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conocido De laude Spaniae («Acerca de la alabanza a España»).

En tiempos del rey Mauregato, fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al
apóstol como dorada cabeza refulgente de Ispaniae («Oh, vere digne sanctior apostole caput
refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus»).nota 4

Manuscrito de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla, «el Sabio».

Con la invasión musulmana, el nombre de Spania o España se transformó en ‫اسبانيا‬, Isbāniyā. El uso
de la palabra España sigue resultando inestable, dependiendo de quién lo use y en qué
circunstancias. Algunas crónicas y otros documentos de la Alta Edad Media designan
exclusivamente con ese nombre (España o Spania) al territorio dominado por los musulmanes. Así,
Alfonso I de Aragón, «el Batallador», dice en sus documentos que «Él reina en Pamplona, Aragón,
Sobrarbe y Ribagorza» y, cuando en 1126 hace una expedición hasta Málaga, nos dice que «fue a
las tierras de España». Pero ya a partir de los últimos años del siglo XII, se generaliza nuevamente el
uso del nombre de España para toda la Península, sea de musulmanes o de cristianos. Así se habla
de los cinco reinos de España: Granada (musulmán), León con Castilla, Navarra, Portugal y la
Corona de Aragón (cristianos).

Identificación con las Coronas de Castilla y Aragón

A medida que avanza la Reconquista, varios reyes se proclamaron príncipes de España, tratando de
reflejar la importancia de sus reinos en la península ibérica.53 Tras la unión dinástica de Castilla y
Aragón, se comienza a usar en estos dos reinos el nombre de España para referirse a ambos,
circunstancia que, por lo demás, no tenía nada de novedosa; así, ya en documentos de los años 1124
y 1125, con motivo de la expedición militar por Andalucía de Alfonso el Batallador, se referían a
este —que había unificado los reinos de Castilla y Aragón tras su matrimonio con Urraca I de
León— con los términos «reinando en España» o reinando «en toda la tierra de cristianos y
sarracenos de España».54

Evolución independiente del gentilicio español

El gentilicio español ha evolucionado de forma distinta al que cabría esperar (cabría esperar algo
similar a «hispánico»). Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio español. Según
una de ellas, el sufijo -ol es característico de las lenguas romances provenzales y poco frecuente en
las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que considera que habría sido
importado a partir del siglo IX, con el desarrollo del fenómeno de las peregrinaciones medievales a
Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos que recorrieron la península,
favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del nombre latino hispani a partir del
espagnol, espanyol, espannol, espanhol, español, etc. (las grafías gn, nh y ny, además de nn, y su
abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con que ellos designaban a los cristianos de la
antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la labor de divulgación de las élites formadas las que
promocionaron el uso de español y españoles: la palabra españoles aparece veinticuatro veces en el
cartulario de la catedral de Huesca, manuscrito de 1139-1221,55 mientras que en la Estoria de
España, redactada entre 1260 y 1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó
exclusivamente el gentilicio españoles.56

El Diccionario de la lengua española publicado por la Real Academia Española, en su


vigesimotercera edición (2014), asegura que la voz español proviene de la provenzal espaignol, y
esta del latín medieval Hispaniŏlus, de Hispania, España.57

Historia
Artículo principal: Historia de España
Véanse también: Formación territorial de España, Ser de España, Cronología de los reinos en la
península ibérica y Cronología de España.

Prehistoria, protohistoria y Edad Antigua

Artículos principales: Prehistoria en la península ibérica, Protohistoria de la península ibérica e


Historia antigua de la península ibérica.

Réplica de uno de los bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria), pintada durante el Paleolítico
superior.

El actual territorio español aloja dos de los lugares más importantes para la prehistoria europea y
mundial: la sierra de Atapuerca (donde se ha definido la especie Homo antecessor y se ha hallado la
serie más completa de huesos de Homo heidelbergensis) y la cueva de Altamira (donde por primera
vez se identificó el arte paleolítico).

La particular posición de la península ibérica como «Extremo Occidente» del mundo mediterráneo
determinó la llegada de sucesivas influencias culturales del Mediterráneo oriental, particularmente
las vinculadas al Neolítico y la Edad de los Metales (agricultura, cerámica, megalitismo), proceso
que culminó en las denominadas colonizaciones históricas del I milenio a. C. Tanto por su
localización favorable para las comunicaciones como por sus posibilidades agrícolas y su riqueza
minera, las zonas este y sur fueron las que alcanzaron un mayor desarrollo (cultura de los Millares,
Cultura del Argar, Tartessos, pueblos iberos). También hubo continuos contactos con Europa
Central (cultura de los campos de urnas, celtización).

La Dama de Elche, obra maestra del arte ibero.

La datación más antigua de un hecho histórico en España es la de la legendaria fundación de la


colonia fenicia de Gadir (la Gades romana, que hoy es Cádiz), que según fuentes romanas (Veleyo
Patérculo y Tito Livio) se habría producido ochenta años después de la guerra de Troya, antes que
la de la propia Roma,58 lo que la situaría en el 1104 a. C. y sería la fundación de una ciudad en
Europa Occidental de referencias más antiguas.4344 Las no menos legendarias referencias que
recoge Heródoto de contactos griegos con el reino tartésico de Argantonio se situarían, por su parte,
en el año 630 a. C. Las evidencias arqueológicas de establecimientos fenicios (Ebusus —Ibiza—,
Sexi —Almuñécar—, Malaka —Málaga—) permiten hablar de un monopolio fenicio de las rutas
comerciales en torno al Estrecho de Gibraltar (incluyendo las del Atlántico, como la ruta del
estaño), que limitó la colonización griega al norte mediterráneo (Emporion, la actual Ampurias).

Las colonias fenicias pasaron a ser controladas por Cartago desde el siglo VI a. C., periodo en el
que también se produce la desaparición de Tartessos. Ya en el siglo III a. C., la victoria de Roma en
la primera guerra púnica estimuló aún más el interés cartaginés por la península ibérica, por lo que
se produjo una verdadera colonización territorial o imperio cartaginés en Hispania, con centro en
Qart Hadasht (Cartagena), liderada por la familia Barca.

Teatro romano de Mérida. Más de dos mil años después de su construcción sigue utilizándose como
espacio escénico.

La intervención romana se produjo en la segunda guerra púnica (218 a. C.), que inició una paulatina
conquista romana de Hispania, no completada hasta casi doscientos años más tarde. La derrota
cartaginesa permitió una relativamente rápida incorporación de las zonas este y sur, que eran las
más ricas y con un nivel de desarrollo económico, social y cultural más compatible con la propia
civilización romana. Mucho más dificultoso se demostró el sometimiento de los pueblos de la
Meseta, más pobres (guerras lusitanas y guerras celtíberas), que exigió enfrentarse a planteamientos
bélicos totalmente diferentes a la guerra clásica (la guerrilla liderada por Viriato —asesinado el
139 a. C.—, resistencias extremas como la de Numancia —vencida el 133 a. C.—). En el siglo
siguiente, las provincias romanas de Hispania, convertidas en fuente de enriquecimiento de
funcionarios y comerciantes romanos y de materias primas y mercenarios, estuvieron entre los
principales escenarios de las guerras civiles romanas, con la presencia de Sertorio, Pompeyo y Julio
César. La pacificación (pax romana) fue el propósito declarado de Augusto, que pretendió dejarla
definitivamente asentada con el sometimiento de cántabros y astures (29-19 a. C.), aunque no se
produjo su efectiva romanización. En el resto del territorio, la romanización de Hispania fue tan
profunda como para que algunas familias hispanorromanas alcanzaran la dignidad imperial
(Trajano, Adriano y Teodosio) y hubiera hispanos entre los más importantes intelectuales romanos
(el filósofo Lucio Anneo Séneca, los poetas Lucano, Quintiliano o Marcial, el geógrafo Pomponio
Mela o el agrónomo Columela), si bien, como escribió Tito Livio en tiempos de Augusto, «aunque
fue la primera provincia importante invadida por los romanos fue la última en ser dominada
completamente y ha resistido hasta nuestra época», atribuyéndolo a la naturaleza del territorio y al
carácter recalcitrante de sus habitantes. La asimilación del modo de vida romano, larga y costosa,
ofreció una gran diversidad desde los grados avanzados en la Bética a la incompleta y superficial
romanización del norte peninsular.

Edad Media

Artículo principal: Historia medieval de España

Alta Edad Media

Corona votiva de Recesvinto, tesoro de Guarrazar.

En el año 409 un grupo de pueblos germánicos (suevos, alanos y vándalos) invadieron la península
ibérica. En el 416, lo hicieron a su vez los visigodos, un pueblo igualmente germánico, pero mucho
más romanizado, bajo la justificación de restaurar la autoridad imperial. En la práctica tal
vinculación dejó de tener significación y crearon un reino visigodo con capital primero en Tolosa
(la actual ciudad francesa de Toulouse) y posteriormente en Toletum (Toledo), tras ser derrotados
por los francos en la batalla de Vouillé (507). Entre tanto, los vándalos pasaron a África y los
suevos conformaron el reino de Braga en la antigua provincia de Gallaecia (el cuadrante noroeste
peninsular). Leovigildo materializó una poderosa monarquía visigoda con las sucesivas derrotas de
los suevos del noroeste y otros pueblos del norte (la zona cantábrica, poco romanizada, se mantuvo
durante siglos sin una clara sujeción a una autoridad estatal) y los bizantinos del sureste (Provincia
de Spania, con centro en Carthago Spartaria, la actual Cartagena), que no fue completada hasta el
reinado de Suintila en el año 625. San Isidoro de Sevilla en su Historia Gothorum se congratula de
que este rey «fue el primero que poseyó la monarquía del reino de toda España que rodea el océano,
cosa que a ninguno de sus antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía
visigótica determinó una gran inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y
magnicidios.59 La unidad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de Recaredo
(587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los visigodos,
impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de Toledo se
convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey, los principales nobles y los
obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de naturaleza tanto política
como religiosa. El Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (654) como derecho común a
hispanorromanos y visigodos tuvo una gran proyección posterior.

En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la facción
visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (denominación que recuerda al
general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en la batalla de
Guadalete. La evidencia de la superioridad llevó a convertir la intervención, de carácter limitado en
un principio, en una verdadera imposición como nuevo poder en Hispania, que se terminó
convirtiendo en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus con capital en la
ciudad de Córdoba. El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo, la capital visigoda;
el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo conquistadas hasta que en el 716 el control
musulmán abarcaba toda la península, aunque en el norte su dominio era más bien nominal que
efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un núcleo de resistencia visigoda
hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue frenado por Carlos Martel en la batalla
de Poitiers (732). La poco controlada zona noroeste de la península ibérica fue escenario de la
formación de un núcleo de resistencia cristiano centrado en la cordillera Cantábrica, zona en la que
un conjunto de pueblos poco romanizados (astures, cántabros y vascones), escasamente sometidos
al reino godo, tampoco habían suscitado gran interés para las nuevas autoridades islámicas. En el
resto de la península ibérica, los señores godos o hispanorromanos, o bien se convirtieron al Islam
(los denominados muladíes, como la familia banu Qasi, que dominó el valle medio del Ebro) o bien
permanecieron fieles a las autoridades musulmanas aun siendo cristianos (los denominados
mozárabes), conservaron su posición económica y social e incluso un alto grado de poder político y
territorial (como Tudmir, que dominó una extensa zona del sureste).
Cruz de la Victoria, Cámara Santa de la Catedral de Oviedo.

La sublevación inicial de Don Pelayo fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 consiguió
imponerse a una expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que la
historiografía denominó «batalla de Covadonga». La determinación de las características de ese
episodio sigue siendo un asunto no resuelto, puesto que más que una reivindicación de legitimismo
visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le acompañaban lo eran) se manifestó como
una continuidad de la resistencia al poder central de los cántabros locales (a pesar del nombre que
terminó adoptando el reino de Asturias, la zona no era de ninguno de los pueblos astures, sino la de
los cántabros vadinienses).60 El «goticismo» de las crónicas posteriores asentó su interpretación
como el inicio de la «Reconquista», la recuperación de todo el territorio peninsular, al que los
cristianos del norte entendían tener derecho por considerarse legítimos continuadores de la
monarquía visigoda.

Los núcleos cristianos orientales tuvieron un desarrollo inicial claramente diferenciado del de los
occidentales. La continuidad de los godos de la Septimania, incorporados al reino franco, fue base
de las campañas de Carlomagno contra el Emirato de Córdoba, con la intención de establecer una
Marca Hispánica al norte del Ebro, de forma similar a como hizo con otras marcas fronterizas en los
límites de su Imperio. Demostrada imposible la conquista de las zonas del valle del Ebro, la Marca
se limitó a la zona pirenaica, que se organizó en diversos condados en constantes cambios,
enfrentamientos y alianzas tanto entre sí como con los árabes y muladíes del sur. Los condes, de
origen franco, godo o local (vascones en el caso del condado de Pamplona) ejercían un poder de
hecho independiente, aunque mantuvieran la subordinación vasallática con el Emperador o,
posteriormente, el rey de Francia Occidentalis. El proceso de feudalización que llevó a la
descomposición de la dinastía carolingia, evidente en el siglo IX, fue estableciendo paulatinamente
la transmisión hereditaria de las condados y su completa emancipación de la vinculación con los
reyes francos. En todo caso, el vínculo nominal se mantuvo mucho tiempo: hasta el año 988 los
condes de Barcelona fueron renovando su contrato de vasallaje.

Interior de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

En 756, Abderramán I (un Omeya superviviente del exterminio de la familia califal destronada por
los abbasíes) fue acogido por sus partidarios en al-Ándalus y se impuso como emir. A partir de
entonces, el Emirato de Córdoba fue políticamente independiente del Califato abasí (que trasladó su
capital a Bagdad). La obediencia al poder central de Córdoba fue desafiada en ocasiones con
revueltas o episodios de disidencia protagonizados por distintos grupos etno-religiosos, como los
bereberes de la Meseta del Duero, los muladíes del valle del Ebro o los mozárabes de Toledo,
Mérida o Córdoba (jornada del foso de Toledo y Elipando, mártires de Córdoba y San Eulogio) y se
llegó a producir una grave sublevación encabezada por un musulmán convertido al cristianismo
(Omar ibn Hafsún, en Bobastro). Los núcleos de resistencia cristiana en el norte se consolidaron,
aunque su independencia efectiva dependía de la fortaleza o debilidad que fuera capaz de demostrar
el Emirato cordobés.
En 929, Abderramán III se proclamó califa, manifestando su pretensión de dominio sobre todos los
musulmanes. El Califato de Córdoba solo consiguió imponerse, más allá de la península ibérica,
sobre un difuso territorio norteafricano; pero sí logró un notable crecimiento económico y social,
con un gran desarrollo urbano y una pujanza cultural en todo tipo de ciencias, artes y letras, que le
hizo destacar tanto en el mundo islámico como en la entonces atrasada Europa cristiana (sumida en
la «Edad Oscura» que siguió al renacimiento carolingio). Ciudades como Valencia, Zaragoza,
Toledo o Sevilla se convirtieron en núcleos urbanos importantes, pero Córdoba llegó a ser, durante
el califato de al-Hakam II, la mayor ciudad de Europa Occidental; quizá alcanzó el medio millón de
habitantes, y sin duda fue el mayor centro cultural de la época. En los años finales del siglo X, el
general Almanzor dirigió cada primavera aceifas (expediciones de castigo y para conseguir botín)
contra los cristianos del norte (Pamplona, 978, León, 982, Barcelona, 985, Santiago, 997

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