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Universidad de San Buenaventura

Maestría en Filosofía Contemporánea

Módulo: Filosofía de la Diferencia

Presentado a la profesora: Diana Muñoz

Por: Francy Piedad Bohórquez Hernández

¿Cómo explicaría usted según Irigaray que la diferencia sexual no haya sido pensada como
diferencia?

La concepción tradicional ha construido la sexualidad femenina teniendo en cuenta la diferencia


sexual pero lo ha hecho de tal forma que ha sido menos un ejercicio de conocimiento que un
ejercimiento de poder de los hombres sobre las mujeres. De acuerdo al texto de Irigaray,
podemos comprender no ha sido pensada como diferencia, así que ¿en qué consiste construirla
como diferencia? ¿qué nos dice Luce Irigaray al respecto?

Con Luce Irigaray encontraremos que la sexualidad femenina se ha construido usando la


diferencia sexual como criterio de subordinación más que de construcción, causado porque a
través de esta diferencia no se ha puesto en marcha un mecanismo que busque entender a la
mujer desde la mujer, uno en el que la construcción de su identidad sexual sea la justa medida
del conocimiento de sí misma, sino que se ha hecho a través de una concepción por medio de la
cual se le somete a un criterio completamente ajeno al de ella, haciéndola funcionar -
funcionalmente- bajo el criterio de la sexualidad masculina, cuyos mecanismos la reducen en
últimas consecuencias a un medio para el placer masculino. Es decir, que la construcción de la
sexualidad femenina no se ha pensado como diferencia, sino que se ha pensado como carencia y
como complemento al definirse a través del sujeto masculino sexuado.

Luce Irigaray declara que las sociedades contemporáneas están fundadas sobre una lógica
falogocéntrica que subordina decisivamente a las mujeres. Históricamente la representación de
lo femenino como carencia funda la idea de que las mujeres son la imagen complementaria del
hombre, representación que dio cabida al planteamiento freudiano que asocia el falo con lo
jerárquicamente superior. (Cardenal, Orta Tatiana ) Al estar la sexualidad femenina
identificada como una carencia, su comprensión viene dada como una espontánea asimilación de
su ser a un complemento necesario, dependiente y subordinado de una sexualidad verdadera. La
sexualidad de la mujer viene expresada como la negatividad, como una falta de un otro que sí
posee aquello que debe poseer un sujeto sexuado. El efecto inmediato es que las
particularidades de su sexualidad quedan definidas por un criterio extraño a su cuerpo.

Luce Irigaray nos muestra que la lógica patriarcal se rige bajo un supuesto arbitrario y
conveniente, a saber, la superioridad del falo, garantía de que un cuerpo está efectivamente
sexuado. Sobre este hecho se instituye el sujeto verdadero, sexuado y masculino, que erige una
relación de jerarquía frente a la mujer. Es por este medio como la cultura ha sido edificada en
torno a un único modelo sexual que se apodera tanto de la corporalidad como de la sexualidad
femeninas y limita la expresión de la subjetividad de las mujeres a la suya. (Cardenal, Orta
Tatiana)

Por otro lado, un fundamento en la diferencia tendría que ser pluralista porque es fundamental
que la diferencia implique el entendimiento de las fuerzas propias y sus relaciones, condición
que no da lugar a que se hable de alguna unidad subyacente, mucho menos si esa unidad
subyacente es uno de los tantos. En este caso lo que nos queda fácil ver es que la construcción de
la sexualidad femenina ha tenido siempre como unidad subyacente la sexualidad masculina,
instituida como el modelo que ha guiado la construcción de la sexualidad de la mujer al ser
concebida como referencia necesaria y fundacional. De acuerdo a eso podemos ver que la clara
consecuencia es que su esa identidad es negada, eliminada, para instaurarle una que no le
corresponde. Porque ¿qué nos dice esta subordinación acerca de la mujer y su placer? Nada, nos
dice Irigaray, puesto que esta mirada ajena a ella expresa que su dote “es la carencia, la atrofia
(del órgano sexual), la “envidia del pene”, siendo el pene el único órgano sexual de reconocido
valor”. ( Irigaray, página.1)

Las implicaciones son evidentes históricamente: mantener subordinada a la mujer al rol de


madre y ama de casa, esposa, por una completa erotización de su sentido y su naturaleza,
dependiente de la comprensión que se le ha construido. Y digo se le ha construido precisamente
porque en esa tal construcción ella ha sido pasiva, ha sido obligada a obedecer, su propia a voz y
la de su cuerpo ha sido desoída. Lo que ha llevado a que la realización de su deseo se pueda
conseguir solamente en el servil amor a un padre- esposo o la maternidad preferentemente de un
niño, ya que a través de este rol y por estos medios puede apropiarse para sí de ese órgano. Su
sentido queda limitado así a este fin (Irigaray, pág.1)

Ahora, una construcción desde la diferencia, así como lo plantea Irigaray, implica que se
consideren las posibilidades de goce que el cuerpo de las mujeres ofrece y, asimismo, “apostando
por la valía de dicho potencial con vistas a que las mujeres puedan construir otras
representaciones de sí mismas más favorables que las saquen de esa posición de inferioridad”,
todas las cuales el constructo masculino ha ignorado para mantener su centralidad en torno a la
cual la mujer gira. (Irigaray, pág.7)

La oposición entre actividad sexual del clítoris y la pasividad de la vagina con la que es
caracterizada la sexualidad de la mujer no son sino expresiones de las lógicas de oposición que
hacen posible la práctica de la sexualidad masculina: el clítoris entendido como un pequeño pene
y la vagina como un lugar de alojamiento del pene del hombre. Estamos hablando de una
construcción de la diferencia sexual sin las consideraciones que hacen que la comprensión de la
diferencia sexual no sea una expresión de tal diferencia sino una expresión de la defección , de
un defecto, de algo que sí tiene la entidad referente, el hombre, todo esto entendido como si se
tratara de una malformación. Larga es la data de las afirmaciones que expresan esa concepción:
como en la Suma Teológica de Tomás de Aquino en la que éste hace una referencia a
Aristóteles: “Considerada en relación con la naturaleza particular, la mujer es algo imperfecto y
ocasional. Porque la potencia activa que reside en el semen del varón tiende a producir algo
semejante a sí mismo en el género masculino. Que nazca mujer se debe a la debilidad de la
potencia activa, o bien a la mala disposición de la materia, o también a algún cambio producido
por un agente extrínseco, por ejemplo los vientos australes, que son húmedos, como se dice en el
libro De Generat Animal.”. Afirmación hecha en una sección en la que Tomás de Aquino se
pregunta si la mujer debió ser creada al principio o no.
En una referencia a Galeno, el famoso médico y filósofo griego del Imperio romano, se revela
una consideración típica respecto a la constitución anatomo-fisiológica de la sexualidad
femenina:

“En todas ellas propuso la inferioridad de la naturaleza femenina respecto a la del


varón, la que adujo debida a la constitución anatómica de los órganos reproductores; llegó,
también, a la misma calificación en otra serie de obras en las que aparentemente no habrían
cabido juicios de valor por no ser de contenido anatomo-fisiológico” (Moreno, 2)

La idea de un no-sexo, la no presencia de un órgano sexual es de tan lejana fecha que si se


revisa su historia no es difícil ver esa conexión con la teoría psicoanalítica de Freud y el
entendimiento que éste propuso de la mujer.

Ejemplos tales nos indican que la perspectiva de Freud no es nada novedosa y no es más que la
última forma que toma el mecanismo de sometimiento al cual se adhieren los discursos que
pretenden definirla, un mecanismo de alienación que la reduce a un medio para un fin que es
ajeno a ella: “en este imaginario sexual, la mujer es solo un paso más o menos obligados para la
puesta en escena de las fantasías del hombre.” (Irigaray, pág.2). Ese supuesto Freudiano implica
que es seguro que la mujer encuentre su placer en ese rol. Pero lo que expresa Irigaray es que
ese placer, así concebido, es primordialmente “una prostitución masoquista de su cuerpo a un
deseo que no es el suyo”, lo cual la deja en un estado de dependencia familiar frente al hombre,
como ya lo he dicho anteriormente. Ese placer que busca en un lugar ajeno se debe a esa
anómala construcción de su identidad sexual, pues el placer queda incomprendido para ella
misma.

Todo lo que he expresado señala que la sexualidad femenina ha quedado inmersa en la lógica
masculina, como señala Irigaray, extraña al erotismo femenino. “La mujer obtiene más placer de
tocar que de observar, y su entrada en una dominante economía óptica significa, una vez más,
quedar relegada a la pasividad: ella debe ser un bello objeto de contemplación.” (Irigaray,
página).

Esta afirmación expresa la existencia- una diferencia no definida de acuerdo a la del hombre-
de una esencia femenina que llama a otras construcciones posibles que escapen a las lógicas que
convienen decisivamente al hombre. Es desde un lugar esencialmente femenino donde la
construcción de la sexualidad como diferencia empieza a tener un sentido. No se está hablando
de una forma única de construcción, sino el inicio de un camino donde las diversas
construcciones tengan sus cimientos en la mujer misma: la homosexualidad o el autoerotismo
como medios de conocimiento.

La búsqueda de su propia forma, no unitaria, no falomórfica, es un requerimiento de esta


construcción, nuevamente porque el privilegio dado al falomorfismo pone al órgano sexual de la
mujer, a sus múltiples órganos sexuales o a su propia pluralidad irreductible a una unidad, a
merced del mismo criterio que antes le negaba a la mujer la condición de ser sexuado, negándole
la posesión de un órgano sexual como si la ausencia de un pene o algo que tuviera un tamaño,
volumen o forma definidos, con una sensibilidad localizada, fuera la ausencia de un órgano(s)
sensible(s) dispuesto(s) para el placer. Que una mujer deje de lado los patrones unitarios, los
esquemas preestablecidos, se traduce en la posibilidad de no sacrificar ninguno de sus placeres al
no identificarse con ninguno de ellos en particular, evitando que se reduzca a una unidad. Debe
por ello concebirse, y esto no es un supuesto subyacente, como una especie de universo en
expansión al que no se le puede fijar ningún límite, porque un límite significaría un saber cuál es
el límite que ella no ha tenido la posibilidad de descubrir. (Irigaray, pág.6 )

También la manera como se entiende el sexo de la mujer, su supuesta insaciabilidad es una


manera de acercarse a su sexualidad siempre desde una mirada que ignora su propia economía.
La insaciabilidad viene a ser una forma de llamar lo que no ha sido comprendido.

La construcción de la diferencia sexual sin entenderla como diferencia está llena de problemas y
dificultades y consecuencias negativas: la dominación de unos por otros, la relegación de estos
otros a las concepciones de los unos, la reducción de la identidad de estos otros a las
conveniencias de los primeros.

La respuesta de Irigaray es clara, la diferencia no ha participado de la construcción de la


sexualidad femenina porque ha permitido la subordinación de la mujer, la relegación a un puesto
servil y la histórica negación de su identidad.
Bibliografía

1 Irigaray, Luce. Este sexo que no es uno.

2 Cardenal Orta, Tatiana. Ese cuerpo que no es uno. La sexualidad femenina en Luce Irigaray.
Universidad de Zaragoza (España).

3 Moreno Rodríguez, Rosa María. La ideación científica del ser mujer. Uso metafórico en la
doctrina galénica. Dynamis. https://core.ac.uk/download/pdf/13275279.pdf

3 Tomás de Aquino. Suma Teológica.

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