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Si vas a seguir a Jesús, prepárate para la prueba

Hijo, si te decides seguir y servir al Señor, prepara tu corazón para la prueba. Endereza tu alma, tu corazón. Sé firme y no te
inquietes en el momento de la desgracia. Únete al Señor y no te separes para que al final de tus días seas enaltecido. Acepta de
buen grado todo lo que te suceda y se paciente en las vicisitudes de tu humillación porque el oro se purifica en el fuego y los que
agradan a Dios en el crisol de la humillación. Confía en El y El vendrá en tu ayuda. Endereza tus caminos y espera en El.

Eclesiástico 2, 1 - 6

Forma parte de las condiciones que debe asumir el discípulo de Jesús, del que se decide a ir detrás del Señor, ésta prueba de la
que habla la Palabra en el libro del Eclesiástico 2,1. El que está determinado a ir por éste camino debe prepararse para la prueba. El
que verdaderamente se entrega al servicio de Dios, sea en la vida religiosa, apostólica, familiar, profesional, tiene que escuchar
como dicho para sí mismo, éste concejo del Eclesiástico: Hijo, si te llegas para servir a Dios, prepara tu alma, prepara tu corazón
para la prueba.

Y no tenemos que temer a esa prueba porque todo lo que acontece está dentro de la providencia de Dios, porque allí donde está la
Providencia está nuestro bien. “En todas las cosas, dice la carta a los Romanos 8,8 interviene Dios por el bien de los que lo aman,
por eso, dice el apóstol, en todo den gracias, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes. Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá
contra nosotros?, ¿quién podrá contra los elegidos de Dios? ¿La angustia, la tristeza, la persecución, el hambre, la desnudez? En
todo esto hemos vencido gracias a nuestro Señor Jesucristo y el amor que tiene por nosotros”.

Es justamente, desde éste lugar del amor de Dios, donde somos purgados, purificados, transformados, donde el dolor, la prueba, la
circunstancia dura, difícil, encuentra verdaderamente sentido. Si no podemos ubicar en éste lugar de trascendencia el sufrimiento
humano, la vida, verdaderamente, como decía Jean Paúl Sartre, se nos hace un vómito, una náusea, nos resulta insoportable, no
tiene sentido.

Y hay momentos en la vida que por más que queramos sacar de nosotros la angustia, el dolor, el sufrimiento, no lo podemos. Es
verdad que hay un montón de circunstancias en la vida contemporánea que nos ayudan para distraernos, para salir del camino, para
despejarnos, pero hay dolores en la vida ante los cuales no podemos distraernos. Enfermedades duras, difíciles, terminales, crisis
existenciales, de proyectos de vida, la muerte de un ser querido, la falta de trabajo, el derrumbarse de un proyecto, discusiones que
hieren los vínculos, son circunstancias que por más que uno quiera apartarlas de su corazón, distraerse, despejarse, las lleva con
uno.

Por ahí nos pasa el decir, cuando estamos mal, me quisiera ir a cualquier lugar y por ahí lo intentamos, nos vamos a cualquier lugar,
y en ese irnos a cualquier lugar, nos llevamos lo que tenemos dentro, se nos hace imposible despegarnos de la angustia, de las
circunstancias dolorosas por la que atravesamos que nos hace decir: me iría a cualquier lugar. Prepárate para la prueba.

San Ignacio, en sus reglas de discernimiento nos dice que es propio del enemigo enflaquecer y perder ánimo cuando la persona
pone mucho rostro contra las tentaciones. Por el contrario, si la persona comienza a tener temor, a perder ánimo en su sufrir, las
tentaciones, una bestia tan feroz como el enemigo de la natura humana, es la persecución su dañina intención. Al mal tiempo buena
cara.

Eso es ponerle el rostro a las circunstancias de tribulación. Al mal tiempo, la mejor de las tribulaciones, la mejor de las actitudes, y
por eso, cuando una persona se desanima en la tentación que tiene, dice el Padre Fiorito, “el enemigo hace su agosto”, es decir,
hace de las suyas. La segunda tentación, la del desánimo, es peor que la primera, y si uno cede a ella, la tentación aumenta o toma
nueva forma, peores que las anteriores. Es verdad, cuando uno va pasando por momentos duros, difíciles, angustiantes, de esos
que te sacuden la estructura personal, si uno no la pelea, se hunde.
Es como cuando uno se empantana, si uno acelera sobre el pantano la rueda gira, gira, y el auto se hunde hasta que le pone algo
que le sirve para hacer pie, de punto de apoyo en torno a lo cuál la piedra pueda girar y salir hacia adelante. Hay que buscar el
modo de salir hacia adelante, de hacer pié y salir hacia adelante. Es en la capacidad de resistencia, y en el salir hacia adelante, en
el cambiar, en el luchar, en el esquivar, saber apartarse de los momentos duros, difíciles, soportar con mucha paciencia, cómo el
corazón humano se va purgando, se va purificando.

Parece que Dios no está, parece que todo es sombra, que ya no formamos parte de ese amor de Dios que en otro tiempo hemos
sentido, que todos se alejan de nosotros y que a pesar de estar con muchos, estamos solos y que la soledad en la que estamos y la
que nos angustia y agobia, nos hunde.

En éstos momentos es momento de paciencia, momento de trabajo para estar en esa paciencia, que es contraria a las vejaciones
que nos vienen de la crisis en momento difícil. “Si alguno tiene un amigo, continúa diciendo San Doroteo, debe pensar con toda
certeza que es amado por él y que lo que de el venga, aunque sea penoso, debe creer con igual certeza que ha sido motivado por
su afecto, que nunca creerá que su amigo quiere hacerle daño, cuánto más debemos tener éste pensamiento y ésta convicción
respecto de Dios, nuestro creador, que nos ha sacado de la nada a la existencia, que por nosotros se hizo uno de nosotros, murió
para darnos vida”.

Cuando llegamos al momento de la prueba, al momento del dolor, Dios está, y si Dios lo permite es porque en ese lugar, de
sufrimiento, de dolor, de desencuentro, de crisis, Dios nos va a sacar hacia adelante. “Así como el oro se purifica en el crisol, así
también se purifica tu vida en ese momento”. Es para fortalecernos, Dios lo permite. Siempre, el sufrir humano, vivido en Dios, con
entereza, con confianza, sin desanimarse, haciéndose paciente y fuerte en la lucha, esperando el mejor momento, nos saca de ese
lugar con mayor sabiduría, mayor fortaleza, mayor inteligencia sobre la vida.

Te invito a que no nos apartemos de esos lugares buscando distraernos, buscando salir, buscando divertirnos, sino que por el
contrario, nos animemos a enfrentarlo como Dios nos invita a hacerlo,“poniéndole rostro” diría San Ignacio. Al mal tiempo, buena
cara. Como hacen los caballos frente a la tormenta, le ponen la cola hasta que pasa la tormenta y entonces nos miran de frente a la
vida, así también nosotros pongamos el anca a la tormenta, no es la mejor cara pero es una forma de decir “sepamos resistir,
sepamos hacernos fuertes”.

¿Cuál es tu momento crítico en éste tiempo, cuál tu dolor grande, cuál tu sufrimiento, cuál es tu piedrita en el zapato, cuál la
circunstancia que hoy te agobia, te apena, te angustia, te preocupa, te pesa? Es tiempo de bendición aunque parezca mentira,
aunque parezca casi ridículo, o una burla. Es tiempo de bendición si en Dios la vivimos, la sobrellevamos. Después de una tormenta
siempre aparece el sol, después de la muerte, la resurrección.

Las tentaciones soportadas con paciencia, con humildad, pasan. Pero si uno se aflige, se turba, acusa a todo el mundo, o se
desespera con uno mismo haciendo que el mal momento no pase, éste se hace más pesado de lo que es en sí mismo y la
circunstancia adversa no la aprovecha sino que nos hace daño, nos hiere. “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados por
sobre nuestras propias fuerzas”, dice Pablo en la Primera Carta a los Corintios 10,13 y además, Dios escribe derecho en reglones
torcidos.

Momentos que realmente son duros, complicados, esos que cuando te preguntan ¿cómo andás? decís: “mira, hoy viene todo dado
vuelta” Bendito sea Dios, que en medio de éste camino, distinto del que yo hubiera elegido, va queriendo trazar una historia para mí,
de redención, de salvación. En sus manos estoy, en sus manos permanezco, Dios no me abandona, Dios me sostiene, Dios me guía
en medio de las sombras y pasando por las tinieblas, si voy con El, veré la luz.

Estos pensamientos nos ayudan, nos alientan, nos sostienen, nos guían. Verdaderamente nos permiten crecer. Cuando el demonio
ve que Dios está inclinado sobre alguien para hacerle misericordia, para aliviarlo de sus pasiones, entonces tanto más lo oprime
bajo el peso de sus propias pasiones aprovechándose de ellas, lo ataca con más violencia. Así es que hay que tratar de descubrir
cuando uno violentamente se siente afectado por circunstancias adversas, que lejos de estar lejos, Dios está más cerca.

Claro que esto en el momento de la prueba no se lo siente, sin embargo, si uno asume con sencillez, con humildad, con paciencia,
con resignación, con expectativa de cambio en el momento complicado, seguramente Dios desde ese lugar sacará mayor fruto y
hará brillar nuestra vida. Sabiendo esto, los padres del desierto no dejaban que el tentado se asuste. Nos dice: “Has caído,
levántate. Caes de nuevo, levántate otra vez”. Otro decía: “La fuerza de aquellos que quieran hacer la voluntad de Dios consiste en
que en vez de desalentarse, cuando caen (desaliento es, como dijimos antes es, en la peor tentación) hay que renovar el propósito.
Todos, cada uno a su manera, de un modo o de otro, tienden la mano al que ha caído en el combate con el enemigo. Estos buenos
concejos no hacen sino expresar lo aprendido de Dios que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Cuando estamos en momentos de fuerte tribulación, en momentos de dura lucha, en momentos de zozobra, donde parece que no
hay lugar donde hacer pié, no hay lugar en el mundo para nosotros, tener la cruz delante nuestro, repetir las palabras de Jesús en la
cruz, pueden ayudarnos a la espera de la Gloria de la Resurrección.

El decirnos también que no hay mal que dure mucho tiempo, el decirnos ¿cómo será cuándo esté verdaderamente consolado?, el
pensar que verdaderamente asociados al misterio de la Pascua de Jesús, nosotros, desde ese lugar incomprensiblemente de
muerte, como suelen ser estos lugares de angustia y de tristeza, estamos dando vida, vida en Dios si en El la vivimos, si en El
permanecemos.

Si a Dios le confiamos nuestra penuria, en Dios estaremos verdaderamente alcanzando la vida a los demás, como el apóstol que
decía con grandeza de ánimo: Yo completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo Jesús”. Esto es vivir en la fe en el
Hijo de Dios. Hasta poder decir “Ya no vivimos nosotros”, es también nuestro momento de prueba, Jesús, que vive en nosotros por
la fe que tenemos en Él.

Cuánta Gracia nos llega de estos momentos compartidos con entereza con el Señor. Cuánta Gracia, cuánta bendición. Sigue siendo
la cruz el lugar desde donde Dios instala Su Reino, desde donde Dios, verdaderamente, viene a hacer nuevas todas las cosas.
Como decía la Palabra ayer, “lo antiguo va pasando, lo nuevo ya está encima, miren, yo hago nuevas todas las cosas”. Y los
primeros testigos de esto son aquellos que, en Juan, contemplan el Apocalipsis vestidos de blanco.

Cuando pregunta quiénes son, el anciano que está a la derecha, en el trono de Dios le contesta: “Estos son los que vienen de la
Gran tribulación”. Cuando pasamos por la Gran tribulación, por la fuerte tribulación, nuestra vestidura interior se blanquea, nuestro
rostro brilla y somos capaces de renovarlo todo en El cuándo en El también nos animamos a resucitar y en El esperamos la
resurrección. Así y sólo así podemos decir “lo antiguo pasó, lo nuevo está encima”.

Cuántos testimonios tenemos de gente con fuertes discapacidades que han sabido sobrellevar ésta carencia, ésta dificultad, ésta
ausencia de un bien físico, mental, espiritual, y han hecho de su vida un canto de alabanza, de gloria, y un testimonio de grandeza.
Científicos, profesionales, padres de familia, deportistas, gente que hace como el salmón, que la riqueza de su carne, el sabor
exquisito de su carne, y esto es dato de la ciencia, viene de esa capacidad de lucha en nadar contra la corriente.

Ojalá nosotros podamos redescubrir el valor de esto. Claro, en un mundo donde todo se te facilita para que seas “feliz”, dónde el
“placer” parece ser el gran Dios que lo gobierna todo, éste discurso mío, esta propuesta de la catequesis, ésta Palabra: “Prepárate
para la prueba si quieres la felicidad, si quieres seguir al Señor y servirlo”, se lleva a las patadas con esta otra propuesta que dice:
“Haz lo que quieras con tal de ser feliz”. Parece fuera el motivo que sostiene la convivencia cotidiana.

Basta con analizar las propagandas, las publicidades. En el comprar, en el poseer, en el tener, en el consumir, en el vivir de tal o cual
manera, como los que aparecen modélicamente ofrecidos desde la sociedad de consumo, propuestos en la vidriera de
comunicación, son verdaderamente la felicidad. El placer es necesario para la vida, pero el placer no es la felicidad, no es sinónimo.
Se puede ser feliz en medio del dolor pero no se siente placer en el dolor. ¿Y cómo se puede ser feliz más allá del placer? Ahí está
la clave. Es posible. Si no, le preguntemos a algún enfermo terminal que sonríe. Pregúntale a alguno que tenga conciencia que se
está muriendo y sin embargo está contento de vivir con lo que la vida le da le es suficiente.

El sábado nos reuníamos para compartir un momento de reflexión a partir de una linda experiencia que tuvimos en el retiro de
Pascua con un grupo de personas pensando en una misión, y uno de ellos contaba la alegría de unas personas que vivían en un
ranchito, bien pobre, con muy poquitas cosas, y más, en algunos momentos hasta miserablemente. ¿Cómo se puede ser feliz ahí?
Ahí no hay placer, pero hay felicidad. En el momento de la prueba se puede encontrar felicidad si estamos en Dios. Ojalá podamos
encontrar esto y podamos redescubrir el valor de atravesar por la tribulación. Si está pasando por un momento de tribulación
bendecí a Dios que te permite estar siendo purificado como el oro en el crisol.

Es del discernimiento de espíritu el descubrir que verdaderamente hay vida espiritual cuando hay circunstancias de tentación, de
dificultad. Si esto no está hay que dudar de que haya vida en el espíritu. Cuando todo sólo “va bien”, hay que dudar de que
verdaderamente haya vida en Dios, haya vida espiritual, ejercicio concreto de estar en Dios. San Ignacio lo hace saber a esto en las
indicaciones que da sobre el discernimiento. Cuando la persona que se acerca a compartir su vida interior no cuenta sus luchas y
como enfrenta las tentaciones y demás, hay que dudar de que verdaderamente esa persona esté haciendo un camino en Dios. Lo
que para uno podría ser una verdadera preocupación, para San Ignacio es tranquilizante. Hay lucha, entonces hay ejercicios
espirituales.

En otros términos podríamos decir que hay vida en el espíritu. La vida espiritual, para San Ignacio de Loyola, consiste en recibir por
igual, como se lo decía a una religiosa temerosa, las dos lecciones que el Señor acostumbra a dar o a permitir. La una da, la otra la
permite. La lección que da es la consolación interior que echa fuera a toda turbación, pero luego, quedándose en ésta consolación,
viene la otra lección, nuestro antiguo enemigo nos pone todos los inconvenientes posibles para desviarnos en el camino que hemos
comenzado.

Por eso la memoria de las gracias recibidas son las que nos sostienen en la lucha. El pueblo de Israel, cuando atraviesa el desierto,
revive el deseo de alcanzar la tierra prometida en medio de las tentaciones, del pecado, de las circunstancias difíciles, pensando
que Dios los liberó. Por eso hay que guardar las reliquias del paso de Dios, lo que deja en el corazón el paso de Dios.

Es muy bueno tener el cuaderno donde anotarlas, donde ir anotando las gracias de lo que Dios va dejando, porque cuando uno no
lo está pasando bien, volver sobre lo que pasó es decirse a si mismo: “Yo me había olvidado de que esto pasaba, de que Dios me
dijo, me guió, me inspiró, me hizo saber, me sostuvo, me consoló.

Con el sólo hecho de recordarlo a veces nos viene el consuelo que nos habilita para afrontar lo que nos toca vivir, con grandeza de
ánimo, con grandeza de espíritu. Dios es fiel y permite que erremos, nos equivoquemos, que el ambiente no nos favorezca, o que el
tentador nos avance. Pero lo permite con la certeza absoluta que nos da el saber que con El podemos. No hay circunstancia en la
cuál nosotros no tengamos la gracia suficiente para afrontar el momento de la tribulación.

Es bueno recordar esto que Pablo dice en la Primera Carta a los Corintios 10, 13 : “Fiel es Dios que no permitirá que seamos
tentados por encima de nuestras fuerzas”. Qué lindo saber que Dios está siempre con nosotros. Qué hermoso realmente, qué
gracia. Está, no avalando los errados caminos por donde a veces nosotros nos metemos sino está para sostenernos y “para
conducirnos a verdes praderas” como dice el Salmo 22. Qué bueno que es Dios y qué bien nos hace recordarlo. ¿Vos estás
pasando por mal momento? Dios está, créeme que Dios está.

Y Dios te da la gracia suficiente, aunque no lo sientas, para superar el momento que estás viviendo. Claro que para eso hace falta
humillarse en la presencia de Dios. Es decirle, humildemente: “Te creo Señor, te creo que estás”. ¿Por qué digo humildad, humillarse
en la presencia de Dios? Porque lo primero que a uno le sale cuando está mal, es el indio, brota con todo su brío el que no se
aguanta las cosas. Es que no estamos hechos para el dolor, estamos hechos para la alegría. El dolor es como si no fuera connatural
a nosotros, si es connatural la alegría en nosotros.

Entonces, cuando llega el dolor, que forma parte en la vida, nos defendemos, y una forma de defendernos mal es enojarnos, es
empacarnos, quejarnos, revelarnos, es decir: “¡estoy cansado, basta ya, me tienen todos harto!”. Todo esto que nos sale es el potro,
la yegua indomable que llevamos dentro. Ese brío que nos desboca, que nos hace estar sin control, donde perdemos las riendas, no
hay jinete que lo sostenga.

Así nos pasa a nosotros frente al dolor, y tampoco es para volverse loco si nos pasa, reconozcamos que como otros, somos seres
humanos de carne y hueso, ni más ni menos. Como otros que comparten la vida con nosotros y que tienen menos posibilidades de
todos estos instrumentos que Dios nos da para afrontar las cosas difíciles, reaccionamos como ellos, como los demás, como
cualquier ser humano.

El punto es cuando uno se da cuenta de que hay otra forma. La primera reacción es ésta, pero cuando yo me doy cuenta de que
puedo ubicarme de otra manera, la manera de ubicarme de otra forma es decirme: Acá Dios está. ¿Cuándo uno puede hacer esto?
San Ignacio en este sentido es muy sabio. Nos dice el: “Cuando uno está consolado tiene que pensar que va a hacer cuando esté
desolado”. Es decir, éstas son las reliquias. No es hacerse la cabeza pensando que estoy consolado y entonces luego desolado.
Sino saber que a la desolación, por proceso natural de la vida espiritual, le viene la desolación, entonces, cuando yo estoy
consolado es bueno que piense cómo me voy a ubicar cuando esté desolado: desde dentro.

Tengo que pensar, va a venir la desolación, entonces vivamos la consolación con calma, gocemos, disfrutemos de la presencia de
Dios casi sensible, afectivamente palpable, y al mismo tiempo, con mucha humildad digamos: va a venir una desolación. Si estás
siguiendo al Señor, prepárate para la prueba. Y ese prepararnos para la prueba es ver como vamos a afrontar lo que viene. A esto lo
hacemos como ejercicio todos los días sólo que no nos damos cuenta.

Cuando preparamos la vida, estamos desayunando, si hemos dormido bien, si hemos descansado bien, se come algo rico, hay calor
de familia, de ambiente, de comunidad, momento de recreación. Si hemos descansado bien, en ese momento pensamos en el día
que tenemos por delante, que tiene más de una dificultad. O cuando te vas a dormir y pensás en el otro día, lo que tenés por
delante, estás haciendo eso, te estás preparando para la prueba.

En un momento lindo, como es el encontrar el momento para el descanso, estás pensando en cómo vas a hacer mañana para
afrontar el día, pero hacelo de una manera tal que no te desveles, que no te venga el insomnio, que viene cuando no afrontamos
con el corazón la desolación que vendrá en el día de mañana cuando afrontemos tal o cuál problema. Cuando lo afrontamos con la
cabeza, cuando nos hacemos el bocho, perdemos el sueño, nos viene el insomnio. En cambio cuando a la noche, tranquilo, en la
oración, con el acoger el día, con el agradecimiento a Dios, sereno, pensamos el día de mañana, con el Señor seguramente iremos
adelante. Eso es, cuando estoy consolado, pensar como voy a hacer cuando vengan los momentos complicados. Dios viene con
nosotros, no tengamos miedo.

La lucha espiritual, como dice el libro de Job: Acaso ¿No es acaso una milicia lo que hace el hombre sobre la tierra? Es eso, por
más que quien lleva una vida espiritual pueda creer que si es espiritual no vamos a tener problema, porque pensamos en la vida
espiritual como una cosa “espirituosa” más que como un encuentro de unión y de comunión con el Señor. Si vas a seguir al Señor, lo
cuál quiere decir, unirte a El, prepárate para la prueba, porque el Señor pasó por ese lugar y sabe que desde ese lugar, nosotros,
venciendo por la fuerza de su amor las consecuencias que dejó el pecado, que son el sufrimiento, el dolor, la muerte, vamos a poder
vencer.

Claro, a las personas que van, como dice San Ignacio, de pecado en pecado, el enemigo le propone placeres aparentes para
conservarlos en ese lugar de vicio, en ese lugar de enredo, y a veces, como dice Santa Teresa de Jesús, “con falsa paz interior”. Si
vos dices: el signo de la presencia que si es de Dios o no es de Dios, está en si tenés paz o no tenés paz. Cuando te cuenta alguien
una barbaridad que hace y te dice: “Yo tengo paz”, a veces es falsa paz, que no condice con la propuesta del Señor en el Evangelio.
Pero a las personas que van de más en más en el espíritu, el mal espíritu entristece, pone impedimentos, inquieta, pone falsas
razones, tiene un sólo motivo, no quiere que pases para adelante. Un obstáculo, te hace el piquete. Se te clava adelante, no te deja
pasar, te arma la batalla. En realidad más que batallas muchas veces te arma escaramuzas, te arma el lío por el costado y al
problema en realidad lo tenés dentro tuyo.

Ahora, cuando estas cosas surgen en la vida espiritual es bueno decir lo que decía el Quijote: Ladran Sancho, señal que
cabalgamos. Si hay dificultades hay que darse cuenta de que vamos, que aunque no las tengamos todas con nosotros, vamos
haciendo camino. Hay que dudar, dice el Padre Fiorito, cuando en la vida interior no hay lucha espiritual. Cuando todo es calma
chicha debe haber un mar de fondo que no está saliendo y hay que buscar la forma de que salga. Como se dice habitualmente:
“Señor cuídame de las aguas mansas, que de las turbulentas me cuido yo” Y pasa a veces, gente muy mansita, demasiado
sospechosa la mansedumbre, que en algún momento muestran las uñas y es bueno que la muestren, no para andar a los arañazos
sino para que aparezca la verdad de lo que somos y podamos conversar y tratar de par a par. “Cuídame Señor de las aguas
mansas que de las aguas turbulentas me cuido yo”.

La lucha espiritual es continua para nosotros. La vida es lucha, la vida es camino de lucha. A lo mejor, si vos venís de una lucha
grande vas a decir ¿y esto me viene a decir justo ahora?, ¡no tengo más fuerza para seguir luchando! Y bueno, pero es así, si no
tenés más fuerza buscala donde sabes que vas a encontrarla.

Lo peor que nos puede pasar frente a la lucha es bajar los brazos porque como el boxeador, cuando baja la guardia va a la lona. En
las épocas de tentaciones deberíamos decir nosotros como el Martín Fierro: “No me digan cuántos son sino que vayan saliendo”. No
importa cuántos sean los adversarios sino que vayan apareciendo, es decir, no tenemos que tener miedo en los momentos de
tribulación porque si El está con nosotros no importa cuántos sean los problemas que ofrecen resistencia, lo importante es que
vayan apareciendo para que los vayamos resolviendo. Para una mamá y un papá, lo peor es cuando no se enteran en qué andan
los chicos. A veces como es muy doloroso enterarse en que andan los chicos y es mejor tenerlos idealizados como cuando eran
niños creemos que podemos así vivir todos felices. No, no es verdad.

Tus hijos no son ni los mejores ni los peores, así es que cuándo ves que hay cosas que no aparecen, tampoco te pongas cargoso
para inquietar las aguas pero abrite para que aparezcan los problemas. Es mejor conocerlos, para resolverlos, que ignorarlos y te
vayan carcomiendo la vida de tus hijos. Abrite a que los problemas salgan, no importa cuántos sean, lo importante es que salgan y
vamos resolviendo los problemas en la medida en que van saliendo. Es mejor saber que ignorar y un día decir: mira lo que estaba
pasando y yo donde estaba, en que mundo vivía, dónde tenía puesta la cabeza.

Para eso hace falta crear un clima de confianza, de diálogo, tampoco ponerse obsesivo, cargoso, preguntando en qué andarán,
porque a lo mejor no andan en nada, pero es importante, son los hijos, son muy buenos, flor de chicos, pero son chicos y merecen
atención y vivimos en éste mundo. Gracias a Dios no son marcianos, no vinieron en una nave espacial, son seres de carne y hueso
que viven en el mundo y que está complicado y difícil.

Conviven con otros que tienen la vida un poquito más complicada que la tuya y por lo tanto las dificultades que tienen que ver con lo
que vive el mundo de hoy. ¿Cómo se hace para resolverlo? ¿Cortándole las relaciones, las amistades, no dándole permisos,
restringiéndole las salidas?, ¿Qué logras con eso? Resistencia. Da espacio de libertad y en todo caso conversa sobre que es lo que
pasa. ¿No querés enfrentar los problemas? Entonces pregúntate por qué no los querés enfrentar. Mientras haya dificultades es
mejor que aparezca y apareciendo las podemos resolver. Como dice Martín Fierro: “No me digas cuántos son, lo importante es que
vayan apareciendo” Si salen los vamos a ir resolviendo.

De Dios no es el temor sino la audacia, la magnanimidad, el coraje, la valentía, que se demuestra particularmente en los tiempos de
tentación, en los tiempos de dificultad, en las pruebas.
Que lindo que es por ahí encontrarse como con ese poema maravilloso que nos encontramos cuando después de las
inundaciones, aquel 1 de mayo en Santa Fe, tres años atrás, como éste hermano que habla de la inundación habla poniéndole esa
cara buena a la inundación y empieza a decir: lo que significaba en otros para él desde un costado oscuro y lo que significan ahora,
lo que significa la vida para el. Qué lindo es encontrarse con gente que en los momentos difíciles muestra lo mejor de sí. Lo mejor.

Es verdad que en las inundaciones hubo saqueo, pero es mucho más cierto que hubo solidaridad. Es verdad que en las
inundaciones del litoral y particularmente en Santa Fe a habido gente que se aprovechó de la situación y mostró su costado más
enfermo, pero es más verdad, porque fue más la gente, que dio una mano, que se arremangó, que metió la mano en el barro, que
se arremangó los pantalones y se metió en el agua, que sacó a los hermanos de la angustia, de la tristeza, los cobijó, los atendió,
los amó como hermanos.

En el momento más difícil aparece lo mejor de nosotros. También lo peor, pero lo mejor aparece ahí.

Date tiempo para que aparezca lo mejor en éste tiempo en donde a lo mejor vos estás pasando por la prueba. No solamente te
dejes llevar por la queja, el hasta cuándo, el por qué a mi, el por qué justo ahora, sino date tiempo para que también aparezca este
otro costado, el mejor, que está escondido en tu corazón y que tenés para vencer en éste momento.

Padre Javier Soteras

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