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Nubes y árboles alborotan mi campo de visión.

Una tierna mirada rebota


ante mis ojos. La sigo, babeando deseos imposibles. La sonrisa se pierde
entre ropas diversas y entre una multitud de faroles y casas sin número.
Me siento abatido. Oscilando entre la vereda y el asfalto voy esquivando
sombras. Una de éstas se detiene a verme y empieza a brillar de morado
iridiscente. Me extiende un tentáculo, lustroso y translúcido. Lo rechazo
y echo a correr. Corro tratando de esquivar los carros que se quieren
estrellar contra mi. Me detengo a descansar frente a níveas montañas
que rascan el cielo. Veo insectos y ovejas y caballos, en planos distintos
y superpuestos. Me enfoco en uno de ellos, mis pestañas se proyectan
hacia él y casi puedo tocarlo, pero se empieza a alejar. Decido que no
vale la pena perseguirlo. Me ahogo en el césped y me quito la camisa. El
cielo converge con mi ombligo. No necesito buscar nada. Río bajito.

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