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PENSAR Y DEFINIR EL ACONTECIMIENTO EN HISTORIA

Aproximaciones a las situaciones y a los actores sociales *


Arlette Farge**

El quehacer de la historia es una práctica social, intelectual, académica consagrada a la


mirada de los colegas y a la transmisión de conocimientos hacia un público. También es un
«querer saber» y un poder que obedece a las reglas de la veracidad y de la posible verificación
de datos, formuladas en el ámbito intelectual y académico.
El relato del acontecimiento es su piedra angular; pero debajo de ese vocablo se puede
pensar una enormidad de cosas extremadamente diferentes. Sobre el vínculo entre historia y
acontecimiento, mucho ya se ha dicho y la disciplina se ha preguntado siempre al respecto. La
naturaleza y la esencia del acontecimiento, los méritos de su elección entre otros para ofrecer
un análisis significativo, el lugar, portador de consecuencias, de su acceso al relato histórico
se ha hecho el objeto de numerosas discusiones, según las épocas y también las escuelas de
pensamiento. De todos modos, el acontecimiento fue siempre lo que parecía someter el
tiempo a una profunda contracción que da una nueva tonalidad a la historia, pero nada parece
definir para siempre lo que recubre ese «someter el tiempo».
Este texto querría precisar algunos posibles enfoques del acontecimiento, así como la
capacidad histórica de pensar situaciones que los individuos experimentan como
acontecimientos. También querría reflexionar sobre la recepción y los efectos del
acontecimiento, los cuales constituyen y forman temporalidades significativas y paisajes
memoriales que, aunque cronológicamente sucesivos, son una parte intrínseca.

Del acontecimiento

El acontecimiento que se produce es un momento, es un fragmento de realidad


percibida que no tiene ninguna otra unidad que el nombre que se le da. Su llegada en el
tiempo (es en el sentido en que se determina un punto focal alrededor de un antes y un
después) es inmediatamente compartido por quienes lo perciben, lo ven, lo oyen hablar, lo
anuncian y luego lo guardan en la memoria. Fabricante y producto, constructor y obra, son a
la vez una pieza de tiempo y de acción conjunta, como la participación en un debate. Es a
través de explorar su existencia, que el historiador trabaja si quiere captar el alcance, el
sentido y la o las marcas de la temporalidad.
Fragmento de tiempo, el acontecimiento es incluso un creador: crea tiempo luego de
su finalización, crea relaciones e interacciones, confrontaciones o fenómenos de
consentimiento, crea el lenguaje, el discurso. Podemos además decir que crea luz, porque de
repente revela los mecanismos hasta ese momento invisibles. Los acontecimientos
traumáticos o comunes tienen efectos considerables que el historiador tiene problemas para
localizar o que omite a sabiendas. En tanto creador, el acontecimiento está presente incluso
cuando desplazada representaciones adquiridas o que se han vivenciado como un shock tan
traumático que a veces parece detener el tiempo (que por supuesto es un engaño y representa
una percepción la cual el historiador debe examinar).
El historiador «ama» el acontecimiento: su gusto por él es proporcional a la
preocupación por el «silencio de las fuentes», lo cual no implica que sepa reconocerlo
siempre; por supuesto, los momentos clave fácilmente identificables le sirven para destacar e
imantar su relato, articulando las hipótesis sobre su aparición y sus consecuencias. Se
establece entonces un pensamiento tranquilo, que fluye de un hecho al otro, de una guerra a
un nuevo reinado, de un aumento de los impuestos a un motín. El acontecimiento se convierte
en la legitimación misma de su discurso; que es una paradoja perversa de su presencia en el
discurso histórico, porque entonces no se considera como tal, sino que se detuvo para
justificar lo que sigue. Pero el historiador sobre otras muchas ciencias humanas tiene el
privilegio de saber constantemente lo que sigue y cómo termina todo. El acontecimiento,
distraído de las fuentes, distraído a veces del contexto y la larga duración de su temporalidad,
transformación misma de su esencia, se convierte de una fuente segura en un campo posible
para los no videntes y otros que no lo han percibido, y para una fácil absorción de lo que
Michel Foucault1 llamaba la «cocina de la historia» que desdibuja demasiado a los actores de
la historia.
La arquitectura de la narración histórica, construida sobre la noción de «surgimiento»
de un objeto nuevo, un cambio de gobierno, una epidemia, un acontecimiento que corre el
gran riesgo de organizarse alrededor del debilitamiento de los hechos. Si es cierto que la
escritura de la historia requiere pasar del desorden al orden (desorden de fuentes, hipótesis,
documentos; orden razonado de la narración), es necesario marcar que no hay historia sin el
reconocimiento de lo que produce el desorden, enigma, desviación, irregularidad, silencio o
murmullos, discordia en la relación entre las cosas y los hechos, los actores y las situaciones
sociales o políticas.
Allí donde identifique el acontecimiento, estará la historia: por ella debe aceptar ser
sorprendido, contrariado, contradicho. Los acontecimientos son a veces poco audibles, a veces
ininteligibles; solamente el movimiento que constituirá su temporalidad permite
comprenderlos e integrarlos, incluso en la rugosidad, al relato.

Débiles estimaciones

Es en principio, como lo estudió largamente Paul Veyne2 , que los acontecimientos que
no son, o más bien, son una serie de acontecimientos fabricados por la «débil estimación» de
los movimientos humanos y sociales. Al historiador le cuesta reconocer el acontecimiento si
éste no posee una dimensión importante; ahora bien, sin embargo, existen acontecimientos
pequeños y frágiles, sin grandes amplitudes, que conforman de alguna manera «un poco» la
historia. Podemos ser «algo» alborotadores o «algo» creyentes pero no demasiado (lo cual no
quiere decir mediocres). Para un ojo atento a la infinita declinación de mecanismos sociales y
humanos, el «algo» es uno de los fundamentos que conduce, materializa o en cambio impulsa
el conjunto de las opiniones y visiones del mundo.
El tiempo fue a menudo en historia la identificación intensiva del marginal y del
desviado, del hecho transgresor y del aislamiento, regresando por fin mansamente a la norma.
Pero el tiempo no es todavía el establecimiento de conjuntos de pensamientos, actitudes,
hechos o categorías mentales que se encuentran inmersos en sus débiles estimaciones,
constituyen acontecimientos que serían tan importantes como otros; transformando incluso los
términos del discurso, los conceptos y las nociones que son normalmente parte integrante. El
simple acto social, conforma en su debilidad y en sus hábitos uno de los grandes motores de
los acontecimientos. La trama existencial y acontecimental está tejida de esta producción
insensible de «algo», o de lo banal, de lo débilmente experimentado.
Dijo Chris Marker*** , sobre su película Sans Soleil**** (1983): “Después de unas
cuantas giras mundiales, sólo la banalidad me interesa aún”. Volver a transcribir acerca de la
banalidad al interior de los dramas y de los no dramas, comprender e interpretar las
expectativas y los silencios de la opinión pública, para centrarse en la forma en la que se
articula la aparente banalidad de los sentimientos con la forma de representar las tragedias,
éste es otro aspecto del acontecimiento.
El acontecimiento guarda la visión del futuro

Al continuar con el tema del acontecimiento poco visible y sin embargo significativo,
es necesario hablar aquí de un caso importante para la investigación del estatuto del
acontecimiento. Un acontecimiento, por más trágico o insignificante que sea, cuando surge, es
decir, cuando los rastros que contiene pueden alcanzarnos, guarda en sí mismo (o al menos en
su enunciación) la visión del futuro de aquellos que provienen de haberlos sufrido o temido
como posibles. La visión del futuro es constitutiva del «momento-acontecimiento», incluso
aquella del pasado: hablamos de un acontecimiento en relación con la caracterización de lo
que sucederá, de aquello que por suerte o desgracia va a ocurrir. Hablamos de ello en función
de lo que sabemos que ha existido en el pasado. En el siglo XVIII, para señalar un caso, una
multitud, aunque fuera mínima, notificada en los archivos, es narrada por la policía o por las
crónicas ya sobredimensionado de lo que ha podido suceder anteriormente, y de aquello que
fatalmente sucederá en un futuro cercano si… Ningún acontecimiento se puede reducir a
aquello que se recuerda, ni sobre aquello que se puede anticipar, todas estas son dificultades
que los historiadores tienen para asumir cuando se ajustan cronológicamente a la regla y al
momento, descuidando cierto espesor de la temporalidad de los hechos.

Lo escasamente perceptible

Si uno se centra en la delgadez del acontecimiento, todavía es necesario reconocer otra


dimensión. Cuando el historiador trabaja en lo diminuto y lo singular (tomemos por caso los
archivos de la represión y los interrogatorios policiales), las palabras dichas, los relatos breves
manifestados por los empleados son acontecimientos. Porque, incluso en fragmentos, este
lenguaje conlleva las pruebas de coherencia deseada por quien responde. En él se localizan
identidades sociales, modos de apropiación de sí mismo y de otros, formas de puesta en
escena de sí y de reconocimiento de la escena pública que constituyen, todos ellos,
acontecimientos3 . El discurso, en algunos casos, se hace acontecimiento en la medida en que
su aparición se somete a un grupo que conviene en cada ocasión definir. Y puede ser
interesante trabajar cómo cada época conduce o induce esta articulación: esto también podría
ser un objeto de la historia.
Del mismo modo el cuerpo es también lugar de registro de lo político y, si aceptamos
seguir a Pierre Bourdieu en sus Meditaciones pascalianas4 , se puede argumentar que «los
preceptos sociales más graves se dirigen no al intelecto sino al cuerpo» y que son
acontecimientos importantes que transforman el ser, su discurso y el cuerpo. A la inversa (y
dejando de lado las acepciones de Bourdieu) el cuerpo y el discurso, en las bellas fugas de su
forma de existencia y de expresión, pueden, como un acontecimiento, influir o sorprender la
institución u orden judicial. Un juego interactivo, donde el ganador a pesar de todo es
mayoritariamente el mismo, viene a fabricar momentos acontecimentales que nutren el tiempo
histórico.
La irrupción de la palabra o del cuerpo en las fuentes es una oportunidad ya que
aporta, a través de su extrañeza intrínseca, nuevas preguntas, no sólo en la interpretación de
acontecimientos históricos, sino en la construcción misma del relato.

De la fabricación del acontecimiento

Antes de pensar en ello, precisemos una cosa: «Lo más previsible en historia es su
impredecibilidad»5 de esta frase, podemos extraer una postura intelectual. En efecto ¿por qué
«lo ocurrido» conlleva frecuentemente para el historiador una prohibición de la imaginación?
Y por qué no reflexionar, paralelamente a la fabricación del acontecimiento, a todo lo que no
ha sucedido y habría podido pasar; aquello que permite dejar las palabras abiertas en otros
lugares que han podido mantener otra forma, color o tamaño. Así planteado se produce la
indagación del no acontecimiento acaecido, puede preguntarse sobre aquello que fabrica el
acontecimiento, sobre quienes construyen el acontecimiento.

El campo de las emociones

Indistintamente de la naturaleza que sea, el acontecimiento se fabrica, se desplaza y


tiene lugar en el amplio campo de las emociones. Siempre es difícil hablar de este tema sin ser
mal interpretada inmediatamente (ser una mujer no simplifica el problema de ninguna manera,
sin embargo, esta afirmación es evidente). Para salir, para llegar a la superficie de la historia,
el acontecimiento debe ser percibido y caracterizado. Desde su surgimiento se beneficia de
dos visiones del pasado y el futuro por venir, que se lleva a cabo al interior de percepciones
extremadamente diversas y simultáneas que remiten también al dominio de los afectos. Puede
ser la sorpresa de verlo suceder, la indignación, tal vez sea el temor que despierta lo que lo
constituye en acontecimiento. Es la indiferencia lo que anulará, o incluso borrará la
vergüenza. Su temporalidad está fabricada por la manera en la cual se ven afectados los
imaginarios. La emoción no es ese sutil revestimiento que recubre bien las cosas: es un
componente de la inteligencia, que capta lo que sucede dentro de una nebulosa donde las
emociones racionales tienen lugar.
Una situación social emergente, un aumento de precios, un alzamiento de soldados, un
anuncio de hambre, un tratado diplomático, la desgracia de un príncipe, una noticia policial
son recibidos por el público (de manera colectiva y diferenciada según las clases sociales) al
interior del campo de visión que es el seno donde terminan hasta el infinito las pasiones.
Las pasiones no son solamente descuidadas para explicar las grandes revoluciones o
amotinamientos, ocurre actualmente en el ámbito de los historiadores por la falta de debates.
Se olvida la delicadeza con la cual nuestros antiguos siglos XVII y XVIII escribían y
disertaban sobre ellas abundantes Tratados de pasiones. Pero el acontecimiento tiene su
horizonte de expectativas. Se compone de muchos elementos que es imposible inventariarlos
a todos aquí. Entre ellos, el campo emocional está muy presente: casi se puede argumentar
que es el que mueve el acontecimiento y lo establece como fenómeno histórico. Debido a que
este campo imprime en el acontecimiento uno de sus devenires.

El acontecimiento anunciado

Es la historia de los acontecimientos anunciados o vivenciados como tales. La derrota


de 1940, fue para algunos, la que modificó notablemente su percepción cuando acaeció.
En un amplio grado -y esto lo dije un poco más arriba- el estatuto del acontecimiento
existe, en este caso, antes de que suceda como hecho. En el acontecimiento anunciado, el
presente se despliega ante los ojos de los individuos que está subordinado al futuro. Por lo
tanto, para mantener el ejemplo de la derrota de 1940 6 , los que la esperaban van a vivirla en
función de las representaciones de su futuro y del uso que ellos van a hacer frente a ese futuro
(colaboración, resistencia, retirada, pertenencia a Pétain, odio alemán, deseo de venganza,
etc.). Así, las expectativas son parte de lógicas mentales que organizan una parte del devenir
del acontecimiento.
También hay acontecimientos anunciados que no se producen, y es necesario buscar
las razones de su no concreción. Una muestra pequeña que sucedió en el siglo XVIII, en 1743,
puede proporcionar aquí algunas claves: en un momento en que en París, las levas forzadas de
soldados extremadamente mal entrenados, ocurre el anuncio por ordenanza real de la
conformación de un reclutamiento de 2.000 hombres. La actitud de la monarquía, amplificada
por aquella del lugarteniente general de policía (o viceversa), es prever graves disturbios,
sublevaciones populares e incluso algunas manifestaciones esporádicas. Es el poder que se
preocupa por su propio anuncio, y prevé una especie de «estado de guerra en la capital».
Sabemos que «reclutar soldados», es un sorteo sobre quien será designado, pero en una franja
muy especial de la sociedad, es decir, la más desfavorecida. Muchos hombres están exentos
de este reclutamiento, como determinados sirvientes de familias importantes o artesanos
asentados, etc. Se «recluta» esencialmente al tercer estado; además, las cartas de
recomendación facilitan muchas excepciones para ese reclutamiento. Basta con decir que el
sistema no es justo. Las autoridades lo saben, por su propia percepción, también ellas toman
enormes recaudos, porque no pueden dejar de imaginar que hayan disturbios frente a estas
injusticias. El acontecimiento «enunciado», es decir previsto, es el de un levantamiento, ahora
bien él no sucederá. Esto es muy interesante para estudiar. Así se decidió que los sorteos se
realizaran en la mañana muy temprano en dos sitios precisos y circunscriptos de la ciudad. El
cuerpo policial destinado en misiones especiales y los soldados son convocados a rodear los
lugares de reclutamiento y de sorteos, frente a la multitud que necesariamente será combativa
y contraria. Nada de lo que se esperaba allí sucedió; la serenidad de la jornada de
reclutamiento sorprendió a todos, desde el rey a los cronistas y memorialistas más célebres.
Así, después de haber organizado el acontecimiento y su futuro antes de que ocurriera, las
élites políticas habían anticipado un estado emocional del público que no existía y podía
estallar en cualquier otra cosa que no se esperaba.
Imposible aquí examinar cuidadosamente todos los riesgos de la jornada: simplemente
es conveniente remarcar que, por primera vez, el plan monárquico previsto falló. Pero es
interesante ver que pone en jaque esta visión del pueblo tan arraigada en los gobernantes: que
el pueblo en cada oportunidad, sería indomable, instintivo y rebelde. Esta visión de los
hombres y mujeres en conmoción perpetua no podía ser reemplazada por ninguna otra visión:
se equivoca sobre determinadas formas de indiferencia que existen, por supuesto, en entornos
populares. El reclutamiento organizado, habiendo excluido por definición, a los más ricos, a
los sirvientes de las familias importantes y a los gremios de artesanos más destacados; hizo
inicialmente más vulnerables a los individuos ya marginados y aislados. París podía verlos
partir a la frontera sin problemas.
La entidad pueblo, que nutría pensamientos y temores de élite, se vio frustrada: el
pueblo muy variado y en sectores bien diferenciados, tiene de hecho opiniones y posturas
complejas. La idea de globalizante de su funcionamiento es un error: no permite ninguna
predicción de tipo general. Y si, en este caso, fue afortunado para el orden público, eso
también significa que el acontecimiento no es previsible y que, para que eso ocurra, debe
haber una alquimia muy especial. Alquimias que la monarquía entera, dedicada a la idea de
que su pueblo-sujeto no tiene ni la competencia, ni el entendimiento, ni la entidad pública
para comprender. Así tomó su consentimiento para la guerra que no era más que la ausencia
de solidaridad entre los estratos más favorecidos de la población y los más marginados, que es
otra forma muy diferente y apasionante de la información sobre el estado de los mecanismos
sociales populares a mediados del siglo XVIII.
Dar un significado al acontecimiento

Desde el momento en que el historiador integra a la noción de acontecimiento sus


elementos más minúsculos, como los silencios, las palabras, las emociones, las débiles
estimaciones o el curso ordinario de las cosas, se ve obligado a demandar con mayor agudeza
la cuestión del significado. Al introducir la dimensión de lo singular, la actividad individual,
el proyecto único en sí mismo, de lo que sucede y finalmente produce el acontecimiento.
Debemos reflexionar en la manera en la cual se produce la articulación entre la singularidad
de las actitudes y el surgimiento de una nueva duración de tiempo concerniente a un grupo
específico de personas.
Este punto es uno de los menos fáciles de resolver en la investigación histórica, porque
es no hay manera de desagregar el relato histórico por un manojo de anécdotas singulares, ni
de organizar un relato histórico inclinado hacia el campo de las particularidades, ahogando su
sentido en la pluralidad de posiciones individuales. La atención se manifiesta particularmente
en lo que converge hacia conjuntos aprehensibles (actitudes mentales, acciones con los
demás, palabras que poseen el mismo registro de enunciación y apoyadas por semejantes
posturas éticas, apropiación por parte del público bastante coherente). A esto se adiciona todo
lo que es identificable bajo la forma de transgresiones más visibles, sino también el
intercambio de gestos, las diferencias, y en paralelo, palabras no dichas, esbozos de gestos,
prácticas sociales sin que la palabra sea requerida. La diferencia es el lugar de un ajuste muy
puntual en el ámbito público: algunas del conjunto organizado por la diferencia, la norma, la
singularidad estándar, tiene la apariencia de desorden y caos. De hecho, este desorden y el
caos cobran sentido, en la medida en que ellos busquen circunscribir una unidad de tiempo o
de acción, portando un acontecimiento que solamente tomará su verdadera dimensión a partir
de ese momento. Estas son la duración y las consecuencias del acontecimiento sobrevenido
que dieron significado a piezas aparentes de inconsistencia. Si consideramos el caso de la
opinión pública y su estado en cualquier momento dado en la historia, es importante tener en
cuenta lo que la construye, tanto en sus inflexiones importantes como a través de sus
incoherencias, sus rumores y sus componentes irracionales. Incluso explicable por la misma
composición del acontecimiento, la opinión pública no es jamás la consecuencia automática.
El acontecimiento es de hecho una construcción permanente que se extiende de manera
significativa con el tiempo. Para el historiador, es difícil decir cuando un acontecimiento se
detiene debido a que opera a través de una red de relaciones los efectos estructurantes. Ciertos
acontecimientos exteriormente importantes estructuran aún nuestros comportamientos
sociales hasta los económicos. Así el tiempo corto puede pertenecer a la larga duración, y su
significado se transformará a lo largo de esa duración, incluyendo consigo sistemas de
representación móviles que influyen la primera interpretación que pudo haber sido.
Así, podemos decir que el acontecimiento7 también toma su significado de la forma en
que los individuos lo perciben, lo interiorizar, lo dan por concluido a través de experiencias
muy diferentes al darle una forma a los contornos identificables. No hay acontecimiento sin
que un significado le sea ofrecido para su recepción. No hay un significado a priori de un
acontecimiento.

La memoria del acontecimiento

No retomaremos aquí el debate tan actual sobre la memoria y la historia8 . Por memoria
del acontecimiento, entendemos simplemente la forma en que se insinúa en el cuerpo
colectivo social, es uno o varios lugares originarios que varían según y a medida que
transcurre el tiempo. Un acontecimiento importante, reprimido por razones políticas (por
caso, la guerra de Argelia), es probable que tenga un rostro agudo y extremadamente culpable
cuarenta años después de su llegada. De manera similar, generaciones enteras pueden ser
acompañados por un acontecimiento que marcará sus posiciones éticas, su forma de
acercamiento al mundo. Acontecimientos mucho menos importantes son también portadores
de efectos durante prolongado tiempo: fiestas, rituales, ceremonias que nutren nuestros
calendarios, mezclando dominios de lo republicano, de lo religioso o de lo heroico. La
sociedad está pautada por los ritmos acontecimentales pasados. Seguro se reconstruye sin
detener el acontecimiento, que tendrá múltiples inflexiones según la época en que será
recibido. Por otra parte y al mismo tiempo, la memoria del acontecimiento para quienes lo han
vivido incluso hace mucho tiempo, informa al historiador sobre lo que es para él lo más difícil
de lograr: encontrar el grado de sensibilidad, social, política con el cual otros han reconstruido
el acontecimiento, se han identificado con él o lo han rechazado inexorablemente. La
memoria del acontecimiento determina su significado, a medida que se recuerde.
Es imposible concluir esta reflexión histórica sobre el acontecimiento sin destacar de
manera casi evidente que; si su percepción no se da por sí misma, y que si se está de acuerdo
sobre la realidad del acontecimiento como en construcción; él es a propósito de sí mismo, de
los tipos de interpretación totalmente contradictorios según que pertenezca a tal o cual capa
social. El acontecimiento carece en sí mismo de neutralidad: socialmente fabricado, es
apropiado de maneras muy diferentes por el conjunto de los estratos sociales. Y estas
apropiaciones pueden sin duda entrar en conflicto entre sí: ningún acontecimiento puede
establecerse sin tener en cuenta el estado de dominaciones y sumisiones internas de la
sociedad, la multiplicidad de medidas contra el orden social, la situación económica y política
que lo generan y aquellas que, tan diferentes, sobre las cuales de una manera repentina va a
surgir y luego durar.
Un acontecimiento en historia es una unión de alteridades, es más que un segmento de
tiempo, se espera que siga su destino, el significado de su recepción y las representaciones
que tenemos de él. Las alteridades pueden ser combates, luchas sociales visibles o
inexistentes, expresadas o no, son también el lugar de inscripción del acontecimiento. Por
ello, la movilidad del acontecimiento impone una infinita flexibilidad por parte de la
perspectiva histórica que se centre en él.
*
Traducido del francés por Miguel Ángel Ochoa. Quisiera agradecer muy especialmente a Graciela Urbano,
quien ha contribuido a pulir notablemente con sus comentarios, sugerencias y observaciones esta traducción.
**
Arlette Farge, «Penser et definir l’événement en histoire. Approche des situations et des acteurs sociaux» en
Terrain. Revue d’ethonology de l’Europe, 38, 2002, pp. 67-78. Esta reflexión sobre el caso que aquí se propone
es el resultado de un trabajo en curso sobre la escritura de la historia. También es alimentado por el trabajo
conjunto con Pierre Laborie en nuestro seminario conjunto «Evento y Recepción» en la École des Hautes Études
en Sciences Sociales. Farge es además Investigadora del CNRS, Centre de recherches historiques, París.
1
M. Foucault, «La vie des hommes infâmes » en D. Defert & Fr. Ewald (dir.), Dits et écrits de Michel Foucault,
1954-1988, vol. 2: 1970-1975, Paris, Gallimard, p. 237. Hay traducción en español: Michel Foucault, La vida de
los hombres infames, Buenos Aires, Altamira, 1996. [N. del T.]
2
P. Veyne, «L’interprétation et l’interprète. A propos des choses de la religión » en Enquête, Nro. 3: «Interpréter,
surinterpréter», 1996, pp. 160-180. También puede consultarse en francés en: http://revueagone.revues.org/837
[N. del T.]
***
El cineasta francés falleció a los 91 años en julio de 2012. Entre sus obras destacadas se encuentran: Sans
Soleil [Sin sol], La Jetée [El muelle] de 1962 y Loin du Vietnam [Lejos de Vietnam] de 1967, además de haber
sido coguionista de una de los documentales más aterradores y significativos de la historia del cine, en el cual se
muestra con imágenes originales de 1944 los padecimientos de los prisioneros de Auschwitz: Noche y niebla
(Nuit et brouillard) de Alain Resnais. La película se filma durante 1955, en el contexto de la Guerra Fría. [N. del
T.]
****
Tres niños en una carretera en Islandia, una tripulación somnolienta a bordo de un ferry, un emú en Île de
France, un bello rostro de las islas Bijagos , un cementerio de gatos a las afuera de Tokio, vagabundos en
Namidabashi, los habitantes de la Isla de Fogo, Cabo Verde, un carnaval en Bissau... Así inicia el relato una
mujer desconocida que lee las cartas remitidas por un operador de cámara, Sandor Kra sna, que a través del
registro de las imágenes de sus viajes se interroga sobre la memoria y la función del recuerdo, «que no es lo
contrario del olvido, sino su opuesto», para elaborar una lista personal de «cosas que hacen latir el corazón». [N.
del T.]
3
A. Farge, Le goût de l’archive, Paris, Le Seuil, 1989. Hay traducción al español: Arlette Farge, La atracción del
archivo, Valencia, Institucio Alfons El Magnanim, 1991. [N. del T]
4
P. Bourdieu, Méditations pascaliennes. Eléments pour une philosophie négative, Paris, Le Seuil, 1997. Hay
traducción al español: Pierre Bourdieu, Meditaciones pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999. [N. del T]
5
P. Cabanel & P. Laborie (dir.), Penser la défaite, Toulouse, Privat, 2002. La obra todavía se encontraba en
prensa cuando la autora publica este artículo.
6
P. Cabanel & P. Laborie (dir.), ob. cit.
7
P. Laborie, L’opinion française sous Vichy. Les Français et la crise d’identité nationale, 1936-1944, Paris, Le
Seuil, 2001.
8
P. Ricoeur, La mémoire, l’histoire et l’oubli, Paris, Le Seuil, 2000. Hay traducción al español: Paul Ricoeur, La
memoria, la historia y el olvido, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004. [N. del T]

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