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BAUTISMAL
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perdón del pecado y resplandecer de luz divina (cf. Tertuliano, De
resurrectione mortuorum VIII, 3: CCL 2, 931; PL 2, 806). En virtud del
Espíritu Santo, el bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del
Señor, ahogando en la fuente bautismal al hombre viejo, dominado por el
pecado que separa de Dios y haciendo nacer al hombre nuevo, recreado
en Jesús. En Él, todos los hijos de Adán están llamados a una vida nueva.
El bautismo, es decir, es un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de
que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro.
Pero me pregunto yo, un poco dubitativo, y os pregunto a vosotros: ¿cada
uno de vosotros recuerda cuál fue la fecha de su bautismo? Alguno dicen
que sí, está bien. Pero es un sí un poco débil porque tal vez muchos no
recuerdan esto—. Pero si nosotros festejamos el día del nacimiento,
¿cómo no festejar —al menos recordar— el día del renacimiento? Os daré
una tarea para casa, una tarea hoy para hacer en casa. Aquellos de
vosotros que no os acordéis de la fecha del bautismo, que pregunten a la
madre, a los tíos, a los sobrinos, preguntad: «¿Tú sabes cuál es la fecha
de mi bautismo?» y no la olvidéis nunca. Y ese día agradeced al Señor,
porque es precisamente el día en el que Jesús entró en mí, el Espíritu
Santo entró en mí. ¿Habéis entendido bien la tarea para casa? Todos
debemos saber la fecha de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el
cumpleaños del renacimiento. No os olvidéis de hacer esto, por favor.
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No es, de hecho, un agua cualquiera la del bautismo, sino el agua en la
que se ha invocado el Espíritu que «da la vida» (Credo). Pensemos en lo
que Jesús dijo a Nicodemo para explicarle el nacimiento en la vida divina:
«El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de
Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es Espíritu»
(Juan 3, 5-6). Por eso, el bautismo se llama también «regeneración»:
creemos que Dios nos ha salvado «según su misericordia, por medio del
baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo» (Tito 3, 5).
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transformación del mundo. Recibido una sola vez, el lavado bautismal
ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros pasos hasta la Jerusalén del
Cielo. Hay un antes y un después del bautismo. El sacramento supone un
camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente cuando es un adulto
quien pide el bautismo. Pero también los niños, desde la antigüedad son
bautizados en la fe de los padres (cf. Rito del Bautismo de los niños.
Introducción, 2). Y sobre esto yo quisiera deciros una cosa. Algunos
piensan: ¿Pero por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a
que crezca, que entienda y sea él mismo quien pida el bautismo. Pero esto
significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando nosotros
bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu
Santo hace crecer en ese niño, desde niño, virtudes cristianas que
después florecen. Siempre se debe dar esta oportunidad a todos, a todos
los niños, de tener dentro el Espíritu Santo que les guíe durante la vida.
¡No os olvidéis de bautizar a los niños! Nadie merece el bautismo, que es
siempre un don para todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede
con una semilla llena de vida, este don emana y da fruto en un terreno
alimentado por la fe. Las promesas bautismales que cada año renovamos
en la Vigilia Pascual deben ser reiniciadas cada día para que el bautismo
«cristifique»: no debemos tener miedo de esta palabra; el bautismo nos
«cristifica», quien ha recibido el bautismo y va «cristificado». Se asemeja
a Cristo, se transforma en Cristo y lo convierte verdaderamente en otro
Cristo.
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celebración, por eso dirigimos a ella nuestra atención. Considerando los
gestos y las palabras de la liturgia podemos acoger la gracia y el
compromiso de este sacramento, que está siempre por redescubrir.
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de vivir como cristianos, que se desarrollará durante toda la vida. E implica
una respuesta personal y no prestada con un «copia y pega». La vida
cristiana, de hecho, está entretejida por una serie de llamadas y de
respuestas: Dios continúa pronunciando nuestro nombre en el transcurso
de los años, haciendo resonar de mil maneras su llamado a ser conformes
a su Hijo Jesús. ¡Es importante, por lo tanto, el nombre! ¡Es muy
importante!
Los padres piensan en el nombre que dar al hijo ya desde antes del
nacimiento: también esto forma parte de la espera de un hijo que, en el
nombre propio, tendrá su identidad original, también para la vida cristiana
unida a Dios. Ciertamente, ser cristianos es un don que nace de lo alto
(Juan 3, 3-8). La fe de no se puede comprar, pero sí pedir y recibir como
regalo. «Señor, regálame el don de la fe» es una hermosa oración. «Que
yo tenga fe» es una hermosa oración. Pedirla como regalo, pero no se
puede comprar, se pide. De hecho, «el bautismo es el sacramento de esa
fe con la que los hombres, iluminados por la gracia del Espíritu Santo,
responden al Evangelio de Cristo». (Ritual del bautismo de niños, Introd.
gen., n. 3). A suscitar y despertar la fe sincera en respuesta al Evangelio
tienden la formación de los catecúmenos y la preparación de los padres,
como la escucha de la Palabra de Dios en la misma celebración del
bautismo.
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Introd., n. 16). «La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala
la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia
de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz. (Catecismo de la
Iglesia católica, 1235). En la ceremonia hacemos sobre los niños la señal
de la cruz. Pero quisiera volver sobre un tema del que os he hablado.
¿Nuestros niños sabe hacer el signo de la cruz bien? Muchas veces he
visto a niños que para hacer la señal de la cruz hacen así…, no saben
hacerlo, vosotros, padres, madres, abuelos, abuelas, padrinos, madrinas,
debéis enseñarles a hacer bien la señal de la cruz porque es repetir lo que
se ha hecho en el bautismo. ¿Habéis entendido bien? Enseñar a los niños
a hacer bien la señal de la cruz. Si lo aprenden desde niños lo harán bien
después, de mayores. La cruz es el distintivo que manifiesta quién somos:
nuestro hablar, pensar, mirar, obrar, está bajo el signo de la cruz, es decir,
bajo la señal del amor de Jesús hasta el fin. Los niños son marcados en la
frente. Los catecúmenos adultos son marcados también en los sentidos,
con estas palabras: «Recibid la señal de la cruz en los oídos para escuchar
la voz del Señor»; «en los ojos para ver la claridad de Dios»; «en la boca,
para responder a la palabra de Dios»; «en el pecho, para que Cristo habite
por la fe en vuestros corazones»; «en la espalda, para llevar el suave yugo
de Cristo» ( Rito de la iniciación cristiana de los adultos, n. 85). Cristiano
se es en la medida en la que la cruz se imprime en nosotros como una
marca «pascual» (cf. Apocalipsis 14, 2; 22, 4), haciendo visible, también
exteriormente, el modo cristiano de afrontar la vida.
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hacer bien la señal de la cruz. Y, como hacemos entrando en la iglesia,
podemos hacerlo también en casa, conservando un pequeño vaso un poco
de agua bendita —algunas familias lo hacen: así, cada vez que entramos
o salimos, haciendo el signo de la cruz con el agua recordamos que
estamos bautizados. No os olvidéis, repito: enseñar a los niños a hacer la
señal de la cruz.
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antigüedad, aseguran a quienes se preparan a renacer como hijos de Dios
que la oración de la Iglesia les asiste en la lucha contra el mal, les
acompaña en el camino del bien, les ayuda a escapar del poder del pecado
para pasar en el reino de la gracia divina. La oración de la Iglesia. La Iglesia
reza y reza por todos, ¡por todos nosotros! Nosotros Iglesia, rezamos por
los demás. Es algo bonito rezar por los demás. Cuántas veces no
necesitamos nada urgente y no rezamos. Nosotros debemos rezar, unidos
a la Iglesia, por los demás: «Señor, yo te pido por esas personas que
tienen necesidad, porque aquellos que no tienen fe...». No os olvidéis: la
oración de la Iglesia siempre está en marcha. Pero nosotros debemos
entrar en esta oración y rezar por todo el pueblo de Dios y por esos que
necesitan de las oraciones. Por eso, el camino de los catecúmenos adultos
está marcado por repetidos exorcismos pronunciados por el sacerdote (cf.
ccc, 1237), o sea, por oraciones que invocan la liberación de todo lo que
separa de Cristo e impide la íntima unión con Él. También para los niños
se pide a Dios liberarles del pecado original y consagrarlos como casa del
Espíritu Santo (cf. Rito del Bautismo de los niños, n. 56). Los niños. Rezar
por los niños, por la salud espiritual y corporal. Es una forma de proteger
a los niños con la oración. Como prueban los Evangelios, Jesús mismo
combatió y expulsó los demonios para manifestar la llegada del reino de
Dios (cf. Mateo 12, 28): su victoria sobre el poder del maligno deja libre
espacio a la señoría de Dios que alegra y reconcilia con la vida.
El bautismo no es una fórmula mágica sino un don del Espíritu Santo que
habilita a quien lo recibe «a luchar contra el espíritu del mal», creyendo
que «Dios ha mandado en el mundo a su Hijo para destruir el poder de
satanás y transferir al hombre de las tinieblas en su reino de luz infinita»
(cf. Rito del Bautismo de los niños, n. 56). Sabemos por experiencia que
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la vida cristiana está siempre sujeta a la tentación, sobre todo a la tentación
de separarse de Dios, de su querer, de la comunión con Él, para recaer en
los lazos de las seducciones mundanas. Y el bautismo nos prepara, nos
da fuerza para esta lucha cotidiana, también la lucha contra el diablo que
—como dice san Pedro— como un león trata de devorarnos, de
destruirnos.
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conforta» (Filipenses 4, 13). Todos nosotros podemos vencer, vencer todo,
pero con la fuerza que me viene de Jesús.
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diluvio marcó el final del pecado y el inicio de la vida nueva (cf. Génesis 7,
6-8, 22); a través del agua del Mar Rojo fueron liberados de la esclavitud
de Egipto los hijos de Abraham (cf. Éxodo 14, 15-31). En relación con
Jesús, se recuerda el bautismo en el Jordán (cf. Mateo 3, 1 3-17), la sangre
y el agua derramados de su costado (cf. Juan 19, 31-37), y el mandato a
los discípulos de bautizar a todos los pueblos en el nombre de la Trinidad
(cf. Mateo 28, 19). Fortalecidos por tal recuerdo, se pide a Dios infundir en
el agua de la pila la gracia de Cristo muerto y resucitado (cf. Rito del
bautismo de los niños, n. 60). Y así, esta agua viene transformada en agua
que lleva en sí la fuerza del Espíritu Santo. Y con esta agua con la fuerza
del Espíritu Santo, bautizamos a la gente, bautizamos a los adultos, a los
niños, a todos.
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bautismo. Es una elección responsable, que exige ser traducida en gestos
concretos de confianza en Dios. El acto de fe supone un compromiso que
el mismo bautismo ayudará a mantener con perseverancia en las
diferentes situaciones y pruebas de la vida. Recordamos la antigua
sabiduría de Israel: «Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma
para la prueba» (Eclesiástico 2, 1), es decir, prepárate a la lucha. Y la
presencia del Espíritu Santo nos da la fuerza para luchar bien.
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nueva» (Romanos 6, 3-4). El bautismo nos abre la puerta a una vida de
resurrección, no a una vida mundana. Una vida según Jesús.
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para toda la vida, sin abandonarnos nunca. Durante toda la vida el Padre
nos dice: «Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada».
Dios nos ama mucho, como un Padre y no nos deja solos. Esto desde el
momento del bautismo. Renacidos hijos de Dios, lo somos para siempre.
El bautismo, de hecho, no se repite, porque imprime un sello espiritual
indeleble: «Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado
impida al Bautismo dar frutos de salvación» (cic, 1272). El sello del
bautismo no se pierde nunca. «Padre, pero si una persona se convierte en
un bandido, de los más famosos, que mata a gente, que comete injusticias,
¿el sello no se borra?». No. Para su propia vergüenza el hijo de Dios que
es aquel hombre hace estas cosas, pero el sello no se borra. Y continúa
siendo hijo de Dios, que va en contra de Dios pero Dios nunca reniega de
sus hijos. ¿Habéis entendido esto último? Dios nunca reniega de sus hijos.
¿Lo repetimos todos juntos? «Dios nunca reniega de sus hijos». Un poco
más fuerte, que yo o estoy sordo o no he entendido: [repiten más fuerte]
«Dios nunca reniega de sus hijos». He aquí, así está bien. Incorporados a
Cristo por medio del bautismo, los bautizados se conforman, por lo tanto,
a Él, «el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8, 29). Mediante
la acción del Espíritu Santo, el bautismo purifica, santifica, justifica, para
formar en Cristo, de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Corintios 6, 11; 12, 13).
Lo expresa la unción del crisma, «que es señal del sacerdocio real y de su
agregación a la comunidad del pueblo de Dios» (Rito del bautismo de los
niños, Introducción, n. 18, 3). Por ello, el sacerdote unge con el sagrado
crisma la cabeza de cada bautizado, después de haber pronunciado estas
palabras que explican el significado: «Dios mismo os consagra con el
crisma de salvación, para que inseridos en Cristo, sacerdote, rey y profeta,
seáis siempre miembros de su cuerpo para la vida eterna» (ibíd., n. 71).
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Hermanos y hermanas, la vocación cristiana está toda aquí: vivir unidos a
Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la misma consagración para
desarrollar la misma misión, en este mundo, llevando frutos que duran para
siempre.
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explicando cuáles son las virtudes que los bautizados deben cultivar:
«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas
de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia,
soportándoos unos a otros y perdonándoos, mutuamente, si alguno tiene
queja contra otro. Como el Señor os perdonó. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor que es el vínculo de la perfección» (Colosenses 3, 12-
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elecciones, llama que calienta los corazones en el ir al encuentro al Señor,
haciéndonos capaces de ayudar a quien hace el camino con nosotros,
hasta la comunión inseparable con Él. Ese día, dice el Apocalipsis, «ya no
habrá noche, y ya no necesitaremos la luz de lámpara ni la luz del sol,
porque el Señor Dios nos iluminará. Y reinaremos por los siglos de los
siglos» (cf. 22, 5). La celebración del bautismo se concluye con la oración
del Padre Nuestro, propia de la comunidad de los hijos de Dios. De hecho,
los niños renacidos en el bautismo recibirán la plenitud del don del Espíritu
en la confirmación y participarán en la eucaristía, aprendiendo qué significa
dirigirse a Dios llamándole «Padre».
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