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Arbolito musiquero

Horacio F. Nigro*

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Aprovechando, como lo hacíamos año tras año, las vacaciones
cortas de Semana Santa o como se dice aquí “Semana de
Turismo”, una docena o menos de coetáneos amigos, y quienes
por entonces resultaban ser algunos compañeros de Liceo,
determinamos armar una pescatoria en el río y montes que
bordean el caudaloso río Santa Lucía1, a cinco o seis leguas2
antes de su desembocadura en el Río de la Plata, Uruguay.

Tomamos un ómnibus que diariamente hacía su recorrido hasta


lo que se llama paraje Aguas Corrientes, por la represa que tiene
O.S.E.3 allí, final de nuestra aventura montaraz.

Siempre íbamos cargados hasta los topes de vituallas y avíos de


pesca, abrigos para soportar las noches bajo pleno monte
indígena.

Siempre nos abastecíamos, finalmente, en una modestísima


carnicería, lindera también a un modesto almacencito para
proveernos de galleta, yerba mate, vino y alguna cosita más para
pasar de jarana y chupas a lo lindo.

La sorpresa fue grande porque esta vez encontramos dichos


comercios, únicos en el pago, cerrados: Como eran vecinos casa
por medio y además parientes, también ellos organizaron un

1
Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Santa_Luc%C3%ADa_%28Uruguay%29
2
1 legua = 5 km

3
Obras Sanitarias del Estado, empresa estatal uruguaya de suministro de agua potable.
paseíto por la zona, no sabíamos para dónde ni por cuánto
tiempo.

El botero que nos cruzaba el río vivía cerquita; fuimos por él,
pero estaba bastante encopado como para remar a contra
corriente. Nos agarrábamos la cabeza por tantas contrariedades.
Le explicamos al botero que nosotros éramos conocido de años
anteriores, pero se nos negó argumentando que el bote “hacía
agua”, y por las chupas que tenía, a contracorriente y con tanta
carga no podía. Lo convencimos que como éramos jóvenes le
ayudaríamos a remar por el cruce del rio –hacer de timoneros y
en dos viajecitos llegar al puertito al que siempre íbamos. Fue
posible convencerlo. Pero al llegar a la otra orilla donde estaba
dicho puertito todo estaba lleno de barro y los mosquitos nos
abrazaban contentos con cordiales picotones.

Teníamos gran ansiedad en desembarcar nuestro equipaje para


ir a buscar a los restantes que vendrían en segundo viaje…

Por razones expresadas lo nuestro era pocas cosas: algunas


galletas criollas, una bolsa grande de papel de astraza
conteniendo unos veinte buñuelos hechos de harina de trigo y
huevo de avestruz4, tarros con tierra y lombrices para
mojarrear5, una botella empezada de caña con pitanga6, un poco

4
Así también, vulgarmente se identifica en el Río de la Plata al ñandú, versión sudamericana del
avestruz africano.
5
Expresión para referirse los uruguayos y otros sudamericanos a la pesca de la mojarra (Diplodus
vulgaris)

6
La pitanga es un fruto rojo y pequeño de sabor dulce y agrio al mismo tiempo, muy parecido a una
baya. Su piel es de textura suave y una mínima semilla que no se come. El guindado de pitangas está
hecho en base a caña y pitanga, añejado durante el mayor tiempo posible (por lo menos seis meses)
para que el licor tome el gusto y el alcohol no sea tan fuerte.
de queso y fiambre… Pero de carne para asar, ¡nada!, ni para
entretener el garguero.

A poco de llegar al abra7 de siempre, descubrimos que ya otros


visitantes, no se sabe cuándo, habían dejado papeles rotos en
pedacitos, colillas de cigarros y otras basuras más.

Nos largamos de apuro en busca de leña seca para hacer fuego, y


con el humo aprovechar a espantar los mosquitos, calentar agua
para preparar el mate, ensartar los aparejos y disponernos para
lograr alguna modesta pesca para poder masticar algo y aguantar
parte de la noche soñando agarrar algún bagre distraído, alguna
tararira8 desorientada, que de noche es cuando suelen arrimarse
a las orillas y poder picar con más suerte.

La suerte, de todas formas, nos fue esquiva y atendiendo al


parecer de muchos de los nuestros, lo mejor era caminar unos
cien metros dentro del monte y dar con una laguna honda de
rica pesca según recuerdos nacidos en tiempos pasados.

Allá se largaron, en plena oscuridad de la noche, tres o cuatro


pescadores nuestros, empecinados en lograr mejor suerte. Entre
ellos, mi hermano mayor, Ernesto, quien cuando no tenía trabajo
como pintor se largaba monte adentro remando su botecito
casero, hecho de tablas y latas. Se metía en los montes solitario,
llevaba honda9, cuchillo, maleta, sal y qué sé yo más qué, para
despacito arrimarse a unas arboledas llenas de nidos de paloma
con sus pichonadas. Cazadas las que a su gusto podía, las

7
Americanismo, espacio desmontado, claro en un bosque.(DRAE)
8
Arg. y Ur. Pez común de agua dulce, de carne comestible, de forma alargada y color gris pizarra,
agrisado hacia los flancos, que alcanza los 60 cm de longitud. Es veloz, agresivo e ictiófago voraz. (DRAE)
9
Arg. y Ur. tirachinas.(DRAE)
desplumaba, las charqueaba10 y así vivía una veintena de días
para seguir corriendo palomas, y aprovechar a cocinar “polenta11
con pajaritos”. Portaba su revólver de dos caños con el que solía
cazar también algún carpincho12, que luego de limpiar, hacía de
él charque y chorizo.

Prosigo con el asunto de la pesca, contando que se instalaron en


la orilla de la laguna “El Cilindro”, quedándome yo sólo en el
campamento. Ya como dormitando a la luz y calor del fogoncito,
tapado hasta las orejas, siento que golpean las manos para
seguidamente ver que se trataba de dos robustos negros que
venían buscando algún calmante, pues comiendo un trozo de
pescado uno de ellos, en su tremenda lengua, se había ensartado
una pequeña espina que le impedía comer y le hacía deglutir con
mucho dolor. Enseguida me paré sorprendido y con mucho
miedo les escuché al tiempo que sentí el regreso, dentro de la
oscuridad del monte y retornando de la laguna, de Adhemar, su
hermano Beto y Oscar Inzaurralde, el primero y el último
estudiantes adelantados de Facultad de Medicina. “Miren
señores –les expliqué- “estos amigos que van llegando con los
primeros pescados, pueden darle una mejor idea de cómo
superar su dolor de lengua”. Así fue, Adhemar e Inzaurralde
observaron la lengua del moreno y le dijeron que lo único que
podía calmarle sería un buche alcohólico de caña13, que

10
tr. Arg., Bol., Chile, Par., Perú y Ur. Hacer charqui (o charque), carne salada y secada al aire o al sol
para que se conserve. (DRAE)
11
Preparado de harina de maíz.
12
Am. Roedor americano de hábitos acuáticos, que alcanza el metro y medio de longitud y llega a pesar
más de 80 kg. Tiene la cabeza cuadrada, el hocico romo y las orejas y los ojos pequeños. Su piel se utiliza
en peletería. (DRAE). Víctima ancestral de la depredación humana esta especie en extinción está
actualmente protegida a pesar de los cazadores furtivos que aprovechan el largo feriado de la Semana
Santa, que en Uruguay ocupa los siete días.
13
Destilado de la melaza de la caña de azúcar.
habíamos llevado, y que pasadas algunas horas, su misma saliva
haría calmar su dolor. Yo, por pura casualidad, tenía en el bolsillo
un par de aspirinas dando vueltas con tres pequeños cohetes
para festejar a media noche con luces como de bengala. Los
morenos se retiraron con cortesía y agradecimientos,
perdiéndose en la oscuridad de la noche. Oscar, Beto y Adhemar
me pidieron dos de los tres cohetes14 que tenía secretamente
resguardados para con mejor sorpresa irrumpir con su encendido
para admiración de todos que ignoraban tal propósito.

Marcharon de regreso a la laguna con la intención de asustar a


los empecinados pescadores amigos sentados con sus aparejos
en la orilla.

Cuando llegaron éstos al borde del barranco se propusieron


asustar a los de abajo pescando, con ruidos y bufidos previos,
imitando fantasmas; y escondidos arrojaban tierra para abajo,
como desmoronando piedras. Mi hermano Ernesto comenzó a
suplicarles desde el llano: “si son ustedes déjense de jorobar,
dense a conocer porque largo un tiro al aire. ¡Cuidado!”

Nadie sabía que Ernesto, como era de costumbre por si algún


bandido o algún carpincho se le presentaba, tenía un viejo
revólver de verdad. Como la cosa seguía, determinó largar un
tiro al aire. Los “desconocidos” provocadores encendieron
seguidamente los cohetes con sigilo y los lanzaron al aire con el
consiguiente estruendo.

Ernesto y los demás compañeros pescadores, cavilaron: “estos


no son los nuestros” y gritó: “¡Entréguense si son ustedes, si no
los mato!”.

14
petardos
A lo que resultó ser un instante dramático, estos “fantasmas” se
dieron a conocer, con miedo a que el destino de un chiste malo
hubiere sido el de tragedia.

Se volvieron al campamento con unos pocos pescados más y


mucho arrepentimiento de tal travesura. Arrepentidos se
abrazaron y pidieron perdón, nadie sabía de tales explosivos ni
de dónde venían. La suerte quiso que no pasara más que un
tremendo susto de las dos partes.

Avivamos el fuego, asamos el pescado y nos tendimos agotados


de cansancio para poder dormitar en aquella madrugada fría y
ventosa.

Al clarear el día, nos despertó, viniendo de muy cerca, de por ahí


nomás, una musiquita corta que se repetía cada medio segundo.
Con mucho sigilo nos levantamos y en pasitos cortos, abriendo
las ramas espesas de guayabo15 de monte, nos aproximamos
para comprobar con mucho asombro que dicha “musiquita”
provenía de un brote de coronilla16 gigante, de largas y blancas
espinas, de las cuales una rozaba el surco de un trozo grande de
disco de gramófono, de aquellos de pasta de 78 r.p.m. con un
sello rojo. Resultaba que el viento madrugador había logrado
hacer insertar la púa vegetal milagrosamente en el surco,
reproduciendo con insistencia la tal musiquita.

Asombrados y a las carcajadas, le dimos una patada al trozo de


disco, con el riesgo de insertarnos alguna de las espinas.
Regresamos al cercano campamento y aprontamos el amargo de
15
Árbol de América, de la familia de las Mirtáceas, que crece hasta cinco o seis metros de altura, con
tronco torcido y ramoso, hojas elípticas, puntiagudas, ásperas y gruesas, flores blancas, olorosas,
axilares, de muchos pétalos redondeados, y cuyo fruto es la guayaba.
16
Arg. y Ur. Árbol espinoso y de madera dura de hasta ocho metros de altura, de tronco tortuoso de
color morado, copa redondeada y hojas pequeñas, coriáceas y brillantes. Su madera se utiliza para
postes, carbón y leña. (DRAE)
la mañana, comentando asombrados la causa de la misteriosa
melodía.

Cuando, días después y ya de regreso, cruzábamos el río, a


Ernesto, que siempre se las dio de cantor (pues tenía buena voz)
entre el balanceo del bote) y como saliendo de su subconsciente
le dio por silbar bajito: “Blanca Palomita que pasa volando
rumbó a la casita donde está mi amor…”17. Puede que ese fuera
el tema truncado escuchado días atrás. Puede que fuera… ¿por
qué no?

*
Horacio F. Nigro, (n. en Durazno, Uruguay, 1923). Es un reconocido restaurador de antigüedades en
su país, quien desde joven fue habilidoso y sensible aficionado al dibujo y la pintura. Haber nacido
junto a un río, como el Yí, imprimió -según su propia confesión- con indeleble trazo, su sensibilidad y
recogimiento ante el paisaje de la naturaleza. Este es un relato auténtico, vivido en su juventud y ya
radicado en Montevideo, de una excursión de pesca al Río Santa Lucía con entrañables personajes de
su familia y amistad.

17
Parte de la letra del popular “Palomita Blanca”, vals criollo compuesto en 1929 con música de
Anselmo Aieta y letra de Francisco García Jiménez. (ver:
http://www.todotango.com/english/las_obras/letra.aspx?idletra=117)

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