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Semestre ENERO-JUNIO 2019

Declaracion de los Derechos del Hombre y el


Ciudadano

Declaración de Independencia de los Estados


Unidos de América

Materia: HISTORIA DEL PENSAMIENTO

1
INTRODUCCION
En trabajo presento el contenido de dos documentos importantes por la
repercusión política que se dio desde que vieron la luz a finales del siglo XVIII, los
cuales son el estandarte en una lucha del pueblo para liberarse de una forma de
gobierno autoritaria y déspota como lo era la monarquía de esa época, no solo en
América donde el monarca británico explotaba de manera desmesurada el
territorio, para después contagiar a Europa, estos documentos son La declaración
de independencia de los Estados Unidos de América y La Declaración de los
Derechos del hombre y del ciudadano.

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Declaración de Independencia. El 4 de julio de 1776, se redactó en el Congreso
una declaración de los representantes de los Estados Unidos de América reunidos
en asamblea general.
El 7 de junio de 1776, Richard Henry Lee de Virginia presentó una resolución
instando al Congreso, que se reunía en Filadelfia, a declarar la independencia de
Gran Bretaña. Cuatro días después, Thomas Jefferson, John Adams, Benjamín
Franklin, Roger Sherman, y Robert R. Livingston fueron elegidos miembros del
comité encargado de redactar una declaración de independencia. El escrito
producido por el comité se leyó en el Congreso el 28 de junio. El 4 de julio el
Congreso adoptó la Declaración de Independencia, que contenía una serie de
quejas contra la corona británica. El documento fue impreso y distribuido por todas
las colonias en forma de volante. Los volantes eras hojas grandes de papel,
normalmente impresas por una cara, populares en el siglo XVIII como método
rápido de distribución de información importante. Se colocaban en los
ayuntamientos y cafés, se leían en las iglesias y las reuniones públicas, y con
frecuencia eran reimpresas, en su totalidad o solo fragmentos, en los periódicos
locales.

CONTENIDO DEL DOCUMENTO:

La Declaración unánime de los trece Estados Unidos de América, cuando en el


curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver
los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la
tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa
naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que
declare las causas que lo impulsan a la separación.
Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados
iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que
entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos,
que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que
cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios,
el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que
se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su
juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La
prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y
transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha
demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males
sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está
acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida
invariablemente al mismo objetivo, evidencia en designio de someter al pueblo a
un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y
proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.

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Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora la necesidad que
las obliga a reformar su anterior sistema. La historia del presente Rey de la Gran
Bretaña es una historia de repetidos agravios y usurpaciones, encaminados
directamente hacia el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados.
Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
Ha rehusado su aprobación a leyes de las más saludables y necesarias para el
bien de todos.

Ha prohibido a sus gobernadores aprobar leyes de importancia inmediata y


urgente, a menos que se suspenda su puesta en vigor hasta no haber obtenido su
aprobación; y, una vez hecho así, ha desdeñado totalmente ocuparse de ellas.
Se ha rehusado aprobar otras leyes para la colocación de grupos numerosos de
personas, a menos que estas renuncien al derecho de representación en la
legislatura, derecho inestimable para ellas y temible solo para los tiranos.
Ha convocado a los cuerpos legislativos en lugares inhabitables, incómodos y
distantes del depósito de sus archivos públicos, con el solo propósito de cansarlos
en el cumplimiento de sus disposiciones.

Ha disuelto repetidamente las cámaras de representantes, por oponerse con


firmeza viril a su violación de los derechos del pueblo.
Después de disolverlas, durante mucho tiempo se ha rehusado a que se elijan
otras, por lo que los poderes legislativos, no sujetos a la aniquilación, sin
limitaciones han vuelto al pueblo para su ejercicio, mientras que el estado
permanece expuesto a los peligros de invasión externa y a las convulsiones
internas.

Se ha propuesto evitar la colonización de estos estados, obstaculizando con ese


propósito las leyes de naturalización de extranjeros, negándose a aprobar otras
que alienten las migraciones en el futuro y aumentando las condiciones para las
nuevas apropiaciones de tierras.

Ha entorpecido la administración de la justicia, rehusando su aprobación a leyes


para el establecimiento de los poderes judiciales.
Ha hecho que los jueces dependan de su sola voluntad, por la tenencia de sus
cargos y por el monto y pago de sus salarios.

Ha creado una multitud de nuevos cargos y enviado aquí enjambres de


funcionarios a hostigar nuestro pueblo y a comerse su hacienda.

Ha mantenido entre nosotros, en tiempos de paz, ejércitos permanentes sin el


consentimiento de nuestra legislatura.

Ha influido para hacer al ejército independiente del poder civil y superior a él.
Se ha aliado con otros para someternos a una jurisdicción extraña a nuestra
constitución y desconocida por nuestras leyes, dándoles su aprobación para sus
actos de pretendida legislación:

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Para acantonar nutridos cuerpos de tropas armadas entre nosotros;

Para protegerlos, mediante juicios simulados, del castigo por los asesinatos de
que hayan hecho víctimas a los habitantes de estos estados;

Para impedir nuestro comercio con todas las partes del mundo;

Por imponernos impuestos sin nuestro consentimiento;

Para privarnos, en muchos casos, de los beneficios del juicio con jurado;

Para llevarnos a ultramar con objeto de ser juzgados por supuestas ofensas;

Para abolir el libre sistema de leyes inglesas en una provincia vecina,


estableciendo allí un gobierno arbitrario y extendiendo sus fronteras a manera de
hacer de ella un ejemplo y un instrumento adecuado para introducir el mismo
gobierno absoluto en estas colonias;

Para quitarnos nuestras cartas [privilegios], aboliendo nuestras leyes más


estimables y alterando fundamentalmente las formas de nuestros gobiernos:

Para suspender a nuestras legislaturas y declararse a sí mismo investido de poder


para legislar por nosotros en cualquier caso que sea.

Ha abdicado al gobierno de aquí, declarándonos fuera de su protección y


costeando la guerra en contra nuestra.

Ha saqueado nuestros mares, devastado nuestras costas, incendiado nuestras


ciudades y destruido las vidas de nuestra gente.

En este momento, transporta grandes ejércitos de mercenarios extranjeros para


concluir su obra de muerte, desolación y tiranía, iniciada ya en condiciones de
crueldad y perfidias apenas igualadas en las más bárbaras épocas y totalmente
indignas del jefe de una nación civilizada.

Ha obligado a nuestros conciudadanos capturados en alta mar a empuñar las


armas contra su propio país, a convertirse en verdugos de sus amigos y hermanos
o a perecer bajo sus manos.

Ha alentado las insurrecciones domésticas entre nosotros y ha tratado de inducir a


los habitantes de nuestras fronteras, los despiadados indios salvajes, cuya norma
de lucha es la destrucción indiscriminada de todas las edades, sexos y
condiciones.

En cada etapa de estas opresiones hemos pedido justicia en los términos más
humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado solamente con
repetidos agravios. Un Príncipe, cuyo carácter está marcado por todos los actos
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que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el gobernante de un pueblo
libre.

Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos. Les hemos


prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder legislativo para
englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les hemos recordado las
circunstancias de nuestra emigración y radicación aquí. Hemos apelado a su
innato sentido de justicia y magnanimidad, y les hemos conjurado, por los vínculos
de nuestro parentesco, a repudiar esas usurpaciones, las cuales interrumpirían
inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia. También ellos han sido
sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad. Debemos, pues, convenir en
la necesidad que establece nuestra separación y considerarlos, como
consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra,
amigos en la paz.

Por lo tanto, los representantes de los Estados Unidos de América, convocados


en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de
nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas
Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: que estas colonias
Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados libres e independientes; que
quedan libres de toda lealtad a la Corona británica, y que toda vinculación política
entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y debe quedar disuelta; y que,
como Estados libres o independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra,
concertar la paz, concertar alianzas, establecer el comercio y efectuar los actos y
providencias a que tienen derecho los Estados independientes. Y en apoyo de
esta Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina
Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor.

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Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano adoptada por la
Asamblea Nacional durante las sesiones del 20, 21, 25 y 26 de agosto de 1789, y
aprobada por el Rey

El 17 de junio de 1789, los miembros del Tercer Estado


(aquellos miembros del parlamento francés anterior a la revolución, los Estados
Generales, que no pertenecían al Primer Estado, la nobleza, o el Segundo Estado,
el clero) se reunieron y declararon la Asamblea Nacional de Francia. Alarmado por
este acontecimiento radical, el rey Luis XVI (1754-1793) decidió poner fin a
sus deliberaciones y prohibió el acceso a la sala en Versalles donde se habían
estado reuniendo.
Durante los días siguientes, la mayoría de los miembros del clero en los Estados
Generales y gran parte de la nobleza declararon su apoyo a la nueva asamblea. El
27 de junio, todos menos uno de los 577 miembros del Tercer Estado juraron
permanecer juntos hasta que se hubiera redactado una constitución para el país.
Se lo denominó el Serment du Jeu de Paume (Juramento del Juego de Pelota),
por el lugar donde se congregaban los parlamentarios cuando el rey los excluyó
de su antiguo lugar de reunión. Luis XVI decidió entonces invitar a los otros dos
estados para unirse a la asamblea, que el 9 de julio de 1789 se convirtió en la
Asamblea Nacional Constituyente. El 4 de agosto, la asamblea aceptó una
propuesta de uno de sus representantes, Jean-Joseph Mounier, de añadir una
declaración sobre los derechos humanos al inicio de la constitución. El 12 de
agosto, se eligió la comisión para examinar y combinar las diferentes propuestas
de la declaración. Un documento compuesto por 19 artículos fue presentado el 17
de agosto y analizado durante las sesiones parlamentarias del 20, 21, 25 y 26 de
agosto. Honoré Mirabeau, desde el podio, leyó la declaración el 26 de agosto, que
se adoptó el 2 de octubre. Los disturbios causaban estragos. Instado por el
marqués de La Fayette, Luis XVI aprobó el texto el 5 de octubre de 1789.  La
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de
1789 es uno de los textos fundamentales incluidos en el preámbulo de la
Constitución francesa de octubre de 1958. Aquí se presenta la primera edición
impresa, que pertenece a las colecciones de la Biblioteca Nacional de Francia.
CONTENIDO DEL DOCUMENTO:

Los artículos de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del


Ciudadano son los siguientes:
1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las
distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común.
2. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos
naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la
propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
3. La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún
individuo, ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que
no emane directamente de ella.
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4. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los
demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros
límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de
los mismos derechos. Estos límites solo pueden ser determinados por la ley.
5. La ley solo puede prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo
que no está prohibido por la ley no puede ser impedido. Nadie puede verse
obligado a aquello que la ley no ordena.
6. La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos
tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de
sus representantes. Debe ser igual para todos, sea para proteger o para castigar.
Siendo todos los ciudadanos iguales ante ella, todos son igualmente elegibles
para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a sus distintas
capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y
conocimientos.
7. Ningún hombre puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento,
excepto en los casos determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por
esta prescritas. Todo aquel que promueva, solicite, ejecute o haga que sean
ejecutadas órdenes arbitrarias, debe ser castigado, y todo ciudadano requerido o
aprendido por virtud de la ley debe obedecer inmediatamente, y se hace culpable
si ofrece resistencia.
8. La ley no debe imponer otras penas que aquellas que son estrictas y
evidentemente necesarias; y nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley
promulgada con anterioridad a la ofensa y legalmente aplicada.
9. Todo hombre es considerado inocente hasta que ha sido declarado convicto. Si
se estima que su arresto es indispensable, cualquier rigor mayor del indispensable
para asegurar su persona ha de ser severamente reprimido por la ley.
10. Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aún por sus
ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden
público establecido por la ley.
11. Puesto que la libre comunicación de los pensamientos y opiniones es uno de
los más valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y
publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta
libertad en los casos determinados por la ley.
12. Siendo necesaria una fuerza pública para garantizar los derechos del hombre
y del ciudadano, se constituirá esta fuerza en beneficio de la comunidad, y no para
el provecho particular de las personas a las que ha sido confiada.
13. Siendo necesaria, para sostener la fuerza pública y subvenir a los gastos de
administración, una contribución común, esta debe ser distribuida equitativamente
entre los ciudadanos, de acuerdo con sus facultades.
14. Todo ciudadano tiene derecho, ya por sí mismo o por su representante, a
constatar la necesidad de la contribución pública, a consentirla libremente, a

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comprobar su adjudicación y a determinar su cuantía, su modo de amillaramiento,
su recaudación y su duración.
15. La sociedad tiene derecho a pedir a todos sus agentes cuentas de su
administración.
16. Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la
separación de poderes determinada, no tiene constitución.
17. Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie podrá ser privado
de él, excepto cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige de
manera evidente, y a la condición de una indemnización previa y justa.

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CONCLUSIÓN

Los documentos antes señalados reconocen el ejercicio de un poder derivado de

las leyes de la naturaleza y no el regalo de un monarca para el pueblo, como

consecuencia nace un gobierno democrático, el cual aun en nuestros días

sigueexpendiéndose a lo largo del mundo.

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REFERENCIAS

Dunlap, J. (2016). Declaration of Independence. In Congress, July 4, 1776,

a Declaration by the Representatives of the United States of America, in General

Congress Assembled. Biblioteca Digital Mundial. Filadelfia, E.U. Recuperado de

https://www.wdl.org/es/item/109/ el 29 de enero del 2020.

Dunlap, J. (2015). Declaration des droits de l'homme et du citoyen :

décrétés par l'Assemblée nationale, dans les séances, des 20, 21, 25 et 26 aout

1789, sanctionnés par le roi. Biblioteca Digital Mundial. Francia. Recuperado de

https://www.wdl.org/es/item/14430/#q=declaracion+de+los+derechos+del+hombre

&qla=es/ el 29 de enero del 2020

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