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JULIAN HERROJO

Via Crucis
La paradoja de la Cruz

Oviedo 2013
VIA - CRUCIS

La Paradoja de la Cruz

ORACIÓN INICIAL

+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Nuestro Señor Jesucristo, nos invita a seguirle cuando dice:


«El que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve
su cruz cada día y me siga.» (Lc 9,23).

En el Via Crucis el mismo Jesús cargó con nuestra cruz, y


quiere que ahora nosotros, como entonces Simón de Cirene,
llevemos con Él su cruz y que, acompañándole, nos pongamos
al servicio de la redención del mundo.

¡Enséñanos, Señor, a acompañarte no sólo con nobles


pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón y los
pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos
encaminemos con todo nuestro ser, por la vía de la cruz, para
seguir así tus huellas.

Líbranos del miedo a las burlas de los demás, del temor a la


cruz y del miedo a que se nos pueda escapar la vida si no
aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece.

2
PRIMERA ESTACIÓN:
JESUS ES CONDENADO A MUERTE

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Entonces Pilato … tomó agua y se lavó las manos delante


de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este
justo. Vosotros veréis.» Y todo el pueblo respondió: «¡Su
sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle,
se lo entregó para que lo crucificaran” (Mt 27,24-26)

En medio de la maldad humana el designio redentor de


Dios se abre paso. Ahora el Juez del mundo ha sido juzgado, y
condenado a muerte el que vino a traernos la vida. Pilatos libera
a Barrabás, el culpable, y consiente el crimen sobre Jesús, al que
había declarado inocente varias veces. La multitud, ciega por el
odio de la violencia mimética, se jacta de su propio crimen
pidiendo que caiga sobre ellos y sobre sus hijos la sangre del
Inocente… ¡Y así se cumplió! Lo que el tentador provocó en el
ser humano por maldad, Dios lo permitió por amor. Y así su
sangre redentora cayó sobre ellos y sobre nosotros, pero no para
condenarnos, sino para limpiarnos de la culpa por su inmenso
amor.

Cantemos la nobleza de esta guerra,


el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.
3
SEGUNDA ESTACIÓN:
JESUS CARGA CON LA CRUZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Pilatos les dijo: -¿A cuál de los dos queréis que os suelte?,
respondieron: -¡A Barrabás! Pilatos les dijo: -Y ¿qué hago
con Jesús, el llamado Cristo? Todos dijeron: -¡Crucifícalo! -
Pero ¿qué mal ha hecho? preguntó Pilatos. Pero ellos
seguían gritando con más fuerza: ¡Crucifícalo!” (Mt 27,21-23)

La Cruz destinada a Barrabás fue para Jesús; el castigo que


nuestros pecados merecían cayó sobre El. “En verdad, apenas
habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se
atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”
(Rm 5,7-8). Jesús sufrió un castigo, pero no era suyo, era el
nuestro; asumió una condena, pero no era suya, era la nuestra;
cargó con la Cruz, pero no era suya: era la nuestra.

Tú, solo entre los árboles, crecido


para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

4
TERCERA ESTACIÓN:
JESUS CAE POR PRIMERA VEZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros


dolores; ... Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus
cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada
uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos
nuestros crímenes” (Is 53,4-6)

El abajamiento del Hijo de Dios al hacerse hombre llega al


extremo de dar en el suelo, extenuado por el sufrimiento y el
peso de la cruz. El que elevó la carne humana a dignidad divina
tiene ahora su carne herida y al contacto con el suelo. Ningún
sufrimiento es ajeno a Jesús: en su caída comparte el
abatimiento de todo ser humano derribado por la opresión, la
injusticia, la barbarie. También por el hambre y la enfermedad.

Dejaste, Jesús, que la cruz se hunda


total, maciza, profunda,
sobre aquel herido hombro.
Y como un humano escombro
caíste, Jesús, por nuestra sola culpa.

5
CUARTA ESTACIÓN:
JESUS ENCUENTRA A MARIA,
SU MADRE

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste


está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de
muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el
alma»” (Lc 2,34-35)

Si por María adquirió el Hijo de Dios vida humana, ahora,


camino de la muerte, también está María unida a su Hijo,
desviviéndose de dolor y compartiendo su suerte. Desde aquél
momento es Nuestra Señora de los Dolores, pues antes de
morir, Jesús la puso al cuidado del discípulo amado: “He ahí a tu
madre”.

Tu Madre te quiere ver


retratado en sus pupilas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¿Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas?

6
QUINTA ESTACIÓN:
EL CIRENEO AYUDA A JESUS
A LLEVAR LA CRUZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que


volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que
llevara la cruz” (Mc 15,21-22)

Los hijos del Cireneo fueron dos cristianos relevantes de la


primera comunidad cristiana. Seguramente que en aquél
encuentro de su padre Simón, obligado por fuerza a llevar la
cruz de Jesús, se fraguó la fe y se selló al mismo tiempo, ya para
siempre, su condición de discípulo. ¡Bendito encuentro que, a
los ojos del mundo, era una despótica imposición y, a la luz de
la fe, una inmensa gracia liberadora! Mientras todos creían que
Simón ayudaba a Jesús a cargar con la Cruz, ahora todos
sabemos que, en realidad ¡oh feliz paradoja! es Jesús quien nos
ayuda a nosotros a llevar la nuestra.

Pues que grito: -Aléjate, muerte.


Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo,
aunque no deje, por eso, de ofenderte.

7
SEXTA ESTACIÓN:
LA VERONICA ENJUGA
EL ROSTRO DE JESUS

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro


buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26,8)

Aunque sea una leyenda piadosa, hay mucho de verdad en


el gesto de la Verónica y su prodigiosa consecuencia. Frente al
mimetismo de la turba, siempre dispuesta a condenar y a imitar
la violencia, una mujer valiente se compadece de Jesús y le
tiende un paño para limpiar su sangre y su sudor. En todo ser
humano que se alza contra la injusticia, que se compadece del
que sufre, que auxilia al pobre y necesitado, se hace visible el
rostro de Cristo. Y en el de todo rostro ensangrentado.

Si a imagen y semejanza
tuya, Señor, nos hiciste,
tu rostro mi vida sella
firme a olvido y a mudanza.
Será mayor mi confianza
si en mi alma dejas tu huella

8
SEPTIMA ESTACIÓN:
JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

"Eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros


dolores los que pesaban… Ha sido traspasado por nuestros
pecados, desecho por nuestras iniquidades…" (Is 53, 4-5)

Tomándola de la mano, levantó Jesús a la suegra de Pedro


liberándola de la fiebre que la había postrado. Agarrando a
Pedro, que se hundía vacilante en las aguas, le libró de perecer
ahogado. Y tras curar al paralítico de la piscina le invitó a
levantarse y caminar. Pero ahora Jesús no tiene quien le auxilie
para levantarse. En esta caída padece Jesús el egoísmo de la
insolidaridad, de la falta de amor fraterno, de la injusta
desigualdad.

Señor: ya te entiendo. En la guerra


por ti luchando, transido
caeré en tierra y malherido,
¿y no he de alzarme ya más?
Yo sé que Tú me darás
la mano si te la pido.

9
OCTAVA ESTACIÓN:
JESUS ENCUENTRA
A LAS MUJERES DE JERUSALEN

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no


lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, …
porque si así tratan al leño verde, con el seco ¿qué harán?”
(Lc 23,28.31)

Mientras las mujeres de Jerusalén se compadecen,


llorando, del cruel destino de Jesús, olvidándose de sí, Jesús se
lamenta por ellas y por nosotros, sus hijos. No basta llorar al
contemplar el mal ajeno. El mal se extiende como un tumor en
la sociedad, mientras los sarmientos de Cristo, unidos al leño
verde, fructifican para dar vida y paz al mundo. Separados de Él
no somos más que un leño seco, destinado a la extinción,
incapaces de dar fruto. Sufriendo en la cruz con Cristo
colaboramos -¡inmenso misterio!- en la redención del mundo.

“Llorad vuestro llanto, sí,


por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también”.
Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí, tibio, y por ti yerto.

10
NOVENA ESTACIÓN:
JESUS CAE POR TERCERA VEZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros


pecados, para que nosotros, unidos a Él, recibamos la
salvación de Dios” (2 Cor 5,21)

El peso de la Cruz se va haciendo insoportable y las


humanas fuerzas se van debilitando. Al levantarse Jesús de cada
caída, levanta consigo a la humanidad de su fatal condición
pecadora que la arrastra a un destino mortal. Pero con ser
enorme el peso de nuestras culpas, mayor es la gracia divina que
nos levanta de nuestra débil condición. ¡Oh feliz culpa que nos
mereció tal Redentor!

Ahora siento bien cuál es


la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte nos convidas.

11
DECIMA ESTACIÓN:
JESUS ES DESPOJADO
DE SUS VESTIDURAS

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir


«La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él
lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se
repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron
a custodiarlo” (Mt 27,33-36)

Como una última humillación despojaron a Jesús de sus


vestiduras. Antes que la sangre de Cristo descienda por su
propio cuerpo hasta la tumba de Adán y así redima al primer
humano, la desnudez de Jesús nos anuncia la vuelta al Paraíso,
del que salimos, por efecto del pecado, con vergüenza de
nuestra desnudez. Una túnica inconsútil era la vestidura del
sumo sacerdote. El Crucificado es, desde entonces, el único y
verdadero Sumo Sacerdote.

Ya desnudan al que viste


a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
¡Qué sonrojo te reviste,
de sangre y sudor vestido!

12
UNDECIMA ESTACIÓN:
JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación:


«Este es Jesús, el Rey de los judíos». … Los que pasaban, lo
injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías
el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo;
si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes
con los letrados y los senadores se burlaban también. (Mt
27,37-42)

Los Sumos sacerdotes y senadores, los letrados y la


muchedumbre, pedían a Jesús un último signo para creer en Él:
bajarse de la Cruz. Si Jesús hubiera bajado de la Cruz –
desdichada paradoja- entonces ni Él sería el Hijo de Dios, ni
nosotros habríamos sido redimidos de nuestra triste condición.
De cumplirse aquella petición permaneceríamos en nuestro
pecado y con la muerte por destino. El amor de Dios no tiene
límite y la encarnación de Cristo había de consumarse en la
muerte para darnos a nosotros parte en la resurrección.

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!


Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
13
DUODECIMA ESTACIÓN:
JESUS MUERE EN LA CRUZ

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

A la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella


región. … Jesús, dando un grito fuerte, exhaló el espíritu. …
El centurión y sus hombres, al ver el terremoto y lo que
pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de
Dios» (Mt 27,45.50.54)

El primero en proclamar en voz alta la divinidad de Cristo


había sido el endemoniado de Cafarnaún, que pedía a Jesús que
se alejara. El último: el centurión y sus hombres, que
contemplan su muerte. Pero tales proclamaciones no tienen
valor salvífico, se quedan en declaraciones verbales. Sólo Cristo
resucitado, reconocido vivo por los discípulos, nos hace cambiar
de vida. De nada sirve gritar “Señor, Señor” si nuestra vida no
está unida a la suya. El que se busca a sí mismo se pierde, y el
que se desvive y muere por Cristo y por la Verdad, ése
encuentra la vida.

Ablándate, madero, tronco abrupto


de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.
Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.
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DECIMOTERCERA ESTACIÓN:
JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y ENTREGADO A SU MADRE

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

« Vinieron entonces los soldados y les quebraron las piernas


a los que estaban crucificados para después retirarlos. Al
llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, así que no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió
el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua”
(Jn 19,32-34).
Ya todo está cumplido. Mientras el mundo parece aliarse
con el poder de las tinieblas para extender su manto de
crueldad, del costado de Cristo brotan sangre y agua,
anunciando al hombre el nuevo nacimiento, la nueva alianza, la
presencia permanente de Cristo, cabeza de la nueva humanidad,
el triunfo de la Verdad, que el mundo no comprende. La Palabra
de Dios, que por María se hizo carne, vuelve ahora hecha
silencio a sus brazos maternales. Es el abrazo de Dios redentor a
la Humanidad, pues ahora la muerte del hombre va a ser
vencida.
¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.
¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
15
DECIMOCUARTA ESTACIÓN:
JESUS ES COLOCADO
EN EL SEPULCRO

V/. Te adoramos, oh Cristo,


y te bendecimos.

R/. Que por tu Santa Cruz


redimiste al mundo.

“José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana


limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que había excavado en
la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y
se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron
allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27, 59-61)

El que no tuvo casa al nacer no tiene sepultura al morir. La


Palabra de Dios se hizo carne en el bendito seno de María. Al
nacer, los brazos de la Madre acogieron el diminuto cuerpo
lleno de vida para depositarlo amorosamente en el pobre y
humilde pesebre. Como cerrando aquel movimiento cósmico,
los mismos brazos amorosos de María acogen ahora el cuerpo
de su Hijo, ya sin vida humana, para que vaya a reposar en el
seno de la roca, también inerte. Si la Cruz que llevó Jesús era en
realidad la nuestra, la sepultura en que descansó su cuerpo
también era la nuestra, y al ser ocupada por la fuente de la vida
convirtió cada tumba en simple lugar de tránsito y de espera.
Del abrazo de la Madre al abrazo del Padre. Del tiempo a la
eternidad. De la muerte a la Vida. La sepultura de Jesús sepultó
nuestra muerte.

16
Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.

Señor, ya no queda nada


por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.

Amén

¡VICTORIA! ¡TÚ REINARÁS!


¡OH CRUZ! ¡TÚ NOS SALVARÁS!
El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató.
De ti, madero santo, nos viene la redención.
¡VICTORIA! ¡TÚ REINARÁS!
¡OH CRUZ! ¡TÚ NOS SALVARÁS!
Extiende por el mundo, tu Reino de salvación.
¡Oh cruz, fecunda fuente, de vida y bendición!
¡VICTORIA! ¡TÚ REINARÁS!
¡OH CRUZ! ¡TÚ NOS SALVARÁS!
Impere sobre el odio, tu Reino de caridad.
Alcancen las naciones, el gozo de la unidad.

17
ORACION FINAL

Oh Dios, Padre Santo, que quisiste que la Cruz de tu Hijo


fuera la fuente de toda bendición y causa de todas las gracias:
concédenos que, adhiriéndonos siempre a su Pasión en esta
vida, consigamos los gozos eternos de su resurrección.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén

BENDICIÓN

Dios, que se ha dignado redimir al género humano por la


muerte y resurrección de su Hijo os conceda que, haciendo
piadosa memoria de la Pasión de Cristo, sigáis al Señor
crucificado y gocéis con Él de la gloria en el cielo.
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga
Dios todopoderoso, + Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén

Meditaciones de Julián Herrojo


con extractos del Himno “Oh, Cruz fiel” y del Vía Crucis de Gerardo Diego

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LAUS DEO
VIRGINIQUE MATRI

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