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Marcel Detienne
taurus
D EL MISMO AUTOR
EN
TAURUS EDICIONES
LOS
MAESTROS DE VERDAD
EN LA
GRECIA ARCAICA
Prefacio
de
PIERRE VlDAL-NAQUET
Versión castellana
de
J u an J o s é H e r r e r a
taurus
T ítu lo original: L e s m a ítres d e v erité d a n s la G r é c e a rch a íq u e
© 1967, L ib r a ir e F r a n c o is M a s p e r o , París
IS B N : 2-7071-0162-1
© 1 9 8 3 , TAURUS E D IC IO N E S, S. A.
P rín c ip e cié V ergara. 8 4 , l.1’. M ad rid -6
I.S .B .N .: 8 4 -3 0 6 -1 1 9 7 -5
D e p ó s ito leg a l: M. 2 2 .8 1 4 -1 9 8 3
PRISTEDINSPAIN
PREFACIO
2 H ablo aquí de «ciudad clásica» por comodidad, si bien doy por supues
to que los prim eros testimonios de la mutación que Marcel Detienne analiza
son con mucho anteriores al clasicism o pericleano.
10
parte, en e l e lo g io e in clu so e n la fu n ción a r c a ic a d e la M em o-
ria: «H eródoto d e T u n o s e x p o n e a q u í su s in d a g acion es, p a ra
im p ed ir q u e lo q u e h an h e c h o los n om bres, c o n e l tiem p o se
bo r r e d e la m e m o n a y qu e las g ran d es y fan tástica s h azañ as
llev a d as a c a b o tanto p o r los b á r b a r o s c o m o p o r los griegos no
c esen d e s e r fam osas...» P ero H eród oto estu d ia ta m b ién lo qu e
fu e «causa» d e guerras, es decir, las a c u sac ion es qu e griegos y
bárbaros, en un diálog o recon struido, se lan zan los u n os a los
o tro s; H eród oto sep ara ex p resam en te e l tie m p o d e los dioses y
e l tiem po d e los hom bres, e l tiem p o d e l en fren tam ien to. E n Tu-
c íd id es todo será diálogo. E s s a b id o c ó m o C laude L évi-Strauss
en cu en tra sistem áticam en te en los m itos las estru ctu ras bin a
rias qu e en ello s se ocultan. N o se escon d en en la o b r a d e l his
to ria d o r aten ien se y es fá c il e n co n tra r la s p a r e ja s su perpo-
n ibles, la decisió n racion al (gnómé) y e l zar (tyché), la p a la b r a
(Jogos) y e l h e c h o (ergon), la ley (nomos) y la n atu raleza (physis),
la p a z y la guerra. L a historia tom a la form a d e u n a gigan tesca
c on fro n tación política; los p lan es d e los h o m b r e s d e E s ta d o se
som eten a p r u eb a d e plan es d e otr o s h o m b r e s d e E stado, a
p r u eb a d e la realidad, d e la tyché, d e l ergon, d e esta naturaleza
d e la qu e T u cídides d ic e curiosam en te, a l c o m ien z o d e l lib ro l,
q u e com p artió e l estrem ecim ien to d e l m u n d o hu m an o, c o m o si
la g u erra d e l P eloponeso, ese d iálog o m ed ia n te las a rm as qu e
ta m b ién fue, y a m enu do, un d iálog o m ed ia n te las p ala bras,
hu biera p r o v o ca d o los tem blores d e tierra. L a u n iv ersalid ad a
la qu e p u ed a p re te n d e r un Tucídides, a la qu e efectiv a m en te
preten d e, ¿cuál es, pues, sino la u n iv ersalid ad d e l diálog o ?
L a a m b ig ü ed ad h a d a d o lugar d e c id id a m e n te a la con tra
dicción . Más exactam en te, la a m b ig ü e d a d qu e cara c teriz a b a a l
d iscu rso en la é p o c a arcaica, se refu gia en lo su cesiv o e n los
h ech os. P ero p a r a e l h istoriad o r h a d e s a p a r ec id o ; se está en
guerra o se está en p a z a n ivel d e l e sc rito r es o está claro. L a ló
gica d e H esíodo e s una lógica d e la a m b ig ü ed a d ; ningún
n om bre s a b e nunca p erfectam en te si se c on d u c e según la Diké
o según la Hybris, si está d e l la d o d e la v erd ad o d e l la d o d e la
m entira; la lógica d e Tu cídides e s una lógica d e la c on trad ic
ción.
11
m era politeia fu e la d e lo s gu erreros. L a ciu dad, se d ic e de
bu en grado, c om ien z a c u a n d o a l c o m b a te desorden ado,
se m b r a d o d e haz añ as individu ales, qu e describ e H om ero, su ce
d e e l en fren tam ien to d e d o s falan g es co m p u es ta s p o r gu erreros
s olid arios vestidos con e l u n iform e hoplita. L o s «sem eja n tes»
d e l ejército se con vierten en «s em eja n tes» d e la ciudad, y es s a
b id o qu e es ese n om bre (Homoioi) e l qu e portan en E sparta los
ciu d a d an os p rop iam en te dichos. E se e s e l p a n ora m a tradi
c ion al d e lo qu e bastan te im p ro p iam en te se llam a la «reform a
h o p lita », a la qu e M arcel D etienne h a c on sag rad o un nuevo es
tudio, aú n in é d ito \ A n alizan do a q u í algu n os d e los p r o c e d i
m ien tos d e la vida m ilitar: con cu rsos fu n erarios, reparto d el
botín, a s a m b lea s y c on sejo s d e gu erreros, m u estra c ó m o s e d i
buja, en e l se n o d el ejército, un p la n o p r e p o litic o d e l qu e han
su rgido d e algu na m an era lo s p roc ed im ien to s d e la vida d e la
ciudad. A sí la «vasta a s a m b le a » q u e reun ió A quiles an tes d e l
c on cu rso fu n erario d a d o e n h o n o r d e P atroclo. L a p a la b r a e m
p le a d a (agón) es, p o r lo d em ás, característica, p u es designa a la
vez la as a m b lea y e l con cu rso.
N aturalm ente, esta explicación n o zanja e l p ro b le m a y no
tiene in tención d e lograrlo, y a qu e otras s o c ie d a d e s qu e n o h a n
c o n o c id o ni la ciu d a d ni la d em o c ra c ia política, h an c o n o c id o
la « d em ocracia m ilita r». E l libro d e M arcel D etienne p e r m ite ,
p lan tear m e jo r e l p r o b le m a ; la solu ción, p o r defin ición, qu ed a
siem p re p a r a m añana.
Pierre V idal-Naquet
VERDAD Y SOCIEDAD
16
■ i' '
17
un cam ino que conduce a las puertas del Día y de la Noche,
una diosa que revela el verdadero conocim iento y, en resu
men, una imaginería mítica y religiosa que contrasta singular
mente con un pensamiento filosófico tan abstracto como es el
que lleva al Se r en sí. Todos estos rasgos, cuyo valor religioso
no puede ser puesto en duda, nos orientan de una forma deci
siva hacia determinados medios filosófico-religiosos en los
que el filósofo no es aún más que un sabio, diríase, incluso, un
mago. Ahora bien, es en estos medios donde encontramos un
tipo de hombre y un tipo de pensamiento vueltos hacia la Alé-
th eia: la A létheia que Epiménides de Creta tiene el privilegio
de ver con sus propios ojos; la «llanura de A léth eia» que el al
ma del iniciado aspira a contemplar7. Con Epiménides, con las
sectas filosófico-religiosas, la prehistoria ae la A létheia ra
cional se encuentra claramente orientada hacia determinadas
fo r m a s de pensamiento religioso en las q u e la m ism a « p oten
c ia » ha desempeñado un papel fundamental.
La prehistoria de la A létheia filosófica nos conduce hacia
el sistem a de pensamiento del adivino, del poeta y del rey de
ju sticia, hacia los tres sectores en los que un determinado tipo
de palabra queda definido por la Alétheia. Definir el significa
do prerracional8 de la «Verdad», supone intentar responder a
una serie de preguntas, de las cuales son las siguientes las
más importantes: ¿Cómo se dibuja en el pensamiento m ítico9
18
íá^conftgÜración de A lé th e ia 10? ¿Cuál es, en el pensamiento re-
Jígid$Ó; el estatuto de la palabra? ¿Cómo y por qué un tipo de
palabra' eficaz es sustituido por un tipo de palabra con proble-
m ayéspecíficos: relación entre la palabra y la realidad, entre
la palabra y lo ajeno a ella? ¿Qué relación puede haber entre
determinadas innovaciones en la p ráctica social del siglo VI y
el desarrollo de una reflexión organizada sobre el logos?
¿Cuáles son los valores que, sufriendo enteramente un cam
b io 11 de significación, continúan imponiéndose de un sistema
de pensamiento al otro, del mito a la razón? ¿Cuáles son, por
el contrario, los puntos de ruptura fundamentales que diferen
cian el pensamiento religioso del pensamiento racional? Las
intenciones de este libro no se agotan en el solo proyecto de
definir, por su contexto mental, social e histórico, el significa
do prerracionaí de la «verdad» dentro del sistem a de pensa
miento mítico, y, solidariamente, su prim er contenido en el
pensamiento racio n al12. En la historia de A létheia, hallamos el
19
terreno ideal para plantear, por una parte, el problema de Ios -
orígenes religiosos de ciertos esquemas conceptuales de la pri-
m era filosofía, poniendo por eso en evidencia un aspecto del
tipo de hombre qué el filósofo inaugura en la ciudad griega;
por otra parte, extraer de los aspectos mismos de continuidad,
que tejen la tram a que va desde el pensamiento religioso al
pensamiento filosófico, los cambios de significado y las ruptu
ras lógicas que diferencian radicalmente las dos form as de
pensamiento.
20 21
lleva la Égida, las Musas del Olimpo, no recordasen (jivrio«ía0’)}
a aquellos que llegaron a Uión»4. La palabra del po eías tal y
como se desarrolla en la actividad poética, es solidaria de dos
nociones complementarias: la Musa y la Memoria. Estas dos
potencias religiosas dibujan la configuración general que con
fiere a la A létheia poética su significación real y profunda.
¿Cuál es el significado de la M usa? ¿Cuál es la función de
la Memoria? A menudo ha sido advertida, en el panteón grie
go, la presencia de divinidades que llevan el nombre de senti
m ientos, pasiones, actitudes mentales, cualidades intelec
tuales, etc. M oúsa es una de esas potencias religiosas que
sobrepasan al hombre «en el mismo momento en que éste
siente interiormente su presencia»6. En efecto, por la misma
razón que la m étis, facultad intelectual, responde a Métis, es
posa de Zeus, y ihém is, que es una noción social, responde a la
gran Thém is, otra esposa de Zeus, un nombre común pouaa co
rresponde, en el plano profano, a la M usa del panteón griego.
Numerosos testimonios de la época clásica nos permiten pen
sar que ¡loGcra, en su acepción no vulgar, quiere decir la p a la b r a
can tada, la p a la b r a ritmada''. Este doble valor de jioúaa —nom-
22
tire; común y fuerza divina— déjase captar particularm ente
•bien en un' «discurso antiguo» (naXaio; Xóyo?), transm itido por
■:Filón de Alejandría: «Cántase un viejo relato, imaginado por los
■sabios y transmitido de memoria como tantos otros, de ge
neración en generación... Es como sigue: Cuando el Creador
: hubo acabado el mundo entero, preguntó a uno de los profetas
si habría deseado que de entre todas aquellas cosas que
hab(an nacido sobre la tierra alguna no existiera. Respondióle
el otro que todas eran absolutam ente perfectas y completas, y
que solamente una allí faltaba, la p a la b r a lau d ato ria ( tóv
\óyov)... El Padre de Todo escuchó este discurso y
habiéndolo aprobado creó sin dilación el linaje de las cantoras
llenas de armonías, nacidas de una de las potencias que le ro
deaban, la Virgen M em oria (Mv^/j), a la que el vulgo, alteran
do el nombre, llama M nem osyné»*. Dase entre las Musas y la
«palabra cantada» —especificada aquí como «Palabra de ala
banza»— una estrecha solidaridad, solidaridad que afírm ase
aún m ás netamente en los muy explícitos nombres que portan
las hijas de Memoria, y a que toda una teología de la palabra
cantada se desarrolla en ello s9: Clío, por ejemplo, connota la
gloria (xXto;), la gloría de las grandes hazañas que el poeta
. transmite a las generaciones futuras; Talía hace alusión a la
fiesta (SáXXtiv), condición social de la creación poética; Melpó-
mene y Terpsícore despiertan am bas las imágenes de la músi
c a y de la danza. Otras, así Polimnia y Calíope, expresan la
rica diversidad de la palabra cantada y la voz potente que da
vida a los poemas. Las epíclesis más antiguas de las Musas
son asimismo reveladoras: mucho tiempo antes de Hesíodo,
las Musas existían en número de tres. Eran veneradas en un
santuario muy antiguo, situado en el Helicón, y llamábanse
(¿oúsa?); Pind., Piu, V, 65: ofrecer la palabra cantada o la Musa (SíSwoi (íoloav o
Moiaav); Eur., Ion, 757: palabra modulada (jioüoa); A ristó f., Nubes, 313, (RaGaa
aCX&v); Eur., A ntiope, fr. 184 N2; SOF.. fr. 162 N?; Agathon, fr. 2 N.2; Eur., Pala-
m id es, fr. 588 N?; Ant. Pala!., V, 139, 5; Plu t., E rot., p. 759 B ; B an qu ete Siete
S abios, p. 156 D, (Musa y Logos). Sobre la McLí lacónica, especie de canto
mezclado con palabras, cfr. K. M. T. CHRIMES, A nclen! Sp a rta 1, Manchester,
1952, p. 119 y ss. La etimología «atomista» de MoCoa ha dado lugar a varias in
terpretaciones de las que se encontrará una relación breve en A. S e tt j, «La
Memoria e il canto. Saggio di poética arcaica greca», S iu d i ¡ta l filolo g ía classi-
ca, t. X X X , 1958, pp. 129-130, n. I, y una discusión en K. MarOT, Die Anfdnge
d er griechischen Liieraiur, 1960, p. 66 y ss.
8 Filón, De P lantatione, 30, § 126, t. II, p. 158, ed. P. Wendland. Nosotros
seguimos la traducción de F. Cumont, «Un mythe pvthagoricien chez Posidonius
et Philon», Rev. P h ilo i, t. 43, 1919, p. 79. Cfr. igualm ente P. Boyancé, «Les Mu
ses et l’harmonie des sphéres», M élanges F, Grat, I, 1946, p. 16 y ss.
9 Es lo que ha observado, por ejem plo, B. S n e ll, Die E n id eck u ttg d es
Geistes3, Hamburgo, 1955, p. 66 y ss.; Die W eh d e r G ólter b e i H esiod , L a notion
du divin depu is H o m ére ju squ'á Platón, Vandoeuvres-Ginebra, ¡952, p. 98 y ss.
23
M eleté, M netné y A otde'0; cada una de ellas portaba el nombre-
de un aspecto esencial de la función poética. M eleté11 designa
la disciplina indispensable para el aprendizaje del m éster de
aedo: es la atención, la concentración, el ejercicio, mental;
M n em é es el nombre de la función psicológica que permite la
recitación y la improvisación; A o id én es el producto, el canto
épico, el poema acabado, término último de la M eleté y de la
M nem é. Otras nomenclaturas han sido también atestiguadas.
Cicerón refiere una donde las Musas son en número de cuatro:
A rché, M eleté, A o id é y Thelxinoé ’3. Dos de ellas desarrollan as
pectos inéditos: A rché es el principio, el original, pues la pa
labra del poeta busca cómo descubrir lo original, la realidad
prim ordial'4. T helxin oé es la seducción del espíritu, el encan
tam iento que la palabra cantada ejerce sobre el o tro '5. Todos
los epítetos de la Musa, a través de los cuales se desarrolla
una auténtica teología de la palabra, testimonian, pues,, la im
portancia, en los medios de aedos y poetas inspirados, de la
equivalencia entre la Musa y la noción de «palabra can tada»'6.
La palabra cantada es, sin embargo, inseparable de la
M em oria: en la tradición hesiódica, las Musas son hijas de
24
m o s y n é P en Ch/os portan el nombre de «rem embranzas»
« foi)'8 y también son ellas quienes hacen que el poeta «se
acuerde»19. ¿Cuál es la significación de la m emoria? ¿Cuáles
"son sus relaciones con la palabra cantada? En prim er lugar, el
estatuto religioso de la memoria, su culto en los medios de
aedos20 y su im portancia en el pensamiento poético, no pue-
; den comprenderse si no tenemos en cuenta que, del siglo XII al
siglo IX, la civilización griega no va a fundirse en la tradición
escrita, sino en las tradiciones orales. «¡Qué memoria e ra ne
cesaria en aquellos tiempos! ¡Qué de indicaciones dábanse
; sobre los medios de identificar los lugares, sobre los momen
tos propicios para las empresas, a propósito de los sacrificios
que habían de hacerse a los dioses... sobre los monum entos a
los héroes, cuyos emplazamientos permanecían secretos y
muy difíciles de encontrar en regiones tan alejadas de
Grecia»21. Una civilización oral exige un desarrollo de la me
moria22, necesita la puesta a punto de técnicas de memoria
muy precisas. La poesía oral, de la que son resultado la ¡lia d a
y la Odisea, no puede ser imaginada sin postular una auténtica
«mnem otecnia»23. Las investigaciones de Milmann Parry y sus
epígonos24, han aclarado con creces los procedimientos de
tos citados por S. Ejtrem , s. v. M nemosyne, R.-E. (1932), c. 2265 y ss. E l artículo
de B . SnELL, «Mnemosyne tn der frühgriechischen Dichtung», A rchiv jü r
B egn ffsg esch tch ie. t. IX . Bonn. 1964. pp. 19-21, es demasiado conciso.
•* Plut., Quaest. convtv.. IX . 14. p. 743 D. Cfr. WtLAMOWiTZ, D er G la u b e d e r
H ellenen. I. B erlín, 1931. p. 251. Sobre hveiV[ívt¡>it¡, cfr. S ó f.. fr. 96 N2.
19 Cfr. II., U, 492, y Pind., N em ea I, 12: MoTs» ¡ie|¿*Sa®ai pi/.it. Pero, ob
servémoslo ya, las M usas pueden también «hacer olvidar», es decir, quitar la
m emoria al poeta que la ha recibido, si es indigno de ella (cfr. I I, II, 599-600:
ixXíXaOov). tanto como, por otra parte, verter el olvido mediante sus cantos
(véase in fra. p. 79 v ss.).
20 M nemosyrté es la «reina de las laderas de Eleutera» (Hes., Teogonia.,
54, ed. P. Mazon. Cfr. la nota preliminar en la p. 7 de su edición, París, 1951).
Sobre los aspectos de su culto, cfr. S. Eitrem , s.v. M nem osyne, R.-E. (1932),
c. 2267-2269.
21 Plut., De P ythiae oraculis, p. 407 F. Cfr. O rphicorum fra g m en ta , fr. 297
c, ed. O. Kem (sobre el pape! conservador de la memoria en la historia de la ci
vilización), y los textos citados por F. Vían, L es orig in es d e T h ébes. C a d m o s et
les Sparies, Paris, 1963, p. 106. G. DumEzil, Mythes et d ieu x d e s G erm ains, Pa
rís, 1939, pp. 5-6, ha destacado ia im portancia, en fa sociedad indoeuropea,
de los cuerpos sacerdotales, encargados de conservar en la m em oria «un
corpus ideal de m itos, de rituales, de vocablos y de expresiones sagradas».
22 Sobre los problemas de la tradición oral, véase el ensayo de J . Vansina,
De la tradition ó rale. E ssa i d e m élh o d e historique, Tervuren, Á nnales. S cien ces
hum anines, n.° 36, 1961, y las observaciones de H. Moxiot, «Les vies de l'his-
toide de l'Afrique: la tradition órale», Anuales. ESC, 1964, pp. 1182-1194.
23 Cfr. Jam es. A. NotOpoulos, «Mnemosyne in Oral Literature». Trans.
A m er. Philol. Assoc., t. 69, 1938, p. 465 y ss.
24 A p ro p ó sito d e Io s p ro b lem a s fo rm u larios, pueden encontrarse indica
ciones generales sobre los temas fundamentales en J. L abarbe. L 'H om ére d e
25
com posición de los poetas, mediante el análisis de la técnica
form ularia: los aedos, en efecto, creaban a viva voz, «pero no a
través de p a la b ra s, sino mediante fórm u las, mediante grupos
de palabras construidos de antemano, preparados para engra-
narse en el hexám etro dactilico»25. Tras la inspiración poética
adivínase un lento adiestramiento de la memoria. Los poemas
hom éricos ofrecen, por otra parte, ejemplos de estos eje rci
cios «mnem otécnicos», que debían asegurar a los jóvenes
aedos el dominio de la ardua técnica poética26: son los pasajes
conocidos bajo el nombre de «catálogos». Hay un catálogo de
los m ejores guerreros aqueos, otro de los mejores caballos. El
catálogo de los ejércitos griego y troyano, por ejemplo, ocupa
la mitad del segundo canto de la llía d a , es decir, cuatrocien
tos versos que representan para un recitante una auténtica
proeza.
Pero, ¿es la memoria de los poetas una función psicológica
orientada como la nuestra? Las investigaciones de J.-P. Ver-
n an t27 nos permiten afirm ar que ía memoria divinizada de
los griegos no responde en modo alguno a los mismos fines
que la nuestra; no tiende, en absoluto, a reconstruir el pasado
según una perspectiva temporal. La memoria sacralizada es,
en prim er lugar, un privilegio de determinados grupos de
hombres constituidos en hermandades: como tal, se diferencia
radicalm ente del poder de acordarse de Jos otros individuos.
En estos medios de poetas inspirados, la memoria es una om
nisciencia de carácter adivinatorio; defínese, como el saber
m ántico, por la fórm ula: «lo que es, lo que será, lo que fu e»28.
26
Mediante su memoria, el poeta accede directamente, a través
dft una visión personal, a los acontecimientos que evoca; tiene
el privilegio de ponerse en contacto con el otro mundo. Su me
moria le permite «descifrar lo invisible». La memoria no es so
lam ente pues, el soporte material de la palabra cantada, la
función psicológica.en que se apoya la técnica form ularia, es
también, y sobre todo, la potencia religiosa que confiere al
verbo poético el estatuto de palabra mágico-religiosa29. En
efecto: la palabra cantada, pronunciada por un poeta dotado
con un don de videncia, es una palabra eficaz; instituye por
virtud propia un mundo simbólico-religioso que es lo real mis
mo. ¿Cuál es, desde entonces, la función del poeta? ¿Con qué
fines utiliza su don de videncia? ¿Cuáles son los registros de
la palabra cantada, inserta en la memoria? ¿Cuál es, en estos
registros, el lugar y el valor de A léth eia?
.. Tradicionalmente, la función del poeta es doble: «celebrar
a los Inm ortales y celebrar las hazañas de los hombres intré
pidos»30. E l ejemplo de Hermes puede ilustrar el prim er re
gistro: «Elevando la voz, tañendo armoniosamente la cítara,
cuyo amable canto le acompañaba, realizó (xpcúvojv)31, mediante
sus alabanzas a los Dioses Inm ortales y a la Tierra tenebrosa;
decía lo que en un principio fueron y qué atributos recibió ca
da uno de ellos en el reparto...»32. Nos situamos en el plano de
los mitos de aparición y ordenamiento, de las cosm ogonías, de
las teogonias. Pero al lado de las historias divinas, existe tam
bién en toda la tradición griega una palabra que celebra las
hazañas individuales de los guerreros. El primer hecho no
table es, pues, la dualidad de la poesía: a la vez palabra que ce
lebra la hazaña humana y palabra que cuenta la historia de
los -dioses. Este doble registro de la palabra cantada puede
29 Cfr. infra, p. 59 y ss., donde estudiamos los rasgos esenciales de este ti
po de palabra, común al poeta, al adivino y al rey de justicia.
30 Teocrtto, X VI, 2 .‘ ed„ Legrartd. E s el d o b le reg istro d e! poeta d e tipo
hesiódico: Hes., T eogonia, 100-101.
31 Sobre los valores de xpaívuv, cfr. in fra, pp. 61-67.
32 H im no h o m éric o a H erm es. 425 y ss.
33 Es la interpretación defendida desde 1955 por L. R. Palmer, A ch aean s
an d Indo-E u ropeans, Oxford, 1955. Sabemos que ha sido sometida a la crítica,
por ejemplo, por D. L. Page, H istory a n d the h o m eric ¡liad, Berkcley and Los
Angeles, 1963 (publicado en 1959 en las S a th er Classical Lectures), p. 183 y ss.
Cfr. G. S. K irk, The Songs o f H om er, Cambridge, 1962, pp. 29 y 36 y ss., y
A. Yoshida, «Survi vanee de la trípartition fonctionnelle en Gréce», RHR, 1964,
pp. 21-38.
34 En su contribución al volumen colectivo P roblem as d e la g u erre en Gré
c e ancienne, «Bibliotéque de 1'ÉcoIe des Hautes Eludes» (VI sección), París,
1967, M. Lejeune ha insistido sobre la excepcional importancia de las tablillas
de la serie S e d e Knossos: unos 140 «caballeros» reciben de la administración
palatina armaduras, carros y caballos.
a clararse si lo ponemos en relación con un rasgo fundamental
de la organización de la sociedad m icém ca. Parece*3, en efec
to, que el sistem a palatino estaba dominado por un personaje
real, encargado de las funciones religiosas, económ icas y
políticas, y que, junto al rey todopoderoso, había un «jefe del
Laos», que mandaba sobre los hombres especializados en el
o ficio de las arm as34. En este Estado centralizado, el grupo de
los guerreros constituía una casta privilegiada con un estatuto
p articu lar35. Si el segundo registro de la palabra se correspon
de perfectam ente con este grupo social especializado en las
actividades guerreras, ¿qué relación puede darse entre las
teogonias v el personaje real? Las investigaciones sobre la
prehistoria de las teogonias griegas permiten responder a esta
pregunta36. En efecto, si Hesíodo ha sido considerado largo
tiempo como el primer testigo de una literatura teogónica, no
se nos o frece ya m ás que como la últim a prolongación de un
largo linaje de relatos sobre los que los testimonios orientales,
hititas y fenicios permiten arro jar alguna luz. El com bate de
Zeus contra los Titanes y la batalla contra Tifeo han sugerido
a F. M. Com ford valiosas comparaciones con las teogonias de
Babiloniá y, más en particular, con el com bate de M arduk con
tra Tiam at37. La com paración se nos revela bastante instructi
va, pues Babilonia ofrece ejemplo de una civilización en la que
el relato m ítico está todavía vivo, en donde se articula estre
cham ente con un ritural. Todos los años, el cu arto día de la fies
ta real de la Creación del Año Nuevo, el rey mimaba el comba
te ritu al que repetía la hazaña llevada a cabo por Marduk
contra Tiam at. Al mismo tiempo que se desarrollaba el ritual,
recitábase el poema de la Creación, el Enum a Elis. Ahora
bien, J.-P. Vem ant ha podido m ostrar que, en las cosmogonías
y en las teogonias griegas, la ordenación del mundo era inse
parable de los mitos de soberanía38, y que los mitos de apari
ción, al tiempo que contaban la historia de las generaciones
divinas, situaban en prim er plano el papel determinante de un
rey divino, el cual, tras numerosas luchas, triunfa de sus ene
migos e instaura definitivamente el orden en el C osm os. Sin
duda, el poema de Hesíodo, principal testigo en Grecia de este
tipo de relato, señala precisam ente su decadencia, pues se trata
de una obra escrita o, al menos, dictada, y no ya de un relato
35 Para las instituciones m ilitares del mundo hom érico sigue siendo esen
cial la obra de H. Jeanmaire, C ouroi et Courétes, Lille. 1939.
36 Lo últim o sobre el tema podrá encontrarse en H. Schwabl, í .v. Welt-
sch ópfu n g, R.-E. ( i962). S u ppl. B an d., IX, c. 1433 y ss.
37 Cfr. F. M. C ornford , Principium S a p ien tiae. T he origins o f G reck Phito-
so p h ic a l T houghí, Cambridge, 1952.
38 J.-P. V ernan t, L e s o rig in es d e la p en sée g recqu e, París, 1962, p, 102 y ss.
28
oral.p •onuncíado con ocasión de una fiesta ritual. No obstante,
lenuxiamos en la persona dé Hesíodo al único y último testigo
una palabra cantada consagrada a la alabanza del persona
je real, en una sociedad centrada en la soberanía, tal y como
dé' ello parece ofrecem os un ejemplo la civilización micénica.
Dé nuevo, este personaje real no es sino Zeus39. A este nivel, el
poeta es ante todo un «funcionario de la soberanía»40: recitan
do e ím ito de aparición, colabora directamente en la ordena
ción del mundo41.
^ En el poema de Hesíodo es donde queda atestiguada la
más antigua representación de una A létheia poética y reli-
giósa. ¿Cuál es, en efecto, la función de las Musas, según los
términos de la teología de la palabra que se desarrolla en la
T eogon ia? Reivindican las Musas con orgullo el privilegio de
«decir la verdad» yripúaaatiat)42. Esta A létheia co bra todo
su sentido en su relación con la Musa y la Memoria; en efecto,
las Musas son las que «dicen lo que es, lo que será, lo que
fü e*4J; son las palabras de la Memoria. Tan sólo el contexto de
¡a T eogon ia induce, pues, a indicar la estrecha solidaridad de
A létheia y M emoria e, incluso, invita a no reconocer en estas
■<-s¡ 39 Las observaciones hipotéticas que desarrollamos de esta form a son tri
bu tarias de los trabajos que. como los de W ebster, han intentado m ostrar, en
e l p la n o poético, determinadas líneas de continuidad que van de M icenas a Ho
m ero. No obstante, en conjunto, las conclusiones de M. 1. F'inley (Historia,
1957, pp. 133-159) sobre la ruptura entre Micenas y Homero, en el orden de lo
económico y de lo político, nos parecen ampliamente fundadas.
40 Función que desaparece con la soberanía, de la que Hesíodo ya no con
serva el recuerdo. Cuando PIndaRO, Pít., II. 13-14, escribe: «Cada soberano
tiene su poeta, que compone para él el himno armonioso, recompensa de su
virtud», no es sino una modalidad del tema «tcrfft&v «Ivsiv», Sobre el poeta «fun
cionario de la Soberanía», véanse las clásicas páginas de G. Dl'MEzil, Servius
et la Fortune, París, 1943. p. 64 y ss.
. 41 Hace ya tiempo que algunos han emitido la hipótesis de una poesía mi-
noica: más recientemente, T. B. L. W ebster (La Crece d e M ycénes a H o m ére ¡tr.
fr .l París 1962, p. 96 y ss. Cfr. A. J. Evans, «The Minoan and Mycenaean Ele-
ment in Hellenic Life», Jo u m . Hell. Stud., 1912, p. 277 y ss.) no dudaba al
h ablar de una tradición poética m icénica. No hay menos razones para postular
respecto a la poesía teogónica, respecto a Hesíodo, lo que algunos postulan pa
ra la poesía épica, para Homero. No es consecuente, en modo alguno
inverosímil, que sea posible trasladar a la civilización micénica los caracteres
tradicionales de la poesía religiosa y, en prim er lugar, el tipo de palabra
magico-rcligiosa fundada en la memoria. El uso de la escritura en la sociedad
m icénica no es obstáculo para un estatuto privilegiado de la m em oria; en efec
to, la escritura parece haber sido en ella el privilegio de una clase de escribas,
de origen cretense sin duda; además, parece haber sido reservada a labores
administrativas: a causa de un im perfecto sistema de notación, no habría podi
do responder a exigencias de publicidad y fundar una civilización de lo escrito
(cfr. Cl. PrEaux, «Du linéaire B créto-mycénien aux ostraca grecs d'Égypte»,
Chronique d'Égypte, t. 34, 1959, p. 79-85).
43 Hes„ Teog., 28.
43 Hes., Teog., 32 y 38.
29
dos potencias más que a una sola y misma representación. Sin
embargo, será solamente colocando en su lugar las nociones
que dominan el segundo registro del poeta cómo la A létheia de
Hesíodo cobrará toda su significación.
El segundo registro de la palabra poética está enteramente
consagrado a la alabanza de las hazañas guerreras. Si el fun
cionamiento de este tipo de palabra cantada no nos ha sido di
rectam ente atestiguado por la civilización micénica, podemos
fácilmente representárnoslo observando una sociedad griega
arcaica como la antigua Esparta, dominada totalmente por el
grupo de guerreros, rendida por entero a los trabajos de la
guerra. Dos potencias temibles son ley en la antigua Esparta:
la Alabanza y la Desaprobación44. E sta sociedad, que ha plan
teado el principio de igualdad entre todos los ciudadanos, no
conoce otra distinción que la que se deduce del elogio y de la
critica. Gada uno ejerce en ella un derecho de fiscalización
sobre el otro, y, recíprocamente, siéntese cada uno bajo la mi
rada del o tro 45. E ste derecho de fiscalización se ejerce en to
dos los niveles del cuerpo social: en determinadas fiestas, co
mo las Parteneas, tenían las jóvenes el privilegio de lanzar
burlas a los jóvenes que habían cometido alguna falta; por el
contrario, cuando eran dignos de ello, hacían largo tiempo su
elogio público46. Fortalecidos con la autoridad que les con
fería una sociedad organizada según el principio de clases
por edad, los ancianos, que pasaban gran parte de la jo m ad a
en la «sala de conversaciones», consagraban lo m ejor de su
tiempo al elogio de las buenas acciones y a la crítica de las
m alas47. En una sociedad agonística, que valora la excelencia
del guerrero, el dominio reservado a la Alabanza y a la Des
aprobación no es más que el de los hechos de armas. En este
plano fundamental, el poeta es el árbitro supremo: no es ya,
en este momento, funcionario de la soberanía; está al servicio
30
de la comunidad de los «semejantes» y de los «iguales»'13, de
dos que tienen en común el privilegio de ejercer el oficio de las
'arm as. En una sociedad guerrera como la antigua Esparta,
ocupan las Musas, de pleno derecho, un importante lugar. Son
honradas a doble título, primero como protectoras de los flau-
: tistas, de los liricistas y de los citaristas, ya que la m úsica for
ma parte de la educación espartana, y las m archas y las car-
gas militares se hacen al son de la flauta y la lira49. Pero las
Musas tienen sobre todo otra función fundamental: si antes de
cada encuentro los reyes les ofrecen un sacrificio, es para ha
cer recordar a sus «semejantes» los juicios que se dictarán
sobre ellos, para alentarlos a desafiar el peligro, a llevar a ca
bo las hazañas «dignas de ser celebradas»50, las hazañas que
les valdrán una «memoria ilustre» (¡avi^ ti eúx^ñí)M.
En una sociedad de carácter agonístico, puede parecer pa
radójico que el hombre no se reconozca directam ente en sus
propios actos. Ahora bien, en la esfera del combate, el guerre
ro aristocrático parece obsesionado por dos valores esenciales,
K lé o s y K udos, dos aspectos de la gloria53. K u d o s es la gloria
que ilumina al vencedor; especie de gracia divina, instantánea.
Los dioses la conceden a unos y la niegan a o tro s53. Por el
contrario, K lé o s es la gloria tal y como se desarrolla de boca
en boca, de generación en generación. Si K u d o s desciende de
los dioses, K lé o s asciende hasta ellos. En ningún momento el
guerrero puede sentirse como agente, como fuente de sus ac
tos: su victoria es puro favor de los dioses, y la hazaña, una
vez llevada a cabo, no cobra forma sino a través de la palabra
de alabanza. En definitiva, un hombre vale lo que vafe su la
g o s 1*. Serán los maestros de la Alabanza, los sirvientes de las
31
Musas, los que decidirán eí valor de un guerrero55; ellos son
los que concederán o negarán la «M em oria»56. Y
¿Cuál es el estatuto de la Alabanza? En el mundo aristocrá
tico es, en principio, obligatoria: «Alabad de todo vuestro co
razón, para ser justos, decía el Anciano del Mar, la hazaña,
incluso la de vuestro enemigo»57. Los poemas de Píndaro y
Baquílides muestran el alcance de lo anterior: no son sino elo
gios a la fuerza de los brazos, a la riqueza de los reyes, al cora
je de los nobles58. Mas el poeta no prodiga sus alabanzas al
prim er recién llegado. El elogio es aristocrático: «Néstor y
Sarpedón, el licio, ambos de gran renombre, han llegado a ser
conocidos por nosotros gracias a los armoniosos versos que
artistas de genio han compuesto. Son los cantos ilustres los
que hacen durar el recuerdo del mérito, pero pocos llegarán a
obtenerlos»59. Por la potencia de su palabra, el poeta hace de
un simple mortal «el igual de un rey»60; le confiere el Ser, la
Realidad; su Alabanza es calificada de Cw¡xo{61. Ahora bien, co
mo la £ a m sa de los hindúes67, la palabra del poeta es un arma
de dos filos: puede ser buena o mala. «El Elogio roza la De
saprobación», dice Píndaro63. La alabanza posee un aspecto
negativo: «la Maledicencia de insaciables dientes»64 que tiene
el rosto de M ó m os65. El campo de la palabra poética parece
estar polarizado por estas dos potencias religiosas: por un
lado la Desaprobación, por el otro la Alabanza. En medio, el
oeta, árbitro supremo: «rechazando la tenebrosa Desapro-
C ación... ofreceré a un amigo, como una onda bienhechora, la
alabanza real de su gloria»66. Si en determinadas tradiciones
32
Desaprobación es palabra malévola, crítica positiva, queda
da también, mediante algunos de sus aspectos, como
ausencia, como una carencia de Alabanza. C alificado co
rito «tenebroso»67, M om os es, en el pensamiento religioso más
"antiguo, uno de los hijos de Noche, hermano de L e t h é tt. Res
pecto a sus afinidades con el Olvido, la Desaprobación es el as
pecto negativo de la Alabanza: simple doblete de Lethé,
defínese como el Silencio69. Olvido o Silencio, he ahí la poten
cia de muerte que se yergue frente a la potencia de vida, Me
moria, madre de las M usas70. Tras el Elogio y la Desaproba
ción, la pareja fundamental de las potencias antitéticas la
constituyen M nem osyn é y L e th é 7l. La vida del guerrero se
juega entre estos dos polos. Corresponde al m aestro de Ala
banza el decidir que un hombre «no sea ocultado tras el velo
negro de la oscuridad»77 o que le hagan fracasar el Silencio y
el Olvido73, que su nombre brille en la luz resplandeciente74, o
que sea definitivamente condenado a las Tinieblas75. E l campo
de la palabra poética se equilibra por la tensión de potencias
que se corresponden dos a dos; por un lado, la Noche, el Silen
33
ció, el Olvido; por otro, la Luz, la Alabanza, la Memoria. Las
hazañas que se silencian mueren: «Olvidadizos son los mor
tales de todo lo que en sus ondas no han arrastrado los versos
que proporcionan la gloria, de todo lo que no ha hecho flore
c e r el supremo arte de los p o etas*76. Sólo la Palabra de un
cantor permite escapar del Silencio y de la Muerte: en la voz
del hombre privilegiado, en la vibración armoniosa que hace
ascender la alabanza, en la palabra viva que es potencia de vi
da, se m anifiestan los valores positivos, y desvélase el Se r de
la palabra eficaz77. Mediante su alabanza el poeta concede al
hombre, que por naturaleza carece de ella, una «memoria».
Teócrito lo dirá brutalmente: muchas gentes ricas habrían
quedado «sin m em oria* (ifivooroi), si no hubiera existido Si-
mónides78. No quiere decirse que estas gentes habrían sido
privadas de la facultad de recon struir su pasado temporal, si
no, solamente, de que no habrían recibido el precioso bien al
que Píndaro llam a M em oria o M em oria l (¡ivafiTjíbv)79. M as no se
trata ya del recuerdo vago y profano que los hombres no
niegan a sus muertos. La «Memoria», en efecto, es a menudo
un privilegio que el poeta concede a los mismos vivos80. La
«Memoria» de un hombre es, con exactitud, el «eterno monu
mento de las M usas»8', es decir, la misma realidad religiosa
que la palabra del poeta, hendida en la Memoria, encam ada
en el Elogio. En el plano de la palabra cantada, la Memoria
posee, pues, un doble v alor por una parte, es el don de viden
cia que permite al poeta decir una palabra eficaz, form ular la
palabra cantada; por otra, esta misma palabra cantada es una
palabra que jam ás deja de ser, e identifícase con el S e r del
hombre cantado.
34
¿Cuál es, en este sistem a de pensamiento equilibrado por
Inten sió n de estas d o s p o ten c ia s an titéticas, e l lugar de Alé-
triple oposición de Memoria y Olvido, Elogio y Des
aprobación, Luz y Noche, dibuja con mucha precisión la confi
guración que da a A létheia su significación. A léth eia es una
potencia a la que Pindaro llama «hija de Zeus» y que él invoca
ju nto a la Musa, cuando «se acuerda»82. Para Baquílides,
A léth eia e s la «conciudadana de los dioses, la única llamada a
com partir la vida de los Inm ortales»83. Es una potencia tan
grande que le arrastra hacia el terrible M óm os: «Ciertamente,
Ja Desaprobación de los mortales se aplica a todos los traba
jos, pero la A léth eia siempre triu nfa»84. Solidaria de la Alaban
za35, A létheia no tiene una función diferente a la de la Memo
ria: «La piedra de Lidia revela la presencia del oro; en los
Hombres, la virtud tiene por testigo a la Sabiduría (de los poe
tas) y a la todo poderosa A léth eia» 86. En térm inos form ales,
A létí teia se opone a L eth é como se opone a M ómos67. E stá ju n
to a la luz: A léth eia da brillo y esplendor, «da lustre a todas
las cosas»88. Cuando el poeta pronuncia una palabra de elogio,
lo hace por A létheia, en su nom bre89; su palabra es a le th é s 90,
como su espíritu (voú?)91. E l poeta es capaz de ver la A lé th e ia92
es un «maestro de Verdad».
+ -
í Alabanza í Desaprobación
{ (Epainos) \ M óm os
Palabra Silencio
Luz Oscuridad
M emoria Olvido
A létheia L eth é
35
sagrada a los relatos cosmogónicos: las afinidades de A létheia,
pronunciada por las Musas, con M n em osyné, que las ha traído
al mundo, llevan a postular el segundo término de la pareja
fundamenta], L eth é. Determinadas indicaciones de una obra
de Hesíodo, diferente por su objeto pero de espíritu sim ilar,
permiten paliar un poco el silencio de la Teogonia. L o s traba
j o s y lo s d ias obedecen a la misma ideología p o é tic a q u e la
prim era obra hesiódica; el poeta es siempre inspirado por las
Musas, su canto es el maravilloso himno que las diosas le han
hecho o ír ” Como el profeta-adivino, Hesíodo se vanagloria de
revelar los «designios de Zeus»94. Sus palabras son calificadas
de tTr,TviJ.1 95, palabras que tienen un carácter religioso por
doble razón: la naturaleza religiosa de la función poética y, a
la vez, el carácter sagrado de los trabajos de la Tierra que el
poeta se propone revelar al arador de Ascra. En el pensamien
to de Hesíodo, el trabajo de la Tierra es enteramente una prác
tica religiosa: los trabajos son aquellos que los dioses han re
servado a lo s hombres, los d ía s q u e distribuyen los trabajos
en el curso del año son los días de «Zeus muy prudente»96; el
que conoce el encadenamiento ritual de los trabajos, el que se
ac u erd a de cada rito, sin com eter ninguna falta por olvido, es
«hombre divino». La rigurosa observancia de las fechas y de
los dias prohibidos, es nombrada explícitamente A léth eia por
Hesíodo97. En L o s tra bajos y lo s dias, la A tlétheia es, pues,
doble: en prim er lugar, la A léth eia de las Musas, la que el
poeta pronuncia en su nombre y que manifiéstase en la pala
bra mágico-religiosa, articulada en la memoria poética; en se
gundo lugar, la A léth eia que posee como propia el arador de
A scra. «Verdad» que esta vez s e .d e fin e explícitamente por el
«no-olvido» de los preceptos del poeta98. Entre las dos no hay
una diferencia fundamental: es la misma A létheia, considera
da bajo dos aspectos, ya en su relación con el poeta, ya en su
relación con el arador que la escucha. Si el primero la posee
por el solo privilegio de la función poética, el segundo no la
36
?puéde alcanzar sino al precio de un esfuerzo de ía memoria.
'E l campesino de Ascra no conoce la A létheia más que en la an-
siedad de una memoria obsesionada por el olvido, el cual
iúede, repentinámente, ensom brecer su espíritu y privarle de
f á, «revelación» de los Trabajos y los Días. Es a nivel del
discípulo como se acusa la complementariedad de A léth eia y
L ethé. Pero tras la relación, de algún modo «etimológica», de
la A létheia del arador con L ethé, es posible reconocer, a nivel
del maestro, otra relación bomóloga de A léth eia con L eth é
—no ya lethé, olvido de los hombres, sino L ethé, hija de No
che—. De esta doble relación entre A létheia y L ethé, una en el
plano religioso, la otra en e l plano lingüístico, sólo la primera
es fundamental: es la que estructura la representación de la
palabra cantada, consagrada a la alabanza del personaje regio,
com o también organiza el cam po de ía palabra dedicada a la
celebración de la hazaña guerrera.
Si la prim era función del poeta no queda atestiguada sino
a través de los últimos ecos de la literatura teogónica, la fun
ción de alabanza y desaprobación se mantiene hasta la época
clásica, ap o y a d a p o r p o e t a s c o m o P ín daro y Baquílides que
continúan desempeñando, para m inorías aristocráticas, el pa
pel que sus predecesores han asumido. Pero en ese momento
el sistem a de pensamiento que consagraba la primac/a de la
palabra cantada como potencia religiosa no es m ás que un
anacronismo, cuya fuerza de resistencia refleja la obstinada
potencia de una determinada élite. Se reduce la m isión del
poeta a exaltar a los nobles, a alabar a los ricos propietarios
que desarrollan una economía de lujo con gastos suntuarios,
y que, enorgulleciéndose de sus alianzas matrimoniales se en
vanecen de sus cuádrigas o sus proezas a tlé tic a s". Al servicio
de una nobleza tanto más ávida de alabanzas cuanto que sus
prerrogativas políticas son discutidas, el poeta afirm a de
nuevo los valores esenciales de su función, y lo hace con tanto
más esplendor cuanto que empiezan a aparecer anticuados
conforme en la ciudad griega deja de haber lugar para este ti
po de palabra m ágico-religiosa100, a medida que este sistem a
de valores es definitivamente condenado por la democracia
clásica. En el límite, el poeta no es m ás que un parásito, encar
gado de devolver su imagen a la élite que le sustenta: una ima
gen embellecida de su pasado. Sorprende el contraste con el
carácter de todopoderoso que el poeta poseía en la sociedad
37
griega desde la época m icénica hasta el fin de la época ar
caica. En la sociedad m icénica es posible que el poeta haya te
nido la función de celebrante, de acólito de la soberanía, en
cargado de co labo raren la ordenación del mundo. En la época
arcaica, incluso después de la decadencia de su función litúr
gica, que coincide con la desaparición de la función de
soberanía, permanece para la nobleza guerrera y aristocrática
como un personaje todopoderoso: sólo él concede o niega la
memoria. En su palabra los hombres se reconocen.
Funcionario de la soberanía o elogiador de la nobleza
guerrera, el poeta es siempre un «Maestro de Verdad». Su
«Verdad» es una «Verdad» asertórica: nadie la pone en duda,
nadie la prueba. «Verdad» fundamentalmente diferente de
nuestra concepción tradicional, A létheia no es la concordancia
de la proposición con su objeto, tampoco la concordancia de
un ju icio con otros juicios; no se opone a la «mentira»; lo «fal
so» no se yergue cara a lo «verdadero». La única oposición sig
nificativa es (a de A létheia y L eth é. En este nivel de pensa
miento, si el poeta está verdaderamente inspirado, si su verbo
se funda sobre un don de videncia, su palabra tiende a identi
ficarse con la «Verdad»IUI.
101 Cfr. los análisis, demasiado breves sin duda, de R. ScHAEkER, «Alétheia.
Hcritage antique et vérité d’aujourd’hui», A cies d u X l¡ ’ Congrés d es S o c iéiés
d e P hilo sop hie d e L an g u e fran faise, Lovaina-Paris, 1965, pp. 87-fOÓ, cuyas
conclusiones no podemos aceptar.
38
V ,-v CAPITULO III
39
dirigido a Apolo; se atribuye las consagradas virtudes de su ri
val: Voy a decir la A létheia; s o y n é m e r té s 5 y a p s e u d é s 6. La
40
\ erdad* del Anciano del Mar parece, pues, abarcar un doble
cam po: m ántica y ju sticia. ¿Cuál es la naturaleza de e sta «Ver
dad»? Para responder a esta pregunta urge prim ero sacar a la
luz las relaciones de A létheia con la mántica y la ju sticia; des
pués, precisar las modalidades de la ju sticia que aporta el An
ciano del Mar. La «Verdad» de Nereo no queda desvelada sino
a través de la consideración de las instituciones que parecen
tener estrechas relaciones con el Anciano del Mar.
En la T eogon ia hesiódica, Nereo es un justiciero. Pero para
toda una tradición, encam a una potencia m ántica cuya
sabiduría los antiguos siempre han ponderado, y cuyas «sen
tencias» han transm itido esm eradamente7. Sus consultas han
8 Las dos consultas más famosas son las de Heracles (G. HerzooHauser,
s.v. Nereus, R.-E., [1936], c. 271, y París (Id., ibid.).
9 E i r., H éi. 13 y ss.
10 Evr., O estes, 362-365. Cfr. Wf.icker, s . v. G laukos, R.-E. (1910), c. 1408-
1413.
11 Sobre las afinidades entre estos dioses del mar, cfr. A. Lesky. Tha-
taü a. Der W'eg d e r G riech en zum Meer, Viena, 1947, p. I ]1 y ss.
12 Cfr. Cn. Picaro, «L’Ephésia, les Amazones et les Abéilles», Rev. ét. anc.,
t. XLII, 1940 (M élanges Radet), pp. 270-284.
H im no horn. a H erm es, 561.
14 PlSD., Pít., X I, 6.
15 SOF., Ed. Rey, 299; 356; 369.
16 E ir ., ¡fig. Túur.. 5256-1267 y 1276-1279.
17 E&QViixi, Agattt., 1241.
18 Cfr. Eso. Siete, 710: Luc., Hist. verá., II, 33 ap. D iels, FV S7, II, p. 337, 10
y siguientes.
19 Pind., Otimp., VIII, 1-3.
20 PlLT., Quaest. conviv., III, 9, 2, p. 657 E. Cfr. también P lat. P edro, 275c
(piedra o roble «verídicos»).
42
~ es, con pleno derecho, un m aestro de A lé th e ia 21, pues él
posee eí privilegio del más antiguo sab er oracular,
xr. Pero l a A léth eia del Anciano del M ar no hace referencia
únicamente a su potencia m ántica; subsume igualmente su po
d er de «jam ás olvidar la equidad» y de «no tener sino ju sto s y
Benignos pensam ientos»22, es decir, su función de Ju sticia. Al
\ igual que su hija Teonoé, Nereo es, en efecto, «un santuario vi-
Kí viente, augusto templo de D iké»23. Si bien, en el pensamiento
religioso, la ju sticia no constituye un cam po distinto del que
corresponde a la «Verdad». Las afinidades de D iké y A léth eia
yi’-- son múltiples y muy atestiguadas: cuando Epim énides va en
i . ; : pleno día a la gruta dé Zeus D iktaios, y perm anece allí soñando
durante num erosos años, conversa con los dioses y habla con
' A léth eia y D ik é 2*. La asociación es tan natural que H esiq u io
:> • define la A léth eia p o r las «cosas de D iké», las Síxaia25. P o r otra
- parte, si Cronos es, en virtud de un juego de palabras, Chro-
X nos —Cronos, el padre de A létheia, es sin duda, com o dice Plu-
, tarco, porque p o rnatu raleza es «el más ju sto» (Sucaió-rccto?)— 26.
En efecto, la A léth eia es la «más ju sta» de todas las co sa s27.
í * Fundamentalmente, su potencia es sem ejante a la de D ik é 2i: a
D iké, «que conoce en silencio lo que va a suceder y lo que ha
pasado», responde la A létheia, «que conoce todas las cosas divi-
8 j ñas, el presente y el porvenir»29. A este nivel de pensamiento,
/: no hay entre la Verdad y la Ju sticia ninguna distancia. La po-
- tencia de A léth eia abarca, pues, un doble c a m p o : m á n tic a y
a ju sticia.
El doble cam po de extensión de la A léth eia del Anciano del
' Mar, perm ite definir la naturaleza de las form as de ju sticia
- que preside: procedimientos ju diciales que recurren a form as
44
£
3.* sen e, 1951, París, 1953. pp. 344-351). Véanse también las indicaciones de
F. LE Roux. L es D ruides, París, 1961, p. 89, sobre un tipo de ordalla céltica bas-
. tante cercano a los precedentes. En el volumen X V III, 3, de los R e c u d ís d e la
S o c ielé J e a n B odin, consagrado a La P reuve (Bruselas, 1963), se encuentran va
n a s exposiciones sobre los (¡pos de prueba utilizados en las sociedades ar
caicas.
33 Cfr. Ch. Picaro, op. cit., p. 133. En sus É tu d es so cia les e l ju rid iq u es su r
l A n tiqu iti g recqu e (París, 1906), G. Glotz ya observó: «El rey Minos y Temisón
el ju sticiero aplicaban la prueba al modo de Hammurabi» (p. 92).
36 Ch. Picard, op. d i., pp. 133-134, según B aq cil., XV II, ed. Sn ell6. Sobre
este tipo de imagen mítica, cfr. L G ern et, «La notion m ythique de Ja valeur en
Crece», Jou rn. Psych., 1948, pp. 432-443.
37 Cfr. G lotz, É tu d es socia les et ju rid iq u es su r l'am iq u ité g recqu e, París,
1906, pp, 69-97. Sobre la justicia del Mar, cfr. también G. G lotz, L ’O rd alie dans
la G rece prim itive, París, 1904, p. 61 y ss.
45
Virgen prudente, calumniada por su madrastra y entregada
por su padre a un mercader, llamado Temison, el Ju sticiero.
Una vez en alta mar, el hombre ata a la muchacha con una
cuerda, la arro ja sobre las olas y la recoge viva: el m ar ha da-
do su veredicto38. Los contemporáneos de Solón compartían
aún la creencia de que ei mar, cuando no es turbado, es la
«justicia para todos»39. En el mismo contexto histórico y reli
gioso es donde ha podido nacer y fortalecerse la convicción de
que una buena travesía es una presunción de inocencia, tan
seria que un griego del siglo v no duda en prevalerse de ella
ante los ju e ce s40. Si el Anciano del Mar encarna la form a más
grave y solemne de la justicia, es muy posiblemente porque
asume en el mundo griego el papel de los dioses-río de Anato-
lia y M esopotamia41.
A pesar de todo, no es 3a única form a de ju sticia ordálica:
existen otras, y entre aquellas que pueden convenir al An
ciano, tendríamos que citar al menos la ordalia de la balanza.
Doble es su interés: por una parte, es presidida a menudo
por un personaje real; por otra, está situada bajo el signo de
A létheia. En un estudio sobre el T rab ajo p o é tic o d e H om ero**,
Ch. Picard ha demostrado, a propósito de la fam osa escena del
ju icio sobre el Escudo de Aquiles, que un singular error había
por largo tiempo equivocado a los comentadores, y en parti
cu lar a los historiadores del derecho griego. Es sabido que los
Ancianos, colocados en círculo, pronunciaban, uno tras otro,
su parecer sobre un caso de delito de sangre. «Dos talentos de
oro serán para aquel que, entre ellos, emita el fallo m ás rec
to»43. No se trata, de hecho, de una cantidad de metal, sino de
una balanza de oro, ya que -róXavta ha designado en primer lu
gar, antes que la unidad de cuenta, la balanza o los platos de
46
Bf
1 la balanza44. Sin duda alguna, el poeta que ha descrito ¡a obra
‘"'de arte no la ha tenido ante los o jo s y ha confundido ráXavr*,
• que tiene el sentido de balanza, con la misma palabra, que de-
signa un determinado peso de metal. La balanza de ju sticia ha
desaparecido así de un testimonio muy antiguo. Como lo prue-
ba el H im no h o m é r ic o a H erm es, cuando Zeus preside un
- juicio, la balanza está a llí45. Es la misma balanza que Zeus
intendente46 porta en la mano cuando decide la suerte de una
b atalla47 o la de un guerrero48. E l uso de la balanza en los pro-
. cedimientos jurídico-religiosos nos rem ite al más remoto pa
sado de Grecia, a la civilización m icénica, donde —lo sabemos
por las tablillas— todo era pesado49, donde el intendente y la
balanza constituían el ojo del rey, su ju sticia50. La copa de Ar
cesilao de Cirene n os m u estra, en pleno siglo v’f, una imagen
del rey contable: sentado en un trono y revestido con los orna
m entos de ceremonia, Arcesilao II vigila la entrada de sus ren
tas, Ante él álzase una alta balanza en tom o a la cual se agol
pan sus gentes: asistido por dos funcionarios, el rey averigua
si cada uno de los libios ha entregado su tributo de sílfion51.
La función económica de la balanza no es, pues, exclusiva de
su función judicial. Sin duda, por lo mismo que en las manos
del intendente, que oficiaba en el palacio cretom icénico, era el
. instrumento de medida de todas las deudas, es por lo que ha
•podido desempeñar, entre las manos del rey, el papel de ins
trumento de la ju sticia divina, a ejem plo de determinadas civi
lizaciones orientales57. El pensamiento mítico revela también
44 Ch. Picard, ari. cil., p. 494, que rem ite a A. W, Persson, BCH, t. 70,
. 1946, p. 444 y ss. So bre el ideograma de la balanza y el problema d el talento
■ micénicO, cfr. las observaciones de L. DEROV. In itialion á l'ep ig rap h ie >nyeé-
m en ne, Roma, 1962, pp. 60-61.
• 4S H im no hom . a H erm es, 324.
46 I I , X IX , 223 y ss.
47 ¡T. V ttt, 69.
“8 //., X X II, 209.
45 Cfr., por ejemplo, J . Chadwick, «Une bureaucratie préhistorique». Dio-
gene, n.a 26, 1959, pp. 9-23,
50 Sobre eJ intendente en Ja sociedad m icénica, cfr. M. LfUEi'VE, U em oires
d e phiíofogie m ycénietm e, I, París, 1958, pp. 187-201.
51 Planta tuberosa, sobre la cual puede leerse F- Chamoux. Cyrcne sous
la M onii'chie d e s B an ía d es, París, 1958, pp. 246 263. Respecto a la copa de
Arcesilao seguimos la interpretación del m ism o autor (pp. cit., pp. 258-261).
52 Véase en general E. Michos', Libra, en el D arem berg-Saglio-Pottier, t. IIÍ,
París, 1904, p. 1222 y ss.; Ch. Picarp, L e s reh g io n s p réh eu én iq u es (Créte e t My-
cenes), París, 1948, p. 290. Numerosas balanzas pequeñas de oro, muy frágiles,
han sido halladas en el interior de tumbas en Micenas, Knossos, Argos, etc. Su
significación es incierta, si bien pueden ser relacionadas verosímilm ente con
las representaciones religiosas de las balanzas de la lu sticia , las de Zeus ju sti
ciero o intendente... Cfr. H., XVI, 658, habla de la balanza «sagrada» de Zeus
(cfr. /!., X X II, 219 y ss.; Teocajs, 157 y ss.; E so, Sup/., 402 y ss-; S 2 1-822). Zeus
hechos sociales e institucionales; conserva el recuerdo de un
rey que otorgaba la ju sticia mediante la balanza53: Minos, el
rey de Creta. Ahora bien, este rey que gozará de gran fortuna
en el pensamiento ulterior, presidiendo el ju icio otorgado en
el Hades, reside tradicionalmente en la «llanura de A létheia» 54,
no en la de las sectas religiosas55, sino en la llanura donde por
naturaleza y con pleno derecho, reside un rey, maestro de ju s
ticia, y como Nereo, maestro de A létheia. El ejemplo es signifi
cativo, pues el mismo rey Minos practica en persona las
pruebas ordálicas mediante el agua56. En este tipo de rey
mítico convergen, pues, dos formas de ju sticia, mediante el
agua y mediante la balanza57, que se hallan ambas bajo el sig
no de A létheia.
58 B. S ííe ll, «Die W elt der Gótter bei Hesiod», en la h'otion d u d iv in de-
puts H o m ére ju squ'á Platón, Vandoeuvres-Ginebra, ¡952, pp. 100-105.
59 Cfr. la nota 3 de Paul Mazon en su edición de la T eogonia (Collection
des Umversités de France», París [reedición de 1951]. pp. 4041).
60 Hesíodo, T eogonia, 257-261.
61 Hesíodo, T eogonia, 234, Sobre el papel «politico» del fípcjv. véase H.
Jeanmaire, Couroi et Courétes, Lille, 1939, p. 14 y ss., y sobre todo P. Roussel,
«Elude sur le principe d ’ancienneté dans le monde hellénique», M ém oires de
I'Acad. d es Jnscr. et BeUes-Leltres, 43. 2, 1951, pp. 123-228.
62 Hesíodo, Teogonia, 235.
63 Cfr. M. LACROIX, 'HniooNiimo?, M élanges Desrousseaux, París, 1937, pá
ginas 266 y ss. «Padre., calificado de en II., X X IV , 770; Od., II, 47; 234;
V, 8-12; XV, 152. También es un epiteto de Zeus en cuanto a sus relaciones con
Atenea; l l , X X II, 184. Sobre la cfr. E. Buchholz, Die h o m eñ sc h en
R ealien , III, 2, Leipzig, 1885, pp. 152-161.
64 E s un epíteto del heraldo; (//., VII, 384). 'HjuiííStk es el
nombre de un heraldo (II., X V III, 324-325).
« Cfr. Od., II, 47; 234; V. 8-12; XIV, 139.
66 Cfr. M. Lacroix, art. ci:„ p, 270.
49
mejanza de los niños que están subordinados a sus padres.
E l Anciano del Mar representa, por tanto, en el plano mítico,
un aspecto de la función de soberanía67: el rey de justicia
bajo un aspecto benévolo y paternal68.
Ya que Nereo es un maestro de «Verdad» y que su A létheia
comprende tanto un poder de ju sticia como un saber oracular,
será profundizando en estos dos aspectos de la función real
como podremos extraer el significado de A létheia. Todos los
rasgos del Anciano del Mar contribuyen en la definición de la
función de soberanía que nosotros conocemos, esencialmente,
por diversas tradiciones m íticas o legendarias. Éstas pueden,
a cambio, aclarar determinados aspectos de Nereo, situándo
los en el retrato global del rey m ítico69. Puede entreverse que
en época muy remota, la función de soberanía poseyó en Gre
cia un papel comparable al que tuvo en las grandes civiliza
ciones del Oriente Próximo. En una sociedad que concibe la
soberanía a través de un vocabulario pastoral, el rey es el
«pastor de hombres». Su poder resplandece en su función de
poseedor y distribuidor de las riquezas; el rey posee objetos
m íticos, como el carnero del vellocino de oro, la cepa de viña
de oro, el collar precioso, que son para él una fuente de presti
gio; estos talismanes son la prueba de su relación funcional
con los dioses, garantizan su poder de m ultiplicar las rique
zas70. Por virtud propia, el rey favorece la fecundidad del
suelo y de los rebaños; distribuye generosamente los bienes.
La función del rey consiste en obsequiar y hacer dispendios71.
50
Determinadas tradiciones míticas van más lejos incluso: el rey
'és un mago, señor de las estaciones y los fenómenos atmosfé-
'rico s72. Lo que entrevemos de la civilización micénica invita a
pensar que el tipo de rey del que la leyenda perpetúa el re
cuerdo responde, en el plano mítico, al estatuto de la
soberanía en la Grecia micénica. En efecto, en el seno del sis
tema palatino, el Anax centraliza todos los poderes: gobierna
la vida económica, política y religiosa. En aquella época, la
función de soberanía era inseparable de la organización deí
mundo, y cada uno de los aspectos del personaje real, una di
mensión de su potencia cósmica.
En este plano mítico, ¿cuál es el lugar de la ju sticia en la
función real? ¿E s solidaria de un saber m ántico? Dentro de
esta función de carácter global, la ju sticia no está diferen
ciada; es inseparable de todas las demás actividades del sobe
rano. Cuando el rey olvida la justicia, cuando comete una falta
ritual, la comunidad, automáticamente, se ve abrum ada por
las calamidades, el hambre, la esterilidad de las m ujeres y los
rebaños: el mundo se entrega al desorden, vuelve a la anar
quía73. Indiferenciada, la justicia está ligada, sin em bargo, a
determinadas form as de mántica. El rey porta en la mano el
cetro, prueba e instrumento de la autoridad74: por virtud de
este bastón, emite th ém istes75, decretos, juicios que son espe
cies de oráculos. Ciertamente, la palabra thém istes puede ser
aplicada también a las palabras de ju sticia como a las pa
76 Sobre los aspectos oraculares de Temis, cfr. H. Vos, op. cit., p. 56 y ss.
Destaquemos aquí las reflexiones sobre Temis (publicadas cuando ya había
mos redactado estas páginas) firmadas por H. Van E ffe n te r r e y H. TrocmE,
«Autorité ju stice et liberté aux origines de la cité antique», Rev. philos., 1964,
pp. 405434.
77 Cfr., por último, R. F. W ille tts , C reían Culis a n d Festivals, Londres,
1962, passim .
78 E. Rohde, P syché]0 (tr. fr.), París, 1952, pp. 106-108. El autor destaca en
particular la analogía entre la estancia en la «caverna de Zeus» y la estancia
en el antro de Trofonios (sobre éste, infra, pp. 53 y 80).
79 Cfr-, Ch. G. S ta r r , «The Decline of the early greek Kings», Historia,
l. X, 1961, pp. 129-138. Otro punto de vista ha sido mantenido, no carente de
intención polémica, por P. Oliva, IlATPíKH BAEIAEIA, en M élanges C eorge
Thomson, Praga, 1963, pp. 171-181.
8° Pal’S., II, 31, 3 4 . Cfr. R. Hanslick, s.v. P iuheus, R.-E. (1950), c. 1873 y ss.
81 Sch o l. in Eur. Hippol., 11. Cfr. Et'R., M edea. 685-686.
82 Pi.iT.. T eseo, III, 5.
83 Paus., II, 31 ,5 . Cfr. H. Vos, ©EM1I, Assen, 1956, pp. 75-76.
84 P als., IX, 26, 3. Sobre los «oráculos de Layo» (Hdt., V, 43), cfr. M. Del-
COURT, O edipe ou la légen de d u con quérant, París, 1944, p. 97 y ss.
85 Hdt-, VI, 57.
52
tes habitaba en la capilla doméstica del E recteo 86, parece ha
ber continuado en su oficio de aconsejar87: en efecto, el espar
tano Cleómenes, en el curso de una expedición en favor de Isá-
goras, subió a la Acrópolis para consultar el oráculo incubato-
rio de Atenea88 y, un poco más tarde, llevado a permanecer en
la fortaleza de Atenas, se apoderó de una serie de oráculos
mi que los Pisistrátidas hablan dejado allí89. Incluso cuando el
personaje real ha cedido definitivamente su puesto y sus pode-
res a funcionarios oficiales, se mantiene la costumbre de re
ír cu rrir a veces a procederes adivinatorios: una inscripción ar
fe caica de Argos90 habla claram ente de un privilegio de consulta
fe oracular, de un «tum o de favor» concedido a los magistrados
fe calificados explícitamente de oficiales; otra inscripción en el
fe santuario de Talamai nos da a conocer que los primeros ma-
-fe gistrados de Esparta recibían durante el sueño las inspira-
fe ciones de Pasífae91. Para toda una tradición, diversas form as
de poder político y determinadas prácticas judiciales fúndan-
¿fese esencialmente en un saber de naturaleza mántica.
¡fe: ' ■ Ahora bien, tanto en el plano m ítico como en el plano bis-
fefe tórico, el proceder adivinatorio parece gozar de un estatuto
rife privilegiado: la incubación, «el medio m ás antiguo de adivina-
S ción»92. ¿Cuál es su funcionamiento, cuáles son las representa-
ciones mentales solidarias de esta institución religiosa?
Entre los oráculos donde se p ractica la adivinación me-
diante el sueño, ninguno es más célebre y m ejor conocido que
el de Trofonios en Lebadia93. Trofonios, el Nutricio, da sus
- oráculos en un antiguo santuario donde se ha pretendido reco-
. nocer un antiguo Tholos, tumba en form a de nido de avispas,
. - que habría pertenecido a un rey beocio94. La consulta se e fec
53
túa a modo de descenso al Hades. Después de algunos días de
retiro y severas prohibiciones alimentarias, se permite al con
sultante h acer sacrificios a Trofonios y a otras divinidades.
Tras el sacrificio de un carnero, cuyas entrañas deben hacer
nos saber si Trofonios está dispuesto a dar sus oráculos, el pe
ticionario es conducido hacia el río cercano y dos niños pe
queños, ilamados «los Hermes», lo lavan y ungen con aceite.
Poco tiempo después, es conducido al oráculo. Pero antes de
penetrar en él, se detiene ante dos fuentes, vecina la una de la
otra: llámase una L ethé, y la otra M nen iosyné9$. Volvemos a
encontrar aquí a las dos potencias religiosas que dominan el sis
tema de pensamiento de los poetas inspirados. El agua de la
primera fuente hace olvidar la vida humana en su totalidad; el
agua de la segunda debe permitir al consultante conservar en
la memoria todo lo que ha visto y oído en el otro mundo. Des
pués de haber bebido el agua de una y otra fuente, se desliza
dentro de la boca oracular, pasando primero los pies, luego
las rodillas; repecto al resto del cuerpo se dice que es absorbi
do con violencia: Pausanias cuenta que es tragado como si un
río de rápido curso lo arrastrara en sus remolinos. Pasado
cierto tiempo, y en una especie de inconsciencia, el paciente es
retirado por los encargados del oráculo y sentado en el trono
de la M em oria96, no lejos de la boca oracular. Poco a poco, sa
le de su estado comatoso y adquiere de nuevo la facultad de
re ír97. A menudo se ha advertido que este tipo de consulta ora
cular se asem eja a una iniciación: los tabúes alimentarios, el
período de enclaustram iento98, preparan la entrada en un
95 M. P. NilSson, Die Q uellen d er L eih e und der Ain em osy n e, Eranos, t. XLI,
1943, p. 1 y ss. (Cfr. G eschichte d e r g riech isch en R eligión, II, Munich, 1950,
p. 226 y ss.), ha defendido de una manera muy curiosa e! origen helenístico de
esta pareja de potencias. Cfr. las criticas de W. B urkert, W eiheit un d Wissens-
chajt. S lu d ien zu Pythagoras, P h ilolaos und Platón, Nuremberg, 1962, pá
ginas 130-131, n. 212, sin olvidar las de K. KerENYI, Die G eburt d er Helena,
Zurich, 1945, p. 94 y ss. La tesis de M. P. NlLSSOK queda debilitada a nuestro
parecer dado el papel que desempeña en el pensamiento filosófico-religioso la
pareja Memoria-Olvido (cfr. pp. 125-134).
96 El «trono de Memoria» se opone al «trono de Olvido», siendo el prim e
ro el mismo en el que Teseo y Piritoo se sientan en el Hades. El paciente se
asemeja a una piedra, es decir, a un muerto (cfr. M. DELCOURT, H ephaistos,
Parts, 1957, p. 98). La significación del «trono de Olvido» es acentuada por el
valor mismo de la postura sentada, símbolo de muerte, de aniquilación del cul
pable (cfr. L. G ern et, «Ouelques rapports entre la pénalité et la religión dans
ia Gréce ancienne», L 'Ant. class., t. V. 1936, pp. 332-337).
77 Paus., IX , 39, 13. Cfr. Schol. Arist. Nubes, 508, y la aventura de Parme-
nisco, contada por Aten., XIV, 614 A (Diels, f í ’S7, I, p. 112, 34 y ss.). Sobre
esta aventura y otras comparables, véase K. von Frjtz , s.v. P an nen iskos, R.-E.
(1949), c. 1569, y W. B urkert, W eisheit und W issenschajt. Studien zu P ylhago
ras, P hilolaos und Platón, Nuremberg, 1962, p. 132, n. 229.
58 Cfr. Cratinos, fr. 221 Kock, y F ilostrato, Vil., A p oll, II, 37. L. Deubner,
De Incubation e. C apila qu altuor, Leipzig, 1900, p. 16.
54
s mundo extraño al de los humanos; Jas risas del fin a l por el
* contrario, marcan la ruptura con el período de tensión y la
. vuelta a la vida cotidiana tras el viaje al más allá. Se trata, en
efecto, de un viaje al mundo sobrenatural e invisible: bebiendo
el agua de L ethé, que es el agua de muerte, y que abre las
puertas del Hades, el consultante se vuelve sem ejante a un
muerto, toma la m á s c a r a de un difunto, se desliza en e] seno
de la Tierra-Madre. Por virtud del agua, penetra en la «llanura
del Olvido»'*. Pero ha tenido cuidado, antes de partir, de be
ber en la segunda fuente, de tomar el viático que le permitirá
entrar en contacto con las potencias del más allá, de retornar
enriquecido por un conocimiento que no se limita al momento
presente, pues se extiende al pasado y al porvenir l0°. E l des
censo al Hades del consultante de Trofonios se corresponde
ntualm ente con la experiencia religiosa mediante la cual el
adivino o eí poeta inspirado penetra en el mundo invisible: en
uno y otro caso. M emoria y Olvido son los valores esenciales.
Al salir de la consulta incubatoria, el iniciado ha sido dotado
con una memoria, con un don de videncia que en nada difiere
del de los poetas o del de los adivinos. Por virtud del Agua de
M em oria, el consultante de Trofonios se beneficia de un esta
tuto equivalente al d el adivino: como Tíresias, como Anfia-
raos, pasa a ser un «vivo» entre los muertos.
La A létheia judicial y adivinatoria cobra en este contexto
toda su significación. A létheia es, en efecto, una suerte de
doblete de M nem osyné. La equivalencia entre las dos poten
cias puede establecerse en tres puntos. Equivalencia de signi
ficado: A létheia posee el mismo valor que M n em osyne; equiva
lencia de posición: en e l pensamiento religioso, A léíh eia es, co
mo M nem osyné, asociada a experiencias de m ántica incubato
ria; equivalencia de relación: ambas son com plem entarias de
L eth é. L a equivalencia de significación es la más m anifiesta:
como M n em osyné, A léth eia es un don de videncia; es una om
nisciencia, como la Memoria, que reúne pasado, presente y fu-
w Teognis, 705, 1216; A rjstof., L as R anas, 186; Luciaxo, De luctn, 5; 0p-
PIASO, Cxnégét.. 11, 417; BarRIVS, lab. 75 Crus.; Pu-T., De sera numin. i'w ¿ , 22,
p. 566 Á; //.. X X II. 387. Cfr. W. Krou., s.v. L eth e, R.-E. (1925), c. 2141-2144, y
E. Ronde, P sxch é10 (tr. fr.), París. 1952, p. 260, n. 2. Sobre determ inados valo
res de L ethé, a Ja vez m ilicos y filosóficos, en las utopias de Teopovnpo, cfr. las
observaciones de L. G frn e t, «La cité future et le pays des m orís», Rev. él.
grecqiies, t. XLV’I, ¡ 933. p. 297 y ss.. y p. 301 y ss.
100 Cfr. J.-P. V erkan t, a n . á t„ p. 9 (= M. P„ p. 59 y ss.). El mismo autor
d estaca ¡a semejanza deí consultante de T ro fon ios c on un p erso n a je com o Etá-
! ida que siempre conserva el recuerdo de lo q u eb a visto, incluso en el momen
to en que cruza el Aqueronte. Es el mismo privilegio que c a ra cteriz a a adivi
nos como Tíresias o Anfiarao (O d X . 493-495; SOF., El.. 841). En el mundo del
Olvido (cfr. //., X X II, 387), son los únicos que no olvidan, que cvnserx-an la
fuerza de «acordarse».
55
tu ro 101: las visiones nocturnas de los Sueños, llamadas Alé-
thesyné, abarcan el «pasado, el presente, todo aquello que de
be ser para numerosos mortales, durante su sueño o scu ro *l0í,
y la A léth eia del Anciano del Mar es conocim iento de «todas
las cosas divinas, del presente y del porvenir»105. A létheia, po
tencia m ántica, sustituye a veces a ,M nem osyné en determina
das experiencias de mántica incubatoria. Baste recordar la
aventura de Epiménides l04: es con A létheia, acompañada por
Diké, con quien conversa este mago durante sus años de reti
ro, en el interior de la gruta de Zeus D iktaios, donde Minos
consultaba a Zeus y Pitágoras se internó a su vez. Por otra
parte, cuando Fdoslrato describe el antro en que Anfiarao
profetiza y «dice la Verdad», describe ante el oráculo a una jo
ven vestida de blanco: su nombre es A lé th e ia sí>b. En definitiva,
entre A léth eia y L ethé, !a complementariedad es sim ilar a la que
existe e n tr e M n em osyn é y L e th é : Luciano, por ejemplo, cuenta
que en la isla de los Sueños, ha reconocido dos templos próxi
mos a un oráculo incubatorio, « n o dedicado a A létheia, otro a
A paié. El prim ero estaba consagrado a una potencia positiva, el
segundo a una potencia negativa, a un hijo de Noche, que pre
senta Jas m a y o re s a fin id a d e s con L e t h é 106. Pero, hecho más sig
nificativo, el pasaje de Hesíodo relativo al Anciano del Mar está
construido por entero sobre la complementariedad de A létheia
y L ethé, complem entariedad que actúa a un doble nivel, etimo
lógico y consciente por una parte, mítico e inconsciente por
otra: si e l A n cia n o del M ar es «v eríd ic o » (aXíjOife), se debe a que
no olvida Xt¡6ttou) los ih é m is te s m , relación confirmada por
56
esiquio cuando señala que las cosas ¿Xr¡&¿a «son las que no
caen en el Olvido»108. Por otro lado, Nereo a leth és es sim étri
co de L e t h é 109 hijo de Noche: entre el Anciano ale th é s y Ol
vido, existe la misma complementariedad que entre su epíteto
y las «palabras de engaño» (Aó-j-oi Teu8et¡;), asociadas a
L eche, y que e n tr e su cu a lid a d d e A n cian o «benévolo» y
lá imagen de la Vejez Maldita (rfjpxí oóXó|ievov).
Tras el Anciano del Mar, vicario mítico del Rey de Ju sticia,
dotado de un saber mántico y maestro de A létheia, tras d e M i
nos, que como Nereo acapara la función real, la justicia, el sa
ber mántico y el privilegio de A létheia, se descubre un tipo de
hombre: el personaje real, dotado con el don d e videncia.
Cuando el rey preside la ordaíia, cuando pronuncia las senten
cias de Justicia, goza como el poeta, como el adivino, de un
privilegio de memoria gracias al cual comunica con el mundo
invisible. En este plano de pensamiento, en el que la política
se interfiere con lo religioso, en el que la adivinación se
mezcla con la ju sticia, defínese la A létheia, al igual que en el
plano poético por su complementariedad fundamental con
L eth é. Su contenido ha dejado de ser ya la palabra cantada,
pronunciada en virtud de un don de videncia: son ahora proce
deres adivinatorios y modos de justicia. Sin embargo, su efica
cia descansa en una form a de conocimiento análoga a la de los
poetas inspirados. La A létheia d e l Anciano d e l M ar no e s una
«verdad» de tipo histórico en la medida en que tampoco lo es
la «verdad» del poeta. El rey de ju sticia no pretende única
mente la restitución deí pasado en tanto que pasado. Las.
pruebas de la Ju sticia son de carácter ordálico, es decir, no
hay huella de una noción positiva de la prueba no: som eterse al
ju icio es introducirse en el dominio de las fuerzas religiosas
más temibles. La «verdad» se instituye mediante la aplicación
correcta, ritualmente llevada a cabo, del procedimiento. Cuan
do preside, en nombre de los dioses, el juicio ordálico, el rey
«dice la verdad» o, m ejor dicho, transmite la «verdad». Al
igual que el poeta y que el adivino, el rey es «Maestro de ver
dad». En estos planos de pensamiento, la «verdad» está ligada
57
siempre a determinadas funciones sociales; inseparable de de
terminados tipos de hombre, de sus cualidades propias y de
un plano de lo real, definido por su función en la sociedad
griega arcaica.
En el pensamiento griego arcaico, déjanse distinguir tres
campos: poesía, mántica y ju sticia, correspondientes a tres fun
ciones sociales en las que la palabra ha tenido un papel im
portante antes de convertirse en una realidad autónoma, antes
de ser elaborada, por la filosofía y la sofística, una problemá
tica del lenguaje. Sin duda, en la Edad Antigua, las interferen
cias entre estos tres cam pos han sido múltiples, ya que los
poetas y los adivinos111 han poseído en común el mismo don
de videncia, y ya que los adivinos y los reyes de ju sticia han
dispuesto de idéntico poder, recurriendo a las mismas técni
cas. A pesar de todo, los tres, el poeta, el adivino y el rey de
justicia, afírm anse como m aestros de la palabra, de una pa
labra que se define mediante una misma concepción de la A lé
theia. Sin perder de vista las form as de las actividades e insti
tuciones en donde se inscribe esta palabra, resta precisar aho
ra sus caracteres fundamentales: ¿cuál es, en el pensamiento
religioso, el estatuto de la p alab ra?112 ¿Cómo se dibuja la con
figuración de A léth eia ?
• 111 Sólo hemos hablado aquí de la función adivinatoria en cuanto a sus re
laciones con la función de soberanía, dejando de lado toda una serie de otros
aspectos. Es necesario al menos advertir que el personaje del adivino man
tiene con la realeza relaciones muy variadas; en genera!, puede distinguirse un
adivino servidor del rey (cfr. el «adivino de palacio»: Esq., Ag„ 4 0 8 410) o con
fundido incluso con el rey que es asim ism o un adivino, y, opuestamente, un ti
po de adivino que se sitúa frente al rey, en conflicto declarado con c! poder. El
rey adivino es muy conocido; basta pensar en Nereo, Pitleo, Teneros (cfr. Seo!.
Lycophr., 1211), etc. El adivino-rey también puede ser trivial, asi Melampo
(Her., IX, 34), Poliidos (Cíe., De div., I, 4 0 y ss.; Schol. in 11. V, 48). En cuanto al
tipo de adivino antagonista del personaje real, nos basta mencionar a Tiresias
en E d ip o R ey de Sófocles, si bien este género de conflictos depende de un
problema más genera!: la rivalidad entre el rey o el jefe m ilitar con el «sacer
dote» (cfr. E. WL'st, «Hektor und Polydamas. Von Klerus und Staat in Grie-
chcnland», Rh. Mus., t. XCVIII, 1955, pp. 335-349, y F. Vían, L es origin es de
Thébes. C a dm o s el les Sparies, Paris, 1963, p. 238 y ss.
112 Sobre las form as del logos en la Grecia arcaica, nos remitim os a los es-
ludios de H. B oeder , «Der frühgriechische W ortgebrauch von Logos und
Aietheia», Arch. B egriffsgesch ., t. IV , 1959, pp. 82-112.
58
CAPITULO IV
LA AMBIGÜEDAD DE LA PALABRA
59
presta un gran juram ento, su palabra es inseparable de un
gesto y de un comportamiento; solidaria de la virtud del cetro,
que )a confunde con la afirm ación oracu lar2. E l lenguaje ver
bal se entrelaza con el lenguaje gestual en todo momento;
cuando Altea maldice a su hijo, su maldición es palabra y pos
tura: acurrucada sobre la tierra, «golpea el suelo con fuerza
para suscitar a la Erinia vengadora». Es la actitud del cuerpo
ía que confiere su potencia a la palabra; palabra que, por otra
parte, se identifica con la oscura figura de la E rin ia3. En la
súplica, la palabra se hace silencio; el cuerpo es el que habla
solo por una especie de postración, cuyas significaciones son
múltiples: estado de duelo, actitud de muerto en el Infier
no, del condenado, del candidato a la purificación o a la ini
ciación4. Cuando brota, la voz obtiene su fuerza del com
portamiento gestual. Todos estos comportamientos sociales
son símbolos eficaces; obran directamente en virtud de su
propia potencia5: el gesto de la mano, ei cetro, el olivo guarne
cido con lana, son el asiento de una potencia religiosa. La pa
labra pertenece al mismo orden: al igual que la mano da, reci
be y toma; como el bastón, que afirma el poder; como los ges
tos de im precación, es una fuerza religiosa que obra en virtud
de su propia eficacia. Cuando el adivino, el poeta y el rey de
ju sticia pronuncian una palabra, no pertenece ésta a una espe
cie fundamentalmente diferente a la de la proclamación del
vengador o a la de las imprecaciones de un moribundo dirigi
das a sus asesinos6. Es el mismo tipo de palabra mágico-reli
giosa.
dan s le m o n d e m élan ésien , París, 1947 [pp. 164-197), y las observaciones sobre
los «poderes de la palabra en el Rgveda* en L. Renou. É iu d es v ed iqu es el
panin éenes, t. I, París, 1955. Nos referiremos también frecuentemente a
D. Z ahan, L a d ia lec tiq u e d u v erb e c h ez les B om bara, París, 1963.
2 11, I, 234 y ss. Cfr. L. G ern et, «Droit et prédroit», p. 69, n. 1 «Opxot es
propiamente aquello con lo que se entra en contacto cuando alguien se com
promete mediante un juram ento»: lp., ibid., p. 68. sig u ien d o a E. Benvencste,
«L'expression du serment dans la G réce ancienne», Rev. Hist. R e í, t. 134, 1948,
pp. 81-94. Cfr. con ira, J . Bou-ack, «Styx et Serm ents», Rev. ét. gr„ t. L X X I,
1958, pp. 1-35.
3 I I , IX , 565-572. Cfr. L. Gernet. «Droit et prédroit», pp. 92-94.
4 L. G ern et, op. cit-, pp. 84-88. En un estudio precedente sobre «Quelques
ra p p orts e n tr e fo p én a lité et la religión dans (a Gréce ancienne». L'Ant. cíoss.,
t. V, 1936, pp. 332-337, L. G ern et aclaró el valor sim bólico de la postura senta
da: símbolo de aniquilación, de muerte.
s L. Gernet , «Droit et prédroit», pp. 104-105.
6 L. G ern et, «Droit et prédroit», p. 81 v ss En su estudio sobre L es v erbes
«Dire» en g rec a n d en , Paris. 1946, pp. 1-12, H. Fol'Rnier ha reunido un deter
minado número de datos sobre (os aspectos religiosos de la palabra que apare
cen en Jos valores etimológicos de las raíces *wek“ (voz divina), *wer- {fórmu
la sagrada o legal), y ’ bha- {declaración sagrada, oráculo). Sobre las form as
60
' ¿Cuales son los aspectos principales de este tipo de pa
labra? E l primero, y m ás importante, es la eficacia. La lengua
gnega lo expresa con el verbo xpaívav, cuyo uso es coextensi-
vo a todas las modalidades de este tipo de p alabra7. Un adjeti
vo como Qtóxpavtoí8 define la aplicación en el mundo de los
dioses: son ellos quienes «realizan», quienes «llevan a cab o»9
tanto sus deseos1(1 como cualquier anhelo de los m ortales. Los
dioses poseen el privilegio de «decidir y llevar a cabo» (roi^aí
tí xpf¡vx( te)11: Apolo «rea liz a mediante su palab ra»12 y Zeus
«realiza»13 todo. Es el dominio de lo irrevocable; también el de
lo inmediato, pues «cuando los dioses tienen un deseo, su
cumplimiento es rápido y los caminos para ello co rto s»14. Una
vez articulada, la palabra se convierte en potencia, fuerza, ac
ción. S i el mundo divino es en donde, por excelencia, jam ás
una decisión es tomada en vano15, en donde ninguna palabra
es gratuita, en el mundo poético no goza de la menor eficacia:
cuando Hermes imita al poeta inspirado que con arte y saber
tañe en la lira armoniosos sones, lejos de pronunciar palabras
«vanas, inútiles», «realiza»16 a los dioses inm ortales y a la
61
Tierra tenebrosa. Mediante la potencia de su verbo poético,
instituye las potencias del mundo invisible, celeb ra la larga
teoría de los dioses, según su rango, su «honor» respectivo. La
alabanza poética suscita una realidad del m is m o o r d e n 17; la
palabra, también aquí, es una cosa viva, una realidad natural
que brota, que se agranda; el hombre alabado es quien se
engrandece con ella, pues el hombre es su alabanza misma.
Nada m ejor que un mito del M a h a b h á r a ia 18 expresa esta con
cepción: «Cuando Indra, rey de los dioses, hubo dado muerte
al demonio Vrtra, por el bien de los tres mundos, permaneció
al principio como aniquilado, anonadado por el bien que le su
puso su hazaña; desapareció y vivió largo tiempo reducido a
las dimensiones de un autónomo, en la cavidad de un tallo de
loto, en una isla del Océano situada en el extrem o del mundo».
Los dioses lo hicieron bu scar por Agni, el cual, después de una
larga búsqueda por la tierra y por el aire, descubrió por fin.
sobre las aguas, al lo to «en donde se abrigaba el dios m inúscu
lo. Inform ado por su explorador, Brhaspati se acerca a su ve
al loto y dirige al dios unas palabras encantadas..., alabándole
por sus anteriores hazañas: ¡Levántate, Indra! M ira a los divi
nos Sabios que han venido a reunirse en tom o a ti. Gran
Indra, señ o r..., ¡es por ti, Indra, por el que todos los seres sub
sisten! ¡Tú, que has hecho la grandeza de los dioses! ¡Protege
a los dioses y a los mundos, Gran Indra, recobra tu fortaleza!
Así, cubierto de elogios, Indra empezó a cre ce r poco a poco».
Para el pensamiento griego, es el himno mismo lo que brota y
se hace grande. La Musa es Ja q u e «da libre cu rs o » '’ a la pa
labra poética; la Musa es la divinidad «que hace cre ce r a la
gloria am able»20. La palabra, la alabanza, la gloria son un bro
te, un surtidor que se eleva hacia la luz: «como el fresco rocío
hace crecer a l arbusto, la virtud alabada por los hombres de
ta len to y d e e q u id a d c r e c e y s e eleva en e l húmedo éter»-'.
Cuando Píndaro y Baquílides hablan de una gloria que crece,
que echa ra íc e s22, no se trata de una m era imagen literaria. La
Halliday y Sikes (2.* ed., Oxford, 1963, p. 333) hablan de un sentido poco fre
cuente áeí verbo xpalvtiv que vendría a significar vtasíptiv.
17 Cfr. Pind., Pít., IV, 174-176 (txpóvSrJ. La alabanza del poeta es étiítu^ov
[Nem., VII. 63).
IS M dwtbh&rolo, V, 9, 8 y ss. En (o que respecta a este punto seguim os a
G. Dl'Mézil, S e rv iu s et la fortune, París, 1543, p. 65, al que pedimos excusas por
citar de una form a truncada.
19 PIND., PH . IV, 3.
20 PInd., Jstm ., VI, 11-12. La noción de «crecim iento natural» se encuentra
ya en Od., X X II, 347-348.
21 PlND., Nem., V III, 40 y ss,
22 Baouil., X III, 58 y ss.; Baquil., fr. 56 Snell6; Pind., Pít., V III, 92; PlND-,
Istm ., VI, 13 y ss,; Pind., Pít., I, 66 y ss.; Pind., Nem., II, 14-15.; Pino., Pít., IV,
62
ibra es concebida verdaderamente como una realidad na-
ti, como una parte de la physis. Ei log o s de un hombre
puede crecer tanto como decrecer, m architarse; las Erinias se
jactan, al igual que M om os, de disminuir las glorias: «las glo-
Kas humanas, incluso las más sagradas bajo la luz, se van fun
diendo, disminuyendo, piérdense bajo la tierra, por los lances
de nuestros negros velos y el efecto de nuestras m aléficas dan
zas»23. Con este cometido maléfico, las negras Erinias co nsti
tuyen Ja cara opuesta de las blancas C arites24, potencias de fe
cundidad que dan al log o s del poeta su luminoso resplan
dor. Asociada a las Erinias y a las C arites25, la palabra está
siempre sometida a las leyes de la physis, a la fecundidad y a
la esterilidad de los seres vivos26.
La palabra del adivino y de las potencias oraculares, tanto
como el verbo poético, delimita un plano de ía realidad: cu an
do Apolo profetiza, «realiza» (xpaívet)27. La palabra oracu lar no
es el reflejo de un acontecim iento preformado, es uno de los
elementos de su realización28. Hablamos de las «realizaciones
279: PIND.. Istm ., VII, 29; PtND-, Pít-, IV, 69; PInd., Ñem ., VII, 32 y ss. Sobre este
ultim o testimonio y las afinidades de esa concepción de la palabra con el logos
del alm a en Herácfíto, cfr. Cf. Ramnucx, H éracliie o u ! 'hontme en ire l e s c h a ses
e l les m ols, París, 1959, p. 116 y ss.
22 Esq., E um énides. 368-370. Cfr. Cl. R amnovx, op. cit., p. 116, n. I.
** Cfr. Paijsamas, Y[11, 34, l y ss„ y las observaciones de J.-P. V ernant,
«Le mythe hésiodique des races, Essai d’analyse structurale», R ev. hist. reí.,
1960, p. 31, n. 7 ( = M. P„ p. 28, n. 36). Pero véanse ahora J. Harrison , «Delphi-
k a * . Jou rn. he/!. Studies, t. X IX , 1899, p . 209 y ss., y contra, E. W cst, s.v.
Erinys. R. E., Supl-B . V III (1956), c. 87.
^ Sobre las Carites asociadas a las Musas, cfr. J. Duchemin, P in d are p o ete
er p ro p h éle, París, 1955, p. 54 y ss.
26 En la sociedad Bam bara, el brujo, que es el artesano del verbo, es el
m aestro de «pasaw», las palabras «tónicas». Se sitúa en e! origen de una lite
ratura que «en el espíritu de los Bambara, está basada en Ja realidad d e una
fuerza latente, que yace en todo lo que es. v que determinadas palabras tienen
la propiedad de despertar y exaltar. Esta fuerza es el nyama, com parable pro
bablemente a un movimiento vibratorio, principio com ú n a lodos los seres»;
D. Zahan, La dia lectiqu e du v erb e c h ez les B am bara, p. 133.
27 E ur„ SupL, 139; Ion, 464. Cfr. Esq., Promet., 211. En su E ssai su r la fo r
m ación d e la p e n s é e g recqu e2, París, 1949, p. 45. P.-M. Schuhl escribía- «el pre
sagio parece... a menudo ser causa a la vez que signo», y más abajo: «el orácu
lo —qu? por eso se aproxim a a la imprecación— debe parte de su virtud ai ac
to m ism o de p ro ferirlo ’ . Sobre la adivinación, numerosos hechos han sido
reu n id o s p o r M.-P. Nilsson, en G eschichte d e r g riech ischen R eligión, l 2, Mu
nich, 1955, p. 164 y ss. Hay que confesar que las categorías clasificatorías he
redadas dei mu)' respetable «Bouché-Leclercq» poco ayudan a una aguda in
telección de los mecanismos de la adivinación. Nada más penetrante se ha
escrito sobre estos problemas que las páginas de Jacques Vernant, «La divina-
tíon. Contexie el sens psychologique des riles et des doctrines». Jou rn a l d e
Psychologie, 1948, pp. 299-325.
28 Desde entonces, el adivino pasa a ser un agente en todo diferente al que
cabe definir a finales del siglo v. En esta época, en efecto, el adivino no es más
63
del Pitío» {jcuQóxpccvrcO29, y, a las visiones de sueños cuyas pa
labras «no se realizan» (áxpáGtvra) se oponen los sueños que
«realizan la realidad» (tTvpat xpodvooT.v)30,
Las Tres Vírgenes aladas, las tres m ujeres-abeja que han
enseñado la adivinación a Apolo, se presentan como artífices
de realidad: «emprenden el vuelo para recorrer todos los luga
res y alim entarse de cera, haciendo realizarse a todas las co
sas (xaí te xpavvouaw Exaer#)»31. La instauración de lo «real» no
parece, por otra parte, diferente de la form ulación de la «ver
dad» a la que las tres hermanas consienten «tras haberse ali
mentado de rubia m iel»32.
M aestro de «verdad», el rey de ju sticia está provisto del
mismo privilegio de eficacia: sus sentencias de ju sticia, sus
thém istes son, en efecto, especies de o rácu los33. Al rey de Ar
gos, cuya potencia glorifica de un modo anacrónico —«¡tu ho
gar es el centro de la ciudad!»3"1—, el coro de S uplicantes,
declara sin ambages: «Sólo tú realizas todo» (jtáv Éirtxpaívetg)35.
Su potencia queda manifestada a través de su vara de jefe que
es también una vara de mago, sin duda la misma que Apolo
ofreció a Hermes: «Ella es la que da fuerza ejecutoria a todos
los decretos que yo digo conocer de la boca de Zeus, para que
se conviertan en palabras y actos saludables»36. E s en este
bastón «prodigioso de opulencia» donde se m anifiestan la po
tencia real, sus virtudes de fecundidad y la eficacia de sus sen
tencias de ju sticia. H asta la mitad de la época clásica, el ju icio
conservará determinados rasgos de esta eficacia: la d ik é será
calificada de t¿Xo$ éx°’j 5®37-
A este tipo de palabra «realizadora», se oponen «las pala
bras sin realización», desprovistas de eficacia, las «te' óxpáotvta.
Pero en este plano del pensamiento, las palabras «sin realíza-
64
Ción» no son del dominio del profano; constituyen en la pro
vincia de lo mágico-religioso un enclave, el de lo «vano», el de
lo «inútil»*8. Al poeta por derecho divino, al que dice la «ver
dad», Pmdaro opone con desprecio «aquellos que no conocen
sino por haber aprendido»: sem ejantes a los cuervos con su
lenguaje inagotable, «graznan en vano»*9. Existen sueños «sin
realización»40, procederes adivinatorios ineficaces41, maldi
ciones «que caen al suelo sin cum plirse»42. Un adivino como
H aliterses «habla en el vacío»43. Pero son, así lo parece, m eros
accidentes.
La palabra mágico-religiosa es, en primer lugar, eficaz, si
bien su cualidad de potencia religiosa convoca otros aspectos:
primero, este tipo de palabra no se distingue de una acción en
la que, si así se quiere, no hay, a ese nivel, distancia entre la
palabra y el acto; además, la palabra mágico-religiosa no está
sometida a la temporalidad; en definitiva, constituye el privile
gio de una función sociorreligiosa.
La palabra provista de eficacia no está separada de su rea
lización; de entrada es realidad, realización, acción 44. Este as
pecto puede advertirse bien en la sustitución de r.pá-rztiv y de
65
JtpSfo por el verbo de la eficacia, xpaívtiv: Zeus ¿xitpi-rtei45; se
habla de la p rax is de los orácu los**; y las Erinias, ejecutoras
de los elevados trabajos de Justicia, son las n¡>x?i0éai47, las
diosas de la Ju sticia «en marcha». El empleo de ^pátríiv está,
en efecto, reservado a una acción natural cuyo efecto no es un
objeto exterior y extraño al acto que la ha producido, sino esta
misma acción en su realización'15. Por otra parte, todo parece
transcurrir al margen de la temporalidad; a este nivel no hay
huella de una acción o de una palabra comprometida con el
tiempo. La palabra mágico-religiosa es pronunciada en pre
sente; baña en un presente absoluto, sin un antes ni un des
pués, un presente que, como la memoria, engloba «lo que ha
sido, lo que es, lo que será». Si una palabra de esta especie es
capa a la temporalidad se debe esencialmente a que forma un
todo con las fuerzas que están más allá de las fuerzas huma
nas, con las fuerzas que no hacen estado sino de ellas mismas,
aspirando a un imperio absoluto45. En ningún momento busca
la palabra del poeta el acuerdo de los auditores, el asentimien
to del g r u p o social; ta m p o co Ja del rey de Ju s tic ia q u e s e des
arrolla con la majestad de la palabra oracular, que no aspira a
establecer en el tiempo uno de esos encadenamientos de pa
labras que obtienen su fuerza de la aprobación o la oposición
de los demás hombres. En la medida en que la palabra mágico-
religiosa trasciende el tiempo de los hombres, trasciende tam
bién a los hombres: no es la manifestación de la voluntad o del
pensamiento individual, no es la expresión de un agente, de un
yo. La palabra mágico-religiosa desborda al hombre por do
quiera: es el atributo, el privilegio de una función social.
Todas las palabras del hombre que poseen el privilegio de
«Verdad», defínense por la misma eficacia. Pero la articula
ción de A létheia y la del verbo xpaívtiv se atestigua particular
mente en la representación de las Erinias. Venerables diosas
de memoria inalterable50; jam ás las roza el olvido, pues de al
66
guna form a son anteriores al tiempo, tienen la edad del An
cian o del M ar. Si las Erinias nunca olvidan (jAvr^ovE?)51, son
también las «verídicas»52, las que «llevan a cab o »53. A veces
son llamadas I7pa£i2ú<sr¡, «Obreras de justicia»; se identifican
con la palabra de maldición, la que Edipo pronuncia en su ce
guera. la que destruye las casas. Su «verdad» es la maldición
eficaz que desencadena la esterilidad y aniquila toda form a de
vida54.
La «Verdad» se instituye, pues, en el despliegue de la pa
labra mágico-religiosa, hendida en la Memoria y articulada en
el Olvido, compromete a otras potencias que contribuyen a de
finirla. Asi Diké, Pistis, Peithó. Con el mismo título que Alé-
theia, la Ju sticia es una modalidad de la palabra mágico-
rehgiosa, ya que la D iké también «realiza»55. Cuando el rey
pronuncia una «sentencia de justicia», su palabra tiene valor
decisorio. En el campo de la ju sticia, la A létheia es natural
mente inseparable de la D ik éSb, pero en el mundo poético D iké
no es menos indispensable; un elogio se hace «con ju sticia » 57,
como el que la lengua de Adrasto hizo al adivino A nfiarao58.
«Alabar al intrépido»59 concuerda con la ju sticia más estricta;
el Anciano del Mar decía: «Alabad de todo vuestro corazón,
para ser justos, incluso la hazaña de vuestro enemigo»60. En
cierta manera, el elogio es una form a de ju sticia61. Cuando el
51 Esq., Prom., 516; Eum „ 383; SOF., Ajax, 1390. La Mfjvi; es también
según Esq., Ag., 155 (sobre cfr. L. G ern et, R ech erch es su r le d év elop e-
m en t d e la p en sée ju rid iq u e et m o rale en G réce, Paris. 1917, p. 147). E s necesa
rio por lo menos m encionar las relaciones de ¿Xía-r&p, áXarolvcon esla «Memo
ria» de !a venganza, taf y como las ha desarrollado L G ern et, op. c íe, pp. 324-
325. Tienen el gran m érito de encontrar su confirmación en P lit., Quaest.
gr. 25, p. 297 A: «áXinup» yiv xtxXrpsi ó SXriSia xal jtoXvv xpóvov ¡ivT’jiovtu8r,9Ó(itva
8t8paxú? xiX. En su H eilig es R echl. K. Latte ha defendido la hipótesis de una re
lación con eJ fivr¿iuv (cfr. E. W eiss, s.v., M nem ones, R.-E-, [1932] c. 2261 y ss.),
hipótesis que acoge favorablemente Ed. F ra en kel, Aeschylus, A gam enm on,
t. ti, C om m en tary on 1-1055, Oxford, 1950, p. 94.
52 Esq., Siete, 720 y ss.; 886; 946.
53 Además de estos tres textos de Esquilo, Esq., Ag., 743-749; Siete, 655.
766 y ss; 790 y ss., etc., testimonian la importancia de la noción de eficacia en
la representación de las E rinias y las Maldiciones.
54 No podemos dejar de aproxim ar E rinias iivr.noví; y Erinias iXr,8ct? y en
con trar en ello una razón suplementaria para insistir en la ó- privativa de
'AXr,8c'.a.
55 Baouil., X III, 44. Cfr. Esq., Coef., 462.
56 Cfr. supra, p. 4 0 y ss.
57 PlND., Ke>n„ III, 29.
58 PlND., Olimp., VI, 12-13.
59 PlND.. New., ril, 29, etc.
150 PlND.. PH., IX, 95-96.
61 PlND., Olimp-, II, 105-106: cuando los celos amenazan al elogio, van
«contra la justicia». A la A létheia-D iké se opone el O lvido-Injusticia, cfr. Pind.,
jr. inc. 90, ed. Puech, en donde «távr, se opone a 8ixn.
67
poeta canta una alabanza, cam ina por la vía de la ju sticia62;
los poetas son «hombres de talento y de equidad»63; su A!é-
th eia es intensificada por D i k é I>e hecho, en el sistem a de
pensamiento religioso donde triunfa la palabra eficaz, no hay
ninguna distancia entre la «verdad» y la ju sticia 65: este tipo de
palabra está siempre conforme con el orden cósmico, pues
crea el orden cósmico, constituye el instrumento necesario pa
ra ello.
D iké destaca y refuerza el aspecto «realización» de la pa
labra mágico-religiosa, si bien Pistis revela una nueva dimen
sión'. las relaciones de este tipo de palabra con los demás, di
mensión que definirá igualmente el valor complementario
Peithó. La Pistis es tradicionalmente la confianza entre el hom
bre y el dios o la palabra de un dios; es la confianza en las mu
sas, la fe en el oráculo66, pero la noción de Pistis ha estado a me
nudo unida al juram ento67, y se ha destacado con este propósito
que, en el mundo griego, era rigurosamente paralela a la Pides
de los romanos y que por eso respondía a la noción indoeuropea
de c r e d o 6S. Cuando Teseo y Pirítoo intercambian un gran ju ra
mento de amistad, graban su mutuo compromiso en el costa
do de la crátera que ha contenido la sangre de las víctimas,
sellándola en el suelo69: pero su pistis no es solamente su
compromiso mutuo, la confianza recíproca que funda el
vínculo contractu al70, también es la fe en la eficacia de una pa
labra mágico-religiosa. «Poderosa diosa»71, Pistis traduce en el
68
i^ ü n d o divino una conducta psicológica del hombre. Aparenta
una suerte de adhesión íntima del individuo, parece
¡Is e * el acto de fe que autentifica la potencia que ejerce la pa-
s-í labra sobre el otro, pero, de hecho, Pistis se revela antes bien
r c o m ó el acuerdo necesario y a p rem ian te, asentim iento re-
i querido por la potencia de A létheia, como lo requiere toda pa
labra eficaz. Tiende, pues, a relacionarse con P eithó que es,
sin vacilación, ia potencia de la palabra tal y como se e jerce
sobre el otro, su magia, su seducción, tal y como el otro la ex
perimenta.
Peithó, por la misma razón que Pistis, es un aspecto necesa
rio de la A létheia y el ejemplo de Casandra muestra su impor
tancia para el funcionamiento de la palabra mágico-religiosa.
Casandra es «profetisa verídica» (áXr¡9ó|/avr.;)72, y no uno de
esos adivinos que «pretenden engañar»73, aunque por haber
tra ic ion ad o un ju ra m en to , p o r haberse mofado de la p is tis 1*,
ha sido privada por Apolo del poder de persuadir75: su palabra
no ejerce ningún poder sobre los demás. El defecto es tan
grave que, aunque su palabra sea eficaz, Casandra parece no
poder decir sino palabras «vanas» («xpavta) o incluso «no fia
bles»76: privada de p eith ó, está al mismo tiempo privada de
pistis. Incapaz de persuadir, la A léth eia de Casandra está con
denada a la «no-realidad»; su A léth eia de profetisa se ve am e
nazada en sus fundamentos. ¿Qué es, pues, la «persuasión»?
E n el pensamiento mítico, P eithó es una divinidad todopode
rosa, tanto respecto a los dioses como respecto a los hombres;
sólo la M uerte puede re s is tir s e a e lla 77. P eith ó dispone de
«sortilegios de palabras de m iel»78; tiene el poder de encan
lan ges A. GremER, I, Bruselas, 1962, pp. 329-341; «Fides romana et la vie ¡nter-
nationale». CRAI, 24 sept. 1962, con las observaciones de Ch. Picard. «De la
jt«m< hellénique á la «fides romana», Rev. a r c h é o l, 1962, pp. 226-228.
'2 Eso., Ag„ 1241.
73 Eso., Ag., 1195.
74 Esq., Ag., 1208.
75 Esq., Ag., 1212; Servujs, !n Verg. Aen., II, 247. Cfr. J . Davreux, La légen-
d e d e ¡o p r o p h éte sse C assandre, París-U eja. 1942, pp. 3 y ss., 22 y ss., 4 9 y ss.,
67 y ss., etc.
76 Según el trágico desconocido citado por Plut., P raecepta ger. reipu blic.,
28, 5, p. 821 B { = Trag. fr. adesp.. 414 N2.), Casandra está condenada a los
Sxpavta, pero según [O rfeoJ, L ith ika, 765 ed. Abel, aunque pronuncie t w * .
sus palacras son áma-ia (según la corrección de M errick, en vez de anavta).
77 Eso., fr. 279 A ed. H, J . Mette. So bre P eithó, véase Voigt, s.v. Peithó,
R.-E. ÍJ937J, c. 194-217, y M. U n terstein er, T h e Sophists, Oxford, 1954, pp. 107-
108. A ios testimonios referidos, apuntados por Voigt (art. cit.), añadiremos es
pecialm ente las observaciones de A. G reifenhagen, G riech isch e E roten , Berlín,
1957, p. 77 y ss. Respecto a los testimonios epigráficos, véanse las observa
ciones de F. Sokolow ski, L a is sa crées d e s c ites g recques. Su ppU m ent, París,
1962, p. 134, sobre un reglamento de Tasos, relativo al culto de P eithó.
78 Eso-, Prom et., 172. Sobre la miel del verbo, cfr. W. H. R o scher, S e k t a r
u n d A m brosia, Leipzig, J 883. p p . b9-72.
tar; da a las palabras su mágica dulzura; reside en los labios
del orador79. P eiih ó corresponde, en el panteón griego, al po
der que la palabra ejerce sobre el otro; traduce en el plano mi-
tico el encanto de la voz, la seducción, la magia de las pala
bras. Los verbos SéXfciv, TÉpjreiv, las palabras BeXx-rfatov, (pCUpov,
cápi^axov, la definen en el plano del vocabulario80. B ajo la más
cara de T helxinoé, es una de las Musas, y bajo la de Thelxié-
peia, urta de las Sire n as81. Si bien, como estas últim as82, es
fundamentalmente ambivalente: benéfica y m aléfica. Al lado
de la buena P eithó que acompaña a los Reyes sabios83, hay
otra, la que «hace violencia»84; ésta es «la odiosa hija de Obce
cación»8', de Até, que «cariñosa v dulce», «confunde con sus
indicaciones»86. La P eithó mala es inseparable de las «pala
bras acariciadoras» (aípÚAux Aóyov)8', que constituyen los ins
trumentos del engaño, las trampas de A p a téK. Por uno de sus
79 E lpo us, ap. Schol. in A ristoph. A cham ., 530; Quintil., Instit. Orat., X , I,
82; So nso s, Dionys., XL1, 250 y ss. ed. K ejd ell; Cíe., Oral., 15.
80 Od., 1, 337; Plvt., Eros., p. 759 B; Pind., Nem ., IV, 2 y ss., etc. Confrón
tese A. S e tt i, «La m emoria e il canto», Stu di i l a i ji l o l class., rt.s., vol, X X X ,
1958, p. 161 y ss., y G. Lamata, P oética pre-platonica, Florencia, 1963, p. 16.
81 Musa, T helxin oé, según Aralos, citado por TzetzES, In Hes. Op., p. 23,
Gaisford = A n écdota o x on ien sia, IV, pp, 4 2 4 4 2 5 . ed. Cramer. Cfr. Cicerón, De
natura deor., II, ed. Pease, 1958. pp. 1100-1101. Sirena, T helxinoé, ap. Schol. in
Apoll. R odas, IV, 892; E ls t., p. 1709, 45. Sobre la parentela de las Musas y las
Sirenas, cfr. Apol. Rodas. Argón.. IV, 892-896.
83 Cfr. Od-, X II, 3 9 4 6 ; 184-193. Cfr. por último, sobre las Sirenas, K. Ma-
ROT, Die A njange d e r griech isch e Litera
c h aften -, 1960, pp. 106-211.
tur,•U ngarische A ka d em ie d er Wissens-
70
aspectos, Peithó, tan estrechamente articulada a A létheia, se
relaciona con potencias negativas que pertenecen a la especie
de L eth e*9.
En el plano mítico, la ambigüedad de Peithó puede discer
nirse particularmente bien, en la relación que esta potencia
mantiene con otras fuerzas religiosas sometidas a la misma
ambigüedad. En el pensamiento mítico, Peithó, «que jam ás ha
sufrido un rechazo»90, es asociada, en compañía de P o ih o s y
de H im eros, a A frod ita91, la diosa de «sutiles pensamientos»
(aioXóprj'tí). Ésta puede engañar a voluntad a los hombres m or
tales y a los dioses inmortales; por esta razón tiene el papel
principal en el célebre «Engaño de Hera»9*. Cuando H era
quiere que nazca en Zeus el deseo amoroso para sumirlo en
dulce sueño, no cuenta sólo con la potencia de su propia C ha
lis, que se manifiesta en su cuerpo lavado con ambrosía, en el
resplandor del oloroso y brillante aceite, en los cabellos peina
dos, «las bellas y divinas trenzas», en el vestido de Atenea, las
joyas, el velo, los píes lucientes. Para volver invencible este
cuerpo c a r g a d o con todas las potencias de vitalidad, suplica
Hera a Afrodita que le conceda «ternura» y «deseo»93 median
te los cuales doma tanto a mortales como a inmortales; le pide
el «encanto» todopoderoso que le permitirá, según ella —en
cubriendo el objetivo de su manejo—, «adular mediante las
palabras»94, convencer a los corazones de Tétís y Océano «a
los que obstinadas rencillas privan desde hace tiempo del
lecho y del amor».
con el fin d e q u e Uiises olvide h a c a (Od, I, 56). P ero los aípriXioi XóytH (con Jos
tJitúSea y el íríxXoitov ñ8o;) se hallan más particularmente bajo el patronato de
Hermes e l noctu rno, el a stu to (Hes .. Trab., 78) q u e los deposita en el seno de
Pandora, el iná-rr) de Zeus. (Cfr. también Trab., 373-374; Y'jvñ ¿fínará-ro
aipvXa xwTíXXousa.) Sobre las relaciones entre y cfr. P l l t ., N u-
ma, VIH, 19 (a propósito de un rey) y Filodemo, Volum. rhetorica, ed. Sudhaus,
II, p. 77 (alusión a Ulises).
89 Cfr. Hes„ T eogonia, 224 y 227: 'Ajkítti y Affir, son ambos hijos de Noche.
Sobre L ethé, véase W. K r o ll, s.v. Leth é. R.-E. (1925), c. 2141-2144.
90 Eso., Supl., 1040-1041.
Esq., S u p l, 1037. Desde su nacim iento, tiene Afrodita por com pañeros
a 'Eptüi e su privilegio, «son los parloteos de jovencitas (n#p9ew'ouf
t ’éópou;), las sonrisas los pequeños ardides (¿(irá-ac); el suave placer
(íípt¡iiv te y).uxEpr¡v). la tem ura (?iXÓTr¡ta) y la dulzura (peiX'.xwjv)» (Hes., T eogonia,
201-206). La función de Afrodita consiste en etrciSeTv pptva; y á*xcf(!jai (H im no
hom . A jrodita, 33); todos los dioses temen sus óipou? xai nírn*? (ibid., 249).
Nonnos, Dionxs.. X X X III, 111 y ss., ed. Keydell, le pone por com pañeros a
Charis, P eith ó v P oihos, y habla d e su s X49pia... ípv« (XXX IV , 268). Plu t., E ró ti
cos, p. 758 c, ed. Flaccliére, lo asocia a las Musas, a las Carites, a Erós.
"2 11, XIV, 160 y ss,
■'3 JI„ XIV, 198.
94 II., XIV, 208; ir.haai napainimfloiía píXov x?,p. En este pensamiento m ítico,
la retórica y la seducción amorosa no están diferenciadas: la m ism a P eith ó
juega en ambos planos.
P a r a e s ta o b ra d e p e rsu a sió n , la A fro d ita «q u e a m a las
s o n ris a s » 95, d e sa ta de su se n o el ceñ id o r b o rd a d o co n d ib u jo s
v ariad o s, d on d e re sid e n to d o s los e n ca n to s: « E s tá n la te r n u ra
(9iXóttk), d e se o (VfA£P°í). co n v ersa c io n es a m o ro sa s (óapia-ró$) con
p ro p ó sito s s e d u cto re s {ítápcpaatí) qu e co n fu n d en e l c o ra z ó n de
los m á s s a b io s » 96. Tod a la e sc e n a se d e sa rro lla b a jo el sign o de
la b u en a P e i th ó , la cu a l a co m p a ñ a a un a A fro d ita qu e e s «tod a
so n risa s, p a r lo te o s d e jo v e n c ila , p eq u eñ o s a r d id e s» 91, y b a jo
é ste, co n ju g a d o c o n la a c a ric ia d o ra A p a té , el del en g añ o del
«suav e p la c e r, d e la te r n u ra y la d u lz u ra » 98. P e r o a Ta tram a
p ositiv a q u e a so c ia a A fro d ita , la m u jer so n rie n te, la p ala b ra
de sed u cció n , P e i t h ó y A p a t é b a jo su b en é fic o a sp e c to , resp o n
de u n a tr a m a neg a tiv a en la qu e ca d a un o de e s to s térm in o s
p osee su c o rre sp o n d ie n te neg ativ o d en tro d el m ism o p en sa
m ien to m ític o . A la A p a t é de A frod ita se op on e o tr o E n g a ñ o ,
c ria tu r a de la N oche, u n a p o te n c ia neg ativ a q u e e s h erm an a de
L e t h é y d e la s « p a la b r a s d e eng año» (Xófoi ^uSt^ )99. A hora
b ien , la s « p a la b r a s d e e n g a ñ o » 100 qu e so n el r e v e r s o d e la s
«co n v ersa c io n es a m o ro sa s » se h allan b a jo el p a tro n a to de H er
m es e l n o ctu rn o , m a e str o d e la P e i th ó de « a stu cia » (SoXía)101, a s
pecto n eg a tiv o de la A fro d ita P e i t h ó 102; y son e s ta s m ism as «pa-
95 J l , X IV , 2 1 1
96 //., XIV, 2 ¡6 ; Nonnos, Dionys., XXXI, 26 y ss., ed. Keydell, ha trabajado
sobre el tema de ios «engaños de Hera» con un sentido muy firm e de las con
notaciones m íticas y de Tas afinidades de vocabulario. Cfr. tam bién V III, 113,
igualmente valioso.
97 Hes., Teogonia, 205.
98 Hes., Teogonia, 206.
99 Hes., T eogonia, 224, 227, 229.
Hes., Trab., 77-78: ¿íúSiá 8‘ aiuiAíou; Tt Xóyo»; xai tríxXorov f¡8o{. Confrón
tese Teogonia, 229, y Trab., 789 (i>e¿8tá 9' aVvXiou; n Xóyou; xpufíou; r’¿apt5(ioú;);
Hsopo. jab., 111 y 112.
101 Esq., Coéf., 726-728: HiiSú BoXia y XSóvtoc NC^io;. Cfr. Cl. Ramnoux.
La Nuit et les en fan ts d e la Muit, París, 1959, p. 162 y ss. En los versos 815-816.
Hermes pronuncia la palabra invisible (ájxorov tro;) «que expande por los ojos
las sombras de la Noche». Ulises rouetXópw la emplea de la misma manera:
iXXá fioi ancora xpvtrcá t’trT) SoXepá; CréBu eptvó; (SóF., Filocl., 1111-1112). Sobre las
relaciones de Hermes y la Noche, el H im no hom . a H erm es es bastante
explícito: la noche es el dominio de Hermes, el de sus obras y su forma de inte
ligencia. Otra prueba de que Hermes es, en efecto, el «negro» es que según los
P aroem . graeci, II, p. 184, la expresión «un Hermes blanco» (Xtuxó;) aplicábase
a aquellos que no eran capaces de ocultar sus malos actos.
107 En el culto, Hermes es frecuentemente asociado a Afrodita (PuiT.,
Conjug. pra ecep t., 138 Q : a Cifene (PaI'S., VI, 26, 5), a Argos (Paus ., II, 19, 6), a
Megalópolis (a una Afrodita MscxavTn;, «tejedora de astucias», de la que Paus.,
VIII, 31, 6. explica el epíteto mediante las astucias de las que tanto en acciones
como en palabras se hace responsable la diosa), en Atenas (con una Afrodita
¿¡fióse* y un Eros iífiypo;, según Hawocration, s.v. ¿-.fiopvTvrA Según Ar ist ., La
Paz, 456, está asociado a Afrodita, Peithó, a las Carites y a las Horas (confrón
tese E itrem , s . v. Hermes R.-E. [1912], c. 760-761). Nonnos, Dionys.. V III, 221
72
(abras de engaño» ,0i (as que Hermes otorga a Pan dora, m ujer
fatal, maléfica, sombra de la m ujer de «suave placer»104.
73
va de su voz» ((puvfft tciGocvóttk), con «la atracción de su belleza
corporal» ¿Tw.vw'fóv eíSoq)108. La correlación entre los di
versos planos del pensamiento mítico se traduce incluso en
hechos de vocabulario: en el «ceñidor bordado» de Afrodi
ta, ju n to a las «conversaciones amorosas» (óctpicnús), s e alza
Parphasis, «propósitos seductores»109. Ahora bien, también es
una potencia que confiere a la palabra del rey de justicia su
fuerza de seducción, su poder de ofrecer «un desquite sin com
bate», llevando a la zaga (napatí>á¡Atvo'.) a los corazones mediante
«palabras apaciguadoras» 1,ü. Es la misma P arphasis que apare
ce en la V III.a N em ea de Pindaro: la «compañera de los discur
sos insidiosos» (aípúXioi p.C0o-.), «obrera de astucias», «peste ma
léfica»111. Benéfica para el rey de Ju sticia, es en Pindaro una
potencia m aléfica: este último la acusa de haber «hecho
violencia al resplandor del mérito», de haber intentado «exten
der la corrom pida fama de hombre sin valor». La Parphasis, es
en este caso, el encanto de Homero {áSutjnid112, y Pindaro la de
nuncia como un engaño, una potencia de ilusión: «El arte nos
engaña seduciéndonos mediante las fábulas». Para definir esta
potencia, que es tanto P eithó como Charis, habla Pindaro de
un desbordam iento113 de la A létheia: «Los pareceres de los
74
mortales van a veces más allá de la óXt¡9¿$». E ste desborda
miento es decepción, Apaté. Es el momento en que, baio la
influencia de los «abigarrados engaños», «lo increíble se nace
creíb le»114, en que los «contrarios» tienden a confundirse, tra
bándose en una síntesis. Entonces, la A létheia queda matizada
con valores que alteran su resplandor, su luz: la A p a té " s tien
de a recubrirla, la L e th é a oscurecerla.
75
se consume en la tristeza? Que un cantor, sirviente de las Mu
sas, celebre Jos g ran d es h e c h o s d e Jos hombres de antaño o los
dioses bienaventurados, habitantes del Olimpo: rápidamente
olvidará sus disgusto, de sus pesares no volverá a acordar
se »117. Lo que para el poeta es memoria, es olvido para otro.
La palabra del poeta es como el canto de las Sire n a s1ls, herma
nas de las Musas; su potencia de olvido es sem ejante a la que
difunde el Zeus de Fidias: «En su presencia, olvida el hombre
todo lo que la vida humana trae consigo de sufrimientos y te
rrores» 119; actúa a la manera de la droga que Helena arro ja en
una crátera, «calma los dolores, la cólera, suprim e todos los
m ales»120. ¿Cuál es ¡a naturaleza de este Olvido? Ya no es la
potencia negativa, Criatura de la Moche, la que se opone a la
A létheia luminosa. L eth é no es aquí la espesa oscuridad; es la
sombra, la som bra que siluetea la lu 2 , la sombra de A létheia.
Es preciso distinguir dos especies de Olvido que son, entre sí,
c o m o 1o s g e m e lo s T h an atos e H ipnos: si el primero es n egro y
tiene «un corazón de hierro, un alma de bronce, implacable,
en su pecho», el segundo, Sueño, es blan co «tranquilo y dulce
para los hom bres»121. Al Olvido-Muerte se opone el Olvido-
Sueño, al Olvido negativo responde el Olvido positivo. La pa
labra cantada que calm a las «ineluctables preocupaciones»
(¡ioütja á¡ir¡xav{wv (ííXeSwvoov) contiene, dice Apolo, tres placeres:
«Alegría, Amor y dulce sueño»122. E l buen olvido es el sueño
que se apodera del águila de Zeus, la «sombría nube», el «sua
117 Hes., Teog., 98-103. Cfr. PInd., Nem.. X. 24; PH.. I, 6 y ss.; Nem., VHI. 49-
50; OI., V III, 72; Baquil., V, 7. Cfr. I I , 281-282: Leth é provocado por un perso
naje calificado de inutLonoc... ¡iú8wv.
118 Od., X II, 39-54, 157-200. En las sectas filosófico-religiosas y en las tradi
ción neoplatónica, las sirenas serán las f|5ow(, lo* placeres cam ales y la im a
gen del Olvido, del sueño, etc., aunque en un contexto de pensamiento diferen
te por com pleto (cfr., por ejemplo, P. C ou rcelle, «Quelques symboles fuñé-
raires du néoplatonism e latirs», Rev. ¿i. ancieimes, t. X L V I, 1944, pp. 73-93).
Sobre las Sirenas, véase K. M arot, Die A nfange d er g riech isch en Literatur,
«Ungarischen Akademie der W issenschaften», 1960, pp. 106-187.
115 Dion CRISOStomo. Or., X II, 51-52. También procura el «dulce sueño».
120 Od., IV, 220 y ss. También la retórica es una té/w, ilvníi? JPlut.], Vita X
Oral., 1, p. 833 c ap. D jels, FV S7, II, p. 336, 35 y ss.). Véase, a propósito de este
testimonio, el estudio de C. Dlano, «Euripide auteur de la catharsis tragique»,
Numen, t. VIII, 1961, pp. 127-141,
121 Hes., Teogonia, 758-766; Paus., V, 18, 1, a propósito del cofrecillo ofreci
do por Cípselo donde nos hace saber que los gemelos tienen los pies torcidos.
H ipnos es un dios doble, ambiguo (Alexis, Hypnos, II, 385 K, según Aten.,
449 D). Desempeña un papel muy importante en la ¿nárr, de Hera(//., XIV, 231
y siguientes); está enamorado de riaaiOí»), una de las Carites (269 y 276), con-
fróniese M arie C. van d er Kolf , s . v. P asilhea, R.-E. [1949], c. 2089-2090; es aso
ciado a L e th é y a las Musas (Paus., II, 31, 3).
122 H im no h o m . a H erm es, 447-449. Los tres placeres son cOfpoíwn, epo>?,
SíSuaoc ú’kvo;.
76
ve broche de los párpados»'23; el sueño aplanador que hace ol
vidar a Ares el áspero hierro de las lan zasl24, el sueño que vier
ten los cantos y el vino125. Y a no es L e th é el hijo de la Noche,
sino la madre de las C árites126, de las «visiones brillan tes»127,
del jubilo de los banquetes y los «efluvios titilantes» (favos) que
surgen en los pomposos festin es128. L e th é acompaña a Eros y
al suave placer de las m u jeres129.
S oche
Carites
77
No hay, pues, por un lado A létheia ( + ) y por el otro L eth é
(—), sin bien desarróllase entre estos dos polos una zona inter
media en la que A létheia se desliza hacia L ethé, y recíproca
mente. La «negatividad» no queda, por tanto, aislada,'coloca
da aparte del Ser; constituye un pliegue de la «Verdad», su
sombra inseparable,M. Las dos potencias antitéticas no son,
pues, contradictorias, tienden la una hacia la otra; lo positivo
tiende hacia lo negativo, que, en cierto modo, le «niega», aun
que no pueda sostenerse sin él.
Se trata, pues, de matizar las afirmaciones precedentes y
m ostrar que ni el rey de Justicia, ni el poeta son pura y
simplemente «Maestros de Verdad», si bien su A létheia está
siempre franjeada por L ethé, doblada á e A p a té . El Anciano del
Mar parecía ser la «Verdad» misma; ahora bien, Nereo, como
Proteo, al igual que otras divinidades marinas, es también un
dios-enigma: cuando Heracles quiere interrogarle, se oculta,
se convierte en agua, en fuego, toma mil form as, es tornadizo,
inasequible131. No es un caso insólito. Piteo es ese rey de ju sti
cia al que la imaginación m ítica representa en el ejercicio de
su función ju dicial y que pasa por gozar de un gran saber
mántico, si bien está también estrechamente asociado a las
Musas en cuyo templo —se dice— ha enseñado «el arte de las
palabras» (Xóvwv Ttxvr¡v)132; es él inventor de la «retórica», arte
de persuasión, arte de decir «palabras engañosas, semejantes
a la realidad». El tipo del rey-juez, asociado a las Musas y ex
perto en persuasión, es, por otra parte, una de las figuras do
minantes del prólogo de la Teogonia hesiódica. Cuando Hesío
do celebra la soberanía humana, estrecham ente articulada a
la potencia soberana de Zeus, dibuja el retrato del rey ideal
que otorga ju sticia en rectas sentencias; este rey ha recibido
de las musas un don de palabra: «de sus labios no corren más
que dulces palabras», «su lengua es suave rocío». Si sabe decir
la A létheia, tai y como conviene a un rey de ju sticia, sabe tam-
78
bien encantar, seducir, como el poeta, y, como él, «ofrecer un
desquite sin combate», «llevando a la zaga a los corazones me
diante palabras apaciguadoras»133. M aestro de «verdad», tam
bién conoce e! arte de engañar. La misma ambigüedad ilumina
los sueños que parecían poner en contacto con la única Alé
th eia: en el oráculo de Anfiaraos, «Verdad» está acompañada
de O neiros, pero el Sueño está vestido con un traje blanco co
locado sobre un traje negro134. Como dice Plutarco, ciertos
sueños encierran tanto lo «engañoso y lo abigarrado» ( tó
ájtatrp.óv xai -otxíXov) como lo «simple y lo verdadero» (tó ájcXoüv
xaí «Xr¡8tc) ’35. Por esto, en la isla de ios Sueños, Apaté se alza
frente a A léth eia nb. No hay una A létheia mántica sin una parte
de Apaté; la que encierran los sueños «suaves y engañosos»137.
Desde la Odisea, sueños «verídicos» y sueños «engañosos» es
79
tán estrechamente asociados: éstos salen de la puerta de mar
fil, trayendo «palabras sin realización» (lr.t' óxpáavxat), aquéllos
vienen de la puerta de cuerno, «realizando la realidad» (tropa
xpxívouai)158. Las mujeres-abeja del H im no h o m éric o a H erm es
son potencias oraculares que consienten en decir la «verdad»,
cuando se han alimentado de miel rubia, pero cuando son pri
vadas de ella buscan la confusión, el extraviarse de la vida
re c ta 139: la Apaté oblitera a la A létheia. En el plano ritual, esta
ambigüedad puede captarse particularmente bien en la con
sulta de Trofonios en Lebadia, en donde M nem osyné tiene una
función que A létheia posee por otra parte. En efecto, antes de
deslizarse por la boca del oráculo, el consultante tiene el
cuidado de beber simultáneamente del agua de las dos fuen
tes, la de L eth é como la de M nem osyné. Bebiendo el agua de
Lethé, se hace semejante a un muerto, pero en virtud del agua
de M nem osyné, que es antídoto de la primera, conserva el pri
vilegio de acordarse de lo que ha visto y oído y, en consecuen
cia, adquiere la facultad de ver y oír en un mundo en el que el
mortal ordinario ni ve ni oye más. El iniciado de Trofonios
tiene desde entonces el mismo estatuto, doble y ambiguo, que
aquellos hombres excepcionales, los adivinos Tiresias y Am-
fiaraos, «vivos» en el mundo de los muertos, provistos de una
«memoria» en el mundo del olvido540.
El mundo divino es fundamentalmente ambiguo. La ambi
güedad matiza a los dioses más positivos: Apolo es el Brillante
(<J>oíJJoí), pero Plutarco observa que, para algunos, es también
el Oscuro (Sxó-noi;) y que, aunque para unos las Musas y la Me
moria están a su lado, para otros son Olvido (At¡ t]) y Silencio 0
(Sicocti)141. Los dioses conocen la «Verdad», pero también sa
ben engañar142, mediante sus apariencias, mediante sus pa
138 Od., X IX ., 562-567. En la imagen del cuerno (xtpa;) hay un juego de pa
labras evidente con xpaívuv; asim ismo, la imagen de íXí^a? remite a un verbo
que una glosa de Hesiquio (¿Xcpifjpar áralas'.) interpreta mediante «engaño»;
verbo que es a menudo comparado, a justo titulo, con los ¿Xopwta, engaños dei
Anciano del Mar (Od., IV, 410) o de la maga Circe (Od., X, 289; cfr. también
XVII, 248).
139 H im no hom . a H erm es, 558. Sobre el problema de los Stpvai, véase K.
Latte, s.v. Orakel. R.-E., (1939), c. 832; Wila.mov.1T7:, Der C lau be d e r Hellencn, I,
379 y ss.; AlLEN, Halliday, S ik es , The h o m eric Hymrts2, Oxford, 1936, p. 346 y
siguientes; M. F eyel , Rev. arch., 1946, p. 9 y ss.; P. Amandry, La m a m iqu e
a p ollin ien n e a Delphes, París, 1950, pp. 60-64; H. Jeavmaire, D iom sos, Paris,
1951, pp. 190-191.
140 En el mundo invisible en que el espíritu humano se halla sumergido
por el Olvido (cfr. //., X X II, 387-390), algunos tienen el privilegio de guardar to
do en la memoria, así Tíresias (Od., X , 493-495) o Antiarao (SOF., El., 841). El
caso de Etálida es también excepcional (Apol. Rodas, Argón., I, 640 y ss.).
141 Plut., De E ap. Delph., p. 394 A. Apolo es el r ed o , lo que no le impide
ser también el oblicuo.
142 E sta ambigüedad de los dioses griegos es ampliamente analizada por
80
labras. Sus apariencias son tram pas tendidas a los hombres,
sus palabras siem pre enigmáticas, esconden tanto como des
cubren: el oráculo se «muestra a través de un velo como una
joven desposada»143. A la ambigüedad del mundo divino res
ponde la dualidad del humano; hay hombres que reconocen la
aparición de los dioses bajo las apariencias más desconcertan
tes, que saben oír el sentido oculto de ¡as palabras, y, después,
están todos los demás, ios que se dejan llevar por el disfraz,
aquellos que caen en la tram pa del enigm a144.
Son las M usas145 las que, en el prólogo de la Teogonia, ha
cen la más destacada profesión de ambigüedad: «Sabem os de
cir muchas cosas engañosas sem ejantes a realidades
(W|ioiaiv ófioia), pero también sabemos, cuando así lo deseamos,
decir las cosas v erídicas (áXrtféa)»146. Las Musas saben decir la
A léth eia y la Apaté, que se asemeja, hasta el punto de confun
dirse, a la A létheia. La fórmula es notable, en prim er lugar
porque representa un estadio interm edio entre el plano míti
co, el de la doble Apaté, y el plano racional, el de ale th é s y
p seu d és; en segundo lugar porque traduce igual de bien la am
bigüedad del engaño como el engaño de la ambigüedad. En el
fenómeno de A paté hay la idea fundamental de una presencia
en la ausencia y, complementariamente, la de una ausencia
en la presencia147: la p sy ch é de Patroclo le es en todo «se
mejante», pero cuando Aquites quiere asirla, no atrapa sino
Cl. Ramnolx. M ythologie ou la fa m ille olym pien ne, París, 1962, pa ssim . Sobre
e! problema teológico de los dioses que engañan, cfr. K. D eichgraber, Der Lis-
lertsinnende Trug d es C otíes, Gottingen, 1952, pp. 108-141.
143 Eso-, Agam., 1178-1179. Al comienzo de A gam enón (vv. 36-39), cl vigilan
te pronuncia unas palabras enigmáticas: «pero yo hablo a aquellos que saben;
para los demás, expresamente, yo o lv id o {Xf,8o¡ia0*- Sobre la ambigüedad de
los oráculos, véase R. Crahay, L a littératu re o rac u la ire c h ez H éro d o te. Paris,
1956, pp. 48-50, 153-154, 198, 254-255, y W. B. STANFORD, A m bigu ity in Creek
Literature. Studies in Theory an d P raclice, Oxford, 1939, p. 120 v ss.
144 Cfr. SOF., fr. 704 N2.
145 Las Musas a las que da a luz Mvr)po3Üv7) para que sean la /.rpuosOvr, de los
mortales.
146 Hes., Teogonia, 27-28. Este texto, comentado con mayor frecuencia que
los demás en el sentido de un conflicto entre Hesíodo y la poesía homérica,
desempeña un papel im portante en el reciente trabajo de S. Accame «L'Invoca-
zione alia Musa e la Veritá in Omero e in Esjodo», Riv. di Filo!. Insirnz. Classi-
ca, 1963, pp. 257-281; 385-415, que descubre en cl el punto culm inante de una
«crisis» que la intuición poética conoce en la conciencia de los griegos desde la
litada. Pero el problema de la ambigüedad de la palabra no ocupa ningún lu
gar en estas páginas. Para otras referencias, cfr. G. LanaTa, P oética pre-
p latón ica, Florencia, 1963, pp. 24-25.
147 En sus conferencias (1963) en la École des Hautes Eludes, J.-P. VEtW vr
ha desarrollado extensamente la importancia de una categoría psicológica de
lo d o b le para dar cuenta de varios aspectos del pensamiento griego. Cfr. ahora
Id., Figuration de /'invisible et catég o ñ e p sv eh o lo g iqu e d u d o u b le: le colossos,
M .P., París, 1965, p. 251 y ss.
81
al vacío. Patroclo está allí; Aquiles lo ve. y, al mismo tiempo,
no está allí: Aquiles lo sa b e '48. Este carácter falaz de lo am bi
guo es lo que intenta expresar la fórmula: «Las cosas engaño
sas sem ejantes a la realidad» (cJieóSia... icúuotsiv ¿¡¿ota). Desde la
Odisea, ha definido esta fórm ula la potencia de la «retórica»,
tanto la de Ulises como la N ésto r,w. ambos maestros en m etis.
Los D issoi L og oi recurren a la misma fórmula para especificar
la tragedia y la pintura: el mejor en ambas techn ai es «aquel
que sabe engañar (tfcnxzáv) haciendo cosas que son para la
mayoría sem ejantes a la verdad (ou-oia .. ¿XrjQivots jiovécov)» l5°.
En todas estas expresiones, el paso de Alétheia a L eth é se tra
duce en térm in os de «s e m e ja n z a », noción casi racional, ya
que, aunque a determinado nivel el pensamiento griego ar
caico plantea una verdadera equivalencia, o al menos una
suerte de «participación», entre los dos términos de la compa
ración15', tiende cada vez más hacia una teoría fundamental,
la de la m im esis'52. En la expresión yEóSta... stú¡íovi :v ó¡AOÍa,ei ca
rácter ambiguo de lo falaz queda muy claram ente señalado,
pues los &w¡iot son las mismas realidades que los áXr,0ía y que,
al mismo tiempo, los t¡*ú8ea se funden mediante el juego de la
semejanza en los áÍ7¡9éa; pero, a Ja vez, la ambigüedad que el
pensamiento mítico no analiza, porque le es consustancial153,
constituye aquí el objeto de un análisis racional que procede
en términos de im itación, de m im esis. Entre la potencia reli
giosa Apaté y estas fórmulas, en las que P seudés es semejante
a Alethés, hay toda la distancia que separa a una noción de
«doble», como la de tiSwXov, de una representación figurada,
pura «imagen», tal y como la concibe la época clá s ica '54. Se
148 //., X X III, 65-107. Cfr. la definición de las ?avraj:x. por Q lin t.. Inst. Orat..
VI, 2, 29: Quas piv-rsjárí Graeci voeant (nos sa n e v ision es appellern us) p e r quas
imagines rerum a bscn iiu m iia repraesentantur animo, ui cas cernere ocuiis ac
pra escn ies babere videamur.
149 Od.. X IX , 203: üjxe <¡,cv5t* jroló.i Áéyiyv {rjaonsv ¿(iota; T eognis, 713: o¿5’ ti
ve¿osü n¿v íeo'.oI? Érjuoiaiv óuola. E s la misma formula que Dionisio de Haucarna-
so, I. p. 30, 13, ed. Usener-Radcrmacher, emplea para definir el arte de Lisias.
,-"0 D issoi L oeoi, III, 10, ap. Diels. FUS'. II. p. 410. 29-411, 2. Sobre ía trage
dia y la 3iEá?r„ cfr. Thomas G. Rosesm eí er. -Gorgias, Acschylus, and Apa le»,
A’ner. Journ. P h ilo l. t. L X X Y I. 1955. pp. 225-260. Para Platón, una respuesta
ambigua es '.trágica» [Menón. p. 76 E); lo -trágico» es del orden de lo «engaño
so» ívtíSo;) tCrai., p. 408 C).
151 Cfr. A. Rívier, Un em p lo i a rch a iq u e d e t ’a n a log ie ch ez H éiac liie el Thtt-
cydide, Lausana, 1952. en particular p. 51 vss.
L"- Cfr. H. Kou.er, Die M im esis in d e r Anrike, Berna. 1954. Sobre la di
ferencia entre óuoia y io-.iwra.. véase A. Rimer, «Sur les fragments 34 el 35 de
Xénophanc», Rev. Philol., t. X X X , 1956, p. 51, n. 7, que insiste (pp. 51-52)
en la distancia que separa la expresión de Jenófanes (fr. 35) a la de Hesíodo
íleog., 27-28).
u ' Se encontrarán buenos ejem plos de ello en L. Renou. «L’ambiguité du
vocabulaire du Rg-Veda», Jou rn a l Asia! ique. t. CCXXX, 1939, pp. 161-235.
I?4 Cfr. J.-P. V ernan t, M. P . pp. 251-264.
82
encuentra así prefigurada, en un pensamiento extraído del
fondo mítico en el que tiene sus raíces, la fórm ula del Cratilo:
el log o s es «cosa doble» (SixXoüq): a le th é s y p s e u á é s l55.
83
problema particular, comprobamos un rasgo general para una
lógica del mito.
A létheia está, pues, en el centro de una configuración que
organiza la oposición mayor de Memoria y de Olvido. A esta
pareja fundamental responden parejas particulares como Ala
banza y Desaprobación, o más generales, como Día y Noche.
Pero en el plano de la palabra mágico-religiosa, donde fun
ciona la oposición de A léth eia y de Lethé, la A létheia está arti
culada a la D iké y a dos potencias complementarias, Pistis y
Peithó. Mediante esta última se insinúa la ambigüedad que
tiende un puente entre lo positivo y lo negativo. A nivel del
pensamiento mítico, la ambigüedad no presenta problemas, ya
que todo este pensamiento obedece a una lógica de la contra
riedad cuya ambigüedad es un mecanismo esencial. Pero si en
contramos, en Hesíodo por ejemplo, una suerte de traducción
conceptual de la ambigüedad, es porque la ambivalencia co
mienza a «ser problema» en un pensamiento que, sin ser ya
mítico, aún no es racional, un pensamiento de algún modo in
termedio entre la religión y la filosofía. Por definición, la pa
labra es un aspecto de la realidad; es una potencia eficaz. Pero
la potencia de la palabra no está solamente orientada hacia lo
real; está inevitablemente orientada hacia el otro; no hay
A létheia sin Peithó. E sta segunda forma de la potencia de la
palabra es peligrosa, ya que puede ser la ilusión de lo real.
Muy pronto se despertará una inquietud: es tal la seducción
de la palabra que puede hacerse pasar por la realidad; el logos
puede imponer al espíritu humano objetos que se asemejan a
la realidad hasta el punto de confundirse y que no son, sin em
bargo, más que una vana imagen. Pero esta inquietud que re
zuma en algunos versos de Hesíodo o Píndaro no se convertirá
en un problema fundamental más que para un pensamiento
capaz de plantear el tem a nuevo, inédito, de las relaciones
entre la palabra y la realidad.
Si intentamos form ular la problemática, inmanente de al
gún modo, en una concepción de la palabra en la que la ambi
güedad es un carácter fundamental, podremos decir que la
ambigüedad de la palabra es el punto de partida de una refle
xión sobre el lenguaje como instrumento que el pensamiento
racional va a desarrollar en dos direcciones diferentes: por
tiñiéndose así un «universo del cuento», analizable por pares de oposiciones
diversamente combinadas en el seno de cada personaje que, lejos de constituir
una entidad, es, a la m anera de un fonema, tal y como lo concibe Román Ja-
kobson, un "haz de elementos d iferenciales”. En una obra reciente, Jacqueline
RoumeguERE-Eberhardt, P ensée et so cié té ajricain es. E ssais su r une d ialectiqu e
d e c o m p lém en ta rité an tag on iste c h ez tes Bantu d u Sud-Est, París-La Haya
(C ahiers de l'H om m e, Nouv. Série, III), 1963, ha dado notables ejemplos de
«complementariedad antagónica».
84
una parte, el problema del poder de la palabra sobre la reali
dad, tema esencial para toda la prim era reflexión filosófica;
por o tra parte, el problema del poder de la palabra sobre el
otro, perspectiva fundamental para el pensamiento retórico y
sofista. A létheia se halla, por tanto, en el corazón de toda la
problemática de la palabra en la Grecia arcaica: las dos gran
des tendencias van a definirse en refación a ella, sea rechazán
dola, sea haciendo de la misma un valor esencial.
Los problemas, en verdad, no se plantean espontáneamente
mediante el simple juego de ¡as ideas: la historia de las ideas
no ha sido nunca «su propio principio de inteligencia»l57. Para
que tales temas surjan, para que la filosofía plantee el proble
ma de las relaciones entre la palabra y la realidad, para que la
Sofística y la R etórica construyan una teoría del lenguaje co
mo instrumento de persuasión, es necesaria la ruina consuma
da de un sistema de pensamiento en el que la palabra está
prendida en una red de valores sim bólicos, en el que la pa
labra es, naturalmente, una potencia, una realidad dinámica
donde, en tanto que potencia, actúa sobre el otro. Estos
problemas no vienen a plantearse, pues, sino en un nuevo
m arco conceptual, a la luz de técnicas mentales inéditas, en
nuevas condiciones sociales y políticas.
157 Sobre las exigencias de una historia del pensamiento filosófico, véase el
ensayo de L. A lthusser, «Sur. le Jeune Marx», (Questions de théorie), L a Pen-
sée, n .° 96, 1961, pp. 3-26 = P ou r Marx, Paris, 1965, pp. 45-84.
85
CAPÍTULO V
EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN
87
estructuras sociales como en el de las estructuras mentales, el
grupo de los guerreros ocupa, en efecto, un lugar central y ex
cepcional. Por una parte, ya no cubre al grupo fam iliar mas
que al grupo territorial: los guerreros están repartidos en cla
ses por edad y agrupados en hermandades. Quedan vinculados
entre si mediante relaciones contractuales, no por vínculos de
sangre o parentela. Por otra parte, el grupo de los guerreros
se singulariza por sus comportamientos v técnicas de educa
ción. Como así lo atestiguan las sociedades dóricas, los gue
rreros sufren unas pruebas iniciáticas que aseguran su cuali-
ficación profesional, consagran su promoción social y definen
su vocación a la muerte, lo que Ies distingue radicalmente de
los vivos. E ste estatuto particular del grupo de los guerreros
se define por igual en determinadas prácticas instituciona
les3: juegos funerarios, reparto del botín, asam bleas delibera
tivas que, en su solidaridad, dibujan una especie de campo
ideológico, especifico de este grupo social. Extraer los rasgos
esenciales de la palabra-diálogo —que se opone absolutamen
te a la mágico-religiosa— consiste en desarrollar estas institu
ciones diversas, m ostrar su recíproca iluminación, obtener
—a través de su funcionamiento— una representación del es
pacio original, alcanzar, en definitiva, determinadas estructu
ras mentales inéditas.
Con los juegos funerarios nos situamos en un plano sólida
mente estructurado4, en el que gestas y palabras tienen signi
ficaciones definidas5: plano social en el que se atestiguan cos
tumbres muy antiguas, antiguos estados de pensamiento, pero
también terreno de prederecho, «privilegiado momento de vi
da colectiva», en el que surgen procedimientos que serán más
tarde los de un derecho constituido6. Los juegos no se impro
89
Si en el m arco de la epopeya, la expresión impone la ima
gen de una asam blea de guerreros sentados en círculo, ¿cuál
es el valor de este punto central? ¿Cuál es 3a imagen mental
que transm ite esta costum bre institucional? Para definir el va
lor del cen tro en este contexto de juegos, es necesario dar un
rodeo por una institución que ocupa un lugar fundamental en
el mismo grupo social de los hombres especializados en el ofi
cio de las armas: el reparto del botín. En la mayor parte de los
casos, cada combatiente trata de ganar las arm as de sus ene
migos, cada uno se esfuerza en hacer un botín «individual».
Pero ju nto a la toma (m ainm ise) inmediata y personal de
bienes que van a engrosar la parte de las riquezas que cada
uno lleva consigo a la tum ba14, hay rasgos de otra costumbre:
los bienes tomados al enemigo son depositados «en el centro».
Cuando Teognis de Megara evoca el infortunio de los grandes
propietarios, las desgracias de la ciudad, el naufragio del Or
den, deplora no ver sino desastre y pillaje: «A viva fuerza, sa
quean (los villanos) las riquezas, todo orden ha desaparecido...
¿Quién sabe si el botín es también objeto de un reparto seme
ja n te ?» 15. E l reparto del botín es Sxqzóí t; -ó pécjov, pues el botín
es con toda precisión «aquello que está depositado en el cen
tro». ¿Captura Ulises en una expedición nocturna al adivino
Héleno? Lo lleva al «centro» (¿? tiéoov) 16 por dos razones; en pri
mer lugar, porque es el punto más a la vista de la asamblea y,
en segundo lugar, porque es el lugar reservado a una «gran
captura» que form a parte del botín de guerra de los aqueos. Al
14 En efecto, el botín forma parte de los bienes que los griegos llaman
*rr¿íOTa y que se oponen a los iratpw». Cfr. E. F. B rceck, «Totenteil und Seelge-
rat im griechischen Recht», M ünchener B eiirág e zur Papyntsjorschurtg und
an tiken R ech isg esich te, t. IX , Munich, 1926, p. 39 y ss. El autor observa jus
tam ente que no hay en esta época una concepción abstracta, propiamente
juridica, del derecho de propiedad. La «propiedad individua!» no es más que
una cómoda abstracción, aunque peligrosa, para subsum ir la diversidad de
los diferentes modos de posesión. Sobre el botin en la sociedad homérica,
confróntese M. D elcourt, O edipe ou la légen de d u con q u éran i, París-Lieja,
1944, pp. 239-244, y los análisis de E. Buchholz, Die h o m e ñ s c h e Reciten, II, 1,
Leipzig, 1881, p. 328 y ss. En su artículo sobre «Le partage des profits de la
guerre dans les traites d'alliance antiques», Rev. h istorique, 1958, pp. 233-249,
A. Aymard No toma en consideración los hechos arcaicos. P. Vidal-Naquet me
indica el pasaje de TucIdides, VII, 85, 3, donde se encuentra una oposición
entre la parte del Estado (xoivóv) y las partes individuales. La noción ae acu er
d o hecho entre los beligerantes desempeña un papel im portante. Cfr. también
A. Dain, «Le partage du butin d ’aprés les traités juridiques et militaires», Acies
du V¡‘ con grés in tem aiion al d es elu d es byzantines, Parts, 1 9 4 8 ,1.1, París, 1950,
pp. 347-354, que observa: «El reparto se hace por vía de autoridad. Los lotes
son repartidos, bien entre los individuos, bien entre las unidades m ilitares
constituidas'', pero «los soldados m ás distinguidos pueden obtener sus partes
por elección».
*5 T eognis , 678 y ss.: Ssifió? 5' oijxét' T«o>; i? tó ¡itaov.
16 SóF-, Filocl., 609: Héleno es una «6rj¡av xaXfy».
90
igual que los premios de los juegos fu n erarios, el botín de los
guerreros es depositado i; péoov. Ahora bien, conocem os por !a
querella de Aquiles y Agamenón, el nombre que los griegos re
servaban para estos bienes destinados al reparto: «las cosas
puestas en común» (fuv^ía xeí¡«va)17. Mediante este rodeo pode
mos establecer una equivalencia entre el centro y lo que es co
mún, equivalencia que se encuentra confirmada por todo lo
que nosotros, por otra parte, sabemos de yéaov18. Después de
cada victoria, después de cada saqueo, eí botín vuelve a dejar
se en manos del jefe, en las manos de aquel que representa a
la colectividad19. A través del jefe de guerra, es el grupo mis
mo el que ejerce un derecho de fiscalización sobre las ri
quezas, derecho que conserva hasta el momento del reparto.
Las modalidades no nos son directamente conocidas: por el
discurso vehemente de Aquiles, sabemos solamente que «el
Rey distribuye poco, pero guarda mucho». Sin embargo, la es
cena de los juegos puede paliar a su vez este defecto de infor
mación, pues el reparto del botín y la atribución de los pre
mios en los juegos parecen obedecer a un mismo mecanismo
institucional20.
Cada vez que Aquiles «pone en juego» un objeto de premio,
lo deposita ¿c pirov; allí es donde el vencedor viene a cogerlo,
propiamente hablando a «recogerlo». Uno de los gestos más
característicos de los juegos es, en efecto, ía toma de posesión
de los prem ios21. Pero el carácter especifico de esta adquisi
ción no se muestra claramente sino en su oposición a otra for
ma de apropiación que la misma escena menciona repetidas
veces: eí recibir y, correlativamente, dar, el acto de «poner en
la mano» (¿v ytpol xiQtvai)22. A los concursantes desafortunados, a
Néstor, demasiado viejo para participar en la carrera y, en ge
91
neral, a aquellos que no tienen ningún derecho de posesión
ltnain m ise} sobre los premios, Aquiles «pone en la mano» un
objeto, trípode o coraza, de sus reservas. Sin duda se trata en
uno y otro caso de bienes que pertenecen a Aquiles; pero, en el
primer caso porque han sido depositados «en el centro», los
bienes propios de Aquiles, sus xTÍ,|¿s?a, se convierten, como los
objetos del botín, en «cosas comunes» (fuvr,Va); pierden su carác
ter de objeto distinguido por un derecho de propiedad. Son
«res nu llius»23. La toma de posesión del vendedor puede ejer
cerse sobre ellos sin demora. Por el contrario, cuando Aquiles
pone en manos de Néstor la copa que él mismo ha recogido
«del centro», le concede un don persona!, sem ejante en todo al
que concede a Eumelos, cuando, para recompensarle, hace
traer de su tienda una coraza y se la «pone en la mano»24. Al don
personal que crea un vínculo entre dos hombres y obliga al be
neficiario al contra-don25, se opone muy claram ente el ejerci
cio inmediato de un derecho de propiedad sin contrapartida.
La tom a de posesión no puede ejercerse sino por mediación
de (xÍ5ov, cuyas virtudes anulan las relaciones de «propiedad
personal» que existen entre Aquiles y su parte de x-nínata. De
positados «en el centro», los bienes propios de Aquiles son, de
alguna m anera, puestos de nuevo en circulación; pasan a ser
«objetos comunes», disponibles para una nueva apropiación
personal. Es, muy verosímilmente, el mismo procedimiento el
que regula el reparto del botín: cada objeto, tomado por un
guerrero en el momento del saqueo, es «puesto en común», es
decir, depositado «en el centro». Es allí donde el hombre desig
nado por la su erte 26 —al igual que el vencedor designado por