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ESTUDIO DE LA TENTACIÓN:

 Es una solicitación, una instigación o estimulo, ya sea interior o exterior, para cometer
algún pecado.
 Puede provenir bien de nuestra propia concupiscencia, bien de las sugestiones de este
mundo o del demonio. Génesis 3: 1-4…2Corintios 2:11.
 La tentación no es en sí un pecado, si es que nosotros no lo hemos buscado u ocasionado
consiente y voluntariamente, ni consentimos con ella cuando se presenta.
 Y aunque dure mucho tiempo o toda la vida, no habiendo consentimiento, no hay
culpabilidad.
 El Señor Jesucristo mismo permitió que el enemigo lo tentase, sin duda alguna para
enseñarnos y animarnos a vencer las tentaciones. Mateo 4.
 Ni la tentación ni la delectación -deleite…complacencia deliberada en un objeto o
pensamiento prohibido, sin ánimo de ponerlo por obra- involuntarias son en si mismas
pecado…pues es imposible que dichas tentaciones manchen el corazón en tanto que
tengamos una firme resolución de ser del todo de Dios…Mateo 22:37; Romanos 11:36.
 Es imposible vivir en este mundo sin experimentar tentaciones porque, aunque
viviéramos solos, el espíritu maligno nos acompañaría siempre rodeándonos y
poniéndonos asechanzas…1Pedro 5:8.
 Donde quiera que vayamos ha de acompañarnos siempre nuestra concupiscencia que es
el germen principal de nuestras tentaciones…Santiago 1:14.
 Con todo, no debemos entristecernos ni decaer en ánimo porque:
1- Dios nos prometió asistirnos con su gracia, conforme al grado en que nos veamos
tentados…
2- Por la gran utilidad que puede representar el ser tentados…2Corintios 10:12.
3- Porque en ellas uno es: humillado (al reconocer que somos débiles y nos hacen
vivir prevenidos), purificado (al rechazarlas demostramos nuestro temor a Dios) y
enseñado (al compadecer y tratar benignamente a nuestros prójimos) …Mateo
22:39.
4- Sirven para que nos acordemos más de Dios acudiendo a ÉL en demanda de ayuda
y socorro…Salmo 121:1; Job 11: 13-15.
5- Para engendrar en nuestro corazón disgusto y desapego al mundo…
¿Cómo podemos demostrar nuestro amor y nuestra fidelidad a Dios si no se viera combatida
ni puesta alguna vez a prueba mediante la tentación? ...si el Señor lo permite no es para
perdernos, pues grande es SU amor…sino para probarnos y darnos ocasión de merecer y
otorgarnos con creces el premio a la victoria…Santiago 1:12.

Notas:
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Concupiscencia

En la teología cristiana, se llama concupiscencia a sentir deseos (o exceso de deseos) no gratos a Dios.


De acuerdo con su etimología de concupiscentĭa, de cupere ( 'desear' en latín, reforzado con el
prefijo con) se refiere a la propensión natural de los seres humanos a mantener relaciones sexuales, 1 y a
partir de ahí a obrar el mal, como consecuencia del pecado original. Sonrisa concupiscente: con valor
para obrar mal.
La especial insistencia de la enseñanza moral cristiana en centrarse en las cuestiones de conducta
sexual, ha producido un cierto sesgo en el significado, dotándolo de ese contenido que se observa en
expresiones como «miradas concupiscentes». Sin embargo, el concepto es más general y atañe a todas
las dimensiones de la conducta. Según el Diccionario de la lengua española  (de la Real Academia
Española) la concupiscencia es, "en la moral católica, deseo de los bienes terrenos y, en especial, apetito
desordenado de placeres deshonestos".2
Por lo general, en la lengua castellana el término es aplicado a enseñanzas morales católicas, pero cabe
destacar que es un término bíblico y, por ende, más propio del cristianismo en general que
exclusivamente católico.
En su sentido más general y etimológico, concupiscencia es el deseo que el alma siente por lo que le
produce satisfacción, "deseo desmedido" no en el sentido del bien moral, sino en el de lo que
produce satisfacción carnal; en el uso propio de la teología moral cristiana, la concupiscencia es un
apetito bajo contrario a la razón. Aquí apetito quiere decir inclinación interna, y la referencia a la razón
tiene que ver con la oposición entre lo sexual y lo racional, no con el uso común de la palabra razón. El
objeto del apetito sensual, concupiscente, es la gratificación de los sentidos, mientras que el del apetito
racional es el bien de la naturaleza humana, y consiste en la subordinación de la razón a Dios. En la
práctica se llama apetito al apetito sensual, o concupiscente, y razón al apetito racional así entendido.
Aclaración: hay una distinción, como suele suceder con muchas palabras. La
palabra concupiscencia tiene dos acepciones que son, por un lado, la tendencia a pecar y, por otro, que
va más ligada a los "impulsos", que al estar la persona humana herida por el pecado original. Estos
impulsos ya no son siempre buenos, es decir, habría una tendencia a hacer el bien, natural en cada uno
de nosotros, pero también una tendencia a no hacer el bien, o sea, a realizar lo que está mal, contrario
a la Razón o Logos, esto es, contrario a Dios y Su Voluntad, y estos últimos dicen que concupiscencia
sería tanto la tendencia a obrar el mal como a obrar el bien; sería la tendencia natural de hacer de cada
ser humano, desde el punto de vista cristiano, herida por el pecado. Por ello debemos ser regidos por la
prudencia (la razón humana), debiendo estar ésta iluminada por la fe, que significa, obedecer a una
razón más alta que la de todos nosotros, el Logos, como dice Juan en el capítulo 1, o la luz de la fe.
Resumiendo: concupiscencia como tendencia a pecar, y concupiscencia como tendencia (natural) tanto
a obrar bien como a obrar mal o pecar. (Fuente: teología moral cristiana y católica.)
Se distingue entre concupiscencia actual, que son los deseos desordenados, y concupiscencia habitual,
que es la propensión a sentir esos deseos. La concupiscencia no es, en la moral cristiana y
conscientemente también en la católica, un pecado, sino que es la inclinación a cometerlo (es decir,
como madre de este). En la fe cristiana (católica o no) se identifica con la madre del pecado (en algunas
Biblias "protestantes", para diferenciar de las católicas [más de una también] dice literalmente: "da a luz
el pecado", no que sea el pecado en sí, sino que lo engendra, como una madre engendra a un hijo; así
también el Magisterio de la Iglesia Católica enseña que es una inclinación a pecar). En la Biblia está
escrito en la Carta de Santiago 1,13-15 (capítulo 1, del versículo 13 al 15):
Nadie, al ser tentado, diga que Dios lo tienta: Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie,
sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que lo atrae y lo seduce. La concupiscencia
es madre del pecado, y este, una vez cometido, engendra la muerte.
Esto tiene que ver con las distintas interpretaciones del pecado original, que para la mayoría de los
teólogos del cristianismo evangélico actual, como para los protestantes del siglo XVI, corrompió la
naturaleza humana de manera absoluta, aún la Biblia de Jerusalén (católica) dice en Romanos 3:12 que:
Todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno."
Romanos, 3 - Bíblia Católica Online Leia mais em:https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-
jerusalen/romanos/3/, esta naturaleza, hasta entonces inclinada al bien, fue totalmente corrompida;
ahora bien, para los católicos apostólicos ortodoxos y romanos privó a los hombres del don que hasta
entonces compensaba la propensión de la naturaleza humana, desde su mismo origen, hacia el mal,
esto es, hacia la concupiscencia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el 418:
"[...]la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales,
sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación
al mal es llamada "concupiscencia"). [...]"
La inclinación al mal del bautizado es explicada de diferente manera por católicos apostólicos
ortodoxos, coptos y romanos, por una parte, y los cristianos evangélicos, por la otra, los que desde el
movimiento iniciado por Martín Lutero, excatólico, a los que se han denominado genéricamente, en el
mejor de los casos, como protestantes, siendo él, el propio Lutero y otros, los que con una libre*
interpretación, ya no la de los ancianos (presbíteros) católicos, sino *una nueva derivada de procesos de
revisión hermenéuticos y exegéticos del texto bíblico, independientes a la tradición de la Iglesia Católica
hasta ese tiempo, encontraron diferentes fondos de contenido en el mismo texto bíblico. Para la Iglesia
Católica Apostólica Ortodoxa y Romana, por el Bautismo Dios perdona al cristiano todos sus pecados,
aunque permanecen como dice el mismo punto 405 pero la segunda parte esta vez: "El Bautismo,
dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original... pero ¿Limpia el bautismo en agua los
pecados? No. La Biblia enseña que solo la sangre derramada de Jesús puede limpiar nuestros pecados
(Romanos 5:8, 9; 1 Juan 1:7). Pero si queremos obtener los beneficios de su sacrificio, debemos tener fe
en Jesús, cambiar nuestra manera de vivir para seguir sus enseñanzas y bautizarnos (Hechos 2:38;
3:19) ...y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al
mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual."; así que no recupera el don perdido,
igual que no recupera la inmortalidad corporal, que si bien no era parte de la naturaleza propiamente
humana antes del pecado de los primeros padres, sí se ha considerado como una gracia especial de la
que gozaban los primeros padres Adán y Eva. Esta gracia de la inmortalidad se perdió como castigo a
su pecado. Por otro lado, los cristianos evangélicos o protestantes (no las sectas que surgen de
interpretaciones privadas y no pasadas por una metodología hermenéutica y exegética rigurosa), como
generalmente, aunque muchas veces de manera peyorativa, se les conoce, consideran que el Bautismo
debe ser una decisión personal, consciente, debidamente razonada e interiorizada, como consecuencia
de la aceptación de que se ha pecado, se ha puesto una barrera que impide una relación verdadera y
restaurada con Dios (ahí el llamamiento al arrepentimiento de Juan el Bautista), la que solamente es
posible a través del nuevo nacimiento en Cristo Jesús, que es representado por el acto del bautismo en
agua. Lo anterior, como consecuencia de un genuino y personal arrepentimiento por la vida de pecado
a la que TODOS en el mundo somos involucrados, nuevamente en referencia (Romanos 3:12), muchas
veces con idearios artificiosos, situación que es parte de la corrupción generalizada del mundo, como
asegura la Biblia en la cita antes mencionada, una vez que dejamos de ser niños ingenuos (lo que
desafortunadamente está sucediendo cada vez con mayor rapidez por el acceso indiscriminado a la
información de todo tipo). Esta visión del Bautismo tiene su sustento en el hecho bíblico de que ningún
niño pequeño, menos aún un bebé, fue jamás bautizado en la Biblia; eso, por el simple hecho de que
estando en inocencia infantil, aún no sea ha pecado, a esta verdad se refiere nuestro Señor Jesucristo en
Mateo 18:1-4 (Capítulo 18, versículos del 1 al 4). Inclusive, en el versículo 5 hace un símil entre la
inocencia de un niño y la suya propia, cuestión que es totalmente separada del pecado original, si bien
este último es el origen de todo el mal en el hombre. Es en este sentido que el Bautismo es considerado
como necesario para la salvación, aunque algunas visiones más liberales consideran que el nuevo
nacimiento en Cristo puede darse sin que suceda el bautismo en agua, siendo que éste sólo viene a
reafirmar el compromiso de una vida nueva. Pero todos están de acuerdo en que la concupiscencia no
desaparece con el bautismo, tanto cristianos católicos como evangélicos coinciden en que esa es una
lucha espiritual que ha de librarse entre el nuevo hombre y el antiguo, una lucha que ha de seguir
durante todo el tiempo de nuestra vida en la carne.

Referencias[editar]

1. ↑ Santamaría Hernández, María Teresa (2018).  «Concupiscentia», en Diccionario Latino


de Andrología, Ginecología y Embriología desde la Antigüedad hasta el siglo XVI (DILAGE) .
Roma - Turnhout: Brepols. pp. 157.
2. ↑ Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua
Española (2014). «concupiscencia». Diccionario de la lengua española  (23.ª edición).
Madrid: Espasa. ISBN 978-84-670-4189-7.

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