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LECTURA N°1
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DIPLOMADO EN EDUCACIÓN SUPERIOR BASADA EN
COMPETENCIAS MODALIDAD A DISTANCIA – 10ma. VERSIÓN
Introducción
Es un hecho que la evaluación educativa supone una preocupación constante en el mundo de la
educación a todos los niveles, y que ha experimentado en los últimos años un notable desarrollo
institucional y legislativo, junto a una abundante literatura pedagógica y frecuentes
investigaciones sobre muchas de sus aplicaciones. Hoy se le atribuye una singular importancia
como factor que favorece la calidad y mejora de la enseñanza y el aprendizaje.
Pese a ello, la evaluación es uno de los campos en los que todavía queda mucho por hacer y
estudiar para generar cambios que permitan mejorar nuestras prácticas evaluativas y en
consecuencia, mejorar el aprendizaje de los estudiantes.
En la base de la concepción actual de la evaluación, hay una estructura básica característica, sin
cuya presencia no es posible concebir la auténtica evaluación. En primer lugar, hay que
considerar la evaluación como un proceso dinámico, abierto y contextualizado, que se desarrolla
a lo largo de un periodo de tiempo: no es una acción puntual o aislada. En segundo lugar, se han
de cumplir varios pasos sucesivos durante dicho proceso, para que se puedan dar las tres
características esenciales e irrenunciables de toda evaluación:
2º Formular juicios de valor. Los datos obtenidos deben permitir fundamentar el análisis y la
valoración de los hechos que se pretenden evaluar, para que se pueda formular un juicio
de valor lo más ajustado posible.
3º Tomar decisiones. De acuerdo con las valoraciones emitidas sobre la información relevante
disponible, se podrán tomar decisiones que convengan en cada caso.
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EVALUACIÓN
PROCESO
1º
OBTENER 2º 3º
FORMULAR TOMAR
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Momentos de la evaluación
EVALUACIÓN
La estructura básica del concepto de evaluación se complica al asentar sobre ella tipos,
funciones, fases, objetivos, etc. La estructura básica conceptual de la evaluación no cambia,
aunque sí pueden cambiar las circunstancias: el momento (cuándo evaluar), las funciones (para
qué evaluar), los contenidos (qué evaluar), los procedimientos (cómo evaluar), los ejecutores
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Ámbito didáctico
Ámbito psicopedagógico
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Ámbito social
La evaluación educativa también tiene repercusiones sociales que afectan tanto a la institución
educativa como a la persona del estudiante. El proceso de la evaluación, va ligado a actos
administrativos y puede acabar en decisiones trascendentes para el estudiante, como la
acreditación, la promoción o la titulación, que afectan de lleno a la vida familiar y al contexto
social. Es la función acreditativa de la evaluación la que, junto con la función sumativa, permite
aportar logros o resultados definitivos, pero también de carácter social: acredita ante la
sociedad los aprendizajes logrados por el estudiante que, en unos casos, le permite promocionar
a un nuevo curso y, en otros, obtener la correspondiente titulación.
Para que la evaluación pueda hacer balance sobre el logro de un conjunto de objetivos con fines
acreditativos, interesa recoger información sobre el rendimiento de los estudiantes en
momentos determinados de su trayectoria formativa. Es necesario obtener información, no
tanto sobre el proceso de aprendizaje que ha seguido el estudiante, cuanto sobre los
conocimientos que ha adquirido al finalizar un período determinado respecto a un conjunto de
objetivos educativos. Para ello, será preciso haber logrado los aprendizajes más relevantes y
prioritarios, de modo que la valoración global de su adquisición fundamente las decisiones de
calificación, promoción y titulación. Normalmente, las decisiones que se derivan de la evaluación
acreditativa tienen un carácter esencialmente administrativo. Sirven para certificar los
resultados obtenidos por los estudiantes y comunicar a las diferentes instancias (estudiantes,
familias, administración educativa y sociedad en general) datos sobre el rendimiento educativo.
3. Clasificación de la evaluación
Esta clasificación se presenta con el ánimo de ofrecer algunos elementos que favorezcan la
comprensión de enfoques o perspectivas, pero debe tenerse presente que en el ejercicio
práctico no se trata de optar por una u otra forma, sino tener claridad sobre su uso con el fin de
lograr que la evaluación sea un recurso para la comprensión y el mejoramiento del proceso
educativo.
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Este carácter formativo, que el docente puede darle a la evaluación, hace posible que se
constituya en una experiencia de aprendizaje orientadora y motivadora para el estudiante.
La evaluación final no tiene que ser necesariamente un examen, pues si se dispone de buen
material, de suficiente información sobre los estudiantes, su análisis y valoración quedará
representado en un resultado que puede expresarse de forma numérica o con un concepto.
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Coevaluación: es una evaluación conjunta, como la realizada por los grupos con la valoración
que cada uno hace del trabajo del otro.
Para ello se requieren criterios determinados, de tal manera que los estudiantes no queden
sujetos a evaluar lo negativo exclusivamente, ni tampoco caer en la mala interpretación de la
solidaridad, con prácticas como cubrir al compañero frente al profesor, negándole la posibilidad
de entender mejor sus propios avances.
Éste es un proceso complejo, que requiere condiciones para lograr el desarrollo de la capacidad
de argumentar, de defender posturas y, en definitiva, consolidar puntos de vista críticos y claros
frente a los otros.
Aunque algunos docentes se muestran reacios a la práctica autoevaluativa, por considerar que
no es aséptica ni libre de problemas, dado que algunos estudiantes tienden a no valorar su
trabajo, a permitir que actúe la baja autoestima, el temperamento depresivo y las tendencias
pesimistas; o por el contrario, valoran en exceso todo lo que realizan y pierden la perspectiva
autocrítica; el ejercicio persistente de la autoevaluación es esencial para el desarrollo de la
autonomía en el aprendizaje, porque el estudiante irá tomando conciencia de que el
responsable último de su proceso de aprendizaje es él mismo y no aquel que tiene la tarea de
asignar una calificación.
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4. Planificación de la evaluación
Como venimos diciendo, la evaluación ha dejado de considerarse sólo como un elemento más
en los momentos finales de un proceso didáctico, para pasar a considerarse como un proceso
sistemático con sustantividad e identidad propia, que coadyuva al complejo proceso de
enseñanza-aprendizaje. Por ello, es más preciso hablar del proceso de evaluación en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, que, como hasta ahora, hablar de la evaluación del proceso de
enseñanza-aprendizaje, viniendo a decir que la evaluación tiene una participación parcial al
término del mismo. Por el contrario, cuando hablamos del proceso de evaluación en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, estamos indicando la indisociable participación de la evaluación,
desde dentro, en todo cuanto acontece en dicho proceso en cualquier momento, modo y lugar.
En tal sentido, es fundamental una adecuada planificación de la evaluación que nos permita
proyectar, con fundamento y seguridad, una acción evaluadora organizada e intencional. Dicha
planificación, en definitiva, es la previsión, organización, estructuración y adecuación del
proceso de evaluación que ha de acompañar y propiciar el mejor desarrollo del proceso de
enseñanza y aprendizaje.
La planificación de la evaluación debe estar precedida por la reflexión en torno a los elementos
conceptuales que definirán su orientación. Para ello es necesario responder a interrogantes
como las siguientes: ¿Cuál es nuestro concepto de evaluación? ¿Qué entendemos por evaluar,
o de qué evaluación estamos hablando? ¿Qué se quiere hacer con la evaluación? En otras
palabras, pensar antes de actuar para saber lo que se quiere, anticipando una visión global, lo
más aproximada posible, de las condiciones y circunstancias de la acción evaluadora que se
pretende realizar.
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PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
Diseño Acción Docente- Logros
Programación Discente Indicadores
Procedimientos Desarrollo Valoración de datos
Requisitos Aplicación Informes
Criterios Regulación
5. La evaluación de la evaluación
Al término de un proceso siempre es conveniente mirar hacia atrás para revisar su desarrollo y
confirmar o redefinir el valor de sus resultados. Es el momento de someter a evaluación el
proceso evaluador que se ha desarrollado. “Evaluar es reflexionar sobre la práctica” (Rosales,
1989); también sobre la práctica evaluadora. Cada docente debe someter a su propia reflexión
el modo y manera de ejecutar la evaluación. En esta metaevaluación puede encontrar un mejor
conocimiento de su práctica docente, y una explicación al rendimiento de sus estudiantes.
Individualmente, o colectivamente como miembro de un equipo docente, tiene en esta fase la
oportunidad de asumir la responsabilidad de reconducir o de mejorar el desarrollo y los
resultados de un proceso en el que es un agente fundamental. Es el momento de tomar
conciencia de sí, con lo que ha hecho y cómo se ha hecho, se han alcanzado los objetivos
didácticos propuestos.
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Sin embargo, hay que reconocer, lamentablemente, que en la práctica diaria de muchas aulas y
de muchos centros, la evaluación sigue siendo la hora del examen, el día del examen o la semana
de exámenes. No se trata de denunciar o de responsabilizar a nadie de esta situación. Es un
cambio de la conceptualización de la evaluación, en particular, y de la acción didáctica, en
general, que debe ir calando en todos los responsables más directamente implicados:
autoridades institucionales, docentes y estudiantes. Sólo cuando se produzca este cambio de
mentalidad se irá abriendo paso a una nueva cultura evaluadora.
La nueva cultura evaluadora lleva consigo cambios muy significativos por parte de los docentes,
sobre todo. Cambiar la concepción y la práctica de la evaluación, lleva necesariamente a cambiar
también la concepción de su enseñanza en favor de un mejor aprendizaje del estudiante.
Plantear la evaluación como centro neurálgico, vertebrador y regulador del proceso de
enseñanza-aprendizaje; dar mayor participación en su desarrollo al estudiante; exigirle mayores
cuotas de responsabilidad en la ejecución de la evaluación de sus propios aprendizajes
(autoevaluación), son algunos de los cambios más trascendentales y necesarios que se han de
producir para poder alumbrar la llueva cultura evaluadora. Estos cambios, lentos y profundos,
en ningún caso deben entenderse como pérdida de autoridad profesional o académica del
profesorado. Al contrario, contribuirán a revitalizar sus funciones, adaptándolas a una situación
de acción pedagógica y de actuación didáctica, donde modificamos los modos, las estrategias y
el método de acción para lograr que los estudiantes consigan sus aprendizajes de forma más
eficiente y satisfactoria. Los niveles de exigencia y los objetivos se mantienen; cambiamos las
actitudes y los modos de proceder, para mejorar el proceso y el resultado del quehacer
didáctico.
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El futuro de la evaluación educativa, tal como aquí hemos defendido, pasa porque el docente
asuma conceptual y actitudinalmente planteamientos que, como sugerencias de acción
didáctica, enunciamos a continuación:
El objetivo de la evaluación no es sólo poner notas a los estudiantes. Antes de llegar a esa fase
calificatoria o acreditativa del proceso evaluador, están las fases y funciones: diagnóstica,
formativa, reguladora, motivadora, de diálogo, etc., con que la evaluación acompaña a todo
el proceso de enseñanza-aprendizaje, y que afecta tanto al profesor como al estudiante.
No hay que defender que las pruebas objetivas son mejores que las preguntas abiertas, y
viceversa. Hay que saber seleccionar los instrumentos necesarios que pueden proporcionar la
información más adecuada, para cada caso o situación, según cada circunstancia. La evaluación
no nos sirve, como se viene atribuyendo a los exámenes, para determinar qué estudiantes
fracasan y quiénes tienen éxito. La evaluación no se debe quedar ahí, sino que, por el contrario,
debe aportar información suficiente que explique por qué se producen resultados en términos
de éxito o de fracaso; y sobre todo, que fundamente las decisiones de tratamiento o de mejora
a las situaciones de fracaso. La evaluación no debe ser responsabilidad exclusiva del profesor. El
proceso de evaluación, como el proceso de enseñanza-aprendizaje, es una actividad docente
compartida entre el profesor y los estudiantes. El estudiante, es capaz de reconocer sus
esfuerzos o su desinterés; sus aciertos o errores, etc. Es educativo poner al estudiante frente a
sus responsabilidades, también en la evaluación, fomentando para ello la autoevaluación del
estudiante.
Por último, en un afán de sintetizar las ideas fundamentales hasta aquí expresadas, con la
esperanza puesta en un futuro próximo donde una llueva cultura de la evaluación signifique una
enseñanza de más calidad, proponemos diez claves que contribuirán, sin duda, a conseguirlo.
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I. Descartar la evaluación como instrumento o situación con la que hacer valer la autoridad del
docente. El profesor debe dar a la evaluación una importancia similar a la que dé a la enseñanza y
el aprendizaje.
II. Cuando hablamos de evaluación nos podemos referir al estudiante, al docente, a la institución
educativa, al sistema educativo y al entorno.
III. La acción evaluadora, como el resto de la actuación didáctica, necesita que se le dedique tiempo,
no sólo para su ejecución, sino con anterioridad para su diseño y planificación; y, posteriormente,
para su rápida corrección e información.
IV. La evaluación no es el punto final. Debe ser una actitud permanente que acompañe la actuación
didáctica en todos los momentos del proceso: desde su inicio, su desarrollo y su resultado.
V. La evaluación ha de medir productos, pero también procesos. Por tanto, se debe ajustar a la
individualidad de cada estudiante. No puede ser igual para todos por principio.
VI. Una evaluación educativa debe contar con la participación activa del estudiante. Debe implicarle
para que le sea significativa y formativa.
VII. La autoevaluación es un potente elemento educativo, ya que hace que el estudiante se enfrente
consigo mismo, con su trabajo, con su interés..., con datos que sólo él conoce; le obliga a ser
objetivo, autocritico, honrado....y más responsable.
VIII. Los cambios en la concepción y en la práctica de la evaluación llevan necesariamente a modificar la
forma de desarrollar la enseñanza.
IX. La evaluación no debe quedarse en qué se ha aprendido o cuánto se ha aprendido; sino que
también se ha de buscar el porqué y el cómo. Es importante el rendimiento y los resultados, pero
también lo son el proceso y su contexto.
X. Conviene hacer una evaluación de la evaluación (metaevaluación) como forma de avanzar en el
perfeccionamiento profesional, y en la mejora del proceso de enseñanza-aprendizaje.
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