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La disposición del argumento de la obra fue acomodada por Gallegos con el fin de
dar respuesta al viejo dilema de civilización y barbarie en Latinoamérica. Por eso en la
novela dos grandes bandos se enfrentan: Doña Bárbara, Juan Primito, Míster Danger,
Ño Pernalete, Balbino Paiba, la hacienda “el miedo”, y, de otro lado, Santos Luzardo,
Marisela, Pajolete y Carmelito, y la hacienda “Altamira”. La barbarie contra la luz y
viceversa.
Esta dicotomía sirvió por muchos años de sofisma para sostener intereses
colonialistas; nuestra miseria y nuestra incapacidad, como secuelas supuestas de la
barbarie, justificaron el envío de técnicos extranjeros y la explotación de nuestro
subsuelo por parte de ellos. El pensamiento creador científico aún continúa maniatado
por esa razón. Pero en 1929 la historia había cambiado un poco. Y si bien es cierto que
Gallegos retomó el mismo esquema, su obra literaria escapó del esquematismo
sarmientino en varias instancias. Su objetividad y realismo, como sucede siempre en la
obra artística, superó su esquema ideológico. O mejor, la realidad misma iba más
adelante, y lo que resultó cuestionado fue un momento crítico en el desarrollo socio-
económico venezolano. Aunque se ha dicho -y puede admitirse, sin que nos limite en
otras posibilidades- que Doña Bárbara representa la dictadura de Juan Vicente Gómez,
también simboliza una época de relaciones casi nómadas, de tenencias ilimites de la
tierra, de posesiones violentas de esa tierra, de explotaciones extensivas del ganado, de
ausencia de escrituras públicas respetadas, como eran las que existían en los llanos y
selvas de Venezuela y Colombia (homologables a las relaciones del gaucho antes de
someterse a la estancia y alambradas limítrofes). En cambio, Santos Luzardo es el
representante, no de la ciudad, en pleno sentido sarmientino (porque Luzardo procede
del campo y a él regresó, en “Altamira”), sino de la “luz” que es la ley de los códigos
napoleónicos que con Bello habían avanzado desde Chile hasta las facultades de
derecho de Caraca. Leyes que regían y disponían una conducta jurídica respecto de la
propiedad privada. Esta regla de oro de la novela de Gallegos se correspondió con la
realidad verdadera de ese momento.