del hombre a la libertad hasta el
desastre de la esclavitud.
En la historia empírica de ese pueblo, dicha Génesis comienza en las
tierras de la Mesopotamia, dieciocho siglos antes de nuestra era, para
culminar con la destrucción del segundo Templo, en el año 70, y la
sumisión al Imperio Romano. En suma, va de otro paraíso terrenal a
otro Egipto.
En el transcurso de esos quince siglos –por lo menos–, este pequeño
pueblo hizo surgir una religión que un tercio de la humanidad de hoy
habrá tornado la piedra de toque de su creencia, y estructuró una
relación con el dinero que más tarde servirá de fundamento al
capitalismo.

))((

1
Chouraqui, André, L’Univers de la Bible, París, Lidis, 1991.

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2. Éxodo
(70/1096)
(fragmento)

Mientras una nueva era se inicia con el triunfo del Occidente romano, el
pueblo judío se lanza nuevamente a los caminos. Esta vez, su destino
parece definitivamente sellado: desaparecer, como antes lo hicieron
otros pueblos arrojados de sus tierras o sometidos a colonizadores,
como los hiksos o los escitas, y como lo harán más tarde los medas, los
galos, los godos, los vándalos, fusionándose con sus vencedores sin
casi dejar huellas de su poder, su fe, su cultura y su lengua.
Contrariamente a ellos, sin embargo, los judíos van a lograr lo
imposible: sobrevivir en los intersticios de los imperios, preservar lo
esencial de su cultura adaptándola incesantemente a las exigencias de
nuevos lugares de exilio. De la destrucción del segundo Templo hasta
el inicio de las cruzadas, van a atravesar todas las vicisitudes
económicas, religiosas y políticas del primer milenio cristiano. En los
imperios de Oriente y las primeras potencias de Occidente, bajo el
dominio de monarcas, príncipes, obispos, su suerte seguirá siendo casi
en todas partes más o menos tolerable, salvo en el Imperio Romano.
Sorprendente destino de un pueblo minúsculo hecho de campesinos,
mercaderes, artesanos, comerciantes, financistas y letrados, mezclado
en los principales acontecimientos del mundo. Pueblo de hombres que
pasan, que participa en primera línea en la transformación progresiva
del orden de los imperios en lo referente al dinero, mantiene lazos entre
comunidades dispersas en los diferentes bandos en guerra, y constituye
así una red cultural y comercial única entre todos los pueblos
sedentarios en la paz y en la guerra.
El espíritu de este milenio de exilio es un calco del correspondiente al
período narrado por el segundo libro del Pentateuco: el Éxodo (o los
“Nombres”),2 en efecto, da cuenta de la larga estadía de los hebreos en
Egipto –a veces felices y libres; otras, esclavos obligados a construir
ciudades que no habitan – hasta su partida hacia un futuro desconocido
que prometía libertad. Este capítulo también relata una estadía en el
exilio, en múltiples regiones: algunas hospitalarias; otras, terribles
lugares de opresión donde los judíos, en la esclavitud, construyen
mundos de los que luego se ven excluidos.
Al final del libro del Éxodo parten rumbo a Canaán. Al término de
este primer milenio cristiano huyen hacia Europa. Una y otra, tierras de
esperanza, sitios de futuras y crueles desilusiones.
2
Ibídem.

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Durante este largo período, de paso entre mundos en guerra, los
judíos garantizan las relaciones entre España, Siria, Egipto y Persia. A
menudo letrados y mercaderes a la vez, por lo general pobres,
relegados a los oficios más riesgosos y menos populares, detestados
por los servicios ofrecidos y su terquedad en no convertirse,
sospechosos por sus lazos con comunidades implantadas en territorio
enemigo, a veces felices, a menudo mártires, casi siempre solidarios,
sobreviven transmitiendo de generación en generación su herencia
cultural. Jalones olvidados, sin los cuales muchos aspectos del mundo
de hoy serían incomprensibles.

))((

3. Levítico
(1096/1789)
(fragmento)

Contrariamente a lo que dicen todos los mitos, a fines del primer milenio
de nuestra era los judíos no son ricos ni banqueros, tampoco
consejeros de los príncipes. Casi todos son pobres, campesinos y
artesanos. Algunos son prestamistas obligados, por montos ínfimos, a
comerciantes, artesanos, campesinos, conventos, pequeños señores.
Pocos son financistas de monarcas y ayudan a organizar las
administraciones de los Estados. La mayoría vive en el Islam de
España, de la Mesopotamia y de Egipto. Algunos son mercaderes en
barcos o en caravanas; viajan sin respetar las fronteras ni las
prohibiciones de los príncipes, y constituyen la última red que une
imperios cada vez más enfrentados entre sí.
Cuando el Oriente se ensombrece y la llama de Occidente amenaza
con ser sólo una pira, cuando declina el mundo que los tolera y se
despierta el que los odia, los judíos adivinan que no será bueno quedar
atrapados en medio de los combates que se avecinan.
Éstos, en efecto, serán terribles: mientras al parecer, del año 1000
hasta fines del siglo XVIII, la población del mundo se multiplica más de
tres veces,3 pasando tal vez de 250 a 900 millones, la del pueblo judío
parece estancarse en alrededor de 4 millones, bajo los embates de las
matanzas y las conversiones más o menos forzadas.
Si el pueblo hebreo no desaparece por completo, asimilándose –
como lo hacen muchos otros en esa época–, se debe a que logra
3
Chesnais, Jean-Claude, La Population mondiale, París, Bordas, 1991.

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respetar y transmitir reglas de vida compiladas dos mil años antes en el
tercer libro del Pentateuco, el Levítico (o “Él llamó”).4 Ese conjunto de
consignas dispensadas a los sacerdotes organiza justamente las
condiciones prácticas de perduración en el tiempo de lo inherente a la
identidad del pueblo: reglas de alianza, principales fiestas, preceptos
alimentarios, lengua, cultura, memoria, ética de la libertad y, de paso,
ética de la economía. Junto a las reglas de la vida judía, el Levítico
recapitula las condiciones de anulación de las deudas y de devolución
de las prendas. Extraña mezcla, extraordinaria premonición: en el curso
de los siglos de la Edad Media, y más allá, los judíos se harán, por
fuerza, prestamistas. Y les guardarán rencor por dar ese servicio.
Obligados a financiar el nacimiento del capitalismo, perseguidos por
haberlo hecho, bosquejarán los valores de aquél. Al cabo de una
formidable epopeya, en el vértice de mil desastres, ayudarán a instaurar
las reglas del mundo del dinero y a organizar el dinero del mundo.

))((

4. Números
(1789/1945)
(fragmento)

El mundo occidental se liberó del dominio feudal y religioso. La


democracia y el mercado atropellan a monarquías e imperios. Podría
pensarse entonces que la asimilación plasmará lo que las
persecuciones no lograron: la desaparición del pueblo judío en la
trivialidad del número, en las batallas entre clases y naciones nuevas.
Nada de eso ocurre. Aquél sobrevivirá con una actuación aún más
singular en las perturbaciones del mundo y su economía.
La sociedad occidental comienza por poner en marcha la revolución
industrial. El pueblo judío, que ya no está confinado en un lugar o un
oficio, va a explorar los territorios y los nuevos oficios que éstas
ofrecen.
También en ese caso, el Pentateuco ilustra la Historia. Su cuarto libro
–Números, o “En el desierto”–5 funciona como una metáfora del siglo y
medio que va de la Revolución Francesa a la Shoá. Narra la estadía del
pueblo hebreo en el Sinaí, durante treinta y ocho años y medio, desde
el segundo año de la travesía hasta la muerte de Moisés cerca de
4
Chouraqui, André, op.cit.
5
Ibídem

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Canaán. Comienza por un censo (cuántas familias deben ser
alimentadas por el maná, cuántos hombres deben pagar el impuesto y
cuántos deben llevar las armas) y culmina con otra cuenta (cuántos
entrarán en la Tierra Prometida). Tanto a la entrada como a la salida,
contar no es beneficioso: en el mejor de los casos, se cuentan
contribuyentes; en el peor, se cuentan los soldados de una guerra
venidera; ni uno solo de los que entran en la trampa del desierto sale
vivo.
De igual modo, el período que abarca este capítulo narra un viaje,
esencialmente a través de Europa, con la esperanza de las Tierras
Prometidas. La mayoría sucumbirá.
Además, todo gira alrededor de números. Durante el milenio anterior,
la cantidad total de judíos se estancó mientras la población del mundo
se cuadruplicaba.6 Hacia 1800, la situación se mantiene: apenas algo
más de 4 millones de judíos, esto es, menos que en el momento de la
destrucción del Templo.7 Más de 3 millones viven en Europa,
principalmente en Rusia y en el Imperio Austríaco. Cerca de un millón
reside en otras partes, sobre todo en tierras del islam.
Comienza entonces un crecimiento extraordinario: en 1880 son 8
millones, de los cuales 7 se hallan en Europa y Rusia; luego, en 1914,
14 millones, y 16 millones en 1939: cerca de la mitad son indigentes
hacinados en Europa Oriental. Parecen hallarse detenidos, antes de
desaparecer.
Tal como en el Libro, narrar trae desdichas.
Ante quienes les reprochan ser diferentes, los judíos no tienen más
que una respuesta: hacer todo lo posible por dejar de serlo, sin por ello
alejarse de su cultura. Ya no se puede vivir en un circuito cerrado sin
empobrecerse; participar en el crecimiento de conjunto exige asimilarse.
Sin olvidar que nada es bueno para un judío si no lo es también para
quienes lo rodean. Como en el desierto, algunos adoran el Becerro de
Oro; otros se proveen de nuevas leyes, inventan oficios inéditos, crean
nuevas riquezas. Muchos se hunden en el número y pierden su
identidad. Otros, en cambio, la encuentran en el individualismo, la
integración, la competencia, el rechazo por las reglas colectivas, el
espíritu de empresa, sin que desaparezca la exigencia de solidaridad.
La época de los Números también es la época de las aventuras
personales, de las elecciones solitarias. Es un período de grandes
destinos individuales, de dinastías intelectuales, industriales y
financieras; como en el pasado, con la obsesión judía: la valorización de
los Nombres. Pero también es la época de las masas anónimas:
obreros sacrificados y rebeldes, patéticos constructores de la
Modernidad.

6
Chesnais, Jean-Claude, op.cit.
7
Baron, S. W., “Population”, en: Encyclopaedia Judaïca, tomo XIII, 1971.

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Algunos podrían mostrar cierta reticencia: aquí se nombran esos
éxitos; perdura en las memorias: no hace mucho designar a alguien
como judío equivalía a condenarlo a muerte. No importa: nombrar, dice
la Biblia, también es condición de la eternidad.

))((

5. Deuteronomio
(1945-)
(fragmento)

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, cayeron todas las estrategias


intentadas durante tres milenios: los exilios seculares no sirvieron de
refugios; el dinero no alejó la violencia; Dios no salvó a Su pueblo del
infierno. Los judíos estadounidenses, que según se decía eran tan
poderosos, no pudieron impedir la matanza ni construir el Estado-
refugio; tampoco acelerar la terminación de la guerra. La supuesta
omnipotencia judía no era más que una fantasmagoría propia de
verdugos.
El balance de la Shoá impone una evidencia: la mayor parte de este
pueblo estaba constituido por obreros pobres de Europa Central, y no
por banqueros ricos de Alemania. Los sobrevivientes callan, testigos de
matanzas de las que nadie, a su alrededor, quiere oír hablar nunca
más.
Algunos desean recuperar el anonimato, a condición de cambiar de
nombre, de no ser contabilizados ni elegidos por nadie, ni siquiera por
Dios. Otros, por el contrario, quieren despertar las diásporas, hacerlas
brillar nuevamente, darles medios, y ante todo reconstruir las
instituciones de la solidaridad en beneficio de los sobrevivientes de
Europa.
Por último, otros pretenden construir lo antes posible la nación-
refugio que tanta falta hacía. Para algunos de éstos deberá ser trivial,
anónima, escapar a la maldita especificidad; allí, la doctrina judía
deberá ser olvidada; allí cada cual deberá poder ejercer cualquier oficio,
así sea ilegal. Para otros, habrá de ser un Estado ejemplar de ética
laica, socialista a la alemana y democrática a la británica a un mismo
tiempo; allí podrá nacer un hombre nuevo, liberado de las exigencias de
la herencia propia del judaísmo y de aquellas de los países de
adopción, a la vez héroe de la Biblia e intelectual vienés. Para algunos
otros, también, el Estado nuevo deberá ser una teocracia sometida

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únicamente a las leyes del reino de David, inclusive el jubileo, la
prohibición del préstamo a interés entre judíos y la tzeda - ká, un modo
de acelerar el advenimiento del Mesías. En esos tres proyectos, es una
nación imaginaria, una utopía, a construir sin dinero, sin ejército, sin
organización estatal, incluso sin población… Y en medio de un entorno
hostil.
Extrañamente, ése es también el desafío del último libro del
Pentateuco, el Deuteronomio o “Palabras”.8 Libro de las utopías, una
última vez, metafóricamente por lo menos, puede acompañar la
Historia.
Meditación sobre el conjunto de la Ley, según la tradición, transmitida
en lo esencial por Dios a Moisés en los treinta y siete últimos días de su
vida, en el linde de la Tierra Prometida, su quinto libro recapitula los
principios necesarios para la vida en Israel entre poblaciones hostiles:
los diez mandamientos, las dos primeras frases del shemá –la oración
que une a todos los judíos, dondequiera que estén, en las horas más
solemnes–, y el último discurso del patriarca, última reflexión sobre el
lugar de la libertad en la condición humana. Este libro reúne el conjunto
de las leyes necesarias para que Israel sea un ejemplo ético y el
conjunto de los castigos que le esperan si no lo es. Ante todo describe
cómo hacer el bien a su alrededor, cómo garantizar su prosperidad a
través de la prosperidad de los vecinos.
Indudablemente redactado –por lo menos en parte– poco después de
la salida del desierto, el Deuteronomio apunta a luchar contra los cultos
paganos circundantes y a alejar a los dos enemigos del pueblo nómada
que finalmente ha regresado a su casa: la idolatría que corrompe, la
discordia que dispersa.
Ésas son exactamente las dos principales cuestiones planteadas a
los sobrevivientes al salir de los desiertos de la Shoá.

8
Chouraqui, André, op.cit.

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