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Cómo Leemos en La Era Digital Nos Está Cambiando El Cerebro
Cómo Leemos en La Era Digital Nos Está Cambiando El Cerebro
Wolf culpa a internet de habernos hecho perder “la paciencia cognitiva” que
antes nos permitía leer novelas más largas “y comprender niveles más
profundos”
“Uno de los efectos de lo digital es que leemos más”, añade Lasén. “Con los
móviles leemos continuamente comentarios de otra gente de forma
fragmentada y apresurada”. Sin embargo, apunta esta socióloga que esta lectura
en redes sociales no es justo compararla con la lectura que antes de internet se
hacía de un libro. Las redes sociales y las secciones de comentarios de los diarios
son más comparables con la oralidad que con libros o periodismo impreso.
Los Whatsapp que mandas están sustituyendo a conversaciones orales más que
a otros ratos de lectura. “Hay que tener cuidado con qué actividades estamos
comparando”, afirma Lasén. “No tiene nada que ver leer una novela en tu cuarto
con levantarte por la mañana y entrar en Facebook. Con internet ha surgido un
nuevo tipo de lectura, la que hacemos al comentar los periódicos online, que es
una mezcla de oralidad de comentarios que antes hacíamos en alto”.
El estadounidense promedio lee el equivalente a 34 gigabytes juntando todos los
dispositivos que mira, es decir, unas 100.000 palabras por día
Que en la era digital leemos más de lo que nunca, pero de forma distinta, Wolf
lo reconoce en su libro y cita un importante estudio reciente según el cual el
estadounidense promedio lee el equivalente a 34 gigabytes juntando todos los
dispositivos que ojea, es decir, unas 100.000 palabras por
día. “Desafortunadamente, esta forma de lectura rara vez es continua, sostenida
o concentrada; más bien, el promedio de 34 gigabytes equivale a una explosión
espasmódica”, escribe Wolf.
No todos los expertos están de acuerdo con esta visión catastrofista. “Muchos de
los estudios que se están haciendo están bastante sesgados”, advierte Salvador
Martínez, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Miguel
Hernández y el CSIC. “Antes un niño que no leía, no leía nada de nada. Ahora
los niños que no leen también están leyendo continuamente sus Whatsapp, sus
redes sociales y webs. Eso sí, se acostumbran a lenguaje sencillo y breve. Y
cuesta más llevarlos a textos largos. Pero eso no sé si es bueno o malo. Dejarnos
de circunloquios puede ser bueno. Lo malo no es la brevedad, sino no tener
mucho vocabulario porque esa carencia sí que limitará el pensamiento”.
Las personas que leen novelas de ficción tienen menos tendencia al deterioro
cognitivo
“El cerebro humano tiene capacidad de focalizar atención en una sola actividad,
es una de las ventajas evolutivas de nuestra especie”, explica García Ribas para
advertir del riesgo de las interrupciones constantes. “Los animales no son
capaces de concentrarse en una sola cosa, en cuanto hay un estímulo externo ese
les distrae de lo anterior porque su supervivencia puede depender de ello. Los
humanos tenemos la ventaja de que nuestro cerebro es capaz de trabajar con
múltiples estímulos a la vez y podemos focalizar la atención y priorizarla”. Y
advierte: “Con las interrupciones constantes de mensajes y notificaciones
estamos poniendo a prueba esa capacidad de focalizar nuestra atención y, si
cada vez que hay un Whatsapp no somos capaces de priorizar lo que estamos
haciendo, estamos dando la respuesta más cercana al reino animal. Lo más
humano sería ser capaces de priorizar y esperar al momento oportuno”.
El fin de la paciencia
Si dejamos de pensar lo que hacemos y echamos instintivamente mano al móvil
cada vez que se ilumina estamos siendo un poco más animales. “Yo no detecto
que mis estudiantes tengan problemas de atención, sino que la interrupción
gana a la concentración”, afirma Celia Andreu-Sánchez, investigadora en
neurociencia Neuro-Com Research Group de Universitat Autònoma de
Barcelona. “Si eliminas la interrupción, es decir, si quitas el móvil de encima de
la mesa, por mucho contenido en pantallas que estén viendo, cuando se pongan
a estudiar se concentrarán sin problemas”.
Andreu-Sánchez no cree que pasar mucho tiempo delante de una pantalla
disminuya nuestra capacidad de concentración. Todo lo contrario. Según una de
sus últimas investigaciones, que mide el parpadeo como termómetro de la
atención, prestamos más atención al ver algo en una pantalla que a ver lo mismo
en la realidad. Claro, que el experimento medía la atención a una historia de tres
minutos. Los estímulos en una pantalla nos atrapan más pero durante un breve
espacio de tiempo.
“Solo tener el teléfono visible en la mesa donde estamos trabajando o leyendo
baja la productividad entre un 17% y 30%”, explica Lluis Martínez Rives,
profesor de Neuromárketing de Esade. “Si, además del libro, en el campo visual
tienes el móvil, aunque no esté recibiendo notificaciones en ese momento, está
demostrado que baja tu productividad. Da igual que esté en silencio,
simplemente la noción de que algo puede llegar de un momento a otro ya está
mermando la concentración. Y cuando suena o se ilumina eso arruina la
concentración y hay que volver a empezar. Lo que intentas conseguir, ese estado
de flujo en el que cuando lees te olvidas del mundo y no te cuesta esfuerzo
hacerlo porque estás concentrado, es muy difícil en un entorno de estímulos
externos constantes”.
Lo primero, según Wolf, es prestar más atención a lo que leen los pequeños. A
los niños, insiste esta neurocientífica en la importancia de enseñarles a leer de
manera profunda y concentrada. Por eso sostiene que es mejor leerles libros en
vez de enchufarlos a un iPad para entretenerlos mientras el adulto puede estar
mirando su propio móvil. Doble error. Lo primero porque frente a una pantalla
táctil el niño rebosa alternativas a un clic que torpedean su capacidad de
aprender a concentrarse en una sola cosa y, segundo, por el ejemplo que le está
dando el adulto. No se trata tanto de prohibir pantallas como de asegurarse de
que existe un rato concentrado exclusivamente en la lectura.
Sin embargo, las ganas de leer, reconozcámoslo, se encuentran con otro escollo
que no tenía en épocas anteriores: la sensación de nunca tener tiempo para
nada. “Habría que guardarse unas horas para uno mismo, para cerrar las
fuentes de estímulos y dejar los dispositivos en otra información”, recomienda
Martínez Rives. “Hay que hacer una autocontención de estímulos externos.
Cuanto más informado quiero estar menos profundizamos y peor es el
resultado. Cada vez más gente dice que le falta tiempo, porque el número de
cosas deseables para leer o para ver es tan alto que la lista de deseos es
inabarcable. Esto genera una frustración”.
Hay técnicas para que las tecnologías que nos facilitan la vida no se acaben
volviendo contra nosotros. “Cada vez que bajas una app por defecto tienes que
decir que no aceptas notificaciones”, recomienda Martínez Rives. “Dejar de
estar sometido a interrupciones constantes hará que te cueste menos lo que
tienes que hacer, ya sea leer una novela o cocinar unos macarrones. ¿Por qué
voy a tener que recibir los mensajes cuando quiere el que lo envía? ¿No tendrá
más sentido recibirlos cuando yo quiero? Podemos bajar mucho el ruido que nos
distrae”.
Antes leer era una fuente de entretenimiento primordial para el que quería
adentrarse en una obra de ficción y cada vez es mayor la competencia. “Hay que
pensar en qué alternativas de ocio tenemos para pasar el rato”, dice Lasén.
“Incluso para aprender algo antes pasaba necesariamente por leerlo en un libro,
aunque fuera de recetas, ahora puedes aprenderlo en tutoriales en Youtube. El
incentivo a leer es menor”.
Los buenos lectores no solo son los que saben leer, también tiene mucho que ver
con el hábito de lectura. Para explicarlo Enrique Villalba recuerda lo que decía
Pedro Salinas en El defensor cuando el poeta distinguía entre lectores
y leedores: “El lector es el que es capaz de poner interpretación, contexto y crear
un mundo propio”, recuerda Villalba. “Para eso hay que tener tiempo y
reflexión, para interpretar. Y no es fácil en un mundo que vive tan deprisa y
sobreestimulado. El leedor es el que es capaz de leer, recupera el texto de forma
pragmática pero ahí no hay una interpretación ni una apropiación imaginativa”.
Faltan nuevos formatos por llegar que seduzcan más al lector. Esto no ha hecho
más que empezar”, afirma Enrique Villalba
Para no perder al lector que llevamos dentro, en el sentido que Salinas daba a la
palabra lector, necesitamos desarrollar lo que Wolf llama el cerebro
“biliterario”, es decir, compaginar diferentes niveles de lectura. El estilo
“saltamontes” que va de un sitio a otro digiriendo rápidamente una lectura en
diagonal de aquí y allá tan habitual (y necesaria) en el mundo digital no debería
ser incompatible con la lectura reflexiva y profunda.
Aunque si usted ha llegado al final de este artículo de 3.211 palabras, quién sabe,
puede que el libro de Wolf se equivoque. Tal vez los buenos lectores no hayáis
cambiado tanto.