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Una playa, una isla un poco lejos de la orilla, con un faro siempre encendido de

verde luz, alumbrando desde las farolas de su base submarina. En la playa un


joven griego semidesnudo en postura filosófica comparte el montículo de arena
con un mono de gorrita curiosa; roja y morada. Éste parecía querer hablarle al
joven griego, pero los globos que sostenía con su cola se le escapaban
constantemente, tras algunas conversaciones en privado, complots. Escapaban y
se dirigían hacia el palacio de la colina, en otra isla; ésta un poco más alejada de
la orilla que la otra.
Radiante la torre superior izquierda, oscilando bajo el péndulo del sol,
derritiéndose sobre el meridiano de la luna occidental abstraída en la laguna de
la esférica base del palacio, simulando una especie de proyección holográfica la
puerta de cartón iba reduciéndose hacia el piso, terminando con un fuerte golpe
tectónico sobre el gras del trapecio de entrada. La consorte de guardias estaba
vestida completamente de púrpura transparente y se anudaban a largas picas
metálicas, el sombrero era de color ámbar con un listón negro que caía hasta
donde terminaban las botas. La consorte estaba conformada por quince
individuos montados en diez-dies-tras avestruces de batalla. Coloqué mis dos
manos a cada costado de los ojos, con la palma hacia ellos y los pulgares
apuntando al piso. Extendí los demás dedos y súbitamente di una palmada a la
altura de mi frente. Me dejaron ingresar.
Donde terminaba el dominio de la consorte, la arena se veía adornada por una
alfombra rojísima y bordeada con dorados y luminosos detalles oníricos,
montañosos, con abundancia de mágicos y deformes algarrobos. La puerta se
diluye en maderas menores que sostienen el régimen de las polillas que
recubren la entrada de su cueva ante los vestigios de algunos rayos solares sobre
las butacas a cada costado de la puerta, que estaban vacías. Me dispuse a entrar.
Una larga mesa me recibió en los primeros metros pasando la puerta. Estaba
cubierta completamente por brillante vajilla de plata. Un mayordomo
aguardaba ansioso abrazado al costado de la silla mayor.

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