El extenso territorio que hoy ocupa la República Argentina, estaba
escasamente poblado cuando llegaron los conquistadores españoles, en el siglo XVI. Las fuentes culturales que existían en ese momento eran reducidas y provenían de epicentros limítrofes más desarrollados, como el imperio de los Incas en el noroeste, y los dominios araucanos que lo limitaban al sur en lo que hoy es el centro de Chile, en la cordillera de los Andes. Las tribus contribuyentes que escasamente lo poblaban, eran primarias y culturalmente desnutridas en comparación con el apabullante esplendor de los incas. Buenos Aires, fundada primero por don Pedro de Mendoza en 1536 y destruida por los indios cinco años más tarde, fu e n u e v a m e n t e f u n d a d a por d o n Juan de Garay en 1580, cuando ya existían otros centros urbanos como Asunción del Paraguay, San Miguel de Tucumán y Córdoba. Es lógico, pues, comprender que la colonización española llegara antes por el noroeste, desdé el poderoso vi r r ei n a t o del Perú, que por el Río de la Plata. Como colonizar implica domesticación de los naturales que habitaban el territorio que se coloniza, fue preciso, llegar a la confianza de los nativos para lograr su subordinación. Y en esto, la Iglesia Católica supo representar un papel protagónico. De allí que, un modo ef icaz para internarse en el espíritu del indio, y domesticarlo sin violencia, fue la práctica musical. ". . . en la América hispánica las misiones de los jesuitas se desarrollaron bajo un signo progresista. Venían para purificar, mediante el ejemplo de la abnegación y el ascetismo, a una Iglesia Católica entregada al ocio y al goce desenfrenado de los bienes que la conquista había puesto a disposición del clero. Fueron las misiones del Paraguay las que alcanzaron el mayor nivel; en poco más de un siglo y medio (1603-1768) definieron la capacidad y los fines de sus creadores. Los jesuitas atrajeron, mediante el lenguaje de la música, a los indios guaraníes que habían buscado amparo en la selva o que en ella habían permanecido sin incorporarse al proceso civilizatorio de los encomenderos y los terratenientes. Ciento cincuenta mil indios guaraníes pudieron, así, reencontrarse con su organización comunitaria primitiva y resucitar sus propias técnicas en los oficios y las artes". "La Corona sucumbió finalmente a las presiones de los encomenderos criollos, y los jesuitas fueron expulsados de América. Los terratenientes y los esclavistas se lanzaron a la caza de los indios". La música era entonces, como lo es ahora y lo será siempre, un lenguaje, y el modo de hablarles a estos ariscos y desconfiados habitantes americanos (al menos hasta que el conquistador dominará sus lenguas nativas) era haciendo música. Para ello fue valiosa la colaboración de la Iglesia que, a su vez, alimentaba el propósito evangelizador: dos intenciones concurrentes. Fue así que, desde el Perú, llegaron dos sacerdotes andaluces, el jesuita Alonso Barzana (?-1598) y el franciscano Francisco Solano (1549- 1610), empeñados en la doble tarea. El primero actuó en el área del Tucumán, en la que enseñó villancicos y letrillas populares, y en la que a prendió las lenguas indígenas para fortalecer su trato con los nativos. El segundo llegó un poco más lejos, no sólo geográficamente (actuó en la región de Santiago del Estero), sino también e s p i ri t u a l m e nt e : la Iglesia lo hizo santo por su milagrosa acción evangelizadora. Ambos murieron en el Perú. El rey Felipe III de España, impuesto de la necesaria colaboración de las órdenes religiosas para la evangelización y la conquista de América, y atento -especialmente- a la eficiencia de los jesuitas al respecto, firmó en 1609 una real cédula creando las Misiones Jesuíticas, para obrar en la flamante Provicia del Paraguay , creada por el general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Aquaviva , in dependiente de la del Perú, que abarcaba la extensa zona que hoy comprende el Paraguay, el Litoral argentino de los ríos Paraná, Uruguay y de la Plata, la frontera andina con el Perú, Chile y la. Patagonia. El ·primer provincial que tuvo la orden en estos territorios fue el padre Diego de Torres, quien impuso la obligación de enseñar diariamente la doctrina, el idioma castellano y la música, especialmente a los niños indígenas. En pocos años, las Misiones desarrollaron una notable labor educativa: no sólo instruyeron al nativo en las técnicas agropecuarias y artesanales, sino que también los introdujeron en el correcto uso del idioma y los capacitaron para el buen ejercicio de la música. Hubo reducciones que contaron con adiestrados coros y verdaderas orquestas que incluían instrumentos construidos allí de acuerdo con las enseñanzas de los jesuitas. El indígena de la región no fue un creador, pero sí un hábil intérprete de la música que le enseñaban, un excelente intermediario entre la música europea de importación y el nuevo estado social que le impuso la conquista. Esto les bastaba a los españoles, aunque, posiblemente, no les bastó a los nativos, quienes concentraron en su interior, en su intimidad, la expr esión ancestral que luego se encarnaría en el folklore latinoamericano. Además de las escalas de siete sonidos y del sentido de la tonalidad que conllevó la dominación europea, en la música popular de los territorios de influencia hispana, enraizó definitivamente, y en primer lugar, la polimetría ternaria: equivalencia del compás de 3/4 al de 6/8, su alternancia y superposición, que se advierte en la zamba, la c ueca, la chacarera, el gato, el malambo, el chámame, etcéte ra. La polimetría sobre base binaria, a la que se aludirá respecto del tango, se produjo posteriormente, por influencia de la música ancestral africana. El primer músico profesional que enseñó música a los indios, como misionero, fue el jesuita Juan Vaseo (1584-1623), nacido en Tournay, Bélgica . Luego de ejercer como maestro de capilla del emperador Carlos V, decidió trasladarse a las Misiones Jesuíticas del Paraguay para desarrollar su vocación apostólica. Llegó al Río de la Plata en 1617 y se desempeñó activamente durante siete años en la Misión de Loreto, en el Alto Paraná, donde murió víctima de una epidemia, En el mismo año de su arribo llegó también el jesuita francés Luis Berger (1588-1639), nacido en Amiens Francia, para incorporarse a la Misión de San Ignacio que, gracias a él en pocos años alcanzó el más notable desarrollo artístico entre las Misiones. Berger era pintor, médico, platero, músico y bailarín, condiciones que le permitieron realizar una labor amplia y efectiva en su tarea evangelizadora. La fama que por ello alcanzó, hizo que el Provincial de Chile solicitara a Roma su traslado a la región transcordillerana, y que tam bién se lo reclamara desde el Perú. El hermano Berger pasó varios años en la capitanía trasandina, y murió en Buenos Aires en viaje de regreso a la Misión de San Ignacio. También en 1617 llegó al Río de la Plata otro sacerdote jesuita destinado a la misma reducción de indios, el iniciado · Pedro Comental (1595-1665), nacido e n N á p o l e s , I t a l i a , quien aún no había recibido las órdenes religiosas, para lo cual tuvo que trasladarse a Córdoba. Tres años después, en 1620, comenzó a actuar, siendo ya sacerdote, en la Misión de San Ignacio, donde se le confió la primera escuela de música que hubo en la región para educar a los nativos. A sus aptitudes de músico unió una particular vocación por las matemáticas. Setenta y cuatro años después de que arribaran estos tres religiosos, vino otro sacerdote jesuita con idéntica finalidad: Antonio Sepp (1655-1733) nacido en, T i r o l ( Austria), quien f ue incorporado a otra Misión del Alto Paraná, la de Yapeyú. Su sólida formación le permitió generar el nacimiento del centro musical más destacado de la región. ¡La Misión de Yapeyú, después de que la Misión de San Ignacio declinó a la muerte de Berger y Comenta!, cobró un inusitado esplendor que se prolongó hasta principios del siglo XVIII. Las ceremonias religiosas y las fiestas populares llegaron a tener una relevante ornamenta ción musical gracias a la empecinada y sabia tarea educativa del jesuita. El padre Sepp también compuso diversos textos litúrgicos para que lbs cantaran los indios, y lo hizo en idioma guaraní con el objeto de que los sintieran interiormente. Esto ocurrió más de dos siglos antes de que la Igle sia aceptara como una necesidad el uso de los idiomas regionales en la lec tura y el canto de los textos sagrados. Domenico Zipoli (1688-1725) nacido en Prato da Toscana, Italia, fue sin duda el músico más notable de aquellos religiosos jesuitas que llegaron a Am érica para ejercer el apostolado en las Misiones. En 1717 arribó al puerto de Buenos Aires dispuesto a proseguir sus estudios en el Seminario de Córdoba, recibir las órdenes y trasladarse a las Misiones del Paraguay. 11 11n t•·11 d t• cntr •gu rs u .l a uv n tura qu significa ba la onquista spiritual 1 1<·1 i nc J o 11udam ri ·ano, Zipoli tuv una destacada actuación profesional ('I Hal ut : había strenado en Roma dos oratorios, Sant' Antonio di Pado ua .y an a Caterina vergin e martire , y publicado una colección de piezas baJ O 1 t1 u lo de Sona_te d intauolatura per organo e cimba/o (en dos par t s: la pnmera, para organo, y la segunda , para clave). También se había d_ empeñado como maesto de capilla de la Iglesia del Gesu, y en la Ba s1.lca de San Jua e Letran, de Roma. Para sus prácticas litúrgicas escri b10 umerosas pagmas musicales aún no halladas. El musicólogo esta doumde.nse Robe tevenson escubrió en 1960, en el Archivo Capitular del Cabildo Eclesiastico de la cmdad de Sucre, Bolivia, una Misa para coro a tres voces, con solos vocales y acompañamiento instrumental que se le atribuye con bastante fundamento. ' ZiP? i no alcanzó a ordenarse en el seminario porque la muerte lo sorprend10 prematuramente en un accidente que frustró sus ilusiones de interv;nir en la cruzada misionera. Se ignora dónde reposa sus restos, que yacenan en el hogar de descanso que los jesuitas poseían a 50 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Se había accidentado en el Convento de Santa Catalina, de la capital mediterránea, cuyas monjas aún hoy cantan un Cre do que tam bién se le atribuye al maestro toscano. En 727 lle?ó al Río de la Plata otro sacerdote jesuita, el padre . Mtu _ Schm1d P. 94-1773_), acido en Baar, Cantan de Zug, Suiza, qm? eJercio en la M ion de Chqmos, en cuya zona de influencia perma necio -asta la expuls10n de l_os J esuitas en 1767. Era organista prof esional Y habihd oso constructor de mstrumentos musicales. También fue relojero Y tallista, lo que le permitió introducir al indio en los secretos de la escul tura en madera, según todavía se advierte en las ruinas de San Ignacio. En 1 tre sus discípulos figuró el novicio Juan Mesner (1703-1}68), nacido en Aust, Bohemia , quien luego de ordenarse sacerdote en Cordoba -había llegado al puerto de Buenos Ai res en 1733-, secundó a Schmid en la Misión de Chiquitos. V itidós año _antes de qe el rey de España expulsara a los jesuitas d_e Amenc , _las MlSlon s segman incorpora?do riqueza humana para su f irme proposito evangelizador. En 1745 llego a Buenos Aires el padre es pañol . Juan Fecha (l7_7-181 2),_nacido en Santiago de Compostela, Galicia, destmado a una MlSlon extrahtora leña: la reducción de los indios Lules en el Tucumán, donde enseñó música, la práctica del canto y el manej de los más diversos instrumentos. Algunos años más tarde, en enero de 1749, llegó también al puerto de Buenos Aires otro religioso jesuita, el alemán Fl<?rian Bm. k ( o Pauck_e) (1719-1780), quien t{ivo que completar sus estud10s eclesiasticos en Cardaba para poder incorporarse a la Misión de los indios Moc?bíes, en la _re? ón de Santa Fe. Era violinista y compositor, pero su cometido no consist10 solamente en la tarea doméstica de enseñar música a los indígenas, sino también en prepararlos adecuadamente en la práctica coral e instrumental de conjunto, lo que provocó el asombro de los españoles ,cuando comprobaron_ ;1 alto_ nivel artístico de su coro y su orquesta de camara. Con ellos ofrecio conciertos en Buenos Aires en los que dio a conocer obras propias, consagradas a la liturgia, escritas en suelo americano. Cuando sobr vino la expulsión de la mpañ ía d J sú s, 11 1767, debió regresar a Europa. Se estableció en 1 monasterio d Zw W , Baja Austria, donde redactó sus memorias , curiosamente tituladas Aqu í y allí. Allí placer y regocijo, aquí amarguras y angustias . El nivel internacional alcanzado por los guitarristas argentinos del siglo XX, de hecho prestigia la guitarra en el Río de la Plata, de manera tal que prolonga una historia paralela a la de la música argentina en su totalidad , y que, como aquella, arranca desde la introducción del instrumento por parte de los misioneros jesui tas. Muchos de ellos no sólo tocaban la guitarra -instrumento de cómodo traslado y de amplias posibilidades en toda la gama de exigencias artísticas-, sino que, como se ha visto, tam bién eran luthiers. En señaron a tocar la guitarra y a construirla, para lo cual tuvieron a su alcance las preciosas maderas de los bosques vírgenes del noreste. Sin embargo, la guitarra jesuítica, al parecer -los cronistas de la época fueron bastante desprolijos en materia de precisiones musi cológicas-, no prolif eró en el rango clásico tras las huellas del arte punteado de los vihuelistas, pero es evidente que enraizó en la prác tica musical popular, en el estilo rasgueado que heredaría el gaucho, y que en aquellos inicios acompañó los cánticos que coadyuvaron en la catequización.