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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL

MAGISTRADO PONENTE:
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

Bogotá, D. C., nueve (9) de julio de dos mil siete (2007).

Referencia: expediente número


23417-31-03-001-2001-00055-01.

Se decide el recurso de casación interpuesto por el

demandante Luis Miguel Rivero Valverde contra la sentencia proferida el 20 de

abril de 2004 por la Sala Civil-Familia-Laboral del Tribunal Superior del Distrito

Judicial de Montería, dentro del proceso ordinario instaurado por el recurrente,

en nombre propio y en el de sus hijos Luis Felipe Rivero Beltrán y Luis Duván

Rivero Sáenz, así como por Florencia María Valverde Mestra, frente

a la Electrificadora de la Costa Atlántica S. A. E. S. P. “Electrocosta S. A.”.

I. ANTECEDENTES

1. Los demandantes solicitaron declarar que la demandada

era responsable civilmente y que, por tanto, debía pagarles “todos los

perjuicios morales, materiales y fisiológicos” que han soportado a raíz de las

lesiones corporales sufridas por Luis Miguel Rivero Valverde con ocasión de la
“electrocución por descarga eléctrica” ocurrida el 23 de enero de 2001;

condenarla, como consecuencia de lo anterior a pagarles $100‟000.000, por los

perjuicios materiales padecidos por Luis Miguel Rivero Valverde, “más el lucro

cesante dejado de recibir por la incapacidad para trabajar” que le resultó “a

causa de las lesiones…, lo mismo que los intereses compensatorios desde la

fecha... del accidente hasta la fijación de la indemnización a que hubiere

lugar”, con la respectiva corrección monetaria por el período comprendido

entre la fecha de “la sentencia que así lo ordene” y aquella en que se “verifique

el pago”, y a cada uno de los actores la suma equivalente a mil gramos de oro,

por perjuicios morales; condenar a la demandada a cancelarle al demandante

Rivero Valverde $200‟000.000, por daños fisiológicos, y $60‟000.000, por

concepto de “perjuicio material en la modalidad de daño emergente”, tales como

gastos médicos, de hospitalización, adquisición de medicinas, prótesis,

tratamientos posteriores a la operación, sicológicos y de fisioterapia.

2. Fundamentaron las pretensiones en los hechos que

enseguida se compendian.

a) El 23 de enero de 2001, en el sitio denominado vereda

Santa Lucía-Las Garitas, del Municipio de Lorica, ocurrió un accidente en el que

Cristóbal Cataño Ramírez falleció y Luis Miguel Rivero Valverde resultó con

múltiples lesiones, concretamente en el “pie derecho con exposición ósea”,

quemaduras de segundo y tercer grados al costado derecho del abdomen, de

segundo grado en el pie izquierdo y de tercer grado en el brazo derecho, por

cuanto recibió una descarga eléctrica de alto voltaje; a causa de esas lesiones

a éste le fue amputado el miembro inferior derecho, así como tres dedos del

pie izquierdo, y de momento tiene abierta la herida del abdomen.


b) La tragedia se debió a que las líneas de alta tensión, que

cruzaban por encima de la estación de servicios donde fue parqueada la

volqueta para aprovisionarla de combustible, estaban a 3.5 metros del suelo,

pese a que Francisco Luis Londoño Genes, propietario de ese establecimiento,

en forma verbal y luego por escrito de 7 de diciembre de 2000, le notificó a la

demandada que los vehículos no podían estacionar en ese lugar para ser

atendidos, puesto que las cuerdas eléctricas pasaban a baja distancia, lo que

podía causar un accidente, advirtiéndole así textualmente que era “mejor

prevenir que curar”; como Electrocosta S. A. no atendió el señalado

requerimiento, se presentó el daño referido.

c) El contrato de servicio público de distribución y

comercialización de energía eléctrica por red, ajustado a las resoluciones 108

de 1997 y 70 de 1998, en su cláusula vigésima, establece que el cliente tendrá

derecho a presentar quejas y reclamos a la empresa y que ésta, a su vez,

deberá responder lo solicitado; la demandada no atendió las peticiones

formuladas por Londoño Genes, de modo que no solamente incumplió aquella

cláusula sino que propició consecuencias graves a quienes sufrieron la

electrocución por descarga eléctrica de alto voltaje; además, el numeral 9º del

anexo 2 del citado convenio dispone que la empresa se abstendrá de

suministrar o suspenderá el servicio en todas aquellas instalaciones que no

cumplan los requisitos técnicos mínimos, así como de seguridad exigidos por

las normas, mientras no se corrijan las fallas, y que las líneas primarias de alto

voltaje deben estar a una altura de nueve metros y las secundarias a siete;
como aquélla omitió atender estas disposiciones, es responsable civilmente de

los daños causados a Rivero Valverde.

d) Éste es jefe de familia, tiene a cargo suyo dos hijos

menores de edad, así como a su progenitora, y a raíz del accidente no sólo

dejó de trabajar sino que ha tenido que atender diversos gastos con el

propósito de recobrar un poco su estado de salud; como consecuencia de la

electrocución que sufrió, Luis Miguel tuvo que soportar las amputaciones atrás

referidas, lo cual les ha causado a los demandantes traumas invaluables, tanto

porque como consecuencia de dichas mutilaciones él no será el mismo de

antes como por razón de que su recuperación es dispendiosa y costosa, amén

de que su familia pasa por una penosa situación económica, por cuanto era él

quien la sostenía con su trabajo.

e) En la labor de mecánico de maquinaria pesada, Rivero

Valverde obtenía unos ingresos diarios de $100.000 a $125.000 y, a causa de

la citada pérdida anatómica, él está sufriendo un grave trauma sicológico y una

disminución en la capacidad laboral, ya que luego de que se recupere no podrá

dedicarse a su trabajo; además de lo precedente, su familia se encuentra

afectada económicamente, al igual que con pena moral al ver cómo una

persona tan activa perdió gran capacidad para realizar sus actividades.

f) El día del accidente Luis Miguel estaba ejerciendo su

profesión, pues el dueño del referido automotor lo contrató para que se

trasladara al lugar donde se encontraba el vehículo con el fin de repararlo; él

inicialmente fue recluido en el Hospital de Lorica y luego en el San Jerónimo de


Montería, donde fue tratado después de haber permanecido allí por tiempo

superior a dos meses; la investigación por los hechos aquí relacionados la

adelantaba la Fiscalía 23 Seccional de Lorica.

g) La conducción de energía eléctrica es una actividad

conocida como peligrosa.

3. La opositora contestó la demanda en forma extemporánea,

como así lo precisó el |a-quo en auto de 25 de enero de 2002.

4. Por sentencia de 26 de agosto de 2003 el Juzgado Civil del

Circuito de Lorica culminó la primera instancia, en la que accedió a las

pretensiones.

5. Al desatar el recurso de apelación interpuesto por las

partes, el tribunal, mediante fallo de 20 de abril de 2004, modificó el del

juzgado, en el sentido de declarar probada la “compensación de culpas”, así

como los rubros y las cuantías por los cuales dispuso la condena a cargo de la

demandada.

II. LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL

1. Después de citar precedentes en los que esta Corporación

se refirió a la responsabilidad civil extracontractual derivada de la generación,

transformación y distribución de energía eléctrica, así como algunos apartes de

la decisión del |a-quo, con el propósito de definir el tema concerniente a la


culpa en la realización del suceso dañoso, por adelantado el ad-quem hizo ver

cómo en este pleito fueron recepcionados los testimonios de Arnulfo Antonio

Gómez Martínez, Teobaldo José Guerra Bautista, José Fernando Buelvas García

y Francisco Luis Londoño Genes, de los cuales transcribió algunos apartes.

Con esa base el juez de segundo grado, tras asegurar que

en este asunto no aparecía evidenciada la distancia que debía existir entre los

cables de alta y baja tensión y el nivel del piso-aunque según el Instituto

Colombiano de Energía Eléctrica debía ser de 8 a 10 metros-, enfatizó cómo si

bien era cierto aquellos testigos depusieron que la cuerda de alta tensión

causante del accidente estaba a una altura de tres y medio metros, no lo era

menos que los mismos también declararon que el demandante se expuso

imprudentemente a la realización del hecho dañoso, por cuanto, según ellos,

previo al accidente Rivero Valverde verificó en ese lugar cómo fue que quedó la

“chaza del volco”, que con anterioridad había reparado en su taller, siendo que

ese sitio no era el adecuado para hacer dicha verificación, toda vez que, si tal

aparato no funcionaba, lo correcto habría sido regresar al establecimiento

donde regularmente laboraba, pero no hacer esa constatación allí, como

ciertamente la hizo, según lo narraron los testigos, punto a partir del cual citó

algunos otros pasajes de las declaraciones rendidas por Gómez Martínez y

Guerra Bautista, dos de las personas que presenciaron la ocurrencia del suceso

que produjo el daño.

Señaló entonces el juzgador que había sido correcta la

apreciación probatoria a través de la cual el |a-quo dio por establecida la culpa

de la opositora, debido a que los cables de alta tensión entrañaban una

situación de peligrosidad intrínseca, cuya existencia a ella no le podía ser


extraña, con mayor razón siendo que en su momento le fue comunicada tal

situación, como así lo infirió de la carta cuya copia corre a folio 86 del

cuaderno 1; precisó seguidamente, eso sí, que la posición del juez de

conocimiento no había sido acertada en la ponderación probatoria atinente a la

culpa de la víctima, pues, conforme al acervo probatorio particularizado, Rivero

Valverde “de todos modos se expuso al peligro que para él significaba la baja

altura en que estaban los cables de alta tensión respecto del piso y del volco”,

para que se pusiera debajo de la volqueta a verificar qué era lo que sucedía

“con el engranaje del tomafuerza”, toda vez que “fue en ese instante cuando la

chaza empezó a levantar e hizo contacto con los cables de alta tensión”;

aclaró, asimismo, que al ser aquel sitio “un lugar despejado”, el tendido

eléctrico se hallaba “a la vista de todos” los allí presentes, de donde coligió que

aquel comportamiento de Luis Miguel sin duda emergió como “un acto en

extremo imprudente”, el cual, por lo mismo, se identificaba “con el supuesto

de la compensación previsto en el artículo 2357 del Código Civil, dado que, en

la forma descrita”, aparecía demostrado que en “el acaecimiento del hecho

dañoso concurrieron como causas eficientes y adecuadas, la culpa de la

demandada y la de la propia víctima”.

Insistió en que de las pruebas antes analizadas se

evidenciaba “a simple vista, que también hubo descuido del demandante en

cuanto se puso a probar un trabajo ... en el lugar no indicado”, siendo que

debió haberlo efectuado en el taller; este suceso, continuó diciendo, resultó

“ser antecedente inmediato de la ocurrencia del hecho dañoso”, a “cuya

realización también contribuyó... la imprudencia de la víctima”. A vuelta de

sostener que el uso de la energía eléctrica se hallaba entre las actividades

calificadas como peligrosas, en que la culpa se presume, enfatizó el


sentenciador que la causa del suceso trágico no podía serle imputada

únicamente a la opositora, toda que vez en su realización también intervino la

culpa de la víctima, esto es, Rivero Valverde, punto a partir del cual concluyó

que como la demandada no era la única culpable, la condenaría a pagar los

perjuicios causados pero reducidos, cual lo manda el artículo 2357 ejusdem.

2. Alrededor del porcentaje en el que rebajaría la

indemnización que impondría, aseveró el tribunal que, conforme a la doctrina,

en casos como el presente la reducción podría ser igual al cincuenta por ciento,

aunque en la actualidad se ha dejado al criterio del juez la determinación de la

proporción de esa merma, mas siempre teniendo en cuenta las circunstancias

particulares del asunto al que se enfrente. Fue así como consideró que, por

tanto, condenaría a la demandada a pagar en esa proporción, pues la suma

correspondiente a dicho porcentaje constituía justa reparación, toda vez que

“la conducta de la víctima fue o contribuyó a la causación del daño”.

3. No sin antes determinar los valores por los cuales

condenaría a la opositora por los conceptos de daño emergente, perjuicios

morales y fisiológicos, en lo tocante con el lucro cesante el ad-quem aseguró

que como para enero de 2001, cuando sucedió el hecho dañoso, el actor Luis

Miguel Rivero Valverde devengaba una suma diaria de $130.000, la que

equivalía a $3‟900.000 mensuales, según así lo estableció del dictamen

pericial, del que resaltó que no fue objetado, el valor a indemnizar por este

concepto “será entonces el resultado de multiplicar lo devengado

mensualmente por el demandante por el tiempo que transcurra hasta el


momento en que se efectúe el pago, rebajados en un 50% por la concurrencia

de culpa”.

III. LA DEMANDA DE CASACIÓN

Dos cargos propone el recurrente contra el fallo combatido,

ambos dentro del ámbito de la causal primera del artículo 368 del Código de

Procedimiento Civil; la Corte despachará sólo el primero, por un lado, porque

está llamado a prosperar y, por el otro, debido a que el segundo simplemente

reitera las críticas que en aquél prosperan.

CARGO PRIMERO

Acusa la sentencia de violar, en forma indirecta, los artículos

1613, 1614, 2341 y 2357 del Código Civil, como consecuencia de los errores

de hecho en que incurrió el juez de segundo grado en la apreciación de las

pruebas.

Precisa que aquél, por una parte, omitió condenar a la

demandada al pago del lucro cesante entre el cumplimiento de la sentencia y

el último día de vida probable de la víctima, pese a encontrarse acreditados

tanto ésta como su invalidez total; y que, por la otra, declaró la concurrencia

de culpas prevista en el artículo 2357 ibídem, contrariando la realidad

probatoria.
1. En lo tocante con el primero de los indicados aspectos,

dice el acusador que el juzgador cometió dislate fáctico al apreciar el acto

introductorio, por cuanto no se percató que en la primera pretensión el actor

impetró la cancelación de todos los perjuicios que le fueron causados y en la

tercera el pago del lucro cesante dejado de percibir por la incapacidad que

padecía, en relación con las cuales en el hecho dieciséis afirmó la disminución

de la capacidad laboral a causa de la electrocución y reiteró la necesidad de

que le fueran resarcidos todos los daños; también cayó en yerro al ignorar las

probanzas referentes a la incapacidad permanente sufrida por Rivero Valverde,

consistente en el dictamen de peritos médicos obrante a folios 258 y 259 del

cuaderno 1 del expediente, la vida probable de aquél, deducible mediante la

confrontación del respectivo registro civil de nacimiento con las tablas de

mortalidad adoptadas por la actual Superintendencia Financiera de Colombia

mediante las resoluciones 0497 de 20 de mayo de 1997, 0585 de 1994 y 996

de 29 de marzo de 1990, respecto de las cuales no hizo mención alguna.

Esos yerros condujeron a que el sentenciador no atendiera

la indemnización de todos los perjuicios causados al demandante, por cuanto

dejó por fuera el lucro cesante futuro, esto es, el que se cause con

posterioridad a la sentencia, a cuya reparación tiene derecho dada su invalidez

permanente, y también determinaron que aquél dejara de aplicar los artículos

1613, 1614 y 2341 ya citados, que consagran el derecho a la indemnización

integral, obligan a quien cauce un perjuicio a resarcirlo, definen el concepto y

la extensión del lucro cesante, sin autorizar limitación alguna, como aquél lo

comprendió, al entender que el lucro cesante era únicamente el sufrido por la

víctima hasta el día en que la opositora cumpla la sentencia.


2. En lo concerniente con la segunda de las críticas

anunciadas, sostiene el casacionista que el tribunal erró de hecho en la

apreciación de las declaraciones rendidas por Arnulfo Antonio Gómez Martínez

el 23 de enero de 2001, en la Unidad Investigativa de Policía Judicial de Lorica,

y el 11 de julio de 2002, ante el Juez Civil Municipal de Cereté, y Teobaldo José

Guerra Bautista.

En orden a descubrir la mentada equivocación, pregona que

las versiones emitidas por el primero de los nombrados testigos demuestran la

existencia de una relación laboral en la que Gabriel Cataño Ramírez era el

empleador y ese deponente el trabajador, así como las obligaciones de éste,

consistentes en desempeñar el oficio de conductor del vehículo, una misión de

trabajo impartida por el primero a ese empleado suyo, en el sentido de que

constatara cómo había quedado el arreglo mecánico encomendado a Rivero

Valverde, lo que ese trabajador atendió al probar “la chaza”; resulta así

evidente que Luis Miguel no fue el de la iniciativa de revisar esas reparaciones,

cual erradamente se lo achacó el ad-quem, pues él se limitó a graduar el

engranaje, cuando la instrucción impartida por Cataño Ramírez fue puesta en

marcha por el conductor.

Comenta que el testimonio de Teobaldo José prueba que la

tarea de revisar el trabajo de mecánica se la dio Gabriel Cataño a su chofer

Arnulfo Antonio, por lo que a juicio del censor la acción de Rivero Valverde

apareció sólo para evaluar su propio desempeño; de este medio probativo se

concluye que aquél erró de hecho al pasar por alto la existencia de la relación

laboral en la que Cataño Ramírez era el empleador y Gómez Martínez su

trabajador en el oficio de conductor del vehículo, pues ignoró que éste no


podía desatender la misión de constatar la labor que el demandante había

ejecutado momentos antes porque la misma provenía del nombrado patrono y

supuso que fue Luis Miguel el autor de la iniciativa de efectuar la mencionada

revisión; agrega que estas falencias llevaron al juez de segundo grado a

predicar que con su culpa el actor también contribuyó a la producción del

accidente y a aplicar el régimen previsto en el artículo 2357 del Código Civil,

pese a que no podía hacerlo, habida consideración de que la orden de revisar

el aludido trabajo no provino de éste, como que su acción fue apenas

tangencial.

Asevera el impugnador que por lo anterior el juzgador se

equivocó al dar por demostrada la imprudencia de Rivero Valverde por no

haber considerado el peligro que representaban los cables de alta tensión.

También anota el recurrente que el sentenciador incurrió en

otra equivocación fáctica, al no ver, por un lado, que Francisco Luis Londoño

Genes desde el 24 de noviembre de 2000 había llamado la atención a la

demandada acerca del peligro que representaban las líneas eléctricas de alta

tensión debido a que en el sitio del accidente estaban a una altura de 3.5

metros, como así lo indicó en el documento obrante a folio 86, reconocido por

aquél en la audiencia de 30 de julio de 2002, y, por el otro, al no observar

cómo el mismo Londoño Genes, en el testimonio rendido en la fecha

últimamente citada, sobre el prolongado tiempo de la conducta omisiva de la

opositora en corregir la falta de mantenimiento de ese cableado, declaró que

varias veces concurrió a las oficinas de ésta a pedir su intervención y que, en

vista de que ese pedimento no fue atendido, hizo el reclamo por escrito. Dice

el acusador que estas pruebas evidencian que Electrocosta S. A. permaneció


en estado de culpa por omisión, cuando menos desde aquella fecha hasta

finales de abril de 2001.

Asegura el casacionista que a raíz de las omisiones recién

relatadas el tribunal no se percató de la enorme desproporción existente entre

la culpa de la demandada y la hipotética imprudencia que se le podía atribuir a

Rivero Valverde; agrega que el error por no haber observado la diferencia que

mediaba entre una y otra situación y el dislate en dar por demostrado igual

grado de culpa, determinó que aquél, al aplicar indebidamente el artículo

2357 ejusdem, hubiese ignorado las pruebas atinentes al desequilibrio de las

conductas, ya que de haberlo hecho habría procedido de manera distinta.

IV. CONSIDERACIONES DE LA CORTE

1. Con fundamento en el artículo 2357 del Código Civil,

según el cual “la apreciación del daño está sujeta a reducción”, la

Corporación tiene dicho que la responsabilidad civil atribuible al demandado

puede atenuarse cuando, amén de su comportamiento, “confluya la conducta

de la propia víctima, en cuanto sea reprochable, a la realización del daño,

inclusive hasta el punto de que si la última resulta exclusivamente

determinante, el demandado debe ser exonerado de cualquier indemnización;

y, a partir de allí, si fue apenas un hecho concurrente, se impone, justa y

proporcionalmente, una disminución del monto indemnizatorio reclamado”

(sentencia 069 de 6 de abril de 2001, exp.#6690).


En esta dirección la Sala también ha señalado cómo, en el

examen sobre la causa del daño, el juzgador debe establecer mediante un

cuidadoso estudio de las pruebas la incidencia del comportamiento desplegado

por cada litigante alrededor de los hechos que constituyan causa de la

reclamación pecuniaria, en particular cuando ésta proviene del ejercicio de una

actividad calificada como peligrosa y, al tiempo, se aduzca culpa de la víctima,

para ver cuál se excluye o si ambas concurren en la realización de aquél; es

decir, en la ejecución de esa tarea evaluativa no se puede inadvertir “que para

que se configure la culpa de la víctima, como hecho exonerativo de

responsabilidad civil, debe aparecer de manera clara su influencia en la

ocurrencia del daño, tanto como para que, no obstante la naturaleza y entidad

de la actividad peligrosa, ésta deba considerarse irrelevante o apenas

concurrente dentro del conjunto de sucesos que constituyen la cadena causal

antecedente del resultado dañoso”. Lo anterior es así por cuanto, en

tratándose “de la concurrencia de causas que se produce cuando en el origen

del perjuicio confluyen el hecho ilícito del ofensor y el obrar reprochable de la

víctima, deviene fundamental establecer con exactitud la injerencia de este

segundo factor en la producción del daño, habida cuenta que una investigación

de esta índole viene impuesta por dos principios elementales de lógica jurídica

que dominan esta materia, a saber: que cada quien debe soportar el daño en

la medida en que ha contribuido a provocarlo, y que nadie debe cargar con la

responsabilidad y el perjuicio ocasionado por otro (G. J. Tomos LXI, pág. 60,

LXXVII, pág. 699, y CLXXXVIII, pág. 186, Primer Semestre, …); principios en

los que se funda la llamada „compensación de culpas‟, concebida por el

legislador para disminuir, aminorar o moderar la obligación de indemnizar, en


su expresión cuantitativa, hasta o en la medida en que el agraviado sea el

propio artífice de su mal, compensación cuyo efecto no es otro distinto que el

de „repartir‟ el daño, para reducir el importe de la indemnización debida al

demandante, ello, desde luego, sobre el supuesto de que las culpas a ser

„compensadas‟ tengan virtualidad jurídica semejante y, por ende, sean

equiparables entre sí”(sentencia 102 de 25 de noviembre de 1999,

exp.#5173).

2. Por otro lado, por averiguado se tiene que el error de

hecho, que como motivo de casación prevé el inciso segundo del numeral

primero del artículo 368 del Código de Procedimiento Civil, puede tener lugar

en los casos en que el juzgador supone o pretermite la prueba, de suerte que

incurrirá en lo primero cuando halla un medio en verdad inexistente, así como

en aquellos eventos en que distorsiona el que sí obra para darle un significado

que no contiene, y lo pretermite cuando ignora del todo su presencia o lo

cercena, para, en esta última hipótesis, asignarle una significación contraria o

diversa; este dislate “atañe a la prueba como elemento material del proceso,

por creer el sentenciador que existe cuando falta, o que falta cuando existe, y

debido a ella da por probado o no probado el hecho”(G. J., t. LXXVIII,

pag.313). Denunciada una o todas de las anteriores posibilidades, el recurrente

debe demostrar que la falencia endilgada es evidente y, además, trascendente

por haber determinado la decisión reprochada, de tal manera que de no

haberse incurrido en esa sinrazón otra hubiera sido la resolución adoptada.


3. Desde otra perspectiva, es evidente que el ejercicio del

derecho de acceso a la administración de justicia, previsto en el artículo 229

de la Carta Política, implica para el interesado tener que presentar una

demanda en la que, conforme a las pertinentes normas de la ley procesal civil,

consigne sus peticiones y exponga los fundamentos fácticos en que las apoya,

entre otras exigencias, toda vez que, a consecuencia del principio dispositivo

que impera en esta jurisdicción, la misma se convierte en pauta obligada que

guía al juez en el desenvolvimiento de su actividad; de ahí que al desatar el

litigio sometido a su definición, esté llamado a decidir sobre las pretensiones

elevadas pero basado en los hechos en ella consignados, por supuesto que la

información allí contenida “demarcará uno de los extremos esenciales de la

relación jurídica procesal”(sentencia 114 de 23 de septiembre de 2004,

exp.#7279); expresado con otra palabras significa que, por efectos de la

predicada fuerza vinculante, a aquél se le impone el deber, a la hora de

desatar el correspondiente conflicto, de adoptar el mentado acto introductorio

tal y como le fue presentado, con la sola condición que de allí emerja con

resplandor el petitum y su causa petendi, esto es, que se pronuncie sobre las

súplicas deducidas y las circunstancias fácticas propuestas tomándolas de la

manera como fueron plasmadas en ese escrito.

Conforme a lo dicho deviene incuestionable sostener, desde

luego, que el juzgador cometerá yerro fáctico si al interpretar la demanda se

aparta de los lineamientos recién aludidos, pues, en tal supuesto, podría

tergiversar el texto de la pieza inicial del proceso o cercenar su contenido


original, falencias que, de presentarse, configurarían la causal de casación

arriba determinada, en la medida en que fueren evidentes y trascendentes.

4. Las bases que en precedencia se dejan sentadas

conducen a sostener que en este asunto el tribunal ciertamente incurrió en las

equivocaciones fácticas que le atribuye la censura, conforme pasa a verse.

5. En efecto, con fundamento en la versión entregada por

los testigos Arnulfo Antonio Gómez Martínez y Teobaldo José Guerra Bautista,

el ad-quem aseguró que Rivero Valverde se expuso imprudentemente a la

realización del daño, pues de esos medios probativos encontró que él verificó

en el lugar del accidente cómo había quedado la “chaza del volco”, siendo que

esa constatación debió haberla efectuado en el taller donde laboraba y no allí;

de este modo consideró que aquél se expuso al peligro que “significaba la baja

altura en que estaban los cables de alta tensión”, al situarse debajo de la

volqueta a confirmar qué era lo que sucedía “con el engranaje del tomafuerza”,

toda vez que “fue en ese instante cuando la chaza empezó a levantar e hizo

contacto con los cables de alta tensión”; puntualizó, adicionalmente, que al ser

ese sitio “un lugar despejado”, el tendido eléctrico se hallaba “a la vista de

todos” los allí presentes, de donde coligió que el aludido comportamiento de la

víctima emergió como “un acto en extremo imprudente”, el cual encuadraba en

el supuesto que prevé el artículo 2357 del Código Civil, por cuanto en la

producción del “hecho dañoso concurrieron como causas eficientes y

adecuadas, la culpa de la demandada y la de la propia víctima”.

Sin embargo, resulta apenas manifiesto que de la susodicha

prueba testifical no aflora, como tampoco de ninguna otra, aquello que el ad-
quem tuvo por demostrado, que lo llevó a dar por establecido el supuesto

fáctico de que trata el precepto legal recién citado, que indebidamente lo

condujo a reconocer una compensación de culpas inexistente en realidad.

Ciertamente, en la declaración recepcionada el 23 de enero

de 2001 ante la Unidad Investigativa de Policía Judicial, Arnulfo Antonio Gómez

Martínez dijo que al llegar a la estación de servicios “Las Garitas”, Cristóbal

Cataño Ramírez, propietario de la volqueta, le pidió que levantara ”la chaza”

con el fin de establecer cómo había quedado la caja de cambios que el actor

había reparado, ya que aquélla funcionaba a través de ésta; igualmente

depuso que en vista de que dicho aparato no se movió, pese a que al efecto

fue accionado, el demandante, a quien llaman “el chopo”, se introdujo ”debajo

del carro y me dijo ... súbete allá y prende el carro”, que como en ese instante

“empezó a subir la chaza”, él le hizo saber que ya estaba bien, y cuando se

encontraba “montado en el carro y él estaba debajo del mismo le pregunté qué

era lo que pasaba, que si se había presentado un corto o algo así, pues en ese

instante percibí un olor a quemado, y entonces fue cuando le dije que se

saliera del carro porque el mismo se quemaba”; después, “inmediatamente

apagué el motor del carro y me tiré” hacia “afuera para ver que era lo que

pasaba cuando yo doy la vuelta por detrás del carro veo yo que el mecánico

estaba pegado en la puerta”, a raíz de que “la chaza” hacía contacto con “un

cable de alta tensión y ninguno de nosotros nos dimos cuenta”.

Y en la versión que emitió dentro de este proceso enfatizó

que “cuando llegamos a la bomba el chopo se tira del carro, el patrón se fue a

bajar del carro me dijo Mono levante la chaza para ver cómo quedó eso,

porque el chopo había estado trabajándole a la caja” de cambios puesto que


“la chaza trabaja” con ella; agregó que como ésta no levantó cuando él

empezó “a engranar el tomafuerza”, Luis Miguel se introdujo debajo del carro

con una llave en la mano para “ver qué era lo que pasaba”; entonces fue

cuando dicho aparato empezó a funcionar, y que como en ese instante percibió

un olor “a caucho quemado”, él gritó a la víctima para hacerle saber que el

carro estaba quemándose, luego de lo cual, al dar “la vuelta por atrás”, vio al

“chopo… pegado en la puerta, electrocutándose” y al “patrón … a unos metros

del carro”.

Por su parte, Teobaldo José Guerra Bautista declaró que

después de que fue solucionado el problema mecánico del vehículo, “nos

dirigimos a la bomba para tanquear. No habíamos empezado” a hacerlo

“cuando el señor Cataño” le pidió al conductor que levantara “la chaza para

probar lo que habían arreglado, es decir para ver si engranaba o no

engranaba. La chaza no levantó, entonces el mecánico, el chopo, se metió

debajo...para graduar el levantamiento..., la chaza no logró levantar en su

totalidad cuando tropezó con los cables de alta tensión. El mecánico quedó

pegado en la puerta” del vehículo y Cataño, en su afán de despegarlo,

“también fue electrocutado causándole la muerte”; agregó haberse dado

cuenta que aquel aparato “había tocado los cables de alta tensión” después de

ocurrido el hecho”, pues los mismos estaban “a una altura más o menos de

tres metros, tanto es así que el volco no alcanzó a levantar del todo la chaza e

hizo contacto directo con los cables que atravesaban” la estación de servicios.

Como sin dificultad alguna se advierte, de tales probanzas

no aflora la imprudencia que de ellos, con relación al comportamiento

desplegado por el actor, extrajo el juez de segundo grado, que


indefectiblemente pudiera llevar a sostener que el mismo fue parte decisiva en

la producción del daño que sufrió, pues del contexto general de tales

deposiciones no se encuentra que los testigos hayan declarado que hubiese

sido el comportamiento de Luis Miguel, vale decir, reparar en ese lugar el

vehículo, el que precisamente hubiera dado lugar a que a la postre “la chaza”

levantara, ya que la circunstancia alrededor de la cual ellos rindieron su

versión, en el sentido de que el demandante se introdujo debajo del automotor

con el propósito de revisar qué era lo que sucedía “con el engranaje del

tomafuerza”, no significa que hubiese sido justamente una de las causas

eficientes y adecuadas que haya dado lugar a que ese aparato hiciera contacto

con el tendido de alta tensión que propició la electrocución. Ahora bien, aun si

se tuviera como establecido que en aquel lugar Luis Miguel realizó alguna labor

de mecánica sobre el automotor y que como consecuencia directa de ese

trabajo el nombrado artefacto ahí sí emprendió su ascenso, lo cierto es que en

tal supuesto un acontecimiento de esa naturaleza, incluso en ese específico

lugar, carecería de toda entidad dañina si los cables con los que “la chaza” hizo

contacto al ascender hubiesen estado a la distancia convencional, y no a la

altura de escasos tres y medio metros, como lo declararon esos mismos

testigos, al igual que Francisco Luis Londoño Genes, quien en su versión puso

de presente, adicionalmente, los varios requerimientos que en forma verbal y

por escrito de 7 de diciembre de 2000 le hizo a la opositora para que

dispusiera los correctivos de rigor, en los que no sólo le advirtió del “alto

peligro” que corrían las personas que circulaban por el sector sino del hecho de

que dicha situación estaba “perjudicando mis intereses económicos y

exponiendo nuestras vidas”, aparte de que le recalcó de los eventuales daños

que podrían sobrevenir en caso de no corregir la anomalía, como ciertamente


sucedió con las lesiones sufridas y el detrimento patrimonial causado al

demandante.

Expresado con otras palabras, el sentenciador partió del

entendido de que aquel componente del vehículo a la postre se levantó sólo

porque el demandante se deslizó por debajo del mismo con la intención de

revisar un trabajo de mecánica que horas atrás había ejecutado, y que, como

fue a raíz de tal quehacer que dicho elemento hizo contacto con las cuerdas

que transportaban la energía eléctrica de alto voltaje, esa específica conducta

representó una concausa en la generación del daño, siendo que la prueba lejos

está de permitir ver tamaña evidencia.

Es claro, desde luego, que el acontecimiento que se le

imputa al actor no constituye una causa adecuada y eficiente en el

acaecimiento del accidente, como que, ha se insistirse, aun si se considerara

que el lugar donde ocurrió la tragedia no era el sitio más adecuado para

desarrollar las labores de mecánica que, según se dice, allí ejecutó el actor,

como así sin ambages lo predica el juzgador, y de estimarse que fue

casualmente su accionar el que propició que “la chaza” se levantara hasta

hacer contacto con los cables eléctricos, la verdad es que ninguno de tales

comportamientos pudo tener consecuencias trágicas si esos hilos de

conducción de energía hubieran estado tendidos de manera convencional, y no

por debajo de los tres y medio metros, como lo admitió el tribunal, cuestión

esta última que no se discute en el recurso extraordinario.


No ha de perderse de vista que, como lo ha sostenido la

Corporación, para “determinar la relación de causalidad, cuando media

pluralidad de hechos o de culpas”, conforme al “criterio de la causalidad

adecuada tan sólo pueden estimarse efectos de una causa aquellos que según

las reglas del sentido común y de la experiencia suelen ser su resultado

normal”; es decir, no es suficiente “„establecer la participación de distintos

hechos o cosas en la producción del daño‟” sino que “„es preciso determinar la

idoneidad de la culpa o del riesgo... para producir normalmente el hecho

dañoso‟”, de tal forma que al ser “analizadas en abstracto las circunstancias en

que se produjo un daño, se determina en concreto cuál o cuáles de ellas,

según el normal devenir de las cosas, fueron causa eficiente del daño,

descartando aquellas que sólo favorecieron la producción del resultado o que

eliminaron un obstáculo para el mismo”(G. J., t. CCXXII, pags. 294 y 295).

Deviene así palmario que el error fáctico atrás constatado

condujo al juez de segundo grado a generar una conclusión que choca de

frente con la evidencia que surge del haz probatorio que viene de analizarse, el

cual en sana lógica no permite concluir que el comportamiento que del actor

adoptó para afirmar el concurso de culpas incorpore la idoneidad adecuada que

condujera a formular un aserto en ese sentido.

Lo expuesto es suficiente para quebrar el fallo impugnado en

el tópico atinente a la compensación de culpas, por cuanto las susodichas

equivocaciones son no solamente ostensibles y manifiestas sino también

trascendentes, como que de no haber incurrido en ellas aquél no habría calificado


el comportamiento del actor como imprudente con el decidido propósito de

hacerlo también causante en forma culposa en la realización del suceso dañoso.

Es así evidente que el juzgador hizo aplicación indebida del

artículo 2357 del Código Civil al dar por demostrada, sin estarlo, una comunión

de conductas culposas, situación esta que lo llevó, de manera igualmente

errada, a reducir el porcentaje de la indemnización, siendo que a ello no había

lugar por razón de que, itérase, el comentado comportamiento de la víctima

carecía de eficacia y de idoneidad para que se lo pudiera señalar como un

motivo que coadyuvó a determinar la producción del accidente, pues dicha

causa por sí sola fue, sin duda ninguna, el hecho de que las cuerdas de

conducción de electricidad estaban a una distancia en extremo reducida

respecto del nivel del piso.

Con relación al aspecto últimamente referido, ha de

reiterar la Corporación que “si las actividades relacionadas con la conducción,

provisión y suministro de energía eléctrica, como antes se señaló, son en

„sumo grado‟ peligrosas-con lo que ello entraña en el ámbito jurídico-y, „es

de elemental prudencia en una empresa de energía eléctrica, siquiera para

prestar el servicio regularmente, establecer permanente y esmerada vigilancia

sobre los alambres conductores‟, ya que sin esa atención „…se está en

constante posibilidad de causar daños y, en consecuencia, en la obligación de

repararlos, por efecto de error de conducta‟(se subraya, XCIX, pgs. 124,125),

no puede ponerse en duda que en desarrollo de su actividad, la demandada

incurrió en una indiscutible omisión (omisión en la acción), de suyo relevante y

comprometedora, justamente por no haber elevado, pudiendo y debiendo

haberlo hecho, las redes de transmisión de energía eléctrica que se


encontraban descolgadas-o corregido de alguna manera esta problemática-, ...

hechos de los que tuvo conocimiento-o debió haberlo tenido por su

mencionada actividad-días antes del accidente y que la obligaban-como

profesional especializado en el manejo de tales elementos-a actuar en forma

célere, solícita, responsable y diligente”. No en vano “la peligrosidad

dimanante de la conducción y suministro del fluido eléctrico, es ostensible,

según dan cumplida cuenta la ciencia y las máximas de la experiencia y, claro

está... el acervo probatorio inmerso en el plenario, lo que en sana y

consecuente lógica, exigía una actuación más acorde con la tipología de la

actividad desplegada por la demandada, esto es hiperactiva, como quiera que

sobre ella gravitaba-y gravita-, una especie de deber vigilante, enderezado a

auscultar sistemáticamente, como se anticipó, el estado y ubicación de las

líneas de conducción de energía, precisamente por su acentuada peligrosidad,

de ningún modo despreciable” (sentencia 192 de 30 de septiembre de 2002,

exp.#7069).

De suerte que como la susodicha concurrencia de culpas

evidentemente no tuvo suceso, la demandada no podía resultar favorecida con

una reducción en la indemnización a su cargo, por cuanto en ese orden de

ideas el supuesto previsto en el mencionado artículo 2357 no alcanzó efectiva

configuración. Quiere decir lo expuesto que en el aspecto que se deja analizado

el cargo está llamado a abrirse paso, sin que, por lo mismo, sea necesario

abordar el estudio de la parte de la censura que apunta a establecer la

participación de Cristóbal Cataño Ramírez, en su condición de patrono del

conductor del vehículo.


6. Igual sucede en lo tocante con la crítica que se le hace

al ad-quem por no haber condenado a la opositora a pagarle al demandante el

lucro cesante futuro, referido al monto que se llegara a causar después de

proferido el fallo, como que alrededor de tal aspecto también aflora un yerro

con las características de protuberante y trascendente, cual se verá enseguida.

Como quedó visto del compendio que se hizo de la

sentencia censurada, al definir lo concerniente al lucro cesante el juzgador

afirmó que como para enero de 2001, cuando sucedió el hecho dañoso, el

actor Luis Miguel Rivero Valverde devengaba una suma diaria de $130.000,

cual lo estableció del dictamen pericial, “el valor a indemnizar por lucro cesante

será entonces el resultado de multiplicar lo devengado mensualmente por el

demandante por el tiempo que transcurra hasta el momento en que se efectúe

el pago”.

De lo que viene dicho se aprecia que el sentenciador

entendió que la pieza con la que se inició el litigio había limitado a un

específico espacio de tiempo la súplica atinente a los perjuicios materiales en la

modalidad de lucro cesante, al entender que con tal pretensión se demandó

condena contra Electrocosta S. A. únicamente por el período comprendido

entre la fecha en que acaeció el hecho dañoso-23 de enero de 2001-y aquella

en que se produjera el pago de la suma correspondiente a dicha imposición,

cual se colige del apartado en que aseveró que la indemnización por el

mentado concepto sería la que resultase de multiplicar aquella cantidad

mensual por el tiempo que pasara hasta el día en que la misma se cancelara.
Sin embargo, el entendimiento que del modo expuesto

otorgó el tribunal al acto con el que se inició esta controversia judicial, en el

caso específico del lucro cesante cuyo reconocimiento y pago fue deprecado a

favor del demandante Luis Miguel Rivero Valverde, se aparta en forma

ostensible del marco trazado por el contenido objetivo que de allí emana.

Obsérvese que los actores, luego de que en la primera

pretensión del libelo solicitaron declarar que la opositora era civilmente

responsable y que, por tanto, debía pagar “todos los perjuicios morales,

materiales y fisiológicos” padecidos a raíz de “las lesiones corporales sufridas”

por “Luis Miguel Rivero Valverde…,como consecuencia de electrocución por

descarga eléctrica”, en la tercera pidieron que se la condenara a cancelarles

“cien millones de pesos …por concepto de perjuicios materiales resultantes del

daño material”, “más el lucro cesante dejado de percibir por la incapacidad

para trabajar sufrida a causa de las lesiones…, lo mismo que los intereses

compensatorios desde la fecha de la causación del accidente hasta la fijación

de la indemnización a que hubiere lugar, lo mismo que la corrección

monetaria…, a partir de la sentencia que así lo ordene, hasta que verifique el

pago”(subrayas fuera de texto).

Y en el hecho 16 de la demanda indicaron que como a

consecuencia del accidente, Rivero Valverde sufrió “disminución en su

capacidad laboral, ya que la actividad realizada” por él, “una vez se recupere

de las lesiones”, no la podrá seguir ejecutando, “o por lo menos si lo intenta es

con gran dificultad y jamás volverá a obtener los mismos resultados”, era
“necesario resarcir de todos estos perjuicios tanto a la víctima como a los

familiares afectados”.

Conforme a ese puntual y determinado contenido de la

pieza con que se inició esta contienda judicial, es palmario, por un lado, que

cuando en la pretensión tercera se pidió que la condena fuese impuesta “hasta

la fijación de la indemnización a que hubiere lugar”, así como con corte a la

fecha en que la opositora “verifique el pago”, se hizo con exclusiva referencia a

los conceptos allí particularizados, esto es, en concreto, “los intereses

compensatorios”, para la primera de dichas variables, y “la corrección

monetaria”, para la segunda de ellas; y, por el otro, que en esa misma súplica,

aparte de haberse demandado que se condenara a aquélla a pagar “la suma de

cien millones de pesos…por concepto de perjuicios materiales resultantes del

daño material”, también fue solicitada condenación específicamente por “el

lucro cesante dejado de percibir por la incapacidad para trabajar sufrida a

causa de las lesiones”(se ha subrayado). Es decir, que el límite temporal que

alberga el libelo estuvo referido con exclusividad a los réditos así como a la

actualización, mas no propiamente a la ganancia dejada de reportar a

consecuencia de los daños causados por la electrocución (art. 1614, C. C.), y

que la sujeción de la condena a la suma de dinero allí expresada lo fue sólo

respecto de los “perjuicios materiales resultantes del daño material”, sin que

dicha limitante se extendiera a aquélla, como que dentro del contexto en que

aparece expuesta esa pretensión tercera, la porción atinente al citado lucro

cesante quedó por fuera de la mentada determinación cuantitativa.


Deviene así inevitable sostener, cual lo pregona la censura,

que la indemnización relativa al aludido lucro cesante no fue limitada a una

determinada cantidad de dinero ni a época o fecha anterior a la que legalmente

pudiera y debiera corresponder, según las voces de los artículos 1614 del

Código Civil y 16 de la ley 446 de 1998, pues, como ya vio, en la reseñada

pretensión tercera los actores pidieron que se condenara a Electrocosta S. A. a

pagar “cien millones de pesos” por los “perjuicios materiales resultantes del

daño material…, más el lucro cesante dejado de percibir por la incapacidad

para trabajar”, padecida por Luis Miguel “a causa de las lesiones” que le

produjo la comentada tragedia(subrayas a propósito); la aserción que se deja

sentada compagina, adicionalmente, no sólo con la súplica primera, en la que

aquéllos deprecaron declarar que ésta era civilmente responsable y que, por

tanto, debía cancelarles “todos los perjuicios morales, materiales y fisiológicos”

sufridos(subrayas fuera de texto), sino con el hecho 16, donde se expresó que

como a consecuencia del señalado accidente Rivero Valverde tiene

“disminución en su capacidad laboral, ya que la actividad realizada” por él,

“una vez se recupere de las lesiones”, no la podrá seguir ejecutando, “o por lo

menos si lo intenta es con gran dificultad y jamás volverá a obtener los

mismos resultados”, debían serles resarcidos “todos estos perjuicios tanto a la

víctima como a los familiares afectados”.

De suerte que cuando el ad-quem determinó circunscribir la

condenación por lucro cesante al período comprendido entre la fecha en que

ocurrió la electrocución al día en que se verificara el pago de la cantidad que

por ese concepto reconocía, cometió yerro fáctico por cuanto de esa manera
cercenó o restringió el verdadero alcance de la demanda, sin motivo valedero

alguno, como que de tal modo comprendió que allí la súplica había sido

limitada al provecho pasado y presente, esto es, sin que hubiese sido

demandado el reconocimiento y pago de la ganancia quese generara después

del cumplimiento del fallo-lucro cesante futuro-, siendo que también por este

aspecto, como quedó ampliamente analizado, fue pedida la respectiva condena

a cargo de la opositora.

Es palmario, entonces, que el juez de segundo grado

cometió yerro fáctico manifiesto y trascendente al apreciar así la demanda, ya

que, al desarrollar la cardinal tarea de interpretarla, se alejó de los

lineamientos atrás expuestos, por cuanto cercenó su contenido original, en

tanto que omitió percatarse que en la pretensión primera se demandó el pago

de todos los perjuicios causados y en la tercera la cancelación del lucro cesante

dejado de percibir por la incapacidad que padecía, al tiempo que en el hecho

16 se afirmó la disminución de la capacidad laboral a causa de la electrocución

y reiteró la necesidad de que le fueran resarcidos todos los daños; estos yerros

hicieron que aquél no atendiera la indemnización integral de los perjuicios

causados al demandante, pues dejó por fuera el lucro cesante futuro,

correspondiente al que se cause desde la fecha de la sentencia hasta el resto

de su vida probable, con mayor razón siendo que las normas invocadas no

autorizan limitación alguna, como la dispuesta por el ad-quem al reconocer

sólo la suma correspondiente al lucro cesante pasado y presente.

Como el yerro cometido por el ad-quem alrededor de las

pretensiones invocadas por Luis Miguel Rivero Valverde por sí solo lo evidencia

a cabalidad la demanda del proceso, aflora innecesario que la Sala se


introduzca en el análisis de las falencias que el impugnador le atribuye a aquél

por dejar de ponderar el dictamen pericial, el respectivo registro civil de

nacimiento con las tablas de mortalidad adoptadas por la actual

Superintendencia Financiera de Colombia mediante las resoluciones 0497 de

20 de mayo de 1997, 0585 de 1994 y 996 de 29 de marzo de 1990, con mayor

razón siendo que todos estos elementos de certeza no determinan, per se, la

extensión de las súplicas invocadas por la víctima.

7. Se impone, pues, el quiebre parcial del fallo en lo

concerniente a los dos aspectos a que se contraen las motivaciones que

preceden, como que únicamente a ellos se redujo la crítica en casación, por

cuanto las equivocaciones que atrás quedaron develadas son no sólo ostensibles

y manifiestas sino también determinantes, ya que de no haber incurrido en ellas

el tribunal no habría hecho actuar la compensación de culpas que aplicó ni

dejado de imponer condenación por el lucro cesante futuro. Por lo mismo, es

evidente que aquél hizo aplicación indebida de los artículos 2357, 1613 y 1614

del Código Civil, en la medida en que, sin estarlo, dio por demostrado un

concurso de conductas culposas de los litigantes en los hechos dañosos y limitó

el alcance de la indemnización integral demandada.

8. Por tanto, el cargo prospera.

V. SENTENCIA SUSTITUTIVA

Al imponerse el quiebre de la sentencia combatida, compete

a la Corte, en sede de instancia, resolver sobre la apelación que las partes

plantearon contra el fallo de 26 de agosto de 2003, dictado por el Juzgado


Civil del Circuito de Lorica; con todo, no se seguirá a ello inmediatamente sino

que, previamente a su expedición, se ordenará de oficio, con fundamento en

los artículos 179 y 180 del Código de Procedimiento Civil, el decreto y práctica

de algunas pruebas.

VI. DECISIÓN

En armonía con lo expuesto, la Corte Suprema de

Justicia, en Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de la

República y por autoridad de la ley, CASA PARCIALMENTE la sentencia de 20

de abril de 2004, pronunciada por la Sala Civil-Familia-Laboral del Tribunal

Superior del Distrito Judicial de Montería, dentro del proceso ordinario

identificado en esta providencia, y en sede de instancia, previamente a proferir

el fallo de reemplazo, DISPONE, de oficio, la práctica de las pruebas

siguientes:

Al tenor de lo establecido en los artículos 243 del Código de

Procedimiento Civil, 3º, numeral primero, y 9º del decreto 2463 de 2001,

por la Junta Regional de Calificación de Invalidez de Bogotá ríndase informe

sobre los siguientes puntos: a) Si Luis Miguel Rivero Valverde, como

consecuencia de las lesiones que sufrió en el accidente de electrocución de que

da cuenta este proceso, ocurrido el 23 de enero de 2001, quedó con

deformaciones o secuelas de carácter permanente; de ser así, especificará las

mismas; b) si dichas lesiones determinaron para Rivero Valverde la pérdida de

su capacidad laboral o la disminución de la misma; de ser lo segundo,

indíquese en qué porcentaje; y c) Cuál sería la vida probable laboral

productiva del lesionado.


Con tal fin, ofíciese a la citada Junta con remisión de copia

de la historia clínica del demandante, obrante a folios 10, 33 a 59 y 240 a 248

del cuaderno 1, e indíquesele que el término para efectuar los exámenes y

presentar el respectivo dictamen es de veinte (20) días, contado a partir de la

fecha en que reciba la orden correspondiente.

Los costos que ocasione la práctica de las pruebas

ordenadas, serán de cargo, en proporciones iguales, de ambas partes.

Sin costas en casación por haber prosperado el recurso

extraordinario.

CÓPIESE, NOTIFÍQUESE Y OPORTUNAMENTE DEVUÉLVASE AL

TRIBUNAL DE ORIGEN.

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ


RUTH MARINA DÍAZ RUEDA

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

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