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TRAYECTO INICIAL

HISTORIA DE LA SEGURIDAD CIUDADANA

LECTURA 1. LA SEGURIDAD Y SUS AMENAZAS EN LA BAJA EDAD MEDIA


En Europa, durante la Edad Media, prevalecía el sistema feudal y existía una fuerte asociación
entre el Imperio y la Iglesia. La vida académica e intelectual se encontraba en los monasterios. En
ese contexto, durante la Baja Edad Media (S.XIII), nace uno de los sistemas más significativos en la
historia del castigo y la pena: el proceso inquisitorio, practicado por un tribunal integrado por
sacerdotes juristas para investigar la mala conducta de los clérigos (entendida como cualquier
conducta apartada de la ortodoxia). Al pasar del tiempo se fue expandiendo geográficamente y
fortaleciendo sus instituciones para investigar, perseguir y castigar cualquier tipo de herejía (por
ejemplo, oponerse a la idea del pecado, cuestionar las estructuras de poder, pro-mover la igualdad
de bienes, practicar la libertad sexual, etc).
El proceso tenía como objetivo principal de actuación la persecución y represión de la brujería y
estaba caracterizado por actuaciones secretas, escritas, en las que se decretaba la prisión
preventiva del imputado, es decir, de quien se encontrara en situación de pecado, a quien muchas
veces se le secuestraban sus bienes y se torturaba para descubrir la verdad. La tortura aparece
minuciosamente indicada para obtener la confesión o para lograr la delación de supuestos
cómplices. La investigación se iniciaba de oficio o por denuncias anónimas. Frecuentemente, se
buscaba engañar al acusado con falsas promesas y pruebas inexistentes. Si la acusada o acusado
no confesaba, se interpretaba que era efectivamente culpable pues sólo el diablo podía ayudar a
resistir la presión de la tortura. La pena final era morir en la hoguera.
Las ventajas políticas de este sistema eran muchas: permitía reprimir la disidencia política y
religiosa, mantener el orden, lograr la unidad de la Iglesia, además de procurar beneficios
económicos al poder político-religioso.
En este tipo de procedimientos fue emblemática la “cacería de brujas”, en la que el inquisidor
tenía amplios poderes para arrancar la verdad en los peores delitos (pecados) mediante la tortura.
La brujería se consideraba uno de los peores y más gravísimos pecados, contagioso e imitable,
pues según los discursos que justificaban su castigo, la brujería se fundamentaba en un pacto con
el diablo. La magia era efectuada con el auxilio del diablo para causar a los hombres muchos y
horribles daños. En general, se consideraba la negación de la fe cristiana como una grave amenaza
contra la humanidad que había que extinguir y, para ello, todo método para combatirla era
permitido. Si no se atacaba, la humanidad correría el riesgo de desaparecer, y esta grave situación
generaba una emergencia basada en el miedo que justificaba cualquier intervención por parte del
poder, bajo la creencia de que el enemigo no merece trato de persona. Justamente, una de las
características del discurso de emergencia es la magnificación de la gravedad de la amenaza.
Se decía que quien dudara del poder de las brujas, también era un hereje.
Por eso, el mismo defensor evitaba hacer una defensa demasiado calurosa para no provocar la
sospecha de pertenecer él mismo al gremio brujo. Sin duda, era una herramienta útil para evitar
cualquier intento de deslegitimar esos métodos y eliminar la disidencia.
Lo imposible y lo irreal, como el pacto diabólico, los amores con el diablo y los viajes de brujas sólo
podían adquirir apariencia de verdad gracias a la confesión de los supuestos culpables. Semejante
confesión de culpa tan sólo podía arrancarse a discreción mediante las torturas; sólo en rarísimos
casos era el inculpado suficientemente fuerte para resistirlas. Cabalmente esto se interpretaba en
su mayor perjuicio; como empecinamiento por la ayuda del diablo, provocando esta conducta
torturas repetidas y más crueles, para quebrantar y vencer la resistencia del diablo que vivía en la
bruja. Pues en los procesos de brujas quedaban derogados los principios relativos a la intensidad y
repetición de la tortura, porque la brujería era mirada como un delito de excepción (delitum
exceptum) en el cual para la prueba de culpabilidad todo
turada hasta que estés tan delgada que a través de ti se vea el sol (Radbruch y Gwinner 1955).
Entre las principales críticas realizadas a este tipo de sistema, se decía que el poder perseguir y
castigar a las brujas era utilizado para otros fines que no se revelan, que se mostraba indiferencia
frente al dolor ajeno, que era el poder religioso el que decidía quiénes eran consideradas o
considerados una amenaza y que una vez capturada la amenaza, se abrían espacios policiales de
arbitrariedad y corrupción en los que participaban los príncipes (poder político) a través de la
confiscación de los bienes. También se critica el intucionismo policial, según el cual, los
inquisidores aseguraban la culpabilidad de las brujas mediante argumentos intuitivos o subjetivos
(equivalente a lo que llaman algunos “olfato policial”), que valía como prueba de cargo.
Referencia bibliográfica:
Radbruch, G. y Gwinner, E. (1955). Historia de la criminalidad.
(Ensayo de una criminología histórica). Barcelona, España. Bosch.
Zaffaroni, E. (2004). Origen y evolución del discurso crítico en el Derecho Penal. Buenos Aires.
Ediar.
LECTURA 2. LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL CONTROL SOCIAL EN VENEZUELA
Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (hasta 1958) hubo fuertes restricciones de las
libertades y garantías civiles y políticas, y en momentos de crisis políticas y sociales el aparato
policial asumió un rol protagónico en el mantenimiento del orden público, funcionando
abiertamente como el arma principal del poder político del Estado y soporte en el cual descansaba
el régimen dictatorial, cediendo al proceso de politización, participando activamente en el
funcionamiento del sistema político como una “fuente de información objetiva del poder”. La
violencia institucional se impuso ante la necesidad de cumplir con el principal atributo del aparato
policial, el cual era el mantenimiento del orden público (político), fortaleciéndose un modelo
policial autoritario en el que los intereses sociales quedaban subordinados a los políticos. Hasta el
final del período, se desplegó una brutal represión, particularmente contra la clase obrera y los
partidos disidentes.
El fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en 1958, no supuso el final de la represiva y
violenta historia política venezolana. Venezuela, a diferencia de otros países latinoamericanos,
escapa al autoritarismo burocrático característico de los regímenes militares de la década de los
sesenta y setenta, pero la ideología del control y la represión se mantendría, sólo que vestida de
civil.
A partir de los años sesenta penetra definitivamente en Venezuela -así como en otros países
latinoamericanos- la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), que definía los problemas de
subsistencia y mantenimiento de la soberanía que se presentan en todo Estado nacional (García
Méndez 1987). A través de esta Doctrina, los cuerpos militares y policiales venezolanos
adquirieron conceptos y herramientas ideológicas y operativas para actuar contra los disidentes
políticos, considerados enemigos internos.
Esta nueva concepción de seguridad surgida a partir de la Segunda Guerra Mundial “introduce
cambios sustanciales en las referencias teóricas de los planificadores de las políticas de seguridad
de los países del continente latino-americano” (Manrique 1996:41). El impacto que tuvo en
Venezuela se siente con fuerza durante los primeros años de esta década, como consecuencia de
la “recepción de ideas de origen principalmente argentino y brasileño, transmitidas a través del
Colegio Interamericano de Defensa de Washington y que van a influir decisivamente sobre la
doctrina y metodología de planificación de la Seguridad y Defensa que se van a difundir en el país”
(Rey 1998:168). Desde entonces, el aparato represivo del Estado adquirió conceptos y
herramientas, tanto ideológicas como operativas, para actuar contra los disidentes políticos. Para
Bergalli 1983, en todo el continente, la política criminal que emerge de la DSN es una política del
miedo, del terror de Estado.
El politólogo Miguel Manrique distingue, dentro del esquema de la seguridad nacional, lo que será
la distribución de funciones entre los Estados dependiendo del poder de cada uno de ellos- para
asumir la responsabilidad de resguardar la seguridad nacional. En este sentido, señala que “El
Estado eje del hemisferio tiene la responsabilidad de la seguridad exterior del conjunto del
sistema; en cambio, los Estados con menos poder se encargan, básicamente, de garantizar su
seguridad interna; la cual podría verse amenazada por los efectos de la “Estrategia Indirecta del
contrario” (1996:23). En este sentido y para los Estados menores en poderío, por decirlo de alguna
manera, la inseguridad nacional se traduciría en la amenaza interior a la estabilidad política de
esos Estados.
Entonces, apoyados en la DSN y amparados en la suspensión de las garantías, actuaron los cuerpos
de seguridad del Estado en la procura del mantenimiento del orden interno y como respuesta a las
protestas populares (mu-chas de ellas a raíz de la misma suspensión de garantías
constitucionales). Las políticas gubernamentales se centraron en la búsqueda de la estabilidad
democrática y en el combate contra el comunismo.
Mientras una nueva Constitución es promulgada en 1961 -caracterizada por el equilibrio de los
poderes del Estado, por consagrar los más avanzados derechos fundamentales y por establecer la
armonía entre los derechos de los ciudadanos y las necesidades sociales- se desempolva y renueva
el viejo aparato de represión política (el mismo del que fueran víctimas durante la dictadura los
integrantes del partido de gobierno), sólo que con otro nombre y bajo otra autoridad.
El gobierno de Betancourt se ve gravemente afectado por la lucha de los distintos movimientos
sociales y repetidas rebeliones militares que ocupan la atención del gobierno, trayendo como
consecuencia la periódica suspensión de las recién estrenadas garantías constitucionales. Los
nuevos cuerpos de seguridad del Estado actuaron apoyados en la DSN y amparados en la sus-
pensión de las garantías, en la procura del orden público y como respuesta a las protestas
populares (muchas de ellas a raíz de la misma suspensión). Las políticas gubernamentales se
centraron en la búsqueda de la estabilidad del recién instaurado régimen democrático.
La DSN le otorgaba a la seguridad interna un valor supremo, en el que el objetivo de guerra era el
“enemigo” (disidente), al cual había que neutralizar y reducir. En los momentos de crisis política
descritos, el nuevo gobierno democrático fue capaz de violar los mecanismos jurídicos e incluso
ideológicos que ellos mismos habían creado para asegurarse la adhesión popular, utilizando contra
la sociedad los instrumentos de coerción y violencia propios de los re-gímenes autoritarios.
Según Maza Zavala y Malavé, durante el gobierno de Betancourt se negó la audiencia a
planteamientos de verdaderas reformas, se clausuró el espacio político de la izquierda
revolucionaria y se quebrantaron los términos de la “re-presión tolerable” (1980:20-21). En este
sentido, y ante las constantes manifestaciones de malestar social y de protestas colectivas, el
gobierno democrático revive la represión sistemática sobre los partidos disidentes y declara la
censura política, ilegalizando algunos partidos de izquierda. Al rechazo político del gobierno siguió
la declaración abierta de la lucha armada comunista. Mientras partidos de izquierda eran
censurados, los grupos gubernamentales de presión política continuaron actuando y la acción
política vio¬lenta contrarrevolucionaria se fortaleció. Gobierno y oposición utilizaron la violencia
como medio de comunicación, estableciéndose, de esta manera, un círculo vicioso y destructivo
que, al menos para el Estado y algunos centros de poder, puede resultar funcioinal, por cuanto
puede justificar la reacción,
la emergencia y la represión. En este contexto la violencia, como reacción al conflicto, fue la
opción elegida por el gobierno para “calmar los ánimos”, y mientras se exaltaban los atributos del
Ejército como “garante de la integridad territorial de la Nación, protector de la Constitución, de las
leyes y de los gobiernos del pueblo”, éstos -junto al renovado aparato de violencia- respon-dieron
respaldando las políticas represivas del gobierno.
Consecuentemente, las medidas gubernamentales en materia de seguridad se tradujeron en
mayores dotaciones para las Fuerzas Armadas Nacionales, en el llamamiento a las filas de nuevos
contingentes para asegurar el orden público y en la intensificación de la lucha antiguerrillas (Ve-
lásquez y otros 1980).
A pesar de los intentos de racionalizar la violencia estatal -justificada por algunos por la amenaza
permanente al sistema democrático y al sistema económico capitalista- el fracaso de la legalidad y
de las instituciones demo-cráticas en general se puso en evidencia a través del terrorismo de
Estado, la utilización masiva de los recursos de fuerza y la impunidad.
Durante los gobiernos siguientes, la figura del Estado interventor se intensificó y fortaleció, los
innovadores programas económicos se caracterizaron por el olvido y ,en cuanto al papel del
Estado con respecto a la seguridad nacional, habiendo disminuido considerablemente la existencia
de focos guerrilleros y aumentado la participación de los partidos políticos en el fortalecimiento de
la democracia, las fuerzas represivas del Estado se abocaron a la búsqueda de un nuevo enemigo
interno, ya no político. En este estado de cosas, la violencia institucional toma nuevos tintes, ahora
menos políticos, pero mucho más generalizada.
Referencia bibliográfica:
Tomado de Núñez, G. (2006). Orígenes y desarrollo del aparato policial venezolano. En Revista de
Ciencias Políticas Politeia. Nº 37, vol. 29.

LECTURA 3. EL ORDEN Y LA SEGURIDAD EN UN CONTEXTO GLOBALIZADO

Los cambios económicos, tecnológicos, sociales y de otra índole que propician el fenómeno de la
globalización están creando nuevos espacios, nuevas formas de conflicto que se suman a los ya
existentes, y en consecuencia abren nuevas vías de resolución de los mismos. Ello ha modificado el
concepto y sentimiento de seguridad y, por ende, las condiciones y el entorno en que se pueden
desarrollar las políticas de seguridad.
Los fenómenos de globalización abren una nueva perspectiva sobre los espacios de la seguridad
pero, por otro lado y como la otra cara de la misma moneda, la toma de consciencia cada vez
mayor de los ciudadanos respecto de sus derechos y el incremento de la conflictividad
-especialmente urbana-ha generado una demanda creciente de seguridad en los espacios más
reducidos. Ante esta situación ya no son válidos los viejos esquemas políticos y organizativos
centralizados. Se requiere mayor agilidad y celeridad de respuesta, más interacción entre los
diversos actores. Estamos ante cambios en la estructura social y política que pasan por conceptos
como comunidad y prevención, que generan nuevas formas de relación entre las esferas pública y
privada y cuestionan el monopolio estatal de la violencia.
Tradicionalmente, el orden público, entendido como actividad meramente puntual y represiva de
ciertas acciones, está comprendido por un conjunto de técnicas y procedimientos, generalmente
de corte policial-represivo, con el fin de evitar que personas o grupos concretos provoquen
alteraciones que impidan de manera forzada el libre ejercicio de los derechos y libertades
de los demás ciudadanos. Se trata de un mantenimiento del orden que se diferencia de la actual
tendencia a concebir el orden público en el marco constitucional, entendido como un conjunto de
principios constitucionales que garantizan el ejercicio de derechos y libertades en el marco del
Estado Social y Democrático de Derecho. No tiene nada que ver con la idea de una actividad, sino
que se trata de principios informadores de un sistema político y sus garantías. Es, por tanto,
radicalmente distinto del orden público tradicional.
La seguridad ciudadana, por otro lado, se refiere a una garantía (prevención, protección o en su
caso reparación) de la integridad y el legítimo disfrute y posesión de sus bienes por parte de los
ciudadanos, como realización efectiva del ejercicio de los derechos y libertades. Su desarrollo se
logra a través de políticas aplicadas.
Referencia bibliográfica:
Amadeu Recasens. (2007). La seguridad y sus políticas. Barcelona, España. Editorial Atelier.
Tomado de: Material didáctico de la Unidad Curricular “Historia de la Seguridad” del Programa
Nacional de Formación Policial y adaptado con fines pedagógicos para este material.
Establezcamos diferencias entre orden público, conflicto social y seguridad ciudadana. Lee y
escribe.
Ahora; con las lecturas realizadas, las respuestas dadas a las preguntas generadoras y utilizando
nuestras propias palabras en las siguientes líneas redactemos y escribamos el informe:
Según el grupo, ¿cómo incidieron las prácticas represivas del pasado en la historia reciente de
nuestro país? Escribamos.

LECTURA 4 LA ILUSTRACION
La ilustración fue un movimiento intelectual y reformista promovido por pensadores de los siglos
XVII y XVIII que planteaban serias críticas al sistema instaurado en la modernidad, en el que un
sistema estatal despótico crecía y se fortalecía cada vez más desvinculado del pueblo, y en el que
la idea de seguridad giraba alrededor de intereses dominantes del poder político y económico y a
espaldas de la población más vulnerable. En ese contexto, el filósofo inglés John Locke promueve
el reconocimiento de los derechos naturales (para salvaguardar la vida, la libertad y las
posesiones) como límite del accionar de los gobiernos, asegurando que el Estado sólo existe para
asegurar esos derechos.
En este mismo sentido, el autor italiano Cesare Beccaria (1738-1794) promovió un concepto liberal
de seguridad desde el cual se prevé un Estado limi¬tado, un Estado de derecho cuyos límites
surgen de la ley. Desde este sentido garantista, el Estado debía respetar los derechos de las
personas, es decir, garantizar su seguridad, la seguridad de sus derechos. En cuanto al castigo, una
forma de garantizar esos derechos era a través de leyes claras y escritas para reducir la
arbitrariedad, con penas determinadas, modernas (lo cual implicaba suprimir el tormento y la
tortura), castigando hechos concretos y no
personalidades (formas de ser), entendiendo que el sujeto que infringía la ley era un ser racional,
con capacidad de decidir.
Lamentablemente, durante los siglos XIX y XX esta idea de seguridad de todos frente al Estado y la
garantía de la seguridad de los derechos en general había sido desplazada por la ideología de la
defensa social, según la cual el individuo es un ser enfermo, que atenta contra la sociedad, sin que
fueran consideradas las injusticias sociales producidas por la revolución industrial, que mostraba
que a una mayor acumulación de riqueza seguía una gran acumulación de miserias. El sistema
capitalista comienza a manifestar crisis, pero sin cuestionar el orden social ni económico como
generador de desigualdades, se le asigna el atributo de “peligrosos” a los pobres (considerados
biológica y antropológicamente predeterminados al delito), justifican-do actuaciones de corte
autoritario por parte de los Estados que proponían, entre otras cosas, penas indeterminadas y
pena de muerte contra los considerados incorregibles.
La aplicación de estas ideas securitarias se dio durante el nacionalsocialismo alemán, cuando se
consideraba que la mejor solución para los asociales (quienes se apartaban de los valores y
principios de la sociedad, tanto porque cometían delitos como porque llevaban una vida disoluta,
de vagabundaje, mendicidad o refractaria al trabajo) era la aplicación de medidas esterilizadoras
para evitar la procreación y reproducción de estas personas, a las que se internaba en casas de
trabajo y campos de concentración para aprovechar su fuerza de trabajo y luego exterminarlas.
También leyes autoritarias, que promueven la arbitrariedad policial y la “aplicación injusta de la
justicia”, que criminalizan la vagancia y la pobreza, se produjeron en Europa y en América Latina,
por considerarlas una amenaza para la seguridad (por ejemplo, las leyes de vagos y maleantes).
Referencia bibligráfica:
Giner, Salvador. (1999). Historia del pensamiento social. Barcelona, España. Ariel.
Pavarini, Massimo. (1998). Control y dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto
hegemónico. Madrid. Siglo XXI.
Muñoz C, Francisco. (2006). La esterilización de los asociales en el nacional socialismo. ¿Un paso
para la “solución final de la cuestión social?. Buenos Aires. Ediar.
Tomado de: Material didáctico de la Unidad Curricular “Historia de la Seguridad” del Programa
Nacional de Formación Policial y adaptado con fines pedagógicos para este material.
LECTURA 5. POLÍTICA DE SEGURIDAD CIUDADANA
Los cambios del Estado venezolano a partir de 1999, luego de la promulgación de la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, proponen redimensionar la tradicional idea de
ciudadanía, que más allá del reconocimiento expreso de unos derechos, se consolida con su
ejercicio.
La perspectiva teórica en políticas de seguridad ciudadana se estima de gran valor, en tanto que la
evaluación de los contenidos y resultados de los mecanismos de intervención del Estado a través
del Derecho penal para garantizar la protección de la seguridad ciudadana, genera valiosa
información sobre la organización y funcionamiento de las instancias del sistema de justicia penal,
y resulta fundamental para desarrollar herramientas que permitan la ejecución de prácticas,
orientadas al logro de los objetivos de una política de seguridad ciudadana en el marco del Estado
social y democrático de derecho, evitando el grave riesgo de acudir a políticas que signifiquen
retomar la herencia de una larga tradición política arraigada en el orden público, o ser presa de
nuevas políticas que emergen de tendencias punitivas globalizadas, que suponen la
homogeneización de las políticas públicas de seguridad, pudiendo desembocar en modelos y
prácticas no solamente ajenos a la realidad social venezolana, sino contrarios a los imperativos
éticos configurados en la Constitución.
Ambas perspectivas apuntan a la severidad de la política penal en su conjunto y se encuentran
vinculadas al uso ineficaz del poder, y ante la creciente necesidad de relegitimación del Estado a
través de la política pública de seguridad.
Del orden público a la seguridad ciudadana
En la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) de 1999 se consagra por
primera vez a nivel constitucional la seguridad ciudadana (artículo 55), entendida en sentido
amplio como la protección de los derechos, libertades y garantías constitucionales. Ello implica -al
menos conceptualmente- la superación del tradicional modelo de seguridad basado en el orden
público acuñado durante largo tiempo en el país, que garantizaba sobre todo el normal
funcionamiento de las instituciones del Estado y bajo el cual se protegía (distorsionadamente) el
orden económico y político, tanto en gobiernos dictatoriales como democráticos, incluso por
encima de los derechos y garantías civiles (Núñez 2001).
A partir de 1999, el constituyente parece redefinir las relaciones entre el individuo y el Estado en
materia de seguridad, en el seno de un modelo constitucional propio de un Estado democrático y
social de derecho y de justicia “que propugna como valores superiores de su ordenamiento
jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia,
la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el
pluralismo político” (Artículo 2, CRBV).
La amplia gama de derechos reconocidos en la Constitución no sólo tiende a fortalecer la
tradicional noción de ciudadanía, sino que también es una franca invitación a la seguridad,
suponiendo que, ante cualquier amenaza o coerción ilegítima contra la libertad y los derechos,
prevalecerá el orden constitucional (Borrego 2002). La introducción de este nuevo concepto en
materia de seguridad debía representar un aliciente para la sociedad venezolana y una guía para
las políticas públicas a desarrollar por la nueva República entrado el nuevo milenio, quebrando la
trágica historia de control del Estado, atacando un fenómeno presente en las sociedades
modernas -la inseguridad- y asumiendo el reto de garantizar la seguridad de los derechos de sus
ciudadanos, reto para el cual cualquier política de Estado basada en el modelo del orden público
resultaría ineficaz.
Siendo así las cosas y siguiendo el esquema de conceptos contrarios expuesto por Recasens 2000,
frente a un modelo basado en el orden público, que tenga como objetivo fundamental perpetuar
la norma y mantener la autoridad, y como misión, forzar la obediencia de los ciudadanos a la
norma, se contrapone un modelo basado en la seguridad ciudadana, que tendría como objetivo
preservar derechos y libertades, a la vez que se ofrece un servicio público a la ciudadanía, y cuya
misión fundamental sería la protección de la seguridad de los ciudadanos, todo ello en procura de
una mejor calidad de vida.
En este sentido, la seguridad ciudadana -siguiendo a Zuñiga- viene a ser un “concepto instrumental
para el desarrollo de los derechos funda-mentales” (1995:459) y el orden público, un instrumento
al servicio de la seguridad, pero nunca un fin en sí mismo.
Evidentemente, el sentido que asume la seguridad ciudadana en cuanto a la conservación,
fomento y protección de los derechos y libertades de los ciudadanos, dista mucho del tradicional
concepto de orden público. Entendiéndola como una garantía más del actual modelo de Estado, a
través de la seguridad ciudadana, la democracia venezolana intenta con-solidarse en función de la
garantía de los derechos y asume tácitamente como compromiso el mantenimiento de la vigencia
de los mismos.
Desde este punto de vista, se abren nuevas puertas para el desarrollo de una democracia de la
ciudadanía, entendida como una manera de organizar la sociedad con el objeto de asegurar y
expandir los derechos de los cuales son portadores los individuos (PnUD 2004:54). En un sistema
tal, la violencia y la inseguridad son consideradas como una seria amenaza para la estabilidad
democrática y para la gobernabilidad, no sólo porque ponen en evidencia las limitaciones del
Estado para erigirse como garante de los derechos reconocidos como democráticos, sino porque
tal situación genera rechazo social hacia el sistema político y hacia las decisiones de los
gobernantes y representantes políticos. En tal escenario, el efectivo desarrollo de la noción de
ciudadanía basada en el ejercicio de los derechos agoniza, frente a la falta de protección y garantía
de esos mismos derechos (ver Pulido 2000).
Si se considera que “en un Estado Democrático, la seguridad es sólo concebible en tanto que
deber de protección del Estado en relación con los derechos” (Rosales 2002a:300) y que la medida
del desarrollo de una democracia está dada por su “capacidad de dar vigencia a los derechos de
los ciudadanos” (PNUD 2004:50), entonces un contexto de inseguridad, que amenace la vigencia
del Estado de Derecho, representaría un grave déficit democrático a superar.
Democracia, ciudadanía y seguridad ciudadana son conceptos que deben ser desarrollados, y su
cristalización depende de condiciones sociales, políticas, económicas, culturales e institucionales,
que serán determinantes para el fortalecimiento (o debilitamiento) del Estado social y
democrático de derecho. Ahora bien, el contenido de estos conceptos (democracia, ciudadanía y
seguridad ciudadana) no se agota con el reconocimiento expreso de unos derechos y de unas
libertades.
La seguridad ciudadana y las políticas públicas
El marco constitucional y la consecuente regulación de aspectos sociales, políticos y civiles, entre
otros, implica la ampliación del campo de acción del Estado, en el sentido en que se ve
incrementada su actividad e intervención en algunos asuntos. Esto implica importantes
transformaciones en las distintas áreas de acción del Poder Público Nacional y en la estructura del
Estado venezolano en general.
En el proceso de reforma del Estado y en la redefinición de un sistema tendente a garantizar la
seguridad personal de los ciudadanos, las políticas públicas juegan un papel fundamental y se
propone considerarlas para este estudio como unidad de análisis, no sólo del sector público y del
Estado nacional en general, sino del Gobierno Nacional en particular, siendo éste considerado
como la unidad estratégica del sistema político (Bouza-Brey 1996) y como un instrumento para la
realización de las políticas públicas (Lahera 2002).
Si bien la seguridad ciudadana es una responsabilidad concurrente de los distintos ámbitos político
territoriales del poder público y así lo prevé la CRBV- la política nacional de seguridad ciudadana
representa un buen revelador de las prioridades y valores del Estado en el tratamiento específico
de la materia y, en general, de los objetivos del sistema político como parte del sistema social
global. Al fin y al cabo, “lo importante para caracterizar a un gobierno no son los criterios
tradicionales de quién y cómo se ejerce el poder, sino el contenido de las políticas públicas” (Rey
1998:3).
Ciertamente, cuando se habla de seguridad ciudadana, se ven involucrados distintos actores:
distintas instancias públicas y privadas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales
y ,sobre todo, la sociedad civil como parte importante para la solución de los asuntos públicos; sin
embargo -y muy especialmente- son las actividades desarrolladas por (y desde) el Estado las que
ponen a prueba la coherencia política e institucional de todo el sistema, por cuanto el desarrollo
de la política de seguridad requiere de la intervención de una multiplicidad de organismos y, en su
debida articulación, el Estado tiene una gran responsabilidad. Específicamente a los organismos
del Poder Público Nacional (Asamblea Nacional, Ministerio del Interior y Justicia, Ministerio
Público y Tribunales de la República entre otros) les corresponde desempeñar un papel
fundamental en el desarrollo de la política nacional de seguridad.
A los fines de hacer una aproximación al tema de estudio, se entiende que una política nacional de
seguridad ciudadana comprende -en sentido restringido- todos aquellos programas, proyectos y
actividades destinadas a disminuir los índices de criminalidad, llevados a cabo por el gobierno
nacional, a través de cualquiera de las ramas del Poder Público.
Tanto en su planteamiento como en sus resultados, la política nacional de seguridad debe ser
valorada en cuanto a su eficiencia en la prevención de la criminalidad y la violencia, en la
legitimidad de los medios empleados y, sobre todo, por el respeto de los derechos humanos.
Deben ser criterios a considerar, de forma transversal, para la evaluación de la política venezolana
en la materia.
Muchos han sido los planes de seguridad desde la entrada en vigencia de la Constitución del 99;
sin embargo, los planes no garantizan el cumplimiento de la política pública, pues formular una
política es una cosa y poder asegurar la intervención que ella requiere es otra (Lahera 2002), y es
importante tener en cuenta que, en este proceso, intervienen variables políticas, sociales,
económicas y culturales que determinan el desarrollo de esa política.
La política de seguridad ciudadana se presenta entonces como producto de un proceso que se
desarrolla en un tiempo y marco específico que van definiendo el tipo y el nivel de los recursos
disponibles y empleados, y en el que a través de complejos esquemas de interpretación y de
juicios de valor, se va definiendo tanto la naturaleza de los problemas planteados como las
orientaciones de la acción en materia de seguridad.
La complejidad social, las demandas de seguridad ciudadana y el modelo de Estado venezolano
imponen un gran reto: el desarrollo de un nuevo modelo de seguridad basado en el paradigma de
la protección de los derechos humanos (Baratta 2000; Aniyar 2005). Esto es así, sobre todo cuando
no pueden ocultarse más las profundas desigualdades sociales existentes y donde el sistema penal
ha servido de instrumento para profundizar esas desigualdades; nada más lejano a la ideología del
Estado social de derecho.
Un nuevo enfoque de seguridad ciudadana implica más que un reto, un desafío cultural, y las
mismas características que ha asumido la función gubernamental invitan a reflexionar sobre qué
concepto de seguridad se está manejando, qué uso se le está dando a la capacidad de go¬bernar,
cómo y cuáles han sido los recursos empleados, para así plantear los procesos de reformas
necesarios a ser desarrollados en el marco de unos objetivos y mecanismos éticos para cumplir las
metas trazadas.
Un nuevo enfoque en la política legislativa de seguridad ciudadana requiere la conciencia de que
ésta no puede apoyarse más en el pensamiento conservador, cuyas líneas principales se
desarrollan casi exclusivamente alrededor del control punitivo.
Referencia bibliográfica:
Tomado de Gilda Núñez. (2006). Política de seguridad ciudadana en Venezuela. Especial referencia
al desarrollo jurídico penal. En Capítulo Criminológico, vol. 34, Nº 3.
Tomado de: Material didáctico de la Unidad curricular “Historia de la Seguridad” del Programa
Nacional de Formación Policial y adaptado para fines pedagógicos de este material.

LECTURA 6. HISTORIA POLICIAL DE VENEZUELA


Fue el 10 de Marzo de 1810 cuando la Junta Suprema de Caracas recomienda crear un cuerpo
armado para la salva y custodia del Congreso, configurándose el mismo el 9 de Marzo de 1811, al
crearse una Compañía denominada Guardia Nacional. En Julio de ese mismo año se le atribuye,
además, un Servicio Rural para proteger a los propietarios de tierras y evitar robos y crímenes.
En Venezuela la Policía Rural es centenaria y fue concebida como un cuerpo armado, con base en
un esquema militar cuyas funciones estaban orientadas para operar con represión.
Luego de la independencia y bajo el amparo de la Constitución de 1811, se buscaba establecer el
orden y que los habitantes adquirieran conciencia ciudadana y se reconocieran en la nueva
República.
En su génesis, los primeros cuerpos policiales se desempeñaron a pie.
Más tarde, se dotó de caballos y se uniformó con mudrines alemanes, una especie de traje con
capa que se complementó con sombrero y espada, “para que haga respetar su carácter”, indica el
decreto de ley.
Sus atribuciones fueron aprehender a los infractores, recolectar impuestos, señalar a los
sospechosos de rebeldía, cuidar mercados, alumbrar y empedrar calles.
Con motivo de la desaparición de la Primera República, la Guardia Nacional es olvidada por
carencia de recursos. En 1820 vuelve a resurgir en el panorama Independentista con el triunfo de
las Armas en Carabobo.
En 1839, desaparece esta primera Guardia Nacional. La institución resurge nuevamente bajo al
mandato del General José Antonio Páez en el año 1841, denominándose La Guardia Nacional de
Policía cuya función era la seguridad y el orden, especialmente del medio rural, además la misma
tenía unas funciones adicionales como evitar crímenes, la protección de la vida de las personas y
de sus bienes y la vigilancia y custodia de los presos. Debido a la carencia de recursos económicos
para su mantenimiento, ésta desaparece por medio de la derogación de la Ley que la creó en el
año 1847.
En 1915 surge un aparato policial embrionario conocido como “La Sagrada” una policía secreta,
centralizada, politizada, consagrada al mantenimiento y la supervivencia del gobierno gomecista y
que escapaba al proceso de burocratización del Estado. A través de la información recaudada por
los agentes de “La Sagrada”, se lograba un control más amplio a través del cual era posible
detectar y reprimir a los enemigos políticos que pudieran amenazar con alterar el orden.
Con la muerte de Gómez desaparece “La Sagrada”, los cuerpos policiales de algunos estados y del
Distrito Federal se abocaron al resguardo del orden público.
El 10 de mayo de 1938 se inicia la creación de la Escuela Municipal de la Policía Montada.
El Servicio Nacional de Seguridad marcó la pauta en el desarrollo institucional de la policía
venezolana, significó el desarrollo de los cuerpos policiales frecuentemente centralizados,
rígidamente jerarquizados, con cobertura en todo el territorio nacional y con estilos militarizados
de gestión.
Concebido legalmente como una institución autónoma de carácter apolítico y técnico, el Servicio
Nacional de Seguridad es perfeccionado como cuerpo investigador en 1946 (aunque no sufre
cambios significativos en su organización) con asesoría de la Seguridad Nacional francesa.
Es así como durante el mandato de la Junta Revolucionaria presidida por Rómulo Betancourt,
desde la cual se ordena la disolución de las policías municipales que fueron reorganizadas durante
el Gobierno de Medina Angarita (1941-1945).
Surge la Seguridad Nacional, que como aparato policial se distinguirá aún más por su estructura
piramidal, altos niveles de burocratización y escasa flexibilidad y permeabilidad ante las exigencias
sociales.
En este punto es importante destacar la doble dimensión de la función policial, según la cual, por
un lado, se protegerían importantes objetivos para el conjunto social, así como los derechos de las
personas reconocidos en la Constitución y las leyes, y por el otro también cumpliría determinados
objetivos políticos, a través de la preservación del orden público y el mantenimiento de un grupo
en el ejercicio del poder político.
Marcos Evangelista Pérez Jiménez creó en 1952 la fuerza de la “Seguridad Nacional” (Policía Civil
subordinada al Gobierno); sin embargo, no fue probada judicialmente su responsabilidad personal
en tales hechos ocurridos en la Historia.
Desde este punto de vista, el ejercicio de toda función policial se debate naturalmente entre
motivaciones políticas y sociales, pero será la ruptura de este equilibrio en beneficio de la lógica
política, orientada principalmente hacia la protección de las instituciones y autoridades políticas
establecidas, lo que, como se tratará más adelante, definirá y consolidará el desarrollo del aparato
policial en Venezuela.
En 1956, se creó la Escuela Municipal de Policía y fue trasladada al Km. 23 de El Junquito.
En 1958, cambia su denominación por Centro de Instrucción Policial, según Gaceta Municipal Nº
11.740 de fecha 08 de noviembre del mismo año.
Finalizada la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, la policía
municipal de aquel entonces fue desintegrada, para abrir paso a otro sistema de vigilancia
democrática. Uno de los objetivos inmediatos fue la reestructuración de todas las policías a nivel
nacional.
La formación de los funcionarios policiales estaba a cargo de la antigua Escuela de Policía de El
junquito y para el 30 de Mayo de 1959, se graduó el primer curso mixto de agentes, donde 50
hombres y 24 mujeres recibieron su cargo de funcionario en la promoción “5 de Julio de 1811”.
Este grupo de mujeres fue el pionero de la creación de la Brigada Femenina, que ocurrió ocho años
más tarde.
Dicho programa se denominó “Alianza para el Progreso” y ya para el año 1961 llego a nuestro país
una misión de Carabineros de Chile, con la misión de brindar asesoría a la policía de aquel
entonces. Dicho programa y la misión de Carabineros de Chile que se encontraban en nuestro país,
generó un detallado estudio de la situación del cuerpo de seguridad y solicitaron al gobierno que
se dictara una ley u ordenanzas, que hasta los momentos no existía, que fuera base legal de la
policía.
Para el año 1964 la policía cuenta con una ordenanza en la que se especifican las jerarquías del
personal, planes de vigilancia, estructuración del batallón, reglamento sobre funcionamiento,
entre otras materias relacionadas con la misión del cuerpo de seguridad. Todo esto va dándole
otra forma y estructura a la policía de entonces.
La policía en la ciudad de Caracas fue evolucionando como una policía municipal, que transitó por
los pasajes de la dictadura, pero en definitiva, durante el periodo democrático, y más
específicamente a partir de 1969, durante el primer mandato gubernamental del doctor Rafael
Caldera, es cuando comienza a sentarse las bases de la Policía Metropolitana que hoy tenemos.
En 1969, durante la primera gestión del doctor Rafael Caldera, se crea formalmente la Policía
Metropolitana, el acto se llevó a cabo el 21 de diciembre, en esta oportunidad se firma un
convenio Constitutivo entre los Gobernadores del Distrito Federal, del estado Miranda y la Policía
Municipal, para ejercer con mayor eficiencia las funciones y ampliar su radio de acción.
El 9 de Octubre de 1981 según Decreto Presidencial 1.232 eleva su categoría a Instituto
Universitario de la Policía Metropolitana, ofreciendo la carrera de Técnico Superior Policial y el 17
de marzo de 1987, según resolución N° 184 del Ministerio de Educación es autorizado para
impartir la Carrera de Licenciado en Tecnología Policial en las menciones Administración Policial y
Sistemas de Seguridad.
En 1985 se inició el proceso de nivelación de los oficiales de policía a Técnico Superior Policial.
En 1993, por autorización del Ministerio de Educación mediante un oficio N° 00001683, se inicia la
administración de Licenciatura en Tecnología a los oficiales de carrera activos y jubilados de la
Policía Metropolitana.
En 1996 se aprueba el rediseño del Plan de Estudios de la Licenciatura en Tecnología Policial y su
cambio de denominación por Ciencias Policiales mención: Seguridad y Orden Público.
El 18 de septiembre de 1996, mediante oficio N°. 00003967 emanado de la Dirección Sectorial de
Educación Superior se autoriza al Instituto Universitario de la Policía Metropolitana para la
“implantación del diseño curricular modificado de la carrera, que de acuerdo a lo planteado en el
informe se cambia su denominación y orden público”, a partir del año lectivo 1996-1997.
Tomado y adaptado para este material de: “Historia policial venezolana”. Disponible en:
http://historiapolicialdevenezuela.blogspot.com/

LECTURA 7. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL EN VENEZUELA A PARTIR DE LA


CREACIÓN DEL CUERPO TÉCNICO DE POLICÍA JUDICIAL, AÑO 1958.
La investigación de los delitos de acción penal en Venezuela, a mediados del siglo XX, se
institucionaliza el 20 de febrero de 1958 cuando el presidente provisional de la Junta de Gobierno
Contralmirante Wolfgang Larrazábal, dentro del esquema político del momento, promulga el
decreto N° 48 con Fuerza de Ley, que estableció la base legal para la creación de un Cuerpo de
Policía especializado para la investigación de los delitos de Acción Penal. Organismo que
dependería del Ministerio de Justicia asignándosele el nombre de Cuerpo Técnico de Policía
Judicial.
Asumió la dirección de este nuevo cuerpo de investigación criminal el Abogado Rodolfo Plaza
Márquez; constituyéndose su estructuración y organización para ese momento difícil, debido a
que la policía político civil que le antecedió denominada Seguridad Nacional al momento de ser
desmantelada, como consecuencia del derrocamiento del gobierno del General Marcos Pérez
Jiménez, no contó con una edificación adecuada ni un instituto académico para la formación
científica de los investigadores.
El Cuerpo Técnico de Policía Judicial empezó a funcionar en un pequeño local del centro de
Caracas ubicado en el Pasaje Capitolio, con tan sólo doce funcionarios se crean las primeras
delegaciones: Chacao, La Guaira y Los Teques. Para la formación académica del personal a ingresar
para trabajar en el campo investigativo y dando cumplimiento a lo establecido en el decreto, se
pone en funcionamiento la primera escuela en fecha 6 de agosto de 1958, ubicada entre las
esquinas de Principal y Santa Capilla en la antigua Casa Guipuzcoana.
Ya a partir de los años 70 hasta los 80, el Cuerpo Técnico de Policía Judicial va en avanzada,
constituyéndose como una de las mejores policías de investigación criminal a nivel mundial en lo
técnico-científico, contando con una serie de recursos, pero a partir de los años 80, a causa de la
indiferencia del organismo gubernamental encargado, con respecto a la seguridad ciudadana se va
produciendo un deterioro.
Tomado y adaptado para este material de: Antecedentes de la Investigación Criminal en Venezuela
a partir de la creación del Cuerpo Técnico de Policía Judicial (CTPJ) año 1958.
Disponible en: http://www.cicpc.gob.ve/historia

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