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Los peligros y la conquista de las alturas eran su gran desafío y su meta era
conquistar las cimas más altas.
Desde muy pequeño tenía un gran sueño, llegar a la cima del Monte Everest.
Este sueño lo llevó a prepararse durante muchos años y cuando creyó saberlo
todo y se sintió preparado para la gloria, decidió lanzarse a la aventura.
Hasta aquí todo estaba bien, solo había un gran problema, este tipo de desafíos
debe realizarse en grupos de por lo menos cuatro personas, especialmente la
escalada del monte Everest, que es de las más difíciles del mundo.
Pero Juan era un tipo muy orgulloso y quería toda la gloria solo para él, así que
decidió escalar sin ningún tipo de compañía y así cumplir su deseo de figurar en
el libro de los record.
Una mañana muy fría, cuando todavía no había salido el sol, con pasos muy
firmes como un verdadero profesional, comenzó el ascenso. Todo transcurría
muy normal y Juan ya se imaginaba sus fotos en las primeras planas de los
diarios de todo el mundo.
Juan estaba asustado y gritó varias veces pidiendo auxilio, pero solo escuchaba
su propia voz, por el eco de la montaña.
Cuando todo parecía perdido, se encomendó a Dios y gritó con todas sus
fuerzas: Señor....Sálvame....Señor...Sácame de aquí...
Juan, escuchó con atención lo que Dios le había dicho, pero dudó y en lugar de
cortar la soga, se aferró a ella durante el resto de la noche.
Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios; pero había
apostatado, y se había entregado a la avaricia; no obstante, aun profesaba servir
fielmente al Altísimo. No ignoraba la obra de Dios en favor de Israel; y cuando
los mensajeros le dieron su recado, sabía muy bien que debía rehusar los
presentes de Balac, y despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con
la tentación, pidió a los mensajeros que se quedaran aquella noche con él, y les
dijo que no podía darles una contestación decisiva antes de consultar al Señor.
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Por segunda vez Balaam fue probado. Pero anhelaba acceder al ruego del rey; y
aunque ya se le había comunicado la voluntad de Dios en forma definitiva, rogó
a los mensajeros que se quedaran, para que pudiese consultar otra vez a Dios,
como si el Infinito fuera un hombre sujeto a la persuasión.
Cometió el error de disfrazar que él quería la voluntad de Dios, “ya les dije que
no, pero déjenme ir a hablar con el jefe otra vez a ver si cambia de opinión”. El
Señor sabe, pero el enemigo sabe, y tú sabes. Disfrazamos en nuestro supuesto
deseo de hacer lo que Dios quiere que hagamos, cuando en verdad queremos
hacer lo que nosotros queremos y luego queremos manipular a Dios para que él
se acomode a nosotros.
somos tan porfiados como balam, Dios nos habla en determinada situacion ,o en
alguna peticion ,y su respuesta NO nos satisface.
FINAL DE LA MALDAD
2 PEDRO 2:15-16
No sé si sabes cuál fue el fin de Balaam. Murió a espada en una guerra de Israel
contra Madián (ver Núm. 31:8). Pero mucho antes de su muerte, ya habían
muerto sus principios.
CONCLUSION
¿Qué le estás pidiendo a Dios en oración? La historia de Balaam nos enseña que
cuando sabemos claramente cuál es nuestro deber, no necesitamos orar a Dios
para que nos diga qué hacer. Lo que necesitamos es pedirle fortaleza y valor para
llevar a cabo lo que ya sabemos que tenemos que hacer.
¿Puedes ahora mismo pedir la bendición de Dios para algunas de las cosas que
estás haciendo (en tu vida privada, tus estudios, tus relaciones sentimentales, tus
actividades de recreación).
Es cosa peligrosa albergar en el corazón un rasgo anticristiano. Un solo pecado
que se conserve irá depravando el carácter, y sujetará al mal deseo todas sus
facultades más nobles. La eliminación de una sola salvaguardia de la conciencia,
la gratificación de un solo hábito pernicioso, una sola negligencia con respecto a
los altos requerimientos del deber, quebrantan las defensas del alma y abren el
camino a Satanás para que entre y nos extravíe. El único procedimiento seguro
consiste en elevar diariamente con corazón sincero la oración que ofrecía
David: "Sustenta mis pasos en tus caminos, porque mis pies no resbalen." (Sal.
17: 5.) [483