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Anti-pensamientos.

Si nada escribo, es porque nada tengo que decir. Si nada digo, es porque nada
pienso. Confieso que a veces pienso en esa secuencia de infortunios
intelectuales. Quizá eso me salve, quizá eso me mantenga en pie. Si mi
corazón late, es porque no pienso mucho en su latir. Ahora creo que pienso,
pienso en destruir mi pensar, en pensamientos que intentan destruirse.

Ayer, tarde en la noche, lloré por mi padre. Pensé, en una primera reflexión
matutina, que aquellas lágrimas me excluían. Emanando de mi mirada,
ingratas, me olvidaban (o tal vez me obviaban) para concentrarse
estrictamente en mi padre. Con lo cual, pensé que lloraba exclusivamente por
él. Ahora vengo a descubrir que, emanando de mí, yo, proyección incompleta
de mi padre, era también su causa. Pero este descubrimiento, para nada
reconfortante pero que, no causando gracia, no causa horror, sucedió a las
lágrimas y a mi interpretación inicial. Por los hombres se llora por muchas
causas. O por los hombres nunca se llora. Quiero decir, el hombre, un hombre,
en su plenitud, escapa al pensamiento intempestivo de la tristeza. Lloramos
porque ella perdió la vida, porque él fue abandonado, porque ellos sufren. No
lloramos ni por ella, ni por él, ni por ellos. Yo no lloré por mi padre, lloré porque
sentí, cruel e ingratamente, que era un fracasado. Merezco el oprobio. Porque
la

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