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TODO

al revés
TODO
al revés

l
José Miguel Ruiz Valls
Primera edición: enero 2017

Depósito legal: AL 88-2017

ISBN: 978-84-9160-162-3

Impresión y encuadernación: Editorial Círculo Rojo

© Del texto: José Miguel Ruiz Valls


www.jmruizvalls.wordpress.com
© Maquetación y diseño: Equipo de Editorial Círculo Rojo
© Fotografía de cubierta: Miguel Ruiz Ferri

Editorial Círculo Rojo

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cloro y, por tanto, ecológico.
la única lección

Si crees que te falta amor,

se lo pedirás a otro,

y te convertirás en un mendigo.

Si crees tener amor,

se lo enseñarás a otro,

y te transformarás en un maestro.

La única lección a aprender,

es que nunca, a nadie, le ha faltado amor.

Que siempre ha estado ahí, esperando

bajo la dura costra del miedo.


Prólogo

Leyendo estos artículos surgen preguntas, y cada vez que surge una
pregunta surge una respuesta. ¿Dónde estaban las respuestas? Qui-
zá estaban dentro de ti y lo habías olvidado… Cuando se responde
una pregunta sientes felicidad. Estás en un momento en el que
no piensas, no recuerdas el pasado, no quieres saber el futuro, ni
siquiera te lo planteas, solo sientes. Parece que es lo más fácil del
mundo, y así es. Pero la mente siempre busca la iluminación en
lo difícil, siempre quiere cosas difíciles y cuando se da cuenta de
que algo es fácil quiere complicarlo. La mente siempre pone en el
futuro su deseo de “iluminarse” y así siempre lo pospone y nunca
lo hace, y sigue engañándonos… Habiendo leído este libro y el an-
terior, me doy cuenta de que los libros no son para que te los creas,
porque si nos crees se transforman en una religión. Lo que dicen los
libros debe servir de ejemplo para tu propia experiencia. No evadir,
sino enfrentar, para poder entender el sentido de la vida ¿Y cuál es?
Te diré lo que yo he sentido que es, ya me dirás qué sientes tú…
Para mi es perder el miedo y simplemente gozar.

Miguel Ruiz Ferri,


1º ESO.

“Dejad que los niños…” Mateo 19:14

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¿DE QUÉ VA ESTO?

Fue el médico y psicólogo Carl Gustav Jung quién dijo que “Aquel
que mira afuera, sueña y quién mira en su interior, despierta”. Lo
que estás empezando a leer es una colección de textos que han
ido surgiendo al mirar en mi interior y que comparto porque sé
que pueden resultar de utilidad para otros que quieran mirar en
su interior. Es ese un viaje para el que no se requiere ningún co-
nocimiento previo, es más, aquello que crees saber, será tu freno.
¿Por qué si no dijo Jesús que “los primeros serán los últimos y los
últimos los primeros”?.. ¿Por qué si no dijo “dejad que los niños
se acerquen a mí”?.. Porque nos quiso advertir sobre el fariseísmo,
sobre la utilización del “saber espiritual” como un fin y no como
un medio, lo cual provoca la ilusión de percibirse como un “doc-
tor entre pacientes”, es decir, separado. Es el destino de todos los
“doctores de la ley”, de los que se creen “intermediarios”, da igual
su religión, seguir pensándose –que no sintiéndose- “superiores
a…”, “separados de…”. El también psicólogo Jonathan Haidt da
en el clavo al decir que “Aquello que reduce al yo –sea lo que fue-
re- crea la oportunidad para vivir una experiencia espiritual”. Es
necesario pues recuperar cierta frescura infantil para poder jugar
a los juegos mentales que te propongo en las páginas que siguen.
Hace falta percibirse inocente, como un niño, para poder tener
una verdadera experiencia no-dual.

Así que, si pretendes continuar, ten en cuenta que, al leer au-


téntica no-dualidad, puede que percibas que no aumentan tus

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“conocimientos”; pero eso es porque su objetivo no es aumentar
el peso de tu mente sino aligerarlo... Es por eso que no suma sino
que resta... Es por eso que no añade sino que sustrae… Es por
eso que no construye sino que destruye... ¿Cómo se puede ayu-
dar a un cautivo a liberarse, sino privándole de lo que tiene, de
sus cadenas?.. Si después de leer no-dualidad, no sientes que has
perdido algo, seguro que era otra cosa.

Puede que, al leer auténtica no dualidad, pienses que no te


convence en absoluto; pero eso es porque su objetivo no es lle-
narte con dulces palabras que puedas tragar con gusto sino poner
en evidencia el “pasteleo” que se traen las palabras... Si después de
leer no-dualidad piensas: “Me parece increíble pero mi lógica no
lo puede rebatir”, eso sí era no-dualidad.

La auténtica no-dualidad desafía a tu sentido de la coherencia,


pues si te resistes a aceptar un argumento, pese a su racionalidad,
¿qué valor le estás dando a la razón?.. La auténtica no-dualidad
te obliga a ponerle precio a tu integridad, pues si te resistes a su
lógica, ¿cómo podrás seguir creyendo en las cosas que leíste antes,
cuando la mayoría de ellas incluso carecían de lógica?.. Y así la
auténtica no-dualidad te va vaciando de palabras, de conceptos,
de pensamientos, de creencias... ¡Hasta brindarte la experiencia
del silencio!

Pero la auténtica no-dualidad no tiene, ni puede tener, ningún


programa. No puede servirse de ningún ritual. No puede estable-
cer ningún método, pues no puede basarse en nada que tenga que
ver con la memoria, con en el pasado... ¿Cómo podría persuadir-
te de que necesitas tiempo para entender que el tiempo es una
ilusión?.. ¿Cómo podría anunciarte que, dentro de un tiempo,
en el futuro, descubrirás que puedes -que pudiste- sentirte libre
AHORA?.. Su objetivo es que un solo argumento, en un solo

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instante, te pueda transportar allí donde no caben argumentos,
al silencio, entendido, no como ausencia de sonido, sino como
ausencia de pensamiento.

Por eso, el que escribe sobre no-dualidad, no puede ofenderse


si dejas de leerle antes del final del texto, pues eso significa que
ha cumplido su objetivo de acompañarte hasta donde no hacen
falta palabras... Lo triste sería que terminaras de leer este libro
sin sentir que algo has perdido, sin ser consciente de que has
desaprendido algo, pues sólo significaría que esto no es auténtica
no-dualidad.

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HONESTAMENTE

La mía no es una gran historia. No soy consciente de haber des-


pertado como reacción a un intenso sufrimiento. Nunca tuve la
guía de maestros con nombres difíciles de pronunciar. No puedo
narrar ningún viaje a la India ni a ningún otro lugar iniciático
y ni siquiera tengo conocimientos para departir sobre filosofía
oriental. Mi proceso de toma de consciencia empezó con un li-
bro de Nietzche, que no recuerdo cómo cayó en mis manos, aún
siendo adolescente. Entre muchas frases que me impactaron, leí
una que se convirtió en la máxima de mi vida... “Con las cosas
del espíritu hay que ser honesto hasta el dolor”... Así pues, mi
despertar tiene que ver, fundamentalmente, con la práctica de la
honestidad -Y permitidme que aclare que, para mí, ser honesto,
no es sinónimo de ser bueno en el sentido que nos ha inculcado la
religión; que no se trata de no mentir, sino tan solo de reconocer
que estás mintiendo cuando estás mintiendo-.

Mi primer vislumbre ocurrió a los veintitantos años. En el


transcurso de unos pocos días acabó mi relación con la chica de
la que estaba enamorado, tuve un accidente que convirtió mi fla-
mante coche en un amasijo de hierros retorcidos, y para colmo,
me quedé sin trabajo. Asombrado, caí en el hecho de que, de re-
pente, había perdido todo aquello que me importaba, todo aque-
llo que ocupaba mi pensamiento. Mi mente se quedó sin “cosas”
en las que pensar y en el instante en que me di cuenta de ello, me
invadió una profunda sensación de alegría, de ligereza. De pronto

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todo me parecía más luminoso, más intenso, más vívido. El sim-
ple hecho de inspirar y expirar me llenaba de gozo… Hasta que,
en otro instante, apareció un pensamiento -¿Estás loco, José Mi-
guel?.. ¿Cómo puedes estar sonriendo en el lamentable estado en
que te encuentras?-. Entonces hice un esfuerzo por contenerme y
regresar al “estado normal”, eso es, a lamentarme por mi falta de
trabajo, de dinero, por mi soledad.

Tardé mucho en integrar esa y otras experiencias posteriores.


En realidad, en gran parte se lo debo a “la crisis”; al hecho de
haber descubierto que todo aquello en lo que alguna vez creí no
es más que una solemne mentira. La política, la economía, la
justicia, la religión, incluso la ciencia y particularmente la medici-
na participando en la gran mentira… ¡Me quedé desconcertado,
vacío!.. Eso me hizo sentir mucho miedo, pero lo soporté, no
por valentía, sino por ser consciente de que no había sitio donde
esconderse… ¡Entonces volvió a suceder!.. ¡Me di cuenta de que,
ese vacío, era la auténtica libertad!.. Conceptos como éxito, fra-
caso, sacrificio, dejaron de tener significado. Ya no había guión,
no había reglas que seguir. Me vino a la cabeza aquél viejo refrán
“Pa lo que me queda en el convento...” y sonreí. De repente veía
el mundo como una inmensa atracción de autos locos que me
producía risa. No me preocupaba ni siquiera estar en lo cierto,
pues sabía, con absoluta certeza, que los que creían en todo eso,
no lo estaban.

Pasé unos meses en un estado que se puede definir como “con-


templativo”, sin poder rendir adecuadamente en el trabajo, hasta
que otro pensamiento -José Miguel, si sigues así te vas a quedar
en la miseria- me hizo contenerme. Pero esta vez ya no regresé al
“estado normal”. Esta vez decidí adoptar una “solución de com-
promiso” que no fue otra que trabajar lo estrictamente necesario
“para vivir”… Sí, ya sé que se trata de otra ilusión, que de nuevo
estoy tratando de esconderme, que sigo fabricando tiempo, que

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en realidad no hay nada que decidir. La práctica de la honestidad
me permite saber que me estoy mintiendo cuando me estoy min-
tiendo... Me permite contemplar mi propia locura... ¡Y eso me
hace reír!

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UN POCO DE CIENCIA

Hasta no hace mucho, los físicos creían que los cuerpos celestes
estaban suspendidos en la nada, es decir, que no había nada entre
ellos, aparte de distancia o espacio vacío. Tal creencia, trasladada
a todo nivel fractal, les llevó a concebir el universo, no como un
“único ente” autoorganizado sino como una “caótica pluralidad”
de entes aislados. Esta “visión caótica” que reflejó Darwin en su
teoría, nos ha llevado a todos a creer en una evolución basada en
la competencia, en el conflicto permanente entre sujetos inde-
pendientes. -No interdependientes-.

Pero, a día de hoy, los físicos ya han averiguado que ese es-
pacio que imaginaron vacío, en realidad está muy lleno, hasta el
punto de que, ellos mismos, dicen que representa el 95% de la
masa existente en el universo, y lo han rebautizado como “energía
oscura”, ya que, al no reflejar la luz, resulta invisible, pero pue-
den saber que está ahí por su efecto en la expansión del universo
visible –Por su empuje-.

Aunque, a primera vista, pudiera incluso pasar desapercibido,


sin duda es el descubrimiento más trascendente en toda la histo-
ria de la humanidad, pues supone el abandono definitivo de la
“creencia en la separación” ante la “evidencia de la unidad”. Tras-
ladado a todo nivel fractal significa que las galaxias están unidas
por energía oscura, y dentro de ellas, los astros están unidos por
energía oscura, y los seres que habitan dichos astros están unidos

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por energía oscura, y las moléculas que forman dichos seres están
unidas por energía oscura... Significa que existe algo no manifies-
to, que representa el 95% de todo lo que hay, que hace posible,
además, que se manifieste el otro 5% que hasta ahora creíamos
que era todo. Como el silencio que une a dos notas musicales y
hace posible la música, es esa oscuridad lo que permite la mani-
festación de todas las formas; una fuerza invisible que envuelve,
abraza a cada objeto, a cada sujeto, impidiendo que se desintegre,
permitiéndole ser... ¡Amándolo!

Trasladado a nuestro nivel fractal, el descubrimiento de la


“energía oscura” pone a los físicos, y nos pone a todos, en general,
ante el mayor reto que nunca tendremos que afrontar los seres
humanos, pues ya no hay “reparos científicos” que impidan per-
cibirnos como células de un superorganismo autoorganizado que
podemos llamar Universo, o TODO... ¡o Dios!.. Ya no hay excu-
sas que nos impidan asimilar el hecho de que, las células de un
mismo organismo nunca se enfrentan entre ellas, sino que siem-
pre colaboran... ¡A no ser que se perciban enfermas!.. A no ser
que el miedo, les obligue a atacar, inconscientemente, a las otras
células que medran a su alrededor... A no ser que el miedo les im-
pida considerar que, tal vez, ese Dios que nunca han encontrado,
pudiera estar ante sus narices, pudiera ser esa fuerza invisible que
está entre tú y yo, que nos une a tí y a mí, que nos envuelve, nos
abraza a todos por igual, permitiéndonos ser... ¡Amándonos!

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LA AUTÉNTICA REVOLUCIÓN

Seguro que acierto si digo que, nunca antes, hubo tantos seres
humanos compartiendo el deseo de “iluminarse”… ¿Por qué?..
¿Es que el sol no luce allá donde viven?.. ¡Vaya tontería acabo
de decir, ¿no?!… Puede que sí pero, ¿realmente tenemos todos
claro que, el que quiere iluminarse, es porque se percibe oscure-
cido, ofuscado, confundido?… ¿Disponemos de suficiente valor,
fortaleza, energía, para reconocer nuestra propia confusión?.. Y
al reconocer nuestra confusión, ¿no estamos reconociendo que
nada de lo que hemos acumulado en nuestra memoria nos ha
servido para salir de ese estado?.. ¿No deberíamos pues, prescindir
de todo aquello que hemos “aprendido”?.. ¿No deberíamos poner
la atención en donde nunca la hemos puesto?

¿Tenemos claro que, eso de iluminarse, es algo tan simple


como salir del estado de confusión?.. ¿O tenemos la idea de que
debe de ser algo más “glamoroso”?.. ¿Qué más?.. ¿Una especie de
orgasmo perpetuo?.. Si pulsando un botón pudieras obtener un
orgasmo sin fin -sin posibilidad de pararlo- lo pulsarías?.. ¿No
perderías así tu libertad?.. ¿Cambiarías placer por libertad?.. Se-
guro que no.

Pero es fácil ver que “des-confundirse” no resta sino que añade


libertad… ¿No es así?.. Por tanto, nada de qué preocuparse…
Ya dijo Jesús aquello de “La verdad te hará libre”, es decir, que la

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libertad es la máxima realización y la verdad el medio para conse-
guirla… ¿Y de qué puede liberar la verdad sino de la confusión?

Muchos están tan confundidos que todavía están dándole


vueltas a si existe o no la verdad. Otros, más adelantados, después
de escuchar muchas charlas, de leer muchos libros, de intentar
meditar muchas veces, han llegado a pensar -¿Y si la verdad está
solo a disposición de seres especiales como Jesús o Buda?-... Pero,
¿eran seres especiales?.. ¿No dijeron ellos mismos que “Todos so-
mos iguales”?… ¿No significa eso que, según ellos, todos tenemos
el mismo derecho a la verdad?.. ¿Qué es eso a lo que no hemos
atendido hasta ahora?

Empecemos por el principio. Permíteme hacerte la pregunta


más sencilla que existe… ¿Vives?.. ¡Vaya tontería de pregunta,
eh!.. Puede que sí, pero nos lleva a descubrir un truco de la men-
te; y es que la mente se ofende si tocas ciertas cuestiones “que se
deben dar por supuestas”. Así es como logra desviar tu atención
de aquello que no puede responder. La mente da por supuesto
precisamente aquello que es incapaz de abordar… ¿Cómo puede
saber la mente si vive?.. La mente “aprende” comparando y no
puede entender lo que es la experiencia “vida” sin compararla con
la experiencia “muerte”, como no puede entender el bien sin el
mal –Eso es conocer dualmente-… Pero, ¿has estado muerto al-
guna vez?.. ¡Y siguen las tonterías!.. ¿Está la experiencia “muerte”
en tu memoria?.. Por supuesto que no… Es obvio entonces que
la mente no puede responder esa pregunta, que no puede saber
nada de la vida. -Eso es saber no dual-

La mente coge agua del río y la mira con lupa, para saber lo
que es un río, pero no se da cuenta de que, en el momento en que
la cogió, esa agua dejó de ser río. La mente graba experiencias a
medida que van sucediendo y las convierte en fotos fijas, en con-

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ceptos que acaban sustituyendo a la realidad, y eso tiene su riesgo.
Un ejemplo: Hay estudios que indican que muchos accidentes de
tráfico suceden en tramos muy conocidos para el conductor, lo
cual parece desafiar toda lógica, pero no es así. Y es que, cuando
desconoces la carretera por la que circulas, te mantienes alerta,
pero a medida que la vas conociendo, la mente genera un recuer-
do de la ruta que te permite conducir “de memoria”… ¡Memoria
en la que no figura el árbol que acaba de caer!

Comprender que la memoria no es tan fiable como creímos


hace posible que empecemos a prestar atención a lo que, hasta
ahora, no hemos prestado atención: ¡Al presente!… ¡Y eso es tras-
cender el pasado!.. Vivir atendiendo al presente es como surfear.
Se trata de permanecer alerta y cuando llega la ola, subirse a ella
sin dudar. Y es a medida que vas surfeando que tu miedo va de-
creciendo, que tu confianza se va acrecentando, que tus dudas se
van disipando.

Cuando dejas la muleta de la memoria y te subes al momento


presente, empiezas a percibir que el momento presente siempre
te está proveyendo experiencias para que te des cuenta de lo que
te tienes que dar cuenta. Pero es en el mismo instante de “darte
cuenta” en el que tienes que aceptar aquello de lo que te das cuen-
ta, pues si en vez de aceptarlo, te limitas a pensar ¡Que interesan-
te!, lo que haces es dejar pasar la ola. -Tal vez por eso no dieron
resultado las charlas a las que asististe ni los libros que leíste-.

Puede que, al descubrir eso, sientas cierta tristeza, pensando


en las olas perdidas, en las lecciones desaprovechadas. No te pre-
ocupes, pues cada ola es más grande que la anterior y eso es por-
que cada ola trae su propia información más la información de
las olas que la precedieron. Basta que te subas a la que ahora está
pasando para actualizarte.

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El único error que existe es mental y es en la propia mente
donde se tiene que reparar, lógicamente. En realidad, a medida
que van llegando las olas de información a tu presente, las vas
recibiendo, aunque tu mente insista en ignorarlas, aunque no
quiera darse cuenta en presente… ¿Qué es sino “darse cuenta”?..
¿Dónde estaba eso de lo que te acabas de dar cuenta, antes de dar-
te cuenta?.. ¿Por qué no necesitas que nadie, ni obispos ni jueces,
ratifiquen aquello de lo que te das cuenta?.. ¿Por qué no dudas
de lo que te das cuenta?.. El hecho de que tu mente se niegue a
subirse a la ola, no significa que la ola no exista. Tan solo significa
que tu mente elige la confusión... ¡Porque tiene miedo!… Pero el
miedo solo hace que tenga que enfrentar, cada vez, una ola más
grande. Por eso tus experiencias de vida parecen repetirse pero
aumentadas… ¡Es lo que llamamos sufrir!.. Es el único medio de
asegurar la iluminación para todos.

¡Así que no nos confundamos más!… Iluminarse no es una


elección. No se trata de que unos lo deseen y otros no. Nadie en
su sano juicio desea seguir confundido. Estás vivo y tienes que
vivir, aunque tu mente no sepa, ni pueda saber qué es vivir. Una
vez aceptado eso, sabes que la única elección es vivir más o menos
confundido, más o menos consciente. Sabes que puedes elegir
abrir o cerrar los ojos, percibir más o percibir menos… Si eliges
percibir menos, eliges ser más ciego, más sordo… ¡Eliges ser un
minusválido!.. ¿Quién, en su sano juicio, elige ver menos de lo
que puede ver?.. ¿Es eso lógico?.. La mente lo llama libre albedrío
y lo confunde con la auténtica libertad, pero no lo es, porque el
libre albedrío se basa en el miedo cuando la libertad es precisa-
mente la ausencia de miedo.

En el instante en que te das cuenta de que no eres “mejor”


que otros por pensar “espiritualmente”, cuando lo cierto es que
te sientes igual que esos otros, es decir, lleno de confusión, de
miedo; en el instante en que te das cuenta de que no eres más

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que otro ser sufriente que aspira a dejar de sufrir -como todos-,
puedes entender que, dejar de sufrir, es la auténtica revolución
planetaria en la que todos estamos inmersos… Entonces puedes
entender que no hay nada más revolucionario que vivir lo que
eres, tal como eres… -¡Qué gran alivio, dejar de fingir!-... Pue-
des experimentar que, aceptar lo que eres, lleva necesariamente a
amar lo que eres; y el amor es “el cambio” que todos estamos bus-
cando… Puedes darte cuenta de que, cuando te conoces, cuando
te amas, necesariamente conoces y amas a los demás, pues todos
somos lo mismo… ¡Has descubierto el sentido común; el único
sentido que no se presta a confusión!

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LO QUE NOS UNE

Cuando nos atrevemos a quitarnos las anteojeras, lo que vemos


nos induce a sospechar que “algo, en este mundo, no marcha
bien”... Y eso nos lleva a sospechar que nos equivocamos en algún
paso pero, ¿en cuál?.. No pudiendo responder esta pregunta, lo
único que podemos hacer es desandar el camino hecho, vaciarnos
de todo lo aprendido, a fin de poder cuestionar, una por una,
todas nuestras creencias y poder dar con el error. Es obvio que,
para cuestionarlo todo, no hay que creer previamente en nada;
por tanto, los que decidimos hacer esto, bien podemos llamarnos
“no creyentes”.

Pero hay otras personas, a las que se suele confundir con los “no
creyentes” que, de entrada, niegan toda trascendencia, niegan cual-
quier Dios, lo que significa que no están dispuestos a cuestionar la
existencia de ninguno. Son los ateos. Ellos opinan que si hubiera
un ser divino, no habría creado personas con deficiencias mentales,
y es solo un ejemplo pues, en realidad, aplican el mismo argumen-
to a cualquier cosa que perciben como imperfecta o “mala”. Para
ellos, cada “imperfección” o “maldad” demuestra la irrealidad de
un Dios que, por definición, debería ser perfecto y bueno, y debe-
ría crear cosas perfectas y buenas.

A primera vista parece un argumento sólido, pero profundi-


zando un poco, podemos advertir que se apoya en dos juicios de
valor: la bondad y la deficiencia... ¿Qué es ser bueno?.. ¿Qué es

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ser deficiente?.. En realidad, lo que viene a expresar el ateo con
tal argumento es que le disgusta que haya “deficientes”, como le
disgusta que haya “malos”, y está enfadado con Dios por no haber
amoldado la creación a sus gustos personales.

Aparte de que muchos familiares y amigos de personas etique-


tadas como “deficientes” pueden albergar una opinión distinta,
el argumento ateo da fe de lo arrogante que puede llegar a ser
el ego al formular sus juicios. El ateo cree que puede ponerse en
la mente de un Dios que, curiosamente, no cree que exista; y
además cree que puede darle órdenes. En realidad, lo que hace el
ateo es juzgar a Dios y condenarle a la inexistencia por no colmar
sus expectativas. Pero la negación de Dios le comporta un gran
problema, pues lo que nunca puede negar es la evidencia de esa
creación que se despliega ante sus sentidos -No puede negar los
animales, las plantas, no puede negar el sol, la luna-... ¿Cómo so-
luciona esto?.. Pues creyendo que todo lo que percibe es producto
de la casualidad.

Si el ateo niega a Dios, con más razón negará la religión, que


no es más que un supuesto medio para alcanzarle, pero no se da
cuenta de que sus juicios los basa precisamente en la religión que
le enseñaron… -¿Dónde si no, aprendió a distinguir entre bien y
mal, entre bueno y malo?-… Si se diera cuenta, entendería que lo
único que niega es la existencia de un señor barbudo que vive en
las nubes, y en eso estamos de acuerdo, ya que los “no creyentes”
tampoco creemos en ese señor.

Si se le pudiera mostrar una codorniz a Darwin -A los ateos


les suele gustar su “teoría” porque también aboga por la casuali-
dad-, diría que su color es pardo para pasar desapercibido ante
los depredadores, pero si se le mostrara un ave del paraíso, tal
vez no sabría qué decir. No hace falta ser muy observador para
darse cuenta de que, en la naturaleza, existen pájaros de muchos

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colores, más aún, existen tantas formas en el reino animal, que los
cineastas lo tienen muy difícil cuando quieren fabricar un aliení-
gena “original” para sus películas.

Llámese Dios o llámese TODO, si en algo estamos de acuerdo


ateos, no creyentes y también creyentes, es en que nos estamos
refiriendo al infinito... ¡Y ahí está la clave!.. ¿Porqué existen “in-
capaces”?.. Por lo mismo que existen pájaros de infinitos colores,
por lo mismo que existen animales de infinitas formas, por lo
mismo que existimos tú y yo; porque en un universo infinito hay
una variedad infinita. Si faltara una forma, el universo dejaría de
ser infinito y como la infinitud es inherente al universo, dejaría
de haber universo.. ¡Fíjate lo importantes que somos que, sin no-
sotros, Dios no puede existir!

El ateo no puede negar esta infinita diversidad, y recurre al


truco de negar que sea creación divina, reduciendo TODO a una
mera casualidad. La consecuencia de acoger tal pensamiento es
que, él mismo, como parte de TODO, también queda reducido
a un producto del azar, a un “algo” incapaz de comprender el
Universo e incapaz de comprenderse a sí mismo... ¡Y eso da mu-
cho miedo!.... ¿Cómo es posible que una serpiente fabrique un
veneno neurotóxico que los más eminentes científicos no saben
fabricar?.. ¿Cómo es posible que una flor fabrique un aroma que
ningún perfumista puede igualar?.. ¿Casualidad?

Puede que, para el ateo, el veneno de la serpiente sea un ejem-


plo de “maldad”, una prueba de la inexistencia de Dios, pues se-
guro ha causado la muerte de muchos humanos, pero lo cierto es
que también se utiliza para curar enfermedades cardiovasculares,
por ejemplo. Al contrario, el perfume de las flores ha sido teni-
do por los humanos como algo agradable, y por tanto, “bueno”;
pero lo cierto es que las plantas no lo fabrican con el propósito de
que nos agrade sino con el propósito de engañar a los insectos, y

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en el caso de las carnívoras, para cazarlos. Un rayo puede arrasar
una pradera pero en Australia las praderas se regeneran gracias a
los rayos. Un volcán puede arrasar grandes extensiones pero gra-
cias a ellos podemos veranear en las Canarias. Un meteoro puede
arrasar el planeta entero pero gracias a uno, que al parecer, extin-
guió a los saurios, podemos presumir de ser los actuales “amos
del mundo”.

Y es que Dios –o TODO- está más allá de lo bueno y lo malo,


porque no está limitado por nuestros gustos, por nuestras creen-
cias, por nuestros juicios. Dios es orden y caos, es todo y es nada,
es la absoluta libertad creativa, y no puede estar limitado ni si-
quiera por él mismo. No intentes comprenderlo con la mente
porque una mente limitada no puede comprender lo ilimitado.
No intentes adueñarte de él porque eso es lo que hace el ego, in-
tentar adueñarse de todo, intentar cambiar el universo entero al
sentirse incapaz de cambiar su forma de percibirlo.

Todos tenemos nuestro ego, y por ello todos somos -o nos


sentimos- incapaces, y todos sufrimos por ello... Y aunque, a pri-
mera vista, pudiera parecer que el sufrimiento adopta infinidad
de formas, que la casualidad depara más sufrimiento a unos que
a otros, y que, por tanto, es injusto, y que, por tanto, es “malo”,
y que, por tanto, prueba la inexistencia de Dios; en realidad no
es así, pues todo sufrimiento parte de la errónea percepción de
sentirse separado, solo, aislado, abandonado en un Universo que
nos resulta incomprensible, al haber acogido la creencia de que es
fruto del azar… -¿Se puede comprender el concepto “suerte”?-...
Pero por mucho que ese error nos haga sufrir, por muy perdidos
que nos podamos sentir, nunca perderemos la capacidad de com-
prender que el sufrimiento es aquello que nos une a todos... ¡Y
esa comprensión ya es amor!.. Ama y comprueba cómo el amor
lo llena todo... Y no deja resquicio alguno para el sufrimiento.

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LAS PALABRAs se
quedan cortas

Escoge a alguien -que se preste voluntario, claro- y pellízcale,


presionando lenta y progresivamente, hasta que escuches un ¡Ay!
Si haces lo mismo con otra persona, comprobarás que cada una
tiene un umbral de dolor distinto; que lo que a una le resulta
doloroso, a otra “aún” no. Lo mismo ocurre con el dolor mental.
-Eso que llamamos sufrimiento-. Si quieres comprobarlo, insulta
a varios con la misma palabra, y verás cómo no todos acusan el
golpe de igual modo.

“Dolor” es una palabra, un símbolo, una etiqueta que alguien


inventó en el pasado y que todos aprendimos a utilizar para co-
municar ciertas experiencias, aunque lo cierto es que comunica
bien poco. Todos tenemos claro que una quemadura y una pica-
dura de mosquito son experiencias distintas que causan sensa-
ciones distintas; sin embargo, las igualamos al decir que ambas
nos causan “dolor”. La mente no puede fabricar una palabra para
cada experiencia pues, en realidad, cada experiencia es única y
la lista de palabras se haría interminable. Por eso, la mente sim-
plifica e iguala, no solo las quemaduras y picaduras -sensaciones
físicas-, sino también la sensación que se siente, p. ej., cuando
otro rechaza nuestras “proposiciones amorosas” -sensaciones psí-
quicas-, con lo que, realmente, acaba identificando como “dolor”
todo aquello que no le gusta.

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La cuestión es que toda sensación psíquica depende, no de lo
que nos hagan los demás sino de nuestra propia opinión sobre
lo que nos hacen, y no por otra cosa uno te quería matar y otro
ni se inmutó cuando les insultaste con la misma palabra. Esto
es tanto como decir que la misma experiencia será memorizada
como dolorosa o no, según tu umbral de dolor psíquico, que a
su vez, depende de tus juicios, de tus gustos, de tus opiniones. La
acumulación de juicios “dolorosos” en tu memoria, te hará creer
que tu vida es un infierno.

El lenguaje es el conjunto de palabras que todos aprendimos


a utilizar para comunicar nuestras experiencias, aunque lo cierto
es logramos comunicar bien poco, y ello es porque, al igual que
ocurre con la palabra “dolor”, las demás palabras también son
símbolos, etiquetas que reducen y confunden la verdad que revela
cada experiencia. Por tanto, si la ignorancia es la consecuencia de
juzgar, la sabiduría es la consecuencia de no hacerlo.

Para la mente, no juzgar es restar, y no puede entender que


restando se sume, pero es fácil de comprobar: No juzgar aumenta
la información que recibes, pues al limitarte a observar, sin pen-
sar, puedes darte cuenta de la comunicación no verbal -el 85% de
la comunicación total- a la que no solemos prestar atención por
tener puesta toda nuestra atención en las palabras. No juzgar es
un modo de detener la constante actividad mental, que posibilita
que puedas percibir todo tal como es, más allá de tus propias opi-
niones. No juzgar impide que memorices tus experiencias “dolo-
rosas”, permitiéndote encontrar sosiego, paz.

Hay una frase célebre que dice que “quién olvida su pasado se
condena a repetirlo”, pero lo cierto es que quién olvida su pasado,
olvida su dolor y deja de sufrir. Si el pasado es el problema ¿Cómo
puede ser la solución? Buscar soluciones en el pasado, es extraer
problemas de la memoria, de la “biblioteca de acumulación de jui-

31
cios” que, al reproducirlos en el presente, se perpetúan en el futuro.
Olvidar el pasado no es otra cosa que perdonar, borrar, limpiar,
vaciar. La mente no puede entender que restando se sume, y lo
juzga como “locura”, pero observa el mundo ahora, en silencio, sin
juicios, sin etiquetas, y comprueba lo que ha fabricado la mente.

32
EL ÁNGEL DE LA GUARDA

Dentro de cada uno de nosotros late un ímpetu mucho más in-


tenso, mucho más persistente, que el que nos pueda brindar cual-
quier deseo. Es una vibración que experimentamos como una
incomodidad, un nerviosismo, una insatisfacción “de fondo”,
que nos lleva a plantearnos que debe haber “algo más”. La mente
no puede pensar sobre ello, no puede entenderlo, pero tampoco
puede negar que está ahí.

La mente se resiste a admitir que haya “algo-más-allá-de-sí-


misma”, pues eso sería admitir que no tiene el control. La mente
es como una calculadora que no se limita a hacer operaciones y
llega a creer que por borrar una suma de su pantalla tiene el poder
de acabar con las matemáticas. La mente solo entiende de canti-
dades, de medidas, y al percibir la sensación de que “falta algo”,
entiende que puede solucionarlo “añadiendo algo”, aunque no
tenga idea de lo que falta.

La mente observa que, cuando compras algo nuevo, no sientes


esa sensación de carencia y tampoco cuando conquistas un nuevo
amante. Por eso, la mente, que tan solo quiere nuestra felicidad,
nos impulsa a comprar más, a tener nuevos amantes. Pero la men-
te también observa que pasada la euforia de la novedad, la sensa-
ción de carencia vuelve a manifestarse con mayor intensidad… ¡Y
qué puede hacer entonces sino inducirte a comprar más cosas, a
realizar nuevas conquistas!

33
Y así, la mente nos impulsa a correr en una carrera sin meta, nos
aboca a un esfuerzo sin fin cuyo único objetivo es acumular, adquirir
nuevas experiencias que nos permitan olvidar aquella misteriosa sen-
sación. El resultado, paradójicamente, es que, cuanto más consegui-
mos, más nerviosismo, incomodidad, insatisfacción manifestamos.
La vida se convierte en una aburrida, en una previsible sucesión de
borracheras y resacas… Y es ese mismo aburrimiento el que, tarde o
temprano, fuerza a la mente a admitir que ese no es el camino.

Entonces la mente deduce que debe saber qué es ese ímpetu,


si quiere combatirlo, y se adentra en el camino del conocimiento.
Su plan ya no es “tener más”; su nuevo plan consiste en “ser más”,
y como solo entiende de cantidades, empieza a acumular títulos,
premios, recompensas… Y cada nuevo logro actúa como un se-
dante que funciona por un tiempo hasta que, pasado el efecto, los
síntomas vuelven, aumentados… Hasta que llega un momento
en el que el cuerpo le dice a la mente… ¡Me siento débil… ¡No
puedo correr más!… Entonces la mente se pone a buscar en la
memoria un remedio con qué curarlo... ¡Y no encuentra nada!…
¡Tanto acumulado, tanto aprendido, de nada sirve!

La mente, por primera vez, se siente superada… No sabe qué


hacer… ¡Y se para!.. Y sin nada que oculte la sensación de caren-
cia, ésta emerge y se manifiesta en toda su intensidad… Y por fin,
puedes observarla… ¡Y te das cuenta de que, de lo que careces, es
de inocencia!..  Te das cuenta de que, cuando eras niño no sentías
esa sensación… ¡Y eso que entonces no tenías nada, ni sabías
nada!.. Y recuerdas que empezaste a sentirte insatisfecho cuando
empezaste a tener, cuando empezaste a saber… Te das cuenta de
que el nerviosismo fue aumentando a medida que te ibas extra-
viando… De que, para eliminarlo, no hay que añadir sino quitar,
no hay que aprender sino desaprender… Te das cuenta de que la
sensación de carencia es, en realidad, tu ángel de la guarda… ¡Un
amigo que te ayuda a volver a casa, cuando no te sientes en casa!
34
LA COMPRENSIÓN TOTAL

De haber algún error, nunca puede estar en “lo que es” sino en
nuestra limitada percepción de “lo que es”, que se traduce en un
entendimiento parcial, o lo que es lo mismo, en una falta de en-
tendimiento total... No es difícil observar como nuestra mente,
de manera automática, selecciona aquellas piezas que le gustan y
rechaza aquellas que le disgustan. Su rechazo a encajar todas las
piezas le impide completar el puzzle, por tanto, le impide percibir
la misma imagen que ansía contemplar.

Pero podemos ampliar nuestra comprensión de dos maneras,


que llamaremos introspección (o autoindagación) y debate (o in-
dagación del otro). El debate presupone una comunicación entre,
al menos dos “seres”, y se fundamenta en la confrontación de sus
percepciones, en el conflicto, siendo, por tanto, un método “vio-
lento”, pero absolutamente necesario mientras “haya dos”.

Cuando la intención del que debate es “ganar”, el otro lo juzga


como un ataque y adopta, automáticamente, una actitud defen-
siva, con lo que se establece, entre ambos, una relación de miedo
que les impide superar su separación. Cuando la intención de
los debatientes es entender, no temen la confrontación y es su
falta de miedo -su amor- lo que les lleva finalmente a rendir sus
posiciones. En ese momento, pasan a “no ver dos”, y por tanto, a
comprender de manera no violenta, introspectiva. Así pues, bien
podemos decir que los otros -y los conflictos que nos traen- exis-

35
ten en la medida en que nos resultan necesarios para nuestro pro-
pio entendimiento y desaparecen cuando ya no lo son. Dicho de
otro modo: Si ves a otro, es porque te hace falta otro... ¡Para ver!

No haría falta decir todo esto, si no fuera porque, en esta so-


ciedad, se nos ha educado para rehuir el debate. Es por ello que
se considera “normal” que, cuando alguien se siente atacado en
sus opiniones, se enfade y exija “respeto”, que es como exigir que
se respete su voluntad de permanecer separado. Quién exige eso,
no se plantea entender al otro, sólo mantener, a cualquier precio,
su opinión preexistente. Por tanto, seguirá viendo un “enemigo”
enfrente y seguirá sin poder trascender la separación.

Es evidente que no se rehúye lo que no se teme. Es evidente


que se nos ha educado para tener miedo. Todo aquel que huye,
en algún momento tendrá que reconocer que lo hace por miedo;
que es el miedo lo que le inclina a adherirse a una espiritualidad
de “bajo perfil”, cuyo mantra es “huye de lo negativo y rodéate
de lo positivo”, y que no es más que una creencia que induce a
etiquetar como “gente toxica” a cada maestro que se acerca pero,
¿quién es tu maestro sino ese que tienes, ahora mismo, ante ti?

Es el miedo lo que evidencia que, eso que llamamos respeto,


no es más que otro ardid de la mente para mantenernos sepa-
rados. Es el miedo lo que nos lleva a aceptar de los otros, sólo
aquello que concuerda con nuestra posición preestablecida y a re-
husar todo lo que no concuerda. Es por ello que, tras leer ciertos
escritos, pensamos con satisfacción -¡Qué razón tiene el autor!- y
le decimos al otro -¡Mira, este escritor piensa igual que yo!-, que
es como decir -¡Tengo razón!-… ¡Y tú no!.. ¡Ahí tienes a un tipo
importante que apoya mis opiniones, que avala mis creencias,
que satisface a mi ego!-

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No es difícil darse cuenta de que, quién coincide en todo, en
nada amplía su comprensión, pues aquello en lo que se coincide
es porque ya se sabía. Y eso nos indica que, para ampliar nuestra
comprensión, tenemos que permitirnos observar justo aquello
que nos enfada, aquello con lo que no estamos de acuerdo, aque-
llo que nos disgusta, aquello que nos da miedo. -Que es como
decir que tenemos que permitirnos observar nuestro ego-. Solo
así se pueden obtener todas las piezas y completar el puzzle. Solo
así podremos trascender nuestra comprensión parcial… ¡Solo así
se puede alcanzar la comprensión total!

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¿ESTÁ CLARO?

Es obvio que un ser que se siente “despierto” no necesita leer textos


sobre consciencia ni asistir a ningún evento. Es obvio que escribir o
hablar para seres despiertos no puede tener ninguna utilidad. Todo
escritor y conferenciante debe tener siempre presente que se está
dirigiendo a seres que están en proceso de despertar, y que, si quiere
serles de alguna ayuda, debe utilizar el lenguaje más claro posible,
evitando el uso de palabras que puedan causar confusión.

La misma tentación de utilizar un lenguaje oscuro, le permite


ver al escritor que “no tiene muy claro” lo que está tratando de es-
cribir y que necesita, por tanto, indagar más sobre ello. Pero no es
mi propósito poner el foco en aquellos que “enturbian sus aguas
para hacerlas parecer profundas”, sino en las secuelas que pueden
derivarse, de lanzarse de cabeza a las turbias aguas.

Suele repetirse mucho, por ejemplo, que “la verdad está más
allá de la mente” o que “la verdad no es intelectual”. La utiliza-
ción de tales expresiones, sin más explicación, parece más orien-
tada a convencer al lector de que el que escribe es una autoridad,
que a ofrecerle pautas con las que pueda descubrir su propia ver-
dad... ¿Para qué puede servirle, al que aún no tiene consciencia
de haber trascendido la mente, saber que la verdad está fuera de
ella?.. Asumir intelectualmente que “la verdad no es intelectual”,
sin haberlo experimentado, está dificultando que muchos seres
lo puedan experimentar pues, paradójicamente, eso les lleva a

38
prescindir del intelecto… -Si la verdad está más allá de la mente
¿Cómo me puedes ayudar a encontrarla con tus razonamientos
mentales?- suelen argumentar, pero -¿acaso para ir “más allá” del
mar no hay que atravesar el mar?-

Para ir más allá de la mente hay que sumergirse en la mente;


y es quién teme hacerlo el que busca atajos, de manera similar a
aquellos que desprecian el cuerpo, por pensar que es un obstáculo
para llegar al alma, cuando no es más que la puerta de entrada. Ser
consciente nunca puede consistir en rechazar, en “separarse de”,
sino en aceptar, en “integrarse con”. Sumergirse en la mente es
aventurarse en eso que llamamos “indagación”, y su propósito no
es aumentar la luz directamente sino disminuir el “polvo mental”
que impide apreciarla. No hay atajos, por la sencilla razón de que,
atravesar la mente, es ya el atajo, y lo que ataja es el sufrimiento.

Para trascender la mente y poder llegar a iluminarse, tan solo


hace falta disponer de suficiente energía; y para disponer de sufi-
ciente energía, tan solo hay que tener claro qué es lo que la hace
aumentar y qué es lo que la hace disminuir, y eso se averigua
indagando. La mente consume mucha energía pensando, y es por
eso que hay que «pararla» para poderse iluminar. Pero la mente
no puede parar mientras su dueño no tome consciencia de todos
los programas automáticos que ha ido instalando a lo largo del
tiempo, sin percatarse de que, muchos de ellos, eran incompa-
tibles entre sí. Si buceando en la mente descubro, por ejemplo,
que tengo instalado el programa «Todo por la patria» y también
el programa «Todos somos iguales», puedo ver que, de cada uno,
surgen pensamientos contradictorios, puedo ver que cada uno de
ellos me está ofreciendo una interpretación distinta de la realidad
que tengo ante mí, de ese emigrante que veo acercarse a la playa.
Y es entonces cuando entiendo que debo desactivar uno de los
dos programas si pretendo acabar con el despilfarro energético.

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Es muy fácil comprobar, por propia experiencia, como cada
contradicción mental que eliminas, aumenta tu energía, tu vita-
lidad, tu vida. Es muy fácil comprobar cómo cada conflicto no
resuelto, la va agotando. El único error que existe es mental, es
un simple malentendido, y es en la propia mente donde tiene
que enmendarse. Pretender atajar la racionalidad imposibilita ese
ejercicio de autoindagación, impidiendo, en consecuencia, recu-
perar la energía que necesitas para iluminarte. Si prescindes del
conocimiento que se obtiene por propia experiencia, te obligas a
creer, porque no hay más opciones. Pero el conocimiento genera
confianza, valor, fortaleza... ¡Energía!.. Y creer, por contra, genera
inseguridad, y la inseguridad es miedo... ¿Y qué indica el miedo
sino una pérdida energética?

El alfa y el omega del no dualismo es, obviamente, que “no hay


dos”, que “todo es unidad”... ¡Es su gran verdad!.. Pero esa verdad
no puede aprenderse de memoria… ¡Tiene que experimentarse!..
Dicho de otro modo: No es suficiente saber mentalmente lo que
es el amor… ¡Tienes que abrazar a otro y experimentarlo!.. Los
que no superan el aprendizaje mental, siguen viendo muchos,
siguen viendo variedad, y se estresan, y eso les lleva a esforzarse,
a achinar los ojos, intentando no ver a los demás, para así poder
ver “más allá”, a Dios… ¡Cuando de lo que se trata de ver a Dios
a través de los demás!.. ¡De llegar más allá del mar, cruzando el
mar!.. Y ese malentendido les lleva a otro, pues al no reconocer a
Dios en los demás, al no ver a Dios en los demás, al no ver a Dios,
confunden observar con buscar, sin darse cuenta de que se busca
lo ausente y se observa lo presente; de que se busca lo que no está,
lo que no es y se observa lo que sí está, lo que sí es. Hay que partir
del cuerpo, si se quiere ver la mente y hay que partir de la mente
si se quiere ver el alma. Se trata de integrar lo desintegrado… Si
no quieres tener en cuenta todas las piezas del puzle ¿Cómo lo vas
a montar, cómo vas a ver la imagen completa?

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La mente, cuando no ve, piensa que es porque no está aquello
que debe ver, y eso es porque no está programada para descubrir
sus propios fallos. Como no ve, se pone a buscar automáticamen-
te. Así es como inventa el futuro y te llena de ansiedad. Pero la
mente no tiene ninguna intención de causarte daño. Es como un
ordenador que no hace sino seguir las instrucciones de su dueño;
y es su dueño el que le ha dicho ¡quiero ver!, sin darle instruc-
ciones concretas de cómo lograrlo… ¿Y a falta de instrucciones,
qué puede hacer la mente sino tirar de memoria?.. ¿Y cómo le va
a ayudar la memoria a ver lo que nunca ha visto?.. La buena no-
ticia es que la mente, como un ordenador, se puede reprogramar,
y eso se hace, convenciéndola, en su propio idioma, razonando,
de que si no ve, es porque no ha prestado la suficiente atención.
Entonces dejará de buscar y se pondrá a observar y ya no hará
falta que leas más sobre consciencia ni acudas a ningún evento.
Mientras tanto, puede serte muy útil realizar tales actividades,
porque, si te fijas, te darás cuenta de que a la mente no le gusta
dar la razón; por tanto, si has visto alguna razón en alguna de
estas palabras, has ido más allá de la mente.

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HÁGASE TU VOLUNTAD

Si queremos definir la no-dualidad, bien podemos empezar di-


ciendo que no es más que un juego de palabras. La no-dualidad
“no es ninguna creencia” y también “es ninguna creencia”. -Pues
no se trata de creer sino de descreer-. Si imaginamos la mente
como un árbol, es la ruta desde cualquiera de las múltiples ramas
-en las que cualquiera se puede perder-, hasta el único tronco. Es
el viaje hasta donde “no hay dos”, el regreso al origen, al “sentir
común”. El juego consiste en plantear preguntas y en hallar las
respuestas, siempre sin perder la lógica, hasta dar con una pre-
gunta que no se puede responder lógicamente... ¿Qué se consigue
con ello?.. Pues conocer los límites de la mente, para poder co-
nocer la propia mente... ¿Podrías conocer un objeto cualquiera,
si no percibieras sus límites?.. Así pues, como el propósito de la
no-dualidad es conocer, saber, bien podemos llamarla la vía de la
sabiduría o del conocimiento. La vía por la que se puede llegar a
saber que es imposible que exista un ser llamado Dios más otro
ser llamado José Miguel, pues si Dios existe, y es infinito, ¿Queda
espacio para alguien más?

Saber no es más que reconocer que no se sabe, como dijo Só-


crates, y eso se logra al hallar los límites de la mente, al hallar
las preguntas que la mente no puede responder. Si tú mismo te
defines como buscador de la verdad, debes admitir que, hasta
ahora, no la has hallado pues, ¿Quién buscaría lo que ya tiene?..
Por tanto, si en este mismo instante, te sientes buscador espiri-

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tual, buscador del espíritu, debes admitir que, hasta este mismo
instante no has encontrado al espíritu. Debes admitir que nada
de lo que has aprendido, hasta ahora, te ha ayudado a conocer
al espíritu. Debes aceptar que todo lo que tienes son creencias
que, al ser para ti incuestionables, te impiden hacerte preguntas,
te impiden averiguar, te impiden saber hasta qué punto se puede
saber. Cuando aceptas que no sabes, que las cosas que tienes en
la mente “no te sirven”, no temes vaciar tu mente… Y una mente
vacía es una mente silenciosa, tranquila, calmada, en paz… Y es
en ese estado de paz donde puedes reconocer a Dios, donde pue-
des reconocerte a ti... Y es que, mientras creas que Dios está fuera
¿Cómo lo vas a buscar dentro?

Los creyentes suelen escandalizarse con este mensaje y suelen


enfadarse con el mensajero. -Cuentan que, a uno de ellos, incluso
lo crucificaron-. Eso es porque ellos no razonan, no investigan, y
por tanto, no saben. A ellos les enseñaron a creer cuando eran niños
y ahora que son adultos siguen creyendo exactamente lo mismo
que entonces creían... ¡Son adultos con pensamientos infantiles!..
Y ya sabemos lo fácil que es impresionar a un niño con cuentos de
hadas, lo fácil que es meterle miedo con historias de brujas. Pero
cuando uno sabe que es Dios, pierde todo miedo pues ¿a quién, o
a qué puede temer Dios?.. Los creyentes creen que tenerse a uno
mismo por Dios es propio de locos pero ¿Encerrarías a alguien en
un psiquiátrico por el hecho de haber perdido su miedo?.. ¿Acaso
no están allí, precisamente, los que tienen fobias, los que más mie-
do tienen?.. ¿Qué darías por no sentir miedo?

El caso es que los creyentes no pueden ver a Dios por la sencilla


razón de que han fabricado una imagen de Dios... ¡Y están entre-
tenidos contemplando un afiche, un póster!.. Y eso que Dios les
otorgó unos “Mandamientos” -ellos dicen que de obligado cumpli-
miento- en los que ya les advirtió que no fabricaran imágenes. Los

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creyentes tienen una imagen mental de Dios porque, al no saber lo
que es la mente, creen que pueden meter a Dios en ella. Pero el que
humildemente reconoce que su mente limitada no puede abarcar
lo ilimitado; o el que se da cuenta de que Dios no puede tener una
imagen estática, inmóvil, -pues si así fuera, estaría limitado por esa
propia imagen-, en el mismo momento en que reconoce su igno-
rancia, se reconoce inocente y deja de sentirse “no digno de Dios”...
¿Crearía Dios algo indigno de sí mismo?

El que deja de sentirse indigno de Dios, deja de sentir temor


de Dios; y ya nada le impide entrar por la puerta estrecha de la
que habló Jesús. El que no reconoce su ignorancia no puede sen-
tirse inocente, y por tanto se siente culpable, y la culpa le hace
sentir temor de Dios, y su temor le lleva a esconderse, a sepa-
rarse... Y como aunque no se sienta Dios, lo sigue siendo… ¡Se
cumple su voluntad!

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LA PLENITUD DEL AMOR

Imagina que eres como una muñeca Matrioska y puedes distin-


guir en ti, tres realidades concéntricas que llamaremos cuerpo,
mente y espíritu; de tal forma que la realidad mente contiene a
la realidad cuerpo y la realidad espíritu contiene a las otros dos.
-Observa que cuerpo y mente tienen sus límites, pero no el espí-
ritu, puesto que nada lo contiene-.

Imagina que cada una de esas realidades emplea su propio len-


guaje: El cuerpo se expresa mediante síntomas como el hambre
-indicando que necesita alimentarse- o como el instinto sexual
-indicando que necesita copular-. La mente se expresa por medio
de pensamientos -indicando qué le apetece y qué no le apetece
comer y con quién le apetece y con quién no le apetece copular-.
Al medio de expresión del espíritu lo llamaremos amor.

Estás imaginando pues que el espíritu abarca cuerpo y mente


y los integra. Estás imaginando que ya eres todo lo que puedes
llegar a ser, que estás completo… -Que no puedes ser más grande
de lo que ya eres pues, como hemos observado antes, el espíritu
carece de límites -.

Los creyentes no pueden imaginarlo, porque creen que el es-


píritu habita en el interior del cuerpo pero, ¿Cómo podría lo más
grande caber dentro de lo más pequeño?.. También creen que
cuerpo y espíritu son “cosas enfrentadas” y tal creencia hace que

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se avergüencen de sus instintos corporales y los repriman men-
talmente. -Aunque no se hayan parado a investigar que “cosa”
pueda ser la mente-. Ellos creen que debe morir su parte animal
para que pueda nacer su parte espiritual. Creen que tienen la
misión de “evolucionar”, no en el sentido de moverse, sino en el
sentido de “dejar de ser una cosa para ser otra” y eso les provoca
angustia, ansiedad, insatisfacción, por creer que ahora no son lo
que deberían ser. Al ansiar ser “otra cosa”, se muestran discon-
formes con “la cosa que ahora son”, y su rechazo a lo que ahora
son les impide apreciar lo que ahora son; les impide conocerse,
amarse. Es por ello que creen que el camino para encontrar el
espíritu pasa por el autodesprecio, por el automaltrato, incluso
por la autoamputación. -Obviamente, no se puede amar aquello
de lo que se reniega-.

Pero -¿Si ya soy todo, porque no me siento todo?-, preguntas,


sin darte cuenta de que ya dimos con la respuesta… Mientras
tu voluntad sea amputar una parte de ti, sea la que sea, es evi-
dente que tu voluntad no es sentirte todo... Los creyentes creen,
por ejemplo, que el sexo es algo “sucio” que deben reprimir para
alcanzar la “pureza” -ausencia de suciedad-; pero visto conscien-
temente, el sexo no es más que un medio natural de reproduc-
ción que se expresa: Animalmente como necesidad, mentalmen-
te como elección -sin dejar de ser necesidad- y espiritualmente
como trascendencia de la necesidad -el espíritu no tiene que re-
producirse puesto que no tiene límites y donde no hay límites no
puede haber dos-. La mente se sirve de un truco que llamamos
orgasmo para asegurar la reproducción. Desde el punto de vista
animal, cualquier miembro de la manada te sirve para obtener
tu orgasmo. Desde el punto de vista mental juzgas que unos te
pueden dar mejores orgasmos que otros y por tanto, eliges. Desde
el punto de vista espiritual, el orgasmo deja de tener importancia,
al sentir la plenitud del amor -Es la experiencia del sexo tántrico-.

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Ahora imagina que puedes poner tu atención en cualquiera de
las tres realidades. Si pones la atención en tu realidad corporal, es
decir, si es tu cuerpo lo que consideras más importante, tendrás
experiencias animales, instintivas. Si prestas atención a tu mente
tendrás “gustos y disgustos”; juzgarás y elegirás, y ello te llevará
a creer, por un tiempo, que eres libre, hasta que te des cuenta de
que elegir no hace desaparecer ninguna “necesidad”. Solo fiján-
dote en la realidad espiritual tendrás experiencias trascendentes.
Puede que, a primera vista, te parezca paradójico, pero solo pue-
des salir del estado de necesidad cuando consideras una necesidad
salir de ese estado, y ello ocurre, cuando sientes, aunque sea un
instante, la plenitud del amor.

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AL CIELO EN UN INSTANTE

Los “buscadores espirituales” son aquellos que admiten que el


mundo debe cambiar, que el ser humano debe cambiar pero,
quizá su error más común sea pretender cambiar sin entender
la naturaleza del cambio. No pararse a indagar en qué consiste
ese cambio necesario, hace que se estén esforzando, ahora, en el
presente, con la ilusión de ser algo distinto en el futuro, cuando
es precisamente el hecho de haber situado ese cambio en el futuro
lo que les impide cambiar su presente.

Todo deseo futuro expresa una queja actual, y toda queja ac-
tual te lleva a pensar que eres infeliz, ahora. Quién desea ser me-
jor de lo que es, es porque piensa que es peor de lo que debería
ser... ¿Y quién establece lo que debería ser?.. La mente, que nunca
se conforma con lo que es- -Los creyentes dirían el diablo, que no
acepta la creación tal como Dios la creó-.

Pero cambiar no significa proyectarse en el futuro sino justo lo


contrario... ¿No es eso mismo lo que hacen los creyentes, poner el
cielo en el futuro?.. ¿Y no ha sido esa la idea que les ha convenci-
do de que el presente es un valle de lágrimas, de que este mundo
en el que vivimos el presente, es un lugar “que no vale la pena” y,
por tanto, despreciable?.. ¿Y no es pensar que viven en un mundo
despreciable, lo que les lleva a ensuciarlo y a verlo sucio y despre-
ciable?.. ¿Y no es verlo sucio y despreciable lo que les lleva a desear
un cielo “limpio, apreciable”?..

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Para cambiar no hay que esforzarse, en absoluto. Todo esfuer-
zo implica sufrimiento... ¡Y para qué querríamos cambiar sino
para dejar de sufrir!.. Cambiar, en realidad, supone un descanso,
supone aceptarse, tal como uno es, ahora; no juzgarse por lo que
se es. Supone no desear que el mundo sea distinto pues al que-
jarse es cuando se ve como un valle de lágrimas y ya sabemos
adónde conduce verlo así. Cambiar supone relajar la mente, dejar
de pensar... ¡Para poder sentir!.. ¿O es que se puede hacer ambas
cosas a la vez?

Pero no se trata de sentir sentimientos. Ese es otro error de


los buscadores. Los sentimientos no son más que consecuencias
de los pensamientos, como las emociones. Sentir, de verdad, es
mucho más fácil que sentir sentimientos y luego tratar de inter-
pretarlos -cómo no, pensando-... ¿Quién no se ha “calentado la
cabeza” al experimentar sentimientos confusos e incluso contra-
dictorios?.. Sentir significa prestar atención al tacto, a la vista, al
oído, al olfato, al gusto; prestar atención a los sentidos corpora-
les... ¿Significa eso que no hay nada más allá del cuerpo?.. No;
significa que mientras estás “ocupado” en sentir no estás ocupado
en pensar, y cuando no hay pensamientos, no hay juicios que
den lugar a otros pensamientos, y es así como se puede detener
la actividad mental. Significa que, mientras estás sintiendo, estás
absolutamente seguro de estar en el presente, en el no-tiempo, en
la eternidad.

Cambiar nunca puede consistir en intentar huir de lo que eres,


hacia el futuro o el pasado –Si te sientes infeliz, ahora, ¿Cuándo
te sentirás feliz, si siempre es ahora?-. Cambiar, muy al contrario,
consiste en aceptar plenamente lo que eres, sin peros, sin quejas,
pues si huyes de lo que eres ¿Cómo te vas a amar?.. Y si no eres
capaz de amarte a ti mismo... ¿Cómo vas a amar a los demás?..
Si desprecias lo que tú eres, también desprecias lo que son los

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demás, pues estamos todos hechos con lo mismo… ¿O no?.. Si
te quejas de cómo estás hecho, también te quejas de quién te ha
hecho, da igual cómo le llames… Si no te gusta lo que es, piensas
en cambiarlo, y acabas “asfaltando el paraíso”. Pero al pretender
cambiar “lo de fuera” para adaptarlo a tus gustos ¿No estás inten-
tando, precisamente, no cambiar tú?

Cambiar no supone más que mirar de nuevo, con amor, lo que


miraste con miedo, para descubrir que todo depende del cristal
con el que se mira. Cuando miras con amor, siempre te gusta lo
que ves. Cuando miras con amor, nunca quieres cambiar lo amado.

Dejar de pensar en cambiar... ¡Ese es el cambio!.. Dejar de


pensar que eres peor de lo que deberías ser, pues eso es no amarte
y es lo que te lleva a no amar a los demás, al creer que ellos, como
tú, son peores de lo que deberían ser... Dejar de pensar que “lo
que haces” es importante, pues así dejas de considerar importante
“lo que te hacen”... Lo que hagas o dejes de hacer, nunca es ni
será trascendente... Pongamos como ejemplo el día de hoy: Has
dormido, has comido, has bebido, has evacuado, te has duchado,
has trabajado, has escrito un artículo... ¿Cuál de las cosas que
has hecho te garantiza una entrada en el cielo?.. Ninguna... Pero
si has sentido amor un solo instante, mientras hacías alguna de
ellas... ¡Has estado en el cielo, hoy!.. ¡Has podido saber lo que es
el cielo!.. ¡Y sabes que puedes volver, cuando quieras!

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¿TE SIENTES VÍCTIMA?

Quién piensa como víctima, solo por eso, ya sufre. Quién sufre,
no tiene paz. Quién no tiene paz ¿Cómo va a dar paz a los demás?

Es cierto que la paz surge de aceptar todo tal como es, pero
identificarse con algo no es lo mismo que aceptarlo. La identi-
ficación es una actividad mental, la aceptación es una no-acti-
vidad que se da en un “lugar” más profundo. Cuando te iden-
tificas, sientes que hay resistencia “en tu cabeza”. Identificarse
es pensar “acepto que soy débil pero ya verás cuando sea fuerte
jeje”; y en ese “jeje” hay revanchismo, odio, rencor, hay envidia.

Y no se trata de que la envidia sea moralmente reprobable,


se trata de que sentir envidia indica que te has comparado con
otros, que has pensado que las experiencias de otros son más
gratificantes que las tuyas, que sus vivencias son “mejores” que
las tuyas, y te has equivocado. Indica que te has dejado engañar
por las apariencias, que has juzgado que lo material es lo más
importante, y eso ha hecho que surja en ti un sentimiento de
injusticia, de que Dios es injusto contigo, de que el universo es
injusto contigo, de que la vida es injusta contigo... ¡Da igual el
nombre que le pongas!.. En definitiva, indica que piensas que el
momento presente no es como debería ser, no es satisfactorio,
no es “de recibo”, y por tanto, no quieres recibirlo, y por tanto,
juzgas que es mejor refugiarse en el pasado y en el futuro. Es
tu propio juicio el que te hace sentir la necesidad de buscar un

51
remedio, de creer en un futuro en el que se pueda “corregir” tu
presente... ¡Y eso te llena de ansiedad!

La aceptación no se siente en la cabeza sino en el plexo solar.


Es ahí donde sientes que no hay resistencia, que no hay reservas,
que no hay objeciones, que no hay pensamientos que pongan
“peros”, que no hay ningún “jeje”. Aceptar es sentir -no pensar-
que no pretendes hacerle un fotoshop a la experiencia que estás
teniendo, que no pretendes retocar una parte de la foto, que no
la pretendes falsear, que no te estás autoengañando. Es sentir que
inhalas, que absorbes totalmente la experiencia tal como es, igual
que inhalas aire fresco cada vez que respiras... ¡Eso es la paz!

En definitiva, lo importante es darse cuenta de que es la mente


la que se identifica, y de que, por tanto, identificarse es una expe-
riencia de la mente, y de que, por tanto, la mente sigue ejerciendo
su autoridad y sigue obligándote a pensarte víctima, a sufrir. Lo
importante es darse cuenta de que no se ha trascendido el “estado
mental”, el estado de inconsciencia... ¡Eso es darte cuenta de tu
ignorancia!.. ¡De tu inocencia!

Si entiendes que toda experiencia está en tu consciencia y ad-


viertes que tú estás experimentando “la víctima”, eso es porque
la víctima es una experiencia más en tu consciencia, que espera
ser aceptada, amada, integrada. No criticada, no ridiculizada, no
temida, no repudiada, sino abrazada. La víctima existe dentro de
ti porque existe dentro de TODO. No la puedes extirpar, pero
no porque carezcas de poder sino porque ¿Si la sacas de TODO,
dónde la metes?.. La víctima “es”, no puedes condenarla a “no
ser”, la víctima existe, no puedes fingir que no existe. Solo puedes
aceptarla, aceptar esa parte de ti, e integrarla, o negar esa parte de
ti, lo que te lleva a no querer verla, a querer amputarla, como si
de un miembro gangrenado se tratara… ¿Y qué razón puede ha-

52
ber para que no quieras verla salvo el miedo?.. Así, el miedo hace
que le des a la victima una importancia que no tiene. El miedo la
transforma, de personaje secundario, en protagonista pero ¿quién
es el protagonista de tu vida sino tú?.. Te has identificado con la
víctima y eso te lleva a pensar que tu vida no es suficientemente
buena, que tienes que “cambiar”... ¡Y eso te llena de ansiedad!

Y no se trata de que sea más reprobable moralmente “ser mejor


o peor”, pues no dejan de ser juicios. Lo verdaderamente impor-
tante es que tanto el concepto “mejor” como el concepto “peor”
expresan algo distinto de lo que realmente eres, algo que no eres.
Expresan deseos que “crees” que podrás satisfacer en el futuro,
y eso indica que no estás satisfecho en el presente. Expresan tu
creencia de que te falta algo, de que “no está” en ti lo que “sí está”
en ti, de que “no es” lo que “sí es”, de que “no eres” lo que “sí
eres”... Pero si no aceptas lo que eres, tal como eres, no puedes
ver lo que eres, ahora. No puedes reconocerte a ti mismo... ¡Es-
tás perdido!.. Si no aceptas lo que eres, tal como eres, no puedes
sentirte unido a ti mismo... ¡Estás desintegrado!.. Y si no puedes
sentirte unido a ti mismo, ¿Cómo vas a sentirte unido a TODO?

Puedes elegir entre dos maneras de entender la vida: O entien-


des que eres un alma que tiene un cuerpo, o entiendes que eres un
cuerpo que tiene un alma; es decir, o piensas que el amor es más
importante que la materia, y reconsideras tus juicios, o piensas
que la materia es más importante que el amor, y los mantienes.
Eres libre de pensar lo que quieras, en eso consiste el libre albe-
drío; pero entiende que no hay, ni puede haber, una tercera vía...
Se puede expresar incluso matemáticamente: o A > B o B > A...
Eres libre de elegir, de aceptarlo ahora, o de dejarlo para otro mo-
mento, que cuando llegue, será también ahora; pero ten claro que
aquello en lo que pones tu atención, determina tu experiencia.

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BIENVENIDO AL AHORA

Pongámonos en la piel de un músico que está disfrutando de un


día de descanso, paseando por el campo. De pronto te viene a la
cabeza una melodía que te suena a éxito seguro. Quieres registrarla
para que no se te olvide pero no tienes nada con que escribir...
¿Qué haces?.. Se te ocurre tararearla mentalmente con la intención
de que se quede fijada en tu memoria. Cuantas más veces la repites,
más seguro estás de que se te quedará “pegada”... Haces eso porque
te sientes inseguro ¿No es así?.. ¿No es eso duda, miedo?

Cuando queremos grabar en la memoria una idea, la repeti-


mos mentalmente. Al hacerlo, clonamos esa idea y formamos con
ella una secuencia de copias iguales al original, una hilera que se
va alargando en el tiempo. Es pues repitiendo como generamos
tiempo y cuanto más repetimos, más tiempo generamos... ¡Y más
apego se produce!..

Todo apego no es más que una experiencia que, al juzgarla


inicialmente como “positiva” -placentera, conveniente, etc.- la
clonamos, convirtiéndola en una idea recurrente. Ello determina
que le sigamos prestando una especial atención, desatendiendo
las otras experiencias que, incesantemente, van llegando al pre-
sente. Visto así, un drogadicto no es más que un ser humano que
juzgó como positivas sus primeras experiencias con las drogas.
Visto así, una costumbre no es más que una experiencia repetida
en el tiempo que inicialmente fue juzgada como “positiva”.

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Podemos conceptualizar pues el desapego como la ausencia
de repetición de ideas en la mente y el deseo como la repetición
compulsiva de una idea. De ello son muy conscientes los publi-
cistas, que no persiguen otra cosa que instalar ideas en la mente
del consumidor a base de repetirlas- -De lo que no son conscien-
tes es de que ellos también son consumidores-.

Y así podemos también conceptualizar el ahora como un esta-


do de observación pura, sin interés alguno en retener mentalmen-
te lo que se experimenta, sin interés alguno formular juicios men-
tales que conviertan lo experimentado en una idea recurrente, en
una costumbre -o como muchos dirían, en un “vicio”-. Podemos
definir el ahora como un estado de desapego total, de ausencia de
repetición de ideas… ¡De silencio!.. Podemos entender el ahora
como un estado de confianza, de entrega del individuo a TODO,
de rendición, que permite la integración de “TODO”, al dejar
de prestar una especial atención a una parte. No por otra cosa se
suele decir que el ahora es ausencia de pasado -no interés en me-
morizar- y ausencia de futuro -no interés en repetir-.

Vivir el ahora es pues vivir conscientemente. Vivir inconscien-


temente es vivir registrando en la memoria aquellas experiencias
que juzgamos más “positivas”, cuya repetición pensamos nos hará
más felices; pues al juzgarlas como “positivas” hacemos con ellas
nuestra selección, nuestra colección privada, nuestro sistema de
creencias, nuestra costumbre, nuestro “vicio”. Con ello preten-
demos construir un “cielo a nuestra medida” sin darnos cuenta
de que, lo que estamos construyendo realmente es un “infierno”,
pues toda creencia lleva a una repetición sin fin de experiencias,
y eso, tarde o temprano lleva al aburrimiento, al tedio, a la insa-
tisfacción, a la infelicidad... ¡Y a la iluminación, pero por la vía
del sufrimiento!

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EL VALOR DE LA EXPERIENCIA

Cuando decides experimentar algo, lo que decides realmente es


observar una experiencia para nutrirte de ella. Experimentar es
probar y siempre lleva a conocer nuevos sabores -nuevos puntos
de vista-. En cambio, cuando crees a otro, rehusando tu propia
cata, nada pruebas y por tanto, nada nuevo conoces.

Toda prueba lleva implícito algún cambio. No se puede pensar


y actuar, después de conocer algo nuevo, de la misma manera que
se hacía antes de conocerlo. Experimentar es cambiar y quién no
experimenta no cambia.

Está claro que plantearse cambiar suele provocar cierto des-


asosiego, cierta inseguridad. Tienes miedo a cambiar porque no
puedes predecir cómo pensarás y actuarás después del cambio.
Piensas ¿Me reconoceré a mí mismo cuando haya cambiado? Esto
ocurre porque te identificas con tu historia, con tu pasado, con tu
memoria, con una imagen fija que se hace evidente cada vez que
dices “Yo soy así”. Por eso temes que tu imagen de después del
cambio no encaje con tu imagen de antes del cambio, pues crees
que eso sería la locura… Y eso te lleva a pensar -Si quiero tener
la seguridad de saber cómo seré en el futuro, la única manera es
aferrarme al pasado y no cambiar-.

Pero llega un momento en que tomas consciencia de que la


imagen fija en la que te has convertido te aporta infelicidad. -No

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vale la pena buscar causas concretas de infelicidad cuando la mis-
ma repetición, la monotonía, es ya una causa-. Y es cuando la in-
felicidad te parece insoportable cuando estás dispuesto a tantear
otra imagen distinta de ti, con tal de librarte de ella. Así, cuando
decides cambiar, lo que decides realmente es desprenderte del
miedo que te hace infeliz.

Cuando decides cambiar, renuncias pues a la sensación de se-


guridad que te proporciona tener un pasado y unas expectativas de
futuro, por tanto, aceptas el presente, el instante que estás experi-
mentando, como el único momento que importa. Aceptas la posi-
bilidad de que, lo que resulte del experimento, pueda contradecir
lo que tienes en tu memoria. Te aventuras a observar “lo que es”
aunque no coincida con “lo que crees que debería ser”, es decir, con
tu idea de futuro basada en tu memoria del pasado. Entonces cabe
la posibilidad de que tu pasado infeliz deje de perpetuarse.

Experimentar pues, presupone aceptar la incertidumbre, el


“no saber” y eso es trascender el miedo. Pero sólo estás dispuesto
a hacerlo cuando piensas que lo que pueda resultar de la experien-
cia no puede ser peor que lo que resulta de tu memoria; cuando
entiendes que si el pasado determina el presente y el presente
determina el futuro, a menos que ignores el pasado, todo está ya
determinado, también tu infelicidad. Experimentar es pues libe-
rarte de la rueda del karma. Es darte a ti mismo la oportunidad
de eliminar la infelicidad segura que surge de tu seguro pasado, y
eso es perdonarte... Eso es amarte.

Cuando decides experimentar, decides observar, cambiar. De-


cides deshacerte del pasado y del futuro, dejar atrás el sufrimien-
to. Decides arrojar el lastre de tus creencias; y eso te permite libe-
rarte, te permite fluir… ¡Y comprender que es lo mismo cambiar
que vivir!.. Y en ese punto entiendes que todo lo que te ocurrió

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tuvo que ocurrir para que pudieras tomar tu decisión, ahora, en
este mismo instante; y que para tomar tu decisión, lo único que
había que cambiar era el miedo por amor… ¿Qué te ha parecido
la experiencia?

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CAMINO A LA NADA

Puede parecer una perogrullada decir que todo caminante ha


pensado la ruta y el destino antes de iniciar cualquier andadura.
-Cuando quiero comprar pan, sé dónde está la panadería y las
calles que tengo que atravesar para llegar a ella-... Pero puede que
nos llevemos una sorpresa si nos preguntamos ¿Qué es el camino
espiritual?.. ¿Adónde lleva?

Si la respuesta es “al cielo” -o a algún tipo de “paraíso”-, algo falla,


pues estamos dando por hecho que no estamos en él, y por tanto,
que estamos en el “infierno”. El miedo que nos produce tal intuición
nos induce a fabricar tiempo “para llegar al otro lado”, y es entonces
cuando entendemos que camino y tiempo son sinónimos. Imagina-
mos que estamos en un sitio -el planeta Tierra- y hemos de ascender
hasta otro -el Cielo-, pero la experiencia nos dice que, en toda nuestra
vida, no nos hemos elevado ni un centímetro... ¿Cómo gestionamos
esto?.. Pues imaginando que será tras la muerte cuando se producirá
ese “desplazamiento”, de una manera que no se puede comprender...
¡Y eso es lo que nos convierte en creyentes!.. Tenemos que creer en la
existencia de un “transportista” misterioso; tenemos que tener espe-
ranza, o sea, permanecer en el infierno, esperando el rescate.

Hace falta desesperar para entender que no hay ningún “mun-


do superior” y por tanto, ningún transportista que te pueda llevar
a él... Pero entonces, ¿Para qué sirve, si es que sirve para algo, el
camino espiritual?

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Vivimos en el reino de la mente, del tiempo, de la ilusión y
deseamos vivir en el reino de la consciencia, de la eternidad, de la
realidad. Pero debemos entender que se trata de estados mentales
y que pasar de uno a otro no significa cambiar de espacio ni de
tiempo sino, tan solo, cambiar la manera de percibir. Se trata
de entender que TODO está bien, que no podría estar de otra
manera, que somos nosotros lo que elegimos estar mal, percibir
mal. En el espacio-tiempo nos sentimos imperfectos porque la
percepción del tiempo nos hace sentir efímeros y la percepción
del espacio nos hace sentir ínfimos. En la eternidad, en el ahora,
no nos sentimos así porque desaparecen tales límites espacio-tem-
porales. Por tanto, no hay que hacer nada para “ser eternos” pues
ya lo somos... ¿Acaso se puede tener la experiencia de no-ser?

No hay pues obligación de caminar al “más allá”. -De hecho,


ni siquiera hay posibilidad-. Si acaso, es el “más allá” -lo desco-
nocido, lo misterioso- lo que va viniendo ininterrumpidamente.
El único camino, por tanto, que también podemos llamar la vía
del conocimiento, tan sólo sirve para el “más acá”, y su única vir-
tualidad es eliminar tiempo de búsqueda, y con ello sufrimiento,
pero en todo caso, seamos consciente de hacerlo o no, llegaremos
al mismo “sitio”, porque ya estamos en él.

Se trata de entender que, para llegar a la nada no hay que hacer


nada, pues la nada no es un lugar ni tampoco un momento... La
nada es el alivio que surge espontáneamente cuando nos desape-
gamos; cuando no damos a ningún objeto, tampoco a nuestro yo,
ninguna importancia.

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LA SEÑAL

Son legión los buscadores espirituales que andan ilusionados en


captar señales reveladoras de su “despertar”. Puede que en otros
tiempos fueran videntes y aparecidos los encargados de dar la
noticia pero no sorprende que, en plena era tecnológica, vayan
siendo sustituidos por pantallas digitales. Un ejemplo: Hay bus-
cadores que, cuando ven el dígito 1 repetirse un cierto número de
veces, quedan convencidos de que no puede tratarse de una mera
casualidad sino de una muestra de sincronicidad. Pero pasado
el “chute” de euforia que ello puede producir, toca reflexionar...
Supongamos que nos hemos convencido hoy de que estamos des-
piertos... ¿Ha cambiado eso nuestra manera de percibir, de com-
portarnos, con respecto a ayer, cuando aún no estábamos conven-
cidos?.. ¿No deberíamos percibir y actuar, en “modo despierto”,
de manera distinta a como lo hacíamos, en “modo dormido”?

Confiar en “señales externas” puede ser una actitud arriesga-


da. La propia ciencia nos advierte de que la mente tan solo hace
consciente una pequeñísima parte de la información que los ojos
le proveen. Así, mis ojos son como cámaras que filman todas las
combinaciones de dígitos, según van apareciendo en el reloj que
tengo sobre mi mesa de trabajo, pero solo cuando la mente pre-
gunta ¿Qué hora debe ser? soy consciente de ver el reloj. De igual
manera, cuando estoy enzarzado en una acalorada discusión, la
mente no me muestra la mosca que pasa volando entre mi ad-
versario y yo, pues da por supuesto que no es una información

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relevante para “vencerle”. Esto significa que los datos que ofrece
la mente tienen que ver con una intención.

Cuando alguien tiene la intención de sentirse despierto, busca


señales que le indiquen que se ha producido el despertar. Enton-
ces, la mente, puede que le haga consciente del reloj cada vez que
aparecen en la pantalla los dígitos 11:11 y mantenga en la incons-
ciencia todas las demás combinaciones de dígitos. Si esto ocurre,
el buscador incauto, puede llegar a creer que la información le ha
llegado de más allá de la mente.

Pero todavía hay un riesgo mayor, pues si creo que estoy des-
pierto cuando veo señales externas... ¿Qué hago si no las veo?..
Si capto señales de que soy feliz, lo creo y lo soy pero, si no las
capto... ¿Espero para ser feliz, a que se presenten las señales, a que
se den “circunstancias favorables”?.. Si el despertar es un estado
de calma, de certeza, de “no duda”... ¿Cómo puedo dudar si estoy
o no despierto?.. ¿No es la misma duda la señal que me indica
que no lo estoy?

Todo esto me lleva a considerar si, en vez de dar rodeos, bus-


cando señales externas que me lleven a conocer mi interior, no
sería más fácil y más seguro buscar “señales internas”... ¿Por qué
escoger el camino largo pudiendo escoger el camino corto?.. ¿No
será que me da miedo observar en mi interior?.. ¿No será que
detrás de mi intención de despertar está la intención del ego,
que se conforma con sentirse especial, con poder alardear de es-
tar despierto en un mundo lleno de gente dormida?.. ¿Acaso no
sabemos todos, desde siempre, que es la ausencia de miedo, la
presencia de paz, la verdadera señal de que estamos despiertos?

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EL PROBLEMA DE
LA PERCEPCIÓN

Hay que estar muy alerta al indagar, pues la pregunta que se


formule, bien puede condicionar la respuesta. Si, por ejemplo,
me pregunto ¿Quién soy? o ¿Qué soy?, puedo estar dando por
supuesto que hay varios; y si creo que hay pluralidad, creo que
hay separación. Y aquí cabe preguntarse, ¿Hay algo, que yo crea,
que no sea verdad?.. Obviamente, todo lo que se cree es verdad,
aunque solo lo sea para el creyente. Así averiguo que preguntar-
me ¿Quién o qué soy? puede confundirme a la hora de indagar
más allá de la separación, pues cualquiera que sea la respuesta,
arrastrará la creencia implícita en la pregunta. -Mejor preguntar,
si acaso, ¿Cuál es mi naturaleza?-.

Pero ¿De quién o de qué se supone que estamos separados? Si


partimos del hecho de que el universo es “uno”, resulta imposible
separar fragmentos “independientes”, pues por mucho que se se-
paren, seguirán estando dentro del universo, seguirán formando
parte de él. Aunque lo cierto es que nos percibimos separados del
universo y eso nos proporciona una excusa para contaminarlo,
para destruirlo. Si no hay separación pero la percibimos, ¿Qué
puede ser más que una ilusión causada por nuestra percepción?..
Todos nos hemos entretenido alguna vez con ilusiones ópticas.
Muchos hemos podido experimentar ilusiones auditivas y tam-
bién es posible inducir ilusiones táctiles, olfativas, de gusto, utili-

63
zando, por ejemplo, la hipnosis... ¿Es verdad lo que el hipnotiza-
do está experimentando? Para él, por supuesto que sí... ¿Qué es su
verdad sino aquello que percibe que le está ocurriendo?

A nivel universal, solo está ocurriendo una verdad, pero esa


única verdad es un encaje de infinitas verdades. No se trata de
ninguna paradoja. Se trata simplemente de que el universo es
como una muñeca rusa, es fractal. Todos estamos formados por
piezas y todos somos piezas de algo más grande: Una célula no
puede percibir, con sus sentidos, el órgano al que pertenece; un
órgano no puede percibir el cuerpo al que pertenece; un cuerpo
no puede percibir el mundo al que pertenece. Células, órganos,
cuerpos; todos ellos perciben lo que les ocurre en su respectivo
nivel, y esa es su pequeña verdad, pero no perciben la verdad su-
perior de la que participan. Por tanto, el problema no es que este-
mos separados sino que no comprendemos la unión. No sabemos
para qué servimos en este universo y eso nos permite alimentar la
ilusión de que el universo está para servirnos de él.

Pero también es cierto que nadie se conforma con ser célula, y


por tanto, todos aspiramos a comprender cómo encajamos en el
nivel fractal superior, pues intuimos que tal comprensión nos ha-
ría divinos. Esto no debe juzgarse como soberbia, como falta de
humildad, sino como la intención más sana que se puede tener, la
de sentirse en armonía con TODO. El problema es que, cuando
intentamos comprenderlo apoyándonos en nuestras percepciones
corporales, cuando intentamos comprender la unidad utilizando
aquello que nos incita a creer en la separación, nos frustramos.
Entonces concebimos ilusiones con las que contrarrestar nuestra
impotencia, como la creencia en el progreso, en el tiempo; y nos
ponemos a acumular conocimientos, con la esperanza de que,
algún día, llegaremos a saberlo todo, y en ese momento seremos
“como dios”. Y la ilusión parece funcionar por un tiempo, hasta

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que, en un momento dado, nos damos cuenta de que todo cono-
cimiento se olvida, y por tanto, de que el conocimiento no puede
ser “la meta”… ¡Y nos volvemos a frustrar!

Y tanto nos topamos con la frustración que al final nos aveni-


mos a indagar en ella. Y nos damos cuenta de que, la frustración,
no es más que la señal que nos avisa de que, de nuevo, estamos
persiguiendo una ilusión. Y al comprender que el conocimiento
es una ilusión, comprendemos la utilidad del conocimiento: Un
camino mental para hallar los límites de la mente y así poder
trascenderla –un medio y no un fin-. Entonces nos damos cuenta
de que, para intentar ser “como dios” tuvimos que olvidar que
“siempre lo hemos sido” y que todos lo podemos comprobar, no
algún día, sino ahora mismo, sin la ayuda de ningún sentido cor-
poral... Tan verdad es que nos sentimos “pluralidad” como que
podemos sentirnos “unidad” en este mismo instante... Al fin y al
cabo, ¿Qué es la separación sino falta de amor?

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LA MÁQUINA DEL TIEMPO

Si afirmo que estamos vivos, tal vez pienses que he dicho una ob-
viedad. Si te pregunto, ¿Cómo sabes que estás vivo? te induciré a
comprobarlo, a “sentirlo”. Si, abusando de tu paciencia, te vuelvo
a preguntar, ¿cuándo puedes sentirlo? me dirás, -¡Ahora mismo!-

Ciertamente, no te vas al pasado ni al futuro, para cerciorarte


de que sigues vivo. Tan sólo lo puedes atestiguar en este preciso
instante y eso nos dice que la vida no existe, ni en el pasado, ni en
el futuro... Que la vida es siempre presente -y por tanto, la muerte
nunca es presente-... Dicho de manera figurada: Si imaginamos
que la vida tiene un sabor, sólo podemos saborearla ¡Ahora!

La vida se percibe como movimiento, como cambio, como un


“sucediendo”. No puede percibirse en el pasado porque el pasado
ya sucedió y ahora está quieto, tan inmóvil como el futuro que
creemos nos aguarda.

Recordar es pensar en algo que pasó. Para recordar, tenemos


que dejar de saborear el momento presente, tenemos que dejar
de percibir el único momento en el que hay vida, tenemos que
dejar de prestar atención a lo que se está moviendo para pres-
tar atención a lo que ya no se mueve, a lo muerto. -¿Quién no
se ha sorprendido alguna vez, al darse cuenta de que ha estado
conduciendo un buen rato, sin ser consciente de ello, por estar
recordando?-.

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Es muy fácil experimentar el momento presente. Tan fácil
como preguntarte ¿Cómo sé que estoy vivo?.. Tan fácil como tra-
gar una gran bocanada de aire. Si inspiras y expiras varias veces,
comprobarás que vas adquiriendo una mayor consciencia de ti
mismo, que tu vitalidad aumenta, que te sientes más vivo... Has-
ta que, en un momento dado, te sorprendes pensando en algo
que sucedió o que, supuestamente sucederá, y entiendes que esa
sensación de “estar vivo” es incompatible con “estar pensando”.
Entonces, puede que le ordenes a tu mente ¡Deja de pensar en el
futuro o en el pasado!.. ¡Déjame seguir sintiendo el presente!.. Y
compruebes que tu mente ¡No te obedece!

Así te das cuenta de que te resulta imposible elegir “no pen-


sar”. Te das cuenta de que pensar es una obligación para ti y por
tanto, no es libertad. Te das cuenta de que pensar es incluso una
tortura, una enfermedad mental, de la que has intentado evadirte
muchas veces, con “cosas” que proporcionan cierto placer pero
funcionan por poco tiempo. Te das cuenta de que, cuando fuiste
al médico a contarle que no podías dormir, lo que te recetó fue-
ron pastillas para dejar de pensar.

No tengas miedo de admitir que no puedes dejar de pensar,


que tu mente te puede. No es nada grave. Es solo que llevas toda
la vida pensando sin descanso, haga falta o no, y lo has convertido
en un hábito, en un proceso automático, como conducir. Darte
cuenta de esto te permite entender que la mente funciona como
un robot programado que siempre sigue órdenes que se le dieron
en el pasado e ignora la información actual... ¿Puedes imaginar
lo que hubiera ocurrido si, aquella vez que condujiste varios ki-
lómetros inconscientemente, se hubiera presentado un obstáculo
imprevisto en mitad de la vía?

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Hay personas que, creyendo haber reconocido su incapacidad
para dejar de pensar, se esfuerzan en combatir los pensamientos
que les atormentan con otros pensamientos que juzgan “positi-
vos”. La idea es sustituir los pensamientos que “hacen sentir mal”
por otros “que hagan sentir bien”. Así inician una guerra intermi-
nable de “pensamientos buenos” contra “pensamientos malos”,
que no hará sino aumentar su nivel de ansiedad.

Hemos podido entender pues que es la ausencia de pensa-


miento lo que determina la ausencia de ansiedad, lo que propor-
ciona paz. Pero también hemos averiguado que nos resulta impo-
sible dejar de pensar... ¿Hemos llegado a un callejón sin salida?..
¿Hemos de resignarnos a seguir siendo dirigidos por un piloto
automático que nos conducirá, inexorablemente, a un futuro que
fue programado en el pasado?.. ¿Hemos de conformarnos con
permanecer pasivos, inmóviles, muertos?.. Todo parece indicar
que así es... Pero ¡Espera un poco!.. ¡Volvamos a respirar cons-
cientemente!.. ¿No hemos averiguado también que resulta impo-
sible sentir y pensar a la vez?.. ¡Pues la solución no puede ser más
sencilla!.. ¡No podemos elegir “no pensar”, pero sí podemos elegir
sentir!.. Podemos elegir sentir la vida ¡Ahora!.. ¡Ahora podemos
elegir vivir!.. ¡Y siempre es ahora!

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UN SUCESO IMPREDECIBLE

Si hasta este momento me he considerado un ser “imperfecto”,


es evidente que mi experiencia la considero “imperfecta”. Si, a
partir de ahora, quiero considerarme perfecto, es evidente que no
puedo valerme de mi memoria, pues solo guarda recuerdos de mi
imperfección. Así pues, para pasar de considerarme imperfecto a
considerarme perfecto, tengo que aceptar lo impredecible, tengo
que saltar al vacío, y eso, a primera vista, da miedo.

En mi inconsciencia, pienso que, decidir ser perfecto, es tanto


como obligarme a actuar perfectamente, y eso es limitar mi liber-
tad de actuación. Creo que, al tomar tal decisión, me privo, a mí
mismo, del poder de comportarme como me venga en gana, y
eso, a primera vista, da miedo.

Pero si, hasta ahora, he estado evitando hacer aquello que, a


primera vista, da miedo... ¿Cómo he llegado a acumular tanto mie-
do?.. Pues porque, al no decidir ser perfecto, estoy decidiendo ser
imperfecto; al negarme a actuar perfectamente, estoy obligándome
a actuar imperfectamente... ¡Y eso sí que causa auténtico pavor!

Pongamos que soy un fumador empedernido y estoy empe-


zando a notar ciertos síntomas -como tos, ahogo al subir escale-
ras- que claramente identifico como “negativos”, como causa de
sufrimiento, de infelicidad. Tal percepción me lleva a plantearme
la decisión de dejar de fumar, pero no me atrevo a tomarla, por-

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que pienso que perderé mi libertad de fumar cuando me venga en
gana. En mi inconsciencia, no veo una ganancia sino una pérdida,
lo que me obliga a seguir fumando, a seguir tosiendo, y a inten-
tar acostumbrarme a que, cada cigarrillo, me siga recordando mi
imperfección, y siga aumentando mi sensación de impotencia.

Así pues, me siento imperfecto, y eso me causa insatisfacción,


infelicidad; y es esa misma infelicidad la que me lleva a pensar en
su opuesto, la que me indica que “debe haber algo más”, una forma
satisfactoria de vivir. Pero como ahora tengo miedo de saltar al va-
cío, opto por seguir un plan que me permita alcanzar la perfección
al cabo de cierto tiempo, y a eso lo llamo “mi camino espiritual”.

El caso es que, si el sentimiento de imperfección se nutre de las


imperfecciones pasadas, de la memoria, del tiempo; el sentimien-
to de perfección, necesariamente, debe surgir del no-tiempo, del
ahora. Si el sentimiento de imperfección se nutre del querer, del
apego, el sentimiento de perfección debe surgir del dar, del amor.
Sin duda, son dos formas opuestas de entender la vida, entre las
que no se puede tender ningún puente ni abrir ningún camino.
Por tanto, debe ocurrir algún hecho impredecible, que me dé
valor para dar el salto, como que el médico me diga “O dejas el
tabaco, o te mueres”. Tal suceso elimina el tiempo, de golpe y me
obliga a afrontar, sí o sí, el “mono”, el apego, la única causa de
que me considere imperfecto.

Solo cuando estoy desintoxicado, comprendo que no he per-


dido mi derecho a fumar, sino la obligación de hacerlo. Solo
cuando estoy desapegado comprendo que ser libre es no sentirse
obligado. Solo cuando me siento libre comprendo que no estoy
obligado a sufrir culpa por haberme sentido imperfecto en el pa-
sado, ni a sufrir ansiedad por querer sentirme perfecto en el futu-
ro. Solo cuando dejo de sufrir dejo de considerarme imperfecto, y

70
deja de importarme la perfección... Y al no querer cambiar nada,
puedo amarlo todo, tal como es, puedo amarme, tal como soy...
¡Hizo falta que un suceso impredecible me ayudara a entender,
que no hay tiempo que perder!

71
Tanto si crees como si no

Si crees en Dios, crees que Dios es omnisciente, omnipotente,


infinito, íntegro… En una palabra… ¡Crees que es perfecto!

Si crees que Dios es perfecto, crees que toda su obra es perfecta


pues, por definición, perfecto es quién crea perfección.

Si crees que la obra de Dios es perfecta, estás afirmando que


tú eres perfecto. Si fueras imperfecto, Dios también lo sería, pues
ya hemos dicho que perfecto es quién crea perfección e imper-
fecto quién crea imperfección. Con una sola imperfección, ya no
puedes llamarte perfecto. Así pues, Dios no ha podido cometer
ninguna imperfección.

Esto que digo te debería parecer de lo más sensato, si crees en


Dios. Y te debería llenar de alegría averiguar que eres perfecto.
Pero te queda como un regusto agridulce, ¿no?… Eso es porque,
en realidad, no crees en Dios. No se puede creer “a medias”. O se
cree o no se cree. Lo cierto es que tan solo crees que crees en Dios.

Te resistes a creer que eres perfecto, a pesar de que tu mente


no puede rebatir lógicamente mis argumentos. Prefieres creer que
eres imperfecto, pues así te reservas la “libertad” de cometer tus
pecadillos, de “crear” tus imperfecciones. Así es como, incons-
cientemente, te separas, te autoexcluyes de la perfección.

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Quién se reconoce perfecto, se obliga a pensar perfectamente,
y tú no quieres obligarte, pues piensas que eso sería perder liber-
tad pero, al no querer obligarte a pensar perfectamente ¿No te
estás obligando a pensar imperfectamente?

Es como buscarse una excusa para emborracharse, solo que, lo


que está en juego, no son los puntos de tu carnet sino tu divini-
dad. No te sientes Dios porque crees que no te interesa, por tan-
to, quieres sentirte un “ser aparte”… ¡Y se cumple tu voluntad!

Dios respeta tu voluntad y así te demuestra su amor. Quieres


sentirte aparte y te da la libertad de sentirte aparte. Si dejas de
creer que te interesa sentirte aparte, serás tú el que esté dispuesto
a hacer su voluntad; y eso harás cuando entiendas que hacer la
voluntad de Dios no es más que hacer tu voluntad más intima,
hacer aquello que, en el fondo, más deseas.

Si no crees en Dios, aún es más simple. Creer en Dios te lleva


a escindirte, a desintegrarte, como creer en la perfección, pues
para juzgar que algo es perfecto debes compararlo con algo que
no lo es, y eso no es más que un juicio y todo juicio ya presupone
que “hay dos”, todo juicio es dual. Es tu ego, por tanto, el que ha
inventado la perfección. Es tu ego el que ha inventado a Dios. En
realidad, no importa lo que pienses, no importa lo que creas. Lo
mejor que puedes hacer es abandonar tus juicios, tus creencias,
tus culpas, tus miedos, y disfrutar de lo que eres ahora.

Al fin y al cabo, tanto los que creen como los que no, sabe-
mos que Dios es lo infinito, y sabemos que, siendo infinito, ocupa
TODO… La elección es muy simple, o eres Dios… ¡O no existes!

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LA LIBERTAD DE ELEGIR

El que piensa que mañana se quedará sin pan, teme compartir el


pan que tiene hoy; es más, intenta acumular panes, aunque sea
privando a los demás. Cuando alguien siente escasez, no puede
permitirse el lujo de ser honesto... Y tú siempre puedes elegir
verle como un egoísta o como un necesitado.

Cuando alguien siente necesidad, se siente infeliz; y quién se


siente infeliz no puede dar felicidad a los demás; es más, intenta
que los demás también se sientan infelices... Y tú siempre puedes
elegir odiarle por su maldad o compadecerle por su infelicidad.

¿Cuál es la forma correcta de verlo?.. No hay forma correcta


ni incorrecta. Cada cual ve según su estado de consciencia, o di-
cho de otro modo, cada cual ve, lo que su miedo le permite ver.
Quién actúa amedrentado, no tiene alternativa, no tiene libertad;
y quién no es libre, no es responsable de sus actos. Y siendo así,
¿Cómo podemos tenerle por culpable?.. ¿Se puede condenar a un
enajenado?

Un enajenado ni siquiera puede ser juzgado. Un enajenado es


irresponsable, inimputable, según las leyes penales. Actuar bajo
un miedo insuperable ya es, en sí, un eximente, como lo es el
estado de necesidad. Por tanto, todo aquel que se aproveche del
otro, por miedo, por necesidad, no puede ser culpable, y todo

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el que, en general, reparte infelicidad, ¿Qué hace sino repartir,
generosamente, lo único que tiene?

Pero ¿Puede tener razón el que así actúa?.. Puede… ¿Cabe la


posibilidad de que falte el pan mañana?.. Cabe... ¡Como también
cabe la posibilidad de que no falte!.. El caso es que, quién elije
pensar que no le faltará el pan mañana, puede que se equivoque y
se sienta infeliz mañana, pero hoy es feliz; pero quién elije pensar
que sí le faltará, sentirá infelicidad mañana, cuando le falte... ¡Y
ya la está sintiendo hoy al anticiparse!.. ¿Te permite tu miedo
verlo?

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LA ENERGÍA DE LA VIDA

Gracias a la electricidad puedes disfrutar de un sinfín de activida-


des, como ver imágenes, escuchar música, correr... La electricidad
es lo que hace posible que funcionen tus ojos, tus oídos, tus pier-
nas... Cuando tu amante te acaricia la espalda, es una descarga
eléctrica lo que sientes... La electricidad se transforma en escalo-
fríos, en orgasmos... ¡El miedo también es electricidad!

Estás disfrutando una película que resulta muy convincente.


Tanto, que antes de empezarla, tuviste la precaución de conectar
un dispositivo eléctrico, por si te perdías en ella. Un dispositivo
que te hace sentir un calambre cada vez que te topas con algo que
piensas “peligroso”. -Pero, si lo dispuse yo, ¿Cómo es que elegí
advertirme, a mí mismo, con una sensación tan “desagradable”
como lo es el miedo?- preguntas... Pues porque si hubieras ele-
gido una señal agradable no te hubiera sido de mucha utilidad...
¿Porqué eliges despejarte con agua fría?

Puedes comprobar que lo que digo es rigurosamente cierto


haciendo un sencillo experimento: Siéntate cómodamente en un
lugar donde nadie pueda molestarte, preferiblemente de noche.
Adopta una actitud alerta, como el que acampa en un bosque y
agudiza sus sentidos para poder detectar cualquier alimaña antes
de que ésta pueda sorprenderle. Mantén esa actitud. En un mo-
mento u otro, llegará el miedo, puede que al oír un ruido, puede
que al recordar algo que viste. Si no estás suficientemente alerta,

76
te sorprenderá, lo que hará que tu cuerpo se contraiga y tu mente
perciba la descarga como “desagradable”. Pero si estás suficien-
temente alerta, lo verás acercarse y no te sorprenderá. Tendrás
tiempo para decirte a ti mismo -Tan solo es un pensamiento lo
que viene, y un pensamiento no puede causar ningún daño. Voy
a relajarme en lugar de contraerme, voy a abrirme en lugar de ce-
rrarme, y así podré observar lo que es el miedo en realidad- Cuan-
do lo logres, comprobarás que no es más que una sensación eléc-
trica que recorre tu cuerpo... ¡Y desaparece!.. Cuando lo logres,
habrás visto el miedo en su estado puro, en su estado físico, sin
el aditivo psicológico que lo hace parecer “desagradable”. Habrás
podido disociar la señal eléctrica de la opinión “desagradable”
que la acompaña... ¡Habrás aprendido a despojar al miedo del
juicio “desagradable”!

No te devanes los sesos pensando si puede o no ser cierto lo


que digo. Es mucho más fácil hacer el experimento y comprobar-
lo por ti mismo. En el peor de los casos, si no funciona, nadie te
va a ver, nadie se va a reír de ti... ¿Qué pierdes por intentarlo?..
En el mejor de los casos, si funciona, ¡Podrás quitarte el miedo de
encima para siempre!

Solo se me ocurre una razón por la que podrías negarte a rea-


lizar una experiencia tan sencilla: Quién cree que ha hecho daño,
se siente culpable, y la culpa es, precisamente, ese aditivo psicoló-
gico que hace que el miedo se perciba como desagradable. La cul-
pa es un pensamiento persistente que genera una persistente in-
comodidad. En psicología lo llaman ansiedad. Te hace creer que
necesitas un futuro para poder reparar el daño que crees haber
causado en el pasado y te impide afrontar el miedo en el presente.

A los creyentes les gusta creer que hacer buenas acciones es


como acumular puntos que podrán canjear, cuando mueran, por

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una entrada al paraíso. Lo entienden como un negocio: “Hago
esto y me lo pagas”. No quieren darse cuenta de que causar daño
genera culpa y miedo; de que la cuestión no es que el culpable
encuentre cerradas las puertas del cielo y no pueda ser feliz en el
futuro, sino de que es infeliz, ahora mismo, en el presente. Si se
dieran cuenta, se plantearían cancelar la culpa, reparar el daño,
ahora, a fin de poder enfrentar su miedo, ahora.

Ya sabes todo lo que hay que saber para poder llevar a cabo el
experimento exitosamente. Puedes hacerlo ahora o dejarlo para
otro ahora. Cuando lo logres, pensarás -¡El miedo que me hubie-
ra ahorrado de haberlo hecho antes!-... Aunque tampoco es para
sentirse culpable... ¡Es solo es una película!

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CUANDO CREES DESPERTAR

No solo duermes cuando duermes. Cuando crees despertar cada


mañana, en realidad, sigues durmiendo, solo que se trata de un
dormir algo más ligero que llamamos sopor. Es fácil darse cuenta,
una vez tengamos claro ¿Qué es estar despierto?

Los diccionarios no explican en qué consiste, no identifican


los síntomas, ni los efectos, de estar despierto. Se limitan a ofrecer
sinónimos, cuando no, a dejar caer perogrulladas como “despier-
to: que no está dormido”. Uno de los sinónimos en los que parece
haber más consenso es “atento”... ¿Y quién es el que puede pre-
sumir de estar atento sino el que atiende, el que escucha, el que
observa, el que pone atención en sus sentidos?

Ahora que hemos averiguado que está despierto el que pone


atención y dormido el que es incapaz de ponerla, podemos hacer
la siguiente comprobación: Pon atención a tu respiración... Sien-
te el movimiento de tus pulmones... Hacia afuera, hacia aden-
tro... Sigue sintiéndolo... ¿Se te ha ido la atención al pensamien-
to?.. Bien, volvamos a empezar: Siente el aire entrando y saliendo
de tu cuerpo... Inspira, expira... ¿Estás pensando otra vez?.. ¿No
puedes evitarlo?.. Eso demuestra que no puedes controlar el flujo
de pensamientos. Llegan sin que los llames, sin pedirte permiso,
y atraen tu atención... ¿Te das cuenta?.. ¡Tú decidiste poner tu
atención en la respiración pero los pensamientos te lo impiden!..

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Los pensamientos te incapacitan para mantener la atención en
tus sentidos, para mantenerte despierto.

Por tanto, los pensamientos te resultan tan incontrolables


como los sueños... ¿No es cierto que, tanto hablemos de pensa-
mientos o de sueños, desconoces de dónde vienen?.. ¿No significa
eso que, tanto estés soñando como pensando, permaneces en el
mismo estado alienado?.. Todos conocemos a personas que no
pueden dormir porque no pueden dejar de pensar... ¡No pueden
dormir porque están dormidos, solo que lo llamamos sopor!

En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se dice


que un sueño es “un suceso o imagen que se representa en la fan-
tasía de alguien”. -Esta vez sí dan una explicación-. Pero ¿Dónde
se ubica “la fantasía de alguien”?.. ¿Puede ubicarse en otro “sitio”
que no sea la mente?.. ¿Y no es el mismo “sitio” en el que se repre-
sentan los pensamientos?.. ¿No podemos definir un pensamiento,
igual que un sueño, como “suceso o imagen que se representa en
la fantasía de alguien”?.. ¿Y qué es la fantasía sino a aquello que
se opone a la realidad, aquello falso, aquello que “no es”?.. Así
pues, pensamientos y sueños tienen la misma naturaleza fanta-
siosa, y buena prueba de ello es que los confundimos constante-
mente, hasta el punto de llamar “sueños” a nuestras aspiraciones
más profundas, -¡Martin Luther King “tenía un sueño”!-; hasta
el punto de llamar “fantasías” a nuestros deseos más escondidos,
-¿Cómo se llama tu fantasía, Enrique o Enriqueta?-.

Pero no te sientas culpable. Tanto sueñes o pienses, estás en es-


tado alienado. Tanto los pensamientos como los sueños se produ-
cen de manera involuntaria... ¡Y si no dependen de tu voluntad,
es porque están por encima de tu voluntad!.. No puedes impedir
que se representen en tu mente... ¡No tienes la culpa!

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¿Y qué puede hacer la mente, aparte de soñar y pensar?.. Si
toda la actividad mental es percibida como sueños y pensamien-
tos y tanto los unos como los otros son producto de la fantasía,
¿no es la propia mente una fantasía, algo falso, “algo que no es”?..
¿No es la propia mente la que te mantiene en ese estado soporífe-
ro?.. Por tanto, la realidad, lo verdadero, “lo que sí es”, debe estar,
necesariamente, más allá de la mente, y para ser consciente, hay
que olvidar todos los sueños, todos los pensamientos, todas las
fantasías, a fin de que no sigan secuestrando tu atención.

Cuando no estamos dispuestos a olvidar algún pensamiento o


sueño, lo estamos reteniendo, reprimiendo... ¿Y qué razón puede
haber para retenerlos sino considerarlos dignos de ser retenidos,
es decir, “importantes”?.. Reprimes tus fantasías porque las con-
sideras importantes, y mientras las consideres importantes, no
las querrás olvidar, no las dejarás ir. Pero mientras no las dejes ir,
seguirán secuestrando tu atención y continuarás pensando, so-
ñando, durmiendo.

¡Realiza tus fantasías!.. Solo así te convencerás de que son solo


eso, fantasías... Solo así dejarás de pensar que tienen alguna im-
portancia... Solo así estarás dispuesto a olvidarlas, a dejarlas ir.
Solo así tu mente dejará de retenerlas... Y cuando tu mente se
libra de sus fantasías, te libras tú de la mente... ¡Entonces nada te
impide despertar!

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¿HAY ALGUIEN AHÍ?

¿Por qué tratamos de manera distinta el estado de vigilia y el esta-


do de sueño?.. ¿Por qué otorgamos más importancia a los pensa-
mientos que a los sueños?.. ¿Por qué creemos que los pensamientos
son dignos de ser tenidos en cuenta, de ser recordados, retenidos,
coleccionados, y los sueños no?.. ¿Qué nos impulsa a construir la
historia de nuestros pensamientos y no la de nuestros sueños?

Todos hemos recordado alguna vez algún sueño, y eso nos in-
dica que sí pueden ingresar en la memoria; pero lo cierto es que,
cuando lo hacen, no depende tanto de nuestra voluntad como del
impacto que producen, muchas veces al provocarnos un miedo
intenso pero también al provocarnos un intenso placer. Y es que
un sueño puede desencadenar emociones e incluso respuestas fi-
siológicas, como cuando un hombre eyacula por estar soñando
un orgasmo. Está claro pues que los sueños tienen cierta capaci-
dad de controlar lo que ocurre pero ¿Quién controla los sueños?

El hecho de que ingresen en nuestra memoria solo aquellos


sueños especialmente impactantes, nos da a entender que no in-
gresan todos los sueños y que, por tanto, nuestra memoria no
registra todas nuestras percepciones, es incompleta... ¿Y cómo
decidimos lo que es impactante y lo que no lo es?.. ¿Por qué nos
impacta un suceso en particular y no otro?.. ¿Elegimos aquello
que nos impacta?.. ¿Elegimos el monstruo que viene a asustarnos
en mitad de la noche?.. ¡Es evidente que no!.. Pero si no elegimos

82
el sueño y mucho menos el monstruo que surge dentro del sueño,
y resulta que con los impactos que producen los sueños -y los
pensamientos-, se va construyendo la memoria, ¿quién elige tu
memoria?.. Considerando que nuestra memoria es nuestra histo-
ria y nuestra historia es nuestra personalidad, -lo que creemos que
somos-, ¿Quién está fabricando nuestra historia, nuestra persona-
lidad?.. ¿Quién nos está fabricando?

¿Podría ser que, si no elegimos mientras soñamos, lo hagamos


mientras estamos en vigilia?.. ¿Elegimos al menos los pensamien-
tos que vamos pensando?.. Si eligiéramos lo que pensamos, tam-
bién podríamos elegir dejar de pensar... ¿Puedes elegir dejar de
pensar?.. ¿Qué eliges pues de aquello que va formando tu perso-
nalidad?.. ¿Quién decide tu personalidad?.. ¿Quién es tu dueño?

¿Si buscamos en nuestro interior, podemos percibir alguna


voluntad de memorizar nuestra historia?.. ¿Podemos localizar
al ente que decidió archivar nuestras vivencias?.. ¿Cuándo se
dio tal decisión?.. Si lo que impacta es lo que queda automá-
ticamente impreso en la memoria, ¿hay alguna posibilidad de
rechazar algo que ha impactado o de incorporar algo que no ha
impactado automáticamente?.. En la escuela, intentaron hacer-
nos memorizar lecciones que nos resultaban tediosas, es decir,
que no nos impactaban; y lo hacían porque memorizar es sufrir
y el sufrimiento es impactante. -Memorizar es sufrir porque su-
pone desconfiar de la propia capacidad-… ¿Por qué sino repetir
lo mismo una y otra vez?.. ¡Y qué sufrimiento puede haber más
grande que sentirse un incapaz!- Si fuese cierto que “la letra
con sangre entra”, ahora recordaríamos la lista de los reyes go-
dos, pero lo cierto es que lo que recordamos es el sufrimiento…
¡Porque el sufrimiento fue lo impactante!

83
Así pues, no podemos identificar ninguna entidad, ningún
“yo” con voluntad de recibir y coleccionar pensamientos y sue-
ños... ¡Pero tampoco podemos identificar ningún “yo” como emi-
sor!.. Lo único que podemos decir, si nos atenemos a nuestra
percepción, es que los pensamientos y los sueños surgen de la
nada y a la nada regresan y que, por tanto, nuestra personalidad,
nuestro yo, está haciendo el mismo camino... ¡Y eso significa que
tú eres Nada!.. Pero no te ofendas, no sufras porque te lo diga...
¿Qué hay de malo en llamarse Nada?.. Es solo un nombre, una
palabra, y tú no eres una palabra... Tú eres Nada-El-que-recibe y
eres Nada-El-que-emite... Por tanto… ¡Eres TODO!

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CONSCIENCIA SEXUAL

Te cruzas por la calle con una buena hembra, -o con un buen


macho- y piensas… -¡Qué polvo tiene!-…   Al instante aparece
otro pensamiento: -¡No seas vulgar!-, o -¡a ver si se da cuenta!-,
o -¡a ver si se da cuenta Dios!-… Da igual qué forma adopte; lo
relevante es que, una vez más, el pensamiento “evolucionado” ha
venido a poner en su sitio al pensamiento “primitivo”. Una vez
más, el ego se ha salido con la suya.

El ego ha vuelto a lograr que sientas vergüenza de tu instinto


sexual, que te sientas culpable. Ha conseguido, una vez más, que
reprimas una pulsión primaria, que te sientas ridículo por expre-
sar lo que sientes, lo que eres… ¿Y la vergüenza no es miedo?

Pero nadie puede dejar de expresar lo que es; y es por eso que
te ves obligado a echar mano del romanticismo, que no es más
que otro pensamiento, un disfraz mental con el que ocultar tu
instinto sexual. Tras miles de poemas, canciones, novelas, pelícu-
las y fiestas ensalzándolo, a pocos se les ocurre cuestionarse si, de
verdad, el romanticismo tiene algo que ver con el amor.

Nos seguimos apareando, como cualquier animal, pero eso sí,


hemos aprendido a camuflar el vulgar olor natural de nuestras fero-
monas con un romántico perfume de rosas. Eso nos distingue de los
animales, nos convierte en seres civilizados, en seres únicos, en “hijos
de Dios”… Eso es lo que Dios quiere: ¡Polvos que huelan a rosas!

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Una hoja de parra es pues, lo que establece la diferencia; lo que
pone de manifiesto nuestra vergüenza, nuestro miedo a mostrar
lo que somos. Y sobre tal símbolo hemos construido una civili-
zación hipócrita, en la que no faltan doctores que se devanan los
sesos tratando de hallar la frontera entre erotismo y pornografía,
entre romanticismo y sexualidad.

Es pues el miedo, la mentira, la confusión, lo que nos separa


de los animales; más aún, lo que nos eleva sobre ellos y nos da de-
recho, incluso a exterminarlos… En este mundo hipócrita, todos
decimos que la “belleza interior” vale más, pero seguimos eligien-
do, automáticamente, inconscientemente, la “belleza exterior”.

Cualquier psicólogo coincidiría en que, el mecanismo de la


represión, lejos de llevarnos a controlar el instinto reprimido, lo
que hace es, volverlo incontrolable. -Como bien saben muchos
“castos”-. Al reprimir un deseo, lo que se consigue es fijarlo en la
memoria, y ahí se queda demandando su realización. Desoír su
ruego, tan solo hará que se exprese, cada vez,  en un volumen más
alto, cada vez de un modo más estridente -o más patológico-. Es
la manera en que el subconsciente se hace escuchar; es la manera
en que, amorosamente, nos dice que, lo que se reprime, es por
miedo, y es el miedo lo que impide trascender.

Sin miedo, el sexo no es más que otra experiencia/etapa en la


vida que, como cualquier otra, se trasciende por simple aburri-
miento, ya que ninguna experiencia es eterna. Con miedo, el sexo
se convierte en una obsesión que nos acompaña hasta la muerte,
causándonos ansiedad e impidiéndonos trascender la experien-
cia/etapa animal; causándonos sufrimiento e impidiéndonos am-
pliar nuestra consciencia.

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Mientras sigamos negando que somos animales, menospre-
ciaremos a los seres que nos lo recuerdan, eso es, a los animales.
Mientras sigamos negando nuestros instintos, nuestros instintos
nos seguirán controlando, desde ese lugar de la memoria en el
que los escondimos, pues de igual manera que esconder el polvo
debajo de la alfombra no nos libra de los ácaros, disfrazar nues-
tros instintos no nos libra de su influjo. Es cierto que el romanti-
cismo nos inmuniza de la locura que surge de la represión, pero
nos enferma con la locura que surge de la ilusión.

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CUANDO QUIERAS

Imagina que tienes la posibilidad de hacer el amor con quién tú


desees, cuando lo desees... ¡Pero estás casado, y por tanto, obliga-
do a ser fiel!.. Ahora imagina que te enteras de que tu pareja ha
muerto repentinamente. Una parte de ti se entristecerá, sin duda,
pero otra parte de ti sentirá cierto alivio al comprender que ha
acabado la obligación guardar fidelidad, al comprender que eres
libre para hacer aquello que deseas… Pero tu parte triste se escan-
dalizará. -Puede que ya se esté escandalizando al leer esto-. Es la
parte de ti que siempre elije sentirse desgraciado.

Si el miedo te puede, dejarás de leer en este punto y seguirás


casado con un fantasma, y así, seguirás atrayendo miedo. Si te
puede la curiosidad, tal vez sigas leyendo, con la esperanza de
averiguar cuál de tus dos partes tiene razón, la desgraciada o la
otra. Eso ya supone un gran avance, pues te permite ser conscien-
te de que te sientes dividido en dos partes. Pero ¿Por qué es tan
importante averiguar qué parte tiene razón?.. Y si cambiamos la
pregunta a ¿Quién, en su sano juicio, quiere sentirse desgracia-
do?.. Imagina que averiguamos que la parte que elige ser desgra-
ciada tiene razón... ¿Es preferible sentirse desgraciado con razón
que feliz sin razón?

La verdad es que, cualquier suceso que aumente tu libertad


siempre será motivo de alegría, aunque se trate de la muerte de tu
pareja... ¿Crees que va a cambiar algo su situación por el hecho de

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que estés triste?.. ¿Tiene algún beneficio tu tristeza para tu pareja
muerta?.. ¿Tiene algún beneficio para ti?.. ¿Por qué elegir estar
triste?.. ¿Qué razón puedes tener para sentirte triste pudiendo ha-
cer el amor con quién desees?

Hay quién piensa que los sentimientos son inevitables. Cu-


riosamente, son los mismos que querrían evitar el sentimiento de
alivio por la muerte de su pareja... ¿Es una contradicción, no?..
Hay quién piensa que los sentimientos son lo que nos “hace su-
periores”, pero no es lo mismo ser superior que creerse superior...
¿Afirmarías tú que los animales carecen de sentimientos?.. ¿Por
qué eres pues, superior a ellos?.. ¿Cómo puedes sentirte superior
si admites que los sentimientos te superan?.. ¿Quién es superior,
los sentimientos o tú?.. ¿Es una contradicción, no?

Pero también hay quién piensa que el ser humano está irre-
mediablemente partido entre los sentimientos que brotan de su
corazón y los razonamientos que brotan de su mente. Para ellos,
el ser humano es una especie de campo de batalla en el que están
condenados a enfrentarse sentimientos y razonamientos, por los
siglos de los siglos... ¡Han convertido la propia contradicción en
su seña de identidad!.. Reprimir el alivio, la felicidad, es lo que
hace que quede fijada en la mente su búsqueda. Así se convierten
en eternos buscadores.

¿Cuántas veces has sentido la tentación de dar un puñetazo?..


¿Cuántas veces has sentido odio?.. El odio también es un senti-
miento y sin embargo, muchas veces decidiste no dejarte arrastrar
por él, y lo lograste... ¿No demuestra eso que eres libre, que tienes
el poder de imponerte a los sentimientos?.. Fuiste capaz de iden-
tificar el odio como un sentimiento “malo”... ¿Por qué no hacer
lo mismo con el sufrimiento?.. Se trata, tan solo, de entender,
que sufrir es “malo” para ti y en ningún caso es “bueno” para ese

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ser por el que sufres... Ya ves, probablemente nunca te hayan di-
cho algo tan “positivo” y sin embargo, una parte de ti se resiste a
admitirlo. Es la parte de ti que siempre elije sentirse desgraciado.

Imagina por un momento a la persona más sensual que hayas


visto, ponle imagen, visualízala. Piensa que vas a su encuentro,
que os habéis citado para hacer el amor. Imaginar, pensar, eso
lo hace la mente, pero tu imaginación te ha llevado a sentir algo
por esa persona. Es una prueba de que los sentimientos surgen de
los pensamientos, de que no son “cosas opuestas”... ¿Y no te ha
provocado, además, cierta sensación en la zona genital?.. Es una
“emoción”.

Todo sentimiento surge de un pensamiento y toda emoción


surge de un sentimiento. Son percepciones que van descendien-
do, de lo más sutil -o mental- a lo más denso -o corporal-. La
percepción más densa, y por tanto, la más fácil de percibir -o más
difícil de ignorar-, la venimos llamando enfermedad. Observar
cualquier percepción la disuelve, e impide que tome una forma
más densa. Así, observar una emoción reprimida imposibilita que
se convierta en enfermedad como observar un pensamiento impi-
de que se convierta en cualquier otra forma de percepción.

Ahora piensa que el muerto eres tú y tu pareja la que sigue


viva... ¿Querrías que sufriera por tu ausencia?.. Si respondes que
sí, ya sabes que lo que sientes por esa persona no es amor, pues
el que ama desea la felicidad del amado y no su sufrimiento... Si
respondes que no, ya sabes que puedes dejar de sentirte desgra-
ciado, cuando quieras.

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LA SENSACIÓN DE AMAR

El amor es una sensación de dicha, de felicidad, de éxtasis; es una


experiencia de plenitud… ¿Hay alguien sobre este planeta que
no quiera sentir amor, ahora?… ¿Y hay alguien que no lo haya
rechazado alguna vez?

El amor es un gran misterio para la mente: no se puede definir,


no se puede conceptualizar y por tanto, no se puede entender.
Pero lo más misterioso es que todos nacemos sabiendo perfecta-
mente lo que es… ¿De dónde viene esa sabiduría?… En cualquier
caso, sabemos que todos podemos experimentar la sensación de
amar, con cualquiera y en cualquier momento… Pero, si pode-
mos amar a quién queramos, cuando queramos ¿Por qué no sen-
timos amor ininterrumpidamente?

La única respuesta posible es -porque no queremos-; lo que


nos hace entender que la propia idea de ser felices eternamente
nos asusta… ¿Por qué?… Porque nos da miedo la plenitud…
La sensación de plenitud es total, completa, lo llena todo, y por
tanto, no puede “convivir” con ninguna otra sensación, pensa-
miento, o sentimiento; pues si lo hiciera, dejaría de llenarlo todo,
dejaría de ser plenitud. Es por eso que la sola presencia del amor
tiene el efecto de expulsar cualquier otra sensación, pensamiento
y sentimiento, y eso a la mente le produce pavor… La mente
rechaza el amor, a pesar de que sentir amor expulsa todo miedo
y sufrimiento, porque el miedo y el sufrimiento son la propia

91
mente… ¡La mente se resiste a ser expulsada!.. La mente quiere
controlarlo todo con sus pensamientos, incluido el amor del que
nada sabe; y en el momento en que se pone a pensar, el amor deja
de ser una experiencia plena y por tanto, deja de percibirse amor.

Pero como la mente es caprichosa, fluctuante, algunas veces


tiene momentos de debilidad. Y en esos raros momentos, en los
que baja la guardia, es cuando aprovechamos para localizar un
prójimo al azar, decididos a amarle, sin dar importancia a las cir-
cunstancias… ¡Y amamos!… Y durante un tiempo nos dejamos
llevar y experimentamos dicha, felicidad, plenitud; hasta que
aparece la pregunta -¿Merece mi amor?… ¡Voy a juzgar si lo me-
rece!-… Y no nos percatamos de que la pregunta trae consigo
la respuesta. Y la respuesta siempre es -No lo merece-… ¿Acaso
cabe otra respuesta para la mente-egoísta?… ¿Acaso lo que  juz-
ga no son las mismas circunstancias que, en principio, decidió
pasar por alto?… Y empiezan a surgir más pensamientos; y deja
de haber plenitud, deja de haber felicidad, y vuelve el miedo y el
sufrimiento.

La paradoja es que hay que perder el amor para valorar el


amor. Hay que perder la plenitud para valorar la plenitud. Hay
que perder la divinidad para valorar la divinidad… Pero no nos
pongamos tristes, pues si el amor viene de más allá de la mente,
es eterno y eso significa que siempre estará ahí, esperándonos,
tras la mirada de cualquier persona  con la que nos topemos…
Pues cualquier persona nos puede ayudar a sentir amor, si lo que
deseamos es sentir amor, ya que si nos ponemos a elegir, a discri-
minar, acogeremos pensamientos que no pueden “convivir” con
el amor… Entonces lo que sentiremos no será amor, sino apego.

92
EL PROPÓSITO DE LA VIDA

Una pregunta que, seguramente, nos hemos hecho todos es ¿Me


siento satisfecho con la vida que estoy viviendo, o aspiro a algo
más?… Aspirar a algo más es ansiar algo que no se posee; es de-
sear algo que, por estar en el futuro, genera ansiedad en el pre-
sente… ¿Y ese estado de malestar no es eso que solemos llamar
infelicidad?… Así pues, desear un futuro “mejor” es admitir que
mi presente es “peor” de lo que debería ser, y eso me lleva a sen-
tirme infeliz.

Si en el presente me siento infeliz, siento que no puedo sentirme


feliz al mismo tiempo; pero como no quiero renunciar, para siempre,
a la posibilidad de ser feliz, no veo más opción que situar la felicidad
en el futuro y tratar de aliviar mi infelicidad presente con una droga
llamada esperanza, de la que paso a depender. Lo paradójico es que,
cuanta más infeliz me sienta en el presente, más necesidad tendré de
ese futuro feliz… Dicho de otro modo: Un mayor grado de esperan-
za evidencia un mayor grado de sufrimiento.

He de reconocer pues, que pretender solucionar en el futuro


mi actual estado infeliz es meterme en un círculo vicioso que
genera más infelicidad; pero es que, además, en el futuro, el pre-
sente pasa a ser pasado, y es imposible cambiar de vida con efec-
to retroactivo. Cualquier cambio que quiera imprimir a mi vida
debo hacerlo, necesariamente, en el presente. Debo descubrir,
ahora, cómo eliminar mi malestar, y para ello debo investigar en

93
el presente, que es donde está. La cuestión se vuelve un poco más
simple cuando reformulo la pregunta… ¿Me siento satisfecho
con la vida que estoy viviendo?

Es gracioso descubrir que, para saber si mi vida me resulta


satisfactoria, para saber si me gusta mi vida, debo compararla,
necesariamente, con las vidas de los demás… ¿Por qué pienso que
mi presente es “peor” de lo que debería ser?… Porque pienso que
el presente de otros es “mejor” que el mío. Veo que otros tienen
objetos que yo no tengo, amantes que yo no tengo, y eso me hace
sentir envidia. Así averiguo que ansiar un futuro mejor no es más
que envidiar el presente de otro.

Es evidente pues que mi infelicidad surge de compararme con


mis semejantes; más aún, de compararme y perder en la compara-
ción. Es evidente que padezco un complejo de inferioridad.

El complejo perturba la razón, induciendo a temer un futu-


ro “peor”, y ese temor causa ansiedad. Temer un futuro peor es
contradictorio con aspirar a un futuro mejor, y mantener dos
ideas contradictorias en una misma mente causa ansiedad. Ahora
puedo ver que el temor, el miedo, no es más que otra forma de
nombrar la angustia que siento por forzarme a creer en un futuro
feliz en el que, honestamente, no creo. Puedo ver que “mi temor
a lo peor” es más intenso que mi “deseo por lo mejor” y que, por
tanto, no estoy creando el futuro que deseo sino el que temo.
Puedo ver que estoy haciendo mi presente infeliz, a fin de que sea
coherente con el futuro en el que realmente creo.

Si el miedo psicológico es lo que determina mi infelicidad


presente y futura, es absolutamente necesario que lo supere. Si
el miedo surgió al compararme y proyectarme en el futuro, es
necesario que deje de hacerlo. Es necesario que deje de juzgar.

94
Ahora tengo claro que todos los que se comparan con los demás
y mantienen la esperanza en un futuro “mejor” sienten miedo, y
eso me indica que, en realidad, no hay nadie a quién envidiar. Me
doy cuenta de que no somos tan distintos; y esa comprensión de
estar todos unidos por el miedo hace brotar un sentimiento de
fraternidad, de compasión, que me tranquiliza… Me da paz…

Y al experimentar la paz entiendo que el que vive esta experien-


cia, deja de aspirar a otra cosa que no sea seguir sintiendo paz... Y
entiendo que nadie aspiró nunca a otra cosa que no fuera sentir
paz, fuera o no consciente, pues para sentirla, hay que darse cuenta
de la intrascendencia de cualquier otro deseo... Para alcanzar la paz,
hay que perder toda esperanza... ¡Y a ello nos lleva la vida!

95
EL FINAL DE LA PESADILLA

Cuando alguien está profundamente sumergido en una pesadilla,


la experimenta de un modo total, sin elección y cree que “su vida
es una pesadilla”. Pero llega un momento en el que se da cuenta
de que está teniendo una pesadilla “en su vida”, y eso significa que
ya no identifica vida con pesadilla, que ha logrado separarse del
sueño. Puede que, en adelante, continúe percibiendo momentos
de infelicidad pero ya no se percibirá como “un infeliz”. Ha lo-
grado entender que la pesadilla no es su vida sino algo que ocurre
en su vida… ¡El soñador está listo para despertar!

Cuando alguien está profundamente sumergido en este modo


de vida que llamamos “sociedad”, lo experimenta de un modo to-
tal, sin elección. Al confundir la “vida social” con su propia vida,
se ve como un inútil “grano de arena”. Pero llega un momento
en el que se da cuenta de que, “pensar como todos” y “hacer lo
que hacen todos”, es lo que le mantiene cautivo… ¡Está listo para
“bajarse del mundo”!

Pero salir del “sueño del mundo” conlleva, necesariamente, un


efecto, que llamaremos soledad, y al ser consciente de ello, se pre-
senta la duda, el miedo… -¿Sigo pensando y actuando como todos,
y por tanto, renuncio a pensar y actuar, libremente, como yo mis-
mo, o renuncio a pensar y actuar como todos y acepto la soledad?-

96
Puede que, al plantear la cuestión, llegue un pensamiento y le
intente convencer de que “No puede liberarse solo”. Si lo logra,
como, en realidad, es imposible renunciar al deseo de libertad,
buscará a alguien o algo que le libere “desde fuera”. Entonces,
creerá en la “suerte” -la lotería me liberará-, en la política -el líder
me liberará-, en la magia -Dios me liberará-, y creerá en todas esas
cosas conjuntamente porque, en realidad, no confía en ninguna
de ellas pues ¿Si cree que su Dios se basta para liberarle, para qué
quiere a los políticos?… Como ves, un único pensamiento puede
adoptar muchas formas: “No puedo solo”, “no tengo el poder”,
“otro tiene el poder”, “estoy en manos de otro”, “no soy libre”…

La otra opción es reconocer que la soledad es el efecto na-


tural de “no necesitar”… ¿No es eso la libertad, la ausencia de
necesidad?.. Solo aceptando la soledad se puede descubrir lo que,
en realidad, es la soledad... En la soledad no puede haber en-
frentamiento, no puede haber conflicto, tan solo quietud... En la
soledad descubres que eres todo lo que hay, y que, siendo todo lo
que hay, no puedes percibir separación… ¡En la soledad descu-
bres que “no hay dos”!.. Y cuando no percibes separación te das
cuenta de que el amor es un estado mental en el que no se percibe
separación, y donde no hay separación ¿Cómo puede percibirse
soledad?… ¿Cómo puedes sentir falta de compañía siendo cons-
ciente de que “no hay dos”?.. Entonces te das cuenta de que estás
en ese estado de unión con TODO… ¡Te das cuenta de que la
pesadilla ha terminado!

97
SENTIRSE “TODO”

Para meditar no hay que hacer ningún esfuerzo. Cualquier ten-


sión que percibas, tanto a nivel físico como mental, cualquier
intención de “conducir”, de controlar, evidencian que te estás es-
forzando, que no lo estás haciendo bien, y si no lo estás haciendo
bien, no estás meditando.

Todo esfuerzo indica que hay pensamiento y la meditación es


no-pensamiento. Todo esfuerzo sucede en el tiempo y la medita-
ción sucede en el no-tiempo. Todo esfuerzo supone cierto grado
de sufrimiento y la meditación es no-sufrimiento. La percepción
de esfuerzo te indica que lo que estás practicando es concentra-
ción; ocurre, p. ej., cuando se confunde “no-pensar” con “poner
la mente en blanco”.

Concentrarse es intentar encauzar la voluntad y meditar es


abandonar toda voluntad. Concentrarse es lo mismo que em-
peñarse. Si te empeñas -si te esfuerzas-, puede que logres tener
alguna “experiencia”. Si te concentras en mirar las nubes puede
que acabes identificando siluetas, incluso rostros, pero tales “ex-
periencias” no pasarán de ser simple entretenimiento que no te
aportará ningún saber, ninguna certeza, pues no podrás creer en
la “autenticidad” de tu “visión”, al no poder discernir hasta qué
punto la ha causado tu empecinamiento. Para meditar, tan solo
tienes que permitir, dejarte llevar, y ello no requiere  esfuerzo. Así

98
obtienes la certeza de que, cualquier experiencia “que se presente”
no es fruto de tu obstinación.

Meditar supone no poner nada de tu parte, más aún, ser cons-


ciente de que no estás poniendo nada de tu parte. No se trata
de controlar ni eliminar el pensamiento. El control es poder, y
el poder es alimento para el ego. Hay que abandonar cualquier
deseo de poder; hay que aceptar todo lo viene, tal como viene,
sin miedo.

No tendrás miedo si entiendes que toda experiencia es tem-


poral y que aceptar cada experiencia supone aceptar su tempo-
ralidad -que venga lo que venga, tal como viene, se va-. Eso es
permitir que la vida fluya, eso es cambiar. Negarse a aceptar es
resistir, esforzarse. Eso es impedir que la vida fluya, y lo que  con-
sigues con ello es que lo que resistes se quede… ¡Y te haga sufrir!

Meditar es pasar a través del árbol -la mente-, para poder ver el
bosque -el ser-. La mente es una pequeña parte de ti que preten-
de abarcarte, completamente, con el pensamiento. Es como una
sardina que pretende comerse una ballena. Basta entender que
poner atención al “sentir” es quitar atención al “pensar”; que sen-
tir te ancla al presente y pensar es navegar al futuro o pasado… ¡Y
la vida, la realidad, está siempre en el presente!

Meditar es simplemente sentir, observar, prestar atención, con


todo el ser, para poder darse cuenta de que el ser siempre está en
paz, a gusto consigo mismo; de que el ser no necesita esforzarse
para conseguir nada, precisamente porque se siente “TODO”.

99
NOS VEMOS EN LA CIMA

Cualquiera que intente escalar una montaña pronto averigua que


ascender supone aventurarse en terreno desconocido; que para
continuar ascendiendo, debe renunciar, una y otra vez, a la sen-
sación de relativa seguridad que proporciona tener ambos pies
afianzados en la roca… Pero el escalador también comprende rá-
pidamente que no puede prescindir de todo apoyo; que para sol-
tar un pie debe tener bien asegurado el otro, pues si sintiera que le
falta sujeción, su mente entraría en pánico, y quedaría paralizado.

De igual manera, cualquiera que explore su mente adquie-


re consciencia de que, para aventurarse en sus tinieblas, para se-
guir ascendiendo en su conocimiento, debe conservar siempre
una referencia racional. Es así como cada nuevo hallazgo, una
vez integrado, se convierte en un firme apoyo para alcanzar otro.
Es así como se van estableciendo nuevas conexiones neuronales
que, a su vez, servirán de base para establecer otras, en un proceso
exponencial de crecimiento de la red neuronal. Es así como se
va construyendo una cadena de causas y efectos, en la que cada
efecto pasa a ser la causa del siguiente. Si el explorador intenta
incorporar nuevas ideas sin afianzamiento racional, sentirá que
falta un eslabón en la cadena, y eso le hará sentir miedo. Es lo que
les ocurre a los creyentes.

En la meditación rige ese mismo principio. El meditador debe


encontrar un punto de anclaje en su cuerpo, desde el cual pueda

100
tomar impulso hacia la realidad espiritual que pretende alcanzar.
En mi experiencia, el mejor punto de anclaje es la respiración. Se
trata de tomar consciencia de cada inspiración y expiración (Me-
jor desde el vientre, sintiendo subir y bajar el diafragma, que des-
de el pecho) y no perder esa consciencia, pues si la atención del
meditador se va detrás de cualquier pensamiento que aparezca en
su pantalla mental, dejará de prestar atención al punto de anclaje,
y eso le hará sentirse inseguro, con lo que surgirá el miedo y la
parálisis. En tal supuesto, la mente retomará rápidamente el con-
trol, no porque quiera impedir nuestra experiencia trascendente,
sino porque la mente tiene la “misión” de velar por su dueño, y
acaba de percibir que su dueño se ha perdido.

Así pues, tanto para subir montañas como para ascender en co-
nocimiento, solo hay que respetar la más sencilla de las reglas, que no
es otra que “No perder pie”. “Creer” que se puede ignorar tal regla,
es locura; es lo que te lleva a pensar que puedes perderte; es lo que te
hace regresar, una y otra vez, al campo base, al estado mental.

101
AL OTRO LADO

Lo que se ha dado en llamar “iluminación”, no es más que la


consciencia del paro de la propia mente, o dicho aún con mayor
sencillez, es darse cuenta de que el flujo de pensamientos se ha
detenido. Tal experiencia también ha sido nombrada como “esta-
do de no-mente”, “vacío existencial”, “paz interior”, “silencio”...

Para experimentar plenamente la iluminación deben darse


pues dos condiciones: Que cese toda actividad mental y que seas
consciente de ello... Y es que, quién más y quién menos, ya ha
tenido, inconscientemente, muchos vislumbres, que pueden su-
ceder, por ejemplo, al contemplar -observar sin juzgar- la belleza
pues ¿qué podría añadir la mente a una puesta de sol?.. Pero tam-
bién pueden suceder al contemplar -observar sin juzgar- el sufri-
miento pues ¿qué puede hacer la mente sino pararse al constatar
su impotencia?.. Sin duda, la belleza es más fácil de aceptar, pero
el sufrimiento es más difícil de ignorar llegado el caso, siendo por
tanto, nuestra última garantía de acceso a la iluminación, en caso
de que insistamos en rechazar otras vías.

Pero un vislumbre tan solo es un “arranque de iluminación”


que sucede espontáneamente, es decir, sin ninguna intervención
consciente por tu parte. Para que un vislumbre se transforme en
iluminación, debes ser consciente de estar “viviéndolo”, experi-
mentándolo en el presente pues, si cuando ocurre, no estás alerta,
cuando llegas a darte cuenta, ya ha pasado, ya es pasado. Enton-

102
ces te quedas con la sensación de un niño al que le quitan un
helado, justo cuando está empezando a degustarlo. Esa sensación,
digamos “frustrante”, te permite comprender lo que es la incons-
ciencia, al sentir, al conocer sus efectos -siendo, por tanto, una
toma de consciencia-. Ahora conoces el sabor del helado... Ahora
te apetece más... Y eso te lleva a preguntarte ¿Podría dilatar, ex-
pandir, la experiencia?

Tal pregunta te lleva a estar pendiente del próximo vislumbre


que, sin duda se dará. Ahora sabes que suceden espontáneamente
y eso te da confianza, paciencia, que no es creer sino saber que
surgirán tantos vislumbres como hagan falta, y que nada se pierde
si otra vez llegas a darte cuenta cuando ya se ha ido, pues siempre
tendrás la posibilidad de “cazar” el próximo. Ahora sabes que se
trata de estar al acecho, “ojo avizor”, como imaginando que una
puerta se puede abrir y cerrar repentinamente, en cualquier mo-
mento, y tú quieres meter el pie e impedir que se cierre.

Pero puede que, habiendo tenido una cierta cantidad de vis-


lumbres, se te ocurra aún preguntarte ¿Cabe alguna posibilidad
de “colaborar” para que la puerta se abra? Tal pegunta te lleva a
profundizar en la autoindagación, que no es más que la obser-
vación de la mente, en busca de sus contradicciones. Para ello
te puedes servir de palabras, como éstas que estoy escribiendo,
pero teniendo siempre presente que las palabras no son para ser
creídas sino simplemente para ayudarte a descubrir tus propias
contradicciones... ¿Qué puede añadir la mente cuando detectas
una contradicción?.. ¡Si ni siquiera puede saber quién es el que la
detecta!.. ¿Qué puede hacer sino pararse, rendirse?.. Y como esta
vez estás presente, alerta, vigilante, expectante, ¡despierto!; pue-
des, por fin, meter el pie, mantener la puerta abierta, y ver que, lo
que hay, al otro lado, es... ¿Qué puede añadir la mente inocente
de un niño cuando contempla un helado infinito?

103
DATE CUENTA

La mente busca ángeles, y cuando se impacienta, baja el listón


y se pone a buscar demonios. Así pues, una mente “mala” no es
más que una mente “buena” que empieza a desesperar. Pero de-
jando al margen que la desesperación revela lo que puede llegar
a sufrir una mente “mala”, podemos ver que su deseo no es otro
que experimentar un “milagro” que “pruebe” que hay una inteli-
gencia divina que ordena todo esto; descubrir algo “nuevo” que
dé a entender, sin sombra de duda, que existe la iluminación, el
paraíso, la eternidad.

Pero la iluminación no puede ser el descubrimiento de algo


nuevo, pues lo nuevo aparece en el tiempo y la iluminación es
“darse cuenta” de algo que siempre ha estado ahí. Es la mente
la que descubre cosas nuevas, cosas que antes no sabía. La cons-
ciencia no puede descubrir nada porque siempre lo ha sabido
todo. Por tanto, la iluminación no es más que reconocer lo que
siempre has sabido: que el paraíso, la eternidad, no pueden ser
buscados… ¡Deben ser vividos!

Tú ya te has iluminado muchas veces. Cada vez que experi-


mentaste la sensación de “darte cuenta” te estabas iluminando.
Solo que rápidamente acudía la mente y decía ¿Cómo vas a con-
seguir que esta sensación sea duradera?… Y ese pensamiento no
era más que tiempo … Y al imaginar el tiempo desaparecía la
consciencia de eternidad… Así es como la mente volvía a tomar

104
el control una y otra vez… ¡Hay que olvidar la eternidad para
ingresar en el tiempo!

Al darle más importancia a ese “algo” de lo que se daba cuen-


ta, que a la sensación de “darse cuenta en sí”, la mente se volvía
a poner en funcionamiento; volvían los pensamientos, el miedo,
la duda. Pero lo cierto es que, en cada momento en que te “diste
cuenta” estabas presente; y ese es el único fin del autoconoci-
miento, hacerse consciente del presente, del ahora… ¿Percibiste
el paso del tiempo, mientras te dabas cuenta?… ¿Tuviste alguna
duda, mientras te dabas cuenta?… ¿Tuviste algún miedo?… ¿Su-
friste?… Eso era lo trascendente, lo que la mente no ve. La mente
centró la atención en el “algo” que sí ve y pensó que el fin de
la experiencia era aprender unos cuantos datos más, volverte un
poco más sabio… La mente volvió a tomar el control y te dijo…
“Eso de lo que me acabo de dar cuenta, no es suficientemente
milagroso para convencerme, así que seguiré buscando ángeles
o demonios”… La mente es capaz de pasar por alto que vivimos
rodeados de “milagros”… ¿Podemos, con tanta tecnología, cons-
truir una simple flor?

Si te hubieras quedado observando la sensación de “darse


cuenta” y no te hubieras entretenido registrando en tu memo-
ria la nueva información de la que te dabas cuenta, no habrías
parado de “darte cuenta”; habrías seguido “dándote cuenta”, y
en vez de “darte cuenta de algo”, podrías haberte “dado cuenta
de TODO”… Pero no te agobies, pues esos extraños momentos
seguirán viniendo. Por eso el universo es infinito; para que no se
te acaben las oportunidades de “darte cuenta”. Ciertamente, toda
práctica de autoconsciencia podría reducirse a estar atento a la
llegada de uno de esos momentos, a fin de que, cuando llegue,
no te pase desapercibido… ¡Y puedas fijar en él tu atención!…
¡Y puedas vivir plenamente, esa sensación de asombro, de ren-

105
dición, de plenitud, que es “darse cuenta”!… ¡Y puedas llegar a
ser consciente del ahora, del único momento en el que te puedes
“dar cuenta”!

Pero si llegado el momento, te entretienes pensando y el mo-


mento se pierde en el tiempo, sigue sin preocuparte. Espera el
próximo, y vive mientras, propiciando su llegada; eso es, aceptan-
do lo desconocido, pues cada acto de aceptación trae de la mano
una posibilidad de asombro, de “darse cuenta”. Es por eso que los
niños viven felices, “dándose cuenta” continuamente. Y no caigas
en la trampa egoica de pensar que eres un poco más sabio con
cada “darte cuenta”, pues con eso sólo conseguirás que tu mente
se vaya insensibilizando, cristalizando. Quién nada sabe, mantie-
ne su mente abierta a cualquier sorpresa.

Sobre todo, no te preocupes, pues la preocupación es un pen-


samiento que viene a sabotear tu experiencia. La preocupación es
miedo. Espera en el tiempo, ten fe, que no es más que la convic-
ción de que, en un universo infinito, necesariamente ha de llegar
otra oportunidad, y otra, y otra… Y cuando, por fin, atrapes un
“darte cuenta”, no te preguntes cómo conseguir que esa sensación
sea duradera, pues es otro pensamiento saboteador… ¿Cómo vas
a poder mantener la iluminación en el tiempo?… ¡Si tratas de
hacer eso reduces la iluminación a una experiencia temporal…
que se esfuma al cabo un tiempo!… Y si tu mente desespera por
no encontrar la iluminación, te está dando la oportunidad de que
te “des cuenta” de que no tiene ningún control; de que te “des
cuenta” de que esa es la prueba, el milagro que andabas buscan-
do… Entonces puede que, por fin, dejes de dar tanta importancia
a la mente y experimentes esa inteligencia divina que ordena todo
esto… ¡Y te ilumines!

106
EL LÍMITE DE LA MENTE

Si me pregunto ¿Soy libre por naturaleza?, enseguida viene el


pensamiento “Vas a morir” a aguarme la fiesta. Si insisto en pre-
guntar ¿Puedo elegir no-morir?, la respuesta es “No puedo, por
tanto, no soy libre”… ¡Fin de la historia!

Pero ¿Quién hace esas preguntas?.. ¿Quién duda?.. ¿Quién in-


tenta superar el miedo buscando respuestas sino la mente?.. La
mente no perdería un minuto preguntando si el cuerpo es libre,
pues tiene pruebas de que, el cuerpo, está afectado por un mon-
tón de límites… ¿Y qué es la libertad sino la ausencia de límites?..
Así pues, cuando la mente pregunta ¿Soy libre? está indagando
sobre su propia libertad; está tratando de averiguar, si hay algún
límite, por encima de ella.

La mente sabe que la muerte del cuerpo es verdad. -¿Quién


dijo que no existen las verdades?-. Y saber esa verdad la lleva a
plantearse si al morir el cuerpo morirá ella también. La mente
evidencia así su inseguridad, pues ni siquiera tiene claro si es ella
la que está al servicio del cuerpo o es al revés.

Si la mente tuviera la certeza de que sirve al cuerpo, tendría la


certeza de que muere con el cuerpo y no haría preguntas acerca 
de su libertad. Pero el caso es que, si hace preguntas, es porque no
tiene esa certeza. La mente cree pues que hay una posibilidad de
que sea el cuerpo su sirviente y se agarra a ella; pues piensa que,

107
si así fuera, tendría una poderosa razón para no tener más miedo
ya que la muerte del cuerpo no tendría por qué determinar su
propia muerte. Ese es el verdadero propósito de la mente al hacer
sus preguntas, deshacerse del miedo. Por tanto, la pregunta clave
puede ser ¿Sobrevive la mente al cuerpo?

Para los que identifican el cerebro con la mente, la respuesta


está cantada, pues tienen suficientes pruebas de que el cerebro
desaparece con el resto del cuerpo. Así pues, la mente sirve al
cuerpo y muere con éste… ¡Fin de la historia!.. Pero entonces
¿Por qué casi todos los seres humanos creen en entes sobrena-
turales e incluso han montado religiones basándose en eso que
creen?.. ¿Y por qué, todos, sin excepción, le tienen tanto aprecio a
la idea de libertad?.. ¿Por qué se siguen preguntando si son libres
por naturaleza?.. ¿Es locura?.. No, lo hacen porque la historia
del cerebro-mente da miedo y lo que desean es vivir sin miedo.
Lo hacen porque creen que la única manera de poder superar el
miedo es encontrar una respuesta positiva para la pregunta clave.

La búsqueda de la trascendencia es pues un intento desespera-


do de la mente de erradicar el miedo… Pero ¿Qué es ese miedo
que impide la experiencia de la libertad?.. En los animales, es un
mecanismo biológico de alerta ante peligros concretos y su fin es
la supervivencia biológica, pero los humanos lo hemos transfor-
mado en un mecanismo psicológico ante peligros que imagina-
mos. La cuestión es que, el miedo biológico, está presente solo
cuando está presente el león pero el miedo psicológico está pre-
sente mientras podemos imaginar al león, y lo podemos imaginar
continuamente.

¿Continuamente?.. ¡Un momento!.. Tengo la certeza de que,


en algún instante de mi vida, no hay miedo… Es en esos instan-
tes en los que experimento eso otro… ¿Cómo se llama?.. ¡Ah, sí!..

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¡Amor!.. Es al sentirme unido a otras personas, a otros seres, al
universo… Esos raros instantes me dan a entender que el miedo
no es mi naturaleza, pues el hecho de que alguna vez se vaya y
yo me quede, significa que no estoy hecho de miedo, que puedo
prescindir de él… Y eso me hace entender que el amor es la cura
del miedo… ¡Que, a más amor, menos miedo!

Así pues, averiguar si la mente sobrevive al cuerpo es irrele-


vante, pues lo que pretendía, en realidad, es saber como eliminar
el miedo y ya lo tengo claro. -Además, aunque la respuesta fuera
positiva, no es suficiente, y si no que se lo pregunten a los que
creen en el infierno-.

La mente percibe todo miedo psicológico como una amenaza


futura; una amenaza que no está ahí fuera, como el león, sino en
su interior, e intenta sacárselo con sus preguntas… ¿Y qué es la
mente sino un conjunto de preguntas?.. ¿Y qué son las preguntas
sino una expresión de inseguridad, y por tanto, de miedo?.. ¿No
significa eso que mente y miedo son lo mismo?.. Siendo así, la
mente, al hacer preguntas para eliminar el miedo, lo que está
haciendo es eliminarse a sí misma... ¿Y por qué hace eso sino por
amor?.. Así pues, la mente, cuando se la convence racionalmente,
eso es, en su propio idioma, es capaz de entregarse al amor… La
mente se aviene a diluirse en el amor porque ha observado que el
amor no pregunta, y eso es porque no tiene miedo… Porque al
fin comprende que amar es tanto como unirse a las otras perso-
nas, a los otros seres, a la naturaleza, al universo entero… Y cuan-
do estás unido a todo, eres TODO… Y cuando eres TODO, no
puedes ver límites… ¡Y cuando no se ven límites, no se te ocurre
poner en duda tu libertad!

109
DOS VIAS A ELEGIR

Para muchos, la fe es una fuerza misteriosa que les ayuda a “se-


guir adelante”. El hecho de que la consideren “misteriosa” ya indi-
ca que desconocen su naturaleza, que carecen de conocimiento…
Pero fijémonos en eso de “seguir adelante”... ¿No expresa futuro?..
¿No podríamos cambiar la definición por: Fe es aquello que nos da
fuerzas para enfrentar el futuro?.. ¿Y por qué necesitaríamos alguna
fuerza para enfrentar el futuro?.. Pues porque ya la necesitamos
para enfrentar el presente ¿No?.. Tenemos la experiencia de que
vivir es “hacer fuerza” constantemente y esa misma idea la traslada-
mos al pedazo de vida que imaginamos que nos queda.

“Hacer fuerza constantemente para vivir” resulta agotador,


extenuante, y eso es sufrir. Hay que empujar constantemente, re-
sistir constantemente… ¿Para qué?.. ¿Para no morir?.. ¿No es esa
fe igual a la esperanza?.. ¿No es desesperar el destino de los que
esperan como es agotarse el destino de los que forcejean?.. ¿Cómo
si no dejarían de sufrir?

Cuando la fe se utiliza como punto de partida, expresa la resis-


tencia a la muerte y por tanto, el miedo a morir. La fe surge pues
del miedo y donde se ve miedo no puede verse amor. De existir algo
llamado fe, no puede ser un punto de partida sino de llegada –No
puede ser una creencia sino un conocimiento-. Si la fe debe dar tran-
quilidad, confianza, no puede basarse en el miedo, pues el miedo no
da, ni tranquilidad, ni confianza. Si la fe es un misterio, los miste-

110
rios no inspiran mucha tranquilidad ni confianza. Si definimos algo
como misterioso es porque desconocemos qué es y desconocemos
sus consecuencias y eso nos hace dudar, y la duda es miedo.

La fe, de existir, debe ser una certeza y no una duda, para po-
der dar tranquilidad y confianza. Toda certeza es consecuencia de
saber y toda duda es consecuencia de no saber, de creer. Así pues,
mientras entendamos la fe como una creencia, tendremos miedo
y mientras tengamos miedo, nuestros músculos estarán tensos y
nuestra mente pensará en resistir –Observa tu miedo y verás que es
cierto lo que digo-. Tanta tensión nos lleva al agotamiento y el ago-
tamiento nos lleva a rendirnos, a admitir que la fe en la que creímos
es una ilusión… ¡Esa es la “iluminación” por la vía del sufrimiento!

Si la fe nos aporta esperanza en el futuro, no es más que una


idea falsa que nos lleva a desentendernos del presente. La fe nos
lleva a amodorrarnos ahora, como vagabundos entre cartones, re-
sistiendo el frio y soñando con un futuro calentito… ¿No es así
como mueren congelados los vagabundos?

Hagamos un pequeño ejercicio. Prescindamos de la fe, del fu-


turo, aunque sea un momento, y prestemos atención al ahora…
¿Estamos vivos?.. ¿Sentimos vida?.. ¿Nos sentimos a nosotros mis-
mos?.. ¿Hay alguna diferencia entre sentirse a uno mismo y sentir
vida?.. Ya ves, para sentir vida, para sentirte a ti mismo, no hace
falta fe… ¿Para qué hace falta entonces?.. ¿Para convencernos de
que la vida seguirá siendo?.. ¿De que nosotros seguiremos siendo?

Tenemos miedo a que nos suceda la muerte porque percibi-


mos que les sucede a otros, pero del hecho de percibir la muerte
como un suceso no puede inferirse que sea un estado -Todos te-
nemos una percepción clara de lo que es morir pero no de lo que
es estar muerto-… ¿Y si morir es algo que sucede en la vida, como

111
cambiar los dientes?.. En cualquier caso, tener fe, ¿cambia algo las
cosas?.. ¿Acaso los que tienen fe no mueren?.. Pero la fe no tiene
en cuenta la percepción, no tiene en cuenta el conocimiento, y
responde inventando otra vida, al otro lado de la muerte. La fe es
un misterio que te lleva, de misterio en misterio.

¿Cómo puedes tener “otra” vida si tú eres vida?.. ¿Perder la vida


significa que la vida se va hacia un lado y tú hacia otro?.. ¿Dónde
estás, entre una vida y otra?.. ¿Sigues vivo entre vidas?.. Si crees que
“tienes” vida, crees que puedes perderla. Si experimentas que “eres”
vida ¿Cómo puedes perderte a ti mismo?.. Así pues, no puedes
tener fe sin sentirte separado de la vida y ese es el origen de todo
miedo… ¿Qué es sentirse separado de la vida sino sentirse muerto?

La muerte es pues el sentimiento de separación de la vida. La


muerte es pues, un sentimiento que surge, como todos los sen-
timientos, de un pensamiento, de una idea llamada futuro. Pero
la muerte no es sinónimo de inexistencia pues es, al sentirnos
muertos, separados de la vida, cuando anhelamos la vida; y eso
es porque tenemos la certeza de que la vida existe y es una cer-
teza que no surge de ninguna creencia sino de la experiencia. La
muerte no es más que el recuerdo de la vida y donde hay acción
de recordar, hay existencia.

La vida no es un sentimiento, no es un pensamiento, es tu ex-


periencia actual, es un conocimiento de primera mano –No hace
falta creer, no hace falta ningún intermediario-. La vida está eterna-
mente presente y la prueba la tienes ahora, en ti mismo. No puedes
buscar la prueba en el futuro… ¿Cuánto tiempo te haría falta para
comprobar que la vida es eterna?.. Si piensas que eterno significa
tiempo sin fin, te hará falta un sinfín de tiempo para convencerte
de que eres eterno y eso significa que no te convencerás nunca,
que siempre tendrás miedo… En cambio, si prescindes del tiempo,

112
basta que experimentes vida, ahora, y que sigas experimentándola,
ahora, y ahora, y ahora; y que sigas así, un ahora tras otro, pues esa
experiencia da fe, de que mientras experimentas vida, no puedes
experimentar muerte. Eso es la eternidad. Eso es amar la vida y ren-
dirse a ella. Eso es la fe como punto de llegada… ¡La “iluminación”
por la vía del conocimiento!

113
Epílogo

Todos podemos entender, perfectamente, cómo sentirnos Dios -Y


sentirse Dios es ser Dios-. Lo único que se requiere es una mente
libre de contradicciones, sin conflictos internos; porque eso es una
mente no dividida, y por tanto entera, completa, íntegra… Y una
mente íntegra es “una sola-mente”, una mente no-dual, única… ¡Y
una mente única es Dios!

Todos podemos entender perfectamente como sentirnos Dios…


¿Por qué no nos ponemos a ello inmediatamente?… ¿Qué importa
ya acabar de leer esto?… ¿Qué cosa puede haber más importante
que ponerse a la tarea de ser Dios, sabiendo perfectamente lo que
hay que hacer?… Tan solo tenemos que eliminar las contradiccio-
nes de nuestra mente y todos sabemos, perfectamente, cuáles son
nuestras contradicciones.

¡Da igual empezar por una u otra!… Cada contradicción que eli-
minas calma un poco más tu mente, te quita un peso de encima
y eso te hace sentir más ligero, más ingrávido, más etéreo, más
espíritu-al. Ni siquiera tienes que creerlo, lo puedes comprobar en
el mismo instante… ¿O es que preferimos tener una mente frag-
mentada, dual, bipolar?… ¿Preferimos la confusión y al tiempo
buscamos la verdad -la no-confusión-?.. ¿Elegimos la oscuridad y al
tiempo pretendemos iluminarnos?…

¡Qué puede ser la iluminación sino un instante de lucidez, ahora!

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ÍNDICE

PRÓLOGO...........................................................................11
¿DE QUÉ VA ESTO?............................................................13
HONESTAMENTE..............................................................16
UN POCO DE CIENCIA....................................................19
LA AUTÉNTICA REVOLUCIÓN.......................................21
LO QUE NOS UNE.............................................................26
LAS PALABRAS SE QUEDAN CORTAS............................30
EL ÁNGEL DE LA GUARDA..............................................33
LA COMPRENSIÓN TOTAL..............................................35
¿ESTÁ CLARO?.....................................................................38
HÁGASE TU VOLUNTAD..................................................42
LA PLENITUD DEL AMOR...............................................45
AL CIELO EN UN INSTANTE...........................................48
¿TE SIENTES VÍCTIMA?....................................................51
BIENVENIDO AL AHORA.................................................54
EL VALOR DE LA EXPERIENCIA......................................56
CAMINO A LA NADA........................................................59
LA SEÑAL.............................................................................61
EL PROBLEMA DE LA PERCEPCIÓN..............................63
LA MÁQUINA DEL TIEMPO.............................................66
UN SUCESO IMPREDECIBLE...........................................69
TANTO SI CREES COMO SI NO......................................72
LA LIBERTAD DE ELEGIR.................................................74
LA ENERGÍA DE LA VIDA.................................................76
CUANDO CREES DESPERTAR.........................................79
¿HAY ALGUIEN AHÍ?..........................................................82
CONSCIENCIA SEXUAL....................................................85
CUANDO QUIERAS...........................................................88
LA SENSACIÓN DE AMAR................................................91
EL PROPÓSITO DE LA VIDA............................................93
EL FINAL DE LA PESADILLA............................................96
SENTIRSE “TODO”............................................................98
NOS VEMOS EN LA CIMA..............................................100
AL OTRO LADO...............................................................102
DATE CUENTA.................................................................104
EL LÍMITE DE LA MENTE..............................................107
DOS VÍAS A ELEGIR.........................................................110
EPÍLOGO...........................................................................115

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