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Desaprender para

aprender.

David Álvarez & Adolfo Montalvo


Desaprender para aprender

Mi madre se hace mayor


Mi madre va camino de los setenta años, ya está cerca de cumplirlos. Yo todavía no he cumplido
los cuarenta, por poco. Cuando la veo hacerse mayor, lo que más me llama la atención es que no se da
cuenta de cómo están cambiando sus habilidades, sus capacidades, su forma física. O quizás sí que se
da cuenta pero no lo quiere aceptar, no lo sé. Debe de ser muy duro darte cuenta de que ya no puedes
hacer algo que antes hacías sin dificultad.

Mi madre está en buena forma. Hace unos meses fuimos a pasar el domingo a un pequeño
pedazo de tierra que tiene, nosotros le llamamos El Trozo. Hay en El Trozo unos pocos almendros y
tocaba recoger sus frutos, que se hacen cada año más escasos. Nos pusimos a ello todos los
hermanos y también mamá. Uno de nosotros se subía al árbol y lo vareaba y el resto recogían las
almendras del suelo.

De repente perdimos de vista a mamá y la encontramos subida a uno de los almendros que
queda más apartado. Mamá siempre nos cuenta cuando era pequeña e iba con su abuelo a recoger
aceitunas. Su abuelo le hacía subirse a lo más alto del árbol y le decía: “Arriba, pequeña, sube más
arriba.”, hasta recoger la última aceituna, la que quedaba en la rama más alta.

No me gusta decirle a la gente mayor lo que tiene que hacer, no me gusta tratarlos como a
niños, por eso no me sumé al coro de los hermanos que le pedían que bajase. Estoy de acuerdo con
ellos en que mamá no debería haber subido, pero mamá es todavía una persona adulta, por eso yo no
soy quién para decirle que baje.

De todos modos, episodios como este me han hecho pensar bastante en cuando yo sea mayor.
Seguro que no me daré cuenta de cómo voy perdiendo habilidades, capacidades y forma física. Me
estoy fijando y veo que le pasa a mucha gente. ¿Por qué no a mí?

En Barcelona, veo cada día a personas mayores, o no tan mayores pero escayoladas y con
muletas que cruzan las calles por cualquier lugar. Desde que he tomado conciencia de cómo nos
hacemos mayores sin darnos cuenta, he dejado de cruzar las calles por el medio e intento esperarme a
que los semáforos de los peatones se pongan en verde porque estoy seguro de que no me daré cuenta
cuando llegue el día en que no pueda cruzar las calles corriendo. Y estoy convencido también de que
aunque llegase a darme cuenta, no por ello sería capaz de cambiar un hábito profundamente arraigado.
Por eso he decidido desaprender mis malos hábitos.

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El modelo de adquisición de habilidades según la PNL

La programación neurolingüística o PNL, propone un modelo de aprendizaje en cuatro etapas:

a. Incompetencia inconsciente: incluye todo lo que no sabes hacer y que no sabes que no sabes
hacer. Todo lo que no has pensado nunca que no sabes hacer y que probablemente tampoco te
interesa aprender.

b. Incompetencia consciente: algún cambio en tu vida o en tu trabajo puede hacer que tomes
conciencia de que no sabes hacer algo. Puede ser un ascenso, un cambio de departamento o el
nacimiento de un hijo. De repente te das cuenta de que no sabes hacer algo y se despierta en ti el
interés por aprender.

c. Competencia consciente: entonces te pones manos a la obra, lees un libro, te apuntas a un


máster, estudias, te esfuerzas y poco a poco vas aprendiendo cómo se hace. Trabajas a nivel
consciente.

d. Competencia inconsciente: y finalmente lo interiorizas y empiezas a trabajar de forma


inconsciente o automática, lo conviertes en un hábito. Sabes hacerlo y parece que siempre ha sido así.

Y en el camino de una etapa a la otra hay que vencer resistencias. Como cuando cambiamos de
versión de sistema operativo en el ordenador o cuando cambiamos de programas informáticos.

Por ejemplo, supongamos que nuestro jefe ha decidido cambiar de Microsoft Office a Libre Office.

En un momento dado, no sabíamos que Libre Office existía, así que estábamos en la etapa de la
incompetencia inconsciente. La verdad es que ahí estábamos tan tranquilos y desconocíamos que
teníamos esa carencia.

Cuando nuestro jefe nos comunica que va a hacer el cambio pasamos a la incompetencia
consciente: yo no sé usarlo y me va a tocar aprenderlo, aquí puede haber un episodio de resistencia al
cambio: con lo bien que va Microsoft Office, ¿para qué cambiar?

Pero bueno, no hay manera, cualquiera convence a nuestro jefe de dar marcha atrás cuando ha
tomado una decisión, así que nos empezamos a mirar tutoriales o nos apuntamos a un curso, ahí
estamos trabajando la competencia consciente. Aquí puede aparecer la frustración: no me sale, no lo
voy a aprender nunca.

Y al cabo de un año, cuando ya llevamos un buen tiempo trabajando, ya ni nos acordamos de


los buenos de Microsoft Office, ya somos unos expertos de Libre Office y estamos tan contentos con
nuestra competencia inconsciente en el uso de este programario. Aquí uno de los peligros es creer que

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uno ya lo sabe todo y que no tiene nada que mejorar, cuando quizás no lo está haciendo tan bien. Así
es el proceso.

Lo mismo que cuando pasamos de nuestro viejo móvil o celular a un flamante smartphone,
tuvimos que pasar por todo ese proceso. O antes de los smartphone, si cambiábamos de marca de
móvil y teníamos que aprender cómo funcionaba la nueva. El menú de la anterior siempre nos parecía
más intuitivo, especialmente a los fans de Nokia. Nuestros dedos y nuestro cerebro parece que no se
acostumbran al nuevo aparato, hasta que tengamos de nuevo un hábito establecido.

Y así, tantas y tantas cosas a lo largo de nuestras vidas. Aprendizajes algunos de ellos que
siguen haciéndonos servicio y otros que han quedado obsoletos para muchos de nosotros, como puede
ser programar el vídeo.

Aprender supone pasar por todas y cada una de estas cuatro etapas y vencer en cada una de
ellas las dificultades y los miedos que llevan asociadas. Hay que desaprender las viejas formas de
hacer inconscientes, tan arraigadas en nosotros mismos que ni nos damos cuenta de ellas y aprender
unas formas nuevas de hacer pasando por hacerlas conscientes, generando un nuevo modelo de
comportamiento.

El aprendizaje a lo largo de la vida

En nuestras sociedades el aprendizaje se ha convertido en una constante a lo largo de la vida


para gran parte de la población. Atrás quedan las épocas en que la mayoría aprendía su oficio en la
juventud, ya sea directamente en el puesto de trabajo o en el centro formativo, y nunca más se
reciclaba. Pero incluso a nivel personal: las personas curiosas y que se mantienen intelectualmente
activas envejecen mejor que las que se acomodan y dejan que se lo hagan todo.

Hoy en día, si queremos ser competitivos, es fundamental que reflexionemos sobre nuestros
modos de aprendizaje, pues los vamos a necesitar durante toda nuestra carrera profesional.

Según José Mª Acosta, para aprender no basta con tener una predisposición intelectual, el
estado de ánimo es determinante a la hora de aprender. Por eso debemos poner atención en nuestras
actitudes ante el aprendizaje.

Algunas emociones pueden frenar tu aprendizaje:

La arrogancia: “Yo tengo mucha experiencia.”

La inseguridad: “Nunca voy a entenderlo. No soy capaz.”

La certeza: “Yo se cómo se hace.”

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Otras, en cambio, lo facilitan:

La apertura de mente: “Me interesa lo que pasa a mi alrededor.”

La capacidad de asombro: “¡Guau! ¡Esto no lo sabía! ¡Qué interesante!”

La curiosidad: “Quiero saber cómo funciona.”

Desaprender

Visto así, desaprender implica modificar nuestros comportamientos, nuestros marcos de


referencia y nuestros paradigmas; implica poner en duda muchas cosas que dábamos por
ciertas.

Dicho de otro modo, para aprender no es suficiente con exponerse a nueva información,
hay que revisar qué hacemos, cómo pensamos y quiénes somos, en definitiva, hay que
desaprender parte de lo que sabíamos, hacíamos, pensábamos o eramos.

Las cuatro fases de la formación

Según Oriol Segarra cualquier acción formativa que emprendamos requiere pasar por
cuatro fases:

1. Razonamiento. Debemos pensar por qué vamos a emprender este proceso formativo.
¿Qué necesidad cubre? ¿Qué aspectos de nuestro perfil va a mejorar?

2. Aprendizaje de la teoría. Debemos intentar aprender lo que se nos explica


manteniendo una actitud lo menos pasiva posible. Es fundamental interpretar y trasladar a
nuestra realidad los aprendizajes, intentando aplicar de manera inmediata lo aprendido. Hay
que traspasar los conceptos asimilados a nuestra actuación diaria de manera inmediata.

3. Práctica. La formación sin aplicación práctica no tiene demasiado sentido desde el


punto de vista laboral. Toda formación, todo aprendizaje debe de transformarse en acción,
debe de cambiar nuestros hábitos, debe mejorar nuestro perfil y nuestra manera de actuar.
Esto requiere una dosis importante de autodisciplina. Cuando volvemos a nuestro puesto de
trabajo después de una sesión de formación, nos ponemos a trabajar y nos olvidamos de lo
que hemos aprendido, por eso es fundamental que mientras nos estamos formando, estemos

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pensando constantemente en cómo vamos a aplicar estos nuevos conocimientos, si no somos
conscientes de ello, de poco servirán nuestras acciones formativas.

4. Seguimiento. Una vez finalizada la acción formativa (en nuestro caso, podría ser cada
asignatura, pero también el programa completo cuando lleguemos al final) hay que establecer
un seguimiento periódico de cómo está funcionando la aplicación práctica de los nuevos
métodos y formas de trabajar aprendidos, pues el tiempo los irá borrando indefectiblemente.

Hacer el seguimiento de esos nuevos hábitos adquiridos, de que se mantienen fieles a lo que
aprendimos y no se van corrompiendo con el tiempo.

Bibliografía

 Oriol Segarra, Los quince círculos del autoliderazgo, Gestión 2000.

 Jose Mª Acosta, PNL en una semana, Gestión 2000.

 Manuel E. Contreras, Aprender a desaprender en la búsqueda de un aprendizaje transformativo,


INDES.

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