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Antropología

La antropología (del griego ἄνθρωπος ánthrōpos, «hombre (humano)», y λόγος, logos, «conocimiento») es


la ciencia que estudia al ser humano de una forma integral, de sus características físicas como animales y de
su cultura, que es el rasgo único no biológico.1 Para abarcar la materia de su estudio, la antropología recurre a
herramientas y conocimientos producidos por las ciencias sociales y las ciencias naturales. La aspiración de la
disciplina antropológica es producir conocimiento sobre el ser humano en diversas esferas, intentando abarcar tanto
las estructuras sociales de la actualidad, la evolución biológica de nuestra especie, el desarrollo y los modos de vida de
pueblos que han desaparecido y la diversidad de expresiones culturales y lingüísticas que caracterizan a la humanidad.
Las facetas diversas del ser humano implicaron una especialización de los campos de la Antropología. Cada uno de los
campos de estudio del ser humano implicó el desarrollo de disciplinas que actualmente son consideradas como
ciencias independientes, aunque mantienen constante diálogo entre ellas. Se trata de la antropología física,
la arqueología, la lingüística y la antropología social. Con mucha frecuencia, el término antropología solo se aplica a
esta última, que a su vez se ha diversificado en numerosas ramas, dependiendo de la orientación teórica, la materia de
su estudio o bien, como resultado de la interacción entre la antropología social y otras disciplinas.
La antropología se constituyó como disciplina independiente durante la segunda mitad del siglo XIX. Uno de los
factores que favoreció su aparición fue la difusión de la teoría de la evolución, que en el campo de los estudios sobre la
sociedad dio origen al evolucionismo social, entre cuyos principales autores se encuentra Herbert Spencer. Los
primeros antropólogos pensaban que así como las especies evolucionaban de organismos sencillos a otros más
complejos, las sociedades y las culturas de los humanos debían seguir el mismo proceso de evolución hasta producir
estructuras complejas como su propia sociedad. Varios de los antropólogos pioneros eran abogados de profesión, de
modo que las cuestiones jurídicas aparecieron frecuentemente como tema central de sus obras. A esta época
corresponde el descubrimiento de los sistemas de parentesco por parte de Lewis Henry Morgan.
LA EVOLUCIÓN DE LAS PLANTAS
En nuestro planeta la vida comenzó en los océanos hace unos cuatro mil millones de años cuando se formaron las primeras
moléculas con las propiedades que se le asignan a la materia viva (ver ‘El origen de la vida, Ciencia Hoy, Vol. 3 N° 17: 58-64, 1992).
Cuando entre estas moléculas apareció la clorofila, se tornó posible aprovechar la energía de la radiación solar para formar
azúcares a partir del agua y del dióxido de carbono de la atmósfera mediante el proceso llamado fotosíntesis, durante el cual
también se libera oxígeno a la atmósfera (ver ‘Agua, carbono, luz y vida, Ciencia Hoy, Vol. 5 N° 27: 41-55, 1994). Los azúcares
permitieron que las primeras células vegetales engrosaran su membrana y acumularan reservas alimenticias. Estas células fueron
las antecesoras de las algas y de todas las plantas verdes. El oxígeno generado por la fotosíntesis actuó como veneno para los
seres más primitivos que cubrían sus necesidades de energía mediante la fermentación (proceso que transcurre en ausencia de
oxígeno) los que para sobrevivir se refugiaron en medios no oxigenados, como el cieno del fondo de ríos, lagos y mares, donde
permanecen todavía. Solo las algas verdes poseen clorofila la que es mucho más estable que los pigmentos de las algas pardas y
rojas. Por eso únicamente las primeras pudieron generar descendientes que fueron los ancestros de todas las plantas terrestres
mientras que las algas pardas y las rojas sobrevivieron restringiéndose a medios a los que no llega la radiación solar.
Las primeras plantas con hojas fueron los musgos a los que la evidencia fósil asigna un origen muy antiguo. Los musgos no
evolucionaron, no se adaptaron a la vida aérea y si bien poseen lignina (componente esencial de la madera a la que le proporciona
su rigidez), no supieron utilizarla. Los musgos, junto a las coníferas y las plantas con flores, constituyen la primera civilización
vegetal que abandonó el medio marino para conquistar la tierra. Las primeras plantas que ‘aprendieron’ a aprovechar la madera
fueron los helechos, los que constituyeron así la primera gran civilización vegetal adaptada a la vida terrestre. Hace cuatrocientos
millones de años, después de una terrible sequía que asoló la tierra, surgieron las primeras plantas erectas como la Rhinia. Las
primeras plantas provistas de madera proliferaron en la Era Primaria inicialmente como hierbas y luego como árboles cada vez
más grandes, que formaron los enormes bosques del Carbonífero, desaparecidos en la actualidad transformados en los
yacimientos de hulla. Estos yacimientos indican la existencia de inmensos bosques pantanosos, constituidos por equisetos
gigantes (de los que actualmente solo quedan algunas especies), helechos con semilla y árboles con óvulos primitivos que,
surgiendo de los pantanos, formaban un extraño paisaje vegetal. Helechos, equisetos y selaginelas (plantas con notoria separación
de sexos) pertenecen a tres grandes líneas vegetales que desde el comienzo de la Era Primaria han evolucionado paralelamente.
Esa evolución concluyó con el desarrollo, hace unos trescientos millones de años del óvulo, un nuevo órgano propio de las plantas
con semilla. La semilla es un óvulo fecundado, donde se desarrolla el embrión, este permanece en un estado de vida latente;
acumula reservas de alimentos para reanudar su crecimiento en el momento de su germinación.
Se acepta que la formación de metabolitos secundarios, o de productos del metabolismo especial, mencionado en el texto central
como principal fuente de sustancias con efectos biológicos, se produjo a partir de la aparición de las plantas con óvulos y que su
máxima expresión se logró con las Angiospermas (plantas con flores), cuya aparición en el curso de la evolución es muy posterior a
la de las plantas con óvulos.
Las primeras plantas provistas de óvulos han desaparecido dejando como rastro solo algunos fósiles. Únicamente el Ginkgo, árbol
venerable, verdadero fósil viviente, proporciona alguna idea de lo que fueron los primeros óvulos. El Ginkgo es el más antiguo de
los árboles; existen dos clases de individuos: machos y hembras, reconocibles por su aspecto diferente. A pesar de su
característica de fósil viviente perdido en la evolución, Ginkgo biloba L. es capaz de adaptarse rápidamente al medio como lo
demuestra en el ejemplo de Hiroshima y Nagasaki mencionado en el texto central. Este árbol se mantiene merced al cuidado de
los seres humanos. En el lejano Oriente se lo considera como sagrado y se lo cultiva alrededor de templos y pagodas, en donde
forman verdaderas reservas naturales, que conservan ejemplares muy viejos. Se le atribuía al Ginkgo la capacidad de alejar los
incendios. Esta creencia cobró nuevo vigor cuando el gigantesco incendio que acompañó al terremoto que destruyó Tokio en
1923, no afectó a un templo que estaba rodeado por numerosos Ginkgos. También se lo cultiva en jardines botánicos y a lo largo
de las calles. Para fines decorativos solo hay que usar árboles masculinos, porque los óvulos no fecundados de los femeninos, al
caer al suelo generan un olor sumamente desagradable. El Ginkgo resiste bien la contaminación, los gases tóxicos emitidos por los
motores de combustión interna y la sequedad del ambiente urbano. En nuestro país se lo encuentra frecuentemente en plazas
públicas (las fotos ilustran dos ejemplares de Ginkgo situados en Figueroa Alcorta y Tagle.
Los helechos también son fósiles vivientes conservados hasta nuestros días y que testimonian cómo habrá sido la vegetación en la
Era Primaria (los Ginkgos son fósiles sobrevivientes de los bosques de la Era Secundaria, con óvulos, sin semillas y sin frutos). Las
primeras plantas con semillas fueron Coníferas (pinos, abetos, sequoias, cedros, cipreses, araucarias, etc.) que aparecieron en la
Era Secundaria cientos de miles de siglos después iniciando una nueva gran civilización vegetal. Luego de una expansión inicial, las
Coníferas retrocedieron por efecto de la presión evolutiva de la última gran civilización vegetal constituida por las plantas con
flores, las cuales poseen ovario y producen frutos. Estas se expandieron con un empuje irresistible que empezó hace cien millones
de años y que no ha cesado de aumentar estableciendo nuevas relaciones, en beneficio mutuo, entre los animales y las plantas.
¿Cuál es la evolución de los animales?
La evolución es un proceso universal que consiste en el cambio gradual de los seres vivos y del resto de objetos del
mundo natural. En efecto, la evolución es algo general que afecta a los animales y a las plantas, pero también a las
rocas, los planetas, las estrellas, y todo cuanto existe en la Naturaleza.
¿Cuáles son los animales que han evolucionado?
10 criaturas que han EVOLUCIONADO en el mundo moderno…
1. Elefante. ...
2. Mono capuchino. ...
3. Polilla moteada. ...
4. Babiana ringens. ...
5. Osos polares. ...
6. Bacalao atlántico. ...
7. Pelirrojo amarillo de tres dedos. ...
8. Ratón casero.
¿Cómo surgieron los animales?
La aparición de los animales en la Tierra fue un momento crucial para el planeta, sin el cual los seres humanos no
existirían. Un equipo internacional de científicos ha hallado la respuesta a cómo surgieron los primeros animales en
la Tierra en antiguas rocas sedimentarias del centro de Australia.
¿Qué dijo Darwin sobre la evolución?
Charles Darwin era un naturalista británico que propuso la teoría de la evolución biológica por selección
natural. Darwin definió la evolución como "descendencia con modificación", la idea de que las especies cambian a lo
largo del tiempo, dan origen a nuevas especies y comparten un ancestro común.

Historia del concepto de persona


El término latino persona tiene, entre otros significados, el mismo que la voz griega prosopon —de la cual se estima a
veces que deriva—, es decir, el significado de "máscara". Se trata de la máscara que cubría el rostro de un actor al
desempeñar su papel en el teatro, sobre todo en la tragedia. (...) A veces se hace derivar persona del
verbo persono (infinitivo, personare), "sonar a través de algo" —de un orificio o concavidad—, "hacer resonar la voz",
como la hacía resonar el actor a través de la máscara.
Se ha discutido si los griegos tuvieron o no una idea de la persona en cuanto "personalidad humana". Se suele pensar
que no. Pero aunque es cierto que los griegos —especialmente los griegos "clásicos"— no elaboraron la noción de
persona en el mismo sentido que los autores cristianos, se puede pensar que algunos tuvieron algo así como una
intuición del hecho del hombre como personalidad, y no sólo como "parte del cosmos" o "miembro del Estado-ciudad".
Tal podría ser, por ejemplo, el caso de Sócrates.
La noción de persona dentro del pensamiento cristiano fue elaborada sobre todo, por lo menos en los comienzos, en
términos teológicos. Contra los que atribuían a Cristo una sola "naturaleza" y también contra los que negaban la
"naturaleza" humana de Cristo, se estableció que Cristo tiene una doble naturaleza —la divina y la humana—, pero
tiene sólo una persona la cual es única e indivisible.
Uno de los primeros autores —según algunos, el primero— que desarrolló plenamente la noción de persona en el
pensamiento cristiano, de tal suerte que podía usarse para referirse (bien que sin confundirlos) a la Trinidad (las "tres
personas") y al ser humano, fue Agustín de Hipona, el filósofo cristiano del s. IV d.C. Este autor habló del asunto en
varias obras, pero especialmente en De Trinitate.
El asunto, sin embargo, no habría ido muy lejos si Agustín no hubiera llenado sus conceptos con la substancia de la
experiencia, y sobre todo de la experiencia que desde entonces se llama justamente "personal" — no una experiencia
como las otras, sino una en la cual en la experiencia le va a la persona su propia personalidad: la "intimidad".
La idea de "intimidad" —o, si se quiere, la experiencia y la intuición de la intimidad— le sirvió para hacer de esta
relación consigo mismo no una relación abstracta, sino una "concreta" y "real" comparable con la que cualquiera de
nosotros/as seguimos aún experimentando.
Uno de los autores más influyentes en la historia de la noción de persona es la del filósofo romano del siglo V d.C
Boecio. Este autor se refirió al sentido de persona como "máscara", pero puso de relieve que este sentido es sólo un
punto de partida para entender el significado último de 'persona' en el lenguaje filosófico y teológico. Y en su Liber de
persona et duabus naturis (Cap. III) Boecio proporcionó la definición de persona que fue tomada como base por casi
todos los pensadores medievales: Persona est naturae rationalis individua substancia — "la persona es una
substancia individual de naturaleza racional".
Los autores modernos no han eliminado estos elementos tradicionales en su concepción de la persona. Así, por
ejemplo, el filósofo alemán del siglo XVII Leibniz  dice que "la palabra 'persona' conlleva la idea de un ser pensante e
inteligente, capaz de razón y de reflexión, que puede considerarse a sí mismo como el mismo, como la misma cosa,
que piensa en distintos tiempos y en diferentes lugares, lo cual hace únicamente por medio del sentimiento que posee
de sus propias acciones" (Nouveaux Essais, II, xxvii, 9).
El filósofo alemán del s. XVIII Immanuel Kant definió la persona —o la personalidad— como "la libertad e
independencia frente al mecanismo de la Naturaleza entera, consideradas a la vez como la facultad de un ser sometido
a leyes propias, es decir, a leyes puras prácticas establecidas por su propia razón" (K. p. V., 155). La persona es "un
fin en sí misma"; no puede ser "sustituida" por otra, y tiene "dignidad", no "precio".
En lo que respecta a Fichte es interesante destacar, no tanto el carácter "central de la persona" en cuanto actividad
moral, como su carácter de ser "foco" o "fuente" de actividades, en su caso relacionadas con la voluntad, la capacidad
de tomar decisiones. En todo caso, el concepto de persona ha ido experimentando ciertos cambios fundamentales, por
lo menos en dos respectos. En primer lugar, en lo que toca a su estructura. En segundo término, en lo que se refiere al
carácter de sus actividades. Con respecto a la estructura, se ha tendido a abandonar la concepción "substancialista" de
la persona para hacer de ella un centro dinámico de actos. En cuanto a sus actividades, se ha tendido a contar entre
ellas las relacionadas con la voluntad y las emocionales al menos tanto como las racionales. Solamente así, piensan
muchos autores, es posible evitar realmente los peligros del impersonalismo, el cual surge tan pronto como se identifica
demasiado la persona con la substancia y ésta con la cosa, o la persona con la razón y ésta con su universalidad.
La definición del filósofo alemán del s.XX Max Scheler es al respecto muy explícita. "La persona —escribe dicho autor
— es la unidad de ser concreta y esencial de actos de la esencia más diversa, que en sí antecede a todas las
diferencias esenciales de actos (y en particular a la diferencia de percepción exterior íntima, querer exterior e íntimo
sentir, amar, odiar, etc., exteriores e íntimos). El ser de la persona 'fundamenta' todos los actos esencialmente
diversos" (Ética, trad. esp. H. Rodríguez Sanz, II, 1942, pág. 175).

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