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Las Cajas de
China
Ilustraciones:
LORDE y LORELEI
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ISBN: 978-970-94978-1-6
Un regalo inesperado
erónimo! ¡Jerónimooooo!
-¡ J Toda la casa de Jerónimo, que en realidad
es un departamento situado entre otros departa-
mentos de una unidad habitacional, estaba con-
mocionada. La mamá corría de un lugar a otro.
El papá se rascaba la cabeza. Andrés, su hermano
mayor, repetía una y otra vez, de manera roboti-
zada, la frase:
-“No puede ser. No puede ser. No puede ser”.
Porque una cosa así nunca le había pasado a la
familia Tajín. Nunca. Ni a don Raúl, que era del
sur del país, ni a doña Camelia, que era del norte,
ni a Andrés, que como su hermano nació en el
centro, les había llegado nunca lo que le llegó a
Jerónimo.
Todos estaban alterados, menos... Jerónimo, que
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Gustavo Tajín
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Jerónimo Tajín.
Hijo menor de la familia Tajín.
Presente.
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Instrucciones
Se trata de siete cajas, una dentro de la otra. Son para
abrirlas una por día, durante siete días, claro. Debes
empezar en lunes.
-¡Hoy es lunes! –dijo Jerónimo alborozado.
No interrumpas, sobrino. Ya sé que es lunes. Los de
la empresa de mensajería me aseguraron que las cajas
llegarían en lunes. Prosigo con las...
Instrucciones
Abrirás primero la más pequeña. Luego la que sigue.
Y la que sigue...
Por ningún motivo abras dos cajas el mismo día, so-
lamente en caso de que se te ordene lo contrario. Y
bajo pena de mala suerte durante el resto de tu vida...
¡no vayas a abrir las cajas en desorden! Te caería una
maldición china si, por ejemplo, abres la caja grande,
que es la más tentadora, el lunes. ¡Tienes que abrirla
el domingo! ¡Pero cuando sea domingo! No cuando
digas tú.
En cada caja hay una “cosa” y un “algo”.
Con la “cosa”, tienes que hacer lo que se hace con esas
cosas.
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No hay de otra.
Y con el “algo” tienes que hacer lo que la “cosa” te
indique.
Tampoco hay de otra.
¿Entendiste?
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El algo y la cosa
o, queridos lectores.
N Este capítulo no se trata de la versión filosófi-
ca de El Piojo y la Pulga.
Tampoco de enseñarles por qué, cuando escriban
una redacción, deben evitar la palabra “cosa” y
la palabra “algo” porque como apuntó Andrés
acertadamente, son bastante vagas. Vamos, di-
cen bien poco. Son para usarlas cuando no tienes
nada que decir.
Pero como el tío Gustavo1 se tomó la libertad
de usar las palabras “cosa” y “algo” y “algo” y
“cosa”, para describir de manera sucinta –o sea,
resumidamente- y sumaria –más bien rápido- el
contenido de las cajas de China, en la narración
de esta historia verdadera también nos tomamos
la libertad de usarlas como nombre de capítulo,
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la sala a parlamentar.
-Lo que pide el tío Gustavo es imposible –dijo
Andrés. –Para abrir la caja chica tienes que abrir
la caja grande primero.
-Es cierto –dijo don Raúl.
-Así dijo Gustavo –terció doña Camelia.
-Estaba bromeando –aventuró Andrés.
-¿Y si introdujéramos un barreno en el fondo de
la caja para practicar una limpia perforación y
llegar a la caja pequeña? –propuso don Raúl.
-¿Qué es barreno? –preguntó Jerónimo, mientras
cavilaba.
-Un tornillote –contestó su madre.
-Eso destruiría los “algos”, las “cosas”... y las ca-
jas –dijo Andrés.
-¡Esperen un momento! –dijo Jerónimo, que ha-
bía terminado sus cavilaciones. El tío Gustavo
dijo que en cada caja hay un “algo” y una “cosa”,
que deben ser descubiertos y usados cada día
de la semana empezando en lunes, que es hoy...
¿cierto?
-Cierto –corearon los tres Tajín.
-Bien, no hay otro modo.
Y Jerónimo se dirigió a abrir la caja grande con
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Un “comic” egipcio
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Un vaso de oro.
Cinco jarros de plata.
Un barco de ciento veinte codos de largo.
Un cocodrilo.
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La segunda caja
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taba asegurado.
El palacio de Tebas al que Anup fue invitado a
vivir estaba construido de ladrillo y maderas pre-
ciosas. Todas las paredes y techos estaban ador-
nados con escenas coloridas que reproducían la
risueña vida en Egipto, cacerías de aves y tran-
quilos paseos sobre el Nilo. En las salas podían
admirarse preciosos vasos de vidrio pintado, de
porcelana, plata y oro. Lo que más llamaba la
atención de Anup eran los gigantescos pilares en
forma de tallos de papiro y de loto que susten-
taban el techo, como si éste fuera la flor que re-
ventaba opulenta contra el hermoso cielo azul de
Tebas, surcado por pájaros dorados y palomas
de blancura deslumbrante.
Anup fue instalado en una habitación encanta-
dora, que tenía un balcón desde el que se podía
mirar el Nilo azul flanqueado de palmeras de es-
meralda y colinas violeta.
Ya instalado en sus habitaciones, cercanas a las
del príncipe Tutmosis, vio pasar a un gato de pe-
laje color de paja, tan parecido a su Miw, que hu-
biera jurado que era Miw mismo.
La única diferencia es que este gato traía un co-
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llar de oro.
El gato se quedó mirando a Anup.
Anup se quedó mirando al gato y...
¡Se escuchó un sonoro estornudo!
Pero este estornudo no lo había dado Anup, quien
como se recordará, era alérgico a los gatos, sino el
mismísimo príncipe Tutmosis, que como Anup,
tenía nueve años y adoraba a estos felinos.
El príncipe tomó en brazos al gato y saludó a
Anup con un cortés movimiento de cabeza. Anup
cayó de rodillas, porque le habían enseñado que
tanto el Faraón como su descendencia eran hijos
de Ra, y que sangre divina corría por sus venas.
El príncipe Tutmosis sumergía su cabeza en el
pelaje del gato, que soportaba majestuosamente
la adoración del noble muchacho.
-Sé que te llamas Anup y que naciste en el oasis
de la Sal –dijo el príncipe a su huésped. –Leván-
tate. Vas a vivir aquí durante los próximos cinco
años y ni modo que te la pases pegado al suelo
cada vez que me veas.
-Soy el aprendiz de escriba más afortunado por
vivir bajo el mismo techo que el príncipe Tutmo-
sis –dijo Anup.
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Colosos.
Cambio y fuera.
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El colosito de Memnón
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La tentación
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¡Ajajá!
¡Jerónimo! ¡Te estás saltando las reglas! ¡Estás con-
virtiendo el miércoles en jueves!
¡Quieres leer el libro del jueves en miércoles!
¡Quieres desobedecerme!
¡Quieres que te caiga la maldición china!
¿Quieres que te diga algo, niño desobediente?
¡Perfecto!
¡Has hecho muy bien!
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Caja de China
para abrirse estrictamente
el jueves.
Los hermanos se miraron y asintieron al mismo
tiempo, comprometiéndose a no abrirla hasta ese
día. Jerónimo tomó el libro y Andrés el paque-
te del tamaño de una caja de treinta y seis colo-
res que resultó ser exactamente eso: una caja de
treinta y seis colores con la única particularidad
de que la marca o lo que fuera estaba escrita en
chino. Y chinas eran también las letras pequeñas.
Además...
-¡Niños! ¡Ya llegué!
La voz de la señora Tajín sobresaltó a Andrés y
a Jerónimo, que estuvieron a punto de dejar caer
uno, el libro, y el otro, la caja de treinta y seis co-
lores.
-¡Mamá! –gritaron los dos con un tono tan cómi-
co que Andrés se empezó a burlar de Jerónimo...
y Jerónimo de Andrés.
-¡Pareces pollo! –dijo Jerónimo.
-¡Tú gallina! –dijo Andrés.
-¡No se peleen! –dijo doña Camelia, asomando
la cabeza y constatando que sus hijos estaban a
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La princesa Medianoche
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años.
Lo acompañaba Mih Yan, su discípulo, que aca-
baba de cumplir diez.
Los pintores inclinaron la cabeza porque todos
habían sido alguna vez en su vida discípulos de
Li Po. Porque les había enseñado a trazar el dor-
so del agua, la curva de la Luna, el temblor del
árbol. Porque era ciego y bondadoso y porque
amaba la sombra con la misma serenidad con
que había gozado de la luz.
-Amado Emperador –dijo Li Po respetuosamen-
te. -He venido a participar en el concurso con el
que quieres celebrar el cumpleaños de la prince-
sa Medianoche. Pero antes de que des la orden
para que pintemos la misteriosa realidad quiero
preguntarte si ése es verdaderamente tu deseo.
-No tengo otro, venerable Li Po –dijo el Empera-
dor con voz decidida.
-¿Es también el deseo de tu hija, la princesa Tzu
Yeh? –preguntó Li Po.
-Naturalmente, pues es en su honor –contestó el
padre.
El niño Mih Yan observó que la princesa estaba
contrariada, pues tenía arrugada la nariz, y tiró
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con crestas...
Mientras Andrés leía la noticia, Jerónimo se en-
contraba absorto dibujando las llamas que salían
de la boca de su dragón chino. Estaba poniendo
las chispas azules en el fuego cuando escuchó
gritar a su hermano.
-¡Esto sí que es extraordinario! ¡El lagarto lanza
fuego por la boca! ¡Como los dragones! Aquí dice
que los científicos chinos están sorprendidos por
el hallazgo de este extraño animal lanzafuego y
que esperan encontrar más ejemplares y que...
Jerónimo dejó de escuchar a su hermano. Se que-
dó pasmado de asombro, pues la descripción de
la bestia coincidía con su dibujo. ¿Serían los colo-
res del tío Gustavo los causantes de la existencia
de un animal en el otro lado del mundo? ¿Sería
posible que si dibujaba un dragón en México
apareciera espontáneamente una especie desco-
nocida de lagarto en China?
Decidió hacer otra prueba y pintó, en una esqui-
na de una hoja del cuaderno de Matemáticas, un
ratón gris, de largos bigotes y cola enrollada. Le
puso brillo en los ojos y le dibujó un hilo rojo en
el cuello, para reconocerlo por si se aparecía.
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El borrador
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Map of
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Tigers
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El mapa de tigres
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tigre.
Era un tigre blanco.
Sus músculos lo impulsaron a encaramarse en el
deteriorado remate de una torrecilla. Sobre la es-
tructura, que parecía un caracol abandonado en
la playa, el felino apoyó sus cuatro patas y rugió
con una potencia sobrecogedora.
Sus ojos, esas joyas de ámbar de escalofrío, se cla-
varon en mí y pude verme reflejado en ellos, el
tigre apoderado de mí.
No tuve ganas de huir. Ni siquiera sentí miedo.
Lo miré, como escapándome a través de aquellos
ojos de fuego. Me alegré de ser yo y no los
trescientos batidores del maharajá quien final-
mente se encontrara con el soberano de la selva.
Como no cerré los párpados, puedo dar constan-
cia fiel de lo que en seguida sucedió.
El felino saltó hacia mí, en un principio pensé que
para caer sobre mi cuerpo, pero lo que mis ojos
registraron de ese salto magnífico fue el cuerpo
del animal sobre mi cabeza, tendido en un arco
de belleza increíble, convertido por un instante
en un cielo donde las rayas de la piel eran las
constelaciones. Un salto en el que me libró para
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-¿Dónde?
-No dice –repuso Andrés. –Ya no hay nada es-
crito.
-¡No puede ser! –gritó Jerónimo.
Andrés entregó el diario a su hermano menor.
Jerónimo y Sergio pudieron constatar que efecti-
vamente ya no había nada escrito. William Clark
había llegado a la última página del diario y no
pudo seguir escribiendo porque se le acabó el pa-
pel.
-No estén tan seguros de que se le acabó el papel
–comentó don Raúl cuando le llegó el turno de
examinar el diario. –Siguió escribiendo, pero él
o alguien más arrancó la última página del cua-
derno.
-Justamente en la que Devata le revela el em-
plazamiento de la Ciudad de los Tigres –dijo An-
drés con un brillo aventurero en los ojos. Se había
identificado con William Clark, porque tenía
trece años, como el autor del diario. -¿Saben qué?
En la próxima caja el tío Gustavo nos enviará la
continuación de la historia.
-Más le vale a Gustavo –dijo doña Camelia di-
rigiéndose a la cocina.
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La hoja perdida
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acompañan...
Debo informarles que descubrí la Ciudad de los Tigres
antes de conocer el diario de William Clark, siguien-
do los datos de la hoja perdida en el atlas de nuestra
infancia. Yo no sabía qué buscaba, porque solamente
contaba con la ubicación del sitio:
“A doscientos kilómetros al suroeste de la cueva de
hielo donde nace el río sagrado”. ¿Cuál es el río sa-
grado de la India?
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La última caja
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NOTAS
1
Gustavo Tajín me contó mucho después que usó las palabras “cosa” y
“algo” porque tenía mucha prisa. Estaba a punto de abordar el junco que
lo llevaría a su próxima aventura. Por cierto, un junco es un tipo de velero
que se usa en el Lejano Oriente.
2
Esa reacción fue una de las razones por las que Gustavo Tajín envió las
Cajas de China a Jerónimo y no a Andrés, ni a don Raúl.
3
El juego de senet consistía en avanzar fichas sobre un tablero de 30 casi-
llas, de las cuales unas eran peligrosas y otras de buena suerte. Las reglas
de ese antiguo juego egipcio se han perdido.
4
Como el lector sí recordará, fue en esa barca que surcamos la laguna en
el texto.
5
En egipcio, Meryt significa “la bien amada”.
6
Devata es el nombre que se da en la India a las divinidades menores. Los
dioses supremos se denominan Deva y las diosas son las Devi.
7
Este tipo de cajas son célebres en la India. Conocidas por el nombre de
“El tigre de Tipoo”, simbolizan la victoria del pueblo indio sobre el Impe-
rio Británico.
8
Gustavo Tajín explicó más tarde que el doctor Vedi fundó en el norte de
India un parque de conservación de la fauna amenazada de Asia, principal-
mente el tigre de Bengala.
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INDICE
Un regalo inesperado, 5
Gustavo Tajín, 9
El algo y la cosa, 16
Historia del gato de Anup, 23
Un “cómic” egipcio, 29
Miw y el príncipe Tutmosis, 32
La segunda caja, 37
Historia del príncipe y el escriba, 39
El colosito de Memnón, 47
La historia de Meryt, la mariposa, 49
La tentación, 59
La princesa Medianoche, 68
Treinta y seis colores, 77
El borrador, 85
Historia del príncipe Crisantemo, 89
El mapa de tigres, 103
Diario de William Clark, 110
La hoja perdida, 123
Diario de Gustavo Tajín, aventurero, 130
La última caja, 136
Notas, 140
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NOTAS PERSONALES
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NOTAS PERSONALES
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