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EVOLUCIÓN

RELATO DE NIÑEZ

Cuento de una niña Salvadoreño que emigra a temprana


edad a Los Estados Unidos de América y al cumplir
quince años regresa al Pulgarcito de América

Por: Msc. Roxana de Trigueros


Santa Ana, El Salvador, C.A.
17 de Octubre de 2016
EVOLUCIÓN
Por: Msc. Roxana de Trigueros
Santa Ana, El Salvador, C.A.
17 de Octubre de 2016

Nací el 24 de Septiembre de 1969 después de la guerra de las 100 horas.


Eso es lo que me dijo mi mamá. Hija ilegítima de un soldado de 22 años de edad.
Que muy traumado y loco regreso de la guerra a ver a una hija a la cual no quería
pero por la cual sentía cierta simpatía. Mi mamá era sirvienta de casa de ricos como
Los Battles, Los Menéndez, Castro, Los Álvarez, y Los Escalón. Lo que le pagaban
a duras penas alcanzaba para comprar comida y por supuesto que no para el bote
de leche que tenía que comprar para la bastarda que tenía en sus brazos a la cual
cuidaba su abuela. Cada quince días podía salir por dos días a ver a su familia. Eran
tiempos difíciles. Mi padre Jorge Alberto Martínez, enfermero de guerra, no me
ayudo en lo más mínimo. Aun así, mi madre lo demando ante la procuraduría de
pobres y gano el caso. Pero mi padre lo que hizo es dejar de trabajar en la fuerza
armada. Dijo que mejor se salía porque era peligroso y además no quería que le
descontaran la manutención mensual.
Mi nombre es Ana Ramírez y soy la hija ilegítima de Lidia Ramírez. Cuando
mi mamá perdió su trabajo, por chambres de una tía abuela, barajusto a buscar
trabajo y me contaba que por el Estadio Flor Blanca, en San Salvador, se paraban
todas las muchachas y ahí llegaban los ricos a buscar sirvientes. Las interrogaban
y preguntaban si sabían leer y escribir y les revisaban la dentadura. Mi mamá tenia
mala dentadura por lo tanto costaba que le dieran trabajo. Por fin, consiguió con los
Belismelis. Me gustaba que mi mamá trabajará ahí. Cada quince días recibíamos
su visita y cuando ella se iba aproximando a la casa todos mis primos y yo salíamos
corriendo a recibirla porque ella nos llevaba sobras de comida que los ricos ya no
querían. Era deliciosa. Además, recuerdo que a veces me llevaba a la mansión de
los Belismelis (la cual estaba ubicada a un costado del hospital San Juan de Dios y
la Constancia) y vaciaban la piscina. En el fondo de esta había juguetes con los
cuales yo jugaba. Por su puesto que el salario no le alcanzaba para el bote de leche,
ni mucho menos para la canasta básica y además pagar la renta del mesón.
Pasado el tiempo, como a los cinco años de edad solo recuerdo ver a mi
mamá llorar desconsoladamente. No comprendía lo que estaba pasando. La abrase
y la bese y le dije lo mucho que la quería. Ella respondió “Inocente, no sabes por
lo que estoy pasando. Pero por vos haré el esfuerzo. Me animas a seguir.”
Después de eso, lo que recuerdo es que ella se estaba vistiendo muy elegante y
preparando maletas. Le suplicaba a mi abuela que me cuidara y que ella le
correspondería monetariamente. Que al amanecer se iría para que no me diera
cuenta de su partida. Y así fue, en un abrir y cerrar de ojos ya no tenía mamá, solo
abuela. Vivíamos en un mesón, en Santa Ana, a tras de lo que era el hospital de
tuberculosis para niños, lo que hoy es el CRIO. En el mismo mesón vivía mi tía
María, hermana de mi mamá. Ella vivía con sus cuatro hijos, dos hijas y dos hijos,
uno adoptado. Su vida florecía a la par de su esposo alcohólico. Su nombre era
Emir Reinosa. Un vigilante del Banco de Reserva ubicado en el Centro de Santa
Ana. Era un hombre abusador, machista. Sin embargo, era muy responsable con
su hogar. A sus hijos nunca los desamparaba.

Llego el momento en que mi tía dejo el mesón porque su esposo había comprado
una casa en la Colonia Santa Marina, aquí en Santa Ana. Además como el terreno
era amplio construyo cuartos y uno de ellos fue ocupado por mi abuela y sus tres
nietos bastardos a los cuales cuidaba como hijos propios. Dos niñas y un niño rubio
cuyo padre era mexicano. Y vale la pena aclarar que mi primo nació en Los Estados
Unidos. Mi abuela lo requería porque era rubio. Lo consideraba un gringo y
nosotras éramos indias, guanacas. No teníamos gracia ni gran valor para ella. Por
cierto el nombre de mi abuela era Leona Vda. De Ramírez, una mujer muy sufrida
y trabajadora que sola crio a sus cinco hijos, ya que su esposo murió muy joven
dejándola sin nada.
Como mi tía quería mucho a mi abuela, convenció a su esposo Don Emir que
le permitiera vivir con ellos en uno de los cuartos que él había construido de adobe.
Y pues, así fue. Éramos más de diez personas viviendo en la misma casa a parte
de las visitas muy frecuentes de los familiares de Don Emir. Como el sueldo que
Don Emir recibía del Banco Central de Reserva no alcanzaba para mantener a su
familia, mi tía María decidió poner una tienda y echar tortillas para tener más
ingresos en el hogar. Para agradar y poder pagar la estadía ahí, mi abuela Leona,
decidió ayudarle a echar tortillas y hacer tamales los fines de semana. Aparte de
eso ponía frijoles para todos ellos. Iba al mercado Colón con ella y recuerdo que la
mercadería la traían en una carreta tirada por un hombre. Por lo general éste olía
a alcohol. La carreta venia llena de bultos de diferentes dueños. Se miraba alegre
el señor que tiraba de la carreta, en otras palabras siempre estaba borracho.
Así. Fuimos creciendo en esa casa donde los niños bastardos no valían nada
y la única persona que los podía defender era mi abuela que de vez en cuando
desaparecía y se escapaba a Tacuba un pueblo del Departamento de Ahuachapán.
Ahí vivía su compañero de vida, el secretario de la alcaldía de Tacuba, un hombre
generoso. Tanto así que compartía en ese entonces su lecho con dos hermanas.
Por si le queda alguna duda dormían los tres en la misma cama sin ningún problema.
Mi abuela sabia de esto y además sabía que era casado. Era algo complicada la
vida de Martin Vásquez, abuelo de una de mis primos con los cuales crecíamos
juntos. Me gustaba verlo llegar a la casa. Me gustaba la forma como mimaba a mi
prima Silvia Vásquez a demás procuraba hacerle cierto cariño a su otro nieto el
gringo José Vásquez. Pero su amor era La Silvia. Como él no era analfabeta como
mi abuela, le enseñaba a mi prima a leer y escribir, le daba consejos para la vida.
Era un buen abuelo. Solo que esto no duro mucho ya que él acostumbraba a
desaparecer y mi abuela le perdía la pista.
El hecho de cuando mi tía dejo a mis primos en manos de mi abuela es muy
simple. Simple y sencillamente no le aviso, no le dijo mamá aquí le dejo mis hijos y
espero mandarle mensualmente dinero. Solo los dejo abandonados y se esfumo.
Mi abuela se asustó, pero enfrento el problema como toda buena madre y decidió
criar a sus nietos como fuera posible. Es más ella pensó en que como mi mamá
mandaba mensualmente dinero con eso nos podíamos criar los cuatro y ahora que
no pagábamos renta sería más fácil.
Y así fue por un tiempo. Mi abuela empezó a comprar por letras muebles como
camas, roperos, cocina, juego de sala y lo necesario para vivir.
Mi prima Silvia y Yo estudiábamos en el Centro Escolar José Martínez, que
aún se encuentra ubicado en el Centro de Santa Ana, en El Salvador. Lo peculiar
de esta escuela es que es aún solo para niñas. Silvia, la Ana, mi otra prima hija de
mí tía María y yo, asistíamos a la misma escuela. Mi prima Ana era la mayor. Ella
ya estaba en noveno grado cuando yo comencé la escuela. La Silvia estaba en
segundo grado, era una niña muy inteligente al igual que la Ana. Yo, pues yo no
era nada inteligente ni aplicada. Era muy difícil para mí. El primer día de clase fue
complicado. Como nunca fui a kínder, por razones económicas, no sabía leer ni
escribir. La maestra estaba bien enojada cuando yo llegue al salón. Me ponía a
leer el Silabario o la manta y yo no podía. Como estaba bien asustada la miraba a
los ojos fijamente y ella me decía “Qué tengo en la cara escritas las palabras, tan
mal que me cae tener alumnos que no fueron a kínder.” Nunca la pude impresionar.
Ni idea tengo de como pase primer grado.
Lo que recuerdo bien es el trauma que llevaba a la escuela, una violación. A
los cinco años fui violada por Don Emir, el padre amoroso, violento, borracho y
machista, dueño de la casa donde vivíamos. Tenía miedo de hablar. Tenía miedo
de que me echaran de casa. No tenía donde vivir. No tenía más familia. Me iban
a pegar, no me creerían y me culparían ya que yo casi siempre tenía la culpa. Tenía
vergüenza, pena de lo que estaba pasando. A quién le decía y dónde encontraría
consuelo? El violador me seguía por toda la casa y yo corría y decía malas palabras
para llamar la atención de mi abuela de mi tía para salvarme. Vivía un infierno.
Como no rendía en los estudios, mi abuela me ponía de ejemplo a la Ana y
a la Silvia. La Ana, la hija preferida de don Emir, una niña muy aplicada. Era tan
inteligente que en menos de quince minutos se podía aprender de memoria tres
páginas de discurso. Y mi prima la Silvia, también una de las favoritas de Don Emir,
se sentaba en las piernas de este señor y leía el periódico La Prensa. Le gustaba
leer las noticias. Todos comentaban en lo mucho que Don Emir quería a mis primas.
Que agarrara el ejemplo. ¿Qué por qué no podía ser como ellas? Además de eso
mi prima la Silvia, se quedaba a dormir en la misma cama que Don Emir. En la
mañana mi tía María lo encontraba abrazando profundamente a la niña. Esto era
cuestión de alegría, pues Don Emir la quería mucho y por supuesto la respetaba.
Así iban pasando los años. Un día mi abuela pego un grito cuando abrió la
puerta de la cocina de la casa de mi tía María. Encontró a Don Emir bajándole el
calzón a una pequeñita que salía a vender plátanos en la colonia. Cuando mi tía
María escucho el alarido, todos salimos a ver. Sinceramente yo no comprendía que
estaba pasando. Mi abuela comentaba lo que vio y que él estaba abusando de la
niña. Que era un bárbaro. Mi tía María por supuesto que desmintió todo. Y defendió
a su esposo a capa y espada. No recuerdo en que termino esto.

Después de unos años mi abuela estaba bien enojada cuando mi prima la Ana le
leía una carta que acababa de mandar mi mamá y donde le decía que tendría un
nuevo hijo y que ya no le podría mandar más dinero, no la cantidad que siempre
mandaba. Fue difícil para mi abuela ya que de nuevo no había dinero para mantener
a tantos nietos. Me miraba con angustia y enojo y me decía que ya tenía a un
padrastro. Cuando escuchaba la palabra padrastro me imaginaba a un ogro
déspota, como en los cuentos de hadas. Me asustaba esa idea. Bueno, pero aún
así estábamos sobreviviendo.
Durante esos años mi padre Jorge Alberto Martínez me visitó como en cuatro
ocasiones. Le tenía miedo. Odiaba que me cargara en sus brazos, estaba muy
borracho y no lo quería para nada pues nunca tuve un padre. Bolo me dejaba entre
dos a tres colones. Los ocupaba para comprar alcancías de frutas como enormes
artesanías de Mangos y Aguacates, además compraba dulces o chicles. En mi
pobreza era feliz jugando con mis primos y primas. A mi primo mayor, Emir (hijo
de Don Emir), le gustaba jugar a tirarnos piedras con su resortera. Nosotros nos
escondíamos pero siempre nos pegaba con las piedras. En otras ocasiones
jugábamos con hojas de huerta y envolvíamos piedras y las amarrábamos como si
eran tamales. En el patio recogíamos fuego y en un bote de leche CETECO,
cocinábamos fideos con agua, sal y tomate. Después nos tomábamos la sopa.
De repente, como en 1978 vi como mis primas mayores se involucraban en
política. Ellas hablaban de huelgas en la fábrica LA CONTEXSA, donde trabajaba
la Carmen (la hija mayor de Don Emir). No les querían aumentar y no tenían
prestaciones ni derechos. Entonces empezaron a formar un sindicato. Era una
fábrica de tela de mezclilla para blue jeens. Los dueños de las fábricas decidieron
cerrarla y no indemnizar a nadie ni pagarles los últimos meses. Mi otra prima la
hermana de la Carmen, la Luisa estudiaba en la Universidad Nacional en San
Salvador (Universidad de El Salvador). Ella era muy astuta. Solo buenas notas se
sacaba. Una vez la Luisa andaba muy desesperada que necesitaba cien colones
porque un compañero de estudio andaba vendiendo un examen sacado del
escritorio del Dr. que les daba clases. Para no cansarlos, consiguió el dinero y se
sacó 10 en el examen. Ella estudiaba 5 años de medicina. Entre 1980 a 1984 la
Universidad de El Salvador cerró sus puertas y además como la Luisa se involucró
mucho con la guerrilla el escuadrón de la muerte la andaba buscando y le toco que
emigrar a Los Estado Unidos de Norte América. Ella lo hiso con la esperanza de
poder regresar a terminar su carrera. Una vez allá fue otra historia.
De repente, regreso mi mamá con su hijo, mi querido hermano Miguel
Padilla. Era apenas un niño de un año de edad. Lo más importante es que mi
mamá me quería llevar a los Estados Unidos y yo me quería ir. Ya no soportaba
el infierno. Mi abuela lloró mi partida. El trayecto hacia el norte fue tranquilo. Al
llegar a Mexicali nos detuvimos un poco y mi mamá empezó a buscar coyotes
para que nos pasaran. Mi padrastro mando a un matrimonio para que pasaran a
mi hermano pero como ellos no tenían hijos pequeños no se animaron y en vez
me pasaron a mí como su hija. Me llevaron al apartamento donde vivía mi mamá
con mi
padrastro. Él se enojó porque esperaba que pasaran a mi hermano y no a su
entenada. Pero como ya estaba hecho le toco que pagar. Me miraba con recelo y
me interrogaba: Qué a quién me parecía? Cosas sobre mi papá y mi vida en el
Salvador. Para entonces yo tenía ocho años. Después, pasaron a mi hermano y a
mi mamá. Y todo estaba bien por algún tiempo.
Al nomás llegar le conté a mi mamá lo que me había pasado. Ella se asustó
mucho. Inmediatamente hablo por teléfono a El Salvador y ahí nadie le creyó y
dijeron que yo era una mentirosa e inventaba todo. Y hasta la fecha me tienen como
calumniadora. Luego empecé a crecer y el apartamento donde vivíamos era bien
pequeño. Me sacaban a jugar para que mi mamá y mi padrastro tuvieran privacidad.
No me gustaba estar en la calle. En ocasiones no había con quien jugar y estaba
sola. Me portaba bien malcriada y mi abuela vino a visitarnos de mojada y se trajo
con ella a mi prima Silvia y al gringo José. Se los entregó a mi tía Blanca para que
ella se hiciera cargo ya que en todos esos años nunca les ayudo monetariamente
aun cuando le pasaban Welfaire por mi primo José.
Mis primos José y la Silvia sufrieron mucho con mi tía Blanca. Ella no los
quería. Mi primo se hiso miembro de la mara 18 y mi prima era Chola. Pero ella se
salió a tiempo. Hoy es capitana de la fuerza armada de Los Estados Unidos.
Trabaja en servicios secretos. Gana bien y tiene una buena vida y familia. A mi
primo José, no le fue muy bien. A los siete años fue su primera visita a la cárcel
por hurtar en una liquoreria. Después a los ocho, y a los nueve y es de nunca
acabar. Hasta la fecha esta en la cárcel. Sale en Febrero de 2017. Tiene 45 años
y jura que al salir ya no regresara a la cárcel. Tiene planes de casarse con una
enfermera que lo visita en la cárcel y que tiene una niña autista a la cual mi primo
quiere como si fuera su hija.
Cuando mi abuela llevo a mis primos tuve la oportunidad de regresar a El
Salvador. No quería pero no podía, no tenia el corazón y el valor de decirle a mi
abuela que se viniera sola y que viviera sola. Era una mujer de setenta y nueve
años. Opte por regresar. Como mi mamá no tenia dinero para comprarnos los
pasajes trabaje por dos años en un Swapmeet en Campton California. Entraba a
las cinco y media y salía a las cuatro de la tarde. Me gustaba. Trabajaba vendiendo
ropa con unos árabes. Eran muy buenas personas. Con le daba todo el dinero a
mi abuela y compramos un televisor y nuestros pasajes de regreso. El Salvador
aún estaba en guerra. Era 1984 y aunque parezca ridículo me sentía segura ya que
Don Emir había muerto de cáncer. No no corría peligro. Sabia que era un gran
cambio en mi vida pero lo necesitaba. No me sentía parte de nada con mi mamá.
En repetidas ocasiones me decía que no servía para nada y que estarían mejor sin
mí.
Al llegar a El Salvador, todo salió como yo esperaba. Estudiaba con el afán
de regresar y que todo fuera diferente. Pero ya nunca pude volver.

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