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Las aguas vivas

que borbotean
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Consideraciones espirituales acerca de cada una de las partes de la Misa,


para que el sacerdote celebre y viva el Santo Sacrificio con mayor devoción

Volumen II

José Antonio Fortea

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Ediciones Fortearius
Alcalá de Henares, España
© Copyright José Antonio Fortea Cucurull
Todos los derechos reservados
fortea@gmail.com

Publicación en formato digital en febrero de 2015


Editorial Dos Latidos
Benasque, España

Amplicación y división en dos tomos, mayo 2018


www.fortea.ws

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Versión para tablet
Versión 1

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La Santa Misa
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Consideraciones espirituales acerca de cada una de


las partes de la Misa, para que el sacerdote celebre y viva el
Santo Sacrificio con mayor devoción

Volumen II

José Antonio Fortea

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índice
Introducción .................................................................................................................................. 7
La vida de Cristo en la misa ........................................................................................................... 9
María en la misa .......................................................................................................................... 12
Pasaje de la pecadora en el banquete de Jesús .......................................................................... 20
El Templo de Salomón ................................................................................................................. 20
Los tres bautismos....................................................................................................................... 23
Pasajes bíblicos para meditar sobre la epíclesis ......................................................................... 25
Consagración ............................................................................................................................... 27
La fracción del Pan ...................................................................................................................... 27
La commixtio ............................................................................................................................... 28
Cordero de Dios........................................................................................................................... 29
Dichosos los invitados a la Cena del Señor ................................................................................. 32
Josué, el Arca y la Eucaristía ........................................................................................................ 33
La misa resumida en cuatro versículos ....................................................................................... 35
Para el presbítero: vivir la misa como una nueva consagración sacerdotal ............................... 39
El velo de Moisés ......................................................................................................................... 40
Concelebraciones ........................................................................................................................ 41
El cirio pascual ............................................................................................................................. 43
El sacerdote en el confesionario antes de la misa ...................................................................... 44
La intención de la misa ................................................................................................................ 46
En las grandes solemnidades ...................................................................................................... 47
El diácono toma el evangeliario .................................................................................................. 50
Aspectos estéticos menores........................................................................................................ 51
La misa tridentina y la del Vaticano II ......................................................................................... 54
Los enemigos de la liturgia .......................................................................................................... 57
Conclusión ................................................................................................................................... 58

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Introducción
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Lo que al principio de mi sacerdocio fue un sencillo


conjunto de apuntes personales para celebrar yo la misa
con más devoción fue creciendo hasta convertirse en el
libro Las corrientes vivas que borbotean. Una vez acabado
el libro, fui añadiendo algunas reflexiones suplementarias.
Al final, he visto más conveniente dividir esa obra en dos
volúmenes. Dos libros más breves eran más manejables.
En el primero, la misa es explicada paso a paso,
ceremonia a ceremonia. Mientras que en este segundo
volumen he ido apuntando las reflexiones ulteriores que se
me han ocurrido después. Por lo tanto, en este volumen se
presentan las cosas en orden cronológico, tal como se me
fueron ocurriendo. Este aire desorganizado ya no tiene
ningún inconveniente, porque se supone que el lector ya
ha escuchado las explicaciones ordenadas y organizadas
del primer volumen. El lector debe recorrer esta obra
como si fuera una especie de baúl donde he reunido
pensamientos diversos.

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I parte

Reflexiones espirituales

En cada misa, deberíamos ir a la liturgia de la Palabra a


alimentarnos. En esa mesa de la Palabra, la lectura de Moisés y
los profetas nos debe recordar al rollo que el ángel entregó a
Ezequiel para que lo comiera.
La lectura de los Apóstoles nos debe recordar al rollo que el
ángel entregó a San Juan para que lo comiera. La lectura del
Evangelio debe recordarnos al fruto del Árbol de la Vida que
Dios entregó en el Jardín del Edén. La lectura del Evangelio
también puede recordar al río del Eden que se divídía en cuatro
ríos que son los cuatro evangelistas.

Durante la misa hay tres elevaciones de las especies


consagradas. Cada una de esas elevaciones tiene su carácter
propio:
Una mostración como acto de fe silencioso, tras la consagración.

Una elevación como ofrenda, durante la doxología.

Una mostración como proclamación, por eso se acompaña de las palabras


de San Juan Evangelista, Éste es el Cordero de Dios.

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La vida de Cristo en la misa
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Aunque muchas de las cosas que voy a decir aquí, ya han


sido explicadas anteriormente en esta obra, me ha parecido bien
hacer una breve y somera recapitulación. La vida de Cristo
aparece en la misa, aunque no de forma cronológica.
Ha sido objeto de continuo recuerdo en la celebración de mis
misas, la profesión de fe que en 1080 el Concilio de Burdeaux le
le impuso a Berengario de Tours que negó la presencia real de
Cristo en la Eucaristía:
«Yo Berengario creo sinceramente y confieso moralmente que el pan y el vino
que están en el altar, por el misterio de la oración sagrada y las palabras de nuestro
Redentor, se convierten sustancialmente (substantialiter converti) en la verdadera,
propia y vivificante carne de nuestro Señor Jesucristo, y que después de la
consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que,
ofrecido por la salud del mundo, pendió de la Cruz y está sentado a la derecha del
Padre, y la verdadera sangre de Cristo, que manó de su costado»

Sí, realmente, tras la consagración allí está el mismo Cristo


que estuvo en Belén, en el Calvario, en la Resurrección y a la
derecha del Padre. Y la Sangre del cáliz tras la transustanciación
es la misma que si recogiésemos en ese vaso sagrado las gotas
que caían de las manos y llagas de Cristo clavado en la Cruz. Si
hubiésemos estado allí hace dos mil años para recoger esas gotas
de sangre, esas gotas serían las mismas que ahora tenemos dentro
del cáliz sobre el altar.

Los años de la vida oculta de Jesús están simbolizados en


los ritos iniciales, porque llevó una vida de penitencia (Yo
confieso y los kyries), de glorificación de Dios (el Gloria) y de
oración (oración colecta).

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Tras el Kyrie Eleison, el himno del Gloria in excelsis
anuncia el nacimiento de Jesús sobre el altar.

La vida pública enseñando a las multitudes es la Liturgia de


la Palabra. Jesús enseñando en las plazas de los pueblos, en las
sinagogas, en los pórticos del Templo.
Al extender el corporal sobre el altar, me imagino que
extiendo la blanca tela sobre la que se va a colocar a Jesús tras
nacer de la Virgen en Belén, es como si extendiera los pañales.
Las gotas de agua que derramo sobre el cáliz me recuerdan
las gotas de agua que salieron de su costado en la Cruz.
Al lavarme las manos en el lavabo, me imagino que soy
Pilatos lavándome las manos y que va a comenzar la Pasión de
Cristo.
La Encarnación de Cristo imagino que tiene lugar entre mis
manos en el exacto momento de las palabras de la consagración
del Pan. Dichoso el sacerdote en cuyas manos se encarna el Hijo
de Dios lo mismo que en el seno de la Virgen María.
Al hacer genuflexión ante el Pan consagrado, me imagino
que estoy ante Jesús recién nacido colocado sobre el altar. Me
imagino que estoy, verdaderamente, en Belén, que soy uno de los
Magos que han recorrido centenares de kilómetros para llegar,
postrarse y adorar. Le adoro como si realmente en ese momento
naciese allí sobre los blancos manteles.
Recojo en el cáliz la sangre del costado de Cristo clavado en
la Cruz, en la consagración del Vino. Me imagino que elevo el
cáliz y que lo pongo justo debajo de su costado. Eso lo imagino
durante la elevación.

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La Pasión es la liturgia eucarística. El canon, en cierto
modo, es la oración de Jesús en la Cruz. Es como traducir a
palabras todos sus sufrimientos intercesores, todos sus
sentimientos de alabanza al Padre.
Cuando elevo en la doxología la patena y el Cáliz, ése es el
momento de la elevación en la Cruz.
Si el canon era más solemne, estos ritos finales tienen un
carácter más íntimo, como si estuviéramos juntos en el cenáculo.
El Padrenuestro expresa muy bien este cambio de carácter. Del
grandioso y celestial Sanctus para entrar en el canon, pasamos a la
humildad de Jesús con las palmas hacia arriba recitando el
Padrenuestro para entrar en estos ritos finales.
El quebrantamiento de la Pasión tiene lugar en la fracción
del Pan.
La Resurrección tiene lugar en la commixtio. De manera que
cuando hago genuflexión, soy un apóstol presente en el Cenáculo
que se arrodilla ante la primera aparición de Cristo resucitado.
Al ir a tomar el Cuerpo de Cristo para decir Éste es el
Cordero de Dios..., me imagino no a Jesús al lado del Jordán
señalado por San Juan Bautista; sino que pienso que soy alguien
más afortunado que el Bautista, pues lo señalo y lo toco. Aun así,
pienso en el Bautista y sus acompañantes viviendo en soledad y
ascetismo, esperando al Mesías, preparando sus caminos.
Al elevar la Hostia sobre la patena, me imagino la
Ascensión. La patena bajo la Forma simboliza la nube que le
ocultó.
La comunión simboliza el encuentro con Cristo en el Reino
de los Cielos.

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La acción de gracias me recuerda a María que llevaba a
Jesús en su seno.

María en la misa
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Ofrezco ahora diecisiete momentos en los que el sacerdote


puede acordarse de Santa María durante el Santo Sacrificio. Para
empezar, el cáliz representa a María. La Santísima Virgen María
es el cáliz vivo forjado, labrado, ornamentado por Dios Padre a
través de la acción del Espíritu Santo para contener a la Segunda
Persona.
El cáliz cubierto con el velo representa a María antes de ser
llamada a la existencia. Existía, pero en la mente de Dios. El velo
del no-ser todavía le cubría.
Cuando en la credencia el cáliz es descubierto de su velo,
eso simboliza la aparición de María, es decir, la Inmaculada
Concepción. María es descubierta a los ojos de los hombres.
Cuando se le coloca sobre el altar simboliza a María
llevada al Templo. Pues, según la tradición, allí vivió su infancia
consagrada a Dios. Espiritualmente, dado que consagró su entera
vida a Dios, se inmoló en el altar del Templo. Eso se simboliza al
ser colocado el cáliz sobre la blancura de los manteles del altar.
Cuando se coloca el cáliz sobre el corporal, éste con su
diseño cuadrado simboliza la casa de Nazaret. Como si los
pliegues simbolizaran las distintas habitaciones de la casa. Como
si el reborde del corporal simbolizara los muros del perímetro de
ese inmenso lugar de santidad que fue ese hogar. Santo era el

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Templo, pero más santa fue la casa de Nazaret. Del mismo modo,
santos son los manteles del altar, pero más santo es el corporal.
María en ese momento es la flor, el cáliz como flor. La
patena (antes de la consagración) representa a san José. Tiene el
pan encima, porque el santo patriarca era el que llevaba el pan a la
casa.
En el traslado del altar a la credencia donde están las
vinajeras, veo simbolizado el destierro a Egipto, pues se aleja
del altar que representa el Templo y del corporal que simboliza
Nazaret.
Al principio, María está vacía como el cáliz. El cáliz es
bellísimo, forjado por Dios, pero todavía vacío de méritos. Y Dios
la llena con el vino que simboliza la alegría de Dios, así como sus
dones y virtudes nacidas tan lentamente tanto cuanto tardan en
crecer los racimos en la vid y en que se produzca ese vino según
el lento proceso habitual. Las gotas de agua que derrama el
sacerdote en su interior simbolizan las lágrimas de María,
porque todo don viene acompañado de sufrimiento interior. Por
tal razón, esas gotas se derraman en el interior de la copa y no
fuera.
Cuando el sacerdote eleva el cáliz en el ofertorio, eso
simboliza la plenitud de María. María deja atrás su infancia y
llega a la madurez de su santidad. Pero, de momento, María está
llena solamente con los ornatos divinos de su Inmaculada
Concepción (simbolizados en el cáliz) y con sus méritos
provenientes de su alegrías y sufrimientos (simbolizados en el
vino mezclado con agua).
Cuando el sacerdote coloca las manos sobre el cáliz en la
epíclesis, simboliza al Espíritu Santo que cubrió a María para
que se produjese la Encarnación. Primero viene el Espíritu Santo

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para preparar ese asiento de la Divina Sabiduría. Después, una
vez preparado, ya viene la Segunda Persona sobre esa flor. Porque
el cáliz asemeja con su forma una flor abierta para recibir la
Semilla. El cáliz es como un seno.
La palia que cubre el cáliz simboliza el recogimiento. En
cuanto coloco el cáliz sobre el corporal, me gusta cubrirlo con el
corporal: porque María está recogida antes y después de derramar
en ella el vino, y antes y después de la consagración. Es decir, ella
es un hortus clausus que sólo se abre a los dones de Dios (antes
de la oblación) y a la Encarnación (antes de la consagración). La
palia es un recuerdo de que ella es fons sigillata. Ni el polvo debe
caer dentro del cáliz, ni los insectos. Símbolo estos del polvo de
este mundo y de los espíritus tentadores que se acercan al Vaso
Inmaculado.
Durante la consagración, el presbítero puede imaginar a
María a su lado. Ella es digna de acercarse al altar. Ella y sólo ella
fue la primera en tener a Jesús en sus manos, como ahora lo
tendrás tú. María estuvo al lado de la Cruz, es lógico imaginársela
a tu lado lo mismo que al lado de Juan el Apóstol.
He dicho que la transubstanciación recuerda a la
Encarnación. Más todavía refuerza esta idea el ser consciente en
ese momento que el cáliz representa a María. Con lo cual, la
palabra del sacerdote (su fiat presbiteral) hace que en el seno del
cáliz aparezca Cristo.
En la doxología del (por Cristo, con Él y en Él...), Cristo es
alzado en la Cruz y María con Él, porque ella fue corredentora y
sufrió con Él como si ella misma hubiera sido clavada en la Cruz,
cosa que hubiera preferido sin dudarlo. Cristo es elevado y
ofrecido, también María. Al elevar al Hijo, no podemos no
elevarlo en María.

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Esta doxología tiene un sentido peculiar aplicado a María.
María existía en la Segunda Persona antes de que ella naciera,
como existen las cosas todavía no creadas en la voluntad,
inteligencia y amor de Dios. Existía en Él como idea (Dios la
conocía) y como deseo (Dios deseaba que existiera) y como
designio (Dios ya había decidido, desde toda la eternidad, que ella
iba a existir). En ese sentido, ella estaba en Él y con Él, pues la
delicia de que ella con todo su amor existiría más adelante,
siempre acompañó a Dios. Y cuando ella existiese, existiría por
Él, plenamente para Dios.
Si el cáliz representa a María, la patena representa a la
Iglesia. La patena antes de la consagración representa a san José.
Después también el santo patriarca tuvo apoyado en su regazo al
Niño durante un tiempo. Yo me imagino que lo tiene hasta acabar
el primer párrafo del canon tras la consagración. Después la
patena pasa a simbolizar la Iglesia.
El cáliz simboliza una flor, un seno. María concentrada en la
meditación y adoración de Aquél que mora y descansa en su
interior. La patena simboliza apertura, como abierta a la
Humanidad está la Iglesia. La patena es, ante todo, apertura. Ella
ofrece a Cristo a todos. La patena es redonda como es redondo el
orbe. María, sin embargo, está recogida como el hortus clausus.
En la diferencia de tamaño y belleza entre la patena y el
cáliz, veo representada la diferencia entre la santidad de María y
la de la Iglesia. En mi opinión, (ésta es una idea enteramente
personal), María tiene más mérito, amor y santidad que la de
todos los santos de la Iglesia juntos. Santa María puesta en la
balanza pesa más que toda la Iglesia junta.
La conmixtio, cuando el sacerdote mezcla el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, representa la Resurrección. La conmixtio tiene
lugar dentro del cáliz, porque María experimentó dentro de ella la
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alegría de la Resurrección. Cierto que la Resurrección tuvo
lugar físicamente en el santo sepulcro. Pero ella experimentó
espiritualmente dentro de ella la alegría de la resurreción de su
Hijo. Fue tanto el gozo, que fue como si hubiera resucitado en su
seno. Ella estuvo espiritualmente en el sepulcro esos tres días,
porque ella, en espíritu, estuvo con su Hijo.
Los Apóstoles y discípulos vieron y se alegraron. Nunca
hubo una comunión tan perfecta como la que hubo entre la Madre
y su Hijo. Ella era Corredentora, por eso mismo, ella experimentó
el gozo de la Resurrección de un modo totalmente interno. Por
eso, insisto, merece que siempre que se celebre la misa, la
conmixtio se produzca en el seno del cáliz que es María.

¿Con qué amor y devoción recibiría la comunión María en


aquellas primitivas comunidades cristianas? Todos la mirarían de
reojo sin poder evitarlo.
El agua que se derrama en el interior del cáliz para
purificarlo, representa las muchísimas lágrimas que María
derramó durante la Pasión, lágrimas que nos purifican a nosotros.
Dos veces se derrama el agua.
-La primera representa las lágrimas de María durante la Pasión.

-La segunda las lágrimas tras la sepultura de su hijo.

Cristo se refiere a la Pasión como a un bautismo: ¿Soís


capaces (…) de ser bautizados con el bautismo con el que soy
bautizado? (Mc 10, 38); Tengo que someterme a un bautismo y
que angustiado estoy hasta que se cumpla (Lc 12, 50). Jesús pasó
por un bautismo: fue lavado en su propia sangre. María pasó por
otro bautismo: fue lavada por sus propias lágrimas.
El agua que toma el sacerdote al purificar el cáliz es símbolo
del bautismo del María. En la primera purificación, hay agua y
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vino consagrado, simbolizando que las lágrimas de María se
mezclaron con la sangre de su Hijo, gotas de sangre que primero
que cayeron de la Cruz sobre ella que estaba debajo en algunos
momentos. Después, cuando descendieron el cuerpo y ella lo
tomó entre sus brazos, se mezclaron las lágrimas de María
Santísima con la sangre de su Hijo. En la Pasión realmente se
mezclaron ambas cosas, por eso en el cáliz se mezcla el agua y la
sangre de Cristo en la primera ablución.
La segunda ablución (ya sólo con agua) representan las
lágrimas de María tras la sepultura. Por eso en el cáliz ya sólo hay
agua. Las dos abluciones del cáliz representan magistralmente
esos dos momentos de María: los dos momentos del bautismo de
Nuestra Madre. Beber esa agua sagrada sin duda santifica. Puede
parecer que cómo uno ha tomado el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
sumir esa agua ya no tiene importancia. Pero no es así, se trata de
un agua santa que santifica al que la toma devotamente.
Dado que Jesús estuvo tres días incompletos en el Sepulcro,
podría parecer que sería más adecuado derramar tres veces agua
dentro del cáliz. Pero para mí el que sean sólo dos veces,
representa que María lloró tanto que, al final, se secó la fuente de
sus lágrimas: al tercer día, María ya no lloraba: ya no le quedaban
más lágrimas que llorar.
Por todo lo dicho, cuando el sacerdote toma el purificador y
seca las gotas de agua que quedan dentro del cáliz, debería
hacerlo con el mismo cuidado y cariño con que secaría las
lágrimas de María.
El momento tras la purificación del cáliz simboliza a María
tras la Ascensión de su Hijo. María se queda corporalmente sin
su Hijo. Lo había tenido a su lado desde la Encarnación. La
presencia de Jesucristo había estado en el cáliz desde la
transubstanciación. Ahora, por primera vez, María vuelve a
quedarse sola.

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Acabada la misa, la patena se apoya sobre el cáliz, como si
María acogiese y sostuviese a la Iglesia. Caliz y patena juntos
forman una unidad, pero María sustenta a la Iglesia como Madre,
como mediadora de las gracias, como Fuente de la Gracia.
El purificador colocado entre el cáliz y la patena me
recuerda a la síndone de la Resurrección, puesto que está
manchado con la Sangre de Cristo. María sostiene en sus brazos a
la Iglesia, pero la sostiene sobre la sábana en la que resucitó
Cristo.

Cuando el cáliz es llevado a la credencia, eso representa la


Asunción al Cielo. Y cuando el velo cubre de nuevo el cáliz, eso
simboliza que ha quedado ocultada a nuestros ojos por el velo de
las nubes del Cielo.

Estos son algunos esbozos para leer marianamente la


liturgia. Las almas enamoradas encontrán más símbolos de María
en la misa. Pues es posible leer toda la misa bajo la perspectiva de
ella. Toda la misa nos habla de María si sabemos escuchar. La
misa la podemos vivir como la vida y pasión de Cristo, y también
como la vida de María.

Durante la comunión le podemos pedir cosas a Jesús. Pero


no te pases todo el tiempo del que dispones pidiéndole cosas.
Relájate, descansa y, simplemente, mírale con los ojos de tu
espíritu, y agradécele todo lo que ya tienes.
Resulta empobrecedor pasar todo el tiempo tras la comunión
pidiéndole cosas a Jesús, para sí o para otros. Imaginemos que
alguien entra en nuestra casa y no dejamos de pedirle cosas
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Además, como le dijo un hijo a su padre: No me malcríes. Yo
mismo me doy cuenta de que no me puedes dar todo lo que te
pido.

La gente del mundo se preocupa mucho por la ropa. Cuando


lo mejor en eso es la simplicidad y la comididad. Se ha hecho de
la ropa una necesidad ficticia, una esclavitud. La vida de algunos
gira alrededor de su ropa. El presbítero debe estar atento para que
no ocurra que, con la excusa de la gloria de Dios, su mente no
esté demasiado ocupada en cuestiones de ornamentos litúrgicos.
Es bueno un cierto interés y cuidado por estas cosas; es malo
dedicar demasiado tiempo a estas cosas. Dígase lo mismo
respecto a los ritos y la liturgia. Hay personas que de los medios
hacen un fin.

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Pasaje de la pecadora en el banquete de
Jesús
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Ella ha lavado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con su
cabello (Lc 7, 44).
El sacerdote pide perdón de sus pecados, no sólo en los ritos iniciales sino otras
muchas veces durante la misa.

Desde que entré, ella no ha cesado de besar mis pies (Lc 7, 45).
El sacerdote da tres besos durante la liturgia. Dos veces al altar, al comienzo y
final de la misa. Y uno en la mitad de esa liturgia, al besar los Evangelios.

Ella ha ungido mis pies con perfume (Lc 7, 46).


El sacerdote derrama a los pies de Jesús el perfume de su oración

un frasco pletórico de adoración que se reparte a lo largo del banquete

Al hacer la genuflexión ante el Pan Consagrado, puedes


imaginar que eres María Magdalena que en ese momento se puso
detrás en el banquete del fariseo, en el último lugar. Y allí lavar tu
rostro con el agua pura que sale del altar, besar sin prisas sus
clavos, la lanza, la corona, así como tomar el bálsamo perfumado
por el Espíritu Santo para santificar tu alma fría e ingrata.

El Templo de Salomón
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Llegar a la transustanciación es haber entrado en el Sancta


Sanctorum, significa estar ante la mismísima Arca de la Presencia

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de Dios. La primitiva Arca de la Alianza únicamente era imagen y
símbolo de la verdadera Arca de la Alianza: la Virgen María que
sostiene el Propiciatorio.
El Propiciatorio era la tapa del Arca, cubierta de oro y sobre
la que el Sumo Sacerdote, una vez al año, derramaba la sangre del
sacrificio, sangre de cordero. El Propiciatorio es símbolo de
Cristo, pues es Él el que nos hace propicios ante Dios. O dicho de
otra manera más precisa, Él nos hace de manera que Dios se
vuelve propicio a nosotros.
El Templo, sus objetos, el Sancta Sanctorum, el Arca de la
Alianza, el sacerdocio levítico, todos sus ritos eran símbolos de
las realidades mucho más santas que se nos iban a revelar y
entregar en el tiempo mesiánico.
David determinó los levitas que habían de hacer el servicio
delante del Arca de Yahveh, para celebrar, agradecer y alabar a
Yahveh, Dios de Israel (I Cron 16, 4).
Un servicio ante lo que era el símbolo de María que sostendría el verdadero
Propiciatorio. Servicio que se realiza con tres verbos: celebrar, glorificar y
alabar. Puede haber celebración externa carente de gloria interior en el
corazón del ministro. Puede haber gloria interior sin celebración externa.

Celebrar/recordar: El verbo hebreo “celebrar” (zacar) procede del verbo


recordar. Celebrar es recordar. Recordar la historia bíblica, lo que Dios ha
hecho en nuestra vida.

Agradecer/arrojar: El verbo “glorificar” (yadah) significa glorificar, dar


gracias y procede del verbo arrojar. Se arrojaba el sacrificio ante el altar.
Arrojamos nuestra alabanza al abismo insondable del Misterio de Dios.

Alabar/brillar: El último verbo “alabar” (halal) proviene de la raíz brillar.


De la unión entre la celebración y la glorificación, nace el brillo de la liturgia.

Buscad a Yahveh y su poder, id tras su rostro sin tregua (I Cron


16, 11).

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Busca el rostro de su ungido en la liturgia. Busca a Dios en el camino de la
liturgia; porque Él tiene poder para cambiarte y cambiar a la gente por la que
oras.

Traed ofrendas, entrad en sus atrios (I Cron 16, 29).


Penetrar en la liturgia es entrar en sus atrios. Ve al altar con algún sacrificio
espiritual tuyo, con alguna obra de ascesis por pequeña que sea, algo que
puedas colocar sobre el ara.

Al elevar el pan en la patena en el ofrecimiento de los


dones, pon en ella alguna ofrenda personal tuya. Ofrenda tuya
que es espiritual, no material y visible. Lo ideal sería traer al
altar, en cada misa, un sacrificio personal tuyo, y ofrecérselo al
Padre sobre la patena entonces, junto al pan todavía no
consagrado. Porque ése es el momento de la misa en que se
ofrecen al Padre los dones naturales y, por eso, en tal momento le
puedes ofrecer tus sacrificios personales. Como si tu pequeña
ofrenda estuviera al lado del pan en ese pequeño espacio de la
patena. Pequeño espacio porque tus actos de mortificación son
pequeños y caben perfectamente allí.
En ese momento, eres sacerdote que le ofreces a Dios los
dones humanos: el pan y el vino, y lo que quieras poner tuyo allí.
Después elevarás la patena con el Cordero sin mancha, pero
ahora ofreces al Padre lo humano. Basta una pequeña
mortificación, un pequeño sacrificio. Este pensamiento espiritual
se les puede enseñar a los laicos. Para que también ellos traigan
una ofrenda espiritual a la misa, y sientan que el sacerdote la
ofrece en la patena.

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Los tres bautismos
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El santo evangelio dice:


Yo os bautizo con agua para el arrepentimiento, pero Uno que es más poderoso
que yo (...) os bautizará con Espíritu Santo y fuego (Mt 3, 11).

Espiritualmente hablando, podemos pedir que en la misa,


partir del ofertorio, se nos concedan los tres bautismos.
El bautismo del agua
Cuando el sacerdote lava sus manos con agua tras ofrecer los dones sobre el
altar. Es simplemente agua, no es un sacramento. Pero no es una mera acción
física de lavarse. Pues el sacerdote dice en voz baja: Lava me, Domine, ab
iniquitate mea... El sacerdote es el que se lava las manos, pero todos podemos
desear el agua del arrepentimiento. Agua de arrepentimiento que era como la de
Juan el Bautista. Ese acto completa la parte penitencial del comienzo. La
completa, aunque podemos seguir pidiendo ese bautismo de agua en las
siguientes partes de la misa en que se pide perdón.

El bautismo del Espíritu Santo


Cuando el sacerdote pone las manos sobre las ofrendas pidiendo que venga el
Espíritu Santo sobre el pan y el vino, podemos pedir también que venga sobre
nosotros. Podemos pedir que venga el Espíritu Santo ya desde el comienzo de la
misa. Incluso despues que sobre el ara aparezca la Presencia, la presencia del
Hijo del Padre, podemos seguir pidiendo que el Espíritu Santo inunde ese altar y
rodee ese misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y que ese Espíritu que rebosa
sobre el altar nos santifique.

El bautismo de fuego
He venido a traer fuego a la tierra, y como deseo que ya estuvera encendida (Lc
12, 49). Cristo directamente puede traer ese fuego a nuestra alma cuando entra
en nuestro cuerpo en la comunión. Cuando Cristo aparece sobre los manteles, el
sacerdote es como si estuviera ante el fuego de la zarza ardiente de Moisés. No
sólo eso, es como si estuviera dentro del horno encendido de Ananías, Misael y
Azarías. En la comunión, coloca dentro de sí ese fuego.

Por supuesto que podemos pedir perdón muchas veces desde


el mismo Yo confieso. Es decir, en muchos momentos, podemos
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insistir en una silenciosa petición de perdón. Y también podemos
pedir al Espíritu Santo docenas de veces que venga a nosotros, a
lo largo de toda la misa. Y podemos anhelar, una y otra vez, la
recepción de la comunión hasta llegar a ese momento. Pero los
tres bautismos parecen estar mucho más claramente simbolizados
desde el ofertorio en esos tres momentos.

24
Pasajes bíblicos para meditar sobre la
epíclesis
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[Jesucristo] se ofreció a sí mismo a través del Espíritu eterno


(Hebreos 9, 14).
También ahora en la misa, Cristo se ofrece a través del amor y la santidad de la
Tercera Persona.

El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá


con su sombra (Lucas 1, 35).
Si Cristo vino al mundo a través del Espíritu Santo, igualmente, viene sobre el
altar a través de esa misma Persona.

Además, el Espíritu Santo precedió a la Encarnación para preparar a María para


recibirle. También el Espíritu Santo precede a la presencia eucarística, para
prepararte para su venida.

Entonces la nube cubrió la Tienda de la Reunión y la gloria de


Yahveh llenó la tienda (Éxodo 40, 34).
El concepto de shekinah es muy útil para entender lo que es la epíclesis:
epi=sobre, kaleo=llamar.

También la gloria de Dios puede descender sobre el altar hoy de modo invisible.
Puedes imaginar esa nube gloriosa grande, llenando todo el presbiterio.

En el día en que la tienda fue erigida, la nube cubrió la tienda, la


Tienda de la Alianza. Y, desde el atardecer hasta la mañana,
estaba sobre la tienda, teniendo la apariencia de fuego (Números
9, 15).
Imagina que estás en medio de esa gloria y que ella te santifica, para prepararte a
la presencia de Dios encarnado.

25
Allí me encontraré contigo. Y sobre el propiciatorio de entre los
dos querubines que están sobre el Arca de la Alianza, te entregaré
todos mis mandamientos para los israelitas (Ex 25, 22).
Es muy necesaria la epíclesis porque ni más ni menos que esto sucede en cada
misa: el encuentro con Dios.

Y así los sacerdotes no podían estar sirviendo por la nube, porque


la gloria del Señor llenaba la Casa del Señor (1 Reyes 8, 11).
A veces, esa unción ha sido tan fuerte que te ha embargado la emoción hasta tal
punto que no podías continuar, teniendo que parar para llorar.

El esplendor postrero de esta casa será mayor que el anterior, dice


Yaveh de los ejércitos. Y en este lugar daré prosperidad, dice
Yahveh de los ejércitos (Ageo 2, 9).
No hay que pensar todas esas acciones divinas en el primer templo se debían a
que éste era superior. Porque precisamente es al revés. Todas esas grandezas
visibles eran símbolo de las grandezas invisibles que iban a venir en el nuevo
templo que es Cristo. Y ese templo es es el que vas a tener, sacerdote, sobre el
altar. Espiritualmente vas a entrar en un templo superior al primero.

Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, la


tienda de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y
ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos
(Apocalipsis 21, 3).
La gran voz te lo dice a ti, clama para ti: vas a tener esa Tienda sobre los
manteles del altar: ¡Dios entre los hombres!

26
Consagración
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Cuando hago la genuflexión ante el Pan consagrado, me imagino


que estoy ante la zarza ardiente que vio Moisés. Ardiente de
amor. Siempre me repito, durante la misa, las palabras de la
Biblia:
No te acerques. Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás de
pie es tierra sagrada (Éxodo 3, 4-5).

Cuando me inclino sobre el altar para tomar el cáliz y apoyo mis


codos sobre el ara para inclinarme al máximo, me estoy
inclinando sobre el Pan consagrado. Siguiendo la imagen de la
zarza ardiente, ya no estoy ante ese fuego, sino en medio de ese
fuego. De manera que pienso que estoy en mitad de un horno.
Como el horno de los tres jóvenes del libro de Daniel.

La fracción del Pan


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Santa Isabel se preguntó: ¿Y cómo ha ocurrido esto a mí, que la


madre de mi Señor venga a mí? (Lucas 1, 43). Si ella se
preguntaba eso, cuánto más tú te debes preguntar: “¿Quién soy yo
para quebrantar la forma sagrada?”.

Durante la fracción, es el único momento en que la Forma


consagrada hace un ruido: son los ruidos al partirse. Esos sonidos
son el recuerdo simbólico de los gritos y lamentos de Cristo
durante su pasión.

27
El Cuerpo de Cristo queda quebrantado sobre la patena. Cuando
parto la forma por la mitad, la primera mitad simboliza todos los
sufrimientos antes de la crucifixión: flagelación, humillación, la
Cruz a cuestas. La segunda mitad yo, usualmente, la parto en tres
partes, cada una me recuerda una hora en la Cruz. La partícula
que parto por último me recuerda la lanzada.

Cuando parto el Pan también pienso en la Transfiguración y que


al abrir las llagas en el Cuerpo va a salir la luz de su interior.
Y al mostrar el Pan, pienso en la Transfiguración, que la luz sale
por las partes abiertas en su Cuerpo.
Y se transfiguró delante de ellos; y resplandeció su rostro como el sol, y sus
vestidos se hicieron blancos como la luz (Mateo 17, 2).

La commixtio
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Justo después de la commixtio, me gusta reunir los trozos de la


fracción, componiendo de nuevo su forma. En ese gesto veo el
símbolo de la Resurrección. Los hombres lo quebrantaron. Dios
Padre recompuso su cuerpo. Entonces, ante la Sagrada Hostia
restaurada en su forma, hago la genuflexión.
Porque sé que mi Redentor vive.

Y, al final, Él estará en pie sobre la tierra.

Y después que mi piel haya sido así destruida, sin embargo,

en mi carne veré a Dios (Job 19, 25-26).

28
Contemplar el altar como si fuera la losa de la Resurrección.

Cordero de Dios
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Cuando el sacerdote proclama Este es el Cordero de Dios…, en esa breve afirmación


están condensados los cuatro cánticos del Siervo Sufriente de Isaías. Coloco aquí parte
del último cántico, el salmo 53:

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a


quién se le reveló?
Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No
tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que
pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores
y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable,
y no le tuvimos en cuenta.

Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba


y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras


culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus
cardenales hemos sido curados.

29
Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su
camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.

Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca.


Como un cordero al sacrificio era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan está en silencio,
tampoco él abrió la boca.

Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos,


¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por
las rebeldías de su pueblo ha sido herido;

y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su


tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca.
Sin embargo, era la voluntad de Yahvéh quebrantarle con dolor.
Cuando hiciste de su vida una ofrenda por el pecado.
Él verá su descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a
Yahveh se cumplirá por su mano.

Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su


conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos
él soportará.

30
Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos
repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con
los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e
intercedió por los rebeldes.

31
Dichosos los invitados a la Cena del
Señor
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Luego me dijo: «Escribe: Dichosos los invitados al banquete de


bodas del Cordero.» Me dijo además: «Estas son palabras
verdaderas de Dios” (Apocalipsis 19, 9).
No es una mera cena, es una cena de bodas.
Esta es una gran verdad, porque el ángel le insistió al decirle
que son palabras verdaderas. Todo es verdadero en la boca
del ángel. Así que esa insistencia implica que estas palabras
son muy importantes.
Estas palabras de la misa, recuerdan las enseñanzas de Jesús:
«El Reino de los Cielos es semejante a un hombre, un rey, que
preparó un banquete de bodas para su hijo (Mateo 22,2).
En esa breve proclamación de la misa, también resuena este otro
versículo:
Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo: «¡Dichoso el
que pueda comer en el Reino de Dios!» (Lucas 14, 15).

32
Josué, el Arca y la Eucaristía
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Cuando veas el Arca de la Alianza del Señor tu Dios siendo


transportada por los sacerdotes levíticos, entonces saldrás de tu
lugar. Síguela. (…) Sin embargo, habrá un espacio entre tú y ella,
una distancia de unos dos mil codos. No te aproximes más a ella
(Josué 3, 3-4).
Si ese respeto había que tener respecto al Arca, cuánto más habría que tener al
Misterio eucarístico que hay sobre el altar.

Entonces Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque mañana el


Señor hará maravillas entre vosotros (Josué 3, 5).
¿Qué maravilla hay más grande que la transubstanciación?

El Señor le dijo a Josué: En este día, comenzaré a exaltarte a la


vista de todo Israel, para que sepan que Yo estaré contigo como
estuve con Moisés (Josué 3, 7).
Dios está al lado del sacerdote lo mismo que lo estuvo con Moisés. Todo
sacerdote es alguien al que Dios ha exaltado en medio de su pueblo.

Por eso sabrás que entre vosotros está el Dios viviente, el que sin
derrota sacó ante vosotros a los cananitas, a los hititas, a los
hivitas, a los perizitas, a los girgasitas, a los amoritas y jebusitas
(Josué 3, 10).
Sobre el altar, está el mismo Dios viviente de Josué y Moisés.

Y en cuanto los que llevaban el arca llegaron al Jordán, y los pies


de los sacerdotes que llevaban el arca tocaron la orilla de las
aguas (…), las aguas que bajaban de arriba se detuvieron y
formaron un solo bloque a gran distancia (Josué 3, 15-16).
El Jordán como símbolo del río de aguas vivas que es Cristo

Los pies del sacerdote que tocan ese río de aguas puras que es la misa

33
Las aguas se quedan quietas, como también el tiempo debería quedarse quieto
para el sacerdote mientras celebra la misa.

«Escoged doce hombres del pueblo, un hombre por cada tribu, y


dadles esta orden: "Sacad de aquí, del medio del Jordán, doce
piedras, que pasaréis con vosotros y depositaréis en el lugar
donde paséis la noche."» (Josué 4, 2-3).
Esas doce piedras las encuentras en la misa, son los doce fundamentos de la
Iglesia

Y pueden estar alrededor del altar si les llamas

Puedes santificarte al contacto de ellas, una a una las puedes tocar


espiritualmente

Yahveh dijo a Josué: «Manda a los sacerdotes que llevan el arca


del Testimonio que salgan del Jordán.» (Josué 4, 15-16).
Necesitamos un mandato del Señor para salir de ese Jordán: ite missa est.

34
La misa resumida en cuatro versículos
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La misa se puede resumir en cuatro versículos que resumen todo.


Ritos penitenciales:
Oh, Dios mío, líbrame. Oh, Señor, date prisa en ayudarme
(Salmo 69, 1).
Liturgia de la Palabra:
Habla, Señor, porque tu siervo está escuchando (1 Samuel
3, 9).
Liturgia eucarística:
Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde
estás es tierra sagrada (Éxodo 3, 5).
Rito de la comunión:
De las entrañas del que crea, fluirán ríos de agua viva (Juan
7, 38).

35
Sobre el altar, hay infinitos tesoros.
Como el rocío te cubre, como la niebla te envuelve.
Como la nieve caen las gracias durante ese tiempo sagrado.

Son tantas y tan continuas las gracias que caen sobre el altar, que,
desde que dispongo los vasos sagrados sobre el ara antes del
ofertorio, a veces imagino que está nevando sobre el altar. otras
veces imagino que la Tercera Persona está presente como una
nube que cubre la superficie del ara.

El sacerdote, antes de comulgar, dice en voz baja: Corpus Christi


custodiet me in vitam aeternam. No dice “custodiat” (me
custodie), sino que es una petición, un deseo, no un hecho que
debemos dar por infalible.

Hacer el propósito de llamar muchas veces al Espíritu Santo


durante todo el tiempo de la misa. La misa como una continua
invocación del Paráclito.

Si en el sagrario hay dos copones, podemos verlos como el


Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María.
María tenía dentro de sí a Jesús. El corazón de María deseó
ardientemente llenarse de Cristo. Y, si como afirma algún místico,
recibió el don de la permanente presencia de la Eucaristía en su
interior, ella fue, realmente, copón de la Eucaristía.
Al tomar el copón en mi mano para retornarlo al sagrario, me lo
imagino palpitante. El copón suele tener el tamaño de un corazón.

36
Antes de la consagración, la patena representa a san José, el cáliz
a María. El corporal la casa de Nazaret. Después de la
consagración, el cáliz representa el seno de María. La patena
representa a la Iglesia, porque la patena simboliza apertura. La
patena muestra el Pan, como la Iglesia muestra a Cristo. El cáliz
simboliza recogimiento. La patena apertura, deseo de mostrar.
Es más grande el cáliz que la patena, porque, en mi opinión,
María es más grande que la Iglesia espiritualmente hablando. Los
méritos y el amor de María vale más que todo el amor de todos
los santos, los mártires y todos los fieles. En la balanza, pesa más
María.

El ir a la credencia para lavarse las manos representa que Jesús


fue al Jordán para ser lavado por san Juan.

La eucaristía es el sacrificio de Cristo en la


Cruz que se actualiza y se hace presente
sacramentalmente sobre el altar.

Dios es Señor del Tiempo, por tanto, no tengas prisa al ofrecerle


este santo sacrificio.

Beber el Cáliz de la Nueva Alianza significa que algo tan etéreo e


inmaterial como es la Palabra de Dios, en cierto modo, está ahí no
como palabra sobre papiro o pergamino, sino como la palabra está
en la persona que habla.
37
En la Liturgia de la Palabra, escuchamos las Escrituras. En los
Ritos de la comunión, bebemos de la misma Fuente de las
Escrituras.

38
Para el presbítero: vivir la misa como
una nueva consagración sacerdotal
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Aunque la ordenación sacerdotal no puede repetirse y además


deja una marca indeleble, en alguna misa le podemos pedir a Dios
que renueve tanto las gracias sacerdotales recibidas en el rito de
ordenación, que sintamos ese día como si hubiéramos sido
consagrados de nuevo.

El rito de la ordenación no puede repetirse, pero sí que puede


vivificarse de nuevo lo recibido ese día.

Señor, que esta misa sea como si el Espíritu Santo soplara sobre
todas y cada una de las gracias que me otorgaste en mi ordenación
sacerdotal. Ahora me otorgarás la paz, la concentración, la
intimidad de la que no gocé en medio de las agitaciones propias
de una gran celebración como fue mi ordenación sacerdotal.
El día de mi ordenación deseé estar a solas, pero no pude. Deseé
concentrarme completamente y que nada me distrajera, pero no
pude. Ahora sí que puedo.

Acercarse al altar como el que se aproxima a una nueva


consagración. Jesús mismo hará de obispo. Yo me acercaré a mí
con la emoción del ordenando. Los testigos serán los ángeles. El
rito en el que me consagro de nuevo será la entera misa. El rito de

39
esa consagración no será en un momento concreto, sino toda la
misa.

El velo de Moisés
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Moisés bajo del monte Sinaí. Mientras bajaba de la montaña con las dos tablas
en su mano, Moisés no sabía que la piel de su rostro brillaba porque había estado
hablando con Dios (…). Puso un velo sobre su rostro (Éxodo 34, 29 y 33).

En la misa, tras recibir el cuerpo de Cristo, espiritualmente


deberíamos ponernos un velo sobre nuestra cabeza, para no
distraernos, para concentrarnos en la adoración de Dios. Un velo
espiritual, no material.
Moisés se puso el velo para que no saliera la luz hacia fuera. Tras
recibir el Cuerpo de Cristo deberíamos ponernos el velo para que
nuestra atención no salga afuera de nosotros, sino que nosotros
nos centremos en la Luz interior.

40
II parte

Consideraciones prácticas para sacerdotes

Esta parte tiene mucha menos importancia y, además, tiene como


destinatarios solo a los sacerdotes. Pero puede tener utilidad para
alguien y por eso la he incluído en esta obra.

Concelebraciones
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El diácono deja el Evangelio sobre el altar: el Evangeliario


representa los labios de Cristo, su voz, su palabra que resuena.
Cada vez que vemos a los sacerdotes que concelebran,
debemos imaginar a los Apóstoles alrededor de la mesa de la
Última Cena.
El diácono entre los sacerdotes en la celebración, representa
a Cristo siervo. Cristo humilde que se esconde en la figura del
pobre diácono. Cristo que está allí para servir.
El diácono se sienta al lado del obispo, como símbolo de
que junto al obispo debe estar la caridad. Porque representa a la
caridad no sólo se sentará en ese lugar de honor, sino que también
recibirá la comunión de manos del obispo y antes que los demás
concelebrantes. Él proclamará el Evangelio, porque el que ama a
los demás es el que mejor puede anunciar las palabras de Jesús.
Resulta frecuente la costumbre de que en las grandes
concelebraciones se entreguen a los sacerdotes varias fotocopias.
Es preferible que ellos escuchen al lector o al celebrante principal.
41
La liturgia supone la escucha de la voz que resuena en la liturgia,
no es un tiempo de lectura personal. Y cuando los presbíteros se
ponen de pie, siempre es más bello el simbolismo de los
celebrantes con las manos unidas sobre el pecho, que no
sosteniendo papeles.
Al dar la paz, podemos pensar en el hermano del presbiterio
que menos nos place, y pedir al Señor que sane las heridas de
nuestro corazón respecto a él. Durante nuestra oración personal
previa a la misa, podemos pensar que, cuando llegue el rito de la
paz, daré la paz a los que tenga al lado, pensando en que con ese
gesto abrazo a todos aquellos que pienso que me han ofendido. Si
lo meditamos previamente, el gesto tendrá más sentido, mucho
más sentido.

Al comienzo del canon, los presbíteros se colocan al lado


del obispo. No detrás de él, ésa es la posición del diácono. El
lugar donde se colocan los presbíteros no resulta indiferente, sino
que contiene una teología. El obispo y el presbítero comparten un
mismo poder respecto a la Eucaristía. De hecho, durante el canon,
el obispo litúrgicamente va revestido practicamente como un
presbítero. Aunque mantenga símbolos de su dignidad (el anillo,
la cruz pectoral o el solideo), no porta ninguna vestidura litúrgica
que le distinga sustancialmente del presbítero. En ese momento,
los símbolos de su dignidad son muy discretos. Eso remarca que
la potestas del obispo sobre la Eucaristía no es mayor que el del
presbítero. Por eso, los presbíteros se colocan al lado, y los
diáconos detrás. Incluso cuando los obispos concelebran con el
Papa, se colocan a su lado, y no detrás por respeto.

42
Si han de comulgar muchos sacerdotes de un mismo cáliz,
hágase por intinción. Resulta antihigiénico que treinta o cuarenta
presbíteros beban directamente de un mismo vaso sagrado. Es
difícil señalar dónde está el límite máximo adecuado. Pero yo
aconsejaría la intinción más allá de siete u ocho comulgantes. Y
siempre a partir de doce o catorce.

En una concelebración, siempre hay algún sacerdote que


restriega sus dedos sobre el vino consagrado, para que caigan
dentro las partículas que puedan quedar adheridas a las yemas
de sus dedos. Ésa es una pésima costumbre. Si todos hicieran lo
mismo, el resultado sería muy desagradable. Esas partículas
deben ser limpiadas de los dedos con el purificador. Si el
sacerdote celebra solo, puede hacer como desee. Pero no
cuando otros van a tener que beber del mismo cáliz.

El cirio pascual
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El cirio es un gran símbolo, simboliza a Cristo presente en


el presbiterio. Resulta bellísimo, en la vigilia pascual, el rito en el
que se le hacen las incisiones con un verdadero punzón arañando
su superficie. Evítense esas horribles bolas grandísimas como
bolas de golf que tantas veces he visto clavadas sobre el cirio. Y,
por supuesto, evítese de forma absoluta el cirio de plástico de
cera líquida.
Resulta especialmente antiestético ver que el cirio no está
totalmente recto sobre su pie, sino inclinado hacia un lado. Con
lo bello que resulta contemplar en la penumbra un gran
candelabro de bronce coronado por un esbelto y enhiesto cirio.

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Digo “esbelto”, porque los cirios muy gruesos dan mucho
trabajo, ya que siempre hay que estar recortando sus bordes. Son
preferibles aquellos cirios cuyos bordes se pueden cortar sin
dificultad con un cuchillo o incluso aplastar con los dedos al
apagarlos.
El cirio pascual se puede encender todos los días al caer la
tarde, cuando la luz del interior del templo comienza a decaer. Se
le puede prender como símbolo de la presencia de Cristo en ese
lugar sagrado, aunque eso suponga tener que reemplazar el cirio
varias veces al año. Mejor es hacer mucho uso del cirio, que no
que esté apagado durante todas las celebraciones. Si siempre va a
estar apagado, es mejor que colocarlo en el baptisterio. Un cirio
siempre apagado todo el año, salvo en los bautismos, es un triste
símbolo en un lugar tan notable como el presbiterio.

El sacerdote en el confesionario antes


de la misa
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El párroco puede realizar en el confesionario su tiempo


diario de lectura espiritual o el rezo del breviario. En parroquias
pequeñas con pocas confesiones el sacerdote puede prepararse
para la misa dentro del confesionario. Si hubiera muchas
confesiones, es preferible que la parroquia disponga de un
tiempo fijo, diario, para las confesiones, y que así el sacerdote se
prepare bien para el santo sacrificio. Si a los fieles se les explica
esto, lo entenderán.
Pero, en muchos lugares, sentarse en el confesionario antes
de la misa resulta una magnífica catequesis para los que asisten a

44
la misa, que ven que su párroco siempre es fiel al confesionario
media hora antes. Pero hay que ser fidelísimos en preparar todas
las cosas para la misa con puntualidad, para de esta manera
sentarse en el confesionario de verdad media hora antes. La
experiencia es que la voluntad es buena, pero en la práctica se va
recortando el tiempo de confesonario.
Es un hecho indudable que en casi todas las parroquias
donde el cartel de la entrada afirma que hay confesiones media
hora antes de las misas, no es así. El párroco siempre tiene cosas
que hacer.
Sería un gran progreso que, en todas las pequeñas
poblaciones, fuera costumbre que el párroco estuviera dentro del
confesionario media hora antes de la misa. Pero si se hace así,
insisto, hay que tener la disciplina de preparar todas las cosas
sobre el altar a una hora determinada, para sentarse en el
confesionario a la hora en punto, sabiendo que cuando se levante
cinco minutos antes de la misa sólo tiene que revestirse porque
todo está preparado. Obrando de esta manera, aun tendrá un par
de minutos para arrodillarse en el reclinatorio de la sacristía para
esperar que suene la hora en el reloj.
No es lo mejor hacer la oración mental en el confesionario,
porque tendremos muchas distracciones. Por eso, allí es mejor
realizar oraciones vocales, el rezo del breviario o lectura
espiritual. Ocupaciones éstas en las que las interrupciones no
suponen gran problema para la concentración.

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La intención de la misa
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Fijar un momento determinado para hacer la intención de la


misa (por ejemplo, justo antes de revestirse) evita olvidos y
permite hacerlo mejor, con más consciencia. Después, el
celebrante puede acordarse varias veces de esa intención a lo
largo de la celebración si lo desea, pero el mínimo ya estará
cumplido.
Cierto que la misa objetivamente vale lo mismo sea cual
sea el sacerdote que la celebre. Pero lo que no vale lo mismo es
la parte subjetiva. Es decir, no supone lo mismo el sacerdote que
se acuerda varias veces a lo largo de la misa de la intención del
oferente y le pide al Señor por él con verdadero interés, que el
que sólo se limita aburridamente a leer esa intención en un papel.
Si el celebrante, durante la misa, ya empezada ésta, se
apercibe de pronto de que no ha hecho la intención de ofrecer esa
misa por la intención que hay en el libro de misas, será válido
mientras haga la intención antes de la consagración: celebro esta
eucaristía por la intención que está apuntada en el libro de misas.
Esto es válido, así lo dicen los antiguos manuales. Insisto en que
esto es así, aunque no sepa cuál es la intención. Por supuesto que
es suficiente la intención interna sin decir nada vocalmente.
Pero esto se debe hacer de forma excepcional. El
ofrecimiento de la misa debe hacerse con la seriedad y calma que
algo así requiere.
Recuerden los párrocos que tienen obligación todos los
domingos de ofrecer una misa pro populo, incluso aunque estén
de viaje o de vacaciones.

46
Un libro de misas grande, bonito, digno, manifiesta el valor
que le da el párroco a esa misión de interceder por los que se lo
pidan. Hay libros de misas verdaderamente hermosos en los que
las intenciones van seguidas en columnas, escritas con buena
caligrafía. Un número puede preceder a cada intención y ese
número se puede colocar en un calendario en la fecha para la que
se pidió la misa. La belleza del libro indica la importancia que
tiene ese acto.
La gente llega a nosotros llena de fe a pedirnos que nos
acordemos de sus intenciones e, incluso, nos dan una limosna por
ello. Por eso hay que evitar recitar la intención de un modo frío y
mecánico. Los sacerdotes debemos refrescar en nosotros el
precioso sentido espiritual de intercesión que tiene esa acción.
Debemos mostrar agradecimiento cuando nos dan ese óbolo y
manifestar con cariño que nos acordaremos de su intención con
todo nuestro amor ante Dios en el altar. La belleza del libro de
misas es todo un símbolo de la importancia que se le da a este
acto.

En las grandes solemnidades


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En las misas muy señaladas, pienso sobre todo en las fiestas


patronales en un pueblo, hay tantas cosas que organizar en la
iglesia que, a menudo, la misa comienza con algo de retraso. Y
se nota al celebrante tenso y hasta con ganas de ir rápido para
compensar el retraso. El celebrante trae esa tensión ya desde que
viene de la sacristía.
Si los fieles hubieran podido asomarse a la sacristía,
habrían comprobado que ese lugar era un caos: el párroco
47
riñendo al monaguillo que se ha manchado la túnica con el
carbón al encenderlo, una señora que pregunta (en el último
momento) donde pone las flores, otro monaguillo que no
encuentra una túnica que sea de su talla y ya pasan cinco minutos
de la hora prevista para el comienzo, el lector que viene
corriendo con el libro de lecturas porque ha perdido la página
donde estaba la cinta.
Todo esto tiene solución fácil. Si van a participar varios
monaguillos, debe haber una persona adulta encargada sólo de
ellos, cualquier catequista puede valer. Además, todos los objetos
que se van a usar en la misa, deben estar ya completamente
preparados media hora antes.
Con alguien que se encargue de los monaguillos y con los
objetos ya preparados media hora antes, el párroco puede irse al
confesionario hasta que falten diez minutos para el comienzo la
misa. Lo ideal es que, aunque la iglesia esté rebosante de gente,
el párroco pueda rezar en la sacristía con toda tranquilidad un
rato antes de salir. Y que después se revista sin ninguna prisa.
La imagen del párroco sentado en la sacristía con un libro
de oraciones, con los monaguillos ya revestidos y en silencio a
ambos lados de él, es la imagen lógica de una sacristía. El
desorden y el caos en ese lugar sólo deben excusarse en un
párroco joven y sin experiencia.
La liturgia es un empeño compartido entre los laicos y su
presbítero. Si quiere hacerlo todo el sacerdote, es cuando vienen
los nervios. Hay sacristías que son una tormenta de nervios y
prisas antes de que todos salgan de ella, y otras que son un
remanso de paz y orden.
Lo repito por si alguien piensa que esto es un ideal
irrealizable. Yo, en mis parroquias, siempre confesaba antes de

48
las misas. E incluso en las misas más importantes en las que
venía el alcalde y los concejales, y la iglesia estaba a reventar de
gente sin que cupiera un alma más, yo iba a confesar. E iba
tranquilo, porque todo ya estaba preparado en el presbiterio. A la
hora, salía del confesonario a paso normal para revestirme sin
prisas y rezar un rato en la sacristía. Siempre encontré catequistas
encantados de encargarse en la ayuda con los monaguillos. Por
eso, me sorprendía visitar en las fiestas patronales a algunos
párrocos vecinos y ver que se volvía a repetir la escena del año
anterior de agitación y prisas del párroco antes de salir a celebrar.
Y recordemos una cosa, los monaguillos están para dar
lustre a la liturgia. Si los monaguillos en el presbiterio lo único
que hacen es despistar, es mejor prescindir de los monaguillos.
Yo siempre les hacía sentar no mirando de frente al pueblo, sino
de perfil en los dos extremos del presbiterio. Y durante la misa
también se quedaban en esos lugares. Un monaguillo aburrido
mirando cara a cara a la gente, siempre despista a la gente por
más que el párroco celebre con la mayor devoción la misa.
A mí me gusta celebrar con la mayor cantidad de
monaguillos, me encantan las procesiones del comienzo de la
misa. Pero el mismo interés que pongo en esas procesiones, lo
pongo después en neutralizar la presencia de los monaguillos en
el presbiterio. Los monaguillos son una continua fuente de
distracción. Más allá de cierto número, los hacía sentar en el
primer banco de la iglesia, porque son niños y es inevitable que
hagan bromas y se despisten y despisten a todos.

49
El diácono toma el evangeliario
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En las grandes celebraciones, en las que se saca en


procesión el evangeliario, qué devoción me da ver este libro.
Llevado en procesión como un tesoro. Recubierto de oro y
piedras preciosas para recordar que los Santos Evangelios son
las mismísimas enseñanzas de Jesús.
En los Evangelios ha quedado escrito lo que Dios ha
querido, se perdió lo que Dios no quiso que permaneciera. No
hay en ellos el más mínimo error. Ellos son la verdad pura. En
ese libro se contienen las palabras que Jesús enseñó mientras
todavía estaba visible sobre la tierra. Cada añadidura explicativa
en ellos fue querida por Dios. Cada variante entre los Evangelios
fue inspirada. Dios quiso que hubiera cuatro como los cuatro ríos
que atravesaban el Jardín del Edén.
El libro está cerrado (normalmente el evangeliario tiene
cierres) para simbolizar que nada se puede sacar de él, nada se le
puede añadir.
A mí me parecía, estéticamente hablando, un poco fría la
versión impresa que había de este libro cuando escribía estas
líneas. Así que hice imprimir en hojas grandes (tamaño A3) los
cuatro evangelios. Quería tener en el salón de mi casa este libro
abierto continuamente, verlo, besarlo, y hacer anotaciones en sus
márgenes. Lo imprimí con márgenes amplios y lo hice
encuadernar de un modo magnífico. En mi lectura personal del
Evangelio, en mi tiempo de oración, iba haciendo anotaciones en
sus márgenes, subrayaba palabras, marcaba con pinturas de
colores algunas líneas. De esta manera, este libro pasó a ser algo
personal, algo mío, entrañable. Y cuando era colocado sobre el

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altar o lo besaba, realmente estaba venerando un libro que
formaba parte vital de mi vida.
El evangeliario se deja sobre el altar, porque es algo
sagrado. Después al abrirlose incensarán esas páginas de
palabras vivas.
No se coloca cualquier cosa sobre el altar. Se coloca sobre
los manteles y no los impurificará, porque son las palabras de Él
mismo. Sobre el altar se coloca su Cuerpo y sus palabras,
ninguna otra cosa, porque el altar es para Dios y solo para Dios.
No hay tradición de colocar sobre el altar ni el leccionario,
ni la Biblia. Realmente podría hacerse porque son palabras
santas, también esas páginas son la Voz de Dios. Pero obrando
del modo tradicional se quiere afirmar que el Evangelio es un
libro dentro del Libro, el centro de ese Libro.
Bendición del diácono, mostración del Evangeliario,
procesión, signación del texto: la liturgia como acción, no sólo
como lectura.

Aspectos estéticos menores


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Era costumbre antigua que el celebrante situase el pañuelo


en su manga, entre la manga de la camisa y la del jersey. Hay
albas que no tienen aberturas para llegar a los bolsillos del
pantalón. Y lo que queda estéticamente muy feo, desde luego, es
tener que sujetar la casulla con una mano y arremangarse el alba
con la otra, hasta acceder al bolsillo del pantalón. Hacer eso
delante de todos no ofrece un bello espectáculo desde luego.

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Por eso, es una buena costumbre el dejar el pañuelo en la
manga. Si el celebrante no lleva jersey, el pañuelo no se podrá
colocar allí, así que otro lugar alternativo, igualmente digno, es
colgar el pañuelo del cíngulo bajo la casulla. Es decir, dejarlo
colgando apretado entre el alba y el cíngulo.
No debería ser necesario advertirlo, pero, por si acaso, quede
escrito que cuando uno se suena las narices en el altar, se debe
ladear la cabeza. Nunca se debe hacer tal operación mirando de
frente, sino que la cabeza debe estar totalmente de lado. Si
justamente a los dos lados, demasiado cerca, se situasen dos
concelebrantes, uno puede dar un paso atrás o ladearse tanto que
casi dé la espalda al altar. Cualquiera de esas operaciones siempre
será más recomendable que hacerlo mirando hacia delante.
Otra buena costumbre es sacarse el reloj para la celebrar la
misa. Esto no sólo porque tal acción es símbolo de que durante la
misa dejamos de preocuparnos del tiempo, para ocuparnos sólo de
Dios. Sino también porque el reloj no deberíamos mirarlo ni una
sola vez durante toda la celebración. No hay cosa que peor quede
ante el pueblo fiel que el que un celebrante mire el reloj. Pues
aunque sólo lo haga una sola vez, es un modo de hacer consciente
a todos los presentes de que quizá es tarde. ¿Tal vez esta misa está
durando más de lo normal? ¿Qué es lo que tengo que hacer
después? Todas estas cosas pasan por la cabeza de todos, cuando
el sacerdote mira el reloj, por muy disimuladamente que lo haga.
Precisamente si la ceremonia está durando más de lo habitual, es
cuando nunca debe mirarse al reloj. Recordad: no hay forma
disimulada de mirar el reloj, siempre se dará cuenta la gente.
Otra razón para quitarse el reloj durante la liturgia, es porque
el reloj despista a los fieles, los cuales tienden a mirarlo
preguntándose de qué marca es, si es bonito, etc.

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Es una magnífica costumbre al llegar a la sacristía hacer
cuatro cosas justo antes de revestirse:
1. Lavarse las manos.
2. Mirar el libro de misas y hacer la intención de ofrecer la misa por esa
intención.
3. Sacarse el reloj.
4. Colocarse el pañuelo en la manga o en el cíngulo.

Si esto se hace por orden y cada día durante meses, acaba


por convertirse en un hábito que acompañará siempre al
presbítero.
Ya que me estoy ocupando en este apartado de cuestiones
menores de tipo estético, quisiera aconsejar que el mejor modo de
estornudar es ladear completamente la cabeza y ocultar la boca
con el dorso de la mano apoyando el borde de la palma en la
mejilla. No es la mejor solución el poner la palma de la mano
sobre la boca. Porque después tenemos que dar la comunión con
esa mano. Si, por el contrario, hacemos el gesto descrito, la palma
de la mano y los dedos quedan limpios, pues sólo los hemos
apoyado sobre la mejilla para ocultar la boca en un gesto que
resulta higiénico y elegante.

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III parte

Algunas consideraciones teóricas

La misa tridentina y la del Vaticano II


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En los últimos años ha ido ganando terreno, sobre todo entre


la gente joven, la idea de que el Misal del Vaticano II supone un
gran atentado contra la tradición litúrgica. Para todos aquellos a
los que se les ha inculcado una cierta manía contra la misa no
tridentina, me gustaría decirles que la Misa del Vaticano II fue el
resultado de los estudios realizados por los mejores liturgistas del
tiempo preconciliar.
Un conocimiento meticuloso de la evolución de la misa
desde los tiempos apostólicos, llevó a la creación de un misal que
nos retrotrajera al espíritu litúrgico de los primeros siglos. Se
eliminaron repeticiones acumuladas por la Historia, se enriqueció
la liturgia de la Palabra, se buscaron las más antiguas liturgias de
las que hay constancia para ver qué nos podían aportar a nuestras
celebraciones. Y todo esto se hizo con la clara voluntad de tratar
de preservar cuanto de bello y positivo habían decantado los
siglos en el misal tridentino.
Honestamente, todos los que critican nuestro actual misal no
sé cuál es su nivel de conocimiento de los cánones sirios, o de las
diversas tradiciones occidentales como la ambrosiana o la
visigótica. Cualquiera que conozca de verdad el conjunto de la
liturgia, reconocerá que lo que tenemos ahora es un verdadero

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monumento litúrgico que conjuga a la perfección lo antiguo, la
tradición y la sencillez en una magnífica evolución que nos ha
llevado a lo que tenemos.
El Misal de Pablo VI es un tipo de misa que encaja
perfectamente tanto para un gran pontifical como para una misa
en el campo. Pero sobre todo nos aporta algo que se había ido
perdiendo con el pasar de los siglos: la misa como banquete, la
misa como cena, la misa como participación de la comunidad de
una misma mesa. Esos aspectos quedan mucho mejor expresados
en la nueva misa, sin quitar ni un ápice de solemnidad.
Para mí la grandeza de la nueva misa radica en compaginar
magistralmente el aspecto sacrificial con el recuerdo de que esa
celebración es la Última Cena. La misa actual ordinaria está
mucho más cerca de las liturgias primitivas que la misa del siglo
XII o la del XVII. Lógico porque esa misa medieval lo que trataba
de realzar era el aspecto sacrificial, y hacía muy bien en pretender
eso y lo lograba. Cada liturgia expresa algún aspecto concreto.
Jesús no pretendió que su Última Cena con los Doce fuera como
un esplendoroso pontifical catedralicio. Ni Jesús hubiera querido
que todas las grandes liturgias eucarísticas basilicales se vieran
reducidas a la simplicidad de doce hombres reunidos en torno a
una mesa en un comedor.
Con mis palabras no pretendo desmerecer para nada la misa
tridentina. Mi única intención es remarcar los aciertos que supuso
la introducción del nuevo misal y recordar que éste no puede ser
tan incorrecto, tan inadecuado, como quieren hacernos creer
algunos, puesto que Jesús quiso celebrar la Última Cena como la
celebró.
Es decir, hubiera podido en esa Cena instaurar una Pascua
cuyos ritos recalcaran más los aspectos mistéricos, los aspectos
cultuales del Templo. Incluso podría haber organizado una
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pequeña liturgia con sus discípulos. Sin embargo, quiso primar la
aproximación, la cercanía. La instauración de la Eucaristía es un
Misterio que per se tiene más de aproximación que de
segregación.
No sólo eso. Sino que el mismo Redentor quiso romper en
ese acto con el culto del Templo, iniciando una Nueva Alianza. Se
instaura una nueva liturgia. El culto del Nuevo Pueblo de Dios no
es una reforma del antiguo culto levítico, sino que es una ruptura.
Por eso me parece muy bien todo lo que en la actualidad se haga
para dejar claro la solemnidad de nuestros misterios, pero
recordando que son los misterios del acercamiento de Dios a los
hombres. Éste es el espíritu que movió a los sucesores de los
Apóstoles autores de la constitución Sacrosanctum Concilium.
De ningún modo afirmo que los predecesores tridentinos
hubieran traicionado esta verdad. Pero ciertamente los Padres
Conciliares del Vaticano II quisieron resaltar estos otros aspectos,
que con el pasar de los siglos habían quedado menos claros al
Pueblo de Dios.
Por eso le deseo toda la suerte del mundo a la misa
tridentina actualmente resucitada. En la Iglesia hay lugar no sólo
para esas dos formas de vivir el rito romano, sino para otras
muchas liturgias que han pervivido. Lo que no se puede permitir
es enseñar el desprecio hacia una determinada liturgia aprobada
por la Iglesia. Afirmar que el actual rito ordinario de la misa es
menos espiritual, como una especie de misa de segundo orden,
como si la buena fuera la otra, es no conocer la historia de la
liturgia. Hay un modo integrista de vivir la fe que se corresponde
con un modo integrista de vivir la liturgia. Sin duda los
tradicionalistas se preguntan una y otra vez porque Nuestro Señor
no hizo una Última Cena más tradicional.

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Los enemigos de la liturgia
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Hay fieles que, al explicarles tal o cual rúbrica, te contestan


meneando la cabeza: Todo esto son tonterías. Y tienen razón: el
amor está lleno de tonterías. Sólo hay que ver la de tonterías y
detallitos que tienen entre sí los enamorados. Pues nosotros,
enamorados de Dios, tenemos mil detalles para con nuestro
Creador. Pero no detalles como los que tendríamos con un amor
meramente humano, sino detalles que manifiestan que Él está por
encima de todo lo humano. La suma de todos esos detalles es la
liturgia, resultado del amor de toda una Iglesia durante siglos.
Estos iconoclastas se presentan a sí mismos como
reformadores de los excesos de las ceremonias, pero en realidad
son enemigos del mismo concepto de liturgia. Si fuera por ellos,
las ceremonias serían frías, desnudas, desencarnadas. Las grandes
liturgias bellas de la Iglesia gustan incluso a los no creyentes. Por
el contrario, esas liturgias que ellos proponen, pobretonas y
estéticamente feas, no gustan ni a los creyentes.
Ante esos fieles de mentalidad luterana y calvinista, los
sacerdotes amantes de la liturgia deben actuar sin ningún
complejo haciendo las cosas lo más bellas posibles sin
preocuparse del qué dirán. Si Jesús está contento, todos contentos.

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Conclusión
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La santa misa es el sacrificio de Cristo en la Cruz que se


actualiza y se hace presente sacramentalmente sobre el altar.
Esta fórmula teológica acuñada por la teología tras una reflexión
de siglos debe ser miel en nuestros oídos. Cualquier esfuerzo para
tener más devoción durante el Santo Sacrificio está bien
empleado. Estas páginas solo tienen ese propósito.

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www.fortea.ws

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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en
Barbastro, España, en 1968, es sacerdote
y teólogo especializado en el campo
relativo al demonio, el exorcismo, la
posesión y el infierno.

En 1991 finalizó sus estudios de


Teología para el sacerdocio en la
Universidad de Navarra. En 1998 se
licenció en la especialidad de Historia de
la Iglesia en la Facultad de Teología de
Comillas. Ese año defendió la tesis de
licenciatura El exorcismo en la época
actual. En 2015 se doctoró en el Ateneo
Regina Apostolorum de Roma con la
tesis Problemas teológicos de la práctica
del exorcismo.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de


Alcalá de Henares (España). Ha escrito
distintos títulos sobre el tema del
demonio, pero su obra abarca otros
campos de la Teología. Sus libros han
sido publicados en ocho lenguas.

www.fortea.ws

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