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ESPACIO PARA

SER HOMBRES
Una interpretación de] mensaje
de la Biblia para nuestro mundo

JOSE MGUEZ BONINO

SIERRA NUEVA
Cnráluln:

Rodolfo Campodónico

Primera Edición: Agosto 1975

Todos los derechos reservados.


© TIERRA NUEVA S.R.L.
Avda. P. Roque Saénz Peña 628,
(entrepiso) of. 2.
BUENOS AIRES - República Argentina

Distribuidores exclusivos
para América Latina y España:

SIGLO XXI ARGENTINA EDITORES S.A.


Perú 952
Buenos Aires. Argentina.

Derechos reservados conforme a 'a Ley 11.723


Impreso en Argentina.
Printed in Argentina.
INDICE

Prefacio

Capítulo I
SOLO U N A T E O P U E D E SER B U E N C R I S T I A N O
¿Por qué hay ateos?
Para ser c r e y e n te hay que abandonar los dioses
El D i o s que no está solo
P o d e r o s o pero no tirano
T e m a s d e R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas
preguntas)
Mal y libertad
C r e y e n t e s que no creen
El D i o s c e l o s o
¿ C ó m o saber?
C a p í t u l o II
¿ E X I S T E EL H O M B R E ?
A p o g e o y fin del h o m b r e
Imagen de Dios
El hombre: un p r o y e c to en c a m i n o
¿Pecado?
Libertad para recomenzar
Temas de Reflexión ( c o m e n t a n d o algunas
preguntas)
Iglesia y h u m a n i z a c i ó n
Humanidad y política
Hombre y Cosmos
P e r f e c c i ó n y madurez

C a p í t u l o III
¿HAY U N A V I D A A N T E S D E L A M U E R T E ?
A h o r a es el m o m e n t o ,
¿Pero hay realmente una vida?
El amor no dejará de ser
No se puede hablar en singular del amor
T e m a s d e R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas
preguntas)
Las imágenes de la vida futura
Cielo e infierno
Amor y conflicto.
C a p í t u l o IV
¿HAY A L G U N A S E G U R I D A D ?
Una apuesta . . .
. . . certificada por una vida
D e s a f í o y consuelo
T o d o comienza en el perdón
Temas de R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas
preguntas)
Seguridad y riesgo.
"El misterio del bien"
C o n s u e l o sin d e s a f í o
PREFACIO

El marco original de estos capítulos fueron unas


charlas públicas ofrecidas en el salón de una congrega-
ción protestante del gran Buenos Aires. Fueron conce-
bidas como un intento de ofrecer, para la reflexión de
quienes profesan la fe cristiana y quienes no lo hacen,
una interpretación del significado de esa fe. No se
esperaba dar una "palabra definitiva", sino invitar a la
reflexión y la búsqueda. Por consiguiente, tras una
breve exposición, el auditorio se dividía en grupos para
la discusión y profundización de las cuestiones suscita-
das y luego se volvía a retomar esos temas en común.
La presentación impresa sigue el desarrollo de esas
reuniones. No he retocado -excepto por algunas obvias
correcciones de errores sintácticos o gramaticales pro-
pios de una presentación espontánea- el estilo de las
charlas. El lector sabrá disculpar las imprecisiones o
repeticiones inherentes a la forma oral. Por esa misma
razón, más bien que incorporar los temas de reflexión
en el cuerpo de cada capitulo los he dejado como
surgieron. Se trata, en todos los casos, de las preguntas
v los temas que se originaron en los grupos, y de las
reflexiones que surgieron en la conversación común. Lo
qué presentamos no es, pues, un trabajo individual sino

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el resultado de un diálogo. Y lo hacemos en la
esperanza que, a su vez, invite al lector a participar del
mismo y a prolongar y profundizar los ternas apenas
esbozados aquí.
Este carácter abierto de la presentación y de los
actos que la originaron no es puramente, formal.
Corresponde, creemos, al tema mismo. Pues hablamos
de Dios, de su propósito y de su acción, del hombre,
de la esperanza y de la fe. Sobre estos temas nadie es
autoridad: no hay eruditos o técnicos. Sólo hay
buscadores. Lo único que uno puede hacer, por lo
tanto, es compartir con otros el resultado de su
búsqueda e invitarlos a proseguirla juntos. Más aún,
dada la naturaleza de la fe cristiana, fundada en la
acción gratuita de Dios, el predicador cristiano no
puede presentarse como un poseedor de la verdad sino
sólo como su servidor. Lutero hubo de decir en una
ocasión que el cristiano es como un mendigo que dice
a otro mendigo: "Vamos juntos, yo sé donde nos
darán pan ". No otra cosa es lo que intentamos.
Pero esto significa también algo muy importante
para el lector. Dios, Jesucristo, la fe cristiana, no son
temas que puedan conocerse merced a una información
adecuada, recibida pasivamente y evaluada objetiva-
mente. Por cierto, es posible estudiar y conocer las
afirmaciones cristianas sin comprometerse con ellas.
Pero tal conocimiento no penetra la realidad a la que
el cristiano se refiere. El tema de Dios sólo se lo puede
comunicar apasionadamente -como una realidad vital
que da sentido a nuestra vida- y sólo se lo puede
recibir apasionadamente (lo que no significa ciegamente
o sin reflexión), como un llamado y un desafio que
exige respuesta. En este sentido, estas charlas son una
invitación a ese encuentro apasionado, a esa lucha con
Dios, que ninguna charla puede "producir" pero que,
cuando ocurre, compromete toda la vida, no en una

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mera observancia religiosa sino en el proyecto de Dios
de crear un mundo y una humanidad entera.

José Míguez Bonino


Buenos Aires, junio de 1975

9
CAPITULO !

SOLO UN ATEO
PUEDE SER BUEN CRISTIANO

La curiosa frase del título no es un mero recurso


para llamar la atención. Surgió de un intercambio
entre un filósofo ateo, Ernst Bloch, que ha consagrado
un profundo interés a la influencia del mensaje bíblico
en la historia de la esperanza y de un teólogo cristiano,
Jurgen Moltmann, que ha tratado de reivindicar el
-lugar centra] de la esperanza en la revelación bíblica.
Fue el primero quien dijo: "Sólo un ateo puede ser
buen cristiano", a lo que el segundo respondió: "pero
sólo un cristiano puede ser buen ateo". He citado estas
frases porque resumen en modo admirable la idea que
quisiera desarrollar en este capítulo.
Frecuentemente pensamos que lo que más importa
es que una persona crea en Dios, que crea en su
existencia, que tenga fe. El ex presidente norteameri-
cano Eisenhower dijo hace algunos años: "lo más
importante es que el hombre tenga fe; no me importa
en qué, pero que crea". No hace mucho un ministro
argentino repetía casi literalmente la misma afirmación.
En realidad, es moneda corriente. Si reflexionáramos
un poco, nos veríamos obligados a reconocer, sin
embargo, que buena parte de las acciones más bárbaras
llevadas a cabo por el hombre han sido producto de la
contemplación del mundo, de la comunidad de los
suyos, de la alabanza y la comunión cotí el mismo
Dios. Pero ese reposo había sido transformado en una
prisión! no se podía curar un enfermo, no se podía
caminar, ni se podía hacer el esfuerzo de cortar una
espiga de trigo y comer el grano. Era el día de Dios y
por ende un día negado al hombre. Y Jesús responde
indignado: ustedes han puesto las cosas patas arriba:
"El día de-reposo fue hecho a causa del hombre" y no
al revés. ¡Qué mejor manera puede haber de honrar 8
Dios en ese día que dando salud, alegría, plenitud a la
vida del hombre! Ustedes los religiosos, dice Jesús
quieren honrar a Dios limitando y poniendo barreras a
la vida humana. Pero, para la verdadera fe, honrar a
Dios significa dar libertad, enriquecer la vida, honrar al
hombre. Esa es la voluntad de Dios.
Finalmente, algunos nos dirán: "yo no creo en
Dios porque es un instrumento para la explotación y el
sometimiento del hombre". Nuevamente, hemos de
reconocer que frecuentemente ha sido y aún es así El
educador brasileño Paulo Freire relata los diálogos
sostenidos mas de una vez con campesinos pobres de
su país. La conversación giraba en torno a la situación
del campesino: su miseria, el hecho de no poseer la
tierra que trabajaba y a menudo tampoco el producto
de la misma, la imposibilidad de suplir sus necesidades
mínimas y de progresar. Finalmente llegaban a la
conclusión de que las cosas eran así porque siempre lo
habían sido. Uno era campesino porque lo había sido
su padre, y su abuelo, y el abuelo de su abuelo Unos
nacen campesinos y oíros propietarios: así son las
cosas. Y a la pregunta, ¿porqué es así? la respuesta del
campesino solía ser: "Así lo hizo Dios". Fijémonos lo
que esto quiere decir: si Dios lo hizo así, si Dios lo
quiere así, no hay que cambiar la situación. Intentar
cambiarla sería desobedecer la voluntad de Dios El

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argumento ha sido repetido mas de una vez por
propietarios y religiosos: "Dios ha hecho ricos y
pobres, propietarios y campesinos, y no hay que tocar
el orden creado por Dios". Quien se rebela contra ese
orden, lógicamente se rebela contra el Dios que lo ha
creado y lo mantiene. Si Dios garantiza el estado actaaí
de ías cosas, para cambiarlo hay que rechazar a Dios.
Una vez más, una lectura bastante superficial de
las páginas de la Biblia -desgraciadamente bien oculta-
das, muchas veces por la misma iglesia- alcanzaría para
dar por tierra con ese Dios. Volveremos más tarde
sobre este tema. Pero es importante decirlo desde
ahora con toda claridad: el Dios de la Biblia de
ninguna manera garantiza la propiedad del explotador
ni ha autorizado la esclavitud del sometido. Por el
contrario, como lo dice uno de los profetas, quienes
sostienen ese orden de cosas "no conocen a Dios". Por
el contrario, el gobernante que hace justicia y protege
el derecho del débil y del pobre, ese es el que "conoce
a Dios" (Jeremías 22:13-16).
Cuando alguien dice, pues: "yo no creo en Dios
porque creo en la ciencia", o "yo no creo en Dios
porque creo en el hombre" o "yo no creo en Dios
porque creo en la justicia", debo responderle que yo
tampoco creo en ese Dios. Y que solamente quien sea
un apasionado ateo de esos dioses puede ser verdadera-
mente cristiano. El que adora un dios que sustituye a
la ciencia, o que rebaja ai hombre o que garantiza
situaciones de injusticia, ha depositado su fe en dioses
falsos. Cuanta mas fe tenga, tanto peor. Porque su fe
está dirigida a algo que no es Dios.

Para ser creyente hay que abandonar los dioses

¿Cómo es posible que ocurran esas aberraciones?

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¿De dónde provienen estos dioses falsos? La Biblia
repite frecuentemente que Sos hombres nos inventamos
dioses, ios fabricamos. Por supuesto, es claro que
fabricamos 'imágenes' de dioses. Un profeta, Isaías, se
burla de quienes toman un trozo de madera y lo tallan
para hacerse una imagen. Con las astillas que quedan
—dice Isaías— hacen fuego y se preparan un asado. Y
la talla que han hecho con la misma madera la colocan
sobre un pedestal, se inclinan ante ella y le ruegan:
"Dios mío, sálvame". Ridiculiza así la adoración de
imágenes. Pero, mas profundamente, se denuncia toda
esa mistificación por la que nos fabricamos ideas de
Dios, conceptos de Dios, a la medida de nuestras
conveniencias e intereses. Inventamos dioses para de-
fender nuestros intereses, para justificar nuestra tran-
quilidad culpable" frente al mal, para ahorrarnos el
esfuerzo de luchar por un mundo mejor, para justificar
nuestro egoísmo personal, de familia, de clase o de
nación. Y después los adoramos, cuando en realidad
nos estamos adorando a nosotros mismos. Por ejemplo,
Jesús dice que "no se puede adorar a Dios y a
Mammón" (el dios del dinero o la riqueza). Y Pablo
dice que "la avaricia es idolatría", es decir, la adora-
ción de un falso dios.
Es cierto que no siempre nos damos cuenta de lo
que estamos haciendo. A veces, porque no le damos
carácter religioso. Decimos que no somos religiosos,
que no nos interesa la religión, pero en la realidad
hemos hecho de alguna de estas cosas - l a riqueza, el
poder, la comodidad- un dios y lo sacrificamos todo a
ellas. O, lo que en realidad es peor, nos llamamos
cristianos, decimos que adoramos a! verdadero Dios,
que creemos en Jesucristo, pero en realidad, bajo esos
nombres ocultamos nuestros propios intereses egoístas,
de grupo o de clase. Hemos mantenido el nombre de
Dios, pero hemos vaciado su contenido. No hay

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verdadera fe si no se destruyen estos falsos dioses. Este
es el primer problema: para creer en Dios hay qué
descreer de los dioses que nos fabricamos, hay {.{Ib-
comenzar por ser ateos de estos dioses.

El Dios que no está solo

La lucha del verdadero Dios contra los dioses


falsos es uno de los temas constantes de la Biblia. Esto
nos obliga a preguntarnos: ¿qué es el verdadero Dios?
o mejor, ¿cómo es? o tal vez más precisamente:
¿quién es? Un diario de Buenos Aires traía el otro día
un comentario acerca de Dios que terminaba citando
una antigua definición: "Dios es el uno, el que está
solo". En realidad, esta afirmación es casi la mayor
herejía, la mentira más grande que se pueda decir
acerca de Dios. En términos de la fe cristiana como se
manifiesta en la Biblia, como la enseñó y vivió
Jesucristo, Dios es, precisamente, el que nunca está
solo, el que no ha querido estar solo. Dios es el que ha
decidido crear un mundo y relacionarse con él. Mas
aún, el que ha creado al hombre para hacer con el una
sociedad, para invitarlo a trabajar juntos en la transfor-
mación y perfección de lo creado.
Desde el comienzo Dios dice al hombre: "vamos a
hacer juntos este mundo". El ha puesto los fundamen-
tos, ha dado una realidad, un mundo como un huerto
para ser labrado, para que frutifique y se hermosee. Y
ha creado una familia humana para que crezca y se
constituya en comunidad de trabajo y de amor. Y Dios
invita: "Vamos a hacer juntos este mundo"; comienza
a "cultivar el jardín"., a administrar y gobernar el
mundo, a poner nombre y .descubrir el secreto de la
vida y hacerla rica y útil. Es más, en ese mismo relato
bíblico, cada vez que el hombre quiebra esta sociedad

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-y lo hace constantemente- Dios vuelve a proponerla,
la rehace y le da un nuevo futuro y una nueva tarea.
El Dios verdadero no es "el que está solo". Por el
contrario, es quien invita al hombre a 'estar con él. Es
un Dios que se ocupa de los demás, del mundo y del
hombre más que de si mismo. Esto es sumamente
sugestivo porque habitualmente pensamos en un Dios
que está allá, distante, aguardando que los hombres
piensen en él, se ocupen de él, traten de agradarle o
satisfacerle. El Dios de la Biblia, en cambio, está
constantemente ocupado en el mundo, en su curso, en
la creación de la vida y en su plenitud, en la justicia y
la verdad entre los hombres. Cuando le habla al
hombre - c o m o ocurre frecuentemente en la Biblia-
no es para hablar de sí mismo sino de su propósito y
su deseo para el mundo, para los hombres. No hay en
la Biblia discusiones de la naturaleza o del ser de Dios.
El tema de la conversación de Dios con el hombre es el
hombre mismo. Quien no se interesa en éste, no tiene
de qué hablar con Dios. Porque Dios está totalmente
concentrado en su proyecto para el mundo, e invita a
los hombres a pensar en este proyecto, a tomarlo en
serio, a comprometerse con él para realizarlo. Este es el
comienzo de la fe.
El símbolo central de la fe cristiana, la cruz, es la
afirmación má? rotunda de esta decisión de Dios-de
estar con los hombres. Tan en serio ha tomado Dios su
compromiso con el ser humano en la realización de
este proyecto, que no vacila en arriesgarse a participar
de la vida humana aun en su pobreza y su fragilidad,
incluso hasta la muerte, para restaurar la sociedad con
el hombre. El Dios de la Biblia es Dios para los otros y
no para sí mismo. Es un Dios que sufre, que se juega,
que corre riesgos en su proyecto de crear un mundo.
Cuando mencionamos a Jesucristo estamos hablando de
esto, de una "apuesta" que Dios hizo a favor del

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hombre, colocándose a sí mismo como garante, Y dio
su vida. Con razón que se sintieron desorientados y
perplejos los filósofos que habían imaginado un dios a
su semejanza: una especie de filósofo universal, ensi-
mismado en sus propios pensamientos, contemplando
desapasionadamente el mundo. Este Dios cristiano, "de
carne y en la carne" como decía un pensador español,
este Dios apasionado que se deja golpear e insultar, y
crucificar, para sellar una voluntad de transformación
del mundo, sólo éste es, en términos cristianos, el Dios
verdadero.

Poderoso, pero no tirano

Alguno dirá, sin embargo: "Esto de que Dios


quiere estar con los hombres, que participa en las
contingencias de la historia, que corre riesgos, ¿quiere
decir que Dios no es poderoso? ¿que no es sobe-
rano? ". Parecería que un Dios así casi no es realmente
Dios. Pero hagamos una pausa y preguntémonos: ¿qué
significa ser soberano? ¿qué es ser poderoso? Como a
menudo ocurre, definimos los términos por nuestra
cuenta, aparte de como Dios mismo los ha definido, y
luego se los adjudicamos. Así hemos pensado "pode-
roso" y "soberano" tal y como nuestro egoísmo e
inhumanidad pretenden serlo. Jesús mismo tuvo que
corregir un día a sus discípulos sobre este tema.
Ustedes, les dijo, hablan de poder y autoridad. Pero
hablan en los términos de "los poderosos de la tierra"
que se apoderan de aquellos sobre quienes tienen
autoridad y los someten. Pero para ustedes las cosas no
han de ser así. Por el contrario, miren mi propia
autoridad y poder— me he comportado como un
servidor. "El que quiera ser el más importante entre
ustedes, hágase servidor de todos".

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Aquí hay una concepción distinta del poder. Si
queremos hallar términos de comparación, pensemos en
el poder creador del artista, que trabaja y vuelve a
trabajar la arcilla, que compone y recompone y revisa.
No pensemos en el mago cuya varita mágica toca las
cosas y se hacen solas. Dios es poderoso como el
artesano que no se fatiga ni se desalienta, que sigue
trabajando con infinita paciencia y perseverancia, que
recomienza cuantas veces sea necesario hasta lograr
crear lo que está deseando, su proyecto. Es poderoso
porque es fiel a su obra, porque no se aburre ni se
fatiga hasta que completa su obra. O pensemos en el
buen gobernante: no en el tirano que avasalla y
domina a su pueblo. El buen gobernante es el que
estimula a su pueblo, lo guía en la búsqueda de sus
metas, le señala el camino, lo habilita para lograr
juntos un destino. Dios no es un gobernante que fije
arbitrariamente el camino de su mundo o lo dirija
mágicamente desde arriba: es el soberano que guía,
estimula, acompaña a su pueblo. Creer, en términos
cristianos, significa entrar en sociedad con ese Dios
para trabajar con él. Es firmar un contrato por el cual
nos comprometemos a participar en su proyecto para
el mundo, a hacer nuestro ese proyecto. Es decisivo,
por lo tanto, saber qué contrato firmamos y con quién.
No es lo mismo hacerlo con cualquiera de los dioses
que inventamos o con el Dios que la Biblia nos
muestra, el Dios que nos llama a crear con él un
mundo en el que valga la pena vivir.

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TEMAS DE REFLEXION
( c o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s )

Mal y libertad

"Si Dios está trabajando en el mundo" -comenta


uno de los oyentes de la charla- "lo hace bastante
mal, porque este mundo no funciona muy bien que
digamos". La pregunta es antigua. E importante
Muchos se han esforzado por responderla, tratando de
excusar a Dios por las cosas que andan mal. Esta tarea
de disculpar a Dios es necesaria cuando se presenta al
Dios-explicación o al Dios-soberano-arbitrario de los
que hemos hablado. Pero las cosas son distintas cuando
hablamos del Dios que establece su sociedad con los
hombres.
Pongámoslo primero en términos de una compara-
ción muy simple y pueril. Alguna vez hemos encomen-
dado a un niño un trabajito; lo hemos visto dándole
vueltas, dejándolo incompleto o haciéndolo 'como la
mona', y hemos sentido la tentación de gritarle: "salí
del medio y dejá eso que lo voy a hacer yo". Ya veces
cedemos a la tentación. Aunque sabemos que frustra-
mos al niño y demoramos su aprendizaje. Si la
comparación no les parece demasiado pueril, podría-
mos decir: Dios nunca le dice al hombre: 'salí del
medio que lo voy a hacer yo', sino que nos invita
constantemente a recomenzar; nos devuelve la oportu-
nidad de corregir y rehacer. Porque su propósito no es
hacer cosas sino hombres. Y el hombre sólo se hace de
esta manera.
Una fábula literaria cuenta que un ángel recorre la
tierra y queda perturbado por los trágicos errores y
sufrimientos de los hombres. Vuelto a la presencia de
Dios le pregunta porque no interviene para resolver los

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TEMAS D E R E F L E X I O N
( c o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s )

Mal y libertad

"Si Dios está trabajando en el mundo" -comenta


uno de los oyentes de la charla- "lo hace bastante
mal, porque este mundo no funciona muy bien que
digamos". La pregunta es antigua. E importante.
Muchos se han esforzado por responderla, tratando de
excusar a Dios por las cosas que andan mal. Esta tarea
de disculpar a Dios es necesaria cuando se presenta al
Dios-explicación o al Dios-soberano-arbitrario de los
que hemos hablado. Pero las cosas son distintas cuando
hablamos del Dios que establece su sociedad con los
hombres.
Pongámoslo primero en términos de una compara-
ción muy simple y pueril. Alguna vez hemos encomen-
dado a un niño un trabajito; lo hemos visto dándole
vueltas, dejándolo incompleto o haciéndolo 'como la
mona', y hemos sentido la tentación de gritarle: "salí
del medio y deja eso que lo voy a hacer yo". Ya veces
cedemos a la tentación. Aunque sabemos que frustra-
mos al niño y demoramos su aprendizaje. Si la
comparación no les parece demasiado pueril, podría-
mos decir: Dios nunca le dice al hombre: 'salí del
medio que lo voy a hacer yo', sino que nos invita
constantemente a recomenzar; nos devuelve la oportu-
nidad de corregir y rehacer. Porque su propósito no es
hacer cosas sino hombres. Y el hombre sólo se hace de
esta manera.
Una fábula literaria cuenta que un ángel recorre la
tierra y queda perturbado por los trágicos errores y
sufrimientos de los hombres. Vuelto a la presencia de
Dios le pregunta porque no interviene para resolver los
22
problemas: "¿no hay nada que podamos hacer? ". Y la
respuesta es: "Les hemos dado el amor y el fuego.
Nada más podemos hacer". Es decir, Dios nos ha dado
la seguridad de su presencia y de su amor, las fuerzas
para formar una comunidad humana y servirnos
mutuamente por amor. Nos ha dado la posibilidad de
transformar y recrear materialmente el mundo. El
estará con nosotros hasta que el amor y el fuego creen
una nueva humanidad. ¡Pero no nos hará a un lado!
Es un procedimiento sumamente difícil. ¿Pero h a y A
otro por el cual hacer una humanidad? Aquí hay
también una vieja cuestión filosófica relacionada con la
creación. Cuando Dios hace el mundo y al hombre no
se trata de una emanación de lo divino; no son 'un
pedazo de Dios'. Dios crea algo que es 'otro' que él,
distinto, autónomo. Es, en cierto modo, una limitación
de si mismo, paralela de alguna manera a la de tener
un hijo. Aparece así una voluntad y una libertad que
no están sometidas a nuestro arbitrio, que sólo pode-
mos guiar en encuentro, diálogo, persuasión. Dios quiso
un hombre que no fuera parte de sí mismo sino un
otro. Y para ello dio espacio al hombre. El mundo es
el espacio dado al hombre para ser él mismo. Dios
responderá a su llamado, participará en sus luchas,
sufrirá con él y se gozará con él. Pero no invadirá su
espacio, no lo transformará en cosa que se maneja.
Este es el centro mismo de la fe cristiana. Jesucristo no
vino a sustituir a los hombres sino a abrir el camino
para que éstos pudieran realizar su tarea humana.
Cuando decimos que Dios es todopoderoso no quere-
mos decir que sustituya al hombre, que impida por
decreto la existencia del mal, sino que se reserva la
libertad de no permitir abortar definitivamente su
propósito, si no que tiene la capacidad y la paciencia
para continuar y llevar a cabo su proyecto - q u e es
nuestro bien- a través de todas las frustraciones y de

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todos los sufrimientos de la historia. Un. teólogo
latinoamericano ha dicho que el Evangelio puede
traducirse en una afirmación: "ningún amor se pierde
sobre esta tierra". Esa es la única garantía. Por eso
Dios es todopoderoso.

Creyentes que no creéis

Una antigua pregunta y preocupación de los


cristianos es cómo entender que haya ateos que se
comprometen en un verdadero amor al prójimo y una
transformación positiva del mundo. Debemos volver
sobre este tema más adelante (véase cap. III, pregunta
2). Pero desde ya comencemos a apuntar dos líneas
para considerar el problema. Una es reconocer que no
sabemos quién es realmente ateo. Es claro que debe-
mos respetar al hombre y no adjudicarle una creencia
que él concientemente rechaza. Es una especie de
imperialismo cristiano decir: "Los buenos, lo crean o
no, lo quieran o no, son cristianos". Pero al mismo
tiempo, precisamente porque hay tantas deformaciones
de la fe, hay gente que no ha rechazado verdaderamen-
te a Dios sino las caricaturas que los cristianos tantas
veces hemos presentado. Su rechazo se arraiga, a veces,
en una verdadera fidelidad al Dios verdadero, aunque
no puedan percibirlo... por culpa nuestra.
Seguramente es en este sentido que debemos
interpretar aquella historia de Jesús acerca del padre
que indica a sus dos hijos que vayan a trabajar en su
viña. El mayor responde: "sí, padre", pero no va; el
menor rehusa:- "no voy", pero va. La enseñanza es
obvia. ¿Cuál de los dos se comportó como hijo?
Puesto en términos más literales, el verdadero hijo es el
que percibe la voluntad del padre, la afirma alegre-
mente, y la realiza. Pero en un mundo en que la
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religión se ha apoderado mas de una vez de la 'imagen
del Padre' y la ha deformado, a veces la rebelión activa
y humana es más fiel que la obediencia de labios
afuera unida a un verdadero rechazo de la tarea
encomendada.
Pero tampoco se trata de exaltar el rechazo y el
ateísmo como si siempre brotaran de esta saludable
rebelión contra falsos dioses. Porque también pueden
ser -y muchas veces lo es- el rechazo del verdadero
Dios. Porque entrar en sociedad con el Dios verdadero
es arriesgarse en una costosa aventura. Es correr los
riesgos que él corre, hasta la muerte. Es aceptar el
proyecto de no vivir simplemente solo, para si, sino
transformar el mundo por el amor y el fuego. Y ello
envuelve muchas veces el sacrificio de la propia
comodidad, seguridad, autoestimación, status e imagen.
Incluso el reconocimiento de las propias falencias y
debilidades y claudicaciones. No es extraño que nos
repleguemos ante ese reclamo, y tratemos de salvar 'lo
nuestro'. A veces lo hacemos —los cristianos— desfigu-
rando a Dios para que no exija tanto sino que nos
justifique en nuestro egoísmo. A veces lo hacemos
- c o m o ateos- negando a ese Dios que nos invita.
Decimos, "no hay Dios" y nos sacamos el problema de
encima. Por supuesto, es un engaño. Es como si me
convenciera de que, al negar que haya alguien ante
quien soy responsable —mi familia, la sociedad, la ley—
realmente no fuera responsable ante nadie. Muy pronto
la realidad me arrancará de esa fantasía. Hay un
ateísmo del que todos tenemos un poco: excluir a Dios
par?, evitarme el compromiso. Matar a Dios para poder
desentenderme del prójimo. O para no dar a esa
responsabilidad todo su peso y valor. Y luego utiliza-
mos toda clase de argumentos filosóficos para apunta-
lar nuestro rechazo.

25
El Dios celoso

No ha faltado quien se haya escandalizado un


poco de la "intransigencia" de esta presentación. Si
somos tan críticos de las ideas e imágenes de Dios que
tiene la gente, ¿no corremos el riesgo de quedamos sin
nada? ¿Después de todo, no es cierto que no todos los
cristianos aceptan las afirmaciones acerca de Dios que
hemos hecho? ¿No hay lugar para muchas ideas acerca
de Dios - u n poco diríamos: 'cadá uno con su Dios'?
Me parece que estas preguntas hacen el centro mismo
de nuestro tema de estos capítulos. En nuestro mundo,
llamado occidental y cristiano, y particularmente en
nuestro continente y en nuestro país, "todos creemos
en Dios", todos somos cristianos. Y esto no nos impide
ver la vida y el mundo de manera diametralmente
opuestas. Lo importante, me parece, lo decisivo, es
clarificar lo que significa creer en Dios, ser cristiano. El
mayor problema que confrontamos no es el de quienes
no creen, o que confiesan efectivamente otra religión
-son pocos, ¡y no son los peores! El mayor problema
es la indefinición y confusión en lo que nosotros
mismos como cristianos creemos. La tarea más urgente
es clarificarnos qué es realmente la fe cristiana, quién
es el Dios a quien adoramos y en quien profesamos
creer. Por eso, el problema central no es creer o no
creer sino en qué Dios creemos.
En la Biblia, Dios tiene una identidad propia e
intransferible. Es el Dios que ha definido su identidad
y su propósito en la creación, en la liberación del
pueblo de Israel de la esclavitud, en la ley que dio a
su pueblo, en el mensaje de los profetas. Es, fun-
damental y definitivamente, el Dios que se ha dado a
conocer en Jesucristo y ha constituido una comu-
nidad para dar a conocer su voluntad y propósito. De
ese Dios se trata y no de otra cosa. Casi habría que
26
decir que es lástima que tengamos que Mamado 'dios',
porque se trata de una palabra tan general que parece
incluir cualquier cosa a la que podamos asignar un
carácter sobrenatural. Se ensombrece mí el carácter
propio de este Dios. El Antiguo Testamento habla de
Jahvé, el Dios que se ha manifestado de una deter-
minada manera, porque es así como es, y no quiere
ser confundido.

Creo que hay una especie de indispensable intransi-


gencia cristiana a este respecto. Si alguien quiere
depositar su fe o adorar un dios que se sienta en los
cielos como veedor imparcial y desinteresado de lo que
ocurre sobre la tierra, bien puede hacerlo. Si otro
quiere llamar dios a un principio espiritual impersonal
o a una mente eterna que piensa sus propios pensa-
mientos, en perpetua contemplación de sí mismo, está
en su derecho. Si otros se refugian en un dios que
justifica la esclavitud y la opresión humanas, que
aprueba y garantiza un orden injusto, o que se ocupa
solamente de la vida interior o posterior a la muerte,
no podemos impedírselo. Pero debemos insistir que
esos dioses no son el Dios de Jesucristo, no son el Dios
de la Biblia, no son el Dios cuyo mensaje la Iglesia ha
recibido. Esta especie de limpieza es fundamental para
que la religión no sea simplemente el manto que cubre
cualquier clase de idea, de creencia o de conducta. La
fe cristiana tiene como eje el Dios que ha definido su
identidad. Toda otra cosa es "tomar su nombre en
vano". Este es el filo cortante del mensaje cristiano.

¿Cómo saber?

Este es el Dios que la fe cristiana proclama. ¿Pero


como saber si es la verdad o si es otro invento
27
humano? Podríamos señalar -y lo haremos a ¡o largo
de nuestra conversación- la autenticidad de este Dios
con lo más profundo y real que existe en nuestra vida
humana: la voluntad de amor y de justicia. Pero, en
último término, no hay garantía posible. En realidad,
las cosas más profundas y decisivas de la vida no nos
son nunca garantizadas. Las arriesgamos como una
aventura: la mujer o el marido con quien nos unimos,
tener y criar un hijo, escoger una forma de vida. Solo
las comprobamos cuando las hacemos. Sólo se certifi-
can en la práctica. Quien no se arriesgue, jamás sabrala
verdad en los aspectos que hacen humana la vida del
hombre. A A q u e ocurre en relación con Dios. Quien
no esté dispuesto a arriesgarse jamás "sabrá". La Biblia
nos ofrece un camino, nos invita a una sociedad con
este Dios. E! que esté dispuesto a emprender ese
camino a comprometerse en esa sociedad, comprobara
la verdad. Este es el problema de la fe. Nunca
tendremos más fe que la que estemos dispuestos a
poner en práctica en un compromiso total. La fe no es
algo que se puede guardar en el bolsillo y presentarlo
como un pase cuando es necesario. Es un compromiso
total Con este Dios no hay "matrimonio de prueba
En realidad, no lo hay nunca. Un matrimonio de
prueba sólo comprueba la prueba, no el matrimonio.
Nunca nos podrá decir lo que hubiera sido un
matrimonio en el que lo hubiéramos arriesgado iodo,
q u e m a d o todas las naves. La medida de la comproba-
ción está dada por el riesgo que hemos querido correr.
Lo que nos hemos reservado sin comprometer quedara
fuera de la verificación. Y Dios no acepta estos tratos.
La fe es como la fuerza de un músculo; solo a
percibimos cuando la empleamos. Hay fe solo en la
acción de la fe. El notable artista, medico y
pionero Alberto Schweitzer, luego de escribir una

28
29
CAPITULO II

¿EXISTE EL HOMBRE?

¿No es absurda la pregunta? Podemos dudar de la


existencia de Dios; pero ¿hay algo más real que el
hombre? Y sin embargo, me parece que cada vez nos
sentimos más dudosos e inseguros, en la práctica e
incluso en la teoría, de la existencia del hombre, de la
realidad de la vida humana como vida humana, como
algo que tiene realidad y significado, como algo
importante y que hay que tener en cuenta. Tomémos-
nos unos momentos para tratar de entender este hecho.

Apogeo y fin del hombre

Lo que llamamos el mundo moderno, es decir, la


cultura que apareció y se desarrolló primeramente en
Europa y que luego irradió por todas partes a partir
del fin de la Edad Media, allá por los siglos XV y XVI,
se caracterizó por un desbordante entusiasmo por el
hombre, por lo humano. Luego de siglos en los que la
humanidad había estado obsesionada por lo sobrena-
tural, por lo divino y lo demoníaco, absorbida por la
nostalgia del cielo y el terror del infierno, ahora todas
las miradas convergían sobre esta tierra y sobre la vida
humana. Era hora de dejar de soilar con lo celestial y
de afincarse sobre este mundo. Había que transformar
esta tierra en una morada hermosa para el más noble y
creador de sus habitantes: el ser humano. El tema
propio de la humanidad -se insistía- es el hombre.
En la ciencia, en el arte, en la filosofía, la
humanidad se lanzó a la conquista de sí misma y de su
mundo. Y los resultados pronto se dejaron ver. Las
aventuras de los grandes descubrimientos ampliaron los
horizontes. Las distancias se acortaron. Nuevas fuentes
de energía dieron al músculo humano una fuerza casi
ilimitada y la exploración de las ciencias descubrió los
secretos de la creación. A la vez, el pensamiento
humano analizaba la trama de nuestras relaciones
sociales y económicas y permitía descubrir el funciona-
miento del poder, las formas de controlarlo u organi-
zarlo. La política dejó de ser el campo de poderes
investidos misteriosamente sobre algunos seres humanos
privilegiados para transformarse en algo potencialmente
abierto a todos los hombres, racionalmente compren-
sible. El futuro humano iba siendo librado del mero
azar, de las contingencias 'naturales', para someterse al
planeamiento. La imagen de un hombre firmemente
plantado sobre este mundo, seguro de sí mismo, señor
de las cosas: ese fue el resultado de ese gran movimien-
to que transfirió el interés humano de los cielos a la
tierra, de Dios al hombre.
No se debe ver en estas palabras la nostalgia de un
religioso por una época y un mundo que vivía de Dios
y del cielo. Porque si lo que decíamos en el capítulo
anterior acerca de Dios es cierto, entonces este cambio
responde, precisamente, al propósito divino. Dios no le
dijo al hombre al crearlo: "Mira el cielo y piensa en
mí" sino "Llena la tierra y gobiérnala". Dios le fija al
hombre el mundo y la humanidad como el ámbito
primordial de su interés y de su tarea. Como cristianos,
por lo tanto, no podemos sino participar de la alegría
31
y del entusiasmo de este mundo moderno que toma
con energía la vocación terrenal. Nadie que haya
escuchado con atención el mensaje bíblico puede soñar
con un retorno al embeleso del más allá, a la obsesión
con lo divino o lo demoníaco, a la renuncia a
comprender, dominar y transformar el mundo. Renun-
ciar a la vocación terrenal es renunciar a la vocación
divina.
No es, por lo tanto, con satisfacción, sino con
profunda decepción y dolor que comprobamos la
progresiva desvalorización del hombre en nuestra
época. Las manifestaciones de ese deterioro adquieren
caracteres dramáticos. ¿Qué decir cuando una gran
potencia como EEUU, siguiendo una política entera-
mente coherente y deliberada, no vacila en la destruc-
ción de un pueblo y la aniquilación de la vida animal y
vegetal en vastas zonas, como ocurrió en Vietnam? ¿Y
qué pensar de la degradación que esa acción introduce
en los mismos que la realizan - c o m o los testimonios
de la guerra de Vietnam lo han mostrado tan clara-
mente? ¿Qué valor se asigna al hombre en semejantes
acciones?
¿O cómo juzgar el programa de industrialización
galopante para el cual, en la década del veinte, el
gobierno de la Unión Soviética liquidó a millones de
campesinos? ¿O las masivas maniobras represivas que,
en uno y otro campo, no vacilan en recluir, torturar o
asesinar miles de inocentes con la excusa de que es la
única manera de identificar a algunos presuntos culpa-
bles?
Pero no es necesario hablar de hechos tan espec-
taculares y dramáticos (aunque de ninguna manera
extraordinarios, ya que son la experiencia común de
muchísimos pueblos). Basta preguntarnos qué valor se
asigna al hombre en nuestro sistema de vida dominado
'•ada vez mas por consideraciones tecnológicas y econó-
32
micas. ¿Se pregunta acaso, al lanzar un nuevo producto
al mercado, si verdaderamente responde a una nece-
sidad humana, si favorecerá a quienes más necesitan o
si derrochará materiales o elementos que podrían
aprovecharse mejor para un mayor número? ¿O se
piensa simplemente en la ganancia que pueda redituar?
¿Es el hombre considerado en nuestra sociedad en
términos de sus potencialidades creadoras, o más bien
sólo como un productor o consumidor?
Parecería que, ya sea por el camino del individua-
lismo burgués capitalista o por el burocratismo estatal
comunista, el hombre llega a ser una máquina progra-
mada, manipulada, despersonalizada hasta el punto que
incluso sus momentos libres, su distracción o recrea-
ción le son dictados por una estructura de la que
difícilmente pueda escapar -aunque muchas veces ni
tenga conciencia de ella. ¿Existe realmente el hombre
para la organización social, política, económica de
nuestra época?
Ni siquiera la religión escapa de este afán manipu-
lador. El hombre llega a ser considerado una especie de
"consumidor de productos religiosos" (la "paz de
espíritu", la "salvación", "la vida eterna" vienen a ser
anunciados y promocionados como otros tantos pro-
ductos en una sociedad de consumo). Nos da la
impresión, en muchos casos, que las iglesias están mas
interesadas en lograr un consumo masivo de sus
productos que en alcanzar los niveles más profundos de
necesidad y de posibilidad de los hombres y los grupos
humanos a quienes se dirigen. A veces no parecemos
tan preocupados por que el hombre se encuentre a si
mismo en la fe, la esperanza y el amor del Evangelio y
llegue a ser lo que debe y puede ser en Dios, como en
que acepte la religión como un producto 'standard',
como una especie de baño espiritual, casi como un
cepillado de dientes o unas gárgaras antes de irse a
33
dormir. ¿Existe realmente el hombre en muchas de las
estereotipadas e impersonales actividades religiosas que
planeamos, o existe simplemente una organización y un
producto cuyo éxito queremos asegurar?
Es significativo pensar que la era que comenzó con
la exaltación de! hombre parece cerrarse con su
aniquilación. La pintura del Renacimiento, por ejem-
plo, deja ver ese nuevo descubrimiento de la figura
humana. ¡Con qué cuidado y pasión descubre y trata
Leonardo, entre otros, cada detalle de esa maravillosa
armonía de forma y movimiento que se le revela en el
cuerpo del hombre y la mujer! En nuestros días, en
cambio, los hombres de Picasso son figuras divididas en
trozos, imposibles de armonizar y de integrar. El pintor
resulta aquí testigo - implacable e insobornable- de la
destrucción del hombre. La imagen del hombre se
esfuma y parece desaparecer del horizonte de nuestra
humanidad.

Imagen de Dios

Cuando la Biblia relata - e n forma poética y


figurativa, por cierto— la creación del mundo, se
detiene atentamente en el hombre. Aquí la creación
alcanza su culminación y su centro. Aquí se deja ver !a
intención total del creador y la dinámica de su
proyecto. De cada elemento de la creación se dice que
"era bueno". Pero cuando Dios completa su obra y
coloca al ser humano en medio de la creación y le
encomienda su tarea y le confiere su dignidad, se dice
que "todo era extraordinariamente bueno". Dios está
contento con lo que ha hecho. Y particularmente está
contento con el hombre. Esta es la afirmación más
importante y central que nos corresponde hacer como
cristianos. Habrá que hablar luego del mal, de la
34
desobediencia, de la corrupción. Pero nunca habrá que
olvidar que, para Dios, el hombre es motivo de
satisfacción y gozo.
Lo primero que se dice del ser humano es que fue
hecho "a imagen y semejanza de Dios", en la figura y
en la proporción del Creador. Aunque el significado de
estas palabras ha sido muy discutido, resulta cada vez
más claro que se señala con ellas tres dimensiones de la
vida humana. La primera es la relación única del ser
humano con Dios. Sólo a él se dirije Dios directamente
y espera su respuesta. Con el hombre ha entrado una
cosa nueva - u n ser que desde ya quedará asociado con
el creador en la preservación y transformación del
mundo. Dios, como decíamos, ha hecho espacio para
un ser libre y responsable, para otro que puede
"escuchar" y "responder", que tiene el don de la
"palabra", una palabra a la cual también se le asigna
un poder real y de creación. El "dará nombre a todas
las bestias de la tierra". Y Dios mismo respetará esa
palabra y llamará a las bestias de la tierra con los
nombres que el hombre le ha dado.
Estamos aquí ya con otro de los elementos de esa
imagen: el hombre es 'señor' de lo creado, no con la
autoridad arbitraria y despótica de un tirano sino con
el poder creador y responsable del que puede y debe
llevar esa creación a su plenitud y fruición. Pero es un
poder verdadero: el trabajo del hombre no es una
simple necesidad; es el medio por el cual "somete" el
mundo y "se sirve" de él y al hacerlo Se da un sentido
y una unidad. El mundo de Dios es el mundo del
hombre. Y este mundo del hombre es el mundo de
Dios.
Pero esta doble relación del hombre con Dios y
con el mundo encuentra su contenido y significado en
un tercer rasgo: Dios no crea ni quiere un ser humano
aislado y solo, sino una comunidad humana de compa-
35
ñerismo, complementación y amor. Por eso, nos dicen
los relatos, creó "varón y mujer". Y esta relación
supera un propósito simplemente biológico: se trata de
"una sola carne", una unidad total —no hay vida
verdaderamente humana en el individuo aislado sino en
la relación de mutua entrega, responsabilidad, cuidado,
de la cual la pareja humana es modelo y célula inicial,
pero que se extiende a toda relación y estructura
social. Sea en lo económico, en lo político, en lo
comunal, el hombre no es hombre "en sí mismo" sino
en la relación con otros, es decir: somos hombres en y
por el amor. La unidad humana no es el individuo en
si sino la comunidad humana. Pero la comunidad no es
un mero agregado impersonal sino la relación responsa-
ble y creadora del amor. Y esto no es accidente,
porque "Dios es amor" y por eso creó el mundo y
para eso creo al hombre.

El hombre: un proyecto en camino

Hombre y mundo son términos relacionados, co-


rrelativos, inseparables y complementarios. Dios no
hizo un mundo como un mecanismo terminado e
inmodifícable, como una especie de "juguete manufac-
turado" para que el hombre se divirtiera con él, sino
como un huerto a cultivar, con las posibilidades de
fructificar, de poblarse de vida, de crecer y de
perfeccionarse. Al decir que el mundo era "bueno" no
se significa que está estáticamente concluido sino que
"sirve para su propósito", que es dinámicamente rico e
invitante, que tiene infinitas posibilidades, cuyo desa-
rrollo ha sido confiado al hombre.
Pero no es una calle de una sola mano: también el
hombre es un proyecto en marcha. Al cultivar el
mundo, se enriquece en su propia vida; al transformar
36
la creación, se transforma a sí mismo. También el
hombre "está bien hecho", no como una estatua o una
máquina sino como una posibilidad de crecimiento, de
maduración. Y eso ocurre en el trabajo por eí cual
ortiva la creación y en la relación comunitaria por la
cual se abreo nuevas posibilidades al ejercicio del amor
solidario, A medida que domina la naturaleza, se abren
ai ser humano nuevas posibilidades para vivir su
comunidad. El descubrimiento del fuego, por ejemplo,
le depara progresivamente nuevas formas de vida:
superar el frío, abrir un círculo de luz y protección en
la noche, forjar nuevas armas y utensilios. Y a la vez
nuevas posibilidades de sociabilidad y cultura: reunir
en torno a él una familia, narrar y volver a narrar ías
historias de su origen, las hazañas de un pasado en ei
que encuentra raíces e identidad. Hay una nueva
energía que custodiar y administrar. Y se descubre
también nuevas formas de destrucción, de irresponsabi-
lidad de crueldad para con el mundo -incendiar un
bosque, destruir la vida- y con el prójimo. La
humanidad no se construye sólo con el amor m solo
con el fuego. Se construye con el amor y el fuego
juntamente.
El estallido de creatividad que acompaña la inaugu-
ración del mundo moderno ha multiplicado en muy
corto tiempo todas estas posibilidades. Nuestros ante-
pasados apenas podían ocuparse de alguien excepto de
las personas que tenían más cerca - l a familia, el
vecindario, la comunidad inmediata. Los demás estaban
fuera de su conocimiento y de su alcance. Pero ahora
todo el mundo está a nuestro lado: cuando compra-
mos o vendemos, nos transportamos o escribimos,
ponemos en funcionamiento una serie de engranajes
que afectan a cientos de millones de personas: obreros
de Japón o Indonesia, consorcios financieros europeos
o norteamericanos, jefes y subditos de países árabes. Y

37
a su vez, en reacción en cadena, oíros cientos de
millones que dependen de éstos. Y esto no ocurre
misteriosamente, sino que, mediante el conocimiento
de mecanismos económicos y políticos, podemos tomar
conciencia del resultado probable de nuestras acciones.
Y así, todo ese mundo entra en el ámbito de nuestra
responsabilidad. Cuando los explotados braceros meji-
canos que cosechan la uva en California iniciaron su
lucha, el pueblo norteamericano se vio frente a una
nueva decisión. Cada kilo de uva que * compraban o
rechazaban era un acto de solidaridad con los explota-
dos o con sus patrones. Un masivo repudio a esa
explotación redujo en un 40% las ventas en los
EEUUA. El boycott había resultado efectivo. Pero los
viñateros comenzaron a inundar el mercado europeo
con los excedentes. Y ahora es el comprador europeo
quien tiene que incluir en su círculo de responsabilidad
a esos desconocidos peones mejicanos que libran su
lucha a diez mil kilómetros de distancia.
Ser hombre es cada vez una posibilidad más rica y
más compleja: ya no es cultivar mi parcela, cuidar de
¡ni mujer y educar a mis hijos, ser buen vecino. Ahora
debo asumir responsabilidad por el mundo -saber
cómo se utilizan los recursos, conocer las distintas
posibilidades de organización y planeamiento- y parti-
cipar en las formas de organización política y econó-
mica en las cuales mis vecinos, mi familia, mi comuni-
dad y oirás muchas podrán humanizarse o se verán
perjudicados o destruidos. El. ser hombre gana en
posibilidades, el concepto de humanidad se enriquece
cada vez que descubrimos nuevas áreas de realización.
Eso es lo que Dios quiso en su creación: un ser que
podía ir ampliando el campo de ejercicio de su
creatividad y de su amor hasta que abarcara el mundo
entero y quien sabe si un día también los confines del38
universo. ¿Por qué tener miedo de ello, si ese es el
campo que Dios ha abierto para que el hombre llegue a
ser plenamente hombre?

¿Pecado?

Nuestra visión de la vida humana sería distorsio-


nada y mentirosa si nos quedáramos en un rosado
optimismo. Porque lo que efectivamente ocurre es que,
cada vez que aparece una nueva posibilidad de humani-
zarse, de poner eS fuego al servicio del amor, surge
también una posibilidad de deshumanizarse, de ampliar
el poder de la destrucción y de la separación. Todo
ámbito de responsabilidad es potencialmente un ámbito
de irresponsabilidad. Y la tragedia de la humanidad es
que todas estas formas de destrucción, de irresponsabi-
lidad, de deshumanización se realizan igualmente. Esto
es lo que llamamos pecado.
Pecado es deshumanizar -cerrar al ejercicio del
amor- una responsabilidad que Dios nos abre en el
mundo. Es significativo que cuando Jesús entra en
conflicto con distintos grupos de personas a su alre-
dedor, la causa es siempre el que alguno o algunos se
apropien irresponsable y egoístamente de relaciones o
posibilidades humanas que han sido dadas para ser
compartidas en amor. Tomemos tres casos típicos.
Jesús se ve envuelto varias veces en la discusión de los
pecados relacionados al sexo: ¿es legítimo divorciarse
de su mujer? ¿qué" hacer con una mujer sorprendida
en adulterio? ¿cómo permitir que una mujer pecadora
se aproxime a Jesús? En todos los casos, Jesús es
enormemente compasivo con la mujer y sumamente
duro con el hombre: no hay ninguna mujer pecadora
que se aproxime a él y no sea perdonada. Pero cuando
alguien le pregunta acerca del hombre que -según la
costumbre vigente- podía despedir sumariamente a su

39
mujer, responde con enorme rigor: el hombre que mira
a una mujer con lascivia ya ha cometido adulterio.
¿Por qué? Porque en la situación concreta de su
sociedad y de su tiempo (¿y no lo es también en
buena medida en el nuestro? ) era el hombre quien se
apropiaba, para su propia satisfacción egoísta e irres-
ponsable de una relación que Dios había creado para el
ejercicio generoso y responsable del amor. Eso es el
pecado. Pecado contra Dios porque su propósito de
humanización por el amor es prostituido.
Jesús libra un áspero combate con los dirigentes
religiosos de su pueblo acerca de las leyes religiosas
vigentes. Dios había instituido y ordenado el día de
reposo, las oraciones o las observancias religiosas, para
dar al hombre la libertad de dirigirse a él, de tener un
ámbito de libertad en su presencia, de saberse escucha-
do y aceptado a pesar de sus debilidades, de saber
restituida su relación con Dios. Esas observancias
religiosas debían ser un testimonio constante del amor
divino, el sello de que Dios no renegaba de su sociedad
con el hombre, un llamado a ser responsable por el
prójimo. Pero esos dirigentes religiosos las habían
transformado en un instrumento de dominio sobre el
pueblo, un medio de someterlos por el temor, esgri-
miendo la ley como un arma para subyugar la
conciencia del pueblo, para justificarse a sí mismos y
hacer sentir su superioridad sobre quienes, abrumados
de obligaciones y carentes de recursos, no podían
cumplir todas esas leyes.
Finalmente, Jesús se muestra duro frente a los
ricos. No es un asceta: le complace comer y beber,
participar de una fiesta y compartir un banquete. No
quiere que el hombre se prive de disfrutar de todo lo
que Dios ha creado. Pero, mientras el rico disfruta de
su banquete, el pobre Lázaro tiene que contentarse con
las migajas que caen debajo de la mesa. Y aquí está el
40
pecado; Dios tendió la mesa de! inundo para todos sus
hijos. La apropiación egoísta de esa mesa por algunos
es la negación del propósito de Dios.
El pecado no es tanto una afrenta a Dios en sí; es
una afrenta a Dios en e! hombre, es apropiar irrespon-
sablemente - f r e n t e a otros seres humanos, frente a
generaciones futuras- una posibilidad que Dios ha
abierto para que el hombre sea más hombre, mis
responsable y gozoso en amor. En el fondo, sabemos
esto muy bien. Cuando la humanidad busca símbolos
de lo que es verdaderamente humano, modelos de io
que debemos alcanzar como hombres, nos vamos
dando cuenta cada vez más que la disposición de
entregarse a otros por amor es la cualidad humana
esencial. Los símbolos pueden ser muy distintos: entre
los jóvenes " puede surgir el nombre de Aibert
Schweitzer, de Martin Luther King o del Che -según
sus ideologías, su ambiente o círculo de influencia.
Pero la explicación suele ser la misma: vivieron para los
demás y estuvieron dispuestos a jugarse ia vida por
otros. Aún perturbados por el peso de la enajenación
del egoísmo, de una organización social y económica
destructora y deshumanizante, no podemos dejar de
sentir el llamado de la verdadera humanidad. Honramos
a quienes tratan, por el amor y el fuego, por el trabajo
y la solidaridad, de construir un mundo.

Libertad para recomenzar

Uno de mis colegas en Sa enseñanza teológica suele


decir: "no llegamos a ser hombres para hacemos
cristianos; nos hacemos cristianos para llegar a ser
hombres". La expresión resume muy bien lo que Jesús
hizo. Sus entrevistas, sus curaciones, sus enseñanzas,
tienen por objeto restaurar a una persona -física,
41
moral, espiritualmente- a fin de que pueda vivir en
plenitud, que pueda realizar su vocación humana. En
uno de los episodios más interesantes, cuando le traen
un paralítico, le dice: "Tus pecados te son perdona-
dos". Y cuando los religiosos circunstantes se escandali-
zan (porque "sólo Dios puede perdonar pecados"),
cambia la expresión: "Levantate, toma tu lecho y vete
a tu casa". Y pregunta: ¿cuál de las dos cosas es más
fácil? La enseñanza es obvia: a Dios -y por lo tanto a
Jesús- le preocupa este hombre: el perdón y la
curación física son dos dimensiones de una misma sa-
lud. En las dos es Dios mismo quien está presente y
actuando. Las dos ponen al hombre sobre sus pies y lo
devuelven a la vida ("a su casa"). Las entrevistas de
Jesús con la gente no son nunca el punto de llegada de
un camino sino el punto de partida. Sea que los invite
a seguirlo, que les ordene que vendan todo lo que
tienen, que los envíe sanados de su enfermedad a su
tierra y a su familia, lo que hace es tornar a un hombre
aprisionado, detenido y ponerlo en marcha, en direc-
ción a la plenitud de la humanidad: de su salud, de su
integración a la comunidad, de su vocación - e n fin de
cuentas, en dirección al Reino de Dios que es la
plenitud del'hombre y del mundo.
El hombre existe. Existe como un proyecto de
Dios. Existe para el trabajo y para el amor: para la
comunidad humana responsable, que viva agradecida y
plenamente en una tierra hecha propiedad y bien
común de la familia humana. El hombre existe en
camino -estirado entre su vocación y su negación,
ansioso por llegar a ser plenamente hombre, pero
errando el camino una y mil veces en el afán de
dominar irresponsablemente al mundo y a los demás en
su propio beneficio, empeñado en realizar su humani-
dad por atajos, robando y acaparando lo que sería
suyo libremente. El hombre existe en esperanza,
41
porque Dios lo pone en marcha una y otra vez, ¡e
devuelve la libertad de trabajar y de amar. El mensaje
cristiano es un llamado a aceptar esa libertad. No a ser
superhombres ni semidioses, sino a vivir como hombres
en la presencia de Dios, responsabilizándonos en amor
por el mundo y por los demás.

TEMAS DE REFLEXION
(comentando algunas p r e g u n t a s )

Iglesia y humanización

"¿Está verdaderamente la iglesia humanizando?


;No es cierto que a menudo la Iglesia ha tratado,
precisamente, de conformar al hombre, de hacerlo re-
signarse a su condición? ". Inversamente, se pregunta
"¿no es más bien la política la que permite al hombre
asumir su responsabilidad? ".
Estas dos preguntas llegaron de sectores distintos,
como preguntas diferentes. Creo, sin embargo, que
resultan complementarias. Como críticos de la Iglesia
-autocrítica para quienes formamos parte de ella—
debemos mantener en nuestro juicio una adecuada
perspectiva histórica, partiendo de la afirmación que
nuestra vocación humana es "humanizar" -poner al
servicio de la comunidad en amor solidario - t o d a
nueva posibilidad que se abre en el dominio y uso
responsable del mundo. A partir de la época moderna
- d e c í a m o s - esas posibilidades se han dado en ritmo
creciente. Pero no debemos olvidar que en la antigüe-
dad, la mayor parte de los hombres han sufrido la
historia mas bien que hacerla. No simplemente porque
algunos hombres eran malos y oprimían a la mayoría.
Sino mayormente porque no se habían hecho posibles
42
todavía las condiciones de abundancia y crecimiento
material que hoy poseemos. La mayor parte de la
gente no tenía otra posibilidad (no sólo por injusticia
sino por limitaciones reales) que pasar la mayor parte
de la vida arrancándole a la tierra una subsistencia
mínima, apenas sobre el nivel del hambre y la
enfermedad. Las otras esferas de la vida: la cultura, el
conocimiento, la recreación, quedan para la mayoría de
la humanidad -repito, por condiciones objetivas y no
por simple opresión- reducidas a algunos pequeños
intersticios. No se trata solamente de que había ricos y
pobres - l o cual es cierto- sino de que toda la
humanidad era irremisiblemente pobre.
En tales condiciones, la participación política es
decir, la posibilidad de la totalidad de la comunidad de
participar activamente en su propio destino queda,
con algunas excepciones de pequeñas comunidades,
fuera de toda posibilidad. No hay medios para que la
comunidad entera se organice y fije su proyecto. Tiene,
más bien, que sufrir su historia. Mas de una vez la
Iglesia ayudó a esas masas a sufrir la historia con cierta
alegría y esperanza. Les ayudó a confiar en que el
horizonte de su vida no se cerraba sobre la pobreza y
la miseria del presente sino que se abría a una
eternidad. Les dio una dimensión humana, aunque
quedara proyectada a otra vida y hubiera de manifes-
tarse aquí solo como resignación. Si queremos decir
que ha sido "opio del pueblo", podemos hacerlo. Pero
un médico responsable no descuenta el uso de una
droga cuando el sufrimiento es inútil y hasta des-
tructor.
No se trata de enjuiciar el pasado. Nuestro
problema es otro. Porque, a medida que se abrieron
nuevas posibilidades: cuando la enfermedad de la
miseria, del desvalimiento, de la impotencia dejaron de
ser incurables para vastos sectores del mundo, la Iglesia
43
siguió adormeciendo. Olvida su vocación humana y se
alquila al servicio de quienes acaparan irresponsable-
mente para sí lo que corresponde 9 toda la familia
humana. Hoy no hay ninguna razón objetiva para que
todo el mundo no pueda alimentarse, protegerse de la
enfermedad y el desamparo, acceder a una medida de
libertad y recreación, participar activamente en el
proyecto de su propia vida y la de los suyos. Quienes
quieren hacernos creer que estamos condenados a la
desigualdad y la miseria mienten, y lo hacen en defensa
de sus propios privilegios. Por más apariencia técnica y
reacional que tengan sus cálculos de desastre, no son
sino la barricada tras la cual se esconde el egoísmo de
clase o de raza. Cuando esto ocurre, el cristiano, como
responsable de anunciar y participar en el propósito
creador de Dios, tiene la obligación irrenunciable de
denunciar esta situación y de esforzarse para transfor-
marla. La transformación de las condiciones humanas,
en una sociedad compleja como la nuestra, es una tarea
política. De allí que la obediencia al mandato del
Creador pasa hoy ineludiblemente por la acción polí-
tica.
Pero la Iglesia siguió viviendo en un mundo
pre-moderno, en el mundo de! hombre resignado que
sufre la historia. Y lo que es peor, bautiza ese
sufrimiento con el nombre de "voluntad de Dios". Al
hacerlo, da un sello divinó a una condición inhumana y
se hace enemiga de Dios. Los términos parecen
demasiado fuertes. Pero es difícil no llegar a esta
conclusión. Toda posibilidad de enriquecimiento de la
•vida humana es un don de Dios. Quitárselo o impedir
que lo disfrute es contravenir la voluntad divina. La
Iglesia ha fallado doblemente: no ha dado la imagen de
hombre que correspondía, no ha proyectado la imagen
de la Biblia sobre la realidad y por lo tanto ha
mantenido la imagen del hombre resignado a su suerte;

45
de! hombre cuya esperanza tiene que reducirse al más
allá, porque aquí no tiéne otra posibilidad: ha sido
'opio' cuando debió transformarse en 'tónico'. Y como
consecuencia, ha formado en su propio seno hombres
incapaces de asumir su responsabilidad humana, una
mentalidad de "resignación", de renuncia, la clase de
actitud que alguien ha llamado de "huelga social".

Humanidad y política

Hay quienes protestan cada vez que un predicador


o un teólogo "se mete en política". Es bien posible
que más de una vez pequemos por aventurarnos a
hacer juicios y a definir posiciones sin la competencia
técnica necesaria -y por lo tanto a decir dislates. Pero
si política es la acción mediante la cual la comunidad
humana asume y lleva a cabo su tarea de proyectar su
vida, fijar sus metas y organizarse para lograrlas, ¿cómo
podría el cristiano abandonar este ámbito? ¿cómo
podría callar sobre este tema, particularmente cuando
percibe que el mundo le es robado al hombre? La
política es el esfuerzo por recuperar el mundo para los
hombres, por sacarlo del poder de la irracionalidad, del
egoísmo de un grupo o de la arbitrariedad de un
sistema inhumano y devolverlo a su propósito —servir
para el enriquecimiento y la plenitud de la comunidad
humana. Y esta es una obligación cristiana fundamen-
tal. No se puede ser cristiano sin asumirla, porque no
se puede ser hombre sin hacerlo.
Esto no significa, por supuesto, que todo el
mundo deba dedicarse a la actividad política como
ámbito específico y vocacional. Este es un problema de
ética vocacional muy importante que debemos en este
momento dejar a un lado. El punto en cuestión aquí es
si la imagen de lo humano no es para nuestra época
46
necesariamente la imagen del hombre político, es decir,
del hombre que asume la responsabilidad por el resto
de la comunidad, que trata de conocer y de servirse de
los procesos por medio de los cuales esa comunidad se
estructura y se modifica y que impregna de esa
responsabilidad y de ese conocimiento la totalidad de
su vida, sea en el campo de su actividad vocacional, de
su vida familiar, cultural o religiosa. En ese sentido, un
verdadero hombre politiza toda su vida.
¿Ha concluido la tarea de "consuelo" de la
Iglesia? No lo creo. La sola conciencia de la responsa-
bilidad y de la tarea, sin la aceptación gozosa y
confiada de las limitaciones y retrocesos a los que la
empresa humana está sometida, sólo puede engendrar
frustración y desesperación. La fe cristiana significa la
posibilidad de aceptar esa limitación sin que paralice,
porque se la inscribe en un proyecto sobre el cual Dios
vela, en cuya realización ha empeñado su propia vida y
en ei cual se puede, por lo tanto, invertir la vida propia
sin temor al fracaso. Sobre este tema volveremos* en
nuestro próximo capítulo. \

Hombre y cosmos

"¿Contempla el pensamiento cristiano -la teolo-


gía— una proyección cósmica del hombre? ". La Biblia
habla naturalmente de la 'tierra' como el hogar del
hombre. Y así lo ha hecho la teología tradicional -
mente. De ello algunos han sacado la consecuencia que
le está vedado al hombre abandonar la tierra y penetrar
el espacio. Sería una invasión del "cielo", del espacio
de Dios. Y por lo tanto, una empresa impía y
condenada al fracaso.
Este punto de vista corresponde mucho más a las
religiones paganas, contra las cuales se dirigía el
47
mensaje bíblico que al pensamiento de la Escritura. Por
supuesto, los autores bíblicos, que vivieron hace de dos
a tres mil años, no soñaban con exploraciones espacia-
les. Pero tampoco divinizaron el firmamento, y esto es
muy importante. Mientras que pueblos vecinos miraban
el sol, la luna, las estrellas, como seres divinos a
quienes había que honrar, de quienes dependía su
destino (¡cuántos consultan hoy todavía los horós-
copos! ), la Biblia los mira como parte de la creación,
igual que la tierra. "Dios creo el cielo y la tierra" dice
la Biblia y repite el Credo. Cielo y tierra significan:
"todo", "la totalidad de lo que existe", el universo, el
cosmos. Es una misma creación. Y por lo tanto es
espacio abierto al hombre. Cuando éste lo descubre, lo
utiliza, o simplemente se deleita en su contemplación,
no está invadiendo territorio vedado, no está infrin-
giendo los privilegios de Dios. Está cumpliendo su
vocación humana. La única pregunta es si lo está
haciendo responsablemente, si emplea verdaderamente
el fuego -los cohetes espaciales, las sondas, los
conocimientos- al servicio del amor. No es mejor ni
peor mal utilizar la luna que mal utilizar el océano o la
plaza pública. Incluso si alguna vez aparecieran en
nuestro horizonte otros seres creados, nuestra responsa-
bilidad no habría variado de sentido: se trata de la
transformación del mundo al servicio del amor. No se
trata de especular hoy sobre esa posibilidad. Con ese
nuevo descubrimiento se abrirían nuevas posibilidades
de "ser hombres", tal vez nuevas formas de comunión,
de solidaridad, de creatividad. Un verdadero cristiano
trataría de responder a ese nuevo don con gratuidad.
La medida del cosmos no está dada por un límite
arbitrario fijado por Dios sino por la dinámica de la
acción humana que Dios ha posibilitado y que conti-
núa posibilitando y estimulando.

48
Perfección y madures

"¿Qué es esa plenitud humana de la que hemos


hablado repetidamente? " Podríamos definirla en los
términos que hemos empleado para hablar de "imagen
de Dios" (véase más arriba). Pero igualmente podemos
recordar unas palabras de Jesús: "Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto". La palabra "perfecto" puede traducirse
también como "maduro" o "completo". La misma
frase de Jesús aparece en otro evangelio (Lucas) así:
"Sed pues vosotros misericordiosos como vuestro Padre
que está en los cielos es misericordioso". Cualquiera sea
la frase original -o tal vez las dos- el significado es el
mismo. Jesús había estado señalando que el amor de
Dios se ejerce sin discriminaciones hacia todos los
hombres, que la providencia divina es universal. Y con-
cluye: ¡qué el amor de ustedes lo sea también! La
perfección del cristiano no es una perfección abstracta
o estática: es el esfuerzo por asumir la totalidad de la
humanidad y del mundo en un amor responsable y
activo. Perfecto es el que ama como Dios aína. Y puesto
que, como hemos visto, tanto la vida personal como la de
las comunidades humanas en la historia es un constante
crecimiento en el ámbito del conocimiento y de las
posibilidades de realización, la perfección es el proceso
de madurez mediante el cual vamos aprendiendo a
ejercer responsablemente el amor y el trabajo en cada
nuevo horizonte, con cada nueva relación, en cada
nueva etapa de la vida personal y de la historia.
"Vayan creciendo en amor hacia la plenitud". Ese es el
sentido de lo humano.
Valdría la pena añadir -aunque es obvio- que
cuando hablamos de amor no nos referimos a un mero
sentimiento, a una emoción, sino a la entrega concreta
y efectiva a la necesidad real del otro y de los otros
49
que han sido colocados bajo la esfera de nuestra
acción. El amor es una disposición y una voluntad de
eficacia que se viven cada día inteligente y concreta-
mente. La búsqueda de perfección es, pues, el esfuerzo
por incluir la totalidad dentro de ia acción efectiva de
mi amor, en la medida de las posibilidades que se me
abren.

50
CAPITULO ¡II

¿HAY UNA VIDA ANTES DE LA MUERTE?

No se trata de un error de redacción o de


imprenta. La pregunta apareció, efectivamente, sobre
una pared en una de las secciones más desvastadas de
la ciudad de Belfast, en Irlanda: "¿Hay una vida antes
de la muerte? ". En las condiciones de violencia que
azotan el territorio ya por varios años, cuando una
bomba puede explotar en cualquier momento en un
supermercado o en la congestión callejera de media
tarde, cuando cualquiera puede ser repentinamente
alcanzado por una ráfaga de metralleta o por la bala de
un francotirador, cuando una sola cosa es segura: el
riesgo de la muerte, una población aterrorizada se
pregunta: ¿es posible la vida en tales condiciones? ¿es
que queda una vida que pueda ser vivida antes de la
muerte?
A diferencia de otras épocas, el hombre de hoy
cree que esta vida, antes de la muerte, es la que tiene
importancia. A otros hombres los dominó el anhelo y
la esperanza de una vida más allá. A nosotros nos
interesa esta vida. Respondiendo a una encuesta frente
a una cámara de televisión, un señor comentaba: "me
han dado una entrada para esta función, y si se
suspende por lluvia no puedo devolverla; tengo que
aprovechar este boleto, porque es el único que tengo".
Ahora es ei momento

En términos de la Biblia, no andaba nuestro


hombre muy lejos de la verdad. Aunque tai vez su
frase tuviera más profundidad que la que é! mismo le
asignaba. Esta es la vida que nos ha sido dada. Aquí y
ahora se juega nuestra vida. Es asombroso lo poco que
habla la Biblia de otra vida. Nosotros la hacemos
hablar, porque estamos convencidos de que debería de
hacerlo. Pero las expresiones que generalmente referi-
mos a una vida después de la muerte, tales-como "vida
eterna" o "la vida en Cristo" e incluso "vida celestial",
se refieren generalmente en primer lugar a esta vida.
"Esta es la vida eterna", dice Jesús: "que- te conozcan
a tí, único Dios' verdadero y a Jesucristo, a quien tú
enviaste". Y eso ocurre, como bien lo aclara el
evangelio, aquí y ahora. O miremos el famoso pasaje
de Colosenses, capítulo tres, en que Pablo nos exhorta
a "poner la mirada en las cosas celestiales, no en las
terrenas". Aquí seguramente tendremos un pasaje
referido a 'la otra vida'. Como para confirmarlo añade:
"porque vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios". Pero para nuestro asombro continúa: "por lo
tanto, hagan morir las cosas terrenales que hay en
ustedes" y comienza a distinguir las cosas terrenales de
las celestiales. Entre las primeras aparece la lujuria, la
avaricia, la mentira, el odio; entre ias segundas la
compasión, la mansedumbre, ia disciplina propia, el
perdón mutuo. A las primeras corresponden las discri-
minaciones sociales, religiosas o raciales; a las segundas,
la paz y la solidaridad. Y como para que nadie
continúe engañándose, comienza a señalar las circuns-
tancias y relaciones en que debe vivirse la nueva vida,
la vida celestial: relaciones familiares, matrimoniales,
laborales. Es evidente que la vida "celestial" tiene un
ámbito muy "terrenal".

54
En te época de Jesús se libraba en e! judaismo una
aguda polémica acerca de ¡a resurrección de ¡os
muertos, que un grupo (los "saduceos") negaba y otro
(los "fariseos") afirmaba. Se discutía la naturaleza de
la vida resucitada, y si ios que morían iban por un
lapso al "seno de Abraham" o directamente al "pa-
raíso". Jesús afirmó varias veces la realidad de la
resurrección. Pero es interesante que cuando cuenta
una parábola referida a esta discusión (probablemente
retomando una historia que ya era conocida), le da un
énfasis muy particular. Un rico, dice, banquetea cada
día, en tanto que un mendigo, Lázaro, recoge las
migajas de sus banquetes. Ambos mueren: el rico va al
lugar de tormento y el pobre al seno de Abraham. El
rico pide que Lázaro venga ahora a aliviar su sufrimien-
to, o que al menos se le permita a él volver a prevenir
a sus parientes de lo que Ses espera. La respuesta es
dura y cortante: el momento decisivo ya pasó. La
eternidad estaba en juego allá, cuando uno gozaba de
la vida sin cuidarse de lo que ocurría con el otro. Allí
quedó sellado el carácter y el destino de su vida. La
muralla que allí se construyó entre uno y otro ya no
puede derribarse. La enseñanza es clara: "no se trata
tanto de discutir la resurrección o el destino futuro. Lo
que cuenta es el contraste entre el rico y el mendigo
que ustedes toleran. Fíjense en lo que pasa en esta vida
y en este mundo. Lo otro es consecuencia de ello".
Esta es la verdadera cuestión: aquí, en esta vida, se
participa o no en la "sociedad" que Dios establece con
el hombre para crear y transformar el mundo. Aquí
aceptamos o' rechazamos la invitación y el desafío.
Aquí participamos o no en el proyecto de Dios. Esta
vida es lo decisivo. Me han dado una entrada para esta
vida, y no me la reciben de vuelta si no anda bien. O
para decirlo con un mejor símil, que Jesús empleó, me
han dado un "talento" para cultivar y hacer producir.

55
Si lo entierro por temor o por negligencia, con él he
enterrado mi vida. Esta vida es el tema de la Biblia.

¿Pero hay realmente una vida?

Ese es nuestro problema: la vaciedad o la plenitud


de esta vida. ¿Podemos hablar de los años que pasamos
sobre la tierra como "una vida" o son sólo un
conjunto de experiencias más o menos casuales, sin
significado, desconectadas entre sí? ¿Vivimos una vida
o sólo "vamos tirando" de un día para el otro, hasta
que la muerte nos sorprende? ¿Tiene sentido nuestra
vida?
Permítanme ser por un momento un poco perso-
nal. Cuando uno llega al medio siglo y comienza a
mirar su propia vida como algo que ya está básicamen-
te definido y decidido, como un camino en buena par-
te ya transcurrido, comienza a plantearse esta pregunta
con cierta urgencia. ¿En realidad puedo hablar de mi
vida como una unidad con sentido y dirección? Si la
miro objetiva y desapasionadamente, debo responder:
"No estoy seguro de que sea así". ¡Hay tantas
desconecciones, tantos huecos, tantos comienzos sin
culminación, tantos caminos emprendidos aparentemen-
te sin salida, concluidos en punto muerto! ¡Tantas
veces hubo que arrancar la página y comenzar una
nueva! Un intento de hace algunos meses de escribir
un artículo sobre el desarrollo de mi pensamiento
volvió a actualizar esa impresión. Al revisar las cosas
escritas a lo largo de más de dos décadas: ¡cuántas
inconsecuencias! ¡cuántas indecisiones! ¡cuántas idas
y vueltas!
¿Es mi vida realmente 'una' vida? Hay batallas en
las que empeñé todo mi esfuerzo, que llevaron años, y
de las que no puedo menos que decir sinceramente:

56
¿eran realmente tan importantes? ¿valían realmenteA la
pena? Si me esfuerzo por ser objetivo en la evaluación,
debo decir que no puedo responder con seguridad a
esas preguntas. Supongo que - t a l vez con algunas
excepciones- a todos nos pasa un poco lo mismo. No
es que no haya en nuestra vida cosas significativas. Las
hay, y cuando miramos hacia atrás no podemos menos
que tomarlas también en cuenta. Hemos aprendido
algo a través de los años: hay cosas que hoy vemos con
claridad, de las que estamos convencidos. Hemos
trabajado y hemos logrado algo en nuestro trabajo.
.Hay cosas que hicimos bien. Y que han quedado bien
hechas. Algunas de las causas por las que hemos
luchado valían la pena y siguen siendo importantes. Y
estamos dispuestos a seguir luchando por ellas. Sobre
todo, hemos amado y hemos sido amados. Y esto es
probablemente lo más importante. Hemos tenido pa-
dres, esposa, hermanos, hijos, amigos, companeros de
tarea, y los tenemos aún. Pero todo esto no elimina la
pregunta: ¿son todas estas cosas una vida? ¿Tienen
continuidad, tienen coherencia? ¿Tienen futuro? ¿O
son sólo chispazos en una noche sin futuro ni sentido?

El amor no dejará de ser

Pienso que éste es el problema verdadero de la


esperanza. El apóstol Pablo tiene una respuesta a la
pregunta. En uno de sus más famosos pasajes habla de
la fe por la que, aún en la oscuridad, confiamos en el
poder de Dios. Habla de la esperanza por la cual nos
"estiramos" hacia esa calidad de vida que Cristo nos
mostró y nos ofreció. Pero cuando debe hablar del
contenido permanente de esa fe y de esa esperanza, de
lo que realmente dá sentido y continuidad a todo, se
concentra en una sóla cosa: el amor. La fe y la

57
esperanza pasarán. Pero el amor perdura. Las acciones
más heroicas, las más filantrópicas o las más resonan-
tes, pueden ser nada más que efímeras manifestaciones
de una actividad sin valor ni permanencia. Pueden ser
el sonido aislado de ira Instrumento tocado al azar.
Sólo el amor da permanencia y significado a esas
acciones. Porque sólo en el amor hay la persistencia, la
tenacidad, la entrega total, la sensatez y la sensibilidad
que alcanzan un resultado permanente. Hay una vida si
hay amor y en la medida en que haya amor.
Repetimos las palabras del teólogo uruguayo J. L.
Segundo, que citábamos anteriormente; el Evangelio
puede resumirse en una sola frase: "no hay amor
perdido en este mundo".
Jesús hace la misma afirmación en dos notables
pasajes. Uno es el que relata que una mujer (¡a
tradición la ha identificado con la Magdalena) se acerca
a Jesús y lo unge con un perfume muy valioso. Los
discípulos murmuran contra ese "derroche". Y Jesús la
defiende: ha realizado un acto de amor (ungir a quien
va a morir es uno de los actos de misericordia). Y
añade una frase hermosa y solemne: "En verdad les
digo que donde quiera que se predique en todas partes
del mundo el mensaje de salvación, se contará también
lo que hizo esta mujer, para que se acuerden de ella".
A un pequeño acto de amor se le da la trascendencia
misma del mensaje de salivación, del Evangelio: se dice
que ese pequeño acto es de la misma naturaleza de la
salvación, tan permanente, tan eterno como el evan-
gelio mismo. Dondequiera se anuncie ei amor de Dios,
esta mujer estará presente en su acto de amor. Con él,
aquella mujer se ha eternizado. Porque ei amor, ¿orno
la misma palabra de Dios, es eterno. Con esa palabra,
un acto de amor no queda nunca sin futuro.
El otro pasaje es la solemne parábola del juicio del
capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, ea que ai

58
Hijo del Hombre separa las "ovejas" de los "cabritos ,
los aceptados de los reprobos. Y el criterio de juicio se
anuncia en dos frases: "Ustedes h i c i e r o n . . " u s t e d e s
no hicieron...": ¿qué cosas? Nuevamente, las obras
de amor (tal como cualquier judío las había aprendido
a distinguir desde la infancia): dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al désnudo,
visitar y cuidar del preso, del extranjero, de! enfermo.
Y una vez más, se juega aquí la relación con Jesucristo
mismo: "En cuanto lo hicieron (p no lo hicieron) con
uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicieron (o no lo hicieron)". No hay ningún acto de
amor que pierda su futuro eterno. Nos engañaríamos si
viéramos aquí un simple asunto de transacción comer-
cial: por un seracio brindado a m pobre aquí se
consigue una recompensa más allá. Se trata, en cambio,
de la naturaleza misma del futuro que Jesucristo
ofrece. Su Reino es el triunfo del amor solidario y
activo- todo acto que corresponda a ese Reino, tiene
permanencia eterna, está hecho de la materia del Reino
mismo y por lo tanto queda incluido en el. En el
Nuevo Testamento hay muy peca especulación acerca
de la muerte y del más allá. Lo que se repite
incansablemente es que el aW de Jesucristo es
permanente y que la muerte no puede detenerlo.
Jesucristo dá, por tanto, al amor en nuestra vida una
• dimensión eterna. Quien se ha identificado con el, ya
ha vencido la muerte.
Un episodio más del evangelio merece mención en
este sentido. Al acercarse a una ciudad, Jesús se
encuentra con el cortejo fúnebre de un joven, hijo
único La madre va llorando a su lado. Jesús se
compadece, vuelve al hijo a la vida y "lo devuelve a su
madre". El centro del pasaje no es simplemente el
poder de Jesús para restaurar la vida, sino la compasión
de Jesús que devuelve «n futuro a! amor quebrantado

59
de la madre. El hijo morirá en otro momento; la madre
también. Lo que se ha manifestado y certificado aquí
es que, en Cristo, el amor no ha de quedar para
siempre llorando la pérdida. Lo que se vive en amor
aquí en esta vida tiene futuro aquí y en la eternidad.
No hay otra respuesta a la pregunta acerca de la
vida más allá de la muerte. Ella reposa sobre la misma
realidad que esta vida. Tenemos una vida más acá de la
muerte -y no un mero conjunto de instantes y
episodios aislados y sin significado- porque, y en la
medida en que participamos de la realidad del amor. Y
como ese amor no es una mera manifestación humana,
un simple esfuerzo de nuestra voluntad o un desborde
de nuestro sentimiento sino el mismo sentido de la
realidad, el fundamento de todo lo creado, el ser
mismo de Dios, puesto que es así, la vida tiene futuro
eterno. El sentido de nuestra vida antes de la muerte y
la confianza en una vida después de la muerte tienen
una sóla y única garantía: el amor de Jesucristo. No
podemos buscar otra. El amor de Dios y nuestra
aceptación activa del mismo constituyen la única
posibilidad de que haya una vida en esta serie de
episodios inconexos y de pensamientos tantas veces
contradictorios, de triunfos y de fracasos, que haya
una vida aquí y que esa vida, en lo que tiene de
significativo, tenga futuro también más allá. En él, y
solamente en él, la vida tiene futuro.

No se puede hablar en singular del amor

Lo que llevamos dicho podría aún malentenderse.


Podríamos pensar en individuos autónomos e indepen-
dientes persiguiendo cada uno por su lado el ejercicio
del amor y trascendiendo así a una'vida más allá. En
realidad, tal idea sería estrictamente absurda, porque el

60
amor significa precisamente la ruptura de esa existencia
individual, autónoma e independiente. Por lo tanto,
decir que el sentido de la vida, que su realidad, es el
amor, es ubicar la realidad en la comunidad humana,
en la' sociedad de los hombres -único lugar en el cual
el amor puede cobrar cuerpo y expresión-, Pero no
necesitamos recurrir a deducciones lógicas: la Biblia es
abundantemente clara y explícita al respecto. Cuando
se habla en ella del amor, no se lo hace en un contexto
de individuos aislados o incluso de relaciones puramen-
te individuales sino en el marco de una esperanza y
una afirmación dominante: el Reino de Dios. Este es el
centro de la Biblia y, particularmente, del mensaje de
Jesús.
No podemos detenernos aquí a trazar en detalle el
concepto del Reino de Dios, acerca del cual hay
abundante material accesible. .Bástenos señalar que se
trata de la afirmación de una humanidad transformada
en una tierra renovada. Es la visión de un mundo en
que el propósito creador de Dios finalmente se ha
cumplido; donde el hambre, la pobreza, la injusticia, la
opresión, el engaño, y finalmente la enfermedad y la
muerte misma han sido definitivamente desterradas. Es
la visión de un mundo del cual el mal ha sido
arrancado de raíz y para siempre. Donde el amor de
Dios es "todo y en todos". Donde la calidad de
humanidad que se dio en Jesucristo ha penetrado toda
nuestra humanidad y, por lo tanto, el proyecto de Dios
de hacer una humanidad que vive solidariamente el
amor en un mundo armonioso que él mismo trabaja,
.cultiva y hace fructificar, se ha cumplido. "Paz" y
"justicia" son dos términos que, en la Biblia, suelen
caracterizar esa visión. Justicia es la restauración de las
relaciones correctas entre los hombres, en relación con
la posesión de la tierra, en el cuidado de los derechos
de los más débiles, en la protección de la vida. Paz es
61
la condición de plenitud personal y comunitaria, que
incluye los aspectos institucionales, comunitarios y
personales. Gráficamente, paz es la situación de ¡a
familia que vive holgada y alegremente en su casa,
trabajando y reposando, en esta gran casa de! mundo:
esa es la visión de la Biblia. Ese es el esfuerzo en e!
que Dios está empeñado. En la epístola a los Efesios se
lo indica diciendo que Dios se ha propuesto "recuperar
todas las cosas y hacerlas una en Jesucristo", es decir,
unificar en clave de amor ("el misterio revelado") la
totalidad del universo. Esta visión universal de la
recreación del mundo y del hombre es el contenido
inescapable de toda la Biblia, del mensaje de Jesús, de
la esperanza cristiana.
Ai decir esto se levantan, sin duda, una hueste de
preguntas: ¿cómo? ¿cuándo? ¿de qué manera? ¿có-
mo se relacionan en esa esperanza ¡os logros humanos
y la acción divina? La Biblia responde a esas preguntas
en imágenes, parábolas, símbolos, poesía. No hay en la
Biblia una 'geografía' o un 'crosiograma' del Reino de
Dios, como no hay una geografía o un cronograma de
la vida más allá de la muerte. Se nos habla en un
lenguaje poético y simbólico que nos permite percibir la
calidad de vida de ese futuro. Y se trata de un futuro
de la humanidad, de las naciones, es decir, del hombre
en sus relaciones, de la existencia colectiva y organi-
zada, de la sociedad humana. Esto es de la esencia misma
del mensaje cristiano: reducirlo a la vida personal y
privada y a la continuación eterna áe esa vida es distor-
sionar de manera monstruosa ese mensaje. Una vida
privada, vivida en sí y para sí, y prolongada eternamente
es, en realidad, el infierno, la condenación, la perdición.
Porque el amor no puede conformarse con vivir una vida
privada. El mensaje bíblico es el de una comunidad que
se crea y se recrea en amor, en un mundo destinado a ser
"el hogar" de esa comunidad.

62
No se nos estimula ni se nos autoriza a especular
acerca de cómo y cuándo ese propósito sera consu-
mado En realidad, Jesús dice a sus discípulos que esa
especulación no es asunto suyo. Pero si esta es la
naturaleza de la esperanza cristiana, hay una conse-
cuencia de vital importancia: todo acto, acción o
proyecto que, sobre este mundo y ahora, redicen
aunque sea muy parcialmente, ese propósito de Dios,
tiene futuro permanente. Lo que dijimos de los actos
personales de amor - e l perfume derramado o la -
atención del hambriento, etc.- hemos de decirlo de las
formas corporadas, estructurales, organizadas, del amor
Sería absurdo pensar que es un acto de amor el
mendrugo de pan colocado en la mano del mendigo
pero que no lo es la legislación o la organización social
mediante la cual se hace innecesaria la mendicidad. O
que merece ser considerado un servicio a Jesucristo la
visita a un enfermo, pero no el programa nacional de
salud que previene millones de enfermedades.
Si esto es así, estamos obligados a decir -ubicados
en nuestro mundo y nuestra situación particular de
latinoamericanos de esta época- como parte del
evangelio, algunas cosas que pueden sonar extrañas.
Hemos de decir que toda lucha contra la opresion y la
injusticia tienen futuro. Y por lo tanto que es parte del
servicio humano a Jesucristo la lucha contra la avaricia
capitalista o contra la deshumanización burocrática
colectivista, la substitución de los monopolios y las
multinacionales por una economía puesta al servicio
del hombre, los esfuerzos por preservar la creación de
la destracción y del despilfarro de una sociedad de
consumo, los esfuerzos por organizar políticamente la
comunidad humana en igualdad real y no ficticia,
• donde los hombres tengan el mismo valor, no en un
plano abstracto de ciudadanos sino en las posibilidades
concretas de desarrollar sus capacidades, de disponer de

63
su trabajo y de su vida. Es parte del servicio a
Jesucristo la lucha por la liberación de la mujer de su
trato como cosa, como un producto más de nuestra
sociedad, para constituirse en integrante de la unidad
humana ("hombre y mujer los creó"). Es parte de ese
servicio la transformación de la educación en una
ocasión de gozo y humanización del niño: todo eso es
lucha contra el pecado y por ende parte de la. creación
del Reino de Dios.
También en este aspecto podríamos preguntarnos
si esos mil combates de la humanidad por un poco de
libertad, o de justicia, o de dignidad, a veces ahogados
en sangre, a veces parcialmente triunfantes, a veces
traicionados en el triunfo mismo, son una historia o
simples incidentes sin significado permanente. Y la
respuesta es la misma. El cristiano no puede ser cínico
respecto de la historia humana por la misma razón por
la que no puede serlo respecto de la vida personal:
porque ha conocido el poder del amor, manifestado en
Jesucristo, para rescatar, perfeccionar y dar futuro
eterno a cada instante de la vida personal y a cada
movimiento de la vida común de los hombres en que el
amor ha preservado y dado sentido a la vida. A Dios le
corresponde indicar el cómo y el cuándo en que esa
fruicción ha de realizarse. Pero Dios nos ha invitado a
comenzar a crear el futuro y nos ha prometido
garantizar y certificar para la eternidad lo que creamos
en amor personal y colectivamente en este mundo. Hay
una vida humana y hay una historia humana antes de
la muerte, en este mundo, porque Dios es amor. Y por
eso hay también una vida humana y una historia
humana más allá de la muerte y más allá de este
mundo. Esta es la naturaleza y el fundamento de la
esperanza cristiana.

64
TEMAS DE REFLEXION
( C o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s )

Las imágenes de Sa vida futura

Hemos señalado el carácter poético, simbólico, en


que se nos presentan las enseñanzas bíblicas sobre la
vida más allá de la muerte. Una de estas imágenes es la
del "reposo" o "sueño". En base a ella, frecuente-
mente se ha imaginado la vida futura como pura
pasividad. Pero el término reposo no significa pasividad
sino armonía, tranquilidad, serenidad, confianza. Cuan-
do Dios dice a su pueblo: "en reposo, hallaréis vuestra
fortaleza" no los invita a la pasividad sino a una serena
confianza. A menudo se ha ridiculizado una imagen
que aparece varias veces en el último libro de la Biblia:
la de los resucitados tocándo el arpa y cantando
delante de Dios en el mundo futuro. Por cierto que es
posible puerilizar esta figura. Pero su significado es
sumamente profundo. Porque la música y el canto son
posiblemente la actividad humana en la que más
profundamente podemos experimentar ia. unidad de
trabajo y placer, tarea y creación, disciplina y libertad,
experiencia personal y unidad comunitaria. Cuando se
hace música, incluso dentro de nuestrás limitaciones,
parecería como si la distancia que hay siempre entre el
esfuerzo y el gozo se eliminara, corno si rni individua-
lidad, sin perderse, se aúna en la armonía común:
somos a la vez activos y pasivos, a la vez yo mismo y
el coro o la orquesta. Hay fugaces momentos en la vida
en que e! trabajo es rescatado de su peso y transfor-
mado en expresión plena de mi ser. El arte, y
particularmente la música son un magnífico símbolo de
ellos. La vida futura se presenta, en esta imagen, como
la clase de vida en la que el esfuerzo, el trabajo, el

65
servicio es a la vez alegría, reposo, y la alegría es
creación, servicio, tarea. Evidentemente, esta es la
calidad de vida impregnada por el amor. Y hay aquí
una dimensión más aún: todo esto ocurre "delante de
Dios", evidentemente ofrecido a él como culto, como
reconocimiento. Es interesante que tanto en hebreo
como en griego, la Biblia utiliza la palabra servicio
(trabajo, tarea desempeñada) para referirse al culto a
Dios. Es que realizar con gozo mi tarea es honrar a
Dios en su propósito. Nuevamente el símil que mencio-
namos reúne esas tres dimensiones: ser yo mismo sin
trabas en el gozo de la creatividad, entregarme a una
tarea común creando una unidad con otros, honrar a
Dios ofreciéndole nuestro servicio y creación común:
esa es la verdadera vida.
Si esa es la verdadera vida, la creación de manifes-
taciones, aproximaciones de esa vida dentro de las
condiciones de limitación de nuestro mundo y nuestra
historia es la misión del cristiano. Eso significa tratar
de transformar el trabajo quitándole los elementos que
¡o hacen una carga compulsiva, permitiendo en la
mayor medida la alegría de sentirlo propio en su
realización y en su resultado. Y sentido propio no
como cosa egoísta privada que debo defender, sino
como realización común para el bien común. Hay aquí
percepciones para una ética del trabajo, de la recrea-
ción, para el ámbito de la economía y de la política,
de la organización de la vida personal y colectiva.
Nuestra visión del futuro atrae el presente: en estas
imágenes del futuro se esconde un llamado para la
transformación del presente. Más de una vez, estas
imágenes han sido puestas al servicio de una visión
estática y negativa de la vida y el mundo presente. Es
tarea cristiana rescatarlas y darles la interpretación
dinámica que ellas mismas reclaman.
Tal vez hay otra imagen que —para terminar una

66
vieja polémica cristiana— conviene mencionar: la de
"recompensa". Se trata de saber si podemos hablar de
la vida futura como una "recompensa" por el bien
practicado en ésta. Católicos y protestantes hemos
debatido furiosamente al respecto. Hay que reconocer
que el término es utilizado en el Nuevo Testamento.
Pero también hay que insistir en que la vida futura
—como todo lo que el Evangelio nos ofrece— es
gratuito y no negociable. El error surge, seguramente,
de interpretar literalmente la idea de recompensa,
como una especie de "crédito" que acumulamos en los
cielos con nuestras acciones terrenales. Un crédito que
podremos cobrar en el momento correspondiente. Tal
idea es evidentemente absurda en una economía del
amor tal como la Biblia la presenta. Pero si entende-
mos la palabra como una imagen, una especie de
parábola para señalar que las acciones que correspon-
den a la vida nueva no quedan truncas, no se acaban,
sino que se proyectan al futuro, entonces la idea se nos
muestra como coherente y positiva. Aquello que
comenzamos a realizar en amor, aunque quede incom-
pleto, tiene asegurado en Dios su plenitud; sus deficien-
cias han de ser 'compensadas', su imperfección, purifi-
cada. La recompensa es la plenitud de So que iniciamos
en amor. Y esto no sólo no es artificial ni casual; es la
única respuesta digna del Dios de amor, a saber,
completar, perfeccionar, dar futuro, a lo que ha sido
iniciado en la misma dirección en que se mueve su
propósito.

Cielo e infierno

Alguien planteó la pregunta en términos novedosos


y significativos: "Se ha dicho que no hay amor perdido
en este mundo; ¿pero se pierde el 'egoísmo' o el

67
'odio"? ¿Tienen también el egoísmo y el odio un
futuro?". Me parece que no deberíamos decir que el
odio o el egoísmo tienen futuro, porque decir futuro
significa permanencia, significado, realidad última. Y lo
característico del odio y del egoísmo es negar c!
futuro; conducen a la muerte, a ia destrucción, a!
aniquilamiento. En ese sentido no es posible hacer una
simetría entre ambos. El amor y e! odio no son
simétricos: uno abre la vida y por lo tanto tiene
futuro; e! otro tiene por meta la muerte.
Pero al hablar de la "meta" del odio y del
egoísmo, hemos empleado una idea muy significativa:
para el Nuevo Testamento, la persistencia obstinada A
pertinaz en rechazar el amor tiene como consecuencia
y meta la destrucción y la muerte de quien lo hace'. El
que se identifica así con la negación de la vida, se
identifica a su vez con la muerte, y por eso no tiene
futuro. Es una afirmación sumamente grave: el que
hace dei egoísmo y el odio el sentido dominante de su
vida, ya ha negado la vida y 'está en la muerte'. El
futuro confirma y certifica esa negación. Eso es lo que
significa la perdición y el juicio. Hereda la muerte que
eligió. Este es. el contenido de la figura del infierno.

Amor y conflicto

Hay toda una serie de preguntas que tienen que


ver con las condiciones concretas en que somos
llamados en este mundo y en esta vida a ejercitar el
amor. Por una parte, hemos de reconocer que, a
menudo, las decisiones que tenemos que hacer son
ambiguas: ayudando a uno perjudicamos a otro; el bien
que hacemos produce consecuencias malas que no
pudimos prever, o que. aun previéndolas, no pudimos
evitar. Algunos filósofos hablan de una "transacción" o

68
"concesiones" que hay que hacer en materia moral. Es
decir, no se puede lograr el "bien" puro: hay que
aceptar 'rebajas', conformarse con un producto híbri-
do, con un bien menor, a fin de evitar un mal mayor.
En el fondo, es un problema bastante artificial: el
único bien real es el que podemos realizar, el que
podemos hacer concreto y efectivo. Lo demás es una
filosofía que llamaríamos "idealismo" y que ha cau-
sado muchos perjuicios, es decir, la idea de que existen
cosas perfectas que andan por allí, flotando en el
espacio, y que nosotros tenemos que reproducir en
nuestra conducta. Lo cierto es que lo único que existe
en el campo de nuestra acción son condiciones,
personas y circunstancias concretas: lo que importa es
responder en el sentido más humano en esas circuns-
tancias, efectivizar eí amor allí. El bien real es el bien
que podemos hacer. Lo importante en términos de la
ética bíblica del amor no es la distancia ideal que hay
entre lo que puedo hacer y lo que podría hacer si las
circunstancias y condiciones fueran distintas sino lo
que concretamente puedo hacer ahora y aquí. Es en
esa acción donde se juega mi testimonio como cris-
tiano. El futuro, la perfección, la "recompensa" de esa
decisión, de esa acción, están en las manos de Dios.
Dentro de ese marco se plantea una pregunta
levantada por un grupo de jóvenes con respecto a la
relación entre amor y conflicto. ¿Significa el amor que
el cristiano rehuye todo conflicto y busca en todas las
circunstancias la conciliación y la transación? Pese a
que muchas veces se pretende hacer creer que ese es el
significado del amor, una simple mirada a la Biblia, o
más particularmente a la vida de Jesús, si así se desea,
basta para mostrar que se trata, por lo menos de un
malentendido, si no de una abierta y malintencionada
deformación del mensaje bíblico. La vida de Jesús es
una vida de amor, y por consiguiente de conflicto. O

69
mejor dicho, el amor se ve envuelto inevitablemente en
las condiciones conflictivas de la vida humana y tiene
que tomar partido o fijar su propia posición en esos
conflictos. La situación internacional actual, con países
ricos y pobres, opresores y oprimidos; la situación
interna de nuestras sociedades, igualmente conflictivas,
envuelven al amor en estas tensiones. Tensiones que
muchas veces tienden a radicalizarse. No es posible
colocarse por encima o fuera de esas tensiones. La
pregunta es cómo se relaciona el amor —que busca
•finalmente la total comunión humana— con esos
conflictos. Este tema nos conduciría a una intrincada
red de cuestiones que no podemos ahora abordar. Solo
valdría la pena mencionar dos o tres puntos para una
reflexión sobre el tema: 1) la meta cristiané no e s j a
"conciliación" sino la "reconciliación", es decir,.aque-
lla resolución de la tensión en que se ha restablecido la
justicia y los enemigos pueden encontrarse en la
condición real de hermanos, y no la aceptación
impuesta de condiciones inevitables por las cuales se
perpetúan las causas de la enemistad. En ese sentido la
"reconciliación" de oprimidos y opresores, de poseedo-
res y desposeídos requiere la transformación de las
condiciones de opresión. 2)_el amor, busca, aquella
solución de las tensiones que mejor respete la humani-
dad de los protagonistas, en que la dignidad de la
persona y la vida humana sufra el menor deterioro, en
que se gesten condiciones para un futuro de verdadera
comunidad. 3) al amor procura respetar la dignidad
humana del enemigo aun en el mismo conflicto, no
atenuándolo o disimulándolo sino tomando radical-
mente en serio al enemigo aun en medio del conflicto
(debe pensarse aquí en la radicalidad. del juicio, de
Dios, que es siempre un juicio regido por el amor).
4) el amor comprende que en todo conflicto debe
haber una transformación de todos los que participan

70
en él; es decir, Ja Justicia de la causa por la que no;
comprometemos no significa su autojustificación, uní
idealización de nuestra persona - l a resolución de
conflicto, y por lo tanto las condiciones en que le
libro y la forma de combatir, deben ser un proceso de
transformación de nuestra propia vida, porque la causE
por la que combatimos, si es la causa del Dios de
amor, significa siempre un llamado al arrependimiento
la conversión y la recreación de lo que hemo:
alcanzado. 5) los conflictos en los que estamos envuei
tos no son simplemente una lucha del bien contra e
malT son. pese a su intensidad, momentos en ur
camino por el cual Dios va guiándonos en la realizador
de su meta. Eso no significa que no sean importantes
Pero sí significa que no podemos concentrar en "une
gran batalla" la totalidad de la lucha. Es un grave erroi
el de quienes piensan que pueden desentenderse de las
pequeñas manifestaciones del amor - l a compasiór
personal, la consideración, incluso la gentileza y h
urbanidad para combatir la gran batalla - l a transfor
marión de todo el sistema. Hay, por supuesto, un;
jerarquía de importancia. Pero la realidad es de uno
sola pieza: la gran batalla es parte de una larg:
campaña. Y la pequeña acción es trama de es¿
campaña. La decisión dramática de la gran batalla y k
tarea cotidiana del amor son dimensiones complemen
tarias e inseparables de esa vida que realmente tiene
futuro. ,
Finalmente, en este mismo tema de dar consisten
cia y realización concreta al amor, es necesario mencio
nar la relación indispensable entre verdadero amor y
racionalidad y organización. El amor verdadero nc
puede quedarse en intención, en voluntad abstracta:
exige concretarse. Pero para hacerlo tiene que escogei
un camino de realización. Este camino se hace más
fácil en un ámbito inmediato y personal, cuan di
43
debemos responder a la necesidad de un amigo, de un
familiar o de un vecino. Pero ya vimos que no se agota
allí. Cuando, entonces, el amor debe abocarse a la
necesidad humana en sus planos más amplios, se ve
obligado a elegir una estrategia, a buscar una compren-
sión de los pasos que deben darse, a elegir una
orientación política y económica, a envolverse en
formas de organización. De otra manera, renuncia a
efectivizarse. Y en tal caso, difícilmente puede llamarse
amor. Es por eso que el Antiguo Testamento insiste en
la ley, es decir, la ordenación que hace posible dar
forma a la preocupación por el hombre y j/or el
mundo. Para nosotros, hoy, no se trata de copiar las
leyes bíblicas, que corresponden a circunstancias histó-
ricas pasadas, sino encontrar la intención de esas leyes
y buscar las formas actuales de realización de esa
intención. Racionalidad - e s decir, la búsqueda de
comprensión- y organización son condiciones indispen-
sables del ejercicio del amor.
C A P I T U L O ¡V

¿ H A Y ALGUNA SEGURIDAD?

Hemos repetido insistentemente, casi en cada una


de las afirmaciones a lo largo de estas conversaciones,
frases como: "para los cristianos...", "en la perspectiva
bíblica...", "desde el punto de vista de la fe..." las
cosas son de esta o esta otra manera. En ese contexto
¡(emos hablado de un Dios que hace sociedad con el
hombre para perfeccionar juntos el mundo, de un amor
que no reconoce límites ni fracasos sino que se
envuelve siempre de nuevo en la persecución de su
proyecto, de una vida humana personal y colectiva que
tiene futuro presente y eterno en cuanto se compro-
mete en esa creación de amor. No ha de sorprendernos
que alguien pregunte: ¿y quién dijo todo eso? O más
precisamente, ¿quién me dice que esto sea verdad?
¿qué seguridad me dan de que las cosas son realmente
así y no se trata de un romántico sueño, muy hermoso
tal vez, pero sin realidad?
No es una pregunta innecesaria ni antojadiza. Pues
si bien es cierto -como lo hemos señalado- que en lo
profundo de nuestro ser y en ciertos momentos
percibimos que es así como deben de ser las cosas,
también percibimos en nuestra experiencia diaria que
no son así. Si el amor generoso despierta un eco en
nuestro corazón, también hay una inercia que nos lleva
a negario a diario. La experiencia dei amor negado, de
la solidaridad rechazada, de la generosidad burlada, de
la confianza traicionada es una de las experiencias más
comunes y más impactantes. ¿No presenciamos a diario
el triunfo de la doblez, el avance de los trepadores que
pasan sin escrúpulos por sobre los demás para lograr
sus fines? ¿No somos testigos —a veces impotentes-
de tragedias pequeñas y grandes en la vida de los
individuos y de las comunidades? Las letras amargas
de los tangos de Discépolo parecen a veces más fieles a
la realidad que la canción del amor victorioso. ¿Hay en
el mundo algo que realmente apoye al amor, p está
éste finalmente destinado a extinguirse? ¿Es el amor
una gran ilusión? No son preguntas puramente iretóri-
cas sino reales y profundas. Porque el Evangelio nos
invita a jugarnos la vida a que Dios es este dios. Dios
por los hombres, a que la vida humana ha sido creada
para amar, a que el amor tiene futuro. Si eso no es
cierto, hemos desperdiciado la vida.

Una apuesta...

"El Evangelio nos invita a jugarnos la vida...",


hemos dicho. Un gran pensador cristiano, Pascal, lo
llamaba "la apuesta". Nos agrade o no la comparación,
su sentido es exacto. Un autor inglés narra una
interesante parábola para ilustrar esta misma verdad. Es
la época de la última guerra mundial. Un ciudadano
inglés quiere reunirse a la resistencia en Francia.
Establece contacto en Inglaterra con agentes de la
resistencia. Finalmente se le da un lugar y una fecha en
que debe encontrarse con el jefe de la resistencia, ya
en territorio francés. Y el nombre de dicho jefe. Se
traslada, acude a la cita, se identifica. El jefe de la
resistencia le hace numerosas preguntas. Finalmente lo

74
admite con unas palabras extrañas e intranquilizadoras:
"Tú eres extranjero y no podrás comprender mucho de
lo que ocurre aquí. Verás cosas extrañas. De una cosa
debes estar seguro: yo soy el jefe y sé lo que hacemos.
Confía en mí". Pasa el tiempo; el nuevo recluta ve a su
grupo vistiendo uniformes nazis, realizando misiones
que parecen exactamente opuestas a su propósito; ve al
jefe colaborando con el enemigo. ¿Sería verdadera-
mente la resistencia a lo que se había unido? ¿No
habría sido víctima de un mostruoso engaño? ¿Era
este el jefe o un traidor? En medio de las dudas, sólo
puede asirse a una palabra: "Ten confianza en mi y al
final verás". Es todo lo que tenemos para nuestra fe:
un tal Jesús de Nazaret que nos dice: "Ten confianza y
al final verás".

...certificada por una vida


y
Un tal Jesús que tomó tan en serio la historia del
Dios de Israel, del dios que había anunciado la justicia
y la paz, que había prometido un futuro para la
humanidad y para el mundo. . . tan en serio que vivió de
esa promesa toda la vida, y finalmente por ella entregó
su vida. Desde el comienzo ubicó su vida en términos de
esa promesa. Uno de los profetas de ese Dios había
mirado hacia el futuro la liberación de la opre-
sión, la enfermedad y la pobreza. Y Jesús retoma sus
palabras y anuncia: "Porque el Espíritu del Señor
me ha comisionado para anunciar a los cautivos
libertad, a los ciegos vista, para dar buenas noticias a
los pobres, para sanar a los afligidos, para anunciar la
llegada del tiempo de liberación". Algunos pocos
aceptaron su mensaje y se unieron a él. Y otros, a lo
largo de los siglos, también lo han hecho. No hay
certificación. Jesús dice simplemente: "Sigúeme".
75
Es claro que no entramos a ciegas en "el juego de
Jesús". Su propia vida es una garantía, porque es
imposible leer el relato de la vida de Jesús y no sentir
el timbre de la autenticidad, de lo que es verdadero y
real. Si alguna vez hubo verdadera humanidad, un
hombre cabal, está aquí. Su invitación no es una frase
vacía o demagógica; está respaldada por cada acto y
cada palabra. Pero aún así: ¿qué nos asegura que fue
otra cosa que un genial y heroico soñador? Porque
toda su vida es un constante combate en ef cual su
mensaje, sus gestos, sus intenciones son peifmanente-
mente rechazados, atacados, negados, no sólb por sus
adversarios sino incluso por sus propios seguidores. Y
finalmente, su causa es crucificada.
En este sentido, el Nuevo Testamento es muy
realista. Si la cruz es la última palabra, estamos ante un
magnífico ejemplo de humanidad, pero nada más. Nada
respalda universal y efectivamente esa vida. Y sus
seguidores somos, mal que la palabra nos disguste,
"engañados y engañadores", "los más infelices de los
hombres" (son palabras del apóstol Pablo). El sello de
la realidad de esa vida es, según el Nuevo Testamento,
la resurrección de Jesús. La importancia de la resurrec-
ción no estriba para el Nuevo Testamento en su
carácter asombroso o milagroso. Si Dios es Dios, tal
cosa no es en absoluto increíble. La importancia
radica, mas bien, en que con ese acto Dios confirmó
todo lo que Jesús había sido, dicho y hecho. Es por
eso que Pablo dice que si no hay resurrección, la fe se
queda sin fundamento.
Utilizando un lenguaje muy poco religioso podría-
mos decirlo así: Jesús documentó de una vez para
siempre el mensaje que nos habla de un Dios creador,
del Dios de amor que quiere elevar a la humanidad y
colocarla en el camino de un mundo nuevo. Lo
documentó con su vida. Y en la resurrección, Dios

76
mismo firmó ei documento. No hay posibilidad de
certificar esa firma. Lo único que podemos hacer es
preseatar; el documento y tratar de cobrarlo. Jugarnos
a que tiene fondos. Este lenguaje comercial y realista
coresponde al tema. El Nuevo Testamento no vacila en
emplearlo. Pablo dice, incluso, que si la resurrección no
es real, si la firma es" falsa, "Dios se muestra menti-
roso". No hay otra garantía.

Desafío y consuelo

¿Cómo llegamos a confiar en Cristo, a prestar fe a


su vida, a su muerte, a su resurrección? Pienso que
llegamos por uno de dos caminos, que podríamos
llamar: el camino del desafío y el del consuelo.
Hay quienes son impactados por el desafío de
Jesús, por su programa de liberación y transformación
del hombre y de la humanidad, por el mensaje de su
Reino. Perciben en ese llamado el timbre de la
realidad, de lo verdadero, y responden con entusiasmo
y decisión: te seguiré. Con esa decisión, la vida
adquiere sentido y valor, se inserta en una misión
universal y local a la vez, histórica y eterna. La
totalidad de la vida queda comprometida y hasta los
incidentes cotidianos adquieren proyección al ser incor-
porados en un proyecto único y significativo. La
historia de la Iglesia está llena de estas respuestas. Y
hoy en día, particularmente entre los jóvenes, el
mensaje profético de la Biblia y de Jesús evoca una
respuesta generosa y entusiasta en muchos.
Quien acepte el desafío de Jesús, sin embargo,
muy pronto descubrirá que el mismo cala mucho más
hondo de lo que pudo suponer inicialmente. La
invitación a cambiar el mundo se vuelve de inmediato
sobre quien la acepta para interrogarlo: "Tú que deseas
43
transformar «1 mundo ¿estás ya transformado? ", "Tú
que te has enrolado para impregnar la realidad de
justicia y amor solidario ¿has sido tú mismo total-
mente impregnado, en tus motivaciones y actitudes, en
tus valores y actos, por ese amor y esa justicia?
"¿Estás realmente persiguiendo el Reino de Dios, el
servicio del prójimo, o estás buscando solamente una
nueva forma de satisfacción y promoción propia? ".
No se trata de caer en un nuevo idealismo. Aun' el
servicio subjetivamente imperfecto es socialmente nece-
sario y valioso. El cristiano no tiene que transformarse
en un "exquisito" de la introspección, que bucea
constantemente en sus motivaciones, obsesionado por
la pureza de conciencia. Pero sí se trata de comprender
que la propia eficiencia de la entrega á una causa
requiere la total conformación a ella, que la causa de la
transformación humana no es una cuestión mecánica
sino, precisamente, humana. Y por lo tanto reclama
coherencia interna. Quien quiera acepte el desafío dé
Jesús se sentirá muy pronto cuestionado por la propia
vida y entrega de aquel que lo ha llamado. Percibirá su
propia necesidad de transformación y comenzará a
buscar en la relación con Jesús nuevas dimensiones que
respondan a la totalidad de su necesidad.
Otros llegan a Jesús en el cansancio, en el fracaso
y en la frustración de la vida, confrontados con
problemas que superan sus recursos interiores. Puede
ser que lleguen cansados por una rutina que los
deshumaniza y los deja vacíos. O sintiendo que la vida
se va deslizando poco a poco de entre nuestras manos,
que pronto se agotará la reserva de años que nos han
sido dados, sin que sepamos realmente qué hemos
hecho con ellos, acuciados por la futilidad de la vida.
O tal vez preocupados por la suerte de otras personas,
de seres queridos, a quienes no hemos sabido guiar o
ayudar, con quienes no hemos podido crear una

78
relación fecunda y rica. O inquietudes por un sentido
de culpa y remordimiento por que hemos Sieclio o
dejado de hacer, por culpas reales o ficticias que
arrastramos, pero que en todo caso perturban y
deterioran la vida. Un sentimiento de impotencia para
copar los problemas de todo orden nos lleva a buscar
auxilio, consuelo, confianza. Y así acudimos a Jesús.

Todo comienza en el perdón

Creo que los hombres llegan a Jesucristo por uno


de estos dos caminos: la respuesta al desafío o la
búsqueda de consuelo. Pero ambos hallan una respuesta
única y a la vez personal: la aceptación y el perdón.
Porque en todo caso tenemos que enfrentarnos con un
hecho: no somos —frente a Jesús— ni el héroe puro
que puede ungirse a sí mismo como campeón incorrup-
to de la transformación del mundo ni la víctima
inocente que sufre exclusivamente por los demás. El
derecho a ser consolados y fortalecidos en nuestra
necesidad o a ser incorporados al servicio de la causa
del hombre y del mundo no nos asiste en virtud de
nuestra perfección o suficiencia. Para tenerlo, tiene que
sernos otorgado. Encontrar a Jesucristo es hallar a!
Dios que no pone reparos a la imperfección de nuestra
entrega, a las deficiencias de nuestro servicio o a la
culpabilidad de nuestras acciones. Cuando nos dice,
desafiándonos: "Sigúeme", quiere a la vez decirnos:
"Eres aceptado, tai como eres". Cuando nos dice: "A!
que a mí viene, no le echo fuera", significa: "no hay
falla, culpa, traición o infidelidad que me horrorice o
me aleje de ti".
Cuando miramos la vida de Jesús, encontramos,
por una parte, una dureza sin límites para denunciar el
mal y por otra una dulzura igualmente ilimitada para
43
recibir a quien verdaderamente busca la -/ida. No
disimuló jamás la gravedad de la infidelidad de aquellos
con quienes se encontró. Nadie consiguió rebajas de
Jesús, nadie logró un acomodo. Pero nadie llegó a él en
sincera búsqueda y fue rechazado. Encontrarse coi?
Jesús es siempre hallar a alguien que no nos contempla
desde lo alto de su perfección o de su suficiencia, sino
a alguien que participa de nuestra condición, que
comparte aun nuestras, más penosas experiencias/ al-
guien que conoce la alegría, la desazón, la frustración,
el llanto, la indignación, "que fue tentado en/todo
como nosotros" y que, sí no cedió a la tentación no
fue por alguna infusión de divinidad abstracta sino por
amor de sus hermanos los hombres. Jesús no nos mira
desde la cumbre de una santidad arrogante sino desde
la humildad del amor tentado pero victorioso.
Ese es quien nos acepta. Y su aceptación es el
triunfo del amor. Porque si en verdad el sentido de la
vida es el amor y el pecado su ausencia - e l egoísmo y
el odio- la' única respuesta definitiva es ese acto
último de amor que supera la negación y la frustración,
la traición y la infidelidad. No hay otra solución. Lo
que significa Jesucristo es, en último término, sencilla-
mente esto, que Dios nos ha dicho con todo su ser;
"Tienes derecho a ser hombre; puedes recomenzar tu
tarea; aún eres mi socio en este proyecto de hacer un
mundo; como seas y donde estés, eres el ser con quien
Dios cuenta y en quien Dios confía: levántate y anda".
Recibir esa palabra es reafirmar nuestra sociedad cois
él, volver a' instalarnos en el propósito inicial de
nuestra creación.
Consuelo y desafío son dos caras inseparables de la
fe. Nadie puede realmente comprender una de ellas sin
ser llevado a experimentar la otra. Jesucristo no nos
consuela haciéndonos creer que no existe la injusticia,
el engaño, la culpa o el mal, o transportándonos a

80
algún plano 'espiritual' en el que estas realidades ya no
nos perturben (como a menudo lo hacen las religiones).
Jesucristo nos ¡ionsuela asegurándonos que estas cosas
no tienen futuro, que el amor tiene en verdad la última
palabra y que el mundo de justicia y verdad que
vislumbramos es, en realidad, el futuro cierto de la
humanidad. Por eso, el verdadero consuelo engendra
una indestructible protesta, una incapacidad de amol-
darse, una angustia con esperanza, una permanente
inquietud por el otro. La fe permite despreocuparse de
la propia seguridad, felicidad, pobreza, pero no permite
despreocuparse de la necesidad, la pobreza, la seguridad
o el dolor del otro.
Es bien cierto que no es ésta siempre la actitud del
creyente o de las iglesias. Un teólogo hablaba al
respecto del "abaratamiento de la gracia" del que los
cristianos somos culpables: hemos hecho del consuelo
del evangelio un calmante barato, que nos permite
desentendemos del desafío del mismo Evangelio. Es
por eso indispensable, como hemos repetido, volver a
insistir en la identidad propia de Jesucristo, del Dios de
la Biblia, que creó el mundo y llamó al hombre para
una tarea. El perdón y el consuelo de ese Dios no son
una droga para adormecernos o transportamos a un
mundo de fantasía sino un estimulante para volvernos
la energía, hacernos poner en pie y retomar nuestra
vocación humana. Por eso, ese Dios no se conformó
con enviar desde su morada una palabra sacerdotal de
consuelo, sino que descendió e hizo morada en nuestro
mundo - e s lo que llamamos la Encarnación- para
librar y enseñarnos a librar en él y desde-él, como
hombres, la batalla por una nueva tierra y un hombre
ñuevo.
Consuelo y desafío. Tal vez como dos bocas de un
mismo túnel, lino puede entrar por cualquiera de ellas:
si sigue marchando, hallará ía otra. El desafío sin
43
consuelo es desesperación y frustración y al final
destruye. El consuelo sin desafío lleva a la muerte
espiritual, a la destrucción de lo humano. Sólo la
esperanza que confía y se ejercita a la vez activamente,
afirmada en la certidumbre de la fidelidad divina, es la
verdadera fe. Lo extraordinario del Evangelio es que
nos invita a acercarnos a Jesucristo donde quiera que
nos encontremos: en la euforia que está dispuesta a
tomar el mundo entre las-manos y hacerlo de nuevo o
en la angustia que se siente incapaz de sobrevivir a las
contradicciones de la vida. En cualquier casó seremos
aceptados. Pero, inexorablemente, seremos llevados a ia
experiencia de la necesidad y de la propia insuficiencia
y por lo tanto a la búsqueda de consuelo y perdón y
seremos desafiados a la verdadera' euforia del que se
siente bien porque se sabe en el camino de la realidad
última y verdadera.

TEMAS DE R E F L E X I O N
(Comentando algunas preguntas)

Seguridad y riesgo

Jesús dijo en una ocasión: "ei que quiera salvar su


vida la perderá, y el que ia pierda por causa mía y del
evangelio la salvará". Frecuentemente se ha interpre-
tado esta afirmación en el esquema de "las dos vidas":
uno arriesga su vida aquí y salva la del más allá. Ya
hemos visto lo inadecuado de ese esquema. Para la fe
hay una vida, la que el amor de Dios nos da y nos
invita a vivir, una vida que desafía y supera la muerte. Más
bien el pasaje refleja la propia actitud de Jesús: quien
no se aferra a su propia vida sino que la arriesga en el
servicio de amor a los demás, halla ei verdadero origen

82
y centro de la vicia, hace contacto con la vida como
realmente es y por lo tanto, tanto antes como después
de la muerte, permanece en la verdadera vida.
Esto nos obliga a redefinir "seguridad" cuando la
aplicamos a la vida cristiana. Porque esta seguridad no
excluye el riesgo: no "asegura" contra la enfermedad,
el dolor, la frustración, el temor. En realidad, el amor
agudiza todos estos riesgos, pues no hay persona más
vulnerable que la que más ama. No ha habido sobre
esta tierra nadie más vulnerable que Jesús. O si
queremos expresarlo paradójicamente, Dios es el más
vulnerable de los seres puesto que está abierto a cuanto
ocurre en el universo. Seguridad, pues, no es elimina-
ción de riesgos, sino la confianza de estar en relación
con lo que es la verdad, de pisar terreno firme. Cuando
Pablo pasa revista a las cosas que pueden amenazar al
hombre: persecución, peligro, la atracción de las cosas
o la seducción de la tentación, los poderes terrenales o
los celestiales - n o concluye que el cristiano esta
exento de esos peligros sino que "nada nos puede
apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús..."
Este es el contenido del concepto cristiano de segu-
ridad. Tal vez apuntó a un mejor uso de las palabras
Martín Lutero al distinguir entre seguridad y certidum-
bre. El cristiano tiene la segunda, pero no la primera.

"El misterio del bien"

"Hay no-cristianos que también reciben el desafío


y el consuelo; si Jesucristo es desafío y consuelo para
los que tienen fe, ¿de dónde lo reciben los que no la
tienen? ". Tuvimos ya una primera aproximación a este
tema (cf. Cap. I.) Pero no es inútil anotar un par de
reflexiones más sobre el tema. Porque debemos recono-
cer que hay, efectivamente, muchos que no se profesan

83
cristianos, o que específicamente se declaran ateos y que
se han dedicado enteramente a _ este programa de
transformación y humanización del mundo y el hombre
por el amor solidario. Hay quienes han dado su vida por
ello. Y hay quienes lo han hecho y lo hacen con notable
alegría, generosidad y paz espiritual. A veces no-cris-
tianos han sentido ese llamado con mayor claridad y han
respondido con mayor decisión que los cristianos. Y no
pocas veces los cristianos lo hemos escuchado mediante
el ejemplo y la dedicación de quienes no profesaban o
negaban nuestra fe. /"
Debemos, decíamos, "reconocer" que es así. El
verbo ya es sospechoso; es como si a regañadientes,-poí-
no tener más remedio que hacerlo, admitimos que así
sea. Pero esa actitud no corresponde ni a la enseñanza
ni a la actitud de la Biblia. Es más bien expresión de
una especie de imperialismo cristiano, más ligado a la
defensa de los derechos y privilegios de las iglesias que
del Evangelio. Una especie de pretensión de monopolio
del bien y ' la virtud. Para la Biblia, en cambio, el
Espíritu de Dios no está encerrado dentro de las
paredes de la Iglesia ni de las líneas del Credo. El
Espíritu de Dios obra en todo el mundo y en todos los
hombres. Dios, como lo expresa un autor bíblico "no
se ha dejado sin testigos". Comentando la experiencia
de quienes no tuvieron la revelación bíblica, el mismo
Pablo señala que "tienen una ley escrita en su
conciencia" que les señala su responsabilidad, constitu-
yéndose en estímulo y juicio. Por supuesto que no se
trata de exaltar sus virtudes, porque tanto ellos como
nosotros fallamos en la respuesta a ese llamado de la
justicia y el bien. Pero Dios no se ha ausentado
tampoco de sus vidas.
Es extraño, por otra paite, que cuando un no
cristiano hace o dice algo que nos parece corresponder
a la enseñanza del Evangelio, los cristianos nos senti-

84
mos molestos. Pareciera que nos vemos obligados a
demostrar que el amor, el sacrificio, la sensibilidad que
practican quienes no comparten nuestra fe fuera de
algún modo ficticia. En la Biblia, en cambio, cuando
un pagano actúa bien, es ocasión de alabar a Dios y
darle gracias, porque su Espíritu actúa con poder en el
mundo, aún entre aquellos que no lo reconocen. El
bien que ocurre fuera de nuestro ámbito religioso, e
incluso muchas veces a pesar o en contra de lo que
nosotros hacemos, debería ser motivo de alabanza a
Dios y de arrepentimiento por nuestra parte. Porque
Dios demuestra así la universalidad de su amor y la
fidelidad a su propósito.
Todo esto no significa, sin embargo, que los
cristianos podamos callar o poner sordina a la afirma-
ción de que el sentido más profundo de ese desafío y
de ese consuelo que muchas veces los no creyentes
perciben y obedecen, solamente se descubre en Jesu-
cristo. Porque allí se lo ve, no como una frágil
disposición humana, como un voluntarioso empeño
heroico, como una cualidad subjetiva que trata de
imponerse a una realdad reacia, sino como la razón
más profunda de la creación, como el verdadero
sentido de la historia y del universo, como el secreto
último de la realidad. Pues se lo ve como el ser mismo
de Dios. Y por lo tanto, sólo en el conocimiento de
Jesucristo puede percibirse la hondura del desafío y la
plenitud del consuelo. En ese sentido, no tenemos
como cristianos ni el monopolio del conocimiento ni
de la práctica. Sólo sabemos donde está la fuente de la
que mana todo verdadero desafío y todo consuelo
eficaz, toda búsqueda de justicia y de amor. La
responsabilidad que nos compete, por lo tanto, es la de
testimoniar de ese conocimiento. Pero, a la vez, la
credibilidad de ese testimonio está indisolublemente
ligada a nuestra fidelidad en la respuesta.

85
Consuelo sin desafío

Una mínima medida de objetividad y honestidad


nos obliga a reconocer que esta fe que se compromete
con la transformación del mundo por la justicia y el
amor no se deja ver demasiado frecuente y activamente
en nuestras iglesias. En cambio, lo que habitualmente
hallamos en ella es gente "instalada" cómodamente en
un consuelo barato, satisfaciéndose con experiencias
subjetivas o emocionales, que vive su "religión como un
bien propio, que a lo mas se expresa en aisladas
manifestaciones de "caridad", sin programa ni estruc-
tura, más destinadas a satisfacer la propia conciencia
que a transformar la realidad, o siquiera servir eficaz y
permanentemente al prójimo.
Conviene mirar el tema desde varios ángulos.
Primeramente, para preguntarnos, ¿quiénes son los
cristianos? Porque, en efecto, desde que - m u y tem-
prano en su historia, allá por los siglos IV y V- la
Iglesia llegó a integrarse en el Imperio Romano primero
y en las culturas occidentales que lo heredaron luego,
la religión cristiana vino a ser la religión de todos. Pero
cuando todos somos cristianos, ¿quién es cristiano?
¿Es la fe entonces un compromiso activo o una
designación genérica de toda una cultura? Cuando
todo un país es cristiano, la especificidad se pierde. El
Dios de Jesucristo se confunde con los dioses protec-
tores de la nación, de la cultura, que no exigen mucho.
No es de extrañar que, en tales condiciones, la fe se
transforme en un 'blando consuelo' más bien que
desafío.
Una segunda observación, de orden sociológico,
afecta más específicamente a las iglesias formadas por
los sectores de la sociedad que solemos llamar "clase
media". En nuestro país, lo son la mayor parte del
Protestantismo y los grupos más activos eclesiástica-

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mente del Catolicismo. En todo caso, los que más
frecuentan las ceremonias religiosas (o aquéllos de
ellos, al menos, que es posible lean este libro). Pero
hay dos características de ese sector de la sociedad que
llegan a impregnar y determinar la expresión de su fe:
la subjetividad y el individualismo. Es un grupo en el
que se vive para sí, introvertidamente. Se sueña con la
casa propia, el transporte propio, la privacidad. La
religión no escapa de estas modalidades. No se compar-
te la vida y por ende tampoco la fe. No corremos e!
riesgo de exponemos, de dejarnos ver en nuestra
"intimidad personal, de abandonar nuestra privacidad. El
mundo se nos presenta como territorio enemigo, del
que hay que extraer aquellas cosas que puedan contri-
buir a nuestra felicidad personal, y arrastrarlás para
gozar de ellas en nuestro fuero interno o "con los
nuestros" -familia, círculo de amigos, incluso congre-
gación religiosa. Esta determinación sociológica nos
inhibe para ver el amplio mundo de la sociedad, de la
política, de la economía, el mundo objetivo de las
realidades materiales y estructurales como nuestra casa,
como el lugar de nuestro, llamado, como el mundo de
Dios.
Esto, a su vez, resulta en un vacío en el aspecto
específicamente teológico y religioso. Como estos
campos de la vida humana nos son extraños, no hemos
confrontado con ellos el mensaje del Evangelio. No nos
hemos preguntado seria y urgentemente que significa la
fe en el ámbito político y económico. No como mera
especulación sino como comprensión y práctica. Y por
eso carecemos de un testimonio específico, de una
práctica que nos identifique como cristianos. Faltan las
.disciplinas de comunidad que den consistencia al
testimonio cristiano. Las iglesias las han tenido en
momentos decisivos de su historia. No había muchos
equívocos acerca de cómo se ubicaba y cómo vivía una

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comunidad cristiana en el Imperio Romano en el siglo 1
ó II, ni qué significaba formar parte de. "el pueblo
metodista" en Inglaterra en el siglo XVIII. Podemos
concordar o no con esas concreciones de militancia
cristiana. Pero representaron, en todo caso, una ubica-
ción concreta del mensaje en una circunstancia histó-
rica y una práctica comunitaria e histórica específica.
Sin ellas no hay un testimonio eficaz. Sin ellas,
continuamos en la religiosidad como consuelo privado
sin desafío histórico.
La suma de estas observaciones plantea él proble-
ma de la "conversión". En efecto, el nacimiento de
una comunidad de fe y práctica, de una militancia
cristiana concreta, del seno de una cristiandad no-
específica, de religiosidad privada, reclama una toma
personal de conciencia y la asunción de un compro-
miso. Involucra una revisión radical de nuestra religio-
sidad. En suma, ese salto cualitativo que denominamos
"conversión". Es por eso indispensable rescatar la
identidad propia del mensaje bíblico, de la persona de
Jesús. Porque sólo el anuncio de esa identidad propia e
intransferible del Dios que llama a la transformación
del mundo nos propone una obediencia radical. Y por
consiguiente, posibilita y reclama una conversión.
Una religión de consuelo sin desafío es, pues, una
tergiversación de la fe. Sólo se emerge de ella por una
verdadera conversión que transforma nuestra compren-
sión y nuestra práctica. Esa conversión ha de darse en
nuestro tiempo por un reconocimiento del llamado a
una militancia histórica, a la participación en la
construcción de un mundo y un hombre nuevo. Porque
esta es la dimensión que nuestra religiosidad subjetiva y
privada ha neutralizado. Pero sería un error identificar
tal conversión con una respuesta voluntarista y ética al
programa de transformación de la sociedad. Este
desafío sin raíces más profundas de perdón y de

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consuelo es un espejismo. Conduce, por una parte, a la
frustración y el desengaño, cuando la realidad nos lleva
a reconocer la precaridad de los logros, la propia
infidelidad en nuestra dedicación, las deficiencias en los
grupos y proyectos en los que estamos embarcados. En
ese caso, sólo la incorporación de nuestra militancia en
el proyecto universal del amor divino, permite mante-
ner la integridad sin abandonar la lucha. Por otra parte,
acecha a un desafío puramente voluntarista la tenta-
ción de la arrogancia, de la auto-justificación: se
confunde la dignidad de la causa con nuestra propia
persona, reclamando así para nosotros una infalibilidad,
un acatamiento, un honor que sólo la causa misma
merece. Soberbia que a menudo esconde o procura
esconder, para otros o para sí mismo, las propias fallas.
El que ha aceptado el llamado de Cristo, no tiene ya
dignidad propia que defender, no tiene status que
proteger. Puede, por lo tanto, entregarse libre y
humildemente a su tarea, sin reclamar una virtud
propia ni desanimarse por lo largo y accidentado del
camino hacia el mundo nuevo. Consuelo y desafío son
las dos dimensiones inseparables e indispensables de
una fe que obra por el amor.

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ESTE L I B R O SE T E R M I N O DE IMPRIMIR
EN EL M E S DE S E P T I E M B R E DE 1975
E N LOS T A L L E R E S G R A F I C O S
OFFSETGRAMA
M A T H E U I 163/GS
BUENOS AIRES
REP ARGENTINA
E s t a t i r a d a c o n s t a di; 3 . 0 0 0 e j e m p l a r e s

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