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15.

EL AUTENTICO SUJETO MORAL


DE LA FILOSOFlA KANTIANA
DE LA HISTORIA·
por ROBERTO RODRIGUEZ ARAMA YO
(InstitUlo de FilosoFa del C.S.I.C.)

«El curso del mundo es una disposición de la Naturaleza,


mas no un teatro de marionetas. ya que no se rige por decre-
tos, sino por (Ren. S.SSt, At., XVIII, 217).

Si la moralidad tiene o no cabida dentro de la filosofía kantiana


de la historia es una cuestión ampliamente debatida. Ya en otro lugar
tuvimos ocasión de revisar esta polémica e intentamos refutar aque-
llas lecturas que pretenden dejar a la ética fuera de las coordenadas
de la renexión kantiana sobre la historia '. En esta breve comunica-
ción matizaremos ciertos aspectos de las tesis que hemos venido man-
teniendo en estudios anteriores 2.
Como es bien conocido, el planteamiento de Kant concede un enor-
me protagonismo a la Naturaleza, a esa Providencia que no se ha con-
tentado con implantar en nosotros loda una serie de disposiciones na-

• Este trabajo viene a sustituir al Que realmente fuera presentado como ponencia
en el Seminario celebrado con ocasión del bicentenario de la segunda Crltica. Ello se
debe a que aquel estudio. titulado «La presencia de la C,Üico de lo rozón práctico en
las Lecciones de Etiea de Kant», resultó galardonado con el «Premio Agora» para tra·
bajos de investigación sobre la Crflica de lo rozón práctico. teniendo por lo tanto que
ser publicado en la revista patrocinadora de dicho concurso. Además. parte de los re·
sultados obtenidos en esa investigación fueron asimismo rentabilizados por el prólogo
a nuestra edición castellana de las Lecciones de ENea de Kant (Critica, Barcelona, 1988),
cuyo titulo es «La cara oculta del formalismo ético». Es evidente, pues, que en estas
circunstancias no procedía su inclusión en estas Actas, a pesar de haber sido redactado
en un principio para ellas. Por otra parte, la idea básica sustentada por el presenle artí·
culo se: fue gestando en los coloquios del Seminario que da lugar a este volumen colee·
tivo.
I Cfr. «La Filosofía kantiana de la Historia. ¿Otra versión de la teología moral?»,
Revisla de Filosofía. 8 (198l). pp. 21-40.
2 Nos referimos, además de al trabajo recién citado, a «El "utopismo ucr6nico"
de la reflexión kantiana sobre la historia», estudio introductorio a nuestra edición de
1. Kant, Ideas pora una hisloria universal en clave eosmopolilo y olros eserilos sobre
filosoJfa de la hisloria. Tecnos, Madrid, 1987, pp. IX·XLlV. así como a «La Filosofía
de la Historia en Kant: una encrucijada de su pensamiento moral y político», anículo
publicado en VV.AA., Eticidady Esladoen el Iclealismoalemdn, Natan, Valencia, 1981,
pp. l-l1.
LA FILOSOFfA KANTIANA DE LA HISTORIA 235

lUrales orientadas a un mejor uso de nuestra razón, sino que también


ha previsto unos mecanismos para llevar a cabo el desarrollo de las
mismas, El antagonismo en el plano individual y la guerra en el inter-
estatal se presentan como las dos caras de una misma moneda: la in-
sociable sociabilidad. Esta constituye el motor de la cultura y del más
bello orden social, tal como Kant lo expresara con su célebre metáfo-
ra de los árboles que crecen rectos en medio del bosque merced al an-
tagonismo, mientras que lo hacen torcida y atrofiadamente cuando
son plantados en solitario'. Es más, de no existir el acicate del anta-
gonismo, «todos los talentos quedarían eternamente ocultos en su ger-
men, en medio de una arcádica vida de pastores donde reinaría la más
perfecta armonía, así como la frugalidad y el conformismo, de suerte
que los hombres serían tan ubonachones" como las ovejas que apa-
cientan, proporcionando de este modo a su existencia un valor no mu-
cho mayor que el detentado por su animal doméstico»', Si recorda-
mos la tajante división kantiana entre personas y cosas (esto es, entre
fines en sí mismos y meros medios), así como que esta última catego-
ría instrumental abarca todo el reino animal', en contraposición al
reino de los fines, integrado por todos los seres racionales, advertire-
mos que la afirmación anterior no podría revestir mayor gravedad;
sin que el antagonismo híciese anorar nuestras disposiciones natura-
les, no detentaríamos -en opinión de Kant- un valor diferente al
de los animales, pudíendo ser considerados, por lo tanto, como sim-
ples cosas o medios instrumentales. Así pues, en última instancia, nues-
tra condición moral dependería del antagonismo, que no es a su vez
sino un designio de la Naturaleza.
Según esto, el papel jugado por el hombre en su propio progreso
moral' no podría resultar más parco, quedando aparentemente to-

] Cfr. Idee.... Ak., VIII, 22. Piidagogik. Ak., IX, 448 Y Moralphilosopllie ColJins.
Ak., XXVII.I. 468.
4 err. Idee.... Ak., VIII, 21. En el contexto de su polémica con Herder, Kant es-
cribirá: «El autor cree Que si los afortunados habitantes de Tahiti. destinados al pare-
cer a vivir durante milenios en su pacífica indolencia, no hubieran sido visitados nunca
por naciones civilizadas. se podría dar una respuesta satisfactoria a la pregunta de por
qué existen; ¿acaso no hubiese sido igual de bueno que esta isla fuese ocupada con in-
felices ovejas y carneros, que poblada por hombres dichosos entregados únicamente
al deleite'?» (Recensionen \Ion J. G. Herders.... Ak., VlIl, 65).
s et. .. el hombre tomó conciencia de un privilegio que concedía a su nalUraleza da.
minio sobre 105 animales, a los que ya no consideró como companeros en la creación,
sino como medios e instrumentos para la consecución de sus propósitos arbitrarios»
(Mulhmo(3licher Anfang... , Ak., VIII, 113).
6 En efecto, únicamente gracias al antagonismo es como eevan desarrollándose poco
a poco todos los talentos, asf va formándose el gusto e incluso, mediante una continua
ilustración, comienza a constituirse una manera de pensar que, andando elliempo, puede
transformar la tosca disposición natural hacia el discernimiento ético en principios prác·
ticos dc1erminados y, finalmente, trasformar un consenso social urgido patológicamenfe
en un ámbito moro/)I (Idet, Ak., VIII, 21).
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do en manos de esa Natura sive Providentia -también llamada «Des-


tino» en ocasiones ' - que rige el curso de la historia. Este aserto
puede verse fácilmente avalado por múltiples textos del Kant filósofo
de la historia. Abramos, por ejemplo, el opúsculo titulado Ideas para
una historia universal en clave cosmopolita y detengámonos en su
preámbulo: «Poco imaginan los hombres (tanto a nivel individual co-
mo colectivo) que, al perseguir cada cual su propia intención, según
su parecer y a menudo en contra de los otros, siguen sin advertirlo,
cual hilo conductor, el designio de la Naturaleza, que les es descono-
cido, y trabajan en pro del mismo, siendo asi que, de conocerlo, les
importaría bien poco» '. De hecho, Kant no deja de mostrar su per-
plejidad ante este orden de cosas. «A este respecto siempre resultará
extraño que las viejas generaciones parezcan afanarse improbamente
sólo en pro de las generaciones posteriores, para preparar a éstas un
I nivel desde el que puedan seguir erigiendo el edificio que la Naturale-
za ha proyectado; en verdad sorprende que sólo las generaciones pos-
treras deban tener la dicha de habitar esa mansión por la que una lar-
I ga serie de antepasados (ciertamente sin albergar esa intenci6n) han
venido trabajando sin poder participar ellos mismos en la dicha que
propiciaban» '. Tanto el individuo como la especie parecen condena-
I dos a ejecutar un plan que les es desconocido y que llevarían a cabo
de modo inintencionado, limitándose a edificar una mansión cuyos
I planos habrian sido diseñados por ese arquitecto apodado «Natura-
leza». ¿No es ésta, por consiguiente, el único protagonista en toda
la filosofía kantiana de la historia? Todo parece señalar en esa direc-
I ción y, sin embargo, no es así; no podía serlo.
A nuestro modo de ver, el verdadero arquitecto o, cambiando de
metáfora, el auténtico «guionista» de la fílosofía kantiana de la his-
I toria no es otro que el propio filósofo de la historia, tal y como de-
manda, por otra parte, la premisa de que sólo es posible una historia
a priori «cuando es el propio adivino quien causa y propicia los acon-
1 tecimientos que presagia» 10. Veámoslo.

7 En el en a)'o Lo paz perpetuo, al hablar sobre la garantía de se toman esos


tres como sinónimos. como distintos apodos de un mismo concepto: «Quien
suministra este aval es nada menos que la Natura/no. en cuyo curso mecánico brilla
visiblemente la finalidad de que a través del antagonismo de 105 hombres surja la ar-
monia, incluso contra su voluntad; y por eso se le llama indistintamente Deslino, en
cuanto causa necesaria de los efeclos producidos por leyes desconocidas para noso-
tros, o bien Providencia, en atención a su finalidad en el curso del mundo, como re·
cóndita sabiduría de una causa más elevada Que apunta hacia el fin final del género
humano y Que predetermina ese curso del mundo» (Zum Frieden. Ak., VIII,
360-361).
'Id...... Ak., Vttl, 17.
9 ¡bid., 19. El subrayado es nuestro.
10 err. St,eit d. Fakultiiten. Ak., VII, 80. teA los profetas judlos les resultaba muy
fácil predecir el carácter inminente. no sólo de la decadencia, sino de la plena desinte·
LA FILOSOFíA KANTIANA DE LA HISTORIA 237

I. EL GUIONISTA Y SU PSEUDONIMO

F. Medicus se sirve del símil teatral utilizado por el propio Kant


en más de un lugar, para demostrar que la filosofía kantiana de la
historia naufraga ante el gran escollo de la más absoluta carencia de
libertad. Al comparar la historia del mundo con una pieza de teatro,
Medicus nos recuerda que una obra teatral sólo cobra pleno sentido
a los ojos del espectador, a quien se le ponen de manifiesto todas las
relaciones que permanecen ocultas a los personajes situados en el es-
cenario. Los actores sólo comprenderian el guión en el caso de que
llegasen a conocer todos los papeles del reparto, es decir, en tanto que
se convirtieran en espectadores. Sin embargo, en el gran escenario de
la historia todos seríamos meros actores, con la peculiaridad de no
tener opción a tornarnos espectadores. Según Medicus, la propuesta
de Kant consistiría en creer que nuestra interpretación individual co-
bra únicamente sentido en el conjunto de la representación histórica,
donde participamos como actores para <da Providencia, que nos uti-
liza como marionetas suyas. El sentido histórico -concluye- es sal-
vado a costa de la libertad humana» 11. Desde luego, debe reconocer-
se que el argumento de Medicus resulta bastante persuasivo, pero tam-
bién es verdad que comete un craso error, al olvidarse por completo
del principal protagonista de cualquier pieza teatral, esto es, del autor
del guión, olvido en el que, desde luego, Kant no incurre. Cedámosle
por un momento la palabra para comprobar este extremo.
«No puede uno librarse de cierta indignación al observar la act ua-
ción del hombre en la escena del gran teatro del mundo, pues, aun
cuando aparezcan destellos de prudencia en algún que otro caso ais-
lado, haciendo balance del conjunto se diría que todo ha sido urdido
por una locura y una vanidad infantiles e incluso, con frecuencia, por
una maldad y un afán destructivo asimismo pueriles; de suerte que,
a fin de cuentas, no sabe uno qué idea hacerse sobre tan engreída es-

gración de su ESlado, ya que eran ellos mismos los causantes de tal destino. En su con-
dición de líderes del pueblo habían agobiado a su constilUción con tantas cargas ecle-
siásticas y sus corolarios civiles. que su Estado se volvió completamente incapaz de sub-
sistir por si mismo y, por descontado. de resistir a los pueblos vecinos; de ahí Que las
lamentaciones de sus sacerdotes habían de extinguirse estérilmente en el aire modo
más natural. dado que su pe:ninaz obstinación en la perseverancia de una constilución
elaborada por ellos mismos. y a todas luces insostenible, les permitía pronosticar ese
desenlace con absoluta infaJibilidad. Nuestros pollticos exactamente lo mismo
en su esfera de innuencia, siendo igualmente afonunado5 en sus presagios... También
el clero vaticina de en cuando la ruina total de su religión, hace justamen·
le cuanto está en su mano para que así ocurra, quejándose luego de la irreligiosidad
que ellos mismos han provocado y Que, por lo tanto, podían predecir sin contar con
ningún don profético en especial>. (cfr. ibid.).
11 efr. FrilZ Medicus, «Kants Philosophie der Geschichte)), Kom·Studien. 7 (1902),
p. 182.

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pecie. En este orden de cosas, al filósofo no le queda otro recurso


(puesto que no puede suponer en los hombres y su actuación global
ningún prop6sito racional propio) que intentar descubrir en este ab-
surdo decurso de las cosas humanas una intenci6n de la Naturaleza,
a partir de la cual sea posible una historia de criaturas tales que, sin
conducirse con arreglo a un plan propio, si lo hagan conforme a un
determinado plan de la Naturaleza» ".
La larga extensión de la cita sabrá ser excusada por el hecho de
habernos proporcionado la clave que andábamos buscando. A poco
que meditemos sobre el asunto, descubriremos que, bajo el pseudóni-
mo de «Naturaleza», se esconde la identidad real del auténtico «guio-
nista». que no es otro sino el filósofo de la historia. La Naturaleza
providente de que se nos habla aquí no parece ser sino un trasunto
de la razón pura práctica del filósofo en su veniente elpidológica y
prospectíva. El filósofo de la historia es quien, en definitiva, configu-
ra el cedazo teleológico donde deberá desenvolverse la trama dellrans-
curso de las acciones humanas bajo el imperio del juicio reflexionan-
te ", trazando con ello el sentido de la historia. El es quien. en últi·
ma instancia, recluta al antagonismo y a la guerra, para ponerlos al
servicio de sus planes ". El mósofo de la historia de sesgo kantiano
es aquel espectador del que nos hablaba Medicus hace un momento
o, en otras palabras, es el autor del guión que debiera verse represen-
tado por la humanidad en su historia futura y, en cuanto tal. es el
único capaz de apreciar los momentos estelares de la representación.
aplaudiendo, por ejemplo, con ardiente entusiasmo la Revolución fran-
cesa en tanto que signo inequívoco del progreso moral de la humani-
dad ". Bien entendido -y es ésta una precisión que no suele

" td...... Ak., VIII. 17-18.


IJ Cfr. nuestro trabajo «Postulado/Hipótesis. Las dos facetas del Dios kantiano»,
Pensamiento, 42 (1986), pp. 237-238.
14 Dentro del planteamiento kantiano la guerra recibe la misión suicida de propi-
ciar JUSto aquello que acabará por erradicarla. «La guerra no es una empresa premedi-
tada por parte de 10$ hombres, pero sí es un proyecto intencionado por pane de la su-
prema sabidurfa. Y. a pesar de las terribles penalidades que la guerra impone al género
humano. ase como de las tribulaciones. quizá aún mayores, que su continua prepara-
ción origina durante la paz, supone un impulso para desarrollar hasta sus más altas
cotas todos los talentos que sirven a la cultura» (K.U.• Ale., V, 433).
u f< ... esa revolución -a mi modo de ver- encuentra en el ánimo de todos los
espectadores (que no están comprometidos en el juego) unas;mpot(o rayana en el entu·
siasmo, cuya manifestaciÓn lleva aparejado un riesgo, que no puede tener otra causa
que la de una disposición moral en el género humano» (Strtit d. Fokultaten. Ak., VII,
85). La Reflexión 8.077. considerada el borrador del escrito que se convertirla en la
segunda sección de El Conflicto de las Facultades. comienza jUSlamente por constatar
el entusiasmo, universal y desinteresado, experimentado por preclaros espectadores de
la Revolución francesa (cfr. Ak., XIX, 6(4). fenómeno que representaría un aUléntico
factum moraJ 4(sobre cuya realidad cabe invocar a todos los hombres como testigos»
(ibid.. 612).
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hacerse- que los procesos revolucionarios no entrañan en sí mismos


moralidad alguna, siendo el filósofo de la historia, en su doble condi-
ción de guionista y espectador, quien puede sancionar o no moral-
mente dichos procesos revolucionarios desde su atalaya desinteresa-
da y no directamente comprometida con el curso de los acontecimien-
tos. He aquí el auténtico sujeto moral de la filosofía kantiana de la
historia, cuyo dictamen articularía retrospectivamente el «guióm> del
devenir histórico.

11. EL ENTUSIASMO COMO «SENTIMIENTO MORAL»

El filósofo kantiano de la historia cuenta con una piedra de toque


para comprobar si se halla o no ante un nuevo jalón del progreso mo-
ral de la humanidad; se trata del entusiasmo, que Kant define como
<<1a participación afectiva en el biem> 16. Para nuestro autor, «el ver-
dadero entusiasmo se ciñe siempre a lo ideal y en verdad a lo pura-
mente moral, como es el caso del concepto del derecho, no pudiendo
verse jamás henchido por el egoísmo» ". Este vehemente sentimien-
to, que embarga al desinteresado espectador, invade igualmente a los
actores, de modo que, si la victoria cayó del lado de los revoluciona-
rios franceses, ello se debió precisamente a su entusiasmo, algo que
resultaba del todo inasequible para los mercenarios contra quienes
combatían ". Aquello que despierta «un entusiasmo tan universal co-
I mo desinteresado ha de tener un fundamento mora!» " -concluye
Kant.
I De este modo, cualquier espectador entusiasmado se convertirá,
automáticamente, en un filósofo de la historia, capaz de sancionar
el fenómeno histórico que le ha provocado ese entusiasmo como un
I jalón más del progreso moral. El entusiasmo aparece en el terreno de
la filosofía kantiana de la historia como una suerte de sentimiento mo-
I
16 err. Streif: ... Ak., VII, 86. La categoría kantiana del entusiasmo ha sido obje·
(O de un reciente estudio monográfico; crr. Jean-Francois Lyotard, L'enthousiasme
(Lo critique kantienne de "histoire), Galilée. París, 1986. esp. pp. S8 ss.
I 11 Ibid.
18 {<Sus contrincantes no podfan emular mediante incentivos crematfsticos el fer·
I vor y la grandeza de ánimo que el solo concepto del derecho ¡nsunaba a los revoluci(}o-
narios e incluso el concepto del honor de la vieja aristocracia militar (un análogo del
entusiasmo. al fin y al cabo) se disipó ante las armas de quienes las habian empui'Jado
I leniendo presente el del pueblo al que pertenecían y se habían erigido en sus
defensores, exahación con la que simpatizó el público que observaba los aconlecimien-
toS desde fuera sin albergar la menor intención de participar activamente en ellos» (Streit
I d. Ak., VII, 86-87).
19 Cfr. ibid., 87. Por supueslo, para ser calificado de moral, el senlimienlo del en-

I tusiasmo ha de contar con las notas características de la moralidad: la universalidad


y el desinlerés.

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ral que, «si bien es verdad que, como cualquier otro afecto, resulta
reprobable de alguna manera y no puede ser asumido sin paliati-
vos» lO, sirve de criterio al filósofo de la historia para comprobar que
el derecho de la humanidad, el ideal de justicia en su sentido más am-
plio, acaba imponiéndose de un modo inexorable.
Gracias a este «sentimiento moral» que configura el entusiasmo,
el filósofo kantiano de la historia puede asentarse en el sitial reserva-
do tradicionalmente a la Providencia.

IJl. EL TRASfONDO ESTOICO


DEL PLANTEAMIENTO KANTIANO

Ahora bien, como ya hemos sostenido en algún otro lugar ", es-
ta Providencia se nos antoja mucho más emparentada con el omní-
modo e impersonal faclum estoico, que con el Dios del cristianismo.
La mise en scene llevada a cabo por el Kant filósofo de la historia
no sabe prescindir del anrezzo proporcionado por la cosmovisión es-
toica.
En sus escritos politicos más relevantes Kant no dudará en invo-
car el célebre adagio de Séneca falO volenlem ducunl, nolen/em Ira-
hunl 21 , con el ánimo de concederle plena vigencia en la esfera de la
politica, cuando menos en lo que atañe a los «dioses de la Tierra» 21,
quienes quedarían de esta forma sometidos al imperio de la justicia,
cuyo triunfo definitivo viene asegurado al reclutarse para su causa a
sus dos acérrimos enemigos: el antagonismo y la guerra". «La Jus-
ticia -escribió el autor de la Metafísica de las costumbres-, como
el fatum (Destino) de los antiguos poetas filosóficos, se halla por en-
cima de Júpiter y expresa el Derecho conforme a una férrea e inexo-
rable necesidad»". Es evidente que si este implacable Destino se ha-
lla por encima del mismísimo Zeus, no puede por menos que seño-
rear también sobre los «diosecillos del Olimpo político», vendría a
argüir Kant.

20 efr. ¡bid.• 86.


21 efr. «El "ulopismo ucrónico" de la rcnex.ión kantiana sobre la historia» (tra-
bajo resenado en la nola 2), pp. XXVII ss.
22 Cfr. Zum twigen Frieden. Ak., VIII. 365 Y Ober den Gemeinspruch, Ak .. VIII.
313; cfr. «La "revolución asintótica" de la metafísica kantiana», estudio introducto-
I rio a nuestra edición de Teoría y práctica. Tec:nos, Madrid, 1986, pp. XX·XXI.
lJ Asf es como denomina Kant a los poderosos en su tratado sobre Teort'a y próc-

I lica,' efr. «La filosofía de la historia en Kant: una encrucijada de su pensamiento mo-
ral y político» (artículo resenado en la nota 2), pp. 7 ss.
u No olvidemos que éstas son las dos caras (ontogenélica y filogenética, por
I cirio así) de ese dios jánico que representa la insociable sociabilidad, forjadora del anc
y de la cultura, asC como, en ultimo término, de la moralidad.
25 Me/. d. Ak., VI, 489.
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LA FILOSOFíA KA TIA A DE LA HISTORIA 241

Como sabemos, este/o/um, ese Dios supremo que encarna el ideal


de la Justicia, conferirá una Gracia especial a sus adeptos: el senti-
miento moral del entusiasmo. Los paladines del Derecho -en su sen-
tido más amplio- no podrán hallar ningún rival que les arrebate la
victoria en cuanto sean presas del entusiasmo 26, sentimiento que ser-
virá asimismo al filósofo kantiano de la historia para sancionar mo-
ralmente un proceso revolucionario, cuando éste represente un hito
en el progreso moral de la humanidad.
Ciertamente, no es éste el único préstamo que el estoicismo hicie-
se a Kant, cuya ética nos parece cada vez más deudora de la doctrina
moral estoica de lo que habitualmente se piensa ", pero sí era el as-
pecto que aquí nos interesaba resaltar.

• • •
Ahora podemos revisar criticamente aquella tesis defendida por
Medicus, en virtud de la cual Kant habría salvado el sentido de la his-
toria pagando un alto precio, cual era renunciar a la libertad humana
en el devenir histórico, donde los hombres oficiadan como maríone-
tas ante la Providencia. Debe hacerse notar que el propio Kant se de-
fiende expresamente de esa acusación en una de sus reflexiones. «El
curso del mundo -alega en forma de aforismo- es una disposición
de la Naturaleza, mas no un teatro de marionetas, puesto que no se
rige por decretos, sino por leyes» ".
Quisiéramos cerrar estas líneas haciendo un par de apostillas a es-
te lapidario texto. En primer lugar, recordaremos que bajo eltérmi-
no «Naturaleza» se esconde la identidad del verdadero guionista, del
auténtico sujeto moral de la filosofia kantiana de la historia, que no
es otro sino el propio filósofo de la historia, más conocido como 1m-
manuel Kant. Este, por otra parte, se limitaría a hacer las veces de
mero amanuense de la razón pura práctica en su vertiente elpidológi-
ca 29, transcribiendo puntualmente sus dictados.

26 Cfr. nota 17.


21 Invitamos al lector a estudiar detenidamente, por ejemplo, la Reflexión 7202 (tex·
to al Que consideramos una especie de maqueta de los problemas abordados Dar el for·
malismo ético). AlIf queda bien patente la relevancia que liene dentro del planteamien-
to kantiano un concepto de raigambre tan estoica con es el de la autosD/isjocción o
contento con uno mismo (Selbsu.ufriedenheit). El semirse satis/echo con uno mismo
es definido en esta Renexión nada menos que como «la condición formal de la felici-
dad»' (cfr. Ak., XIX, 216-277) y, lejos de ser desechado, el análisis de esta problemáti-
ca ocupará un lugar central en la Critico dt!. lo rozón práctico (cfr. K.p. V., Ak, V,
111-118). Alguna vez nos gustaría llevar a cabo un estudio sobre la incidencia del estoi-
cismo en la ética de Kant, siguiendo las huellas de J. M. Seidler, The Role 01 Stoicism
in Konr's Moral Phi/osophy, Saínt Louis, 1981.
" Ren. 5551, Ak., XVIII, 217.
29 No en vano la esperanza fue la única debilidad reconocida por Kam a la ecuá-

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242 KANT DE KANT

En definitiva, la diferencia entre un teatro de marionetas y el gran


teatro del mundo residiría -para Kant- en el hecho de que éste no
debe regirse por decretos caprichosos y arbitrarios, sino por unas le-
yes inexorables, materializadas en los ideales de la Justicia y del De-
recho universales, a las cuales ha de plegarse incluso el propio legisla-
dor, tal y como sentenciaba la divisa estoica del semel iussit, semper
paret lO •
Este adagio estoico sirve precisamente de colofón al texto que he-
mos escogido como lema del presente trabajo y que acabamos de ci-
tar hace un momento. Curiosamente, la transcripción kantiana regis-
tra una variante bastante significativa, pues en su Reflexión el verbo
«obedecer» aparece conjugado en la tercera persona del plural del pre-
sente de indicativo (parent). ¿Por qué? Desde luego, sería absurdo pen-
sar que se trata de un lapsus catami. Una nota de La paz perpetua,
donde se mantiene la forma plural JI, nos hace descanar decidida-
mente esa hipótesis, Pero, entonces, ¿a qué puede responder esa co-
rrección intencionada? Nos preguntamos si Kant no tendrá en mente
a los «dioses de la Tierra», es decir, a los politicastros que no se so-
meten a sus propias leyes. Un pasaje del borrador de la tercera sec-
ción de la Religión podría confirmar de alguna manera esta intuición
nuestra. «El Estado -nos dice aIlí- es creado por el autor de la le·
gislación (el autócrata) y, aunque éste pueda dictar sucesivamente le-
yes diversas (e incluso derogar las anteriores), cabe representarse su
proceder como si hubiera dado todas esas leyes mediante un acto úni·
co de su voluntad, teniendo en cuenta todos los casos futuros. Tal
y como Dios ha hecho en el ámbito de los seres irracionales: semel
iussit, semper parent»J2.
De modo semejante, esa sabiduría suprema, alias Destino, Natu-
raleza o Providencia, de la que es portavoz el filósofo kantiano de
la historia, ha determinado el triunfo final de la Justicia, sojuzgando
su propia voluntad a ese designio. A fin y al cabo, el deseo más aro

nime e insobornable razón: <c .. la balanza de la raZÓn -leemos en los SueiJos de un


visionar;o- no es absolutamente imparcial y uno de sus brazos (el que pona la ins-
cripción esperonzo cuenta con una ventaja mecánica merced a la cual aque·
lIas razones. aun livianas. que caen en su platillo, hacen alzarse en el otro especulacio-
nes de mayor peso específico. Esta es la única inexactitud Que no puedo. ni tampoco
quiero, eliminar» (Triiume.... Ak., 11, 349-350).
)O Séneca dejó escrilO en el capítulo S de su Providenl;o lo siguiente: «El propio
fundador y director del universo, que ha escrito la sentencia del destino, también lo
acata; sólo mandó una vez, siempre (texto que es comentado por Leibniz en
su Teodicea; cfr. GP, VI, 386).
JI Cfr. Zum ewigen FriNen, Ak., VIII, 361 n. Sorprcsivameme Kant atribuye aquí
este aseno a San Agustín, sin que nadie haya podido verificar cuál pueda SC'T su fuente
Oen qué textos se basa para hacer semejante aseveración (cfr. Ak., VIII, 509).
)2 Cfr. Vorarbeiten lur Religion.... Ak., XXIII, 109.
LA FILOSOFíA KANTIANA DE LA HISTORIA 243

diente de Kant se cifraba justamente en que cualquier legislador aca-


tara su propia ley. En realidad, no es otra la clave de bóveda de toda
su filosofía práctica, tanto en su vertiente política -tan imbuida en
este sentido por la va/amé généra/e de Rousseau-, como en su ética,
donde la propia voluntad divina queda recostada en el lecho de Pro-
custo de la moralidad)J.

J) Dado que: la vo'untad divina no puede contravenir los dictados de la ley moral,
tal y como demues'rall pasajes como ésle: cc ... el hombre (y con él lodo ser racional)
es fin en sí mismo. es llecir, no puede ser utilizado s610 como medio por alguien (ni
aun por Oios)... )J (K.p. V., Ak., V, 131; el subrayado del paréntesis es nuestro).

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