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aprendizajes
Fernando Bello Pineda
Los escenarios de la vida, todos son contextos de aprendizaje para los seres vivos; no
obstante, los más significativos en los aprendizajes humanos, son la familia y la
escuela. Estos escenarios (familiares y escolares) también suelen servir a las figuras de
autoridad (con conductas sintomáticas) para agredir, violentar y descalificar a sus
subordinados; los padres y profesores, ambas figuras de amor y de autoridad pueden marcar
negativamente la historia de los procesos psíquicos defensivos de los hijos o de los alumnos.
En las familias pasa algo parecido cuando por ejemplo, los padres o familiares se preguntan
y evalúan ¿cómo puede ser posible que este o aquella joven sean alcohólicos, cuando sus
padres jamás probaron el alcohol? A pesar de que literalmente nunca tuvieron ese modelo de
conducta como ejemplo a seguir, los motivos inconscientes y preconscientes que se
formaron al interior de esos jóvenes mediante el contacto con las actitudes (seguramente
represivas e irracionales o de abandono pasivo) por parte de sus padres a la hora de
desempeñar su respectivo rol, serán los motivos que, a manera de síntomas, los llevan a
depender de una sustancia (cualquiera) que fantasiosamente los libera de la ansiedad que
les produjo aquella amarga experiencia de su relación con sus padres.
En este plano escolar “el ambiente” se entiende como la suma de las actitudes de los sujetos
que participan en un evento o en ese contexto; y los aprendizajes se entenderán como la
reconstrucción e incorporación de los conocimientos o mejor dicho, la introyección de
estructuras cognoscitivas, simbologías, significantes y significados que, como rasgos de
personalidad, identifican y definen a una persona.
El efecto generacional
En la perspectiva de vida del sujeto actual podemos encontrar, entre todos los factores
heredados por las generaciones que lo anteceden, el ingrediente específico que se refiere a
los contextos visibles-manifiestos e “invisibles o latentes”, donde creciera este personaje;
este factor es en realidad, la comunicación compuesta de actitudes y acciones de las
personas o figuras de autoridad (padres y maestros centralmente) que acompañaron el
desarrollo del hombre contemporáneo.
No puede ser verdad que las generaciones pasadas fueran totalmente atinadas o certeras en
sus procedimientos cuando se han generado personalidades enfermizas en las generaciones
que ellos dieron vida. Igualmente sería fantasioso sostener que la violencia que caracteriza a
las nuevas generaciones y la ausencia de actitudes éticas en la comunicación que sostienen
con su entorno natural y sociocultural se deba al tipo de aire que respiran.
El mundo actual es una mezcla del presente y del pasado; es una visión de la historia que la
raza humana escribe día con día. Esas generaciones que ubicamos en el pasado empujaron
significativamente a la ciencia, al arte y a la tecnología, lo cual demuestra una vez más,
que la humanidad es capaz de aprender, producir y ser ingeniosa aún en situaciones
adversas; es capaz de generar sentimientos de solidaridad, ayuda mutua y colaboración aún
en desgracia y sufrimiento.
No obstante, el lado contrario de esos valores humanos, también fue alimentado; es decir,
las conductas “involuntarias” o irracionales e impulsivas de todo ser humano, población o
generación, proporcionalmente también crece y de manera silenciosa, se desarrolla y va
adquiriendo poder a la sombra de las consciencias.
Las consecuencias generacionales deberán ser entendidas desde dos dimensiones; aquellas
que representan una meta conscientemente planteada por los propios protagonistas y, las
consecuencias que se generan desde los actos llamados “involuntarios” de esos mismos
protagonistas o poblaciones, que no fueran planeados intencionalmente, pero que jamás
podrán ser justificables por el hecho de ser realizados sin intención consciente.
Esta dimensión de los actos involuntarios (no conscientes para ser más exactos) está
constituida entre otros, por las experiencias siempre dolorosas de la historia de cada
persona, independientemente de que se trate de experiencias formales o informales; es
decir, se trate de aprendizajes escolares o de la vida familiar cotidiana, que invariablemente
llevarán su condimento de displacer, dolor o agresividad.
De esta dimensión “no voluntaria”, emergen las defensas del Yo, emergen los síntomas
psicológicos y también gran parte de las actitudes y conducta de las personas; de tal suerte
que la inercia de una vida involuntaria y enfermiza pero dominante, nos ha obligado como
sociedad a compartir y perpetuar esos “preceptos no conscientes” que están colapsando a la
naturaleza y ahogando a la humanidad