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La acrobacia aporta múltiples beneficios al actor teatral. Ayuda a desarrollar una buena condición física, coordinación, equilibrio y conciencia corporal, lo que permite al actor controlar su cuerpo y expresarse plenamente en escena. También fomenta la concentración, disciplina y capacidad de decisión que se necesitan tanto para realizar acrobacias como para enfrentarse a los retos de la interpretación. Grandes maestros como Stanislavski y Meyerhold incluían la acrobacia en los entrenamientos actor
La acrobacia aporta múltiples beneficios al actor teatral. Ayuda a desarrollar una buena condición física, coordinación, equilibrio y conciencia corporal, lo que permite al actor controlar su cuerpo y expresarse plenamente en escena. También fomenta la concentración, disciplina y capacidad de decisión que se necesitan tanto para realizar acrobacias como para enfrentarse a los retos de la interpretación. Grandes maestros como Stanislavski y Meyerhold incluían la acrobacia en los entrenamientos actor
La acrobacia aporta múltiples beneficios al actor teatral. Ayuda a desarrollar una buena condición física, coordinación, equilibrio y conciencia corporal, lo que permite al actor controlar su cuerpo y expresarse plenamente en escena. También fomenta la concentración, disciplina y capacidad de decisión que se necesitan tanto para realizar acrobacias como para enfrentarse a los retos de la interpretación. Grandes maestros como Stanislavski y Meyerhold incluían la acrobacia en los entrenamientos actor
TEATRAL febrero 27, 2018 Publicado por Escuela Internacional del Gesto en Sin categoría
“Por extraño que pueda parecer, la acrobacia ayuda a un actor en sus
mejores momentos de exaltación y en su trabajo de creación”. Stanislavski (2009)
La acrobacia es una disciplina que considero totalmente básica en la
enseñanza y entrenamiento teatral por una serie de virtudes que aporta al actor, así como recurso adicional al abanico de herramientas del que debe disponer el mismo. La hemos visto integrada en escena en estilos como la Comedia del arte, el Kabuki, el Noh, la Ópera de Pekín, y ya en un ámbito más contemporáneo, en trabajos de Meyerhold, Lecoq y otros vanguardistas del siglo XX. Actualmente, podemos apreciarla en trabajos de danza teatro y en múltiples espectáculos de teatro posmoderno donde, como dice Lauwers (en López Antuñano 2012), “se necesita un actor cuyo cuerpo sea el centro de gravedad, no como portador de un significado sino como sustancia física con su potencial gestualidad y con un dominio grande de diferentes técnicas de actuación que conjugan distintos lenguajes procedentes de la danza, la acrobacia y variados estilos interpretativos”. Por lo tanto, su aplicación es múltiple, ya bien como herramienta dentro de escena o aplicada al entrenamiento donde ayuda, en primer lugar, al autoconocimiento cuerpo-mente del individuo y, consecuentemente, al ajuste corporal en situaciones nuevas y control ante miedos y presiones.
Grandes maestros como Stanislavski, Meyerhold, Copeau, Lecoq,
Brook, Grotowski o Barba incluían la acrobacia a sus entrenamientos. Éstos son convenientes y apropiados para el actor como paso previo a todo, en ellos se sustenta la esencia de toda técnica. Mediante un entrenamiento psico-físico se desarrollará y fortalecerá la capacidad primaria de nuestra intuición y experiencia, tanto consciente como inconscientemente. Y ¿por qué la acrobacia?, los ejercicios acrobáticos más básicos, suponen un aprendizaje relativamente rápido, pero a su vez contienen cierta peligrosidad en su ejecución si no se realizan con la concentración adecuada. Así, para el actor la acrobacia en el entrenamiento supone una barrera que podrá superar con un cuerpo consciente, el suelo lo despertará en el momento en que se relaje, como decían los actores del Odin. La acrobacia incluida en el entrenamiento aportará al actor múltiples virtudes: La primera y más básica virtud que aporta la acrobacia en el entrenamiento de un actor, es una buena preparación física (fuerza, flexibilidad, resistencia…) y el desarrollo de las capacidades corporales (coordinación, equilibrio, lateralidad…), para que el cuerpo del actor actúe al cien por cien en escena. Gracias a todo esto, el actor adquiere una conciencia corporal, sensibilidad como lo llama Brook, que hace que “sepamos controlarlo, dominarlo en situaciones difíciles, responda eficientemente a los continuos cambios de acción, las posibilidades sonoras de la voz y de la capacidad de originar y controlar una intensidad emocional instantánea que dará autenticidad al dinamismo físico” (Barba 2004). Igual que para el violinista el violín es su instrumento de trabajo que debe cuidar y controlar a la perfección, el instrumento de trabajo del actor es su propio cuerpo. Su labor es la de recrear acciones, sensaciones, pensamientos, estados de ánimo… todo a través del movimiento y de la expresividad de su cuerpo. Esto solo ha de lograrlo si posee un dominio absoluto del mismo, y dicho dominio comienza por una correcta percepción del propio cuerpo, de su movimiento y de la relación de este con el espacio que le rodea. Stanislavski propone la acrobacia porque ayuda a desarrollar la cualidad de la decisión, relacionada directamente con el acto de voluntad del propio actor. En el acto de voluntad del hacer el que actúa es realmente el actor, y debe estar preparado mentalmente, con confianza para dar ese paso adelante al lanzarse al vacío y afrontar con seguridad tanto un ejercicio acrobático de cierta peligrosidad como, aplicado a la escena y personaje, enfrentarse a ese momento clave de la obra en el que no cabe la duda, eliminando esas barreras físicas y psíquicas a las que aludía Grotowski.
La práctica de la acrobacia precisa de disciplina y concentración,
todos los ejercicios obligan a quien los realiza a mantener una concentración física y mental rigurosa para no caer al suelo y lesionarse. El actor percibe a través de la acrobacia la concentración indispensable que requiere la presencia escénica.
Toda esta serie de aspectos a menudo se trabajan de forma
inconsciente, ya bien como consecución correcta de un ejercicio dificultoso o como salvaguarda de nuestra integridad física o la de un compañero. Así, con una práctica continuada, esta serie de aptitudes se van integrando en nuestro cuerpo-mente, además de la disponibilidad; escucha de nuestro cuerpo con y en función de otros cuerpos en contacto; consciencia del espacio y visión periférica, que da lugar a un desarrollo del sentido del espacio interior y exterior, a la orientación y a la plasticidad; la consciencia de la fuerza, conociendo y asumiendo los grados de intensidad muscular como factor esencial en la relación con los matices expresivos y emocionales de un personaje en escena, de manera que la formación del actor se verá recompensada en su trabajo actoral. Por último, aclarar que la acrobacia como herramienta para la escena, en concreto la acrobacia dramática, no hace referencia a mostrar una habilidad o destreza al público con el único fin de alardear con un ejercicio acrobático de cierta dificultad y vacío de significado, eso queda para el circo u otras disciplinas escénicas. El movimiento acrobático debe convertirse en un movimiento abstracto que comunica, en una acción como expresión de un impulso interior generado por las intenciones del personaje. Las habilidades del actor (sus dotes de observación, de concentración, de análisis, su capacidad para dar y recibir, sus acciones físicas, etc. ) sólo son válidas si producen imágenes claramente plasmadas, creadas en el contexto del momento dramático. El actor debe poseer todas las habilidades necesarias para llevar esto a cabo. No basta con ser un buen actor, provisto de un vocabulario casi físico, con ser un magnífico acróbata o con tener un gran dominio de las técnicas ilusionistas del mimo si estas habilidades no confieren una base firme a su actuación. Anne